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Francisco J. Salazar Velásquez

Abogado

LOS DERECHOS

DE LOS

ANIMALES

EDICIONES JURÍDICAS
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A mi profesor, don René Farías Rojo

In Memoriam
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“Entonces el lobo y el cordero vivirán en paz,

el tigre y el cabrito descansarán juntos,

el becerro y el león crecerán uno al lado del otro,

y se dejarán guiar por un niño pequeño.

La vaca y la osa serán amigas,

y sus crías descansarán juntas.

El león comerá pasto, como el buey.

El niño podrá jugar en el hoyo de la cobra,

podrá meter la mano en el nido de la víbora.”

Isaías 11, 6 - 8
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Presentación

El tema de la presente obra despertó mi interés cuando cursé la

asignatura de Derecho Penal II, que correspondía a la ‘Parte Especial’ de

esa rama del Derecho. En clases me topé con la figura delictual del

artículo 291 bis del Código Penal que sanciona el maltrato y los tratos

crueles hacia los animales.

Lo que llamó mi atención fue su peculiaridad, pues, al parecer, el sujeto

pasivo de ese delito, es decir la víctima, era un animal y no una persona, y

además el delito tipificado claramente no tenía carácter patrimonial. Le

manifesté mi sorpresa al profesor del ramo, quien sólo se encogió de

hombros y no le dio importancia al tema. Ante esta fría recepción no insistí

en el punto, pero desde ese momento despertó mi interés.

Fruto algo más maduro de ese interés es el presente texto*, que refleja en

parte el resultado de haberme dedicado después de mi egreso a

averiguar más sobre los temas que están implícitos en esta figura penal

que protege a los animales.

Mi curiosidad no apuntaba a la norma penal misma, por ejemplo hacia

aspectos que tuvieran que ver con su jurisprudencia, sino con lo que

pudiera estar ‘detrás’ de la norma. Más específicamente, quería saber si

una norma como la del artículo 291 bis pudiera implicar, de alguna forma,

una suerte de reconocimiento de derechos al animal. Hacia allá se

manifestó siempre mi interés.

___________________________

* Este texto fue inicialmente mi tesis, elaborada para la obtención del grado académico
de Licenciado en Ciencias Jurídicas en la U. ARCIS (2006).
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Ante la ausencia casi absoluta de literatura jurídica respecto al tema en

nuestro medio, con cierta ingenuidad provinciana me volqué a internet

para encontrar alguna información que tuviera que ver con el asunto de

eventuales derechos de los animales. Para mi sorpresa me encontré con

una ‘avalancha’ de información.

En el mundo, especialmente en países de habla inglesa, es uno de los

temas éticos más debatidos actualmente, junto con otros temas de

bioética y de ecología política. Esta situación se viene dando desde los

años setenta, es decir, desde aproximadamente treinta años.

De este modo, gran parte del tiempo lo dediqué a revisar información de

internet para familiarizarme con el tema, a tratar de ‘desbrozar’, por así

decirlo, la gran frondosidad de referencias y artículos sobre los derechos

de los animales. Quise, primero, hacerme un panorama de ello.

En el transcurso de esta primera fase me di cuenta de interesantes

aspectos. En primer lugar, no existen expertos sobre el tema, pues es una

preocupación intelectual reciente y no hay una doctrina acabada que sea

generalmente aceptada. Todo está en discusión. En segundo lugar, es un

debate que tiene relevancia y aspectos jurídicos involucrados, pero cuyas

‘batallas’ se están dando fundamentalmente en un terreno ético. Y en

tercer lugar, es un tema que, no obstante tener ya tres décadas de

discusión académica e intelectual seria, sólo en los últimos diez años está

‘permeando’ otros ámbitos de la cultura y de la sociedad. En Chile,

precisamente sólo en los últimos años se ha empezado a discutir sobre el

tema del maltrato animal y otros temas afines. Es, por tanto, una materia

de interés creciente.
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Pero, no obstante este intrincado panorama que se me presentó, pude

darme cuenta de que ciertas ideas y argumentos se repetían, ciertos

autores se tornaban en una referencia habitual, determinados títulos de

libros eran comúnmente citados y criticados, y un par de tendencias se

empezaban a delinear dentro de este panorama de los derechos de los

animales.

Es así como me percaté de que tres son los autores más importantes en

este debate. Ellos son Peter Singer, Tom Regan y Gary Francione. Ellos

son los autores que han llevado la ‘batuta’ de la originalidad en este tema

y han sido los más influyentes.

Por otra parte, dos son las principales tendencias que se manifiestan a

través de esta abundancia literaria. Una, la que busca establecer las

bases para un respeto del animal, pero sin salir del ámbito ético. La otra

es aquella que, sin oponerse a la anterior, busca trascender hacia el

reconocimiento de derechos para el animal.

Ahora bien, ante esta sorprendente situación de ‘superabundancia’ de

información, me quedé anonadado. Pues, ante la tarea que me proponía

–hacer un texto sobre el tema- , esa información era prácticamente

inabarcable. No podía asimilar los trabajos de todos y cada uno de los

autores que estaban escribiendo sobre el tema y, además, dar cuenta de

toda la complejidad del debate entre ellos.

La solución al problema pasaba solamente por restringir el tema, es decir,

acotarlo a una finalidad más modesta.

Así, la decisión final la tomé en vista de una situación curiosa: Cada vez

que respondía a las interrogaciones de algunos colegas respecto del tema

sobre el cual versaban mis lecturas, todos se sorprendían. Incluso, una


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hasta se mofó de mí. La mayoría, sin embargo, invariablemente me

espetaba: -“¡¿Los derechos de los animales?! ¡Pero, cómo...si los

animales son bienes...objetos de derecho!...”-

De esta reacción casi general de mis colegas inferí que el tema de los

derechos de los animales era extraño, e incluso extravagante, para el

común de las personas y también para aquellas vinculadas al derecho.

Por tanto, más que intentar exponer las tesis, doctrinas y

cuestionamientos de los diversos autores vinculados al tema, debía, más

bien, exponer el tema mismo, dada su especial novedad.

Por ello, decidí convertir este texto en una suerte de pequeña

introducción, es decir, un trabajo escrito que presenta a sus eventuales

lectores esta novedosa temática, como quien presenta a alguien una

persona totalmente desconocida.

Consecuente con esta decisión, elaboré un texto lineal, que parte de lo

conocido y aceptado, esto es, la norma positiva del artículo 291 bis del

Código Penal, ya referido, hasta converger en el autor más radical, Tom

Regan. Traté de seguir un orden lógico y pedagógico de exposición de

los diferentes puntos de esta materia. En algunos casos, renunciando a

los matices de pensamiento para sólo mostrar la línea gruesa de ellos.

Todo ello con la finalidad de presentar el tema mismo, más que el

tratamiento que cada autor hace del tema. De todos modos, me basé

principalmente en los tres autores fundamentales, ya mencionados, sin

que por ello este tratamiento pierda algún aporte de importancia. Pues,

del estudio de los diversos textos revisados me di cuenta que los grandes

hitos de este tópico tienen origen en estos tres autores. El resto de los
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escritores, sin por ello desmerecerlos, han sido comentaristas de estos

hitos.

Por último, dado que respecto al tema de los derechos de los animales, yo

he sido un simple discípulo de estos escritores, donde mi aporte sólo ha

consistido en darle una ordenación ‘digerible’ a los materiales que leí, he

preferido que sean los escritores mismos los que expongan el tema. De

ahí que todo el texto de la presente introducción esté lleno de citas de sus

obras, algunas citas quizá demasiado extensas. Pero, creo que es

preferible que el lector se familiarice ahora con la forma de expresarse y

de razonar de estos autores. Formas y estilos que muy pronto van a

comenzar a ser cada vez más escuchados en el mundo.

Si he tenido éxito en mi objetivo de hacer más comprensible este

novedoso tema de los derechos de los animales, es algo que sólo el lector

debe juzgar.

El Autor
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Capítulo I

Introducción

En el año 1975 el filósofo moral australiano, Peter Singer, publicó su libro

titulado “Animal Liberation”, dando con ello inicio - más bien, un reinicio -

a una de las más interesantes y poco comunes preocupaciones morales

de las últimas décadas: La preocupación moral por los animales.

A partir de ese momento, el tema encuentra terreno fértil en diversos

lugares del planeta, especialmente en los países de cultura anglosajona, y

se inicia una intensa y extensa preocupación sobre el tema, que se refleja

en una gran producción literaria sobre esta materia y que no se ha

detenido desde entonces.

Sin embargo, esta preocupación no es nueva, pues ya en el siglo XIX se

había empezado a manifestar en forma pública y abierta un interés en tal

sentido, aunque en un contexto distinto, circunscrito a la Inglaterra

victoriana. En aquel país y en esa época había surgido una preocupación

general por la moralidad, que había tenido múltiples manifestaciones

sociales, todas fruto de una creencia e idealización que veía en la

elevación moral del hombre el verdadero sentido de la civilización. Tuvo

esta tendencia británica aspectos negativos como fue su famosa

represión de la sexualidad. Pero tuvo también, para ser justos, aspectos

positivos. Entre ellos, el de la preocupación moral por los ‘desprotegidos’


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o ‘caídos en desgracia’, que se concretó en múltiples instituciones que

nacieron allí por primera vez en el mundo y que buscaban proteger,

ayudar, reformar y elevar a aquellos seres que estas instituciones

acogían. Nació la primera ‘Protectora de Animales’, el ‘Ejército de

Salvación’, con sus obras benéficas, y diversos ‘clubes’ y ‘sociedades’

para la reforma moral de las costumbres.

Los primeros movimientos a favor de los animales surgieron en este país

bajo el impulso del rechazo y la denuncia de la utilización de animales no

anestesiados en la investigación científica ( vivisección ), y poco a poco la

preocupación de estos grupos se fue expandiendo hacia los demás tipos

de maltrato y abuso de los animales.

La compasión por el sufrimiento de los animales y la preocupación por la

protección de aquellos abandonados o maltratados llevó en esta época a

la promulgación de legislación sobre el trato a los animales y a la

formación de sociedades protectoras de animales. La primera sociedad

protectora, The Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals, la

más antigua del mundo, fue fundada en 1824 en Inglaterra por el clérigo

Arthur Broome. En 1835 la princesa ( luego reina ) Victoria fue su primera

patrocinadora.

Pero, este ambiente intelectual y moral ya había dado su primer fruto en

Inglaterra, a saber, la primera ley de protección de los animales: La

aprobación del Proyecto de Ley sobre ‘el Maltrato del Ganado’, en junio

de 1822, comúnmente conocida como “Ley Martin”, por ser Richard

Martin, de Galway, su promotor.

A partir de esa ley la creación legislativa no se detiene, así otras leyes

siguieron en 1833, 1835, 1849, 1854, 1876, etc., todas regulaciones


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humanitarias en favor de los animales, que fueron aboliendo las prácticas

más repulsivas y los espectáculos más crueles.

Junto a este cuestionamiento moral del trato dado a los animales en la

sociedad de entonces, se empieza a discutir el tema del estatuto moral y

jurídico de los animales. Entre los diversos autores de esa época que

discutieron el tema en uno u otro bando, el que ha trascendido el tiempo

es Henry Stephens Salt, cuyo libro “Animals’ Rights” ( Los Derechos de

los Animales ), publicado en 1892 en Londres y en Nueva York

simultáneamente, plantea abiertamente ya no sólo el tratamiento

humanitario de los animales, sino que va más allá proponiendo la

revolucionaria idea de reconocer a los animales ‘derechos’. Sin embargo,

su obra y la de otros no tuvieron mayor repercusión en su época.

Por extraño que parezca, esta preocupación moral por los animales

desaparece de la escena intelectual de Occidente en las décadas

posteriores, pero persiste una ininterrumpida y progresiva creación

legislativa de inspiración y preocupación humanitaria por los animales

desde entonces, ya no sólo en el Imperio Británico sino en todo el mundo.

La preocupación moral por los animales reaparece en los años sesenta y

setenta del siglo XX, dentro del clima de agitación política, social e

intelectual de esas décadas en el mundo. Es así como los diversos

movimientos reivindicativos de esa época, ya de derechos civiles, ya

feministas, ya ambientalistas y demás que luchan contra diversas formas

de discriminación e injusticia, dejan el ambiente propicio para rechazar

otras formas de discriminación. Clima que hace que el tema moral del

tratamiento de los animales recobre un lugar en la discusión intelectual de


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los años posteriores. En especial, a partir de año 1975 cuando se publicó

la obra “Animal Liberation”, ya mencionada al principio.

Este libro inauguró una ‘explosión’ de literatura filosófica rigurosa sobre el

estatus moral de los animales, tema que los intelectuales del siglo XX

habían descuidado hasta entonces.


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Capítulo II

La legislación chilena y la protección animal

Regresando al Chile de fines del siglo XIX, un pálido reflejo, pero no

obstante significativo, de esta tendencia victoriana en nuestro país fue la

aparición en 1875, incluida dentro del recién vigente Código Penal

chileno, de la norma del numeral 35º del artículo 496 que señalaba :

“Art. 496.- Sufrirán la pena de prisión en su grado mínimo conmutable en

multa de uno a treinta pesos: (...) Nº 35 El que se hiciere culpable de

actos de crueldad o mal trato excesivo para con los animales.”

De este modo en nuestra incipiente república se daba paso a la

protección de los animales a través de esta norma que sancionaba las

conductas crueles y maltratos hacia los animales como delito de falta.

No sabemos con exactitud las motivaciones del legislador para la

introducción de esta norma en nuestro novel Código Penal, pues nada

dicen las Actas de las Sesiones de la Comisión Redactora al respecto,

pero al parecer, como muchas de las otras figuras penales, debe provenir

de la legislación penal anterior a nuestro Código Penal.

Dicha norma persistió en su tipificación original en forma intacta por más

de un siglo, salvo modificaciones que alteraron su penalidad de multa


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ante los fenómenos de la inflación o el cambio de unidad monetaria.

Hasta que en 1989, durante el gobierno militar, la Junta Militar de

Gobierno, que a la sazón fungía como “Poder Legislativo”, aprobó la Ley

Nº 18.859, de 29 de noviembre de 1989, por la cual se derogó el numeral

35 del artículo 496 y se creó un nuevo tipo penal a partir de esta misma

norma, que protegía de mejor forma a los animales de la crueldad y del

maltrato humanos, ya que se elevó dicha conducta desde delito de falta a

simple delito y se mejoró, siguiendo tal espíritu, su redacción, quedando

como sigue:

“Artículo 291 bis. El que cometiere actos de maltrato o crueldad con

animales, será castigado con la pena de presidio menor en su grado

mínimo y multa de uno a diez ingresos mínimos mensuales o sólo a esta

última.”

De esta forma, nos rige hasta este momento una norma penal que

sanciona como simple delito conductas crueles y maltratos hacia los

animales.

Esta norma es única dentro del conjunto de normas penales, en la medida

en que se protege penalmente a un individuo animal, el cual, de acuerdo

a nuestro ordenamiento jurídico, no es un titular de bien jurídico alguno a

proteger.

Si bien es cierto que existen, además, otras normas protectoras de los

animales, ya en el mismo Código Penal ( por ejemplo, en el Libro II, Título

VI, párrafo 9: ‘Delitos relativos a la salud animal y vegetal’) y en otras

leyes sueltas de carácter penal o que incluyen figuras delictuales que

involucran en su estructura a animales; no obstante ello, todo este resto

de normas son totalmente distintas a la norma del artículo 291 bis


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mencionado, puesto que hay en este último artículo una visión diferente

de dichos animales.

Este precepto, el artículo 291 bis, vela por la protección del animal como

individuo viviente, mientras que el resto de las normas protege al animal

como propiedad o como un ejemplar de una especie animal, especie que

requiere de protección.

El penalista Jean-Paul Doucet resume brillantemente estas diversas

visiones de los animales en las legislaciones penales e indica, además,

los problemas que se suscitan:

“Si se deja a un lado la legislación protectora de la fauna, como

demasiado alejada de nuestro tema, (1) se constata que las disposiciones

relativas a los animales pueden reposar sobre cuatro fundamentos.

En primer lugar, el animal puede ser protegido en tanto que ser animado,

esto es, en sí mismo. Pero esta concepción, que ha sido ilustrada por la

legislación hindú tradicional, suscita tales dificultades teóricas y prácticas,

particularmente de delimitación, que uno puede difícilmente considerar

introducirla en un derecho positivo, aparte del caso en que se está

impulsado por convicciones religiosas.

A la inversa, el legislador puede no ver en los animales más que cosas y

no protegerlos en consecuencia más que por las disposiciones del

derecho común relativas al derecho de propiedad. Tal ha sido la doctrina

de los redactores del Código Penal quienes simplemente han hecho variar

la sanción distinguiendo según el tipo de animal, el lugar de comisión y el

modo de acción. Este método presenta la ventaja de la simplicidad, pero

_________________________________

(1) El libro de Jean-Paul Doucet versa sobre la protección penal de la persona humana.
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uno puede reprocharle el dejar impunes las brutalidades cometidas por

una persona sobre animales que le pertenecen.

Por otra parte, el legislador puede ubicarse desde el punto de vista del

orden público y sancionar las brutalidades que han causado una

perturbación social. Una ley francesa del 2 de julio de 1850 iba en este

sentido. La crítica que se le podía dirigir provenía de que ella no tenía

evidentemente vocación de aplicarse más que en el caso donde los actos

reprochados habían tenido lugar en público.

En fin, es posible considerar que conviene prohibir la violencia hacia los

animales a fin de contribuir al mejoramiento de la naturaleza humana. Es

en esta dirección que se han comprometido los legisladores

contemporáneos ( ley belga del 22 de marzo de 1929 y 2 de julio de 1975

y ley francesa del 19 de noviembre de 1963 ). Ellas han llevado así a

distinguir entre los malos tratos y los actos de crueldad, es decir, entre la

actuación que es signo de la simple brutalidad y aquella que es signo del

sadismo. Nociones tan subjetivas no responden quizá a los principios de

la objetividad y de la precisión de la ley penal.” [ DOUCET, Jean-Paul

1979, pp. 269 s. ]

Así, del mismo modo en nuestra legislación, en ciertos delitos

patrimoniales, como el abigeato, el animal hurtado es visto simplemente

como un bien, como una cosa, que pertenece a alguien. Aquí este alguien

es el dueño del animal, el titular cuyo derecho patrimonial ha sido

lesionado. Asimismo, en los delitos de daño o de propagación de

enfermedades animales o vegetales, el ente directamente afectado es el

animal o ser vivo, alcanzado por el daño o la plaga, pero esto no significa

que ese ser vivo sea el sujeto pasivo, es decir, la persona lesionada en
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sus derechos, sino que el sujeto pasivo es el titular de los derechos

afectados por esas conductas ilícitas, en este caso, el dueño de los

animales o de las plantas dañadas; teniendo por ello estos delitos también

un carácter patrimonial.

Como vemos, dependiendo de cada figura penal, se dan varios y diversos

afectados en cada una de ellas, que a veces se pueden lamentablemente

confundir entre sí. Distinto es el caso en los ‘delitos contra las personas’,

donde el que recibe o padece la actividad del delito en forma directa se

identifica con el sujeto pasivo, es decir, la misma persona padece sobre sí

la actividad delictual y es a su vez el titular de los derechos vulnerados.

En cambio, en los delitos patrimoniales, como hemos visto, no se da esta

identificación. Por ejemplo, si alguien da muerte a mi caballo o quema mi

casa, los que reciben la acción son el caballo y la casa, pero el sujeto

pasivo soy yo en mi patrimonio, en la medida que eran ‘bienes’ míos.

Son, sin duda, las figuras más antiguas éstas, las que han visto desde

siempre al animal como un bien, como una cosa.

Por otra parte, hay otro tipo de normas, ya más modernas, que ven al

animal como parte de una totalidad, como parte de todo un ecosistema.

Ya no son delitos patrimoniales necesariamente. Son los llamados delitos

ecológicos o ambientales. Aquí el animal individual no es visto como un

mero bien o cosa, sino como parte de un todo, el ecosistema. Lo que se

busca proteger en estas figuras penales no es al animal en forma

individual ni el patrimonio de su eventual dueño, sino al ecosistema o al

medio ambiente, y ello debido a su importancia para la sociedad y para el

planeta en general.
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Por último, existe una tercera visión del animal que se refleja en otro tipo

de normas penales; esta vez, el animal es considerado como individuo,

independientemente de si pertenece al patrimonio de alguien e

independientemente de si tiene algún valor como parte importante de

algún ecosistema natural o humano. Éste es el caso tipificado en el

artículo 291 bis del Código Penal, que sanciona el maltrato o el trato cruel

con los animales. Es una legislación exigua y reciente en Occidente en

cuanto a la importancia que se le viene reconociendo. (2)

Como vemos, entonces, esta figura del artículo 291 bis es excepcional,

porque, en principio, el eventual animal maltratado no es visto como un

bien de alguien, ya que el animal protegido puede ser cualquiera, tenga

dueño o no lo tenga en absoluto; ni tampoco importa si tiene alguna

utilidad económica o ecológica.

Por último, yendo al último punto que mencionó Doucet en la cita que

hicimos de él, en nuestro artículo 291 bis no se produce la ambigüedad

que quizá se da en otras legislaciones, cuando hay que distinguir entre el

maltrato y el trato cruel como dos formas distintas de acción ilícita.

En efecto, el maltrato es la brutalidad, es decir, la imposición de

sufrimiento a un animal como producto de un trato desconsiderado o

negligente hacia éste por parte del hombre. Por ejemplo, el dueño de un

circo que, por ahorrar dinero, tiene a sus animales en pésimo estado de

nutrición y salud.

(2) Estas diversas visiones jurídicas del animal que han ido evolucionando en la historia,
suelen aún ser motivo de confusión entre la gente. Así, en un caso de maltrato de un
perro la Fiscalía requirió al imputado por el delito de maltrato animal (art.291 bis del C.
Penal), pero la dueña de aquél se querelló por el delito de daños, como si fuese una
cosa (art.487). Al final, la Jueza de Garantía de Coquimbo condenó al acusado
acertadamente por la primera figura delictual. (Sentencia de 4 de diciembre de 2002,
contra Rivera Olivares, Juan Alberto, RUC 0100083296-7, RIT 3465-2001)
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En cambio, el trato cruel o la crueldad es fruto del sadismo, es decir, la

constituye el sufrimiento provocado en el animal por un hombre con el

ánimo de hacerlo sufrir, ya sea porque le causa placer o movido por una

curiosidad malsana: Quiere ver o experimentar qué pasa si el animal es

puesto en una situación dolorosa. En realidad, en los casos de crueldad

no importa la motivación, pues lo que caracteriza a esta conducta ilícita es

la gratuidad, en contraste con el maltrato, en el cual hay motivaciones

económicas o de otra índole práctica.

Sin duda, como lo señala Doucet, es difícil determinar si un determinado

acto u omisión humanos (3), que hace sufrir a un animal, cae dentro de

una conducta de brutalidad o de sadismo. Sin embargo, nuestro legislador

sanciona ambos tipos de conducta, de ahí que en la práctica judicial esta

dificultad es irrelevante y se la puede obviar sin más.

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(3) La conducta ilícita de que se trata puede ser positiva u omisiva. Así lo ha entendido
también la Corte de Apelaciones de Antofagasta en su fallo de 26 de agosto de 2008,
causa RIT 169-2008, contra Álvarez Ramos, Alberto, por la cual rechazó un recurso de
nulidad interpuesto por la defensa en que se invocaba una errónea aplicación del
derecho por parte de la juez a quo. En este recurso la recurrente señalaba que los
hechos condenatorios eran incompatibles con el verbo rector de la figura penal del
art.291 bis del C.Penal, ya que la conducta del condenado tuvo carácter omisivo y no
positivo como lo exigiría ese tipo penal en la expresión “el que cometiere actos de
maltrato o crueldad”. La Corte estimó que, ni en el texto ni en el espíritu, la norma
referida puede restringirse exclusivamente a sancionar una conducta positiva, en
especial si se considera la indefensión en que los animales domésticos se encuentran
frente al hombre y por la cual una agresión a ellos se puede expresar en una simple
omisión (considerando segundo).
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Capítulo III

El animal como posible sujeto pasivo de delito

Ahora bien, analicemos más en detalle en qué consiste esta peculiaridad

de la norma contenida en el artículo 291 bis del Código Penal.

Si revisamos nuestro Código Penal a través de sus diversas figuras

delictuales veremos que en todas ellas se da la estructura tradicional que

incluye, entre otros elementos de dicha estructura, a un sujeto activo –el

que comete el ilícito- y un sujeto pasivo –quien padece sobre sí, ya sea

sobre su persona física, sobre su patrimonio, sobre su honra, etc.- la

acción ilícita.

El sujeto pasivo de la acción delictual suele ser llamado comúnmente

“víctima” y, por lo general, es una persona natural. Pero no

necesariamente en todos los casos. Hay muchos delitos en que el sujeto

pasivo es una persona no natural, esto es, una persona jurídica, como por

ejemplo el Estado.

Sea como sea, siempre que el legislador crea un delito, es decir, sanciona

con una pena ( pena penal ) una conducta determinada, activa u omisiva,

hay de por medio un sujeto pasivo en dicha figura penal, aunque no

aparezca mencionado expresamente, el cual puede ser una persona


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natural o una persona jurídica, como el Estado, pero siempre es una

persona, es decir, un sujeto de derecho.

Además, por otra parte, no olvidemos que en el ordenamiento jurídico

moderno se considera que, además del directamente afectado por un

delito, existe un afectado común y permanente que es la sociedad en su

totalidad ( salvo en aquellos delitos llamados de acción penal privada ),

pues cada delito penal daña, afecta y lesiona la existencia misma de la

sociedad y la convivencia que se da en ella, de ahí que sea esta última,

representada por el Estado, la que en general reacciona contra el infractor

con todo su poder, ejerciendo la acción penal pública.

La existencia del sujeto pasivo en el delito emana necesariamente de la

esencia del Derecho Penal. La sanción penal busca siempre proteger a

alguien, a una persona, pues no tiene sentido sancionar una conducta si

esa conducta no produce ningún efecto perjudicial a nadie, sea el que

sea. De este modo, la conducta sancionada tiene que tener una

relevancia jurídica, es decir, afectar de alguna manera los derechos de

alguien. La sanción penal busca proteger esos derechos, cuyo titular los

vio afectados por la conducta ilícita.

En la figura delictual contenida en el artículo 291 bis, que sanciona

penalmente la crueldad y el maltrato de los animales, al parecer, se rompe

con este principio de que toda figura delictiva busca proteger a una

persona. En el presente caso, el ente protegido sería un animal y no una

persona, porque en nuestro ordenamiento jurídico un animal no es

persona, es decir, un titular de derechos.

Si esto es realmente así, cabe preguntarse, entonces, de dónde viene

esta figura, cuál es su sentido, cuál es su razón de ser.


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La respuesta espontánea que surge, en especial cuando leemos con

atención el contenido mismo de la norma, es que se persigue proteger al

animal mismo del trato cruel, de la violencia innecesaria, de la tortura y

otras conductas del hombre que causen un sufrimiento o un daño al

animal.

No hay duda de que se busca proteger al animal de tales conductas

abominables, pero ¿acaso la interpretación de fondo de la norma implica

un reconocimiento, aunque sea tácito e incipiente, de derechos a dicho

animal? ¿Significa esto que hay aquí un reconocimiento de un derecho,

aunque sea mínimo, para el animal? ¿Un derecho a no ser torturado, por

ejemplo?

Algunos responden negativamente, pero otros lo hacen en forma

afirmativa. He ahí el fondo de nuestro debate.


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Capítulo IV

La doctrina penal chilena y la protección animal

Con el fin de evitar malentendidos, debemos aclarar desde un inicio que

no está aquí en discusión la existencia de una norma jurídica que busca

proteger al animal como individuo, pues ella positivamente existe, no se la

puede negar. Lo que está en el debate es algo ya doctrinario, que tiene

que ver con la interpretación de este tipo de normas.

Quienes niegan derechos a los animales sostienen que esta figura penal y

otras similares que se pueden hallar en legislaciones extranjeras no

tienen nada que ver con un eventual reconocimiento positivo del animal

como titular de derechos. En estas figuras delictuales -señalan- hay una

sanción penal de una conducta socialmente indeseable y que puede

dañar gravemente a esa misma sociedad. Es el hombre o la sociedad

como un todo lo que se busca proteger aquí, aunque no aparezca

mencionado un titular definido. Son los que la doctrina penal llama “delitos

sin víctima”. Figuras delictuales que sancionan conductas altamente

inmorales y que el legislador sanciona penalmente como una forma

especial de reforzar la observancia de la moralidad en una sociedad o

porque simplemente dichas conductas repugnan fuertemente a la


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conciencia civilizada. Son pocas. Por ejemplo, la figura delictual que

sancionaba hasta hace poco la sodomía consentida o voluntaria, o

actualmente el incesto y también, según ellos, el maltrato o crueldad con

los animales.

No cabe duda que siempre hay conductas aberrantes que una sociedad

determinada considera inmorales y entre ellas las más graves el legislador

suele reprimirlas con una sanción penal. Ésta sería la situación del

artículo 291 bis, según los que se oponen a interpretar esta norma como

reconociendo derechos a los animales; a saber, sería la sanción penal de

una conducta que repugna a nuestras conciencias, que atenta contra las

buenas costumbres y convierte a la larga a quien la comete –sujeto

activo- en una persona insensible, despiadada y cruel, es decir, un

peligro potencial en su trato con sus semejantes humanos.

En el punto contrario, quienes son partidarios de los animales como

sujetos de derecho, sostienen que estas normas de protección animal

implican una suerte de reconocimiento tácito de derechos a los animales.

Los penalistas chilenos tradicionales se pronuncian negativamente en

este punto.

Eduardo Novoa Monreal, cuando trata sobre algunas situaciones

especiales de sujetos pasivos de delito, señala:

“ (...) b) Los muertos no pueden ser sujetos pasivos de delito, porque no

poseen derecho alguno ni pueden ser titulares de bien jurídico. Los delitos

que aparentemente envuelven hechos atentatorios contra los muertos,

como profanación de cadáveres o violación de sepulturas ( art. 321 del C.

Penal ), en realidad ofenden el sentimiento de respeto que los vivos


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guardan por la memoria de los fallecidos; en ellos, el verdadero sujeto

pasivo lo es la colectividad y en ciertos casos la familia del difunto.

c) Tampoco los animales pueden ser sujetos pasivos de delito, por

razones idénticas a las expresadas sub b). Si la ley reprime el maltrato de

animales, aun contra los abusos del propietario mismo ( Art. 496, Nº 35

del C. Penal ), no es porque se reconozca derecho a las bestias, sino

porque actos de brutalidad de esa índole repugnan a los sentimientos

humanos y ‘desarrollan en almas groseras instintos de violencia y de

crueldad’ (Garraud). Es, por consiguiente, un interés social el que mueve

a la sanción de esos hechos.” [ NOVOA Monreal, Eduardo 1960, p. 242 ]

Luis Cousiño Mac Iver siguiendo la misma línea doctrinaria señala:

“Tampoco pueden ser sujeto pasivo de los delitos los animales, por

carecer ellos individualmente de bienes jurídicos que puedan ser

ofendidos. Si bien es efectivo que el art. 495 Nº 35 [sic] de nuestro Código

Penal castiga, como autor de falta, ‘al que se hiciere culpable de actos de

crueldad o maltrato excesivo para con los animales’, no es difícil advertir

que el verdadero sujeto pasivo, al igual que en el caso anterior, es la

comunidad social, la cual se ve herida en sus sentimientos de piedad por

lo seres irracionales.” [ COUSIÑO Mac Iver, Luis 1975, p.285 ]

Finalmente, Gustavo Labatut Glena, siguiendo la misma doctrina nos

refiere:

“Sujeto pasivo o víctima del delito es, en sentido amplio, la sociedad,

porque todo delito importa un atentado a sus condiciones normales de

existencia; y, en sentido propio, lo es el titular del bien jurídico lesionado o

puesto en peligro por la acción delictiva. Revisten, por lo tanto, dicho

carácter:
26

a) El ser humano, que puede serlo durante su vida intrauterina, por lo que

la ley sanciona el delito de aborto, y durante su existencia legal. Los

cadáveres no pueden ser sujetos pasivos del delito, porque la existencia

legal de las personas termina con la muerte. No obstante, el Código

sanciona la falta de respeto a los muertos y el art. 321 reprime la violación

de sepulturas; pero lo hace porque la ofensa a un cadáver afecta

directamente a sus deudos e indirectamente a la sociedad. Tampoco son

sujetos pasivos los animales. La ley los protege, sin embargo, en interés

del propietario o en interés público: el art. 496 Nº 35 del Código Penal

castiga los malos tratos inferidos a los animales y algunas leyes

establecen períodos de veda en la caza y en la pesca con el objeto de

evitar la extinción de especies útiles.” [ LABATUT Glena, Gustavo 1989,

p. 159 ]

Como vemos, nuestros penalistas tradicionales son concordantes en sus

doctrinas cuando interpretan la norma antecesora del art. 291 bis, a

saber, el antiguo art. 496 Nº 35 del Código Penal. Las razones son las

mismas y las esgrimen sin mayor explicación ni abundamiento, pues dan

como un asunto evidente que los animales no son personas, sujetos

pasivos de delito o titulares de bienes jurídicos tutelados por la norma

penal. Despachan la peculiar situación jurídica que se da en esta norma

penal con una simple oración: Los animales no son sujetos pasivos de

delito.

Y los fundamentos son los mismos: Los animales al no ser personas, es

decir ‘sujetos de derecho’, por exclusión en nuestro ordenamiento jurídico

la única alternativa es que los animales sean ‘objetos de derecho’, es

decir, bienes, cosas. Así, lo indica por lo demás el artículo 55 del Código
27

Civil : “Son personas todos los individuos de la especie humana,

cualquiera que sea su edad, sexo, estirpe o condición. (...)”

Aunque este artículo no dice expresamente que los individuos de otras

especies no sean personas; no obstante, de acuerdo a su sentido y a su

contexto -nuestro ordenamiento jurídico- se desprende que sólo son

personas los individuos de la especie humana. Individuos del resto de las

especies vivas no son personas, no son titulares de derechos. Por tanto,

la norma del art. 291 bis del C. Penal, siguiendo un posible razonamiento

jurídico de estos penalistas, no debe entenderse que considere a los

animales como ‘sujetos pasivos de delito’, ‘personas’, o ‘titulares de

derechos’.

De todo ello se desprendería, entonces, que el delito tipificado en el

artículo 291 bis del Código Penal sería uno de aquellos ilícitos que los

penalistas llaman ‘delitos sin víctima’, es decir, sin sujeto pasivo en

sentido propio, por lo cual la conducta típica sólo lesionaría un bien

jurídico como lo es la sensibilidad moral de las personas, las cuales

constituirían ‘un sujeto pasivo en sentido amplio’, según la distinción ya

hecha por Labatut.

Existen, como ya mencionamos antes, otros delitos sin víctima y en los

cuales también se busca tutelar la sensibilidad moral de las personas. Era

el caso de la sodomía voluntaria, conducta que fue despenalizada en el

año 1999. Y es el caso del incesto. En este último, que aún es delito, no

existe un sujeto pasivo propiamente tal, porque los partícipes en él son

sujetos activos, es decir, son personas responsables penalmente, quienes

con su conducta típica ofenden gravemente la moralidad sexual de la

comunidad.
28

Ahora bien, siguiendo la comparación, en el caso del incesto no podemos

dudar de que es un delito sin víctima y de que el bien jurídico tutelado es

la moralidad, pues no cabe duda de que la conducta que la caracteriza es

repulsiva para la gran mayoría de las personas y para la casi totalidad de

las culturas –el tabú del incesto- . Sin embargo, en el caso de la crueldad

con los animales la comparación analógica se nos dificulta, ya que, no

obstante ser la moralidad el bien jurídico tutelado en ambos casos, la

situación es totalmente distinta.

En el caso del incesto el sentimiento moral despertado es de indignación

y repugnancia moral. En este ilícito las personas de la colectividad

humana se sienten efectivamente heridas o ‘choqueadas’ en su

sensibilidad moral, se sienten efectivamente ‘víctimas’. En el caso de la

crueldad con los animales el sentimiento moral despertado es de

indignación y conmiseración. En este caso, las personas se sienten

afectadas por identificación empática con el animal maltratado, ‘sienten’

su sufrimiento, pero obviamente no se sienten ellas como víctimas sino

que perciben emocionalmente al animal como la ‘víctima’. (4)

De aquí que podamos decir con certeza que en el caso del incesto no hay

víctima, salvo la sociedad en sus sentimientos morales; pero no podemos

decir lo mismo de los actos de crueldad con los animales. Pues, si

_______________________________________________________________________________

(4) El sentido natural y obvio del delito de maltrato animal, según como la comunidad
humana lo entiende y siente, escapa a las elaboradas y sofisticadas doctrinas de los
penalistas, que buscan substraer al animal maltratado, de su carácter de víctima. Esto se
hace patente ante graves actos de crueldad en que dicho carácter ya no se puede
soslayar. Así, la Corte de Apelaciones de Valparaíso rechazó la apelación de quien
golpeara a un perro, hasta matarlo, con tal violencia que sus ojos se le salieron de sus
cuencas. Pues, aunque alegó legítima defensa (la cual no se acogió), la atenuante
aceptada de haber actuado con arrebato y obcecación, no fue suficiente para que no se
le condenara (Fallo de 11 de enero de 1995, contra Gac Solar, Yuri Alberto, Rol Nº
390087).
29

comparamos ambos ilícitos nos damos cuenta de la diferencia que nos

interesa: En el incesto no hay víctima directa porque sencillamente no la

hay. En el maltrato o crueldad con animales, no hay víctima directa

porque por razones de principios la ‘víctima’ no es considerada

propiamente una víctima.

Esta diferencia es crucial, pues nos indica la dirección en que debemos

mirar en nuestro análisis. En efecto, nuevamente caemos en un asunto de

fundamentos y principios. Es un principio el que nos impide ver en el

animal maltratado a un sujeto pasivo de este delito, y este principio

consiste en sostener que los animales no son titulares de derechos

susceptibles de tutela penal.

Todo ello, al parecer, nos lleva a ‘un callejón sin salida’. Sin embargo, de

esta situación podemos sacar la siguiente conclusión que vamos a

enunciar en una sola oración: La solución a todo este debate no la

podemos hallar en la doctrina jurídico penal. Y ello por una razón

fundamental que podemos expresar por dos vías.

En primer lugar, el Derecho Penal es un instrumento de control social, por

el cual se persigue sancionar con especial fuerza -la pena- conductas

que atentan o ponen en peligro gravemente la convivencia social. En

última instancia, es un Derecho hecho por los hombres y para los

hombres, organizados en sociedad. Por tanto, no es sorprendente que los

penalistas rechacen de un ‘plumazo’ y sin mayor análisis la pretensión de

considerar al animal no humano como un sujeto que tenga algún tipo de

titularidad sobre bienes jurídicos tutelables penalmente. Simplemente, no


30

tiene cabida en la estructura formal del Derecho Penal y de ahí que para

ellos esto sea algo evidente, que no merece mayor examen.

En segundo lugar, no es asimilable el concepto jurídico civil de ‘persona’

con el concepto jurídico penal de ‘sujeto pasivo de delito’. El elemento

común de ambos conceptos y que a su vez los distingue es el elemento

de los ‘derechos’. Se entiende en ambos casos que ‘persona’ y ‘sujeto

pasivo de delito’ comparten el carácter de la ‘titularidad de derechos’. Sin

embargo, estos ‘derechos’ no son asimilables.

En materia civil, una persona tiene una diversidad de derechos, los cuales

son casi todos positivos y patrimoniales. Por ejemplo, la persona tiene

derecho a gozar su propiedad, a la educación que contrató con una

Universidad, al salario pactado en un contrato de trabajo, a la

indemnización por un perjuicio ilícito causado a ella, a percibir alimentos,

etc., etc. Y la mayoría de ellos son parte del patrimonio de esa persona,

es decir, ingresan, una vez adquiridos, ineludiblemente a su patrimonio

como propiedad, como un bien. Por ello el titular puede ejercer respecto

de éstos todas las facultades del propietario. Puede enajenarlos,

gravarlos, cederlos, renunciarlos, en fin, ejercer el uso, el goce y la

disposición; salvo aquellos derechos que son personalísimos o que esté

prohibido realizar respecto de ellos alguna facultad o poder.

En cambio, los ‘derechos’ del sujeto pasivo de un delito y que la ley penal

busca proteger a través de la sanción penal son distintos. Tales ‘derechos’

son negativos y no son patrimoniales. No obstante que los bienes

jurídicos en ambos ámbitos son los mismos, los derechos tal como se

expresan penalmente son negativos: Derecho a no ser despojado del

patrimonio, derecho a no ser torturado, derecho a no ser violado, derecho


31

a no ser privado de la vida, derecho a no ser privado de su libertad, etc.,

etc. Junto a ello, estos ‘derechos negativos’ no son patrimoniales, es

decir, la persona no puede disponer de ellos como si fuesen bienes de su

patrimonio, ya que eso sería contrario al orden público. Salvo en aquellos

delitos de acción penal privada, que son muy pocos, la víctima o sujeto

pasivo del delito no puede entrar a negociar acuerdos con el victimario o

sujeto activo respecto del delito mismo, a menos que sea en cuanto al

aspecto civil, es decir, a la responsabilidad civil, pero nunca en cuanto a la

responsabilidad penal.

La primera consecuencia jurídica de esta diferencia es que el legislador

penal no está atado al concepto jurídico civil de ‘persona’ ( ya sea de

‘persona natural’ o de ‘persona jurídica’ ) cuando crea un delito, porque

cuando hablamos en materia civil de ‘persona’ y en lo penal de ‘sujeto

pasivo de delito’ no estamos hablando de lo mismo, como hemos visto.

Pero incluso más, dado que en todo delito, por regla general, hay siempre

un afectado común que es la sociedad, el legislador ni siquiera requiere

de la existencia de un ‘sujeto pasivo en sentido estricto’ para penalizar

una conducta.

De este modo, no hay ningún inconveniente en que el legislador penal

pueda proteger a través de una figura penal, si así lo requieren las

circunstancias histórico-sociales, a los cadáveres, a los animales, a Dios,

a la bandera nacional, a las sepulturas, a los monumentos nacionales, a

la honra de los muertos, a las piezas arqueológicas o paleontológicas,

etc., sin implicar con ello que tales entidades sean ‘personas’, civilmente

hablando, o un sujeto pasivo de delito en sentido estricto.


32

Por eso, como lo indican los mismos penalistas y lo revela el carácter de

orden público de las normas del Derecho Penal, independientemente de

que haya un titular de derechos involucrado en una figura penal, siempre

hay un sujeto pasivo del delito, en sentido amplio, y que es la sociedad,

porque todo delito importa un atentado a sus condiciones normales de

existencia, como lo señalaba expresamente Gustavo Labatut en la cita

que anteriormente hicimos de él.

Por ello, entonces, el legislador no necesita que haya una víctima o sujeto

pasivo, en sentido propio, para penalizar una conducta; basta que ella

atente gravemente contra las condiciones normales de existencia y

convivencia de la sociedad.

Por tanto, podemos concluir de estas consideraciones que la protección

que la ley penal da a ciertas entidades que pueden verse afectadas por

una conducta antisocial no implica que el legislador tácitamente diga que

esas entidades sean personas, pero tampoco indica que no lo sean. En

otras palabras, no hay necesariamente una atribución o reconocimiento

de ‘derechos’ o de ‘personalidad’, como sea que entendamos estas

palabras, cuando alguien o algo es tutelado penalmente. En el fondo, el

legislador penal no se pronuncia al respecto, porque su objetivo es otro:

Sancionar penalmente conductas o situaciones que atenten gravemente

contra la convivencia social.


33

Capítulo V

La moralidad como fuente material del

Derecho y la protección animal

No obstante lo anterior, ello no significa necesariamente que nuestra

pregunta fundamental, sobre si los animales tienen derechos, no tenga

sentido. Lo único que se desprende de nuestras precisiones y

consideraciones es que nuestra interrogante no puede ser planteada en

un contexto puramente formal, es decir, preguntándonos dentro de la

doctrina jurídico penal si el hecho de que el animal sea penalmente

protegido implique necesariamente que sea titular de derechos.

El contexto correcto es otro y tiene que ver, más bien, con las posibles

motivaciones del legislador, a saber, hasta qué punto es posible que

convicciones de carácter moral en tal sentido –esto es, el animal como

titular de derechos- puedan justificar y motivar el proteger penalmente a

los animales.

Debemos indagar esta posibilidad en el ámbito material del Derecho

Penal, pues el derecho en general tiene también un elemento material,

que le da contenido a sus normas. Es lo que la doctrina llama las ‘fuentes

reales o materiales’ del Derecho. Ellas “son los factores históricos,

políticos, sociales, económicos, culturales, éticos, religiosos, etc., que


34

influyen en la creación y contenido de las normas jurídicas.” [PACHECO,

Máximo 1990, p. 316 ] Y dado que no cabe duda de que el interés y el

contenido de la norma que sanciona penalmente el maltrato de los

animales proviene del ámbito moral (5), ya que no está en juego aspectos

económicos, ecológicos, políticos o de otra índole similar, debemos

indagar allí, en lo moral, si tiene sentido hablar del animal no humano

como titular de derechos, dignos de ser protegidos.

Este enfoque moral coincide plenamente con el trabajo intelectual que se

viene realizando en el mundo desde los años setenta respecto del tema

de los derechos de los animales. Los principales autores que tratan el

tema son investigadores y académicos de filosofía moral. Y sus trabajos

tienen precisamente ese enfoque.

Es importante, entonces, tener claro que todo el debate que analizaremos

de aquí en adelante sobre este tema se da en categorías morales, y no

necesariamente jurídicas. Tener claro esto desde un principio nos evitará

malentendidos. Y ello porque el Derecho y la Moral se valen de las

mismas palabras para expresar, argumentar y explicar sus respectivas

doctrinas. Por lo cual sería fácil confundirse, ya que tanto en lo moral

como en lo jurídico se habla de ‘derechos’, ‘deberes’, ‘justicia’,

‘obligación’, ‘norma’, ‘sujeto’, ‘persona’, ‘licitud’, ‘legitimidad’, etc. Pero,

cada una de estas palabras tiene en cada ámbito significado distinto.

(5) Así lo entiende también la Corte de Apelaciones de Concepción, cuando acoge un


recurso de protección interpuesto contra el Director y otro funcionario del Servicio de
Salud de esa ciudad, responsables del exterminio de perros vagos en la vía pública con
el dolorosísimo método de envenenamiento con estricnina: “Esta repulsión a una
conducta contraria a la moral no sólo debe informar y presidir las acciones de los
hombres (y de las mujeres), sino que también las de la autoridad pública.” (Fallo de 16
de junio de 1999, Rol Nº 2161-1999, considerando 13º)
35

Derechos morales

Uno de los puntos a este respecto que más cuestionamiento suscita es el

que tiene que ver con la existencia de ‘derechos morales’.

Se sostiene que los únicos derechos propiamente tales son los que la ley

le reconoce a las personas, esto es, los derechos legales (derechos

subjetivos), y que no tiene mucho sentido hablar de ‘derechos morales’.

Los derechos –agregan- por su propia naturaleza tienen que ser precisos

en cuanto a su contenido y a su titular, tienen que implicar

necesariamente una obligación para otra persona -bilateralidad-, tienen

que traer aparejado un mecanismo coactivo de cumplimiento –de lo

contrario serían una pura declaración-, etc., etc. En cambio, un supuesto

‘derecho moral’ es impreciso y amorfo en cuanto a su contenido –pues a

menudo consiste en un principio ético o en un valor moral- , casi siempre

una pretensión moral de alguien no implica una obligación para nadie

-pues sólo obliga en conciencia-, carece, además, de cumplimiento

forzado, sólo el remordimiento del infractor, etc.

Todo ello es cierto. Pero, debemos darnos cuenta que estas diferencias

corresponden a las diferencias que desde siempre han existido entre el

Derecho y la Moral. Por lo cual, si negamos la existencia de ‘derechos

morales’ por éstas y otras razones similares tendríamos que negar

también la existencia de la Moral misma.

Por tanto, el punto aquí no tiene que ver con la existencia de ‘derechos

morales’ sino con la procedencia o no de que a las ‘pretensiones morales’

de alguien se las pueda llamar ‘derechos morales’. De este modo, si

podemos establecer alguna similitud importante entre los derechos


36

subjetivos (legales) y las pretensiones morales de las personas, sin duda

que podremos legítimamente hablar de ‘derechos morales’.

Y ello es así, pues uno de los rasgos fundamentales de los derechos

subjetivos es que consiste en una facultad o poder tutelados en su

ejercicio por el poder público. Es en el fondo, una pretensión de alguien

que adquiere reconocimiento de la autoridad pública a través del

contenido de una ley y/o una sentencia, con la posibilidad cierta de obligar

a cualquiera al respeto de esa pretensión por la fuerza pública.

Así, también, en las pretensiones morales de alguien -es decir, cuando

no hay esta tutela legal-, el individuo particular exige el reconocimiento y

la protección de un determinado valor o principio morales, impetrando

ante las conciencias de sus semejantes.

En ambos casos se da una situación en que se pretende establecer un

perímetro protector en torno a bienes o valores de una persona, ya sea

cuando se reclama por lo injusto o inmoral de una acción o por lo ilegal de

la misma. Con la diferencia de que en el segundo caso se puede accionar

legalmente para lograr forzadamente su respeto.

Como lo observa Jean-Yves Goffi : “En virtud de una suerte de positivismo

jurídico espontáneo, la idea de derecho moral es difícil de comprender.

Se está espontáneamente inclinado a pensar, por el contrario, que está

por un lado la ley, promulgada por las autoridades competentes y quienes

constriñen por el recurso eventual a la fuerza pública, y que está por el

otro lado la moral, ordenando ante todo en el fuero interno. Esta última

puede obligar, pero no sanciona de otro modo que por el remordimiento o

por la mala conciencia. En resumen, se tiene la tendencia a pensar que

incluso si el contenido de lo justo resulta ser el mismo en la ley y en la


37

moral, es un poco por accidente : Lo que cuenta verdaderamente es que

la referencia a lo justo no es la misma. (...) Uno puede responder como

sigue a este género de perplejidad. Sea lo que sean los derechos ( y

cuáles ellos sean ), se piensa que ellos tienen por función imponer ciertos

límites a las acciones susceptibles de ser emprendidas con respecto al

titular de esos derechos. Según la fórmula de J. Jarvis Thomson, un

derecho es una coacción conductual (a behavioral constraint). La idea

esencial es que uno puede tratar a su gusto a una entidad desprovista de

derechos, que no existen límites a lo que puede hacerse en lo que a ella

concierne. (...) Los derechos, por el contrario, imponen restricciones

fundadas sobre normas: Decir que éste o aquél tiene un derecho, es decir

que no se le debe tratar de tal o cual forma, aun cuando ello fuera posible

y conveniente. La imagen del perímetro protector se comprende,

entonces, perfectamente. Si se piensa que vale la pena establecer un tal

perímetro protector, esto quiere decir que se piensa que él está destinado

a proteger una entidad que tiene un valor en sí misma, o que ha sido

valorizada positivamente después de un proceso cualquiera. “ [ GOFFI,

Jean-Yves 1994, pp. 27 s.]

Como lo dice Goffi, tras todo derecho en general hay una valorización de

una entidad y, en particular, en el caso de los derechos legales el

legislador la ha estimado digna de protección jurídica. Esta protección

jurídica puede llegar a consistir en una sanción civil –la responsabilidad

civil o el cumplimiento forzado- o en una sanción penal –un castigo

además de la sanción civil-, todo ello dependiendo del grado de

valorización que se dé en la sociedad a la entidad que se protege.


38

Esta misma forma de valorización se da también en un derecho moral,

aunque por razones obvias no cuenta con los mecanismos efectivos de

sanción propios de la norma jurídica; pero, no obstante ello, tiene sentido

que el contenido de un derecho moral y uno legal pueda ser el mismo.

Pues, en virtud de esta carencia de sanción eficaz de un derecho moral, a

veces una sociedad reconoce jurídicamente el contenido de este derecho

moral y lo reviste de sanción jurídica, haciéndolo un derecho legal.

Y ello como una forma de reforzar la moralidad por un medio que

garantice su obediencia. Estos son los casos en que la moral se

transforma en fuente material del derecho.

En fin, si no existiesen derechos morales no tendría explicación el

progreso jurídico que se da en una sociedad, pues muchas veces un

Estado mejora su ordenamiento jurídico bajo la presión y la protesta de la

gente que busca que se derogue una ley vigente que considera injusta o

inicua. O, a la inversa, dicha presión y protesta va dirigida a obtener la

creación de una ley que aún no existe, pero que la gente considera

necesaria por razones de justicia.

En ambos casos la gente tiene en mente derechos morales, los cuales, en

el primer caso, la gente los ve atropellados por las leyes positivas y, en el

segundo caso, ve que no son reconocidos por el ordenamiento jurídico,

siendo necesario que ello fuera así. En todas estas situaciones, que

suelen ser bastante frecuentes, la gente habla y juzga desde la moralidad.

No está demás decir que no estamos aquí planteando que la moral

consista en una suerte de ‘derecho natural’, una especie de derecho

paralelo al derecho positivo. Por ningún motivo. El derecho y la moral son

cuerpos normativos que tienen sus propios fines, características y


39

ámbitos. Sólo afirmamos que a veces el derecho y la moral se tocan y una

forma especial de este encuentro se da cuando la moralidad se

transforma en una fuente material del derecho.

El rechazo moral del maltrato animal y la explotación animal

Ahora bien, entrando en tema, no existe ningún autor que hayamos leído

que no reconozca expresa o tácitamente que el maltrato o los tratos

crueles contra los animales, como el torturarlos por ejemplo, no repugne

nuestros sentimientos morales. Experimentamos todos en forma

espontánea una intuición moral de que estas conductas son inaceptables.

Sin embargo, más de alguien podría preguntarse de qué clase de maltrato

estamos hablando, si en general el hombre trata bien a los animales. Las

personas en general aman los animales y los que tienen animales de

compañía los cuidan y los miman como si fueran sus propios hijos.

Permítasenos, por tanto, hacer un pequeño ‘excursus’ sobre este punto

antes de seguir adelante.

Ante todo debemos señalar que la actual preocupación moral por los

animales no surge de una preocupación ociosa de un grupo de

intelectuales, ni de los obscuros intentos de algunos grupos de izquierda

por fastidiar al sistema político y económico imperante.

La preocupación moral por los animales surge del conocimiento y

conciencia del sufrimiento que éstos padecen en las diversas formas de

explotación animal. No se trata, entonces, sólo de algunas situaciones

anecdóticas donde un particular golpea a su perro en forma brutal, sino de

un sufrimiento permanente y sistemático que millones de animales sufren

en el mundo.
40

Constituye una situación bastante extraña que nosotros, los seres

humanos, que en general amamos los animales, sin embargo, vivamos de

su explotación sin tomar en cuenta su sufrimiento. Es lo que el autor y

académico norteamericano, Gary Francione, denomina nuestra

esquizofrenia moral respecto de los animales:

“Nosotros aceptamos como un asunto incontrovertible que por el solo

hecho de que los animales son sensitivos –de que ellos son capaces de

sufrir- nosotros tenemos una obligación moral y legal directa de no infligir

a ellos sufrimiento innecesario. Aunque, nosotros no siempre podemos

estar de acuerdo respecto de qué constituye sufrimiento necesario, es

claro que si el principio de tratamiento humanitario va a tener algún

significado, debe excluir el infligir sufrimiento con propósitos de nuestra

propia diversión, placer o conveniencia. Sin embargo, el más significativo

número de los animales que utilizamos –para alimento- son criados y

muertos simplemente porque obtenemos placer al comerlos. Otra

importante utilización del animal –caza y pesca deportivas,

entretenimiento y moda- también entra en conflicto con la prohibición

contra el sufrimiento innecesario. No obstante que nosotros podamos

preferir a los humanos por sobre los animales en situaciones de

verdadera emergencia o conflicto, nuestra decisión de comer carne, asistir

a un rodeo, ir de caza o comprar un abrigo de piel, es simplemente no

comparable a una situación en la cual estemos confrontados con la

decisión de salvar al humano o al animal de una casa que se incendia.”

[FRANCIONE, Gary 2000, p. 30 ]

Pero, a fin de evitar que alguien piense que se exagera el sufrimiento

animal, producto de la explotación animal por parte de los humanos,


41

vamos a citar a algunos autores, que mejor documentados, pueden

hablarnos de esta situación de hecho que existe en el mundo de hoy y

que la gran mayoría ignora o desea ignorar, y de este modo borrar la

impresión, que muchos tienen, de que el movimiento en favor de los

animales está integrado nada más que por un grupo de fanáticos, de

“snobs” o de meros seguidores de una moda.

Comencemos con la explotación animal más frívola e injustificable, la

industria cosmética : “Muchos fabricantes de productos cosméticos y para

el hogar, como pintalabios y detergentes, someten sus productos a

innumerables pruebas y experimentos dolorosísimos, de los que son

víctimas inocentes millones de conejos, cobayas y otros mamíferos

sensibles, sometidos a torturas y mutilaciones rutinarias. Uno de los

experimentos más frecuentes es la prueba o test de Draize. Consiste en

aplicar dosis exageradas del producto ( por ejemplo, champú ) a uno de

los ojos de un conejo inmovilizado por el cuello hasta producir úlceras,

llagas, hemorragias y ceguera, mientras el otro ojo sirve de control

comparativo. El conejo, enloquecido de dolor atroz, a veces se rompe la

columna vertebral tratando de liberarse y escapar. En otras pruebas ( las

de dosis letal ) se obliga a los animales a ingerir detergentes y otros

productos nocivos, y se observan sus reacciones ( convulsiones,

erupciones cutáneas, diarreas, etc. ). Parece obvio que la

experimentación dolorosa con animales para fines meramente cosméticos

o de limpieza es innecesaria y debería estar prohibida ( en vez de

requerida por la ley, como ocurre en algunos países ).” [ MOSTERÍN,

Jesús 1998, p. 231 ]


42

Fot. 1 Conejos empleados en la prueba de Draize.

En cuanto a la otra forma de experimentación con animales, la que se da

en la investigación científica, se sostiene que es una experimentación

necesaria para el bienestar del hombre y que no puede evitarse, pues el

sufrimiento animal evita el sufrimiento futuro del hombre. Al respecto Peter

Singer señala: “Entre las decenas de millones de experimentos

realizados, sólo unos cuantos contribuyen a la investigación médica

importante. En las universidades, facultades como las de agronomía y

psicología utilizan cantidades ingentes de animales, y muchos más son

utilizados con fines comerciales como probar cosméticos nuevos,

champúes, colorantes alimentarios y otros productos que no son

esenciales. Todo esto puede seguir ocurriendo sólo por el prejuicio que

nos impide tomarnos en serio el sufrimiento de un ser que no pertenece a

nuestra misma especie. El típico defensor de los experimentos con

animales no niega que sufran. No puede negar este sufrimiento porque

necesita poner de relieve las semejanzas entre los humanos y otros

animales para sostener que sus experimentos pueden ser relevantes para

propósitos humanos. El investigador que fuerza a unas ratas a escoger

entre morirse de hambre o el electrochoque para ver si desarrollan

úlceras ( y sí las desarrollan ), lo hace porque sabe que la rata tiene un

sistema nervioso muy parecido al del ser humano, y se supone que siente
43

un electrochoque de manera similar. La oposición contra los experimentos

con animales ha existido durante mucho tiempo, pero ha progresado poco

debido a que los realizadores de los experimentos, apoyados por las

compañías comerciales que obtienen un beneficio proporcionando los

animales de laboratorio y el equipo, han sido capaces de convencer a los

legisladores y al público de que la oposición proviene de fanáticos

ignorantes que consideran más importantes los intereses de los animales

que los de los seres humanos. Pero oponerse a lo que está sucediendo

hoy no implica insistir en que se suspendan todos los experimentos

inmediatamente. Basta con decir que se suspendan aquellos

experimentos que no cumplan un objetivo directo y urgente, y que en los

demás campos de investigación se sustituyan, siempre que sea posible,

los experimentos que requieren animales por métodos alternativos que no

los necesiten.” [SINGER, Peter 1999 a, pp.76 s.]

Fot. 2 Gato utilizado en experimentación científica

En cuanto a la forma de explotación animal más extendida y común entre

los seres humanos está la crianza y matanza de animales para alimento.

Mientras fue una crianza hecha en granjas y en otras formas ‘artesanales’

el sufrimiento animal fue quizá mínimo y excepcional, pero con la llegada


44

de la industrialización el sufrimiento animal se hizo permanente y

sistemático:

“La mayor parte de la ganadería intensiva actual es completamente

inmoral, pues impide que los animales tengan vidas mínimamente

aceptables y felices, confinándolos en espacios pequeños en los que

apenas pueden moverse, separando a las madres de las crías, y, en

general, tratando sin respeto alguno a los animales, como si fueran meras

máquinas de convertir vegetales en carne.

Por ejemplo, para producir carne blanca de ternera se separa a la

ternerilla de su madre cuando sólo tiene una o dos semanas y más la

necesita, se la introduce en un cajón de madera y se la ata de tal modo

que no se pueda mover, y ni siquiera tumbarse, condenada a la soledad,

a la penumbra y a una alimentación antinatural y sin fibra.

Muchos establos intensivos actuales de vacas y de cerdos son meros

campos de concentración de animales, donde éstos sufren mientras

viven, confinados a cubículos en los que no pueden moverse ni

desarrollar ninguna de las actividades de su vida natural, para la que

están genéticamente preprogramados.” [MOSTERÍN, Jesús 1998, pp.

245 s. ]

La avicultura es el caso más extremo en la industria del alimento:

“La avicultura es quizá la rama de la ganadería donde el desprecio de los

animales y la cruel desnaturalización de sus condiciones de vida más

lejos han llegado. Tradicionalmente, las gallinas vivían en corrales

abiertos junto a las casas de campo, correteando y picoteando el suelo a

su alrededor en busca de gusanos e insectos, tomando baños de tierra y


45

Fot. 3 Gallinas apiñadas en jaulas llamadas “baterías”.

protegiendo a sus polluelos. Normalmente cuidaba de ellas la mujer del

granjero. Sin embargo, desde los años cincuenta se ha ido extendiendo

un sistema de estabulación abusiva en grandes naves industriales, donde

las gallinas han sido degradadas a meras máquinas de poner huevos,

olvidando que son animales, no máquinas.

Nada más nacer, se aparta brutalmente a los polluelos de su madre. A

muchos se les corta el pico con un cuchillo al rojo vivo, para minimizar el

canibalismo en las posteriores condiciones de hacinamiento que les

esperan. Este corte es muy doloroso, pues entre la córnea y el hueso hay

una capa de tejido blando extremadamente sensible. Además, esa

mutilación en un órgano tan sensible del ave produce dolores crónicos y

trastoca todo su comportamiento natural. Las gallinas ponedoras jóvenes

son criadas en jaulas especiales con paja hasta las 18 semanas, a partir

de las cuales son encerradas en baterías para el resto de sus vidas. Unas

cinco gallinas son apiñadas en una jaula de apenas un cuarto de metro


46

cuadrado. En su estado natural, las gallinas se pasan el día correteando,

picoteando y escarbando el suelo en busca de comida, dándose baños de

tierra y construyendo sus nidos para la puesta. Las gallinas en las

baterías, condenadas a la inmovilidad y la frustración, sin espacio para

estirar siquiera las alas, en las que las llagas van sustituyendo a las

plumas, se picotean unas a otras dentro de la minijaula. Las jaulas se

amontonan unas sobre otras en varios pisos. Los suelos y paredes son de

alambre, para facilitar la caída de los excrementos. Las gallinas se frotan

desesperadamente contra los alambres, tratando de remedar el modo de

vida para el que están genéticamente programadas.” [ MOSTERÍN, Jesús

1998, pp. 248 s. ]

Pero esto no es todo, así como a la ternerilla se la somete a un régimen

indigno para que los “gourmets” saboreen una carne tierna y blanca,

como les gusta, otros animales también son tratados en forma similar:

“Aunque globalmente poco importante, no hay que dejar de mencionar

aquí la tortura de animales con fines gastronómicos, es decir, para

satisfacer el capricho de presuntos gourmets sin escrúpulos. En Asia

oriental hay varias “granjas” en las que se mantiene a osos en situación

de extrema crueldad para extraerles la bilis dolorosamente. A algunos se

les han amputado parte de las patas delanteras, para la confección de un

plato tradicional carísimo, la sopa de garras de oso, servida en

establecimientos de lujo.

Más próximo a nosotros es el caso del foie gras francés. Los gansos son

alimentados contra su voluntad y su naturaleza y reciben enormes

cantidades de maíz engrasado, con la intención de echar a perder su

hígado. El automatismo de cierre de su garganta se ve forzado por la


47

inserción de un tubo, por el que se introduce a presión una cantidad

exagerada de granos y grasas. El tubo penetra 40 centímetros en su

cuello, hasta depositar el maíz embadurnado de grasa en el esófago del

animal, al que se le impide regurgitarlo, como le pide el cuerpo. Así se

consigue que el hígado del ganso enferme gravemente y se llene de

grasa. Ese hígado enfermo y grasiento, cocido y condimentado, da lugar

al foie gras auténtico. Se trata de un proceso prohibido en ciertos países

(como Alemania ), pero practicado sobre todo en Francia.” [MOSTERÍN,

Jesús 1998, pp. 257 s. ]

Fot. 4 Ganso sometido al proceso de producción del foie gras.

Si salimos del ámbito de la alimentación humana, sobre la cual sólo

hemos dado algunos ejemplos, y pasamos al área de la diversión

humana, la cosa se pone igual de escabrosa. No pensemos en la caza


48

deportiva que en sí misma es toda una aberración, pues es en sí mismo

inmoral matar por diversión, sino que veamos algunas formas crueles e

inaceptables de ella:

“El mal moral que consiste en el sufrimiento provocado por una

interferencia humana innecesaria se manifiesta de modo lamentable en

las formas crueles de caza, en las que no sólo se mata al animal, sino

además se lo somete a tortura previa. Es el caso del trampeo o uso de

trampas, cepos y lazos metálicos para capturar animales salvajes, en que

las presas quedan permanentemente heridas o mutiladas o agonizan

lentamente. Los cepos son como las minas antipersonales, que matan o

mutilan por igual a beligerantes e inocentes, a animales perseguidos y a

otros que pasan por allí por casualidad.” [ MOSTERÍN, Jesús 1998, pp.

287 s. ]

Fot. 5 Zorro apresado en una trampa metálica

Hemos dejado para el final una práctica que se ha ido desterrando de la

mayoría de los países civilizados, pero que desgraciadamente todavía

persiste en algunas naciones que pretenden con ella mantener una de


49

sus “tradiciones”. Se trata de la tauromaquia o la corrida de toros, que aún

se practica en España, México, Colombia, Ecuador y Perú. En el resto de

países hispanoamericanos esta práctica fue abolida junto con la

esclavitud cuando los liberales republicanos llegaron al poder en el siglo

XIX.

Nuestro autor español, Jesús Mosterín (1941), así nos habla de ella en

un capítulo que intitula genialmente como “la tortura como espectáculo”:

“En la corrida, la tortura del toro empieza ya antes de que el inocente

bóvido salga al ruedo. A veces se le untan los ojos de vaselina para

dificultar su visión ( ya de por sí mala ), se introduce algodón de estopa

profundamente en su nariz para dificultar su respiración, se le golpean los

riñones con sacos terreros para reducir su fuerza, se le liman o afeitan las

puntas de las astas, etc. Toda esta “preparación” no está prevista en el

reglamento, pero como no se realiza a la vista del público nadie dice

nada. Lo que ocurre es que luego, durante la corrida, los toros están tan

debilitados que con frecuencia se caen al suelo por sí solos, provocando

las protestas de los aficionados. De hecho, los críticos taurinos suelen

considerar que el principal problema de las corridas actuales es la

inusitada frecuencia con que los toros se caen.

Una vez acabada la “preparación”, el toro tiene que salir del toril al ruedo.

En realidad, este pacífico herbívoro está asustado y no tiene ningunas

ganas de salir al ruedo ni de atacar a nadie. Todo lo que desea es que lo

dejen en paz y volver a pastar hierba. Por eso, en el momento de salir, se

le clava “la divisa”, para que salga disparado por el dolor. Inmediatamente

siguen unas faenas de capote, en las cuales el torero da unos pases

vistosos al toro, todavía relativamente entero. Es el único momento de la


50

fiesta taurina que una persona sensible puede contemplar sin sentir ganas

de vomitar. A partir de ahí empieza el infierno, dividido en tres “tercios”.

En el primer tercio o tercio de varas, según el reglamento taurino

promulgado bajo Corcuera, “el toro será sometido al castigo apropiado”.

(...) El matador da instrucciones al picador para que “castigue” al toro, es

decir, para que le rompa los músculos del cuello y la espalda. (...)

Apalancado en su enorme caballo acorazado, perfora una y otra vez con

su vara o pica a su víctima. Busca el sitio de un anterior puyazo y sigue

barrenando, es decir, moviendo circularmente la pica, que penetra hasta

40 cm en el animal, destrozando sus músculos, mientras chorrea sangre.

Fot. 6 Picador ejecutando su “faena”.

(…) Después del tercio de varas viene el de banderillas. Al animal

descuartizado por el picador todavía se le clavan una serie de harpones

[sic] ( llamados banderillas ) en el dorso, para que siga sangrando y la

tortura no se acabe tan pronto. (...)


51

No sigamos con detalles escabrosos. En cualquier caso, en el último

tercio llega por fin el momento de matar al toro, que si se hace bien, de

una estocada limpia que le alcance el corazón, será el único momento de

piedad de la corrida, poniendo fin al sufrimiento del animal.” [ MOSTERÍN,

Jesús 1998, pp. 268 - 272 ]

Si tuviésemos tiempo y ganas podríamos seguir dando ejemplos sobre el

maltrato sistemático de los animales a manos del hombre, pero creo que

con estos casos escogidos bastará para convencer hasta el más reticente

de que el tema es, a lo menos, serio y nuestra preocupación justificada.

De todos modos, para quien le interese profundizar este punto, el libro de

Peter Singer, ‘Liberación Animal’, es un texto detallado, extenso y bien

documentado sobre estas formas de tratos crueles que se dan en

particular en la experimentación animal y en la granja industrial.

No creo que exista alguien que sabiendo de estos detalles no reconozca

que este maltrato sistemático contra los animales no repugne a nuestros

sentimientos morales. Intuimos en forma espontánea que esas conductas

son incorrectas desde el punto de vista moral. Sin embargo, esta

coincidencia casi universal desaparece cuando se intenta justificar o dar

cuenta de las razones de la existencia de esta norma moral que prohibiría

estos maltratos.
52

Capítulo VI

La visión moral tradicional: La visión de los deberes

morales indirectos hacia los animales.

[ Santo Tomás de Aquino e Immanuel Kant ]

Como decíamos, existe un consenso casi universal en cuanto a que los

maltratos y tratos crueles contra los animales merecen nuestra condena

moral. Por lo mismo, casi nadie desconoce la validez de la norma moral

que los prohibe categóricamente.

Sin embargo, este consenso general se rompe cuando se trata de

entender las razones que justifican la existencia de este tipo de normas,

puesto que no hay una única posición al respecto. En efecto, hay más de

una visión de estas normas morales que condenan el maltrato animal.

Comencemos con la interpretación o visión tradicional que se hace de

estos preceptos. La llamamos ‘tradicional’ porque es la actualmente

aceptada en nuestra cultura occidental y porque ha sido heredada

después de una larga tradición religiosa y filosófica. Por otra parte, los

especialistas en estos temas la llaman también la ‘visión de los deberes

morales indirectos hacia los animales’. Ello por las razones que a

continuación se exponen.
53

En esta visión curiosamente nos encontramos en una situación similar a la

situación jurídica que ya habíamos analizado, pues se reconoce la

inmoralidad del maltrato y crueldad hacia los animales, pero, sin embargo,

no se consideran estas normas como un deber moral directo hacia estos

animales, debido fundamentalmente a un asunto de principios: Los

animales no son sujetos morales.

Así, la posición tradicional ha sido sostener que la norma moral que

condena la crueldad hacia los animales no implica considerar a éstos

como sujetos morales. Es decir, a los animales no humanos se les debe

respeto en la medida de que no se les debe hacer sufrir

innecesariamente, torturar por ejemplo, pero no porque sean personas

–sujetos morales-, sino porque esas conductas crueles son nocivas en el

fondo para el hombre. Es el hombre el que es protegido a través de estas

normas morales, y sólo indirectamente los animales. Es por esto que los

autores han dado en llamarla la ‘visión de los deberes indirectos hacia los

animales’.

Dos representantes destacan sosteniendo esta posición moral. Ellos son

Santo Tomás de Aquino ( 1225 – 1274 ) e Immanuel Kant ( 1724 –

1804 ).

Santo Tomás se refiere a este punto en su obra ‘Suma contra Gentiles’,

en el capítulo 112 del libro 3º, cuyo título es : “Que las creaturas

racionales se gobiernan por ellas mismas, pero las demás en orden a

aquéllas”.

En este capítulo en particular este teólogo y filósofo da varios argumentos,

en forma paralela, para probar que existe una jerarquía entre los diversos

seres de la creación, donde el ser inferior se ordena y se subordina al que


54

es superior y con ello busca justificar la utilización del primero por parte

del segundo. Aquí sólo reproducimos dos de estos argumentos, además

de la conclusión:

“(...) Siempre que haya cosas ordenadas a un fin, si entre ellas hay

algunas que no puedan llegar a él por sí mismas, es preciso ordenarlas a

aquellas que lo alcanzan, que son las que por sí mismas se ordenan a él,

como el fin del ejército es la victoria, que los soldados alcanzan por su

propio acto peleando; de donde en el ejército, los soldados son buscados

por sí, y todos los otros hombres, destinados a los otros oficios, como a

guardar los caballos, a preparar las armas, se buscan en atención a los

soldados. Ahora bien, consta por lo expuesto que el fin último del universo

es Dios, a quien sólo la criatura intelectual puede alcanzar en sí mismo,

es decir, conociéndole y amándole, como se ve por lo dicho. Luego

únicamente la criatura intelectual es buscada por sí misma, y las demás,

para ella.

(...) El comportamiento de cada cosa en el curso de la naturaleza, revela

su condición natural. Y así vemos que, en la marcha natural de las cosas,

la sustancia intelectual se sirve de todas ellas en orden a sí, bien para

perfeccionar su entendimiento, puesto que en ellas busca la verdad, o

bien para ejercitar su virtud y desarrollar su ciencia, a la manera como el

artífice traduce en la materia corpórea su concepción artística, o también

para mantenimiento de su cuerpo, que está unido al alma intelectual,

como vemos en los hombres. Es evidente, pues, que todas las cosas son

gobernadas por Dios en orden a las sustancias intelectuales.

(...) Con estas razones se refuta el error de quienes afirman que el

hombre peca si mata a los animales brutos, pues, dentro del orden
55

natural, la providencia divina los ha puesto al servicio del hombre. Luego

el hombre se sirve justamente de los mismos, matándolos o empleándolos

para otra cosa. Por esto dijo el Señor a Noé: Cuanto vive y se mueve os

servirá de comida, como también toda verdura.

Mas si en las Sagradas Escrituras se encuentran ciertas prohibiciones de

cometer crueldades con los animales, como la de no matar al ave con

crías, ello obedece a apartar el ánimo del hombre de practicar la crueldad

con sus semejantes, no sucediera que alguien, siendo cruel con los

animales, lo fuera también con los hombres, o porque el mal ocasionado a

los animales redunda en daño temporal para el hombre que lo hace o

para otro, o por alguna significación, como aquello que expone el Apóstol

de no poner bozal al buey que trilla.”

[ Tomás de Aquino; Suma contra los Gentiles, libro 3º, capítulo 112;

traducción de L. Robles y A. Robles, B.A.C., Madrid, 1967-8. Reproducido

en la revista “Teorema” vol. XVIII/3, 1999, pp. 164-6 ]

En este texto Santo Tomás deja en claro su doctrina de que a los

animales brutos ( no humanos ) no se les debe respeto de su vida o

integridad física en virtud de ellos mismos, ya que siguiendo la visión

jerarquizada de los entes del Universo, común al medioevo, los animales

brutos en cuanto carentes de intelecto son inferiores y, por tanto,

ordenados al bien de los seres superiores, en este caso, los que tienen

intelecto, por ejemplo los hombres. A estos últimos, luego, sí se les debe

respeto a su vida porque son personas, sujetos de derechos morales, y

son personas porque tienen intelecto, atributo que los hace superiores al

resto de los animales.


56

De ello concluye Santo Tomás que la condena moral de la crueldad

contra los animales no proviene del hecho de que éstos posean derechos

morales, ya que no los tienen, pues no son personas, sino porque el

maltratar al animal bruto, en última instancia, es el hombre mismo el

perjudicado, ya sea porque el animal es propiedad de alguien o porque el

acto de maltratar envilece al que así actúa, siendo ello peligroso para sus

semejantes humanos.

Como vemos, ésa es la esencia de la visión de los deberes morales

indirectos hacia los animales. Se les respeta solamente en función del

bienestar del hombre, ya sea de su patrimonio o su persona.

Habiendo visto la posición del más importante filósofo medioeval

occidental, veamos ahora la posición de uno de los máximos

representantes de la filosofía moderna, como lo es Immanuel Kant :

“ [De los deberes para con los animales ] Ahora bien, como los animales

existen únicamente en tanto que medios y no por su propia voluntad en la

medida en que no tienen consciencia de sí mismos, mientras que el

hombre constituye el fin y en su caso no cabe preguntar: ‘¿por qué existe

el hombre?’, cosa que sí sucede con respecto a los animales, no tenemos

por lo tanto ningún deber para con ellos de modo inmediato; los deberes

para con los animales no representan sino deberes indirectos para con la

humanidad. Dado que la naturaleza animal es análoga a la humana,

observamos deberes hacia la humanidad, cuando por analogía los

observamos hacia los animales y promovemos con ello de modo indirecto

nuestros deberes hacia la humanidad. Así por ejemplo, cuando un perro

ha servido durante mucho tiempo fielmente a su amo, he de considerar

esos servicios prestados como análogos a los humanos, por lo que debo
57

retribuírselos y procurarle un sustento hasta el final de sus días cuando ya

no pueda servirme más, en tanto que con este comportamiento secundo

mis deberes hacia la humanidad tal y como estoy obligado a hacer. Por

consiguiente, si las acciones de los animales proceden del mismo

principio que las humanas y son análogas a éstas, tenemos deberes para

con los animales, puesto que con ellos promovemos indirectamente los

deberes para con la humanidad. Según esto, cuando alguien manda

sacrificar a su perro porque ya no puede seguir ganándose el sustento, no

contraviene en absoluto deber alguno para con el perro, habida cuenta de

que éste no es capaz de juzgar tal cosa, pero sí atenta con ello contra la

afabilidad y el carácter humanitario en cuanto tales, cosas que debe

practicar en atención a los deberes humanos. Para no desarraigar estos

deberes humanos, el hombre ha de ejercitar su compasión con los

animales, pues aquel que se comporta cruelmente con ellos posee

asimismo un corazón endurecido para con sus congéneres. Se puede,

pues, conocer el corazón humano a partir de su relación con los animales.

(...) Leibniz volvió a colocar al gusanillo que había observado sobre la

hoja del árbol de donde lo tomara, evitando causarle daño alguno. Sin

duda, hubiese lamentado destruir a esa criatura sin razón alguna; es ésta

una ternura que acaba por calar en el hombre. En Inglaterra no pueden

formar parte de los tribunales como uno de los doce miembros del jurado

ningún carnicero, ni médicos o cirujanos, por entenderse que están

demasiado acostumbrados a la muerte. ¿No es un acto cruel el que los

viviseccionistas tomen animales vivos para realizar sus experimentos, si

bien sus resultados se apliquen luego provechosamente?; desde luego,

tales experimentos son admisibles porque los animales son considerados


58

como instrumentos al servicio del hombre, pero no puede tolerarse de

ninguna manera que se practiquen como un juego. Cuando un amo arroja

de su lado a su burro o a su perro porque ya no pueden ganarse el pan,

demuestra la mezquindad de su espíritu. En lo concerniente a estos

asuntos, los griegos albergaban propósitos más nobles, como demuestra

la fábula del asno que tocó la campana de la ingratitud por casualidad. En

resumen, nuestros deberes para con los animales constituyen deberes

indirectos para con la humanidad.”

[ Immanuel Kant; Lecciones de Ética (edición póstuma, 1924), traducción

de R. Rodríguez Aramayo y C. Roldán, Crítica, Barcelona, 1988.

Reproducido en la revista “Teorema” vol. XVIII/3, 1999, pp. 172 s. ]

Es curioso ver la extraordinaria coincidencia de estos dos filósofos sobre

este punto, no obstante la gran distancia temporal y doctrinal que los

separa. Ambos sostienen que el animal no humano es un instrumento al

servicio del hombre, aunque por razones distintas. Santo Tomás lo

sostiene en virtud de una visión metafísica jerarquizada de los entes, en

cambio Kant lo hace desde su doctrina moral, de inspiración ilustrada.

Ambos sostienen, en el fondo, que el hombre en cuanto sujeto intelectual

y racional es siempre fin, en sí mismo, y no sólo medio para los actos

humanos. De ahí que, en ambas doctrinas y por exclusión, los animales

en cuanto carentes de intelecto, de conciencia y de razón quedan

reducidos a ser sólo medios para los fines humanos.

La mayor coincidencia es la que se da cuando analizan las razones de la

existencia de normas morales que prohiben el tratar con crueldad a los

animales. Ambos sostienen que tales prohibiciones no implican que sea


59

malo en sí mismo maltratarlos, sino sólo en la medida en que ello implica

un perjuicio para el hombre.

Ahora bien, dada la importancia e influencia de estos dos filósofos en

nuestra cultura occidental, no es sorprendente que esta visión de los

deberes indirectos hacia los animales se haya impuesto no sólo en el

ámbito moral sino también en el ámbito jurídico, según vimos en las citas

iniciales de los penalistas chilenos.

Y aún sigue vigente esta visión en nuestra doctrina jurídica nacional, pues

como consta en las actas respectivas de la Ley Nº 18.859, que dio origen

al artículo 291 bis del Código Penal, el tema se llegó a plantear.

Así, en el Informe Técnico que acompañó a la Moción de esta ley,

presentada el 6 de junio de 1989, se indican los motivos de ella:

“El proyecto de ley motivo de esta moción encuentra sólida sustentación

en razones de política criminal, esto es, la prevención delictual. En efecto,

los actos de crueldad para con los animales endurecen el alma del

hombre, predisponiéndolo a la violencia con sus semejantes, todo lo cual

puede ser el origen de ciertas tendencia antisociales y delictuales.” [Actas

de la Ley Nº 18.859, pág. 56 ]

Más adelante en el mismo Informe Técnico se aventura una razón más,

aunque ésta es algo difusa:

“ (...) El animal es una cosa ‘muy sui generis’, que no puede equipararse a

una cosa inanimada, pues, por su naturaleza, está dotado de sensibilidad.

Atendido el momento histórico-cultural que vive nuestra comunidad,

resulta menester dar el paso esencial en lo tocante al bien jurídico. En

efecto, se hace necesario desplazar el interés de la comunidad hacia la


60

protección, no de la ‘cosa’, sino de la ‘criatura’. Así, es el propio animal

que ‘sufre’ los maltratos el que debe ser resguardado penalmente.

En definitiva, el bien jurídico protegido por este proyecto es aquel que

pertenece a la sociedad a quien interesa el castigo del ánimo especial de

crueldad de algunos hombres que se manifiesta provocando sufrimiento a

algún ser viviente, sea racional o irracional.” [ Actas de la Ley Nº 18.859,

pág. 57 s.]

Aquí, en esta última cita, pareciera señalarse que las exigencias de los

nuevos tiempos apuntarían a dejar de considerar al animal como una

simple cosa y a buscar proteger al propio animal del maltrato y la

crueldad. Pareciera, entonces, que además de la razón tradicional,

señalada al principio del Informe Técnico, se agregaría esta otra de

preocupación por el animal mismo.

Aunque redactado en forma difusa, ¿este último texto citado daría lugar

para que el Legislador diera el paso hacia un nuevo estatus jurídico de los

animales, distinto del de ‘cosa’ ? La respuesta es no. Así lo indica la

preocupación en tal sentido que se generó en el seno del Legislador y que

quedó registrada el 22 de agosto de 1989 en un Acta de Acuerdos de la

Junta de Gobierno:

“ (...) a.- Cuenta Ordinaria :

1) Por oficio P.P.C.L. ORDINARIO Nº 6583/60/7, de fecha 17 de agosto

de 1989, el Sr. Presidente de la I Comisión Legislativa, en relación con el

proyecto de ley que ‘Establece normas sobre protección animal’ (BOL.:

1091 – 07) expresa que, estudiados los antecedentes acompañados y el

texto del proyecto, dicha Comisión manifiesta que, no obstante el evidente

interés y claros fundamentos de la Moción, su novedad en nuestro campo


61

jurídico hace indispensable profundizar en el estudio de las implicancias

que tendría la elevación de los seres irracionales a un estrato que pueda,

eventualmente, sobrepasar otros bienes jurídicos protegidos en las leyes

penales e incluso, en nuestro ordenamiento jurídico general.

Por lo expuesto y con el objeto de que los especialistas de las Comisiones

Legislativas hagan un análisis en profundidad, contando con todos los

antecedentes e informes pertinentes, viene en solicitar a la Excma. Junta

de Gobierno su acuerdo para que este proyecto de ley sea estudiado en

Comisión Conjunta.

Al respecto, la H. Junta de Gobierno acordó acoger lo solicitado.” [ Actas

de la Ley Nº 18.859, pág. 137 ]

El 25 de octubre de 1989 la Comisión Conjunta en su informe señala que

aprobó la idea de legislar, y justificó tal decisión añadiendo: “(...) El

proyecto, al proponer un nuevo tipo delictivo, sigue la tradición del Código,

porque no obstante que ha considerado a los animales bajo la amplia

denominación de cosas, también contempla el maltrato de los animales

como una falta, norma que proviene de la legislación española y el

proyecto solamente convierte esta falta en delito.” [ Actas de la Ley Nº

18.859, pág. 150 ]

Como se ve, la Comisión Conjunta eludió referirse al fondo del problema

planteado por la I Comisión Legislativa y sólo lo resolvió de modo formal.

En dicho informe se dejó entrever que el animal sigue siendo considerado

cosa y que el proyecto de ley en cuestión no cambia este estatus, sólo

modifica la norma que ya existía previamente en Chile desde tiempos pre-

republicanos.
62

Capítulo VII

El rechazo de la visión de los deberes morales indirectos.

Dejando de lado las consideraciones de nuestro legislador, examinemos

ahora la coherencia que pudiese tener la visión de los deberes morales

indirectos hacia los animales, que vimos tanto en el pensamiento de

Santo Tomás de Aquino como en el de Immanuel Kant.

En síntesis, esta visión sostiene que la norma moral que condena la

crueldad o el maltrato innecesario para con los animales se fundamenta,

según esta visión, en que estos actos son en el fondo perjudiciales para el

hombre mismo, en la medida en que cometiéndolos se envilece –se

vuelve cruel- y se constituye, entonces, en un peligro para sus

semejantes humanos; y no porque el maltrato al animal sea en sí mismo

malo, lo cual supondría que ese animal fuera digno por sí mismo de

consideración o de preocupación moral.

Ahora bien, esta visión moral de los deberes indirectos hacia los animales

es falsa, porque es incoherente. Esta incoherencia consiste en la falta de

conexión necesaria entre la norma moral que se pretende fundamentar y

el fundamento mismo que da esta visión. En este caso, la incoherencia es

que no existe conexión entre la norma que prohibe el maltrato animal y la


63

pretendida razón que la justifica, la protección del hombre. Y ello por las

siguientes dos razones:

En primer lugar, en cuanto al contenido de la norma moral misma, lo que

es decisivo al condenar la crueldad con los animales es el hecho de que

uno los está dañando innecesariamente, y esa sola característica hace de

la acción algo malo, algo inaceptable. En cambio, la justificación dada por

ambos filósofos plantea un hecho de carácter mediato y condicional, a

saber, que esa conducta envilezca al hombre que comete la crueldad.

[DeGRAZIA, David 2002, p.17 ]

En segundo lugar, la norma moral que prohibe el maltrato innecesario a

un animal tiene un carácter categórico, es decir, es una orden decisiva y

precisa, que no deja duda en nuestra conciencia sobre su imperatividad y

sobre la validez de su prohibición. Indica por su contenido que esa

conducta es algo, sin duda, malo. Sin embargo, la razón por la cual esta

visión pretende justificar esta norma moral no es categórica, sino que es

un mero hecho empírico. La justificación de que eventualmente ese tipo

de conductas implicaría un peligro o un daño para los seres humanos es

dudosa y cuestionable. Pensar que un hombre que maltrata cruelmente

animales necesariamente se ‘endurecerá’ y maltratará también a su

familia es algo, a lo más, sólo probable. Pues, alguien con la misma

probabilidad podría sostener razonablemente lo contrario, en el sentido de

que el maltratar animales le ayuda a ‘descargarse’ o desahogarse y de

ese modo evita maltratar a la gente que le rodea. [ DeGRAZIA, David

2002, ibídem; MIDGLEY, Mary 1983 , p.52 ]

Como vemos, esta gran diferencia entre el carácter categórico, inconcuso,

inmediato e incondicional de la norma moral que prohibe el maltrato


64

animal, frente al carácter empírico, meramente probable y condicionado

de la justificación que plantea esta visión, a saber, que esa conducta

envilezca al hombre, nos hace considerar inequívocamente que no existe

conexión necesaria entre dicha norma moral y su pretendido fundamento.

Por todo ello nos vemos obligados a rechazar esta visión o interpretación

antropocéntrica.

La razón de fondo, que está en nuestra argumentación de rechazo, es

que debe existir una afinidad entre un precepto y su fundamento. Pues,

un fundamento es aquello que le da sustento, y por ello, si el fundamento

es débil, el precepto será débil; si el fundamento yace en la experiencia, el

precepto tendrá carácter empírico; etc., etc.

De este modo, no puede pretenderse que una norma de contenido

indubitable se funde en una razón dudosa, pues estaríamos cayendo en

el absurdo de pretender que un fundamento dé aquello que no tiene.


65

Capítulo VIII

El argumento común de los “animalistas” o partidarios de los

animales: “El argumento a partir de los casos marginales”

Aquellas personas que son partidarias de los animales, ya sea porque

pugnen por el reconocimiento de derechos para ellos o por una mayor

consideración moral directa hacia los mismos, son llamados actual y

comúnmente “animalistas”. Quizá siguiendo un paralelo con los

“ecologistas” o las “feministas”.

Como sea, conviene dejar en claro el sentido preciso de esta suerte de

neologismo.

Mucha gente suele confundir a estos nuevos ‘animalistas’ con otros

grupos de personas interesadas en temas similares, como los ecologistas.

Pero no son lo mismo.

Existen, por un lado, los ecologistas y los ambientalistas. Términos que

suelen ser usados como sinónimos o como denominaciones similares con

pequeñas variaciones. Entre los ecologistas o ambientalistas suele haber

dos tendencias centrales: El conservacionismo y el preservacionismo. El

primero busca conservar la naturaleza porque es un bien indispensable

para el hombre, en especial para las generaciones futuras; la segunda


66

tendencia busca preservar la naturaleza, el ambiente natural y sus partes,

porque tienen valor por sí mismo, independientemente del interés del

hombre. Si se pudiera decir, la primera tendencia es antropocéntrica y la

segunda “biocéntrica”, es decir, centrada en todo lo vivo.

Sin embargo, ambas tendencias ecologistas no deben ser confundidas

con la corriente ‘animalista’, ya que esta última tiene otra perspectiva del

animal que forma parte del medio ambiente. Cito en este punto a la

autora Silvana Castignone, quien expone esta diferencia en forma

inmejorable: “Naturalmente en ambos casos al proteger la naturaleza en

su conjunto se tiende a proteger también los animales que forman parte

de ella. Mas, para el ambientalista, tanto conservacionista como

preservacionista, lo que tiene relevancia no es el animal individual, con

sus sufrimientos -las crueldades que vienen materializadas en sus

confrontaciones- , sino la sobrevivencia de las diferentes especies, que no

deben desaparecer, so pena del empobrecimiento y la degradación del

todo. También para el preservacionista, quien es seguramente el más

comprometido a nivel emotivo en la tutela del ambiente natural, los

animales asumen importancia principalmente como partes del sistema

global.

La diferencia se ve bien en el caso de la caza, condenada sin posibilidad

de apelación por los animalistas como un atentado al derecho a la vida

del animal y como fuente de graves sufrimientos, pero tolerada por el

ambientalista a menos que ponga en peligro la existencia de una

especie.“ [ CASTIGNONE, Silvana 1999, pp. 14 s.]

Como se ve en el ejemplo de la caza, no deben ser confundidos los

animalistas con los ecologistas o ambientalistas, porque llevadas las


67

cosas a ciertas situaciones jurídicas o morales especiales surge un

abismo entre ellos.

Entre los animalistas también existen dos tendencias principales. La

primera es la de aquellos que persiguen defender a los animales a través

de la instauración ideológica de principios morales de respeto directo

hacia ellos, y no ya sólo indirectos como los que actualmente existen. La

segunda tendencia es la que busca defender a los animales a través de la

obtención de reconocimiento de ciertos derechos básicos para los

animales en general, derechos morales y/o legales. Representante típico

de la primera tendencia es Peter Singer, y de la segunda, Tom Regan.

Pero, no obstante sus diferencias, los animalistas comparten un punto de

partida común, a saber, tienen como base un tipo de argumentación que

se centra en una especial crítica negativa a la visión moral tradicional que

se tiene de los animales mismos. Esta visión tradicional es inconsistente,

como veremos más adelante, y los animalistas explotan esta

inconsistencia al máximo -haciéndola patente- para sus propios fines.

Ahora bien, este tipo de argumento que pone en evidencia esta

inconsistencia ha sido llamado “el argumento a partir de los casos

marginales”. Y es una denominación colectiva que se da a los argumentos

que defienden los derechos de los animales -o su pertenencia a la

comunidad moral- sobre la base de los derechos de los niños pequeños

y, en general, de otros humanos no agentes morales. Es una clase de

argumento tan recurrido y fundamental que ha sido llamado festivamente

“el caballo de batalla de los animalistas”.

En las siguientes líneas he desarrollado en forma resumida y simplificada

este planteo argumental, común a varios autores que son ‘partidarios de


68

los animales’, y lo he hecho separada y anticipadamente para no estar

repitiéndolo en cada caso.

[ ‘El argumento a partir de los casos marginales’]

Cuando preguntamos a los partidarios de la posición moral tradicional

respecto de los animales el porqué consideran ellos que los animales no

tienen derechos, al menos de carácter moral, responden que los animales

no tienen derechos porque no pertenecen a la especie humana. Pues,

sólo los individuos de la especie humana son personas, titulares de

derechos.

Ahora bien, si insistimos en nuestra inquisición preguntando qué tiene de

especial la especie humana –homo sapiens- que le da este privilegio de

ser persona y titular de derechos frente a todas las miles de especies

animales no humanas que carecen absolutamente de ellos, quedando

reducidas a meras cosas al servicio del hombre; se nos responde que los

animales no humanos carecen de conciencia de sí mismos, carecen de

inteligencia y de razón, y, por ende, dado que por ello mismo no son

libres, no tiene sentido para ellos los derechos ni las obligaciones, ni

legales ni morales.

Esta respuesta es considerada evidente y es comúnmente aceptada, es lo

que suele llamarse un lugar común.

Sin embargo, estas últimas razones tienen algo de extraño. Sabemos con

certeza que los humanos recién nacidos, los humanos en estado de

coma, los deficientes mentales (los que padecen síndrome de Down, por

ejemplo) y otros humanos en situaciones parecidas no tienen estas

facultades intelectuales o las tienen notablemente disminuidas, y sin

embargo siguen siendo consideradas personas, pues a nadie se le


69

ocurriría que matar a un recién nacido o a un deficiente mental no sea un

delito de homicidio, algo reprochable desde un punto de vista moral y

legal.

Se nos responde que estos casos mencionados son excepcionales y que

la regla general es que la gran mayoría de los seres humanos son

normales y adultos y que, por tanto, gozan del privilegio de ser

considerados personas. En estos casos mencionados, las excepciones no

refutan sino que confirman la regla general.

Ahora bien, esta última respuesta debemos tomarla con cuidado. Pues, si

se nos respondiera que estos individuos que caen dentro de estos casos

excepcionales mencionados ( recién nacidos, comatosos y débiles

mentales ) siguen siendo titulares de derechos, no obstante su condición,

por el hecho de ser individuos de la especie humana, estaríamos cayendo

en un círculo vicioso.

Por tanto, conviene para la salud de la argumentación dejarlos así, de

momento, como casos ‘excepcionales’.

Pero, entonces, caemos en cuenta también de algo excepcional: La regla

general que establece que sólo los seres humanos, en cuanto los únicos

poseedores de autoconciencia, inteligencia y razón, son personas, no es

una regla absoluta, porque admite estas importantes excepciones.

Reformulemos, entonces, la posición tradicional al respecto como sigue:

Todo ser autoconsciente, inteligente y racional es persona, porque es libre

y sólo para él en cuanto tal tiene sentido los derechos y las obligaciones,

ya morales o legales.
70

Debido a esta regla general es que todos los individuos de la especie

humana son personas, porque por regla general sólo estos individuos

poseen estas facultades.

Sin embargo, esta identificación no es absoluta, ya que existiendo

humanos que no poseen estas facultades, no obstante, son considerados

personas. Y a su vez, habiendo de hecho mamíferos que teniendo cierto

grado importante de inteligencia y autoconsciencia ( como algunas

ballenas, delfines, gorilas, orangutanes y chimpancés ) no son personas

en ningún sentido.

Reformulada de esta manera la posición tradicional queda más

comprensible, especialmente su principio general. Sin embargo, hay que

admitir que la formulación de las excepciones resulta algo inconsecuente.

Cabe preguntarse por qué el humano deficiente mental carente de un

grado importante de inteligencia, razón y conciencia es considerado

persona y no así el delfín o el chimpancé que, sin duda, tienen más

inteligencia y conciencia que aquél.

Lo coherente de acuerdo al principio general esbozado es que el humano

deficiente mental tenga un grado menor de ‘personalidad’ que sus

congéneres normales y que los delfines o los chimpancés tenga algún

grado, aunque sea mínimo, de esa misma ‘personalidad’. Pero, como

sabemos, de acuerdo a la posición tradicional nada de ello es aceptable.

Se nos responderá que el ser persona no admite grados, se es o no se es

persona. Así, de acuerdo a este concepto, el humano deficiente mental es

persona tanto como cualquier otro humano normal. Esto último parece

razonable. Pero, por qué no es persona el chimpancé, que tiene un grado


71

importante de inteligencia, razón y autoconsciencia. La respuesta que se

da es que, no obstante ello, el chimpancé no es humano.

¿Cómo puede esta visión tradicional escapar a esta circularidad?

El ‘tradicionalista’, entonces, echa mano de un nuevo concepto. Este

consiste en la idea de dignidad.

Según él, la especie humana tiene una dignidad propia, que no tiene el

resto de las especies animales. Esta dignidad no le viene, entonces, del

hecho de ser autoconsciente, inteligente y racional, sino de alguna otra

característica.

Surge, entonces, espontáneamente la pregunta por el origen de esa

dignidad que todo ser humano tiene y que no es compartida por el resto

de los animales.

La concepción de esta dignidad del hombre viene de una antigua fuente

religiosa, la Biblia, que ha conformado la mentalidad religiosa judeo-

cristiana-musulmana respecto de los animales y de su relación con el

hombre. Según este antiguo libro sagrado existe un abismo entre el

hombre y la bestia. Pues, no obstante, que tanto el uno como el otro

fueron creados por Dios, sólo el hombre fue hecho a imagen y semejanza

de Dios. Y aún más, el Creador mismo dio al hombre poder sobre los

animales.

“Dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que

mande a los peces del mar y a las aves del cielo, a las bestias, a las fieras

salvajes y a los reptiles que se arrastran por el suelo.’ ” [Génesis 1, 26 ]

El tradicionalista, sin ser necesariamente religioso, ha nacido en un

ambiente cultural que ha asimilado ésta y otras doctrinas en forma

permanente y que, no obstante lo discutibles que pudieran ser, forman


72

parte del conjunto de creencias que el occidental considera válidas y

verdaderas. Sin negarles este carácter, entonces, veamos hasta dónde

nos llevan estas creencias.

Si nos preguntamos en qué consiste esta semejanza del hombre con

Dios, su creador, la respuesta es que tanto Dios, los ángeles y el hombre

tienen los atributos comunes de inteligencia y voluntad. Por ello, tanto

Dios como estas creaturas, los ángeles y los hombres, son personas

dentro de esta tradición cultural. Cada uno de estos sujetos comparte

estos atributos a su modo. Dios los tiene en forma infinita y perfecta y el

hombre en forma limitada e imperfecta. De ahí que sólo se hable de

‘semejanza’ entre ellos. Se indica que el hombre tiene su inteligencia

subordinada a su sensibilidad, por lo cual respecto de él se señala que

sólo posee razón. Y en cuanto a la voluntad, ella estaría subordinada en

el hombre a lo que su razón le mostrara como bueno y valioso, por lo cual

ésta se manifestaría como libertad de elección, es decir, libre albedrío.

Como sea que entendamos y aceptemos estos atributos humanos, sin

duda que estamos ante las características que desde siempre hemos

considerado propias del hombre frente a los animales. La dignidad del

hombre radicaría, por tanto, en su razón y en su libre albedrío. Es decir,

de algún modo, volvemos al mismo punto anterior. Vemos, entonces, que

esta dignidad del hombre no es nada distinto de lo que ya se ha señalado,

en cuanto a que el hombre posee en forma exclusiva dentro del reino

animal autoconsciencia, razón, inteligencia, libertad, etc.

De este modo, respecto a esta dignidad especial del hombre lo único

distinto que nos queda de lo que ya hemos analizado es el ‘mandato

divino’, que otorga al hombre poder sobre los animales. Pero, en qué
73

consiste este mandato divino. ¿Acaso significa que el hombre puede

hacer lo que se le dé en gana con los animales, sin tener ninguna

responsabilidad por sus actos respecto a ellos, sin respeto o

consideración alguna?

¿Acaso este mandato divino implica que los animales no tengan también

una cierta dignidad, que los haga merecedores de cierto trato respetuoso?

Antes que intentemos responder éstas y otras interrogantes no olvidemos

aquel otro pasaje bíblico del mismo Génesis en que Dios le da al varón

dominio también sobre la mujer: “A la mujer le dijo: ‘Multiplicaré tus

sufrimientos en los embarazos. Con dolor darás a luz a tus hijos,

necesitarás de tu marido, y él te dominará.’ ” [Génesis 3, 16 ]

¿Acaso implica este dominio del hombre sobre la mujer que ella no sea

digna también de respeto, digna de consideración moral, poseedora de

derechos?

Sin entrar a una hermenéutica bíblica acuciosa de estos textos -cosa que

escapa aquí con mucho a nuestros propósitos- , debemos señalar

solamente que tanto Génesis 1, 26 como 3, 16 son textos que dan cuenta

de una superioridad o dignidad de hecho del hombre, lo cual tendría como

consecuencia un dominio fáctico. Así queda bastante claro en Génesis 3,

16 que señala que la necesidad que tendrá la mujer de su marido traerá

como consecuencia que éste la domine. ¿No es acaso distinta la

situación del hombre en relación al resto de la creación: Las facultades

superiores del hombre harán que éste domine la naturaleza? ¿En estos

textos estamos ante un dominio de hecho o un dominio de derecho? Por

lo menos, el asunto es discutible y controvertido.


74

Saliendo ahora de esta interesante fuente de nuestra cultura, la Biblia,

volvamos a nuestras concepciones morales y jurídicas respecto de la

dignidad humana.

No negaremos en ningún caso que el hombre y la mujer tienen una

dignidad que los hace merecedores de respeto moral y legal. Hemos

avanzado lenta y dolorosamente para concebir esta dignidad, no obstante

las dificultades que implica entender y justificar este concepto, al margen

de la autoridad de textos sagrados.

No olvidemos que recién a mediados del siglo XIX se abolió la esclavitud

en los últimos reductos en que quedaba en Occidente. Y en el siglo XX

recién en los años sesenta en los EE.UU. y en el año noventa en

Sudáfrica se terminaron la segregación racial y el Apartheid

respectivamente. Tengamos en cuenta, entonces, las serias dificultades

intelectuales que presenta la justificación de la dignidad humana, lo cual

no obsta a que se la considere como la piedra angular del edificio moral y

jurídico contemporáneo, al punto que se optó simplemente por

considerarla como una suerte de intuición moral, evidente de suyo. (6)

El punto que nos convoca aquí, sin embargo, tiene que ver con los

animales en general más que con el hombre en particular. Así, sin entrar a

cuestionar el postulado de la dignidad humana, lo que nos interesa es

saber si es concebible una suerte similar de dignidad para los animales no

humanos, que los haga merecedores de consideración moral y respeto o

los haga abiertamente titulares de derechos.

___________________________________________________________

(6) Véase a este respecto la ‘Declaration of Independence’ [de los EE.UU.] (1776), la
‘Déclaration des droits de l’homme et du citoyen’ (1789) o la ‘Declaración Universal de
Derechos Humanos’ (1948).
75

El estatus moral de los animales

Pero, hasta aquí ya hemos avanzado y aclarado algo el panorama de

nuestro tema como para afirmar que efectivamente los animales no

humanos son dignos de consideración moral. Para ello tenemos a favor

de esta afirmación los siguientes antecedentes, ya tratados:

1º.- Existen efectiva y positivamente normas legales y morales que

prohiben y sancionan el maltrato y la crueldad, al menos el maltrato

innecesario, hacia los animales;

2º.- La interpretación tradicional de estas normas hecha por filósofos y

juristas, en el sentido de que estas reglas al rechazar estos actos no

buscan proteger al animal ni su bienestar sino evitar el envilecimiento del

hombre ( ‘visión de los deberes indirectos’ ), ha resultado ser falsa por

incoherente; y

3º.- Acabamos de hacer un análisis de un planteo argumental ( ‘el

argumento a partir de los casos marginales’ ), en que se dio cuenta de las

razones habituales para sostener la posición tradicional, esto es, de que

sólo el hombre es persona y el resto de los animales son sólo cosas. Este

planteo argumental demostró que tal visión tradicional de los animales cae

inevitablemente en la circularidad o desemboca en un argumento de mera

autoridad religiosa.

A partir de estos tres antecedentes se puede afirmar, entonces, que los

animales no humanos son dignos de consideración moral, es decir, tienen

algún grado de estatus moral, quizá de momento no igual al hombre, pero

lo tienen. Como lo explica David DeGrazia (1962): “Pretender que un

perro, por ejemplo, tenga estatus moral quiere decir que el perro tiene
76

importancia moral por sí mismo y no simplemente en relación a los

humanos. Más precisamente, quiere decir que los intereses o bienestar

del perro importan y deben ser tomados en serio, independientemente de

cómo el bienestar del perro afecte los intereses humanos. Para plantearlo

en forma simple, nosotros debemos tratar al perro bien por el perro

mismo.” [DeGRAZIA, David 2002, pp. 13 s.]

De todas estas consideraciones podemos concebir que, contrario a lo que

afirma la visión moral de los deberes indirectos, los animales tienen

estatus moral. Pero, esta conclusión deja abierta la pregunta de cuánta

consideración moral, en comparación con los humanos, los animales

merecen y si se puede hablar propiamente de que ellos tengan derechos.

Para responder a ésta y demás interrogantes han surgido diferentes

autores y diferentes tendencias. Analizaremos las más importantes de

ellas.
77

Capítulo IX

Peter Singer, el pionero en el siglo XX

Una de las más importantes corrientes a favor de una consideración moral

de los animales es la iniciada por el pionero contemporáneo de esta

preocupación moral, el australiano Peter Singer (1946). Como ya

señaláramos al principio, él inició el debate intelectual sobre el tema en el

año 1975 con la publicación de su libro titulado ‘Animal Liberation’. A partir

de ese año este libro se ha transformado en el punto de referencia tanto

para sus seguidores como para sus detractores. Todos los autores

posteriores que abogan por una consideración moral de los animales han

tomado posición ante la obra de Singer, o han seguido su huella o se han

apartado de ella siguiendo su propio camino.

En las últimas dos décadas su corriente de influencia ha sido denominada

por los comentaristas como utilitarista. Se le considera seguidor de los

filósofos utilitaristas Jeremy Bentham, John Stuart Mill y Henry Sidgwick.

En síntesis, la visión moral del utilitarismo consiste en considerar que la

acción moralmente correcta es aquella que es probable que maximice la

utilidad, esto es, el balance o equilibrio de los beneficios por sobre los
78

perjuicios, considerando juntos los intereses de cada uno de los afectados

por dicha acción.

Por ejemplo, un no utilitarista actúa en base de una norma moral y toma

su decisión en virtud de ella sin importarle las consecuencias nefastas que

pudieran afectar a otros. Lo importante aquí es la validez absoluta de la

norma o del principio moral que motiva una acción determinada.

El utilitarista, en cambio, no decide sólo en virtud de una norma abstracta

absoluta, sino que pondera primero las consecuencias buenas o malas

que un acto pudiera acarrear a todos y cada uno de los afectados. Y una

vez que hubiese considerado todas las alternativas viables, elige aquella

que da como resultado más beneficios que perjuicios, tratando de

equilibrar de la mejor forma los intereses de cada uno de los afectados, es

decir, de repartir de la forma más equitativa entre todos éstos los máximos

beneficios y los mínimos perjuicios. Esto no quiere decir que el utilitarista

no decida en base a normas morales, sino que la aplicación de cada una

de ellas queda sometida en cada caso a una apreciación final de utilidad.

En este aspecto es interesante que el propio Jeremy Bentham (1748 –

1832), fundador del utilitarismo, es quien haya ya planteado, en una nota

marginal de una de sus obras, que cuando consideramos a ‘todos los

afectados’ por nuestros actos incluyamos también a los animales dentro

de este ‘todos’. Pues, ya que él no encuentra razón alguna para no

incluirlos, salvo el prejuicio superficial contra ellos, considera que tarde o

temprano la sociedad liberal tomará también en cuenta, como

consecuencia inevitable de su evolución cultural, el bienestar y el

sufrimiento de los animales:


79

“Puede llegar el día en que el resto de la creación animal adquiera esos

derechos que nunca se le podrían haber negado de no ser por la acción

de la tiranía. Los franceses han descubierto ya que la negrura de la piel

no es razón para abandonar sin remedio a un ser humano al capricho de

quien le atormenta. Puede que llegue un día en que el número de piernas,

la vellosidad de la piel o la terminación del os sacrum sean razones

igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensible al mismo

destino. ¿Qué otra cosa es la que podría trazar la línea infranqueable?

¿Es la facultad de la razón, o acaso la facultad del discurso? Un caballo o

un perro adulto es sin comparación un animal más racional, y también

más sociable, que una criatura humana de un día, una semana o incluso

un mes. Pero, aun suponiendo que no fuera así, ¿qué nos esclarecería?

No debemos preguntarnos: ¿pueden razonar?, ni tampoco: ¿pueden

hablar?, sino: ¿pueden sufrir? ”

[ Introduction to the Principles of Morals and Legislation (1781), cap. 17.

Citado por Peter Singer en ‘Liberación Animal’, pág. 43 ]

Bentham, cuando se refiere en esta nota a los ‘franceses’, alude a la

Revolución Francesa que con su proclamación liberal de la igualdad de

todos los hombres echó abajo de paso a toda esclavitud, incluyendo la

basada en el color de la piel.

Singer cree que ha llegado ese día profetizado por Bentham e inicia su

defensa de los animales no humanos, proponiendo el principio moral de la

igual consideración de todos los intereses, tanto los intereses humanos

como los animales.

Este principio no tiene nada de novedoso, ya que está implícito en el

principio de la igualdad moral de todos los hombres, sin importar su raza,


80

sexo, religión, condición social, etc. Lo novedoso es la ampliación de su

aplicación más allá de las fronteras de la especie, es decir, su aplicación

no sólo a los seres humanos sino también a los animales no humanos.

En este punto Singer hace una analogía histórico evolutiva con las formas

de discriminación negativa que impidieron en la historia la aplicación

plena de este principio. Así, hace ya un tiempo algunas personas

valorizaron el principio moral de la igualdad y lo aplicaron dentro de su

grupo. Pero excluyeron de su consideración moral a quienes no

pertenecían a este grupo. Una de estas formas de exclusión moral se

llamó racismo. Consistió en no considerar iguales desde un punto de vista

moral y jurídico a quienes no pertenecían a determinada raza. Las formas

de racismo variaron desde las más extremas, que consideraron a los

humanos de raza negra como esclavos –cosas-, hasta formas menos

extremas, que implicaban sistemas de segregación racial contra ellos

-ciudadanos de segunda clase-.

La superación del racismo en todas sus formas se ha considerado

siempre como un progreso dentro de la evolución civilizada y la no

extensión del principio de igualdad a todos los hombres, como una

restricción injusta e injustificable.

Del mismo modo, las formas de sexismo, es decir, la restricción del

principio de igualdad basada en la diferencia sexual ha corrido similar

suerte. La discriminación negativa hacia la mujer encontró en el

movimiento de liberación femenina el comienzo de su fin. Ellas, con razón,

defendieron su derecho a la igualdad jurídica argumentando que también

eran seres humanos.


81

Pero ahora, según Singer, nos enfrentamos a otra forma de discriminación

negativa. Consideramos que los intereses de todos los seres humanos

son dignos de tomarse en cuenta por igual, no contando ninguno con

privilegio extra que no sea justificable. Mas, qué hay de los no humanos y

qué razón hay para no considerar moralmente también los intereses del

resto de las especies animales.

Esta actitud tradicional nuestra ha sido denominada como “especismo”,

siguiendo el paralelo con el racismo y el sexismo. Es decir, la tendencia a

considerar sólo a los miembros de nuestra especie, la especie humana,

como dignos de consideración moral. Sólo los intereses de los humanos

valen por sí mismos, los intereses de los sujetos que no son de nuestra

especie no cuentan en absoluto.

La razón para esta discriminación tan extrema Singer la identifica con la

visión bíblica, judeo-cristiana, que plantea al humano como amo y señor y

al resto de las creaturas como instrumentos a su servicio:

“El punto de vista tradicional judeo-cristiano sobre el mundo se basa en el

mito de la creación que fue decisivamente refutado hace más de un siglo.

Al menos desde Darwin, tenemos conocimiento de que los bosques y los

animales no están colocados en la Tierra para nuestro uso. Han

evolucionado con nosotros. Sin embargo, los supuestos que se derivan de

ese mito están todavía con nosotros. Si tenemos éxito a la hora de

deshacernos de ellos, las consecuencias para nuestra manera de vivir

tendrán un alcance tan extenso como jamás ha tenido cambio alguno en

la historia humana.” [SINGER, Peter 1999 b, p.7 ]

Singer no ve razón alguna justificable para negar a los intereses animales

la misma consideración que concedemos a los intereses humanos, salvo


82

el peso de creencias tradicionales que ya no tienen validez ni justificación

alguna. En este punto es interesante darse cuenta de que el planteo de

Singer es simplemente sacar las consecuencias que se siguen del

principio de igualdad, que bajo el impulso constante de los liberales e

ilustrados, cada vez se ha ido ampliando a más clases de individuos como

parte de su dinámica esencial en el progreso moral de la civilización

occidental.

Y puesto que no existe razón aceptable para no ampliar su aplicación de

nuevo, y esta vez a los individuos animales en general, Singer da ese

paso.

En este sentido la comparación que él hace con el racismo y el sexismo

no es casualidad, pues considera que el movimiento de liberación animal

no es contrario al humanismo sino una consecuencia evolutiva de éste:

“(...) el movimiento de liberación animal es, de hecho, una extensión y

culminación de las mismas ideas de igualdad de la ilustración que Ferry

(7) defiende tan fuertemente. Consideremos lo que el propio Ferry dice

sobre la tradición ilustrada. Dice que la declaración francesa de derechos

de 1789 señala una ruptura con anteriores concepciones de la ley, que

tenían su raíz en el orden natural, como en Grecia o en la Roma antiguas,

o en una visión teológica del mundo, como en la Europa medieval. Ferry

establece un contraste entre el humanismo abstracto y universal de 1789

y la tradición romántica contrarrevolucionaria, que ve nuestras

___________________________________________________________

(7) El autor francés Luc Ferry afirma en su libro Le nouvel Ordre Écologique (1992) que
la ética de la liberación animal es hostil a los mejores elementos de la ética occidental, y
en particular a los ideales humanistas de la Ilustración.
83

obligaciones morales con los demás como algo que depende de su

pertenencia a una comunidad particular, ya sea étnica, nacional, cultural o

religiosa.

Sin embargo, es precisamente el universalismo abstracto de la ilustración,

no la tradición romántica, lo que constituye la base del movimiento de

liberación animal. De hecho, de todos los textos históricos citados por los

partidarios de la liberación animal -incluido yo mismo- , aquel al que se

hace referencia más a menudo es una celebrada nota a pie de página de

la Introduction to the Principles of Morals and Legislation del gran

pensador de la Ilustración Jeremy Bentham, en la que Bentham se refiere

específicamente al hecho de que los franceses han descubierto que ‘la

negritud de la piel no es razón por la que un ser humano deba ser

abandonado sin remisión al capricho de un torturador’ y continúa

deseando que llegue el día en que el número de piernas, o diferencias

anatómicas similares entre los humanos y otros animales, serán

reconocidas como ‘razones igualmente insuficientes para abandonar a un

ser dotado de sensación al mismo destino’.

Tenemos aquí, en esencia, la filosofía de la liberación animal, y se trata

claramente de una idea ilustrada y universalizadora.

Las teorías de los estudiosos de la ética pertenecientes al siglo XX

apuntan a menudo en la misma dirección. R.M. Hare ha argumentado que

si queremos que nuestros juicios cuenten como juicios éticos, tienen que

ser universalizables por lo que respecta a su forma. Mediante esto quiere

decir que no deben contener nombres propios, pronombres personales o

referencias individuales similares. Una prueba de si estamos preparados

para universalizar nuestros juicios es preguntar si los aceptaríamos si


84

tuviésemos que vivir las vidas de todos los afectados por ellos –tanto de

los que ganan como de los que pierden-. Esta idea es una versión de la

Regla de Oro –actúa respecto de los demás como quisieras que los

demás actuaran respecto de ti- que ocupa un lugar de honor en la

tradición occidental, así como en otras tradiciones. El propio Hare ha

aceptado que esta noción de la universalidad se aplica a todos los seres

dotados de sensación. Las dificultades de ponerse uno mismo en el lugar

de un animal no humano afectado por nuestras acciones difícilmente son

mayores que las que existen para ponernos en el lugar de los recién

nacidos humanos, o de otros humanos cuyas vidas y modos de pensar y

sentir son muy diferentes de los nuestros. Una ética no especieísta es, por

lo tanto, una extensión de una ética humanista, más bien que algo que se

ha desarrollado a partir de una dirección totalmente diferente.” [ SINGER,

Peter 1999 b, p. 11 s.]

En esta concepción de Singer el movimiento de Liberación Animal no es

contrario a los intereses éticos de los hombres, sino sólo contrario a una

visión antropocéntrica de la ética, que ha sido heredada de la tradición

religiosa judeo-cristiana. Tradición que en este punto actualmente ya no

tiene sustento racional.

De este modo, Singer sólo saca las consecuencias de esta situación.

Pues, no teniendo ya asidero racional este privilegio bíblico del hombre

por sobre el resto de los animales, no se justifica el no extender el círculo

de preocupación moral a todos los seres sensitivos.


85

Mary Midgley y sus diferencias con Peter Singer

Pero, ¿qué sentido tiene plantear el principio de igual consideración de

todos los intereses en este contexto tan amplio que nos propone Singer?

Ya que si planteamos este principio entre seres humanos es razonable,

pues el racismo y el sexismo –y cualquier otro ‘ismo’ que se nos ocurra en

el seno de nuestra sociedad- son claros prejuicios superficiales ante la

cercana similitud entre sí de todos los seres humanos. Pero, no así entre

el resto de los animales y nosotros.

En esta línea va la crítica que hace la autora británica Mary Midgley

(1919), quien señala que el paralelo que se pudiera hacer entre el racismo

y el ‘especismo’ es exagerado y erróneo :

“La raza en los humanos no es una característica grupal importante en

absoluto, pero la especie en los animales ciertamente lo es. Nunca ha

sido verdad que, a fin de saber cómo tratar a un ser humano, usted deba

primero averiguar a qué raza pertenece. (...) Pero con un animal, saber la

especie es absolutamente esencial.” [MIDGLEY, Mary 1983, p.98]

Así es efectivamente. Mientras tratar de igual forma a seres humanos que

sólo difieren en la raza es algo razonable y justo, no lo es si se trata de

individuos de especies distintas. Por ejemplo, no se puede dar el mismo

tratamiento a un gato y a un tiburón, pues no sólo sería poco razonable

sino que además sería hasta peligroso.

De ello concluye Midgley que hacer un paralelo entre el racismo y el

‘especismo’, en cuanto que ambas formas de discriminación serían

prejuiciosas, superficiales e injustificadas, es erróneo e injusto.

Como lo analiza ella : “El término racismo combina inconscientemente tres

ideas completamente distintas : La trivialidad de la distinción trazada,


86

egoísmo grupal y la perpetuación de una jerarquía de poder existente. La

palabra discriminación re-enfatiza el primer elemento. (...) En el caso de

las especies el primer elemento no se aplica en absoluto. La distinción

trazada no es trivial, es real y crucial. “ [MIDGLEY, Mary 1983, p.100]

Por tanto, la discriminación que se pudiese hacer entre las distintas

especies, en cuanto al tratamiento, no es necesariamente algo injusto o

inmoral.

Pero, esta crítica no implica que Mary Midgley desconozca la existencia

del ‘especismo’, como lo es el denunciado por Peter Singer, sino sólo

significa que ella lo entiende en términos más radicales. Ella entiende el

‘especismo’ como la actitud de rechazo absoluto de los intereses de los

animales no humanos, al punto de dejarlos reducidos a meras cosas, pero

no considera ‘especista’ la actitud humana que establece diferencias

razonables de tratamiento entre humanos y el resto de los animales. Una

creencia no es un prejuicio simplemente porque indique una diferencia.

Algunas diferencias pueden ser reales y puede ser necesario respetarlas

por la dignidad y los intereses de aquellos más cercanamente

involucrados en ellas.

Así, ella considera que la idea esencial tras el verdadero ‘especismo’ es

(...)”la suposición de que la línea divisoria de la especie no sólo hace una

diferencia, sino que hace la gigantesca diferencia de establecer los límites

de la moralidad, de decidir si una criatura dada puede importarnos

absolutamente o no.” [MIDGLEY, Mary 1983, p.101]

Mary Midgley entiende el estatus moral como fundado en las relaciones

más bien que en las características de un individuo y apela a la

importancia moral de los vínculos sociales.


87

En nuestros tratos con nuestros semejantes humanos –ella observa-

reconocemos que cuanto más socialmente cercanos estemos a alguien

más fuertes son nuestras obligaciones hacia esa persona. Así, nosotros

tenemos muy fuertes deberes hacia los miembros de nuestra familia y

amigos cercanos, y obligaciones menos fuertes hacia otros miembros de

grupos a los que pertenecemos (vecindario, escuela, grupo religioso, etc.).

Nuestras obligaciones más débiles, en cambio, son hacia aquellos otros

humanos que son los completamente extraños, con quienes no

compartimos ningún vínculo, salvo la membresía de la comunidad

humana.

Así, los vínculos sociales son fuente de obligaciones morales, más que las

características individuales de los sujetos involucrados:

“El especial interés que sienten los padres por sus propios niños no es un

prejuicio, ni lo es la tendencia que la mayoría de nosotros mostraría al

rescatar, en un incendio u otra emergencia, a aquellos más cercanos a

nosotros antes que a los extraños. Estos hábitos de pensamiento y acción

no son injustos, aunque ellos puedan probablemente ser llamados

discriminatorios. Hay una buena razón para una tal preferencia. Somos

criaturas que formamos vínculos, no intelectos abstractos. “ [MIDGLEY,

Mary 1983, p.102]

Por ello es comprensible y justificable que los vínculos sociales y

emocionales que tenemos con los humanos cuenten más y sean

fundamento de obligaciones más fuertes que aquellos deberes que

tengamos hacia los animales, salvo en el caso de los animales de

compañía -mascotas- con los cuales establecemos también vínculos.


88

En este punto David DeGrazia sale en defensa de la posición de Peter

Singer, señalando que lo que afirma Mary Midgley es correcto, pero no

tiene relación alguna con los puntos centrales sustentados por la corriente

de la Liberación Animal:

“Este argumento es correcto en que, en algunos sentidos, nosotros

tenemos obligaciones más fuertes hacia aquellos con quienes estamos

especialmente cercanos. Por ejemplo, yo tengo una obligación de

mantener a mi hijo, pero ninguna obligación comparablemente fuerte de

mantener a otros niños. Mas, es discutible que esto sugiera algo respecto

de la igual consideración. Después de todo, mis obligaciones negativas

hacia otros niños tienen plena fuerza: Yo debo no secuestrarlos, no

abusar de ellos o no matarlos a pesar de cuán socialmente distantes ellos

puedan estar de mí. Y aunque yo tenga obligaciones positivas especiales

-obligaciones de proveer ciertos bienes- a mi propio hijo, yo reconozco

que todos los niños tienen los mismos derechos básicos que mi hijo tiene;

por supuesto, yo incluiría ciertos derechos positivos, tales como derecho a

una nutrición adecuada, vestido y protección y no restringiría esta

pretensión a los niños de mi propia nación o sociedad. En esta forma,

extiendo la igual consideración a todos los niños y humanos en general.”

[DeGRAZIA, David 2002, p.30]

Esta cita revela la agudeza singular de David DeGrazia para comprender

el correcto sentido del movimiento de Liberación Animal y, a la vez, el

error de su colega, Mary Midgley.

En efecto, DeGrazia hace una distinción capital entre

obligaciones/derechos positivos y negativos. Ya que el movimiento

liderado por Peter Singer -Liberación Animal- pugna por el reconocimiento


89

de deberes morales básicos negativos para con todas las especies

animales -el homo sapiens incluido-.

Las obligaciones morales positivas -hacer o dar algo- sin duda están

vinculadas a los nexos sociales o jurídicos que las personas establezcan,

pues nadie está obligado moralmente a alimentar a todos los

hambrientos, sino sólo a aquellos a quienes se los debe por vínculo de

parentesco. En cambio, los deberes morales negativos -abstenerse de

algo- no están sujetos a restricción alguna, sino que están plena y

vigorosamente vigentes a favor de todos; por ejemplo, no hacerles daño a

las personas, sean conocidas o desconocidas.

Del mismo modo, respecto de los animales el movimiento de Liberación

Animal sostiene el principio de igual consideración de todos los intereses

y se refiere a deberes morales negativos hacia todos, como lo es el no

torturar o hacer sufrir innecesariamente a los seres sensitivos. Estos

deberes negativos son plenamente compatibles con las obligaciones

positivas que las personas deben a sus cercanos; es decir, el hecho de

tener un deber positivo hacia alguien cercano no me excusa de tener un

deber negativo hacia el resto de las personas. Son cosas totalmente

independientes entre sí.

Más en concreto y proponiendo un ejemplo animal, tengo el deber moral

de tratar bien a mi perro –cuidarlo por ejemplo- y, a la vez, el deber moral

de no maltratar al resto de los perros. Midgley lamentablemente no hace

esta distinción entre deberes morales positivos y negativos, y por ello cae

en la confusión.

Además, la igualdad que ha de plantearse aquí de los intereses tiene que

hacerse a un nivel muy primario, es decir, a través de normas morales de


90

respeto mínimas y muy elementales. Pues, no tiene sentido hacerlo al

nivel de intereses considerados propios de los seres humanos. Así, no

tiene sentido proponer el derecho a voto para las gallinas o la libertad de

expresión para los cerdos.

Pero, sí tiene sentido proponer que todos los animales, humanos y no

humanos, tienen interés en no ser torturados, en no ser maltratados

gratuitamente o en no ser víctimas de crueldad.

Por ello, entonces, esta igualdad moral que concibe Singer se da al nivel

de seres vivientes sensitivos –el hombre incluido-, pues en este contexto

tiene sentido hablar de intereses comunes, incluso respecto de los

animales no humanos, y tiene sentido hablar de sufrimiento, dolor,

angustia, etc.

Una segunda precisión se hace necesaria aquí. Como lo observa

acertadamente Jesús Mosterín, el dolor y el sufrimiento no son males en

sí mismos. Ellos cumplen una función fisiológica, incluso en animales

sensitivos muy primitivos. Es decir, a través del dolor y el sufrimiento el

animal en general es impelido a evitar el peligro y las situaciones

dañosas. Es, sin duda, un mecanismo evolutivo exitoso, que ha llevado a

las especies animales a sobrevivir y a mejorar evolutivamente a través del

tiempo.

Es, por tanto, el dolor y el sufrimiento que no cumplen esta función los que

se convierten en mal, y se transforman en mal moral si un sujeto moral es

responsable de causarlo. Por ello, el dolor y el sufrimiento condenables

son aquellos que son deliberadamente provocados, al margen de esta

función fisiológica, es decir el dolor gratuito, no justificable, como el que


91

provoca el hombre a un animal en general en una diversión, para obtener

un bien suntuario, en un experimento científico innecesario, etc.

En resumen, este principio moral es planteado por Singer al nivel primario

de la sensibilidad, como el interés de todos por igual en evitar el dolor y el

sufrimiento, en especial los gratuitos o injustificados.

La postura de Peter Singer ante la pretensión de derechos para los

animales.

Pero, la posición de Singer ha recibido todo tipo de críticas negativas de

parte de autores que defienden la posición tradicional de que no tiene

sentido plantear una igualdad moral, incluso a un nivel tan elemental,

entre humanos y el resto de animales.

Al respecto él responde: “En intentos equivocados para refutar los

argumentos de este libro [Animal Liberation], algunos filósofos han

realizado verdaderos esfuerzos para desarrollar argumentos que

demuestren que los animales no tienen derechos. Han sostenido que,

para tener derechos, un ser debe tener autonomía, formar parte de una

comunidad, poseer la habilidad para respetar los derechos de los otros o

tener un sentido de la justicia. Estos argumentos son irrelevantes para la

causa de la Liberación Animal. El lenguaje de los derechos es una útil

fórmula política. Es incluso más valioso en la era de los informativos

televisados de treinta segundos que en tiempos de Bentham; pero, en lo

que respecta al argumento a favor de un cambio radical en nuestra actitud

hacia los animales, no es en absoluto necesario.

Si un ser sufre, no puede haber justificación moral alguna para negarse a

tener en cuenta este sufrimiento. Al margen de la naturaleza del ser, el


92

principio de igualdad exige que –en la medida en que se puedan hacer

comparaciones grosso modo- su sufrimiento cuente tanto como el mismo

sufrimiento de cualquier otro ser. Cuando un ser carece de la capacidad

de sufrir, o de disfrutar o ser feliz, no hay nada que tener en cuenta. Por

tanto, el único límite defendible a la hora de preocuparnos por los

intereses de los demás es el de la sensibilidad ( entendiendo este término

como una simplificación que, sin ser estrictamente adecuada, es útil para

referirnos a la capacidad de sufrir y/o disfrutar ). Establecer el límite por

alguna otra característica como la inteligencia o el raciocinio sería

arbitrario. ¿Por qué no habría de escogerse entonces otra característica,

como el color de la piel?

El racista viola el principio de igualdad al dar más peso a los intereses de

los miembros de su propia raza cuando hay un enfrentamiento entre sus

intereses y los de otra raza. El sexista viola el mismo principio al favorecer

los intereses de su propio sexo. De modo similar, el especista permite que

los intereses de su propia especie predominen sobre los intereses

esenciales de los miembros de otras especies. El modelo es idéntico en

los tres casos.” [ SINGER, Peter 1999 a, p. 44 s.]

Singer evita hablar de ‘derechos’ porque su posición no se basa en

proponer derechos para los animales, ni morales ni jurídicos, y así evita,

como buen utilitarista, el meterse en todas las dificultades que conlleva el

plantear una postura relativa a una titularidad de derechos, sean los que

sean.

Él sólo plantea la universalización del principio moral de la igual

consideración de intereses. Por ello, todas las críticas negativas, cuyo


93

contenido se relaciona con que los animales no pueden ser titulares de

derechos, no le tocan.
94

Capítulo X

Gary Francione y la abolición de la propiedad sobre los animales.

Habiendo llegado a este punto de nuestra exposición, el momento es

oportuno para reparar en una interesante y curiosa situación. La norma

penal que analizamos –el art.291 bis del Código Penal-, las normas

morales tradicionales sobre crueldad hacia los animales consideradas a

propósito de Santo Tomás de Aquino e Immanuel Kant, así como el

principio moral sustentado por Peter Singer –recién expuesto- , todos

tienen algo en común. A saber, que condenan sólo el maltrato o trato

cruel, innecesario o no, de los animales. Por ejemplo, el torturarlos. Pero

no así el matarlos.

Eso quiere decir, entonces, que sólo el maltrato de los animales es

considerado como algo ilegal e inmoral, mas no su exterminio. Las

normas penales vigentes, de hecho, sólo sancionan el maltrato o trato

cruel de los animales y no el quitarles la vida. Lo mismo ocurre con las

normas morales. Por tanto, si yo mato a un animal en forma indolora y sin

que el animal sufra ‘sabiendo’ lo que voy a hacerle, no cometo delito ni

inmoralidad alguna.
95

Peter Singer, curiosamente y no obstante su posición revolucionaria, es

de la misma opinión:

“Concluimos, entonces, que rechazar el especismo no implica que todas

las vidas tengan igual valor. Aunque la autoconsciencia, la capacidad de

hacer planes y tener deseos y metas para el futuro o de mantener

relaciones significativas con otros, etc., son irrelevantes para la cuestión

de causar dolor –ya que el dolor es el dolor, sean cuales sean las otras

capacidades que pueda tener el ser aparte de la de sentir dolor-, sí tienen

relevancia cuando se trata de la privación de la vida. No es arbitrario

pensar que la vida de un ser autoconsciente, con capacidad de

pensamiento abstracto, de proyectar su futuro, de complejos actos de

comunicación, etc., es más valiosa que la vida de un ser sin estas

capacidades. (...)

Daremos tan sólo una razón de esta diferencia: quitarle la vida a un ser

que ha estado deseando, planeando y trabajando con una meta futura es

privar a ese ser de la consecución de esos esfuerzos; quitarle la vida a un

ser con una capacidad mental inferior al nivel necesario para comprender

que es un ser con futuro –y mucho menos para hacer planes sobre el

futuro- no puede conllevar la misma clase de pérdida. (...) Así, lo que a

primera vista podría calificarse de especismo, no lo sería, ya que la

preferencia en los casos normales por salvar una vida humana en vez de

la de un animal, cuando hay que elegir entre las dos, está basada en las

características que tienen los humanos normales y no en el simple hecho

de que sean miembros de nuestra propia especie.” [SINGER, Peter 1999

a, p. 56 s.]
96

Singer, entonces, coincide en este punto con la visión tradicional, aunque

por razones diferentes, de que no es incorrecto matar a un animal.

Mientras, matar a un ser humano es un delito y una inmoralidad grave,

hacer lo mismo a un animal no lo es, salvo que lo hagamos en forma

dolorosa o cruel.

Las razones que da Singer tienen que ver con el hecho de que el ser

humano tiene conciencia de sí mismo y, por ende, tiene también una vida

futura, es decir, proyecta su vida más allá de su momento actual,

haciendo planes y teniendo anhelos sobre su porvenir. No pasa ello con el

resto de los animales, ya que éstos, al parecer, viven sólo el presente y no

hacen planes ni tienen deseos futuros. Por eso el simple hecho de matar

a un animal no es inmoral en sí mismo, porque el animal nada pierde al

perder su vida, pues no ha proyectado su futuro ni puede lamentar la

pérdida de una vida futura sobre la cual no tiene conciencia.

Las consecuencias de esta posición de Singer –postura que comparte con

los tradicionalistas-, sumada al hecho de que los mayores beneficios que

obtenemos de los animales los logramos matándolos, es que no se

condena la explotación animal en sí misma, sino sólo el dolor y el

sufrimiento que eventualmente ella causaría al animal explotado.

De esta manera, si la explotación animal se hiciera de tal modo que no

causara dolor y sufrimiento alguno a los animales explotados, entonces

Singer no tendría ningún reparo moral que hacer contra ella, en la misma

medida que tampoco lo tiene ante la idea de matar a un animal.

Así se puede leer cuando Singer trata el tema de hacerse o no

vegetariano:
97

“¿Hasta dónde deberíamos llegar? Están claras las razones para una

ruptura radical con nuestros hábitos alimenticios, pero ¿debemos comer

sólo vegetales? ¿Dónde exactamente debemos establecer el límite?

Siempre resulta difícil delimitar con precisión. Voy a hacer algunas

sugerencias, pero es posible que el lector las encuentre menos

convincentes que lo que he dicho antes sobre casos más claros. Cada

uno debe decidir por sí mismo dónde situar el límite, y esta decisión quizá

no coincida exactamente con la mía. Esto no es tan importante, a fin de

cuentas. Podemos distinguir a los calvos de los que no lo son sin tener

que establecer en cada caso el límite diferenciador. Lo importante es

llegar a un acuerdo sobre lo esencial.

Espero que cualquiera que haya leído hasta aquí reconocerá la necesidad

moral de negarse a comprar o comer carne, u otros productos, de

animales que han sido criados bajo las condiciones imperantes en las

modernas granjas industriales. Ésta es la conclusión más clara, el mínimo

absoluto que debería aceptar cualquiera con capacidad para ir más allá

del estrecho campo del interés personal.” [SINGER, Peter 1999 a, p.215

s.]

Como leemos, Singer deja a la conciencia de cada uno de nosotros la

decisión de hacerse vegetariano, el mínimo moral que él exige es no

consumir productos elaborados de animales criados en las modernas

granjas industriales, debido esencialmente al sufrimiento sistemático que

los animales padecen en ellas. No existe otra razón para esta exigencia

moral de Singer.
98

A lo más y como un asunto puramente práctico él recomienda no matar

animales para evitar que nos hagamos la idea de que podemos matar y

utilizar animales para fines no esenciales:

“En un nivel puramente práctico, se puede decir lo siguiente: matar

animales para comer ( excepto cuando sea estrictamente necesario para

sobrevivir ) nos hace considerarlos como objetos que podemos usar

tranquilamente para nuestros propios fines no esenciales. Con lo que ya

sabemos sobre la naturaleza humana, mientras sigamos pensando así de

los animales no conseguiremos cambiar las actitudes que, cuando son

practicadas por seres humanos comunes, conducen a no respetar –y por

tanto maltratar- a los animales. Así, pues, lo mejor sería establecer este

simple principio general: evitemos matar animales para comer excepto

cuando sea necesario para sobrevivir.” [ SINGER, Peter 1999 a, p. 279]

Mas, nada en la postura de Singer plantea la idea de que dejemos de

considerar a los animales como recursos nuestros, sino sólo que los

explotemos en los casos de nuestras auténticas necesidades. La

consideración moral que se plantea en su pensamiento llega sólo hasta el

punto de evitar su dolor y sufrimiento.

El autor norteamericano Gary Francione (1954), dedicado a los temas

morales y legales sobre los animales, no está de acuerdo en absoluto con

esta última posición moral de Singer :

“(...) aunque [Singer] sostiene que matar a un ser sensitivo no inflige daño

a ese ser, parecería que lo contrario es verdad: esa muerte es el más

grande daño para cualquier ser sensitivo, y parece que el simple hecho de

ser sensitivo implica lógicamente un interés en continuar en la existencia y

alguna conciencia de ese interés.” [FRANCIONE, Gary 2000, p.137]


99

Francione da varias razones para desacreditar esta última afirmación de

Singer, entre ellas, por ejemplo, dice que es difícil sostener que ningún

animal -aparte del hombre y de los grandes simios- tenga un sentido de

futuro; indica que cualquier ser sensitivo es también autoconsciente en

algún sentido moralmente relevante; observa que es difícil sostener que

un animal determinado sea meramente un recurso reemplazable por otro,

pues cada individuo animal tiene su propia ‘personalidad’ que lo hace

único; destaca que si la autoconsciencia es necesaria para que los seres

sensitivos tengan interés en la vida, entonces debemos concluir que un

número importante de humanos –los deficientes mentales profundos y

otros similares- no tienen interés en la vida y pueden ser tratados como

recursos; etc.

Pero, la crítica que nos interesa de Francione apunta a una situación

jurídica que él ha estudiado en profundidad. Él ha publicado en dos de

sus obras, “Animals, Property, and the Law” (1995) e “Introduction to

Animal Rights” (2000), las conclusiones de sus sistemáticos estudios de la

jurisprudencia de su país, EE.UU., respecto de la aplicación de las leyes

protectoras de los animales.

Los resultados de la aplicación de tales leyes han sido muy deficientes.

Cada vez que los tribunales han resuelto los ‘conflictos’ surgidos entre los

animales y el hombre, el animal ha perdido. Las leyes de bienestar animal

han servido de poco.

La causa de esta situación desmedrada de los animales ante las leyes

que supuestamente los protegen se relaciona, según Francione, con el

estatus de recurso humano que los animales aún conservan, estatus que

se refleja en el hecho de ser propiedad del hombre:


100

“El estatus de los animales como propiedad transforma en sin sentido

nuestra pretensión de rechazar el estatus de los animales como cosas.

Nosotros tratamos a los animales como el equivalente moral de objetos

inanimados con ningún interés o derecho moralmente significativo.

Traemos miles de millones de animales a la existencia al año

simplemente con el propósito de matarlos. Los animales tienen precios de

mercado. Perros y gatos son vendidos en tiendas de mascotas como

discos compactos; mercados financieros negocian en futuros por carne de

cerdo y ganado. Cualquier interés que un animal tenga no es nada más

que una mercancía económica que puede ser comprada y vendida

cuando está en el interés económico del propietario. Eso es lo que

significa ser propiedad.” [FRANCIONE, Gary 2000, p. 79 ]

Lo que plantea Francione es que el principio de igual consideración de los

intereses, de hombres y animales, que sostiene Singer, no sirve de nada

sin la abolición de la propiedad del hombre sobre los animales. Pues es

absurdo pretender que llegado el momento de la aplicación de la normas

morales y de las leyes de bienestar animal, los hombres y los jueces

respectivamente, por muy utilitaristas que pudieran ser, vayan a

considerar equivalentes los intereses del propietario y los intereses de la

propiedad.

En la jurisprudencia que ha analizado Francione, la balanza del equilibrio

de intereses siempre se ha inclinado a favor del propietario humano, en

perjuicio del animal, que es su propiedad. Por tanto, no basta con

preocuparse moralmente del dolor y sufrimiento del animal, descuidando

el hecho de que éste sigue siendo considerado un recurso del hombre.

Puesto que cuando han entrado en conflicto el interés del hombre en el


101

animal, que tiene tinte económico, con el interés del animal en no sufrir,

que tiene carácter humanitario, siempre se ha dado más peso al primero,

burlando con ello el espíritu de las leyes de protección animal:

“Aunque las leyes de bienestar animal, y particularmente las leyes

anticrueldad, supuestamente prohiben el infligir a los animales sufrimiento

innecesario, estas leyes simplemente no proveen ningún nivel significativo

de protección. Hay al menos cinco razones para este fracaso, todas ellas

están relacionadas con el estatus de propiedad de los animales. Primero,

muchas de estas leyes explícitamente exceptúan la mayoría de las formas

de explotación institucionalizada, que dan cuenta del número más grande

de animales que usamos. Segundo, aun si estas leyes no exceptúan

explícitamente ciertas formas de uso animal, las cortes efectivamente han

leído en ellas una excepción para la mayoría de nuestros usos animales.

Tercero, muchas leyes anticrueldad, que son leyes penales, requieren

que el acusado haya actuado con un particular estado mental, y es difícil

probar que un acusado que impuso sufrimiento a un animal, cuando

estaba involucrado en un uso tradicional o aceptado de la propiedad, haya

actuado con el requerido estado mental de culpable. Cuarto, la ley

presume que los propietarios actuarán en virtud de sus mejores intereses

económicos y no impondrán más sufrimiento del necesario a un animal,

porque hacerlo así disminuiría el valor monetario de éste. Quinto, hay

serios problemas que conciernen a las penas y a la imposición de las

leyes anticrueldad y otras leyes de bienestar animal. Somos generalmente

renuentes a imponer el estigma de la responsabilidad criminal a los

propietarios por lo que ellos hacen con su propiedad, y generalmente

impedimos a aquellos que carecen de interés de propietario cuestionar un


102

uso o tratamiento particular de los animales.” [FRANCIONE, Gary 2000,

p. 55 s. ]

Francione dedica páginas y páginas a mostrar hasta la saciedad fallos

judiciales de las cortes norteamericanas en que una ley de protección

animal no se aplicó o se aplicó torcidamente a favor del humano

propietario por influencia de alguna de estas cinco razones que él esbozó.

Aunque la situación que plantea Francione es una situación de hecho, es

decir, algo que ha ocurrido en su país en forma contingente y no

necesariamente tiene que ocurrir siempre, la tendencia mayoritaria de esa

jurisprudencia hace de esta situación algo insoslayable. Sería ingenuo de

nuestra parte el no reconocer que en todas estas situaciones lo que ha

fallado no es una mala técnica legislativa en las leyes protectoras de los

animales sino una razón mucho más plausible. En todas estas situaciones

analizadas por Francione el ser humano ha actuado como juez y parte. No

es de extrañar entonces el resultado obtenido.

De todos modos, es evidente que la visión de propiedad ( recurso ) que

tenemos de los animales hace muy difícil ver en el animal a un ser digno

de cierta consideración moral, como quizá le sucedió en el pasado a

algún esclavista de ‘buena voluntad’ que, no obstante esta buena

disposición, no pudo ver en el esclavo a un ser humano, con vida propia,

con sueños y proyectos como él mismo los tenía.

Así lo manifiesta Francione en esta cita que resume todo su pensamiento

al respecto:

“No podemos contemplar simultáneamente a los animales como recursos

y como seres con intereses moralmente significativos. Si podemos quitarle

la vida a un animal por una razón cualquiera, o en circunstancias en las


103

cuales no usaríamos o mataríamos a un humano, entonces no resulta

probable que vayamos a conceder mucha significación a los intereses del

animal. Si el animal es un recurso, entonces el animal sólo puede tener un

valor económico o relativo a su ser una propiedad –y esto significa que su

interés tendrá sólo también, de manera general, un interés económico-.

Esto es exactamente lo que sucedía en la esclavitud humana. A pesar de

las leyes que exigen el tratamiento ‘humano’ de los esclavos, el esclavo

pierde siempre que el interés del propietario del esclavo entra en conflicto

con el interés del esclavo. Similarmente, los intereses de los animales

contemplados como recursos reemplazables sin interés alguno en la vida

se valorarán sólo en el grado necesario para asegurar su explotación

eficiente. Bentham jamás explicó cómo podríamos considerar el interés de

un animal como ‘igual’ al interés humano. (...)

El sistema de Bentham de la consideración igual, tal como fue

incorporado en las leyes de bienestar animal, hizo poco por cambiar el

estatuto de los animales como cosas.

De hecho, si el análisis de este ensayo es correcto, tanto Bentham como

Singer son culpables de hacer el mismo análisis defectuoso del que

acusaban a otros teóricos que mantenían que los animales no tenían en

absoluto ninguna significación moral y que los humanos podrían no tener

las obligaciones morales que deben directamente a los animales.

Bentham y Singer afirman que los animales no tienen interés en continuar

viviendo puesto que no son autoconscientes y pueden usarse como

recursos nuestros, pero que tienen intereses moralmente significativos en

no sufrir a pesar de no ser autoconscientes. La posición de

Bentham/Singer no es realmente diferente de la posición de aquellos que,


104

como Kant o Locke, mantenían que los animales no tienen intereses

moralmente significativos y que nosotros no tenemos respecto de los

animales obligaciones directas, aunque no debemos causar daño ‘de

forma gratuita’ a los animales, puesto que tal conducta hace menos

verosímil el que actuemos de forma cuidadosa respecto de otros

humanos, violando con ello nuestras obligaciones morales hacia esos

humanos. En cualquiera de los dos casos, los animales quedan excluidos,

en el fondo, de la comunidad moral.

Si Bentham y Singer aplicasen realmente el principio de igual

consideración a los intereses animales, parecería necesario que tratasen

los casos similares de una manera similar y concediesen una protección

similar del tipo de los derechos al interés de los animales en no ser

recursos humanos. Tal posición implicaría que aboliésemos la institución

de la propiedad de los animales. Si los animales han de tener alguna

significación moral entonces, sea como sea el modo en que tratemos a los

animales, una cosa es cierta: no podemos tratarlos exclusivamente como

recursos nuestros. Tenemos que conceder derechos, o protección del tipo

de la proporcionada por los derechos, a los animales o, de lo contrario, se

les negará también significación moral puesto que jamás se considerará

que tienen intereses similares a los de sus poseedores humanos. Como

en el caso de la esclavitud, los animales siempre y necesariamente

contarán como menos de ‘uno’, y la aplicación del principio de igual

consideración, que es necesario para la significación moral de sus

intereses, se convertirá en algo imposible.” [ FRANCIONE, Gary 1999, p.

55 s.]
105

Estas críticas de Francione a las leyes de su país sobre protección animal

( animal welfare laws ), sumadas a las de otros autores en el mismo

sentido, han tenido cierta repercusión. Es así como, tras un serio debate y

su respectiva votación, el Estado norteamericano de Rhode Island se ha

convertido en el primer Estado en promulgar legislación reconociendo a

las personas como “guardianes” de sus animales de compañía, y no ya

sus dueños. De este modo, se ha cambiado en este Estado

norteamericano el estatus de “propiedad” que tenían los animales de

compañía -perros, gatos, loros, etc.- respecto a las personas humanas.

En concreto, ello lo realizó el Senado estatal de Rhode Island cuando

aprobó el Bill H.6119 en julio de 2001.

Los proponentes de la ley ( bill ) tienen la esperanza de que la nueva

definición elevará la percepción pública de las mascotas de ‘propiedad’

hasta aquella de ‘individuos con necesidades e intereses propios’.


106

Capítulo XI

Tom Regan y la factibilidad de derechos para los animales.

Gary Francione coincide con Peter Singer en el punto de que para dar

una adecuada protección a los intereses moralmente relevantes de los

animales no hace falta proclamar que éstos tengan derechos. Basta con

plantear principios morales adecuados y bien fundados. Sin embargo, de

acuerdo con lo que señala el mismo Francione en la última cita que

hicimos de él, la realidad de nuestra comunidad moral es más compleja, la

vida práctica impone sus propios condicionamientos, situación que él

estudió en detalle reflejada en la jurisprudencia norteamericana. Todo ello

lo lleva a matizar esta postura en la dirección más radical de que “(...)

tenemos que conceder derechos, o protección del tipo de la

proporcionada por los derechos, a los animales o, de lo contrario, se les

negará también significación moral puesto que jamás se considerará que

tienen intereses similares a los de sus poseedores humanos.(...)”

[FRANCIONE, Gary 1999, ibid.]

En otras palabras, en nuestra sociedad liberal mercantilista de nada sirve

proclamar principios morales si no están apoyados sobre derechos


107

morales y estos últimos, a su vez, tampoco sirven de mucho si no están

sancionados por derechos legales. En algunos casos, incluso, es

necesario reforzarlos por leyes penales.

Se requiere, según Francione, de un planteamiento abierto a favor de

reconocer a los animales derechos u otra institución que les dé una

protección similar.

El autor norteamericano Tom Regan (1938) es quien asume la tarea

compleja de plantear abiertamente que los animales tienen derechos. Y

ello en virtud de una personal convicción en tal sentido, y no por una

conveniencia práctica como lo sugiere en parte Gary Francione.

La obra central del pensamiento de Tom Regan es su libro titulado “The

Case for Animal Rights” ( El Caso por los Derechos de los Animales,

1983), donde elabora lo medular de su doctrina. Es un libro detallista,

complejo y de lenguaje técnico. Dedica los dos primeros capítulos a

desacreditar la idea arraigada de que los animales no humanos carecen

de vida mental. Y basándose fundamentalmente en las últimas

investigaciones de etología animal y de sicología comparada, busca

probar que los animales tienen sus formas propias de conciencia, e

incluso, como en el caso de algunos mamíferos superiores,

autoconsciencia. El objetivo de estas alusiones a determinados

resultados científicos recientes va de la mano con el entramado de su

argumentación en pro de los derechos animales, que veremos a

continuación.

Regan distingue entre agentes morales (moral agents) y pacientes

morales (moral patients). Los primeros son los sujetos que tienen
108

responsabilidad moral por sus actos, es decir, tienen deberes y

obligaciones, en la medida de que son libres, y, por supuesto, también

tienen derechos, tanto derechos morales como legales. El paradigma del

agente moral es un ser humano normal y adulto.

Los pacientes morales, en cambio, sólo tienen derechos, pues careciendo

de una libertad suficiente que les pudiera hacer responsables de sus

actos, no tienen deberes ni obligaciones. El paradigma de un paciente

moral es un niño pequeño, un bebé humano.

Regan sostiene que los agentes morales tienen desde un punto de vista

ético un valor inherente (inherent value). Este valor consiste en un valer

en sí mismo, independientemente de la calidad de vida y de las

experiencias valiosas que pudiesen tener a lo largo de su existencia.

Asimismo, tampoco deja de tener este valor el agente moral, no obstante

el hecho de que sea un sujeto vil, un hombre que haya cometido graves y

horrorosos crímenes. Por ello mismo, este valor no acepta grados, sino

que todos lo tienen por igual, sea cual sea la vida que lleven.

En fin, el valor inherente no es algo que el agente moral pueda ganar o

perder, menguar o crecer, merecer o desmerecer por su conducta, y

tampoco es algo que dependa de los intereses o la utilidad para los

demás.

Este concepto es similar al concepto kantiano de ‘sujeto moral’. En el

pensamiento de Kant el ‘sujeto moral’ merece respeto y consideración

morales por sí mismo. Todo ello lo expresaba este filósofo en su famosa

regla que sostenía que el hombre (sujeto moral) debía ser siempre fin y

nunca únicamente medio para nuestras acciones e intereses. La regla de

oro kantiana de la moralidad.


109

Sin embargo, Regan evita el concepto de Kant porque no comparte el

fundamento que éste da para su concepto de ‘sujeto moral’. Kant, como

buen ilustrado, consideraba que lo esencial de un sujeto moral es la

facultad de la razón, en cuyo caso, sólo el ser humano podía ser

considerado tal:

“El hombre, en verdad, está bastante lejos de la santidad; pero la

humanidad en su persona tiene que serle santa. En toda la creación

puede todo lo que se quiera y sobre lo que se tenga algún poder, ser

también empleado sólo como medio; únicamente el hombre, y con él toda

criatura racional, es fin en sí mismo. Él es, efectivamente, el sujeto de la

ley moral, que es santa, gracias a la autonomía de su libertad.” [ KANT,

Immanuel 1984, p. 127 ]

Así, para evitar una posible confusión con el concepto kantiano de ‘sujeto

moral’, Regan elabora su propio concepto de ‘agente moral’, al cual lo

hace titular de derechos en la medida de que es un ‘sujeto-de-una-vida’

(subject-of-a-life). Esta idea expresada en esta extraña combinación de

palabras se constituye en el criterio que permite determinar cuándo y por

qué alguien es titular de derechos. Regan la explica de la siguiente

manera:

“Ser el sujeto-de-una-vida es ser un individuo cuya vida está caracterizada

por aquellos rasgos explorados en los capítulos de apertura de la

presente obra: esto es, que individuos son sujetos-de-una-vida si ellos

tienen creencias y deseos; percepción, memoria y un sentido del futuro,

incluyendo su propio futuro; una vida emocional junto con sensaciones de

placer y dolor; intereses de preferencias y de bienestar; la capacidad para

iniciar alguna acción en persecución de sus deseos y fines; una identidad


110

sicológica permanente; y un bienestar individual en el sentido de que su

vida experiencial resulte bien o mal para ellos, lógicamente en forma

independiente de su utilidad para otros y lógicamente en forma

independiente de ser ellos el objeto de los intereses de alguien más.

Aquellos que satisfacen el criterio de ser un sujeto-de-una-vida tienen un

tipo distintivo de valor –valor inherente- y no van a ser vistos o tratados

como meros receptáculos.” [ REGAN, Tom 1983, p.243 ]

Regan considera que su concepto de ‘un-sujeto-de-una-vida’ es más

adecuado que el concepto tradicional de ‘sujeto moral’, vinculado a la

racionalidad, porque permite dar cuenta de los ‘casos marginales’. A

saber, con este nuevo concepto se puede, sin caer en inconsecuencias,

justificar el porqué niños pequeños o discapacitados mentales –es decir,

pacientes morales- son titulares de derechos, no obstante su situación

problemática respecto a sus facultades intelectuales. Pues, a pesar de

esta situación de discapacidad, que desde la perspectiva global que

plantea Regan es sólo parcial, los pacientes morales son real y

plenamente ‘sujetos-de-una-vida’.

En cambio, el concepto de ‘sujeto moral’, que heredamos de Kant, nos

deja en la incómoda y dificultosa situación de justificar el porqué

consideramos titulares de derechos morales a estos sujetos no racionales

-los casos marginales-.

De este modo, siguiendo a Regan, tanto los agentes morales como los

pacientes morales tienen valor inherente, y lo tienen todos por igual. Por

ello, efectivamente concebimos, sin caer en inconsistencias, que todos

ellos son titulares de derechos:


111

“Aquellos que, como Kant, restringen el valor inherente a los agentes

morales limitan este valor a aquellos individuos que tienen esas

capacidades esenciales para la actuación moral [ moral agency ], en

particular la capacidad de hacer que razones imparciales influyan en uno

para la toma de decisiones. La concepción de valor inherente involucrado

en el postulado del valor inherente es más universal, aplicándose a

individuos ( por ejemplo, pacientes morales humanos ) que carecen de las

capacidades necesarias para la actuación moral. Si los agentes y

pacientes morales, a pesar de sus diferencias, son vistos como teniendo

igual valor inherente, entonces no es irracional demandar que citemos

alguna semejanza relevante entre ellos que haga inteligible y no arbitrario

el atribuirles a ambos valor inherente. En la naturaleza del caso esta

similitud no puede ser algo que varíe de individuo a individuo, puesto que

ello permitiría que su valor inherente varíe como consecuencia. Así,

ninguna característica física ( por ejemplo, tener dos ojos o cinco dedos )

puede marcar la semejanza relevante; ni bastará la pertenencia a una

especie ( por ejemplo, pertenecer a la especie Canus lupus u Homo

sapiens ); ni aún las clasificaciones biológicas más generales ( por

ejemplo, ser un animal ).” [ REGAN, Tom 1983, p.241 ]

Esta similitud relevante es que tanto los agentes como los pacientes

morales son sujetos de una vida, su propia vida, según ya se caracterizó.

A continuación y como era de esperarse, Regan da el siguiente y

anunciado paso: También los animales no humanos, en la medida que

son a su modo –no necesariamente al modo humano- sujetos-de-una-

vida, son pacientes morales. Y puesto que no existe, según Regan,

ninguna razón moralmente relevante para discriminar entre los pacientes


112

morales humanos y los animales no humanos, estos últimos también

serían titulares de derechos.

Ya anteriormente, cuando expusimos y analizamos el ‘argumento a partir

de los casos marginales’, nos dimos cuenta de que no había ninguna

razón ni justificación moralmente relevante para diferenciar con justicia

entre un animal y un bebé humano o un deficiente mental. Así, si estos

dos últimos tienen en nuestra comunidad humana derechos, por qué

razón no debiéramos considerar que también los tienen los animales:

“Como un asunto de estricta justicia, entonces, se nos exige dar igual

respeto a aquellos individuos que tienen igual valor inherente, sean ellos

agentes morales o pacientes morales, y, en el caso de estos últimos, sean

ellos humanos o animales. Eso es algo que a cada uno es debido. La

injusticia surge cuando nosotros tratamos a aquellos que tienen tal valor

en formas que fallan en mostrar el respeto apropiado ( por ejemplo, al

tratarlos como si su valor fuera reductible a su utilidad para otros ).”

[REGAN, Tom 1983, p.264 ]

Sin embargo, en este planteo que hacemos respecto al pensamiento de

Regan queda abierto aún el asunto de qué derechos debemos

reconocerles a los animales no humanos. ¿Debemos reconocer a los

animales ciertos derechos propios, esto es, ciertos derechos especiales?

¿O los mismos derechos que reconocemos a los humanos?

En este punto Tom Regan es consecuente con sus puntos iniciales, pues

dado que no encuentra razón alguna para discriminar justificadamente

entre pacientes morales humanos y animales no humanos, considera que

ambos tienen los mismos derechos morales básicos:


113

“Porque los pacientes morales tienen valor inherente y no tienen ni más ni

menos valor inherente que aquél que es poseído por los agentes morales,

ellos tienen el mismo derecho al tratamiento respetuoso poseído por los

agentes morales y ellos poseen este derecho igualmente -esto es,

agentes morales y pacientes morales tienen un igual derecho a

tratamiento respetuoso. (...) No es un acto de benevolencia [kindness]

tratar a los animales respetuosamente. Es un acto de justicia. No son ‘los

intereses sentimentales’ de los agentes morales los que fundan nuestros

deberes de justicia hacia los niños, los retardados, los seniles u otros

pacientes morales, incluyendo los animales. Es el respeto por su valor

inherente. El mito del estatus moral privilegiado de los agentes morales ya

no tiene ropas. (...) Para la posición en favor de derechos [para los

animales], los derechos morales básicos son más básicos que la utilidad e

independientes de ella, así que la principal razón de por qué –digamos-

matar a un agente o paciente moral es malo, si lo es y cuándo lo es,

reside en la violación de los derechos morales del individuo, y no en

consideraciones acerca de todos aquellos otros, quienes recibirán o no

placer o dolor, o quienes tendrán o no sus preferencias satisfechas o

frustradas.” [ REGAN, Tom 1983, pp. 279 s. ]

Como vemos, Regan no distingue en el fondo entre humanos y animales,

ambos tienen los mismos derechos morales básicos.

Según la cita, entonces, además del derecho a no ser maltratado o

tratado cruelmente, está incluso el derecho para los animales a no ser

muerto, es decir, el derecho a la vida. Todo ello circunscrito en el

concepto englobante del derecho al trato respetuoso.


114

Este trato respetuoso es debido a todos en forma igual. De aquí que se

pueda vislumbrar una suerte de ‘regla de oro’ en el planteo de Regan,

esto es, si dentro del trato respetuoso debido al hombre está el no matarlo

–por ejemplo-, entonces también lo está en el derecho al trato respetuoso

del animal.

En esta cita Regan, además, toma distancia respecto a la posición

utilitarista, de Singer y de otros, al señalar que el derecho al trato

respetuoso es debido al sujeto en cuanto poseedor de valor inherente y,

por consiguiente, independientemente de las consecuencias buenas o

malas que tenga para otros esta situación.

Con ello Regan desnuda uno de los puntos más débiles y, a la vez, más

fuertes de la posición moral utilitarista respecto de los animales.

Más débiles, porque el utilitarismo moral carece de capacidad para

sustentar una posición de respeto fuerte a favor de los animales. Puesto

que el utilitarismo, al condicionar el respeto al animal a una evaluación

previa de ‘utilidad’, deja al animal, en la práctica, en la indefensión, como

vimos en el análisis crítico que hace Gary Francione de la jurisprudencia

norteamericana.

Pero, a su vez, más fuertes, porque el planteo utilitarista, al relativizar el

respeto al animal a cierto equilibrio o balance de las consecuencias

buenas y malas para todos los afectados, es la única posición animalista

posible de llevarse a cabo con éxito en la práctica.

La posición de Tom Regan, no obstante lo consecuente que pudiera ser,

implica considerar al animal de igual a igual con el ser humano desde el

punto de vista moral y también, a la larga, desde el punto de vista jurídico.


115

Las consecuencias globales para la comunidad humana de hacer efectivo

el planteo de Regan serían catastróficas.

Si se piensa que la abolición de la esclavitud en los Estados del sur

norteamericano significaba para la comunidad humana blanca la renuncia

definitiva y para siempre de su ‘estilo de vida’, no es sorprendente que

dicha abolición tuviera que llevarse a la práctica a través de una

sangrienta guerra civil. De este modo, si se piensa que la abolición de la

explotación animal -aunque exigida por atendibles razones de justicia-

implica un cambio mucho más radical para toda la comunidad humana,

entonces se vislumbra no una guerra civil, pero sí un rotundo fracaso.

En este sentido, la posición utilitarista es más factible de realizar. He ahí

su mayor fortaleza. Pero, no para ser una realización definitiva, sino para

ser un escalón intermedio que algún día nos lleve al escalón ideal más

alto, que es el reconocimiento pleno de derechos morales al animal, tal y

como nos propone Tom Regan.


116

Reflexiones finales

Quizá la mejor conclusión que podemos sacar, a partir de todo el análisis

que hemos hecho, es que no podemos aún extraer ninguna conclusión. El

debate sobre los derechos de los animales recién ha comenzado. Los

defensores de los animales recién han puesto sus argumentos sobre la

mesa. Y sólo hace unos pocos años han comenzado a publicarse las

obras en que se critican esos argumentos. Habrá que esperar, pues hay

mucho que analizar y mucho que discutir.

No cabe duda de que los argumentos y doctrinas a favor de los animales,

que hemos expuesto en el cuerpo del presente libro, son discutibles. Son

interesantes, sin embargo, porque ponen en cuestión algo que nunca se

nos había ocurrido cuestionar. Siempre habíamos trazado una línea

infranqueable entre nosotros, los seres humanos, y el resto de las

especies animales. Esa línea consistía en la titularidad de derechos. Esta

simple diferencia moral y jurídica había tenido la dramática consecuencia

de sentar las bases para que nosotros pudiésemos considerar y tratar a

ese resto de especies animales como simples cosas a nuestro servicio.

Pero, entonces, qué ha ocurrido. Ha ocurrido lo que sucede muy a

menudo. La duda ha sido sembrada. Aquello que era para nosotros

evidente y obvio ha comenzado a ser cuestionado y ha comenzado a


117

dejar de ser evidente y obvio. Tras las primeras embestidas de los

‘animalistas’ hemos caído en cuenta de que no tenemos argumentos

sólidos que justifiquen esta actitud moral y jurídica que siempre hemos

tenido hacia los animales. ¿Y por qué esta indefensión nuestra? Porque

nadie busca justificar con razones y argumentos aquello que es obvio y

evidente. Son convicciones de las cuales nadie duda y que, por tanto,

nadie intenta fundamentar. Eso es lo que caracteriza a una creencia,

aunque después deje de serlo. Creímos alguna vez que la Tierra era

plana e inmóvil, porque era lo que veíamos todos los días.

Las creencias son convicciones que no sostenemos sino que son

convicciones que nos sostienen a nosotros. Sobre estas creencias, como

sobre sólidos fundamentos, edificamos nuestras creaciones intelectuales,

entre ellas la moral y el derecho.

Todo ello puede cambiar cuando ocurre algo que nos muestra que eso

tan evidente no es tal. Ahora bien, una vez perdida nuestra ‘inocencia’

respecto de algo que creíamos obvio, ya no se puede volver atrás. Una

vez que una creencia ha sido cuestionada seriamente muere para

siempre como tal, y pasa a ser una idea o un concepto que nos vemos

obligados a sostener nosotros mismos con nuevas creencias o, por

primera vez, con argumentos y razones.

Eso ha ocurrido. Los animalistas al poner al desnudo las inconsistencias

de nuestras actitudes morales y jurídicas respecto de los animales han

hecho precisamente eso. Con sus obras nos han mostrado que el

problema que han planteado es real y serio y que no podemos

despacharlo con una simple frase: ‘Los animales no tienen derechos’. De

este modo, el acierto de los animalistas es que han puesto esta misma y
118

simple frase sobre la mesa del debate, y no porque hayamos concedido

que tienen la razón, sino porque nos han obligado a revisar e intentar

justificar con razones aquello que considerábamos obvio y evidente.

Todas las inconsistencias de nuestras actitudes morales y jurídicas hacia

los animales se resumen en una contradicción interna fundamental : Por

una parte, no podemos evitar condenar moralmente el sufrimiento animal,

que nosotros mismos causamos, pues proviene dicha condena desde lo

más íntimo de nuestra conciencia y sentimientos morales. Pero, por otra

parte, no podemos ser consecuentes plenamente en esa condena porque

en nuestra actual civilización vivimos de la explotación animal y no

podemos evitar todo el sufrimiento que trae aparejado dicha explotación.

En el pasado, quizá todavía ingenuamente, tratamos de salvar esta

contradicción convencidos de que Dios había ‘sacrificado’ a los animales

en el altar de nuestra conveniencia. Ellos habían sido creados para

nosotros. Su sufrimiento era el homenaje que toda la creación rendía al

hombre, quien era el centro y el sentido de esta creación universal.

Hoy esas creencias han dejado de ser tales y la referida contradicción

fundamental ha quedado al descubierto.


119

ANEXO

Declaración Universal de los Derechos del


Animal
PREAMBULO

Considerando que todo animal posee derechos

Considerando que el desconocimiento de dichos derechos ha conducido y


sigue conduciendo al hombre a cometer crímenes contra la naturaleza y
contra los animales

Considerando que el reconocimiento por parte de la especie humana de


los derechos a la existencia de las otras especies animales, constituye el
fundamento de la coexistencia de las especies en el mundo

Considerando que el hombre comete genocidio y existe la amenaza de


que siga cometiéndolo

Considerando que el respeto hacia los animales por el hombre está ligado
al respeto de los hombres entre ellos mismos

Considerando que la educación debe enseñar, desde la infancia, a


observar, comprender, respetar y amar a los animales

SE PROCLAMA LO SIGUIENTE:

Artículo 1º
Todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos
derechos a la existencia.

Artículo 2º
a) Todo animal tiene derecho al respeto.
b) El hombre, en tanto que especie animal, no puede atribuirse el
derecho de exterminar a otros animales o de explotarlos violando ese
derecho. Tiene la obligación de poner sus conocimientos al servicio de los
animales.
c) Todos los animales tienen derecho a la atención, a los cuidados y a la
protección del hombre.

Artículo 3º
a) Ningún animal será sometido a malos tratos ni a actos crueles.
b) Si es necesaria la muerte de un animal, ésta debe ser instantánea,
indolora y no generadora de angustia.
120

Artículo 4º
a) Todo animal perteneciente a una especie salvaje, tiene derecho a vivir
libre en su propio ambiente natural, terrestre, aéreo o acuático y a
reproducirse.
b) Toda privación de libertad, incluso aquella que tenga fines educativos,
es contraria a este derecho.

Artículo 5º
a) Todo animal perteneciente a una especie que viva tradicionalmente en
el entorno del hombre, tiene derecho a vivir y crecer al ritmo y en las
condiciones de vida y de libertad que sean propias de su especie.
b) Toda modificación de dicho ritmo o dichas condiciones que fuera
impuesta por el hombre con fines mercantiles, es contraria a dicho
derecho.

Artículo 6º
a) Todo animal que el hombre ha escogido como compañero, tiene
derecho a que la duración de su vida sea conforme a su longevidad
natural.
b) El abandono de un animal es un acto cruel y degradante.

Artículo 7º
Todo animal de trabajo tiene derecho a una limitación razonable del
tiempo e intensidad del trabajo, a una alimentación reparadora y al
reposo.

Artículo 8º
a) La experimentación animal que implique un sufrimiento físico o
psicológico es incompatible con los derechos del animal, tanto si se trata
de experimentos médicos, científicos, comerciales, como toda otra forma
de experimentación.
b) Las técnicas alternativas deben ser utilizadas y desarrolladas.

Artículo 9º
Cuando un animal es criado para la alimentación debe ser nutrido,
instalado y transportado, así como sacrificado, sin que de ello resulte para
él motivo de ansiedad o dolor.

Artículo 10º
a) Ningún animal debe ser explotado para esparcimiento del hombre.
b) Las exhibiciones de animales y los espectáculos que se sirvan de
animales son incompatibles con la dignidad del animal.

Artículo 11º
Todo acto que implique la muerte de un animal sin necesidad es un
biocidio, es decir, un crimen contra la vida.

Artículo 12º
a) Todo acto que implique la muerte de un gran número de animales
salvajes es un genocidio, es decir, un crimen contra la especie.
121

b) La contaminación y la destrucción del ambiente natural conducen al


genocidio.

Artículo 13º
a) Un animal muerto debe ser tratado con respeto.
b) Las escenas de violencia en las cuales los animales son víctimas,
deben ser prohibidas en el cine y en la televisión, salvo si ellas tienen
como fin el dar muestra de los atentados contra los derechos del animal.

Artículo 14º
a) Los organismos de protección y salvaguarda de los animales, deben
ser representados a nivel gubernamental.
b) Los derechos del animal deben ser defendidos por la Ley, como lo son
los derechos del hombre.

Este texto definitivo de la Declaración Universal de los Derechos del

Animal fue adoptado por la Liga Internacional de los Derechos del Animal

( LIDA ) y las Ligas Nacionales afiliadas tras la 3.ª reunión sobre los

derechos del animal, celebradas en Londres del 21 al 23 de septiembre

de 1977. La Declaración se proclamó el 26 de enero de 1978 en Bruselas

y el 15 de octubre del mismo año en París, junto a la sede de la UNESCO.

Esta Declaración, además, fue aprobada por la Organización de las

Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (UNESCO), y

posteriormente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Este

instrumento no es vinculante; es decir, no es obligatorio para los Estados

miembros de la ONU.
122

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128

Índice

Pág.

Dedicatoria ...........................................................................................

Presentación ........................................................................................

Capítulo I Introducción ........................................................................

Capítulo II La legislación chilena y la protección animal ....................

Capítulo III El animal como posible sujeto pasivo de delito ...............

Capítulo IV La doctrina penal chilena y la protección animal ............

Capítulo V La moralidad como fuente material del Derecho y

la protección animal .........................................................

Capítulo VI La visión moral tradicional : La visión de los deberes

morales indirectos hacia los animales. [ Santo Tomás

de Aquino e Immanuel Kant ] ........................................

Capítulo VII El rechazo de la visión de los deberes morales

indirectos ......................................................................

Capítulo VIII El argumento común de los “animalistas” o partidarios

de los animales : “El argumento a partir de los casos

marginales”. .................................................................

Capítulo IX Peter Singer, el pionero en el siglo XX ..........................

Capítulo X Gary Francione y la abolición de la propiedad sobre

los animales ...................................................................

Capítulo XI Tom Regan y la factibilidad de derechos para los

animales .......................................................................
129

Reflexiones finales ............................................................................

Anexo .................................................................................................

Bibliografía ........................................................................................

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