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El enigma de la nación, revisitado.

A propósito de Diego Giller (compilador) 7 ensayos sobre socialismo y nación. Buenos Aires,
Caterva, 2018.

Martín Cortés

José Carlos Mariátegui es un nombre que preside, con justicia, las referencias a todo un modo de
pensar, a todo un segmento de posiciones intelectuales latinoamericanas. No son posiciones
homogéneas, ni teórica ni políticamente, pero parecieran poseer un fondo común: lectores de Marx,
quizá “marxistas”, convencidos de la potencia universal de ese pensamiento, de que algo comienza
absolutamente con Marx. Pero preocupados también por los modos en que esa potencia demanda
una traducción específica para funcionar en la realidad latinoamericana. Mariátegui, al interesarse
en el dilema en torno del complejo proceso que media entre las posiciones estructurales y los
sujetos políticos, es decir, entre la fisonomía de una sociedad y las fuerzas efectiva o
potencialmente actuantes en las batallas que la atraviesan, ofrece un pensamiento articulado por la
política. Y lo hace frente a la tentación, tantas veces presente en el marxismo, de reducir lo segundo
a lo primero. De ese modo, antes que deambular persiguiendo un sujeto que se ajuste a un
programa, Mariátegui ofrece la posibilidad de situar la reflexión, de buscar desprejuiciadamente las
condiciones que puedan poner la emancipación a la orden del día.

En esa búsqueda se sitúa, precisamente, la cuestión de la nación. La nación en Mariátegui no está


constituida por una colección de rasgos esenciales que caracterizarían al pueblo peruano, sino que
funciona más bien como una potencia que enlaza estructuras heredadas con posibilidades que se
abren hacia el futuro. La nación es un espacio, un locus donde se entrecruzan problemas específicos
y problemas universales, donde las contradicciones generales del capitalismo encuentran su forma
singular de aparecer. En ese espacio enigmático, entonces, se juegan las posibilidades de los sujetos
políticos de constituirse, y las posibilidades de las figuras políticas de leer la coyuntura en su
abigarrada densidad. 7 ensayos sobre socialismo y nación, libro preparado y prologado por Diego
Giller, pareciera partir de este problema, colocándose a la vez en las indagaciones en torno de una
historia de las lecturas de Mariátegui, es decir, las distintas capas que constituyen finalmente la
materia de la que están hechas nuestras propias posibilidades, hoy, de seguir leyendo a Mariátegui.

El libro hace convivir textos del propio Amauta con ensayos de tres de sus más agudos lectores
latinoamericanos: René Zavaleta Mercado, Oscar Terán y José Aricó. El conjunto se articula,
precisamente, por el enigma de la nación, como pregunta que es al mismo tiempo una pregunta por
el socialismo. La selección captura esa preocupación de Mariátegui, fundamental y estructurante de
su obra, tanto como un momento posterior, en la bisagra de los años setenta y ochenta, donde unos
cuantos autores latinoamericanos encuentran en el peruano una clave de lectura de la larga y
problemática relación entre nación y socialismo como proyecto político, o entre nación y marxismo
como horizonte teórico.

Nación y marxismo, nación y socialismo: si se nos permite una torpe división, se trata de dos
grandes problemas que hoy nos aquejan y que este libro nos ayuda decididamente a abordar, el
primero del orden de nuestros debates intelectuales, el segundo al nivel de nuestras urgencias
políticas. Para el primero, porque nunca terminamos de salir de la pregunta por la relación de
nuestras reflexiones teóricas con sus pares europeas. Aunque Mariátegui respondió a la pregunta
por la dicotomía entre cosmopolitismo y nación abrazándose a ambos términos, los ensayos de
enunciación marxista en nuestra región –y más agudamente aún en nuestro país- tendieron a estar
asediados por el fantasma del europeísmo, ya fuera éste una acusación infundada o no.
Parafraseando a Borges, ¿por qué los argentinos sólo podríamos hablar de estancias y orillas y no
del universo? Pero el reclamo universalista entraña sus problemas, lógicamente, que no son otros
que los de las operaciones teóricas necesarias para pensar el universo desde nuestro territorio, sin
saltos incautos ni torpes generalizaciones. Por situar nuestro marxismo. Esas son las preocupaciones
de Mariátegui, la “creación heroica” que no es “calco ni copia”, y que se deja ver en este libro en
sus intensas invectivas contra las distintas formas de un torpe nacionalismo que coloca al marxismo
en el orden de lo exótico. Y los lectores que median entre Mariátegui y nosotros, Zavaleta, Terán y
Aricó, se detienen también en esa lucha de Mariátegui, y de algún modo la celebran como propia,
porque en ella se cifra la búsqueda por hacer del marxismo una potente fuerza teórica capaz de
medirse de manera fructífera con nuestras realidades.

Acerca de la esquiva relación entre nación y socialismo habría también mucho para decir. Hay en
Mariátegui un sólido materialismo político, que permite rechazar el proceder politológico que
construye una realidad a partir de los órdenes presuntamente consistentes que dominan la
autoimaginación de las academias que miran al norte, a partir de lo cual nuestras a menudo tensas
formas políticas son reducidas al plano de las aberraciones. En su lugar, Mariátegui busca los
sujetos y los mitos que, hundiéndose en la historia efectiva de nuestras naciones, puedan colocarse
en el punto de ruptura de la dominación. Ese es el lugar del socialismo, sugerido entonces no como
un injerto exótico, sino como la forma más consecuente de prosecución de las luchas populares que
buscan la autodeterminación. Pero esta no ha sido la regla en el marxismo latinoamericano, sino
más bien la excepción, de allí la singularidad del Amauta. Aquí, una vez más, sus tres lectores que
en este libro nos preceden, parecen sugerirnos, cada uno a su modo, que es preciso apoyarse en
Mariátegui para revitalizar esa potente hipótesis que enlaza nación y socialismo. Se trata de un
asunto urgente para nosotros, porque acaso una tarea de los lectores contemporáneos de Mariátegui
(y de Marx, y de Zavaleta, y de Aricó, y de Terán) sea la de pensar de qué modos las potentes
formas de recreación de la política que hemos vivido en estos últimos años en nuestra región
podrían imaginarse próximas también al significante socialismo.

El estudio preliminar del presente libro se cierra sugiriendo una suerte de doble herencia, la que los
lectores de los ochenta reclamaron de Mariátegui, y la que nosotros debemos reclamar de ellos (y a
través de ellos, también de Mariátegui). La herencia, se aclara, a la manera de Derrida y de Piglia,
no como fidelidad, sino como una suerte de traición virtuosa, que retiene más la potencia crítica de
una obra, para el presente, que su letra en términos de momia o museo, como gustaba decir el
propio Mariátegui acerca de los tradicionalistas. El drama de este libro es el de la recreación de la
relación que organiza su título, y por eso constituye en sí mismo una pieza que hace parte de esa
forma de la herencia, y que por tanto excede largamente cualquier gesto reconstructivo que se
contente con recordar tal o cual batalla intelectual de nuestra historia.

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