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PRINCIPIO DE LEGÍTIMA DEFENSA

“…principio de “legítima defensa individual o colectiva”. Como bien se mencionó en la


sentencia número 02645-98 de las 15:33 horas del 21 de abril de 1998, de acuerdo con la
doctrina mayoritaria, el derecho a defenderse de un injusto agresor ha gozado de un
reconocimiento universal, porque tiene su base en el instinto de conservación. Este derecho a
defenderse es, precisamente, a lo que se refiere el principio de legítima defensa citado en el
Tratado. Según explicó este Tribunal Constitucional en aquella oportunidad, actualmente el
instituto de la legítima defensa es reconocido por la doctrina penal como una causa de
justificación, contemplando no solo la defensa de la vida e integridad física, sino también de

otros derechos. De conformidad con este instituto, no comete delito el que obra en defensa de
la persona o derechos, propios o ajenos, siempre que concurran las circunstancias
determinadas en la ley. En consecuencia, según lo explicado por la Sala, “la situación de la
legítima defensa presupone que se produce un ataque injusto y que en ese momento el
individuo se halla abandonado (sic) a sus propias fuerzas, teniendo que reaccionar contra el
injusto agresor, pues de lo contrario, la única alternativa que le queda es la de soportar la
agresión injusta, de forma que hay así una situación de necesidad, en el sentido de que el
sujeto ha de sufrir un mal o inferirlo”(ver sentencia 02645-98). Si bien se reconoce esa legítima
defensa, recientemente esta Sala aclaró que no existe un derecho de rango
constitucional a la portación y tenencia de armas de fuego, sino de un derecho meramente
legal que es susceptible de ser regulado por el Estado y restringido de conformidad con los
límites establecidos en el artículo 28 de la Constitución Política. Tales restricciones a la
portación y uso de armas derivan del hecho de que Costa Rica es un país con vocación
pacifista y sin ejército, que promueve la negociación, utilización del diálogo y otros
mecanismos similares para la solución de conflictos…” Sentencia 11569-13

“…el instituto de la legítima defensa es reconocido por la doctrina penal mayoritaria como una
causa de justificación, contemplando no solo la defensa de la vida e integridad física, sino
también de otros derechos, según se aprecia en nuestro Código Penal en su artículo 28, de
conformidad con el cual, no comete delito el que obra en defensa de la persona o derechos,
propios o ajenos, siempre que concurran las circunstancias ahí determinadas ; asimismo,
nuestro Código Civil en su artículo 305 contempla como derechos de exclusión y defensa que
el propietario y el poseedor de cualquier clase que sean, pueden defender su propiedad o
posesión repeliendo la fuerza con la fuerza o recurriendo a la autoridad competente. La
situación de la legítima defensa presupone que se produce un ataque injusto y que en ese
momento el individuo se halla abandonado a sus propias fuerzas, teniendo que reaccionar
contra el injusto agresor, pues de lo contrario, la única alternativa que le queda es la de
soportar la agresión injusta, de forma que hay así una situación de necesidad, en el sentido de
que el sujeto ha de sufrir un mal o inferirlo. Existe buena parte de la doctrina penal que va más
allá, indicando que aparte de la situación de necesidad antes indicada, el que se defiende o
defiende a otro contra una injusta agresión está impidiendo al propio tiempo que se
menosprecie el ordenamiento jurídico, que se burle el respeto que las leyes imponen a la
persona y derechos ajenos, función que si bien es cierto es de las más importantes que tiene el
Estado moderno, también lo es que la situación del que se defiende supone que el Estado no
ha impedido o no puede impedir que la agresión injusta se verifique, de forma que el individuo
se halla en alguna manera subrogado en una función que compete en principio, privativamente
al Estado, pero que dadas las circunstancias no puede cumplir, y que se negaría a sí mismo si
exigiera que prevaleciese el injusto agresor. Por eso, desde esta perspectiva hay que ver en
principio, en la legítima defensa una tácita delegación del Estado en el que se defiende, para
oponerse al que perturba el orden jurídico, lo que implica que la legítima defensa es un derecho
reconocido por el Estado a los particulares. Ahora bien, debe tenerse presente que el propio
Estado, concebido como Estado de Derecho se autolimita, a fin de no incurrir en excesos ; de
igual forma, aunque permite el ejercicio de la fuerza a los particulares en determinadas
circunstancias según se ha indicado, impone límites a ese ejercicio, pues no se trata de dejar la
justicia en manos privadas, sino únicamente de que los particulares puedan defenderse ante
agresiones ilegítimas, en momentos en que no hay o no llega oportunamente la ayuda
estatal…” Sentencia 2645-98

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