Sunteți pe pagina 1din 290

HOMBRES DEL METAL

Noviembre 2009
R.P.I: 184.944
I.S.B.N.: 978-956-19-0647-1
Impreso en Gráfica LOM
INDICE

PARTE 1: LOS SECTORES METALÚRGICO Y FERROVIARIO EN CHILE DURANTE EL


CICLO SALITRERO..................................................................................................................................................11
CAPÍTULO 1: Trabajadores ferroviarios y metalúrgicos al despuntar el siglo xx en chile ......13

PARTE II: TRABAJADORES METALÚRGICOS .....................................................................................47


CAPÍTULO 2: Salarios y sueldos reales en operarios y empleados metalúrgicos
industriales chilenos, 1888-1928.....................................................................................................................49
CAPÍTULO 3: Representaciones en un mundo muy trabajado. ......................................................... 77

PARTE III: TRABAJADORES DE FERROCARRILES DEL ESTADO...................................... 101


CAPÍTULO 4: Evolución de los salarios reales en trabajadores de la empresa de
ferrocarriles del estado, 1905-1930 .............................................................................................................103
CAPÍTULO 5: Discurso sindical y representaciones públicas de ferroviarios chilenos,
1900-1930. ..............................................................................................................................................................127

PARTE IV: ENFOQUES TRANSVERSALES ...........................................................................................181


CAPÍTULO 6: Análisis de las condiciones de vida del proletariado chileno, a través de
dos sectores representativos: ferroviarios y metalúrgicos. Estudios de caso (1900-1930)...183
CAPÍTULO 7: “Porque hay que exigir y no mendigar: seamos hombres”: representaciones
de género en los trabajadores ferroviarios y metalúrgicos de santiago y valparaíso,
1917 – 1925. ...........................................................................................................................................................207

CONCLUSIONES. ...................................................................................................................................................237

DOSSIER
Elementos para un debate sobre las condiciones de vida de los trabajadores chilenos durante
el ciclo salitrero ..............................................................................................................................................................253
Juan Carlos Yáñez A.: Las condiciones de los trabajadores durante el ciclo salitrero:
1880-1930: Una perspectiva institucional ................................................................................................255
Azun Candina P. : Trabajadores fiscales, organización e identidad: las nuevas preguntas. .261
Felipe Abbott B.: Algunas consideraciones a tener en cuenta en el análisis histórico
económico sobre la renta, el ingreso y el consumo ................................................................................265
María Eugenia Horvitz V.: En búsqueda de los imaginarios sociales y políticos de los
trabajadores manuales en los comienzos del siglo XX. ........................................................................272
Mauricio Folchi D.: Industria, salud y salubridad: la visión original sobre las condiciones
de vida de la clase obrera ..................................................................................................................................277
Carla Peñaloza P. : Clase Obrera, Género y Familia. Discursos, representaciones y vida
cotidiana..................................................................................................................................................................286
INTRODUCCIÓN

Este libro es el resultado de una investigación colectiva iniciada en 2006 y finalizada a comienzos
de 2008, cuyo tema principal fue la evolución específica de las condiciones de vida en trabajadores
metalúrgicos y ferroviarios y su eventual incidencia en la formación de discursos representacionales
relativamente diferenciados en Chile durante las primeras 3 décadas del siglo XX y como parte del
llamado Ciclo Salitrero (1880-1930).
Esta investigación fue posible en la medida en que se insertó en el proyecto SOC 05/22-2, “Niveles
de vida y mundos de representaciones en trabajadores chilenos durante el Ciclo Salitrero, 1880-
1930”, financiado con los aportes del Departamento de Investigación, dependiente de la Vicerrectoría
Académica y de Investigación de la Universidad de Chile, Concurso Cs. Sociales, Humanidades y
Educación 2005.
Los resultados preliminares de la mayor parte de las indagaciones que formaron este proyecto
fueron presentados en la Mesa 1 “Condiciones de vida de trabajadores chilenos durante el ciclo del
salitre. Debates y perspectivas”, en las XVII Jornadas de Historia de Chile, realizadas por la Universidad
de la Frontera en Pucón entre el 8 y el 10 de octubre de 2007. Las versiones mejoradas de todos los
trabajos que componen esta publicación fueron comunicadas en el Workshop “Condiciones de Vida y
Representaciones en trabajadores ferroviarios y metalúrgicos en Chile, 1900-1930”, celebrado en el
Centro de Estudios Judaicos, dependiente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad
de Chile, el 2 de junio de 2008. Los importantes comentarios emitidos en aquella ocasión por otros
historiadores permitieron incorporar nuevas mejoras a estos trabajos y fueron la antesala de las
colaboraciones que estos mismos colegas han querido aportar como insumos para iniciar un debate
historiográfico sobre las condiciones de vida de los trabajadores chilenos a partir de 1880.
Posteriormente, uno de los trabajos derivados de esta investigación fue presentado con el título
de “Salarios y sueldos reales en operarios y empleados metalúrgicos chilenos, 1888-1928”, en la Mesa
4, titulada “Historia Regional / Trabajadores”, de las XIV Jornadas de Historia Regional de Chile,
realizadas por la Universidad Católica de Valparaíso en esa misma ciudad entre el 14 y 16 de octubre
de 2008. Como en los casos anteriores, esta actividad permitió que esta investigación se enriqueciera
significativamente con las aportaciones entregadas por numerosos académicos de todo el país.
El proyecto también se vio beneficiado por los estudios previos que Sergio Garrido había realizado
acerca de la evolución de salarios reales de los trabajadores de EFE y que habían culminado el año
2005 en la tesis “Niveles de vida en los trabajadores de Ferrocarrriles, 1905-1917. Construyendo
un IPC obrero“, dirigida por Mario Matus G. y que le permitió obtener su grado de Licenciado en
Historia en la Universidad de Chile. De modo similar, el trabajo de Rodrigo Jofré se ha apoyado en
gran medida en la realización de su tesis de pronta lectura titulada “Cultura Obrera. Construcción de
las identidades de clases y género en los trabajadores metalúrgicos de Valparaíso y Santiago, 1900-
1930”, dirigida a la obtención de su Título de Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica, en la
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. En su caso, han resultado de inestimable valor

5
Hombres del Metal

las orientaciones aportadas por su directora de tesis, Consuelo Figueroa C. Esta obra se enorgullece de
integrar los trabajos de dos jóvenes investigadores como Sergio Garrido y Rodrigo Jofré.
Desde el inicio, esta investigación estuvo motivada por resolver en qué medida trayectorias
específicas en las condiciones de vida de algunos segmentos concretos de los trabajadores chilenos
pudieron haber influido en la construcción de mundos representacionales caracterizados por rasgos
propios y de los que también pudieron haber brotado culturas organizacionales relativamente
diferentes.
Como se ve, la pregunta inicial estaba constituida realmente por 3 preguntas diferentes aplicadas
a los trabajadores chilenos durante el Ciclo Salitrero, a saber; 1) ¿Qué heterogeneidades y matices hubo
en la evolución de sus condiciones de vida?, 2) ¿Qué mundos representacionales diversos convivieron
en su interior? y 3) Si los estudios existentes hasta ahora corroboran la presencia de culturas
organizacionales diferenciadas en el seno de los trabajadores chilenos, ¿en qué medida estuvieron
condicionadas por la relación entre condiciones de vida y construcción de un ethos particular?
Estas preguntas aludían a la existencia de al menos 3 problemas que hasta ahora considerábamos
no habían contado con indagaciones robustas, a excepción de una obra general muy influyente (De
Shazo, 1984), pero que no incorporaba aquella disección detallada que nos parecía necesaria. En efecto,
la historiografía chilena y extrajera dedicada a estos temas se había contentado con suponer que la
evolución de las condiciones de vida a lo largo del Ciclo Salitrero había sido uniforme y sostenidamente
negativa, lo que al final se expresaba en una imagen bastante plana y lineal. Sin duda, nuestro primer
problema consistía en verificar -por medio de los instrumentos aportados por la Historia Económica-
si esa percepción era justificada o si contrastaba con un paisaje más complejo e inesperado.
En una segunda instancia, no nos conformábamos con la imagen ideológicamente saturada que
proponía que los trabajadores chilenos del Ciclo Salitrero habían compartido un mismo ethos y que éste
se hallaba constituido por rasgos identitarios similares. Trabajos señeros realizados por Gabriel Salazar,
Sergio Grez, Julio Pinto, Sergio González1 y muchos otros, advertían de un mundo esencialmente
diverso, que los primeros cronistas e historiadores populares leyeron como movimientos unitarios
provistos de categorías centralizadoras y a los que trataron de despojar de sus naturales divisiones
iniciales. De tal modo, existían antecedentes que llevaban a pensar que un segundo problema a resolver
consistía en identificar los contenidos específicos de ethos múltiples a partir de la autorrepresentación
de sus condiciones de vida y resolver de qué modo tal autorrepresentación podría haberles legado una
concepción del mundo (weltanschauung) distinta.
Finalmente, la historiografía dedicada al tema no había indagado una posible conexión
entre las condiciones de vida -y los rasgos identitarios que emanaban de su autopercepción- y
1
Básicamente nos referimos a las siguientes obras:
Salazar, G. (2000). Labradores, peones y proletarios: formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX.
Santiago de Chile: LOM. Grez, S. (1998). De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución
histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890). Santiago de Chile: DIBAM. Centro de Investigaciones Diego
Barros Arana. Pinto, J. (1998). Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera: el ciclo del salitre y la reconfiguración de las
identidades populares (1850-1900). Santiago de Chile: Editorial USACH. González, S. (2002). Hombres y mujeres de
la Pampa. Santiago de Chile: LOM Ediciones.

6
Introducción

culturas organizacionales eventualmente diversas que podrían haberse proyectado en programas


reivindicativos relativamente matizados. Llamaba la atención que, habiéndose dado claras señales
de lo que Grez ha llamado una transición desde la revuelta espontánea a la movilización organizada,
no existieran estudios monográficos en que se indagaran los tonos particulares en que tal transición
pudo ser acelerada o retardada por la diversa influencia de realidades materiales y representacionales
específicas, que podrían haber colaborado a la formación de culturas sindicales y actitudes políticas
particulares. Sin duda, se trataba de un tercer problema que al menos merecía ser introducido.
Por cierto, tanto estas 3 preguntas como los 3 problemas a los que parecían estar dirigidas
obligaron a formular respectivamente 3 hipótesis de trabajo, que constituyeron la columna vertebral
de estos estudios.
En primer término, sospechábamos que al analizar fuentes cuantitativas poco utilizadas hasta
ahora y haciendo uso de metodologías propias de la Historia Económica 2, existía la posibilidad de
que aparecieran trayectorias salariales menos uniformes y menos lineales que las supuestas y que,
tratándose de dos grupos de trabajadores bastante cualificados con relación al universo total de los
trabajadores chilenos, esas trayectorias incluso podían mostrar pequeños períodos de mejora en sus
ingresos salariales reales. Complementariamente, suponíamos que esa diversidad en las dinámicas
salariales, junto al aporte de otro tipo de ingresos a las familias, podía reflejarse en períodos muy
desiguales que alternaban años de mejoras con otras etapas de brusca caída en la capacidad de consumo
de bienes y servicios. En síntesis, propusimos que –dada la inexistencia de estudios seriados anteriores
y análisis de pautas de gasto familiar- era plausible suponer que algunas familias, en este caso las de
trabajadores ferroviarios y metalúrgicos, podrían haber experimentado mejoras en sus condiciones de
vida en algunos momentos acotados del Ciclo Salitrero, especialmente entre 1900 y 1930, años para
los que existía mayor cúmulo de información.
Respecto al posible surgimiento de ethos específicos a partir de la autorrepresentación de las
peculiares condiciones de vida, nos planteamos examinar, a través de la producción discursiva
generada por una prensa propia, la posibilidad de que las circunstancias locales vividas por los
trabajadores metalúrgicos y ferroviarios hayan promovido la formación de discursos representacionales
relativamente diferentes, que pudieron haber marcado algunos énfasis específicos en algunos temas,
mientras que habrían tendido a compartir conceptos fundamentales en otras áreas de interés.
Finalmente, quisimos indagar la hipótesis de trabajo que señala que las especiales características
que envolvieron las condiciones de vida y el discurso representacional que surgió de su propia
percepción, pudieron haber colaborado en la gestación de culturas organizacionales diferenciadas
y lógicas sindicales que combinaron en distintos grados la confrontación y la negociación. Lógicas
que pudieron haber sido relativamente influyentes para que las culturas sindicales se inclinasen
por opciones conciliadoras o radicales y, entre estas últimas, las que subrayaban la canalización del
confl icto hacia el sindicalismo institucionalizado o hacia la acción directa.

2
Debemos aclarar que se trata de metodologías generales cuya aplicación específica aún debe ser confrontada por
operaciones alternativas. En ese sentido, sus conclusiones aún son provisionales.

7
Hombres del Metal

La confrontación de estas hipótesis obligó en gran medida a revisar las interpretaciones


fundamentales sugeridas por De Shazo, en la medida en que se trataba del único autor que hasta ahora
había planteado la posibilidad de un vínculo entre la realidad material y la construcción de un discurso
sindical en los trabajadores urbanos chilenos. Por ello, cada uno de los capítulos de esta obra de una u
otra manera debió hacerse cargo de algunas formulaciones generales sostenidas por este autor, que al
tiempo de orientar nuestros esfuerzos permitieron una disección transversal de estos problemas en
los dos grupos que nos interesaban.
Por otro lado, si bien esta obra no renuncia al afán de construir una historia integrada, se estructura
privilegiando la especificidad de cada grupo. Por consiguiente, se presenta en el siguiente orden.
Una primera parte se compone de un capítulo genérico (Capítulo 1) en el que Mario Matus G.
y Sergio Garrido presentan algunos antecedentes básicos para comprender los sectores productivos
en que se insertaban ambos grupos y el modo en que las particularidades de cada sector imponían
realidades materiales y organizacionales muy diferenciadas en ambos grupos de trabajadores. Una
segunda parte se dedica exclusivamente al mundo de los trabajadores metalúrgicos, explorado por
Mario Matus G. desde sus trayectorias salariales (Capítulo 2) y analizado por Ximena Cortez a partir de
la constitución de su imaginario particular (Capítulo 3). Siguiendo esa misma lógica, una tercera parte
se concentra en los trabajadores de la Empresa de Ferrocarriles del Estado. Así, Sergio Garrido estudia
sus trayectorias salariales (Capítulo 4) e Isabel Jara pasa revista a sus construcciones discursivas
(Capítulo 5). Posteriormente, una cuarta parte integra dos miradas transversales aplicadas a ambos
grupos. En primer término, Bernardo González ofrece una mirada más amplia de las condiciones
de vida en ambos grupos a través del análisis de sus presupuestos familiares y sus pautas de gasto
(Capítulo 6). En segundo término, Rodrigo Jofré entrega una indagación sobre los diversos modos
en que se manifestaban las concepciones de género a través de la noción de masculinidad, feminidad
y familia (Capítulo 7). La obra se completa con la presentación de las conclusiones, algunas ideas
tentativas y un Dossier que es necesario explicar.
Como el lector podrá advertir, hemos prescindido de insertar en esta introducción un debate
teórico que pudiera orientar el conjunto de los estudios aquí agrupados. La razón no radica en que
no exista un debate formado por las lecturas que la historiografía más reciente –especialmente la
Historia Económica- se ha planteado sobre la interpretación de las condiciones de vida en la transición
al capitalismo o, dicho de un modo más amplio, en el establecimiento de sociedades modernas. Esta
ausencia más bien radica en que este debate, que al menos lleva cuatro décadas en Europa y el mundo
occidental, apenas ha llegado a Chile y, de hecho, ni siquiera se ha definido su validez general como
herramienta para explicar la historia contemporánea de Chile. Por otro lado, este debate configura un
programa de investigación extremadamente amplio, que de haberlo usado como introducción habría
supuesto un ejercicio más bien desproporcionado, dado el acotado alcance de nuestra investigación.
De tal modo, hemos optado por una estructura que privilegie una secuencia de tipo inductivo y
que se apoye en la empiria proporcionada por estos dos estudios de caso, dejando para el final una
conexión preliminar con algunos de los temas que componen el instrumental básico del debate sobre
las condiciones de vida.

8
Introducción

Pero, conscientes de que la no inserción de los resultados de esta investigación en este corpus teórico
impedía su pleno aprovechamiento, y deseosos de que este inexplicable atraso en la historiografía
chilena contemporáneo no se prolongue indefinidamente, la obra incluye un Dossier que hemos
titulado “Elementos para un debate sobre las condiciones de vida de los trabajadores chilenos durante
el Ciclo Salitrero”. En este Dossier hemos procurado reunir los aportes que generosamente nos han
cedido algunos historiadores chilenos y que nos parecen pertinentes para situar este debate en Chile,
recogiendo lo principal de los aportes heredados por los países que cuentan con una mayor tradición en
él, como también entregando algunas miradas frescas que obligan a adaptar estas lecturas a procesos
propiamente chilenos y latinoamericanos. Deseamos hacer constar nuestros agradecimientos a
María Eugenia Horvitz, a Mauricio Folchi y a Azun Candina, del Departamento de Cs. Históricas
de la Universidad de Chile, a Carla Peñaloza, del Programa de Estudios de Género de la Universidad
de Chile, a Juan Carlos Yáñez, becario CONICYT-CHILE, y a Felipe Abbott, de la Universidad Diego
Portales. Estamos seguros de que sus aportaciones serán de gran ayuda para iniciar la instalación de
este debate en Chile.
Es claro que se trata de una aventura que recién se inicia y que se hace necesario que muchos
investigadores se incorporen a ella, dado que lo que estamos en condiciones de decir actualmente
sobre el conjunto de estos problemas aún es muy incipiente.
Agradecemos al lector que ha dado el paso de adentrarse en este esfuerzo colectivo. Esperamos
cautivar su atención sugiriéndoles más preguntas que respuestas, más esfuerzos metodológicos que
interpretaciones definitivas. Por cierto, nuestros logros habrían sido imposibles de no haberse apoyado
en la fundamental aportación de quienes nos han precedido. Esperamos que nuestros esfuerzos sean
dignos de ese legado y que nuestro errores sean apuntados y corregidos por quienes están llamados a
superarnos.

El Editor
Barcelona, octubre de 2009.

9
PARTE 1

LOS SECTORES METALÚRGICO Y


FERROVIARIO EN CHILE
DURANTE EL CICLO SALITRERO
CAPÍTULO 1
TRABAJADORES FERROVIARIOS Y METALÚRGICOS
AL DESPUNTAR EL SIGLO XX EN CHILE 3
Mario Matus González *
Sergio Garrido Trazar**

Antes de abordar las condiciones de vida y el mundo representacional de los trabajadores


metalúrgicos y ferroviarios chilenos durante el Ciclo Salitrero, es necesario contextualizar lo que
representaban contemporáneamente la actividad metalúrgica y los ferrocarriles en Chile.
Algunos alcances preliminares sobre ambas actividades debieran destacar el rol que históricamente
han cumplido en diversas experiencias de industrialización y los eslabonamientos productivos que
han existido entre ambas.
Como es sabido, los ferrocarriles sustituyeron al telar mecánico como paradigma de la revolución
industrial basada en el vapor, a partir de la década de 1830 en Europa occidental y EE.UU. Sin duda, su
introducción y posterior difusión por el planeta a lo largo del siglo XIX –junto con la del barco a vapor-
fue determinante en la integración de mercados regionales, nacionales e internacionales, y muchas
actividades primarias, secundarias o terciarias simplemente no habrían sido posibles de no haberse
reducido espectacularmente los costos de transporte, que permitían colocar grandes volúmenes
de productos en lugares distantes a precios finales moderados. Pero junto con ese aporte directo,
los caminos de hierro incentivaron el surgimiento o mayor impulso de muchas otras actividades
productivas. Hacia atrás, los ferrocarriles se encadenaban productivamente a la minería del carbón –su
combustible básico- como a la del hierro y otros minerales metálicos usados para construir locomotoras
y vagones. Hacia delante, los ferrocarriles forzaban la aparición de fundiciones en las que se colaba
el hierro, fábricas de maquinaria en las que se construían calderas y locomotoras, maestranzas en las
que se fabricaban o reparaban las piezas más pequeñas, fábricas de carrocería en las que se fabricaban
los vagones de madera y un sinnúmero de actividades industriales y artesanales menores, destinadas
a equipar el material rodante y al personal que lo operaba.
Visto en esa perspectiva, aunque la siderurgia, la industria metalúrgica y metalmecánica se
remontaban a tiempos remotos, fue la emergencia de las máquinas de la Revolución Industrial –
ferrocarriles, barcos de vapor y maquinaria fabril para usos múltiples- lo que fijó su moderna partida
de nacimiento. De este modo, la historia de la industria metalúrgica moderna es casi inseparable de la
aparición y el desarrollo de los ferrocarriles.

3
Los autores agradecen la inestimable colaboración de Isabel Jara en este capítulo, que aportó algunos datos funda-
mentales para la cabal compresión de la Empresa de Ferrocarriles del Estado.
* Doctor en Historia Económica U. de Barcelona. Centro de Estudios Judaicos. U. de Chile. mmatus@uchile.cl.
** Licenciado en Historia. Escuela de Cs. Políticas. U. Arcis. garrido.sergio@gmail.com

13
Hombres del Metal

Como se verá a continuación, esta evolución simbiótica se dio con rasgos específicos en Chile.
Como había sucedido en las minas de carbón en Gales, la introducción del ferrocarril en Chile en 1851
se debió a empresarios mineros del Norte Chico y contrastó como hito de modernidad con lo que hasta
mediados del siglo XIX y fuera de la minería era una actividad metalúrgica casi artesanal. Entre 1851 y
1880 los ferrocarriles se expandieron modestamente, mientras que los establecimientos metalúrgicos
no mineros mantuvieron sus rasgos arcaicos. Esta situación se vio completamente alterada cuando el
estallido de la Guerra contra Perú y Bolivia en 1879 y el inmediato inicio del llamado Ciclo Salitrero
hicieron emerger la necesidad estratégica de levantar una red ferroviaria que garantizara el control
de las provincias salitreras ocupadas y, posteriormente, comunicara el centro con el sur del país. De
tal modo, la minería (especialmente no metálica; nitratos y carbón) y un fuerte esfuerzo ferroviario
precedieron y prefiguraron el establecimiento de un sector metalúrgico industrial moderno, que se
viabilizó en cuanto se convirtió en proveedor de equipos y piezas para los ferrocarriles y la actividad
minera4 . Por esta misma razón, la paulatina decadencia de la minería no metálica –básicamente los
nitratos- a partir de 1914 y especialmente desde la década de 1920, precipitó una fase de marcados
déficits en la Empresa de Ferrocarriles del Estado, dado que esta se financiaba estatalmente a través de
la renta salitrera. A su vez, el efecto combinado de la pérdida de sus dos más importantes mercados y el
aumento descontrolado en sus estructuras de costo –hierro y carbón importados- detonó el derrumbe
de la industria metalúrgica urbana.
Como actividades productivas, por tanto, la industria metalúrgica y los ferrocarriles estuvieron
íntimamente vinculados durante el Ciclo Salitrero, tanto en sus períodos de auge como en sus etapas
de abatimiento.
Pero no se trataba de una relación propiamente simétrica, puesto que la industria metalúrgica
dependía en gran medida de los pedidos que provenían de la actividad ferroviaria, mientras que esta
casi no dependía de aquella. A ello se sumaba otra gran diferencia. Mientras la actividad ferroviaria
ya en 1884 pasó a estar centralizada por el Estado con la creación de la Empresa de Ferrocarriles
del Estado (EFE), la industria metalúrgica operó a lo largo de todo el período como una actividad
completamente privada.
Por consiguiente, así como la industria metalúrgica ocupaba el último y más débil eslabón en
la cadena productiva asociada al motor de los nitratos, también debía administrarse y ser capaz de
mantenerse a flote sin contar con aportes ni rescates financieros de origen fiscal. Por último, esta
industria –como podrá suponerse- apenas exportaba, de modo que sus únicas vías de desarrollo se
limitaban a las estrechas posibilidades de crecimiento de un reducido mercado interno.
Por el contrario, y como se verá más adelante, el carácter estratégico que asumió la Empresa de
Ferrocarriles del Estado desde su nacimiento, la inusual holgura fiscal brindada por las rentas salitreras
que permitieron al Estado financiar por su cuenta su expansión5 y las características específicas del
4
Esta fuerte asociación entre industria metalúrgica y minería / ff.cc. ha sido suficientemente tratada en la obra de
Pinto y Ortega, especialmente en su trabajo de 1991.
5
Un aspecto que ha sido muy poco destacado por la historiografía nacional, en circunstancias que países como España
y Argentina, por nombrar algunos, debieron recurrir a capitales franceses e ingleses respectivamente para levantar su
red ferroviaria.

14
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

régimen semiparlamentario que gobernó al país la mayor parte del Ciclo Salitrero, condujeron a
que rápidamente la Empresa de Ferrocarriles fuera administrada más en consonancia con políticas
de Estado que con objetivos meramente económicos. De ese modo, aunque la crisis del modelo de
crecimiento golpeó a todos los sectores e indudablemente también afectó a los ferrocarriles, EFE
subsistió a fuerza de reestructuraciones y subsidios a lo largo de todo el siglo XX y hasta hoy.
Estos elementos son fundamentales para no perder el norte del análisis en cada caso, porque,
paradójicamente, existieron no pocas semejanzas en los trabajadores de ambas actividades, aunque en
muchos casos se trató simplemente de exterioridades que erróneamente han sido interpretadas como
muestra de una pertenencia común. Quizás el ejemplo más emblemático de estas semejanzas sea el
operario metalúrgico que laboraba en las maestranzas más importantes que EFE tenía en Santiago y
Valparaíso y que probablemente trabajaba con materiales, utensilios e indumentarias muy similares
a las que ocupaba el operario de la industria metalúrgica en fundiciones, maestranzas y fábricas de
equipos.
Hay otros elementos, en cambio, que sí colaboran a reforzar la imagen de similitud en ambos tipos
de trabajadores. Uno de ellos es el hecho de haber pertenecido a dos sectores de carácter industrial
en que la presencia y el uso intensivo del capital (maquinaria y equipos) eran mucho más notorios
que en otras actividades productivas. En efecto, ambos grupos de trabajadores formaban una buena
parte del exclusivo segmento de lo que se podría denominar “hombres del metal” en Chile durante
el Ciclo Salitrero. En segunda instancia, la misma naturaleza de sus funciones -el hecho de operar
máquinas con importantes niveles de complejidad- los obligaba a tener un mayor grado relativo de
calificación que el que podían exhibir trabajadores de otros sectores. De ahí también derivaban sus
jornales medios relativamente más elevados que los jornales medios de otros trabajadores. Por último,
ambos grupos de trabajadores se destacaron tempranamente en la historia sindical del país por ser
algunos de los primeros en organizarse.
Sin embargo, las semejanzas no van más allá. Los condicionamientos operativos tan dispares con
que operaban financieramente las industrias metalúrgicas y EFE generaban márgenes de maniobra
también muy desiguales en sus equipos directivos y, en términos generales, sus trabajadores también
lograban advertir que sus horizontes reivindicativos podían ser muy distantes. Este era el límite
superior.
Por otro lado, se trataba de empresas de magnitudes muy distantes. Mientras los mayores
establecimientos de EFE lograban congregar a varios miles de trabajadores, con densidades bastante
cercanas a las existentes en fábricas modernas de países en plena industrialización, la inmensa
mayoría de los establecimientos metalúrgicos no alcanzaba los 100 trabajadores y solo en algunos
casos algunos establecimientos tenían algunos cientos de trabajadores. Este era el límite inferior.
Acotadas por tales marcos restrictivos, no era casual que las agrupaciones de trabajadores de
ambos sectores contaran con distinto poder de presión y de negociación. Mientras los trabajadores de
EFE podían alcanzar acuerdos que reunían a miles (más de 20.000 entre 1908 y 1927, con excepción
del año 1916) y lograban paralizar el país, esperando la imperiosa intervención del Estado -que a su
vez estaba dispuesto a fi nanciar el fin de la movilización-, los trabajadores metalúrgicos eran menos

15
Hombres del Metal

numerosos (cerca de 10.000 en 1913; menos de 3.000 en 1914), estaban más dispersos, no contaban
con las condiciones más apropiadas para agruparse y tejer acuerdos, sus acciones no revestían el mismo
efecto dramático ante la sociedad, sus interlocutores empresariales no contaban con la tranquilidad que
brindan holgados recursos fiscales y se hallaban negativamente predispuestos a aceptar la negociación
como herramienta de salida de los confl ictos. Finalmente, mientras las organizaciones de ferroviarios
se imponían por los hechos desde 1889 y tenían mejor oportunidad de defender a sus afi liados, las
agrupaciones de trabajadores metalúrgicos eran relativamente más esporádicas, débiles y carecían de
suficiente fuerza para proteger de modo centralizado sus intereses, aun en época tardía.
No es extraño entonces que organizaciones con trayectorias y condicionamientos tan disímiles
delinearan también culturas sindicales relativamente diferenciadas. De ese modo, en tanto las
organizaciones que agrupaban a los trabajadores de la industria metalúrgica carecían de unidad
y se veían sometidas a todo tipo de vaivenes, aunque algunas de ellas también adoptaron formas
mutualistas en sus orígenes, tendieron a vincularse mucho más que los ferroviarios a Sociedades de
Resistencia, asociadas al mundo anarquista o a la IWW. Con ello, si bien no adoptaron oficialmente
en sus discursos los métodos de acción directa –violencia difusa-, simpatizaban con métodos de corte
más confrontacional en relación con empresarios y autoridades y, de hecho, privilegiaron tácticas
de confrontación sucesiva por empresa. Por su parte, aunque en el seno del movimiento ferroviario
también existían grupos que simpatizaban con las organizaciones de corte ácrata, con el tiempo la
mayor parte de sus activos tendió a favorecer organizaciones de orden más bien mutualista que actuaban
concertadamente y canalizaban el confl icto a través del uso preferente de tácticas de negociación, e
incluso interpelaban a los representantes del Estado para que intermediaran como árbitros en los
confl ictos. En esa lógica, si bien ambos grupos hicieron una transición desde la revuelta espontánea
a la movilización organizada6 y, más adelante, al sindicato institucionalizado, formando numerosas
organizaciones a lo largo de todo el período comprendido entre 1902 y 1927, se hizo evidente que
la fórmula concreta usada por los trabajadores ferroviarios derivaba de su mayor poder e influencia
política.
Solo por estas diferencias basales que generaban escenarios tan dispares en la estabilidad laboral
y en los flujos de ingreso asalariado, los trabajadores ferroviarios contaban con elementos más
favorables para elevar y sostener sus mejores condiciones de vida, a pesar de que sus salarios medios
eran menores que los jornales metalúrgicos medios. Pero, como veremos en los capítulos subsiguientes,
probablemente la mayor estabilidad en sus empleos y en sus jornales propició una mayor perspectiva
de largo plazo entre los trabajadores ferroviarios, les permitió programar su presupuesto y quizás
los indujo a ahorrar los excedentes no consumidos por los gastos de la familia, a acumular riqueza
familiar a través de algunos activos –mobiliario, herramientas, vestuario e incluso, vivienda-, a enviar
a sus hijos pequeños a la escuela y a desarrollar una cultura obrera donde la familia se convertía en el
núcleo ético articulador de una forma de vida que, a su vez, aspiraba a la integración en la sociedad. En
cambio, los trabajadores metalúrgicos, a pesar de que llegaron a alcanzar mejores jornales reales que
sus hermanos del metal, no pudieron disfrutar de un horizonte mínimo de estabilidad en sus empleos

6
Ambos grupos de trabajadores constituyeron Sociedades de Resistencia entre 1905 y 1907, coincidiendo con la
primera gran oleada de huelgas señalada por De Shazo.

16
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

ni en sus flujos de ingresos asalariados. De tal modo, sus avances en condiciones de vida fueron más
bien efímeros y arrojaron un balance más agrio que dulce, dado que no les fue fácil programar sus
presupuestos, ahorrar sus excedentes y acumular stock de activos familiares. En el fondo, les fue
más difícil desarrollar una perspectiva de largo plazo y tendieron a vivir más al día. Por otro lado, su
capacidad organizativa relativamente menor probablemente incidió en que, a pesar de brindarle un rol
preponderante a la familia en su construcción discursiva, al parecer no pudieron dotarla de cimientos
estables, como se verá en el Capítulo 6 a partir de una pequeña muestra de familias metalúrgicas.
En las líneas que siguen se entregarán algunas pinceladas básicas sobre el grado de protagonismo
de cada actividad, sus vicisitudes financieras en medio de los importantes vaivenes de la economía
nacional, las brechas de calificación que separaban a sus trabajadores y la cultura organizacional que los
caracterizaba. Como otra consecuencia de la disparidad entre ambos sectores, la información agregada
disponible es también desigual. Dado que EFE concentraba casi todos los establecimientos y personal
ferroviario del país y publicaba anualmente una Memoria sobre el funcionamiento de la empresa,
existe numerosa información financiera sobre el nivel de beneficios empresariales, cuellos de botella y
estado general de la actividad en su conjunto, como información relativa a niveles de productividad y
otras materias laborales (como accidentabilidad) . Por el contrario, aparte de la información entregada
por el Volumen de Industrias en el Anuario Estadístico y algunos estudios deductivos que se han
hecho a partir de ella (Carmagnani, 1998 ), lo cierto es que no se conoce la existencia de archivos de
empresas metalúrgicas del período que den cuenta de su marcha anual, de sus márgenes de beneficios,
de los problemas específicos que ocasionó el estallido de la Primera Guerra Mundial y que además
describan las condiciones laborales y la productividad de sus trabajadores.

Principales rasgos de la industria metalúrgica y


de la Empresa de Ferrocarriles del Estado
El sector metalúrgico fue un rubro importante en la minería y en la industria chilena durante el
Ciclo Salitrero. Dentro de la minería –que incrementó constantemente su aporte al Producto Total
Nacional desde un 14,6% a un 31,0% entre 1880 y 1930 (Díaz, 2007), y que ocupó entre un 3,7% y
un 4,0% del total de la fuerza de trabajo en esos mismos años (Braun, 2000)-, el sector metalúrgico
tuvo presencia a través de la minería del cobre, del oro y de la plata. A pesar de que la fuente principal
que entrega datos sobre el número de trabajadores en 12 rubros mineros7 sólo desagregó los datos de
metalurgia en el caso del cobre, sabemos que solo en este caso los trabajadores metalúrgicos del cobre
ocuparon un 9,0% del total de la fuerza de trabajo dedicada a la minería (Anuario Estadístico, 1916-
1927), de modo que la participación total de los trabajadores metalúrgicos dentro de la minería debe
haber sido superior al 10%. El estudio de la evolución de los jornales de los trabajadores metalúrgicos
del cobre no forma parte de este proyecto, pero puede encontrarse en una tesis doctoral dedicada al
conjunto de los salarios durante el Ciclo Salitrero (Matus, 2009).
En cambio, aunque prácticamente no figuró en las exportaciones, la actividad industrial tuvo un
notable protagonismo en el mercado interno durante el Ciclo Salitrero. A pesar de que su importancia
7
Anuario Estadístico de la República de Chile, 1911-1927.

17
Hombres del Metal

fue decayendo paulatinamente a partir de 1910 8 , a lo largo del período se situó como principal
actividad económica según participación porcentual dentro del Producto Nacional Total (Díaz, 2007).
En su interior, el sector industrial estuvo básicamente constituido por XVII rubros industriales9, de los
cuales el rubro X fue el de “Metales y manufacturas”.
El rubro de la industria metalúrgica, a su vez, no estaba entre los más destacados por aporte al
producto industrial, ya que solo contribuyó con una media de 4,5% al total, considerando los datos
correspondientes a 1910 y 1921, cuando su participación ya se había venido reduciendo (Estadística
Industrial, 1910; Anuario Estadístico, 1921)10. Sin embargo, llegó a tener un rol mucho más importante
en el empleo industrial, ya que según una media de participación porcentual para el período 1908-1928,
el rubro metalúrgico ocupó un 8,0% del total de la fuerza de trabajo industrial (Anuarios Estadísticos,
1913-1926). En cualquier caso, se debe recordar que, aunque la industria metalúrgica de aquellas
décadas hacía un uso relativamente más intenso del capital del que hacían otros rubros industriales,
el sector industrial en su generalidad aún contaba con un elevado número de trabajadores, debido a
que aún funcionaba parcialmente con resabios de la primera revolución industrial desde el punto de
vista tecnológico y de los procesos productivos.
La industria metalúrgica llegó a ocupar 9.448 operarios y 367 empleados hacia 1913, el punto más
alto a lo que llegó en cuanto a volumen de plantilla durante el período 1880-1930. Por otro lado, aunque
por sus propias características la industria metalúrgica no se encontraba entre los rubros industriales
que más ocupaban fuerza de trabajo femenina e infantil, llegó a contar con una media de 11,9% como
aporte porcentual de niños11 y mujeres al total de su fuerza de trabajo para el período 1909-1927, que
en el caso específico de 1913 fue de 1.171 niños y 120 mujeres (Anuarios Estadísticos, 1909-1927).
Por otro lado, dentro de la industria metalúrgica, las actividades dominantes y que ocupaban la
mayor parte de su fuerza de trabajo no eran más que cuatro y de ellas las más afines a la condición
industrial se concentraban en Santiago-Valparaíso. En primer lugar, destacaban las fundiciones, que en
1913 eran 96 y de las cuales 63 se localizaban en Santiago y Valparaíso, seguidas por 13 establecimientos
en la provincia sureña de Concepción y 8 establecimientos localizados en las provincias nortinas de
Tarapacá y Antofagasta. Con 3.723 operarios y empleados, en 1913 las fundiciones absorbían 44,06%
de la fuerza de trabajo del rubro metal-mecánico y claramente eran la actividad más destacada del rubro
metalúrgico industrial, en tanto constituían establecimientos con una media de 38,78 trabajadores. En
segundo lugar venían las herrerías, que eran muy numerosas (485), pero no estaban tan concentradas
en Santiago y Valparaíso (115). Las herrerías ocupaban un 19,25% de la fuerza de trabajo del rubro,
pero en su mayor parte correspondían a establecimientos artesanales –con apenas 18 empleados en
total y con un total de 1.627 operarios, que divididos por 485 establecimientos, arroja apenas 3,3
8
Si hacia 1880 aportaba el 46,8% del Producto Total Nacional, en 1930 su participación se había reducido a un 38,2%
(Díaz, 1998), mientras que su participación en la fuerza de trabajo total cayó desde un 22,9% a 19,6% en esos mismos
años (Braun, 2000).
9
Según la nomenclatura establecida por los Anuarios Estadísticos.
10
Aunque aun desde ese punto de vista, la industria metalúrgica se situaba entre los rubros intermedios en cuanto a
su contribución, situación que se reiteró en su participación dentro de la fuerza de trabajo industrial.
11
Los niños tuvieron una participación mucho más importante que las mujeres.

18
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

operarios por herrería. En tercer lugar se situaban las fábricas de maquinarias, que no eran más de 4 y
se situaban solo en Santiago y Valparaíso. Esta actividad, sin embargo, reunía un 10,59% de la fuerza
de trabajo del rubro metalúrgico (995 operarios y empleados), con una media de 248,75 trabajadores
por establecimiento. Finalmente, y en cuarto lugar, venían las hojalaterías, también muy numerosas
(339), de las que 198 se situaban en Santiago y Valparaíso. Las hojalaterías constituían un 9,8% de la
fuerza de trabajo del rubro metalúrgico, pero en rigor tampoco eran propiamente industriales, ya que
no tenían empleado alguno y al dividir los 828 operarios por 339 establecimientos, contaban con una
media de apenas 2,44 operarios por establecimiento (Anuario Estadístico, 1913).
Ciertamente hubo establecimientos que fueron excepcionales en cuanto a magnitud, como las
fundiciones, maestranzas o fábricas de maquinaria. Entre ellas se encontraba la Fábrica de Caleta
Abarca, de Lever & Murphy, la Fábrica de carrocerías La Unión, de Brower & Hardie, y la Fundición
y Fábrica de Maquinaria de La Victoria, de Balfour, Lyon & Cª, todas ellas localizadas en Valparaíso.
A ellas podrían sumarse la Fundición y Fábrica de Maquinaria Libertad, de Strickler & Küpfer, la
Compañía Electro-Metalúrgica, con su fábrica localizada en calle Vicuña Mackenna, la Fundición y
Fábrica de maquinaria de Morrison y Cª, y otros establecimientos menores localizados en Santiago,
como la Herrería y Cerrajería San Petesburgo, de José Robinovitch, la Hojalatería Artística de Penelli e
Hijos, la Fábrica Nacional de Galvanización, la Fábrica de Calderas de Luis Prudhon y la Hojalatería y
Fábrica de Jorge Knauf. El paisaje de establecimientos industriales metalúrgicos destacados debería al
menos incorporar la Fundición Orchard de Antofagasta y la Fábrica de carrocerías de Julián Herman,
en Concepción (Boletín de la SOFOFA, 1888-1927).
Respecto a los ferrocarriles, al igual que en muchos países, su construcción en Chile significó una
profunda transformación de la vida nacional. Su instalación impulsó importantes cambios y generó
múltiples conexiones entre las distintas áreas del quehacer económico y social.
Los ferrocarriles influyeron sobre el conjunto de la economía, principalmente al aumentar
la frecuencia de los intercambios y disminuir los costos de transporte. Por otro lado, demandaron
grandes cantidades de factores de producción, tanto en su construcción como en su funcionamiento.
Así, materias primas como leña y carbón vieron aumentar su consumo. De la misma manera, los
ferrocarriles incorporaron un número creciente de trabajadores. Con el crecimiento de la red no solo
aumentó el personal empleado, sino también su distribución por el territorio nacional. Finalmente,
la construcción de las líneas férreas exigió una fuerte inversión de capitales tanto privados como
estatales. La necesidad de abastecimiento y renovación del equipo rodante, piezas y herramientas,
también fue un componente central de esta inversión y permitió disponer de nuevas tecnologías,
estimulando una incipiente industria nacional (Ortega, 2005).
Inicialmente, la instalación del ferrocarril fue el producto de la inversión privada extranjera y su
rol principal fue transportar minerales de cobre desde Copiapó hasta el puerto de Caldera (1851). La
construcción continuó con líneas privadas en el Norte Grande y en la zona Concepción-Curanilahue
(Ferrocarril de Arauco). En general, tuvieron una fuerte orientación comercial, reemplazando el
transporte ejecutado por carretas o animales y atendieron eficazmente las necesidades de la actividad

19
Hombres del Metal

cuprífera, salitrera y carbonífera. Los ferrocarriles privados fueron cortos, de sentido este-oeste y
circularon desde los centros mineros hacia la costa, donde se situaban los puertos y las fundiciones.
La explotación del servicio particular estuvo estrechamente vinculada al ciclo minero. Así, durante
la fase de crecimiento las compañías obtuvieron altas rentabilidades, mientras que en los períodos de
contracción se agravó significativamente su situación financiera. Los constantes déficits finales se
tradujeron en la paralización o estatización de distintos tramos12.
Por su parte, la participación estatal comenzó con los trabajos en el tramo Santiago a Valparaíso
(1853). La construcción de aquella vía -en conjunto con capitales privados- demoró 10 años, siendo
fundamental la intervención estatal para la finalización de la obra.
Pero, hasta ese momento, no era posible hablar con propiedad de un complejo ferroviario. La
construcción y expansión de una red fue consecuencia de la Guerra del Pacífico y del control de la
actividad salitrera, que permitieron a la Empresa de Ferrocarriles del Estado asumir tal misión el 4 de
enero de 1884. En 1887 la nueva empresa dejó de depender del Ministerio del Interior y pasó a manos
del Ministerio de Industrias y Obras Públicas, que posteriormente adquirió las compañías ferroviarias
salitreras. De tal manera, hacia 1913 los ferrocarriles estatales corrían desde Iquique a Puerto Montt y
en 1917 se había constituido la Red Central Norte. De ese modo, el diseño de la arquitectura ferroviaria
culminó con el nacimiento de la Red Central Sur (RCS) y la Red Central Norte (RCN), constituida por
más de 1.030 kilómetros de ruta principal y algunos ramales, que hacia 1917 conectaron La Calera con
Pueblo Hundido y, finalmente, con Iquique (Thomson, 2000:101 y 120).
Así, a principios del siglo XX EFE era el servicio civil más importante del Estado chileno, por
su importancia industrial y comercial. Había sido establecido como una estructura centralizada,
encabezada por una Dirección General, asistida por un Consejo Directivo formado por tres miembros
designados del Gobierno y los Administradores de los inicialmente cuatro Departamentos o Secciones:
Explotación, Vía y Edificios, Tracción y Maestranza, y Contabilidad.
La rapidez, capacidad de carga y cobertura territorial hicieron del ferrocarril un medio de transporte
estratégico para las funciones del Estado. Allí donde el tráfico terrestre era crítico y difícil por las
condiciones geográficas, el ferrocarril destacó ante formas tradicionales de transporte, facilitando
la movilización de contingentes militares, funcionarios y todo tipo de pasajeros, reduciendo las
distancias, conectando el territorio y afirmando la presencia del Estado.
El eje de la política ferroviaria fue la construcción de vías y la estatización de tramos privados.
Aunque en el caso de la Red Sur se combinaron ambos métodos, predominó la construcción y, solo
en menor medida, la adquisición de líneas particulares. De esta forma, su extensión favoreció los
intereses económicos de los agricultores del centro-sur y, principalmente, el propósito nacional
de integrar territorialmente el sur del país con la capital. En cambio, en la Red Norte prevaleció la
estatización, pues la mayor parte de las vías surgieron de la iniciativa privada.

12
El primer servicio privado que fue estatizado correspondió al Ferrocarril de Chañaral, en 1888. Posteriormente, el
Estado compró el Ferrocarril de Elqui en 1890, el Ferrocarril de Coquimbo en 1895, etc. (Thomson, 2000:85).

20
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

El segundo paso fue la construcción de un enlace entre esos ramales aislados. La unión se realizó
con la construcción del Ferrocarril Longitudinal. Los trabajos comenzaron en 1909 y culminaron en
1915. Así, “Pocos años después, en 1917, ya era posible viajar entre La Calera y La Serena en poco más de un
día. De La Serena a Pueblo Hundido, el recorrido demoraba dos días con seis horas, sin trasbordos” (Thomson,
2000:128).
En el cuadro 1 se aprecia el crecimiento sostenido de la red ferroviaria, tanto estatal como privada.
En general, entre 1890 y 1910 predominaron las líneas particulares. La red privada representó el 60%
del total nacional en 1890 y el 52% en el año 1910. Sin embargo, hacia 1930 disminuyó su participación
en términos relativos y absolutos, cayendo en un 14% respecto del año 1920 y llegando a constituir
solo el 35% del total nacional.
A su vez, la vía férrea fiscal creció más de 6 veces entre 1880 y 1930, identificándose 3 momentos
claves: el primero (1890-1900), con una extensión del 92% de kilometraje; el segundo (1900-1910)
mostró un incremento del 33%; finalmente, entre 1910 y 1920 se observó un crecimiento del 62%.
Los ferrocarriles estatales alcanzaron la mayor extensión del período en 1930, representando el 65%
del total nacional.

Cuadro 1
Kilometraje en FF.CC. Estatales y Privados, 1880-1930

Kilómetros de Línea Férrea Kilómetros de Línea Férrea


Años
Fiscal Privada

1880 950 827


1890 1106 1641
1900 2125 2229
1910 2830 3114
1920 4579 3632
1930 5807 3130
Fuente: (Braun, 2000).

A medida que la actividad ferroviaria aumentó su kilometraje, también lo hizo el número de


trabajadores incorporados a sus labores. De tal modo, si el volumen total de operarios y empleados
de todas las secciones en 1893 ascendía a 3.697, este número se elevó a 24.023 el año 1913, la mayor
cima antes del inicio del período de intensas perturbaciones económicas. Posteriormente, el inicio de
la IGM castigó la renta salitrera del Estado y, con ello, una necesaria reestructuración redujo el número
de trabajadores de EFE a 21.472 en 1914, y lo hizo caer a 19.881 el año 1916. Con el final de la IGM, la
fuerza de trabajo ferroviaria se recuperó y ascendió a una nueva cima de 26.765 en 1925, pero una nueva
reestructuración de la empresa la fue reduciendo paulatinamente hasta llegar a un número de 19.191
en 1930. Por otro lado, del conjunto de la fuerza de trabajo del sector Transportes y Comunicaciones,

21
Hombres del Metal

los operarios de Ferrocarriles representaron un 60,5% -29.333 trabajadores- en 1909 (Braun, 2000;
Anuario Estadístico, 1909), siendo esa la mayor participación porcentual dentro del sector.
Aunque parcial, la información existente señala que entre 1905 y 1930 la participación porcentual
de los trabajadores de EFE siempre fue superior al 60% del total de operarios del sector. El hito más alto
se alcanzó en 1911 con un 82,03% y el más bajo en 1928 con un 62,1% del total (Anuarios Estadísticos,
1909-1930).
Por otro lado, los operarios de EFE constituyeron el grueso del sector ferroviario. Sin embargo, su
distribución entre las dos principales arterias del sistema no fue homogénea. Para proporcionar una
imagen de las diferencias, es útil observar la cifra máxima de trabajadores ocupados para el mismo año
de 1925. Ese año la Red Central Sur registró 21.860 operarios, representando el 81,7% del total del
personal de EFE, mientras que la Red Central Norte13 empleó 3.406 operarios, el 12,7% del total.

Gráfico
Gráfi co N0Nº
1 1
Fuerza laboral
Fuerza Transportes
laboral TransportesyyComunicaciones
Comunicaciones
90
80
70
60
50
Miles

40
30
20
10
0
1880 1884 1888 1892 1896 1900 1904 1908 1912 1916 1920 1924 1928
Años
Transporte y comunicaciones FFCC del Estado
FF.CC Particulares Total FFCC

Fuentes: Braun, 2000; Anuarios Estadísticos, 1909-193014.


A pesar de que la información sobre la composición del personal de las redes es fragmentaria,
permite una aproximación razonable.

13
Dentro de la Red Central Norte se incluye la sección Longitudinal Norte, no así el tramo Arica a La Paz.
14
En F.F.C.C. Estatales: entre 1893 y 1907 las cifras corresponden solo a Empleados a jornal. Entre 1897 a 1901 no
hay datos disponibles. Desde 1908 en adelante, la información incluye el total de operarios en servicio. Para F.F.C.C.
privados: no se dispone de cifras en los años 1900 y 1908.

22
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

En ambas redes, el servicio llegó a contar con 5 secciones15: 1) Administración, 2) Vía y Obra,
3) Tráfico y Movimiento, 4) Maestranza y Tracción y, 5) Contabilidad. Tomando nuevamente como
referencia el año 1925, se aprecia que los 3.406 operarios y empleados de la Red Central Norte se
distribuyeron de esta forma: 0,9% en la Administración General (30 trabajadores), 27,4% en la sección
Maestranza (933), 44,7% en la sección Vía y Obras (1.523), 18,7% en Tráfico y Movimiento (638) y
8,3% en otras secciones (282) (Anuario Estadístico, 1925).
En tanto, en la Red Central Sur había 21.860 operarios repartidos del siguiente modo: un 4,1%
(892) integró la Administración General, el 32,1% (7.024) se agrupó en Tracción y Maestranza, el 26,5%
(5.787) en Vía y Obras, el 30,3% (6.628) en la sección Tráfico y un 7,0% (1.529) en Otras Secciones
(Anuario Estadístico, 1925).
Un porcentaje altamente representativo de los trabajadores se concentró en las 3 secciones
denominadas “productivas”: Tráfico y Movimiento, Vía y Obra y Tracción y Maestranza. Por ejemplo,
absorbieron el 90,8% (3,094 operarios) del total del personal de la Red Central Norte y el 88,9%
(19.439) de la Red Central Sur.
La documentación referente a la distribución geográfica del personal también es incompleta. La
información más útil corresponde a los operarios de la sección Tracción y Maestranza de la Red Central
Sur durante el período 1885-1927.
La RCS estuvo integrada por 4 zonas16 . Cada área contó con talleres para la reparación y mantención
del material rodante. Hacia 1888 existían maestranzas en las ciudades de Valparaíso, Santiago y
Concepción, además de un taller en Talca, mientras que en 1905 se adquirieron terrenos para la
edificación de la maestranza San Eugenio en Santiago y, con la extensión de la red, talleres en Temuco
y Valdivia (Iriarte, 1943:223). En términos espaciales, ferrocarriles concentraba mayor mano de
obra, procesos productivos y terreno en las estaciones terminales, maestranzas y casas de máquinas,
particularmente las de Caldera, Coquimbo, Ovalle, Santiago, Valparaíso, Concepción y Valdivia”17.

Hasta 1920 no existió una administración central ni un programa unificado de trabajo para las
maestranzas. A pesar de su importancia, funcionaban como talleres aislados, algunos de carácter
provisorio o auxiliar, otros sin el equipo adecuado para ejecutar sus funciones y con dificultades para
encontrar mano de obra calificada. Así, en 1912 el director general de EFE señalaba: “Las Maestranzas
actuales de la Empresa ocupan edificios ruinosos, están instaladas en locales estrechos, la dotación de
maquinarias es anticuada y heterogénea. Los trabajos de reparación del equipo no pueden pues, efectuarse allí
en forma económica.”(Iriarte, 1943:209).

15
En 1914 y fruto de la reestructuración de la Empresa, se incorporó la sección Materiales y Almacenes (Brito,
1988).
16
1ª Zona: Valparaíso - Santiago, 2ª zona: Santiago - Talca, 3ª zona: Talca - Victoria (posteriormente Temuco) y 4ª
zona: Victoria - Puerto Montt (Osorno hasta 1912). (Guajardo, 1990:191; Brito, 1988:13).
17
Por ejemplo, en 1887 la estación Barón de Valparaíso recibía carga y pasajeros, refaccionaba el equipamiento en
varias plantaciones que abarcaban 16.706 metros cuadrados construidos, de los cuales 7.381 eran almacenes y bode-
gas; 4.606 talleres y maestranzas (de adobe y tejas la última); 840 metros la casa de máquinas (tabiques de madera y
ladrillos); y 773 casa de empleados (Guajardo, 1990: 178).

23
Hombres del Metal

Cuadro 2
Trabajadores a jornal del Departamento de Tracción y
Años Maestranzas, 1885-1927 (años escogidos)
1ª Zona 2ª Zona 3ª Zona 4ª Zona Total
1885 597 539 353 n.d 1489
1886 717 603 370 n.d 1690
1890 1149 971 703 n.d 2823
1895 1461 1813 1034 n.d 4308
1900 1465 1749 1139 n.d 4353
1905 1657 1955 1067 n.d 4679
1910 1799 2361 1515 561 6236
1912 2061 2279 1675 698 6713
1913 2255 2184 1643 737 6819
1920 1155 901 941 304 3301
1923 760 1740 717 4 3221
1927 798 1361 662 n.d 2821
Fuentes: (Guajardo, 1990; Iriarte, 1943).18

En concreto, se puede señalar que entre 1885 y 1913 los operarios de Tracción y Maestranza se
concentraron en los talleres de mayor escala. Generalmente, un promedio superior al 60% se ubicó en
la 1ª y 2ª zona (cuadro 2), específicamente en las maestranzas Barón de Valparaíso y en los talleres de
Estación Alameda y San Eugenio en Santiago. La participación porcentual fue aún más considerable
en los años 1886 y 1905, cuando los operarios de ambas zonas sumaron, respectivamente, el 78,1% y
el 77,2% del total.
La tercera zona –Talca a Temuco- registró un promedio superior al 20% de los operarios de la
sección durante todo el período, principalmente emplazados en los talleres de Talca y Concepción,
destacando el 35,3% alcanzado en 1912.
Finalmente, para la cuarta zona –Temuco a Puerto Montt- la información comienza desde el año
1907. Aquí la mayor participación fue en 1913, con el 10,8% del total de operarios, situados en los
talleres de Valdivia y Temuco.
En 1914 se realizó la licitación que culminó con la puesta en marcha de la Maestranza Central
de San Bernardo el 1º de abril de 192019. Su construcción implicó la centralización de las labores
18
Entre 1885 y 1915 se utilizaron las cifras recopiladas por Guillermo Guajardo (Guajardo, 1990), que corresponden
a operarios a jornal de la sección Tracción y Maestranzas de la Red Central Sur. La información de los años 1920, 1923
y 1927, fue recopilada por Alejandro Iriarte (Iriarte, 1943) y corresponde solo al número de operarios de Maestranzas
(excluye Tracción).
19
La construcción de la Maestranza Central de San Bernardo fue un punto esencial de la reorganización de EFE
desde el año 1914. Este plan: “...permitió reducir los talleres, cambiar su organización, personal y modernización de la
maquinaria.”(Guajardo, 2000:112).

24
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

productivas de los talleres. La idea matriz fue racionalizar, mediante la aplicación de un programa
común de trabajo, el conjunto de las maestranzas que formaban la red. Por ende, uno de sus efectos fue
el desplazamiento del personal y de las funciones realizadas en la 3ª y 4ª zona, hacia las maestranzas
ubicadas en la 2ª 20. Con la inclusión de San Bernardo, la participación porcentual de los operarios de
Maestranza de la 2ª zona –excluyendo Tracción- alcanzó el 54% del total en 1923 y el 48% en 1927.
Así, el número del personal y su distribución estuvieron supeditados al papel ejercido por cada
unidad al dentro de EFE, pero también a las necesidades y circunstancias enfrentadas por la empresa.
Desde un primer ángulo, las 3 secciones (Vía, Tráfico y Movimiento y Maestranzas) fueron vitales para
el funcionamiento regular de EFE. En Vía y Obra, las principales labores abarcaron la construcción
y el mantenimiento de la línea férrea. En Tráfico y Movimiento las funciones estuvieron orientadas
a la carga y servicio de pasajeros, mientras que en Tracción y Maestranza se realizaron trabajos de
mantenimiento, reparación y construcción de material rodante. En este último caso, hablamos con
propiedad de un trabajo afín a la actividad industrial.

Vicisitudes enfrentadas por la actividad metalúrgica y ferroviaria


El punto más alto alcanzado por la industria metalúrgica fue 1913, año en que la actividad llegó
a contar con un total de 1.054 establecimientos, 243 motores –reuniendo un total de 2.563 caballos
de fuerza (HP)-, 9.448 operarios y 367 empleados (Anuario, 1913). Pero el inicio de la Primera Guerra
Mundial casi hizo desaparecer la actividad, reduciendo a 121 el número de establecimientos, a 159 el
número de motores –1.938 HP-, a 2.682 el número de operarios y a 171 el número de empleados21. La
recuperación fue lenta, breve e incompleta, pues en 1928 el número de operarios solo alcanzó a 7.141
y el de empleados a 506 (Anuario Estadístico, 1914) y solo 3 años después se declaró la crisis en su
dimensión más cruda.
El derrumbe de la actividad industrial y de la economía en su conjunto hacia 1914 ha sido señalado
también por otros autores. Entre agosto de 1914 y enero de 1915 48.000 trabajadores salitreros fueron
obligados a emigrar. La pérdida de ese mercado hizo caer dramáticamente la producción industrial,
de modo que en 203 fábricas en Santiago, de 8.651 contratados en septiembre de 1914, el 44% fue
despedido en octubre. Mientras, en Valparaíso el desempleo manufacturero alcanzó cerca de un 35%.

20
Hacia 1927 disminuyen las reparaciones efectuadas en los talleres de la 3ª zona, mientras que desaparecen las maes-
tranzas y los talleres auxiliares de la 4ª zona. En general, estas funciones fueron delegadas a los talleres principales de
cada zona y a la Maestranza Central de San Bernardo (Iriarte, 1943).
21
De acuerdo con autores como Oscar Muñoz (Muñoz, 1971), el estallido de la Primera Guerra Mundial permitió a
la industria metalúrgica prosperar durante algunos años al calor de una temprana sustitución de importaciones. Sin
embargo, las cifras de producción y de número de trabajadores en la industria metalúrgica tienden a apoyar más bien
la lectura de M. Carmagnani -en el sentido de que hubo una breve prosperidad anterior a la Primera Guerra Mundial- y
nuestra lectura en cuanto a que el final de la guerra también alentó cierta recuperación y prosperidad, aunque estos
años no lograron alcanzar los niveles logrados por la industria metalúrgica en 1913. En apoyo a nuestra tesis, De Shazo
señala que el desempleo industrial comenzó a manifestarse entre 1914-1915 a raíz de la depresión de esos años. Con
ello, algunas huelgas lideradas por anarquistas entre 1912 y 1915 estuvieron condenadas al fracaso. Según el mismo
autor, el empleo solo se recuperó parcialmente hacia 1919, pero benefició fundamentalmente a sectores no industria-
les, debido a que permanecía un clima de depresión económica general.

25
Hombres del Metal

Con ello, colapsaron los sindicatos y se regresó al mutualismo, lo que de algún modo se expresó en
el auge de la FOCH durante esos años. Finalmente, el endeudamiento de las familias obreras casi se
duplicó entre 1913 y 1914, cuando el alza abismal del desempleo y el recorte de los salarios obligó a
que muchas familias debieran vender parte de sus enseres para sobrevivir (De Shazo, 1983: 84, 194
y 136).
Hasta que no se realicen estudios monográficos detallados sobre los establecimientos más
avanzados22, solo podemos aventurar que las causas de su fragilidad como actividad se concentran en
dos dimensiones. Desde el lado de la oferta, fue determinante la rigidez de su estructura de costos.
En tanto no existía un adecuado aprovisionamiento de hierro nacional, se vieron obligadas a levantar
fundiciones propias. De ese modo, la dependencia de materias primas y combustible importado
(incluyendo carbón) probablemente los llevó a fabricar un hierro caro. En segundo lugar, y desde el
lado de la demanda, constituían un eslabonamiento hacia adelante de las empresas ferroviarias y de las
empresas mineras, que requerían reacondicionar y reparar su maquinaria (Pinto, 1991). De tal modo,
si la minería de exportación se hallaba con problemas en sus mercados externos y también disminuían
los presupuestos fiscales para ferrocarriles –ya que dependían de las exportaciones mineras-, los
establecimientos metalúrgicos serían afectados por una “crisis de tijera” (conjunción de caída de
demanda con alza de costos). Y así sucedió, ya que los mercados nacionales redujeron su demanda y el
alza abrupta del tipo de cambio elevó sideralmente sus costos. A pesar de que las fundiciones y fábricas
de maquinaria aumentaron su inversión en capital –intentando cambiar su paradigma tecnológico-,
retuvieron su planta de empleados y redujeron su plantilla de trabajadores, logrando parcialmente
elevar su productividad (Carmagnani, 1998), fueron inevitablemente arrastradas por la crisis general
de la economía, que descansaba excesivamente en la exportación de unos nitratos que habían perdido
competitividad externa. El sector metalúrgico industrial, en síntesis, tuvo no más de 20 años buenos
(entre la década de 1890 y 1910), 10 años de urgente adaptación y supervivencia (década de 1920) y un
quiebre final determinado por la Gran Depresión. La nueva industria metalúrgica que renació con la
recuperación post crisis en escasa medida tuvo continuidad con la que se estudia aquí.
En lo que respecta a la Empresa de Ferrocarriles del Estado, para aproximarnos a su rentabilidad
comercial y, finalmente, a su viabilidad económica, utilizaremos el coeficiente de explotación 23 ,
ilustrado en la cuadro 3. Complementariamente, se analizarán algunos mecanismos comerciales y
políticas que, actuando de conjunto, influyeron en el rendimiento de EFE en el corto y largo plazo.
En sus primeros años, el desempeño económico de EFE mostró números positivos. Entre 1884
y 1899 los ingresos generados fueron superiores a los gastos, siendo 1895 el único año con cifras
desfavorables. Entre 1900 y 1902 se encadenaron 3 años de saldos negativos. Los 3 años siguientes
(1903-1905) fueron de recuperación, con ingresos superiores a los costos de explotación.

22
Nos referimos básicamente a las fundiciones y fábricas de maquinaria, ya que como advierte Carmagnani (Carmag-
nani, 1998), a las herrerías y a las hojalaterías –como al resto de los establecimientos menores- habría que considerar-
los más bien talleres artesanales, de los cuales solo algunos pocos podían destacar.
23
Es el cociente de gastos e ingresos, representando las cifras inferiores a 1 los mejores resultados y 1 una situación
de equilibrio.

26
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

En este período Ferrocarriles se convirtió en una institución paradigmática como empresa


comercial, pero también allí comenzaron a mezclarse –no siempre de la mejor manera- objetivos
económicos y políticas de Estado. En estas circunstancias, el Estado asumió parte considerable del
financiamiento de EFE. La inversión estatal permitió cubrir los costos de la sostenida expansión del
servicio. La adquisición y renovación de material rodante, la estatización de ramales privados y la
modernización de instalaciones solo fueron posibles gracias al compromiso fiscal, pues las posibilidades
financieras de EFE para costear esta expansión eran limitadas.

Cuadro 3
Coeficiente de Explotación EFE, 1884-1927

1884 0,52 1895 1,03 1906 1,14 1917 0,98


1885 0,63 1896 0,93 1907 1,63 1918 1,12
1886 0,63 1897 0,97 1908 1,46 1919 1,21
1887 0,66 1898 0,93 1909 1,25 1920 1,25
1888 0,77 1899 0,99 1910 1,21 1921 1,83
1889 0,86 1900 1,07 1911 1,23 1922 0,99
1890 0,82 1901 1,15 1912 1,16 1923 0,82
1891 0,82 1902 1,02 1913 1,27 1924 0,94
1892 0,94 1903 0,93 1914 1,20 1925 0,99
1893 0,77 1904 0,95 1915 0,87 1926 0,92
1894 0,92 1905 0,97 1916 0,92 1927 0,95
Fuente: Santiago Marín Vicuña, 1901; Anuarios Estadísticos, 1909-192724

Pero el carácter de servicio público también hizo de Ferrocarriles del Estado una empresa poco
eficiente, poco adecuada para generar los ingresos necesarios a su actividad. Más bien, “El gobierno lo
consideró como una herramienta para lograr objetivos políticos, económicos o sociales, dejando a la empresa sin
posibilidades de generar un retorno adecuado sobre el capital invertido en ella” (Thomson, 2000:167). Así, se
acentuó la dependencia de la contribución fiscal, en desmedro de un fi nanciamiento compartido.
Mientras los distintos gobiernos contaron con una sólida situación fiscal, los costos operacionales
generados por EFE se pudieron cubrir. Sin embargo, la realidad presupuestaria evidenció un
ostensible deterioró entre 1906 y 1914. En este período la empresa sobrellevó un déficit durante 9
años consecutivos. Por ello, una fuente oficial de la época señalaba: “El resultado financiero anual de
los ferrocarriles ha sido favorable hasta 1905, pues hasta esa fecha la Empresa ha costeado sus gastos i ha
dejado utilidades, excepto en algunos años en que circunstancias extraordinarias, como fuertes temporales,
han obligado a hacer grandes gastos de reparación en la vía i obras... Posteriormente, los balances anuales han
cerrado con déficits considerables que, en total, representan, desde 1905 hasta 1912 inclusive, una pérdida de
24
Entre 1884-1892 la información corresponde a la Red Central –Santiago a Temuco, más ramales- (Marín Vicuña,
1901:95). La información restante pertenece a EFE (Anuarios Estadísticos, 1909-1927).

27
Hombres del Metal

$88.457.358,64” (Memoria EFE, 1912:39). Las constantes pérdidas coincidieron con una fuerte caída
de los ingresos fiscales a partir de 1912 y la posibilidad de transferir recursos desde el Estado quedó
muy debilitada.
Así, Ferrocarriles se transformó en una pesada carga para los presupuestos fiscales, generando
el mayor déficit dentro del aparato público en 1913 (Guajardo, 1990:176). Para enfrentar estos
obstáculos, se modificaron aspectos organizativos de la administración central. Las reorganizaciones
de 1907 y 1914 -principalmente la última- apostaron por mayores cuotas de autonomía en la toma de
decisiones para así alcanzar un equilibrio financiero y un funcionamiento mucho más eficiente. De
ahí que se señalara… “La autonomía de la empresa representa un gran progreso pues permitió, en la parte
administrativa, hacer una explotación más correcta i espedita, i en la parte económica, terminando con los
grandes déficit que anualmente dejaban los ferrocarriles del Estado” (Memoria EFE, 1914:3). Las medidas
adoptadas incluyeron reducción de las remuneraciones, la fijación de una nueva planta y los sueldos del
personal, además de la disminución de la mano de obra auxiliar, que podía ajustarse a las necesidades
del servicio, puesto que… ”Para cumplir con la disposición de la lei que exije que los gastos de la Empresa se
costeen con las entradas, hubo necesidad de reducir considerablemente el gasto de jornales i los consumos de
materiales.”(Memoria EFE, 1914:5).
A pesar de la magnitud de las reformas aplicadas, la recuperación económica del período 1915-1917
fue transitoria, aunque presentó coeficientes de explotación levemente favorables (0,87 - 0,92 y 0,98).
La posibilidad de alcanzar mejores rendimientos estuvo limitada por el permanente déficit dejado por
la Red Norte, el alza de precios del carbón y la incorporación de ramales de baja rentabilidad, tal como
aparece en las siguientes líneas: “... me permito llamar la atención a US. al hecho de que las nuevas líneas
se entregan inconclusas a la Empresa, lo que viene a recargar en forma mui sensible los gastos de explotación.
Así, la línea de Confluencia Tomé i Penco, entregada a la Empresa en el año 1916, adolecía de las siguientes
deficiencias: Longitud deficiente de los desvíos, estaciones i ubicación defectuosa de algunos edificios; falta
de consistencia en las obras de tierra entre las estaciones de Tomé i Lirquén i otras, mala calidad del lastre;
necesidad de reforzar la infraestructura de algunas obras...” (Memoria EFE, 1916:6).
Las dificultades financieras reaparecieron entre 1918 y 1921, estimuladas por un aumento nominal
de los jornales y por la violenta alza del valor del carbón. El incremento del precio del combustible, a
causa de sucesivas huelgas en las minas de Lirquén y Schwager, obligó a suspender temporalmente el
funcionamiento de la Red Central Norte25 y a limitar el servicio de la Red Central Sur solo al tráfico de
alimentos y ganados (Memoria EFE, 1920).
Finalmente, desde 1922 se aprecia un favorable desempeño económico, que tuvo entre sus causas
la disminución del consumo de materiales, la reducción del total de la masa salarial y del número de
operarios -en primera instancia- producto del funcionamiento de la Maestranza Central San Bernardo.

25
La suspensión del tráfico fue consecuencia de la lejanía de los centros productores de carbón, que hizo más costoso
el funcionamiento de la Red Central Norte.

28
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

La reparación y conservación del material rodante, ahora más eficaz y en tiempos adecuados, disminuyó
los costos asociados al mantenimiento y la explotación del servicio26 .
Otro factor considerable fue la nueva reorganización de EFE a partir del decreto ley 342, promulgado
el 13 de marzo de 1925. Esta ley fue parte de la política implementada por la misión Kemmerer y
contempló, entre otras medidas, una mayor autonomía financiera, por ejemplo, en la fijación de las
tarifas de carga y pasajeros. Del mismo modo, “...se suprimía la aprobación del presupuesto por el Congreso
Nacional; sólo debía consultarse al Gobierno el Presupuesto de gastos extraordinarios (obras y adquisiciones
que aumentan el capital) que debían atenderse con rentas generales de la Nación” (Romo, 1957:29). De esta
forma, la determinación de los valores a cobrar adquirió un carácter técnico más que político y fue
asumida por una Comisión de expertos (integrada por un representante de la Contabilidad ferroviaria,
un delegado de la sección Transporte y uno de Tracción).
Por otra parte, desde 1925 comenzó una clara política de reducción del personal “excedente”. La
disminución afectó tanto a empleados como a operarios de todas las secciones. Solo en el año 1927
se suprimieron 3.573 puestos de trabajo, de los que 1.359 correspondieron a empleados a contrata y
2.214 a operarios a jornal (Memoria EFE, 1927:4), mientras que al año siguiente “... se han suprimido
3,500 empleados a contrata y a jornal lo que ha representado una economía en el gasto de los sueldos y jornales
de $16.165,000 respecto del año 1927” (Memoria EFE, 1928:3). Está política se intensificó durante la
administración de Pedro Blanquier, siendo resistida por los trabajadores ferroviarios.
Finalmente, hacia fines de la década de 1920, el equilibrio financiero de EFE estuvo fuertemente
condicionado por la fijación tarifaria. La crisis económica del país, por efectos del derrumbe salitrero
y la crisis mundial, se tradujo en la obligación de reducir los precios del transporte para estimular el
tráfico. Así, “El 1º de Noviembre de 1929 entró a regir una rebaja de 10% en los pasajes de 1ª clase y en las
tarifas de equipaje y carga de pequeña velocidad. Como esta rebaja rigió sólo durante dos meses de 1929 y
durante todo 1930, afectó considerablemente la tarifa media de este último año” (Memoria EFE, 1929:5).
De acuerdo con las Memorias de Ferrocarriles del Estado, los resultados económicos de estos últimos
años fueron satisfactorios, especialmente considerando las condiciones existentes.
Los problemas estructurales que afectaron la eficiencia de EFE y que se transformaron en las
principales falencias del sistema durante todo el período analizado fueron:

1. La fijación tarifaria: que mantuvo congelados los precios del transporte de pasajeros y de carga, o
por debajo del valor de mercado, durante varias décadas27. Esto con el objeto de estimular el tráfico
de personas y productos, además de representar un afán proteccionista. Si bien el aval del Estado
permitió cubrir continuamente los años de déficit, con la autonomía económica desde 1914 y 1925,
el control de las tarifas se convirtió en un permanente cuello de botella para los presupuestos de

26
En 1921 la Maestranza Central de San Bernardo reparó 112 locomotoras, con 931 operarios en ejercicio. Así la can-
tidad de operarios por locomotora reparada fue de 8,3. En 1926 se restauran 192 locomotoras, con 1087 operarios,
siendo 5,7 el número de operarios por reparación (Iriarte, 1943:218).
27
Por ejemplo, Ian Thomson señala que el control tarifario realizado por el gobierno mantuvo congeladas las tarifas
por más de 20 años (Thomson, 2000:170).

29
Hombres del Metal

ferrocarriles. En tanto empresa pública el desafío de EFE fue armonizar la rentabilidad económica y
social de sus servicios.

2. Junto con el control de precios, la sobreexplotación de líneas fue uno de los elementos más nocivos
para el equilibrio financiero de EFE. El crecimiento de la vía incluyó mayores costos, muchos de ellos
fijos, mientras que los nuevos ingresos –en general- fueron proporcionalmente menores. En muchas
ocasiones, la extensión se realizó sobre zonas geográficas que ofrecían escasa rentabilidad, donde el
transporte de pasajeros era reducido y el tráfico de carga -a veces de gran volumen- poseía bajo valor.
La anexión de ramales y tramos onerosos exhibe como caso emblemático el de la Red Central Norte,
que durante varios años arrojó considerables pérdidas. Aun establecida la independencia financiera,
la RCN mostró déficits que debieron ser amortizados con recursos generados por la RCS, como se
señala a continuación: “Por lo que a continuación se expone podrá el señor Ministro deducir que ha sido un
anhelo constante de la Superioridad regular la situación económica de la empresa, pudiendo decirse que el
esfuerzo gastado se traduce, pues, en un feliz equilibrio de su régimen financiero, a pesar de que debe tenerse
que el carácter no comercial de la Red Norte ha obligado a destinar parte de las entradas de la Red Sur para
costear las pérdidas de la primera.” (Memoria EFE, 1922:4).

3. Finalmente, un factor central en la eficiencia de EFE fue la selección y compra del material rodante.
La expansión del servicio y el deterioro normal del equipo tuvieron como consecuencia lógica el
incremento en la demanda de maquinaria. Este inconveniente fue enfrentado mediante importaciones
y, en menor medida, por el desarrollo autóctono de la fabricación de material ferroviario28. La ausencia
de políticas claras en la adquisición de equipos se tradujo en la gran diversidad de locomotoras, carros
de carga y piezas empleadas en el servicio. Sin una integración de los criterios de adquisición, fue
común encontrar maquinaria proveniente de Inglaterra, Bélgica, Alemania, Estados Unidos, etc.
Con ello se elevaban los costos de reparación y funcionamiento29. Por otra parte, no siempre la
incorporación de maquinaria obedeció a criterios técnicos. Las restricciones presupuestarias también
influyeron en las decisiones tomadas por los administradores de EFE. Esta orientación menoscabó la
calidad del servicio y la rentabilidad de la empresa, pues un material tan diverso elevó los costos de
su mantenimiento y restauración. Esto, sumado a las restricciones de maestranzas que actuaban de
manera descoordinada, retrasó la reparación y reposición del material.

Empleo y brechas entre trabajadores


La empleabilidad en la industria metalúrgica y Ferrocarriles del Estado constituyó un factor tanto
o más determinante que la evolución de los salarios reales en la configuración de las condiciones de
vida de ambos grupos de trabajadores. Sin embargo, y debido a que las estadísticas laborales sobre
28
Para el caso de EFE Guajardo señala: “...entre 1909 y 1919 de un total de 5.967 vehículos (locomotoras, carros y coches)
adquiridos, el 31% fue comprado en Chile, el 55% importado desde Europa, el 13% desde los Estados Unidos y menos del 1%
fue de proveedores no especificados.” (Guajardo, 2000:104).
29
“En efecto, las locomotoras construidas en Inglaterra, por ejemplo, habían sido concebidas para quemar carbón inglés con un
determinado contenido calórico, y no carbón chileno con un contenido calórico diferente” (Carmagnani, 1998:139).

30
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

desempleo se iniciaron con bastante posterioridad, no existen datos seriados sobre esta variable para
el Ciclo Salitrero. En consecuencia, solo es posible una aproximación indirecta al desempleo a través
de variaciones relativas en el número de trabajadores ocupados en ambas actividades y por medio de
observaciones fragmentarias que incorporan juicios de tipo cualitativo que pueden complementarlas.
Básicamente, se observa un período de expansión del número de trabajadores empleados en
ambas actividades hasta 1913, en que la industria metalúrgica ascendió desde 6.077 trabajadores (solo
operarios) en 1909 a 9.815 trabajadores (9.448 operarios y 367 empleados), mientras que EFE pasó
de al menos 13.329 operarios a jornal en 1905 a 22.118 empleados a contrata y a jornal. Como ya se
ha señalado, 1914 mostró una contracción severa de la fuerza de trabajo, pero esta fue mucho mayor
en la industria metalúrgica, que pasó a contar con apenas 2.853 personas en 1914, mientras que ese
mismo año EFE solo se redujo a 20.929 trabajadores. Posteriormente, entre 1914 y 1928 la industria
metalúrgica vivió una lenta recuperación que le permitió recién en 1928 contar con 7.647 trabajadores,
es decir, un 25% menos de lo que agrupaba en 1913. Exhibiendo una situación muy distinta, EFE
elevó el número de sus trabajadores hasta 25.266 entre 1914 y 1925, pero, a causa de los procesos de
reestructuración implementados una vez más desde 1925, esta cifra se redujo en 1928 a no más de
20.550 personas al servicio de la empresa (Anuarios Estadísticos, Memorias de EFE).
Estos hitos permiten aproximar el grado de desempleo en ambas actividades, considerando el
número de personas que, estando en condiciones de trabajar, dejaron de hacerlo. En el caso de los
trabajadores metalúrgicos, estos habrían vivido una larga y angustiante situación de desempleo
a partir de 1914, que se habría tendido a mantener en rangos levemente menores a lo largo de los
años restantes de la década de 1910 y en la mayor parte de la década de 1920. En esta primera gran
experiencia de desempleo, se alcanzó al menos una cifra cercana al 70%, solo considerando aquellos
puestos que se perdieron en 1914 y sin sumarle la nueva oferta de trabajo generada en ese rubro en
los años posteriores. Aunque no es el propósito de este estudio extenderse más allá de 1930, es de
presumir que después de un breve interludio de parcial recuperación, en 1931 el desempleo se reinició,
en una segunda fase mucho más dramática que la anterior.
Esta gran oleada de desempleo industrial y la leve recuperación subsiguiente también aparecen en
apreciaciones cualitativas construidas a partir de fuentes fragmentarias. Por ejemplo, se ha señalado
que el desempleo industrial comenzó a manifestarse de modo abrumador solo entre 1914 y 1915,
a raíz de la depresión causada por el estallido de la Primera Guerra Mundial, y se reanudó en los
sectores no industriales recién hacia 1919. La pérdida del mercado salitrero del norte motivó una caída
significativa de la producción industrial, de modo que de 8.651 operarios contratados en 203 fábricas
de Santiago en septiembre de 1914, un 44% fue despedido ya en octubre del mismo año. Mientras,
Valparaíso habría registrado un 35% de desempleo en el sector industrial durante 1914. A su vez, se
ha afirmado que con la recuperación de las exportaciones de nitratos entre 1917 y 1920, el mercado
local se recobró parcialmente y se procedió a la recontratación de trabajadores (De Shazo, 2007: 84 y
216), aunque esto benefició mucho más a otros sectores industriales, dado que la fuerza de trabajo
metalúrgico solo ascendió a un poco más de 5.500 trabajadores.

31
Hombres del Metal

El desempleo, por tanto, fue mucho menor en Ferrocarriles, dado que en el primer episodio
importante de desempleo generalizado en el país hacia 1914, su personal se redujo solo un poco más
del 5%. En cambio, entre 1925 y 1928 los procesos internos de reorganización tuvieron un impacto
mucho mayor, en tanto supusieron una caída de más de 18% en los puestos ferroviarios, caída –en
cualquier caso- mucho más benigna que la sufrida en la industria metalúrgica. Lo interesante es que,
como se verá con más detalle en el Capítulo 4 de esta obra, ya antes de 1914 existía plena conciencia
en EFE respecto a una sobredotación de personal y ya se pensaba instrumentar algunas acciones para
reducirla. La relativa suavidad con que se realizó este proceso, el hecho de que la dotación volviera a
aumentar de modo muy significativo hasta 1915 y la necesidad de articular una nueva y más severa
reducción de plantilla entre 1925 y 1928 revelan las resistencias que enfrentaba la empresa para
aplicar criterios de racionalización y el gran poder de las organizaciones de ferroviarios. Por otro lado,
y como será analizado en detalle en el Capítulo 2 y en el Capítulo 4, si la más importante variable de
ajuste empresarial fue el volumen de la plantilla de trabajadores, los salarios tendieron a ocupar un rol
meramente de complemento.
En cuanto a los niveles de cualificación, los reducidos grados de escolaridad de la población chilena
y una tasa superior al 60% de analfabetismo (PIIE, 1971) a inicios del siglo XX generaban un horizonte
muy reducido de conocimientos y habilidades entre los trabajadores chilenos. Este factor, junto con
la abundancia de importantes recursos naturales, orientó el modelo de crecimiento hacia una clara
vocación primario exportadora –trigo, cobre y plata hasta fines de la década de 1870, nitratos y cobre
entre 1880 y 1930. Después de todo, era la opción más eficiente cuando se trataba de optimizar la
utilización de los factores productivos.
De tal modo, si el sector exportador posibilitaba la existencia de un significativo sector de transportes
y un incipiente sector industrial -que entre otros rubros incorporaba al metalúrgico-, ambas actividades
anexas no necesariamente debían organizarse en torno a la estructura de costos que guiaba su accionar
en los países propiamente industrializados. Si bien es cierto estas actividades ocupaban capital de modo
más intensivo -comparadas a otras actividades productivas del país-, la flagrante abundancia y bajo precio
del factor trabajo las impulsaban a otorgarle un uso mucho más extensivo del que establecían países
industrializados en estos mismos rubros. Dicho de otro modo, a pesar de estas actividades constituían
una punta de lanza en términos de innovación y difusión tecnológica, existían poderosos incentivos
microeconómicos derivados de la naturaleza del mercado del trabajo que incentivaban que la dotación de
hombre por máquina continuara siendo elevada, que los procesos productivos no representaran saltos
cualitativos muy importantes y que se continuaran usando equipos no necesariamente especializados30.
En esas condiciones, lo importante era que algunas pocas instancias del proceso productivo utilizaran
un pequeño número de trabajadores relativamente cualificados, mientras que la mayor parte de las
operaciones era ejecutada por una masa mayoritaria de personal con muy baja cualificación. Al asumir
una estructura de producción de bienes en pequeños lotes y de acuerdo a pedidos muy variables, las
empresas adquirían mayor flexibilidad ante la demanda y podían evitar que los costos se les escaparan.

30
Debemos a Felipe Abbott estas sugerentes indicaciones, que se corresponden con experiencias de industrialización
tardía e incompleta, como las que en España originaron un tipo de especialización flexible, solo acotada a aquellos
márgenes sugeridos por la peculiar estructura de costos (Valdaliso y López, 2000).

32
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

De este modo, al cruzar los datos de uso intensivo de la fuerza de trabajo en la industria
metalúrgica –incluyendo más de 1.100 niños-con la extensa jornada laboral (medida tanto en número
de días al año y por semana como en número de horas al día), y al analizar en detalle la composición
del rubro metalúrgico industrial, se insinúa que la inmensa mayoría de los establecimientos que
pertenecían al rubro de la industria metalúrgica utilizaban poco capital y mucho trabajo, es decir, sus
niveles de calificación y de productividad deben haber sido relativamente inferiores a los que exhibía
contemporáneamente la industria metalmecánica en los países desarrollados, que vivía una segunda
revolución industrial en esas décadas. Sin embargo, para los estándares locales, probablemente la
industria metalúrgica contaba con niveles relativamente superiores a los que ostentaban otros rubros
industriales del país en el uso de capital.
Una estructura flexible como esta se expresaba en funciones extremadamente diferenciadas en
cuanto a cualificación, tanto en la industria metalúrgica como en EFE, que permitían la coexistencia de
importantes cantidades de peones de uso múltiple y de muy baja cualificación, con un pequeño número
de ingenieros y personal muy cualificado. De ahí que existiera un número relativamente importante
de 364 operarios y técnicos metalúrgicos de origen extranjero en 1913, que indudablemente eran
preferidos para ocupar las funciones críticas dentro de los procesos productivos (Anuario Estadístico,
1913). En el caso de la industria metalúrgica, esa diferencia se expresaba claramente entre los maestros
fundidores –e incluso, caldereros- y el resto de los trabajadores que conformaban una fundición, con
una brecha de conocimientos y destreza que al menos conformaba un ratio de 5 a 1. Tal habría sido
la influencia de este factor que probablemente fue una de las causas que condujo a que los primeros
sindicatos que se formaron fueran por oficio y que por largos años se postergara la aparición de
sindicatos industriales integrados, es decir, abarcando a todos los oficios de un establecimiento. Por
otro lado, cuando la entrada al sindicato estaba reservada a los trabajadores más calificados, estos
podían llegar a alcanzar grandes dosis de poder. Así ocurrió con los maestros fundidores, que llegaron
a ser reconocidos por los empresarios metalúrgicos como proveedores de mano de obra (De Shazo,
2007: 66 y 57).
En el caso de Ferrocarriles del Estado, estas brechas de cualificación inevitablemente adquirieron
tintes de odiosidad mutua, opresión y discriminación, ya que desde las primeras grandes importaciones
de material rodante se hizo necesario traer al país un importante número de ingenieros y técnicos
europeos –esencialmente ingleses-, que eran los únicos que daban las garantías necesarias de que
las intrincadas y casi desconocidas nuevas tecnologías serían apropiadamente utilizadas y, a la vez,
debían actuar como monitores respecto al personal local en las tareas de mayor envergadura 31. Dentro
de una misma sección también se apreciaban diferencias sustanciales. Por ejemplo, en Tracción

31
Sin embargo, y como nos ha recordado Isabel Jara, no siempre se dieron las condiciones para financiar estas con-
trataciones. Por ejemplo, a raíz de la crisis económica de 1877-1878 y del posterior estallido de la Guerra del Pacífico,
resultó demasiado oneroso importar técnicos de origen extranjero y se privilegió la cualificación del personal de origen
nacional. Esta tendencia se consolidó con el incremento de la contratación de chilenos en la mayor parte de los puestos
menores. No obstante, el ahorro conseguido por esta vía no detuvo los constantes déficits de EFE, originados por la
caída de la moneda nacional a fines del siglo XIX y la subvención del transporte agrícola, minero e industrial, problema
que se agravó cuando el Longitudinal Norte, construido entre 1909 y 1915, incorporó los arruinados ferrocarriles
mineros desde 1916.

33
Hombres del Metal

y Maestranzas, donde los jornales fueron más elevados por sus altos niveles de calificación, la
incorporación de operarios extranjeros implicó el pago de salarios diferenciados. Por sus competencias
y experiencias, los jornales de los operarios extranjeros fueron superiores a los del personal nacional.
En consecuencia, “Esta realidad hizo que por muchos años fuera difícil desplazar del manejo de las máquinas
a los skilled workers provenientes de Inglaterra u otros países industrializados” (Guajardo, 1990:180).
Por todo ello, y como se verá en el Capítulo 5 de esta obra, la entrada de trabajadores nacionales a
las tareas de mayor calificación y prestigio se convirtió en una de las primeras banderas de lucha de los
trabajadores ferroviarios chilenos, pero hasta bien entrado el siglo XX la profesionalización fue una
barrera formidable para el operario de origen local.
Pero más allá de las ostentosas diferencias de cualificación entre trabajadores chilenos y
extranjeros, las brechas no dejaban de ser abismales entre el personal de origen nacional, debido a la
enorme segmentación de las tareas dentro de la empresa.
El trabajo en ferrocarriles contemplaba las actividades de construcción y operación. La primera
demandaba un personal numeroso, al que se le exigía un gran esfuerzo físico y mayor movilidad. En
este rubro, el Departamento de Vía ocupaba principalmente peones, camineros o carrilanos -además
de albañiles, carpinteros y herreros- para el tendido y conservación de líneas férreas.
La explotación, en cambio, requería menor cantidad de trabajadores, pero con calificación en
labores metalmecánicas, propias de espacios laborales disciplinados y con maquinaria diversa. Se
trataba de personal categorizable como mecánicos (caldereros, herreros, majadores, armadores,
bronceros, cobreros) y de electricistas, quienes laboraban en Maestranza (conservación). Maquinistas
y fogoneros lo hacían en Tracción (conducción de locomotoras), junto a bomberos, limpiadores,
revisadores de frenos de aire y aceitadores, que completaban el personal de tráfico.
El cursus vitae de un trabajador que lograba calificarse era más o menos así. Empezaban como
limpiadores de máquinas o fogoneros de menor jerarquía, pero luego de 10 años de servicio satisfactorio
eran contratados por el Estado, adquirían beneficios importantes, estabilidad laboral y formaban
parte de un sistema jerarquizado y cuasi-estamental. Los mecanismos de mérito se profundizaron y
proyectaron en el tiempo como el ethos institucional en la trayectoria laboral dentro de EFE. Aunque
correspondiente a un período muy posterior (1962-1995), Juan González Vargas (quien llegó a ser
maquinista de primera en EFE hacia 1992 y fue trabajador de la Sección Tracción entre 1962 y 1995)
señala: “…Primero se entraba como limpiador de locomotora, luego se pasaba a caldeador de máquina (quien
calienta la locomotora para darle mayor presión) y posteriormente se ascendía a ayudante de tercera categoría
(quien colaboraba con el maquinista en maniobras de patio). Ya en la categoría de ayudante, se podía seguir
ascendiendo a ayudante de segunda categoría (cuya función era ayudar al maquinista en conducir trenes de
carga de largo recorrido) y después se pasaba a ayudante de primera categoría, ahora ayudando a conducir
trenes de pasajeros. Más arriba, se entraba a la categoría de maquinista, comenzando como maquinista
de tercera categoría, que conducía sólo en maniobras de patio. Después se pasaba a maquinista de segunda
categoría, que conducía trenes de carga de largo recorrido. Finalmente, se ascendía a maquinista de primera
categoría, que conducía trenes de pasajeros tanto a carbón, como a diesel o a energía eléctrica. Para todos estos
ascensos se exigían cursos realizados por instructores proporcionados por la misma empresa y la realización de

34
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

exámenes, en que se exigía una calificación superior a 6 (de 1 a 10) para ascender. Se podía seguir ascendiendo
hasta Inspector de Tracción o Jefe de Máquinas –cargos en que ya no conducían trenes- pero esto era más bien
excepcional (entrevista realizada en Coñaripe, el 24 de Febrero de 2009).
Pero así como la segmentación de funciones definía sucesivos grados de calificación y delineaba
una trayectoria deseable de recorrer, también establecía diferencias jerárquicas y distintos bloques de
intereses, que afectaron y complejizaron la actividad sindical. Al dificultarse la asociación que integraba
a varios oficios, se consolidó la opción de organización por cada oficio. De ese modo, maquinistas y
fogoneros formaron su propia Sociedad de Socorros Mutuos, la Federación Santiago Watt. Mientras,
los guardafrenos, conductores y otros menos calificados formaron parte de otras organizaciones (De
Shazo, 2007: 62).
De los diversos grados de cualificación probablemente se derivaban diferentes productividades,
por ahora imposibles de calcular hasta no contar con datos de producción desagregados por categorías
de trabajadores. Pero a la productividad del trabajo también podemos aproximarnos a través de una
estadística de días efectivamente trabajados al año y a través de la extensión de la jornada laboral.
Existe una estadística limitada, pero suficiente, para conocer la extensión de la jornada laboral
de los trabajadores metalúrgicos en número de días al año y a la semana. Según los datos de días
efectivamente trabajados al año, proporcionados para la Provincia de Santiago en 1905 y 1906 y para
la Provincia de Concepción para 1907 por el Boletín de la SOFOFA (Estadística de las Industrias, 1905-
1906-1907) y de acuerdo con la información de cobertura nacional proporcionada por el Anuario de
1909 (Anuario Estadístico, 1909) y por el Vol. “Industrias” del Anuario Estadístico en 1911 y 1912
(Anuarios Estadísticos, 1911-1912), los trabajadores industriales de “Metales y manufacturas” en total
(tanto operarios como empleados) laboraron una media de 282,5 días al año, que al dividirse por un
promedio de 52,14 semanas al año, arroja una media de 5,4 días de trabajo a la semana, que más o
menos se corresponde con la media ponderada (según número de trabajadores) de 5,45 días trabajados
por semana en todo el sector industrial.
Esto significa que las labores se extendían al menos hasta el mediodía del día sábado, pero también
era muy común el ausentismo laboral el día lunes, asociado en un elevado porcentaje al alcoholismo
y a los arrestos por ebriedad (De Shazo, 2007) 32. El elevado ausentismo laboral los días lunes estaba
intensamente asociado al alcoholismo. De hecho, hasta 1919 los mismos trabajadores metalúrgicos,
entre otros, recibieron multas por no presentarse a trabajar o llegar tarde. Por eso mismo, no era fácil
distinguir un alegato legítimo de los nacientes sindicatos contra capataces y maestros hostiles que
usaban estos argumentos para amenazar con despedirlos de cuando se trataba de una reclamación
deslegitimada por una genuina infracción laboral.

32
Aunque el llamado “San Lunes” fue probablemente exagerado por los gremios empresariales para justificar una
jornada laboral diaria extensa, su práctica común además fue comúnmente registrada en los informes de la Oficina del
Trabajo a partir de 1906 y aparece en numerosas crónicas de cronistas y observadores imparciales (De Shazo, 2007:
37).

35
Hombres del Metal

El ausentismo laboral, en cualquier caso, era una especie de compensación ante la discrecionalidad
excesiva con que podían operar los empresarios, cuya actuación en asuntos laborales ni siquiera estaba
regulada por un corpus legal mínimo. Pero el entorno formal e informal de las instituciones de exclusión
y desigualdad no debe llevar a los historiadores a omitir los aspectos reprobables del comportamiento
de algunos trabajadores, que sus propios canales de comunicación deploraban y buscaban erradicar.
En ese sentido, tal como se describe en los capítulos 3, 5, 6 y 7 de esta obra, el alcoholismo también
incidía en numerosos problemas. En primer término, junto a la escasa preocupación de empresarios
y trabajadores por la seguridad en el trabajo, ocasionaba elevados niveles de accidentabilidad, que si
ya eran altos en todo el país, en el caso específico de ferrocarriles representaban en 1910 alrededor
de un tercio del total nacional y ostentaban la escandalosa cifra de 41,5 accidentes laborales por mil
trabajadores (92 muertos), muy por encima de los 1,58 por mil en los ferrocarriles de Alemania. En
segunda instancia, el alcoholismo estaba significativamente correlacionado con la comisión de delitos y
de ellos, los más violentos (De Shazo: 2007: 76, 129 y 135). Resultaría sumamente forzado interpretar
ese ejercicio de la delincuencia como un acto legítimo, por ser opuesto a un aparato represivo de
Estado que sólo se habría vinculado a los sectores populares a través de la vigilancia y el castigo. La
información disponible nos recuerda que los lugares que resultaban más afectados por los delitos más
violentos eran aquellos donde vivían mayoritariamente sectores populares: zonas rurales y mineras,
como barrios obreros urbanos.
En este juego conformado por diferencias sustantivas en la estabilidad en el empleo y en la
regularidad de los salarios, por brechas significativas en el grado de cualificación, por la posición que se
ocupaba de acuerdo con la productividad en el trabajo, por el entorno informal de reglas aplicadas por
cada empresa y por los comportamientos compensatorios a los que solían echar mano los trabajadores
buscando algún tipo de equilibrio, existían mecanismos generales que afectaban la realidad salarial
de cada trabajador, pero también existían convenciones específicas que terminaban por delimitar el
horizonte de ingresos asalariados de trabajadores metalúrgicos y ferroviarios.
Entre los generales se hallaba la permanente tensión entre trabajo y capital, pero ella se instalaba
sobre una sociedad eminentemente premoderna que aportaba canales de confl icto y fórmulas de
apaciguamiento que no estaban familiarizadas con un arreglo de tipo contractual. Fruto de esa
mixtura, por un lado existía un empresariado que rechazaba la existencia de organizaciones sindicales
y aplicaba el uso de la fuerza y los despidos para acabar con los confl ictos, pero que también resultaba
confundido por una arraigada cultura laboral en la que no entraba la asistencia regular al trabajo
y donde la inexistencia de una perspectiva de largo plazo se expresaba crudamente en una lógica
de dilapidar rápidamente y en un ejercicio hedonista muy básico el jornal obtenido en un período
relativamente reciente. Por el otro lado, existía un universo de trabajadores que no comprendían ni
aceptaban la nueva disciplina que requerían las actividades urbanas y mineras y que lentamente iban
abandonando una respuesta callejera por una delicada práctica de presión, negociación y acuerdo
respecto a la patronal. Pero a la vez, un conjunto humano que afanosamente se intentaba envilecer,
comprar, manipular, dividir y adormecer, en el marco de una sórdida trama cuyo núcleo era una
profunda desigualdad conformada por estratos muy antiguos y otros más modernos y un escandaloso

36
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

sistema de exclusión de las mayorías que formaban la nación. De eso se trataba la llamada “República
Oligárquica”.
En condiciones previas a la existencia de un marco legal que regulara los confl ictos laborales, los
actores en juego fueron ejercitando mediante el ensayo y error las modalidades más adecuadas para
resolver los nuevos confl ictos y mucho antes que las soluciones más reiteradas prefiguraran algunas
reglas formales, nadie tenía muy claro cuál era la regla informal que resultaba apropiada a cada
circunstancia y cuál debía ser el aparato compulsivo que debía forzar su cumplimiento por ambas
partes.
La evolución de las fórmulas de pago asalariado reflejó todas estas contradicciones. En escenarios
de asimetría total y en que los empresarios no tenían al frente robustas organizaciones de trabajadores,
sino más bien una voluminosa y desorganizada fuerza de trabajo, el mecanismo de pago podía llegar
a ser mayoritariamente en especie, como el que imperó en buena parte de los campos chilenos hasta
muy avanzada la segunda mitad del siglo XX. En el otro extremo, como en el caso de los trabajadores
de Ferrocarriles del Estado, donde se había formado una poderosa organización sindical, la situación
podía ser totalmente inversa, como se verá en el Capítulo 4. Pero lo más usual eran las situaciones
intermedias, donde ninguno de los actores podía imponerse claramente al otro y donde debía buscarse
una fórmula pactada que de algún modo reflejara los límites aceptables y las expectativas de los
empresarios así como de los trabajadores.
En nuestro caso, trabajadores metalúrgicos y ferroviarios se insertaron dentro de una corriente
general de acuerdos informales respecto a las fórmulas de pago, cuyos extremos eran el rechazo de
los empresarios al tipo de remuneración que los expusiera al abandono de las tareas por parte de los
trabajadores y la renuencia de los trabajadores a un tipo de remuneración que los arraigara en una labor
por un tiempo que se consideraba excesivo. De ese modo, mientras los empresarios hubieran preferido
una remuneración de tipo mensual, los trabajadores preferían la total libertad de movimiento que
les brindaba el pago diario, el jornal. El paso del tiempo llevó a un acuerdo intermedio, que llegó a
ser bastante representativo para el período que trata esta obra. Como fórmula general de pago en
labores urbanas se adoptó la remuneración semanal, que por una parte garantizaba al empresario una
regularidad básica, pero al mismo tiempo se escogió como estándar para calcular la remuneración
el jornal diario, lo que daba la alternativa al trabajador de recibir un pago más cuantioso si hacía la
semana completa, pero también le daba la posibilidad de optar por trabajar sólo algunos días de la
semana.
Al dirigirse en ese sentido los acuerdos respecto a la fórmula de pago, el paso posterior se desplazó
hacia la discusión sobre la extensión de la jornada semanal y la jornada diaria. Por consiguiente, es
probable que la lucha por acortar la extensión de la semana laboral y conseguir una jornada de no
más de 9 horas diarias (Anuario Estadístico, 1909) se haya movido entre dos extremos. Por un lado,
ya se comenzaba a notar la aplicación del descanso dominical,que impedía trabajar los siete días de la
semana, pero, por el otro lado, se evitaba limitar a cinco el número de días, dado que el ausentismo
laboral del día lunes aún debía ser compensado por la media jornada del sábado. Es posibles suponer
que, a medida que el ausentismo del día lunes fue disminuyendo y fue aumentando la presión por

37
Hombres del Metal

hacer cumplir los derechos laborales, especialmente a partir de la década de 1920, la opción del “sábado
inglés” se fue haciendo más realista 33 .
Siguiendo estas tendencias, a partir de la década de 1920 se fue imponiendo en la mayor parte
de las industrias el pago de un jornal diario pagado en efectivo y semanalmente. Tal sistema de pago
había sido largamente demandado por los trabajadores, ya que les permitía mayor disponibilidad de
gasto (De Shazo, 2007: 63, 71 y 80) y mayor movilidad. Fue la fórmula que compartieron trabajadores
metalúrgicos y ferroviarios.
Bajo esos mecanismos compartidos operaban factores que determinaban el nivel y el horizonte
futuro de los salarios34 , pero ellos tenían distinta incidencia según se tratara de trabajadores
metalúrgicos o de operarios de Ferrocarriles del Estado. En el primer caso, la condición específica de la
industria metalúrgica –siempre sujeta a fuertes rigideces de costos y a ingresos muy fluctuantes– hacía
necesariamente que predominaran criterios de eficiencia y de optimización en el uso de los factores
productivos. Por ello, probablemente tenían mayor importancia en la determinación del salario el
grado de cualificación, la oferta de trabajadores disponibles en cada categoría y las destrezas y las
capacidades básicas derivadas de la condición de sexo y edad. Solo en segundo término, y quizás de
modo compensatorio, actuaba el grado de fuerza y efectividad de las organizaciones de trabajadores
metalúrgicos. Por el contrario, en el caso de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, su acceso preferente
a recursos extraordinarios procedentes de las arcas fiscales la liberaba en gran medida de criterios de
eficiencia. En segunda instancia se situaban los elevados grados de influencia de las organizaciones de
sus trabajadores. De tal modo, quizás el grado de cualificación, la oferta de trabajadores disponibles y
las capacidades y destrezas básicas derivadas de la condición de edad –casi no había mujeres en EFE-
solo incidían en un porcentaje no superior al 50% en el nivel y horizonte futuro de los salarios.
Esta diferencia arroja una conclusión importante. Si los salarios medios de los trabajadores
metalúrgicos eran relativamente los más elevados dentro del sector industrial, pero además se hallaban
entre los más fluctuantes, ello obedecía a que se derivaban de un simple equilibrio de mercado, tanto
en el valor de la fuerza de trabajo requerida como en los productos que generaban los beneficios
empresariales. En cambio, si los salarios ferroviarios medios habían llegado a discurrir casi al mismo
nivel de todos los salarios industriales, ello no tenía que ver con una situación de mercado sino más
bien con la posición privilegiada que tenía la empresa en términos de su financiación -que además se
reflejaba en un exceso de contrataciones y un crecimiento desbocado de la construcción de ramales
poco rentables, como se verá en el Capítulo 4- y en la influyente posición que habían alcanzado sus
sindicatos.
Fuera de esas circunstancias generales y específicas, en la determinación de la brecha de salarios
dentro de cada actividad imperaban el grado de cualificación y la productividad derivada. De tal modo,
la composición del mercado del trabajo podía generar hondas brechas salariales entre las distintas
categorías de trabajadores y también dentro de un mismo grupo. Estas disparidades reflejaban

33
Es probable que el establecimiento y la paulatina implementación de la legislación laboral hayan supuesto un mayor
costo sobre la mano de obra.
34
Mecanismos propuestos por De Shazo (De Shazo, 2007: 64).

38
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

los diferentes grados de especialización de la mano de obra, pero también la capacidad lograda al
organizarse como grupos de presión, que podían influir y condicionar parcialmente el nivel de sus
jornales.
Si bien no se dispone de series de salarios por oficios, un acercamiento superficial nos permite
dimensionar la magnitud de las diferencias. En 1925 un trabajador de la sección Maestranzas de EFE
recibió un jornal nominal de 12,38 pesos diarios, mientras que un operario del rubro Metales obtuvo
8,41 pesos al día. En tanto, planchadores, lavanderos, trabajadores textiles y de la industria de alimentos
recibieron un jornal inferior a 5 pesos diarios. Ahora bien, aunque la inseguridad laboral fue un hecho
común para el conjunto de los trabajadores, independientemente de sus niveles de especialización, el
personal cualificado disfrutó de mayores grados de bienestar debido a su relativa escasez y al mayor
valor de su trabajo. De ahí que “Los trabajadores calificados no eran inmunes a los despidos, enfermedades,
pobreza, alcoholismo e inflación, pero generalmente tenían más medios a su disposición para combatir estos
problemas” (De Shazo, 2007: 67 y 97).
La fuerte dispersión entre los salarios también existió en EFE. Los factores que influyeron son
complejos de analizar35, pero en general las diferencias salariales fueron el resultado de las disímiles
calificaciones, destrezas y productividades de los operarios. Así en 1925, un ingeniero de Ferrocarriles
del Estado recibió entre 9 a 13 pesos por día, mientras que el trabajador de más baja jerarquía solo
ganó entre 5 a 9 pesos diarios (De Shazo, 2007:66-67). La brecha salarial extrema se daba entre un
Maquinista de la sección maestranza y un peón de la sección de Vía.

Peculiaridades organizacionales
Los primeros antecedentes en la constitución de organizaciones de trabajadores metalúrgicos en
Chile se remontan a 1906, año en que se habría constituido una Sociedad de Resistencia de cerrajeros
y otra de herreros. Ambas formaron ese mismo año la Federación de Trabajadores de Chile (FTCH),
de carácter anarco-sindicalista. Un poco después, una mancomunal establecida en Valparaíso en 1904
llegó a incluir a trabajadores metalúrgicos en 1907. De todas las Sociedades de Resistencia, aquellas
conformadas por trabajadores calificados –como los metalúrgicos- llegaron a ser las más exitosas, tanto
en elevar sus salarios como en lograr mejores condiciones de trabajo. Más adelante, entre las escasas
Sociedades de Resistencia existentes en Santiago hacia 1909 y que procedieron a reorganizarse estaban
las de herreros y fundidores. Unos pocos años después, entre 1912 y 1913, se formaron en Valparaíso
nuevas Sociedades de Resistencia y, entre ellas, aparecieron las de hojalateros y metalúrgicos de las
maestranzas de la Pacific Steam Navigation Company (PSNC) y la Compañía Sudamericana de Vapores
(CSAV). (De Shazo, 2007: 156, 157 y 197).
De esos mismos años, se conoce la gestación del Centro de Torneros y Mecánicos de Santiago
(Septiembre de 1913), que al parecer fue el antecedente más antiguo de la Confederación Nacional de

35
Factores como: pagos diarios, semanales o mensuales, algunas coyunturas específicas vividas por la Empresa, esca-
lafón interno, trabajo femenino o infantil, etc. son elementos que también hay que considerar.

39
Hombres del Metal

Trabajadores Metalúrgicos (CONSTRAMET), creada en 1980 como sucesora de FENSIMET (Navarro,


2003: 55).
Las organizaciones de trabajadores metalúrgicos propendieron hacia posiciones más afines al
anarco-sindicalismo, especialmente en Valparaíso. No debiera llamar la atención, por consiguiente,
que la mayor parte de los dirigentes metalúrgicos hayan sido más cercanos al anarco-sindicalismo,
que al mutualismo, la FOCH o al sindicalismo emergente. A pesar de ello, entre 1887 y 1907 también
habían destacado algunos dirigentes de corte mutualista, como Bonifacio Veas, hojalatero del Partido
Demócrata. De ese modo, hacia inicios de la década de 1920 –cuando las Sociedades de Resistencia
mostraban un franco retroceso y en gran medida habían sido reemplazadas por sindicatos - aún
subsistían aquellas constituidas por trabajadores metalúrgicos, como fundidores y hojalateros. De
hecho, los sindicatos tuvieron severas dificultades para constituirse dentro del sector, con excepción
del oficio de los fundidores, que ocupaban el peldaño más alto del escalafón. Eso explica que recién en
1924 fundidores que trabajaban en los diques secos de Valparaíso crearan la Unión de Trabajadores
Metalúrgicos, organización que posteriormente llegó a abarcar a sus colegas de Santiago (De Shazo,
2007: 145, 289, 301 y 222). Desde ese punto de vista, la sindicalización de los trabajadores metalúrgicos
fue relativamente tardía en relación con la de los trabajadores ferroviarios. Otro problema no menor
para los trabajadores metalúrgicos fue la temprana constitución de una patronal metalúrgica, que
durante 1907 en Valparaíso intentó reducir los salarios de sus trabajadores, lo que fi nalmente los llevó
a sumarse a la Huelga General de 1907 (De Shazo, 2007: 167)36 .
De su mayor vinculación relativa a ideas anarco-sindicalistas, las organizaciones de trabajadores
metalúrgicos heredaron un mayor énfasis en las huelgas como mecanismos de presión. En esa
línea, al menos 8 huelgas involucraron a trabajadores metalúrgicos en Santiago y Valparaíso entre
1917 y 1921. Posteriormente, en 1925 -solo un año después de creada- la Unión de Trabajadores
Metalúrgicos desarrolló 11 huelgas de un total de 52 en Santiago, y probablemente la mayor parte
de ellas fue encabezada por la acción de anarcosindicalistas. Entre ellas, se destacó una realizada
por 600 trabajadores metalúrgicos, en su mayor parte correspondientes a la Fundición Libertad de
Santiago, que consiguió importantes mejoras en salarios y disminución de la jornada. Ese mismo
mes, caldereros y fundidores de la Fundición Pearson de Valparaíso tuvieron éxito en una huelga por
demandas salariales (De Shazo, 2007: 307 y 240).
Pero la adhesión al mecanismo de huelga en los trabajadores metalúrgicos iba más allá, a medida
que se sumaban con facilidad a huelgas generales que agrupaban a diversos conjuntos de trabajadores.
Así ocurrió en 1905 con la llamada Huelga de la Carne en Santiago, en la que junto a los trabajadores
ferroviarios, los metalúrgicos fueron algunos de los primeros en declarar la huelga al segundo día de
los enfrentamientos callejeros. En el año más tardío de 1926, los trabajadores metalúrgicos se unieron

36
De Shazo atribuye este hecho a la circunstancia de que el sector era muy competitivo y allí las organizaciones de
trabajadores eran muy fuertes. Sin embargo, dadas las dificultades permanentes del sector, es difícil que su grado de
competitividad haya sido demasiado alto y se haya mantenido estable a lo largo del tiempo. Más probable es que al
tratarse de muy pocos establecimientos, fundamentalmente concentrados en Santiago y Valparaíso –ciudades muy
poco distantes-, era más fácil la asociación patronal.

40
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

a un paro general convocado para oponerse a la aplicación de la Ley de Seguro Social Obligatorio, que
implicaba un descuento del 2% del salario para financiar una parte de ese seguro.
En una clara muestra de su espíritu de solidaridad a toda prueba hacia otros grupos de trabajadores
–incluso a algunos muy distantes de su actividad- las organizaciones de trabajadores metalúrgicos
también apoyaron otras huelgas, como en 1924, cuando los metalúrgicos y lancheros de Valparaíso
aparecieron apoyando una huelga de los marinos mercantes. En otros casos, su tenacidad les generó
frutos positivos, como cuando el gremio de herreros de Valparaíso optó por continuar la Huelga
General de 1907, a pesar de que la deserción de los trabajadores ferroviarios era una clara señal de
fracaso y, no obstante, consiguieron un pequeño aumento salarial (De Shazo, 2007: 305 y 171).
En el caso de los trabajadores de EFE, el Capítulo 5 entrega una completa descripción de la
formación de sus organizaciones, de modo que aquí nos remitiremos solo a resaltar aquellos aspectos
en que parecieran haberse dado diferencias importantes con respecto al mundo organizacional de los
trabajadores metalúrgicos.
Uno de estos puntos consiste en la mayor antigüedad de las organizaciones de trabajadores
ferroviarios, que se remonta a 1889, cuando se fundó la Sociedad de Protección Mutua de Maquinistas y
Fogoneros y la Sociedad de Socorros y Protección Mutua de Conductores de Coches. Como se examinará
en detalle en el Capítulo 5, las sucesivas organizaciones ferroviarias que se fueron creando a lo largo
del período llegaron a ser bastante estables y a acumular una cuota muy importante de poder ante los
gobiernos y gran prestigio ante el resto de los trabajadores. Durante las primeras décadas del siglo
XX, los sindicatos constituidos por trabajadores de baja calificación se mostraron muy frágiles, siendo
vulnerables a fluctuaciones económicas que muchas veces acarrearon su desaparición. En cambio, las
organizaciones sindicales más estables y efectivas formadas por trabajadores calificados gozaron de
una posición más ventajosa para negociar aumentos salariales y mejores condiciones laborales. En este
último grupo, los ferroviarios destacaron por su actividad sindical y por fundar diversos organismos
de expresión de sus intereses y disconformidades.
Por cierto, esta situación también presentaba cierta heterogeneidad interna, en tanto las
organizaciones ferroviarias ostentaban diversos niveles de organización y de actividad. Por lo tanto,
estos privilegios no siempre fueron universales ni siempre favorecieron a la generalidad de los
trabajadores de EFE. Las secciones u oficios que contaban con mayores niveles de cualificación y un
significativo poder de negociación pudieron lograr más y constantes mejoras salariales o laborales.
Por ejemplo, en 1907 los trabajadores de la sección Tracción y Maestranza consiguieron el pago de sus
jornales en moneda corriente equivalente a 16 peniques por peso, siendo “...los únicos proletarios en Chile
pagados en pesos a una tasa fija de cambio (16 peniques)” (De Shazo, 2007:195).
La segunda diferencia relativa respecto a los trabajadores metalúrgicos consistía en un temprano
proceso de institucionalización organizacional, cuyo hito principal se dio en 1909 con la creación
de la Federación Obrera de Chile (FOCH) a partir de los Consejos Ferroviarios que ya existían. La
posterior radicalización de la FOCH a partir de 1919, al pasar a ser controlada por el Partido Obrero
Socialista (POS), mantuvo tal carácter institucionalizado, ya que solo se trató de una transición desde
una posición mutualista a otra de corte confrontacional, pero fuera de toda concepción maximalista.

41
Hombres del Metal

Esta naturaleza se derivaba de un sinnúmero de beneficios que excepcionalmente los favorecían. EFE
ofrecía empleo estable a un ejército de operarios distribuidos por casi todo el país, la oportunidad de
ascender vía escalafón y una serie de beneficios adicionales.
De tal modo, aunque dentro de los ferrocarriles existieron importantes enclaves anarquistas y
numerosos dirigentes fueron de esa tendencia –como Esteban Cavieres, uno de los pioneros-, en los
hechos primó una clara hegemonía mutualista-fochista. De ese tercer rasgo, que claramente diferenció
a las organizaciones ferroviarias respecto a las asociaciones de metalúrgicos, deriva una cuarta
diferencia. La manifestación ferroviaria no siempre fue convergente con los intereses de los restantes
sectores urbanos. Si bien el concurso de las organizaciones de ferroviarios siempre era crucial a la hora
de iniciar una huelga y muchas de ellas se ajustaron a sus peculiares condiciones, no fue ocasional el
que desertaran por cuenta propia de huelgas generales y condicionaran su finalización, e incluso no
declararan huelgas en los períodos de mayor confl ictividad. De tal modo “Mientras el trato preferencial
de Ferrocarriles del Estado volvió conservadores a sus trabajadores, entre 1907 y 1918, la mayoría de los demás
sindicatos se radicalizaban gradualmente” (De Shazo, 2007: 343).
En base a las disparidades examinadas en relación a la cohesión y fortaleza de las organizaciones
de trabajadores metalúrgicos y ferroviarios, sus rasgos específicos como sector y sus vicisitudes
financieras y, finalmente, las brechas de calificación y productividad que dividían a sus trabajadores
y las culturas organizacionales y los métodos de lucha que los incentivaban, contamos con algunos
elementos básicos para tratar de responder hasta qué punto ambos grupos de trabajadores pudieron
haberse acercado al concepto de “aristocracia obrera”, que según Hobsbawm, constaría de las siguientes
6 condiciones: 1) nivel salarial, 2) expectativas de seguridad social, 3) condiciones de trabajo, 4)
relaciones con los grupos sociales altos y bajos, 5) condiciones de vida y 6) posibilidad de futuros
ascensos (De Shazo, 2007: 96 y 97).
Los autores que han abordado esta cuestión en los Capítulos 3 y 5 han arribado a una opinión que
resulta bastante razonable. Mientras los trabajadores ferroviarios se habrían acercado bastante a esta
condición, los trabajadores metalúrgicos se habrían alejado de ella.
De los 6 aspectos considerados, los ferroviarios habrían prácticamente cumplido 5 de ellos.
En efecto, en relación a la mayor parte de los trabajadores chilenos contaron con elevados salarios
reales, aunque no los más elevados –que parecieran haber correspondido a los trabajadores del salitre.
Por otra parte, y como se verá en detalle en el Capítulo 5, alcanzaron elevados grados de protección
social, en este caso brindados por la empresa. En tercer término, se desenvolvieron en condiciones de
trabajo más favorables que a otros grupos–no sufrieron las enfermedades respiratorias características
de los trabajadores mineros, ni el trato despótico de los administradores de las haciendas- aunque
compartieron y, en mayor grado, los graves problemas de accidentabilidad que afectaron al conjunto
de los trabajadores industriales, pero, en una porción importante, causados por su propio descuido
y despreocupación. Por otra parte y, en cuarto lugar, en su producción discursiva no se identificaron
con los grupos medios urbanos, aunque contaron con una presencia muy significativa de empleados
y personal de telégrafos que publicó sus propios medios de expresión, cargados con valores más bien
mesocráticos. Sin duda, y en quinto lugar, aunque en sus hogares y lugares de trabajo compartieron

42
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

las pésimas condiciones de higiene que caracterizaron a todos los grupos obreros durante el período
y probablemente padecieron del mismo cuadro de enfermedades que afectó a todo el país, pudieron
paulatinamente obtener algunas mejoras en cuanto a habitación, alimentación, vestuario y calefacción,
en tanto la empresa estatal se encargaba de entregarles algún equipamiento básico por encima de los
salarios habituales. En ese sentido, su situación fue menos negativa que la del común de los trabajadores
chilenos. Por último, y en sexto lugar, es claro que los trabajadores ferroviarios fueron paradigmáticos
en el sentido de acceder a un sistema de ascensos por vía de los méritos. En resumen, solo uno de los
aspectos considerados –la identificación con los grupos medios- no fue del todo predominante.
En cambio, la situación fue mucho más compleja y matizada en el caso de los trabajadores
metalúrgicos. Si bien sus salarios medios reales fueron más elevados que los jornales medios de todas
las secciones de EFE, fueron mucho más inestables que estos y, como ya se ha señalado y se verá en
detalle en los Capítulos 2 y 4, sufrieron un desempleo mucho más dramático que los ferroviarios entre
1914 y 1928. Ante ese evidente mayor grado de indefensión causado por la inestabilidad de su empleo y
de sus ingresos, no contaron con un sistema de protección brindado por las empresas en que trabajaban,
de modo que en los períodos de miseria quedaban abandonados a sus propias posibilidades. En tercer
lugar, sus condiciones de trabajo estuvieron igualmente afectadas por altas tasas de accidentabilidad,
pero la despreocupación que solían compartir con otros trabajadores industriales por la cuestión de
la seguridad y la higiene en el trabajo no se vio compensada por políticas centralizadas como las que
EFE fue articulando para aminorar estas situaciones. En cuarto lugar, salvo muy excepcionalmente, la
gran mayoría de sus trabajadores no se identificó con los valores de los grupos medios y tuvieron un
número mucho menor de oficinistas y empleados que pudieran desarrollar una visión relativamente
mesocrática. En quinto lugar, sus condiciones de vida –entendidas como una sumatoria de sus flujos
de ingreso asalariado y un stock de activos de enseres domésticos- no pudieron ser tan favorables como
las que beneficiaron a los trabajadores ferroviarios, ya que su mayor inestabilidad laboral y las elevadas
fluctuaciones de sus ingresos muy difícilmente les posibilitaron programar un presupuesto familiar
estable, como se verá en el Capítulo 6. Además, no recibieron ayudas extraordinarias por parte de sus
empresas, de modo que su stock de activos domésticos no pudo ser muy elevado y frecuentemente
debieron empeñar una parte de él para enfrentar las situaciones de mayor penuria. En sexto lugar, no
se han hallado registros documentales por empresa que apoyen la idea de que lograban adscribirse a
escalafones estructurados por ascensos vía méritos. Finalmente, quizás más determinante que todos
los rasgos anteriores, el principal factor que impide concebir a los trabajadores metalúrgicos como una
aristocracia obrera es su enorme dispersión, su menor grado de cohesión y la ausencia de un ethos
compartido.
Una vez analizados estos rasgos, corresponde en los capítulos subsiguientes examinar las
particularidades salariales y representacionales en ambos grupos (Capítulos 2 al 5), y aproximarse
tanto a sus condiciones de vida como al modo en que trataban las cuestiones de género (Capítulos 6
y 7).

43
Hombres del Metal

Referencias bibliográficas

Fuentes primarias
Dirección General de Estadística. (1860-1930). Anuario estadístico de la República de Chile. 1860-1930.
Santiago de Chile.
Empresa de Ferrocarriles del Estado. (1884-1931). Memorias de la Dirección General de loa Ferrocarriles
del Estado. Nascimento. Santiago de Chile.
Iriarte, A. (1943). Las Maestranzas su producción y conservación del material. En E. Vasallo, Historia de los
Ferrocarriles de Chile (209-233), Santiago de Chile: Editorial Rumbo.
Marín Vicuña, S. (1900). Estudio de los ferrocarriles chilenos. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes.
Sociedad de Fomento Fabril. (1884-1934). Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA). Santiago
de Chile.

Tesis
Brito, A. (1988). Condiciones laborales y sociales de un grupo laboral chileno: Los Trabajadores ferroviarios de
la tercera zona. (1925-1936). Tesis de Licenciatura no publicada. Seminario de Tesis para optar al
grado de Licenciado en Humanidades con mención en Historia. Universidad de Chile, Facultad
de Filosofía Humanidades y Educación, Departamento de Historia. Santiago de Chile.
Matus, M. (2009). Precios y Salarios reales en Chile durante el Ciclo Salitrero, 1880-1930. Tesis Doctoral
no publicada. Departament d’Història i Institucions Econòmiques. Facultat d’Economia i
Empresa. Universitat de Barcelona.
Romo, R. (1957). Principales etapas de la historia de los ferrocarriles de Chile. Memoria de prueba para
optar al título de profesor de Historia y Geografía. Universidad Católica. Santiago de Chile,

Entrevistas:
Entrevista a Juan González Vargas. Coñaripe, Chile. 24 de febrero de 2009.

Fuentes secundarias
Braun, J; Braun, M; Briones, I; Díaz, J; Lüders, R. y G. Wagner. (2000). Economía Chilena, 1810-1995:
estadísticas históricas. Documento de Trabajo Nº 187. Instituto de Economía. Pontificia
Universidad Católica de Chile. Extraído el 18 de marzo de 2009 desde http://www.economia.
puc.cl/index/detalle_publica.asp?id_publicacion=936&id_subsecciones=123&id_seccion=3.
Carmagnani, M. (1998). Desarrollo industrial y subdesarrollo económico: el caso chileno (1860-1920).
Santiago de Chile: DIBAM. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.

44
Mario Matus G. - Sergio Garrido T.

De Shazo, P. (2007). Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile: 1902-1927. Santiago de Chile: DIBAM.
Centro de Investigaciones Barros Arana, Santiago.
Díaz, J., R. Lüders y G. Wagner (1998). Economía Chilena 1810-1995: Evolución cuantitativa del Producto
total y sectorial. Documento de Trabajo nº 186. Instituto de Economía. Pontificia Universidad
Católica de Chile. Extraído el 7 de febrero de 2008 desde http://www.economia.puc.cl/index/
detalle_publica.asp?id_publicacion=937&id_subsecciones=123&id_seccion=3.
Díaz, J. (2007). Economía Chilena 1810-2000. Producto Total y Sectorial. Una nueva mirada (nueva versión).
Documento de Trabajo 315. Instituto de Economía. Pontificia Universidad Católica de Chile.
Extraído el 7 de febrero de 2008 desde http://www.economia.puc.cl/index/detalle_publica.
asp?id_publicacion=1468&id_subsecciones=123&id_seccion=3.
Guajardo, G. (1990), La capacitación técnico-manual de los trabajadores ferroviarios chilenos (1852-
1914), Proposiciones, 19. Extraído el 27 de marzo de 2007 desde http://www.sitiosur.cl/
r.asp?id=589.
Guajardo, G. (2000). Una perspectiva histórica sobre los eslabonamientos industriales “hacia atrás” en una
economía hacia fuera: Chile 1860-1920. Cuadernos de Historia, Nº 20, 87-122.
PIIE y Superintendencia de Educación Pública (1971). Las transformaciones educacionales bajo el régimen
militar. Vol. 2. Santiago de Chile.
Muñoz, O. (1971). Crecimiento industrial de Chile, 1914-1965. Santiago de Chile: Instituto de
Economía y Planificación, Universidad de Chile.
Navarro, P. y M. Saavedra (2003). Recopilación memoria histórica de los trabajadores metalúrgicos y su
importancia en la historia del movimiento sindical. Santiago de Chile.
Ortega, L. (2005). Chile en ruta al Capitalismo. Cambio, euforia y depresión, 1850-1880. Santiago de Chile:
DIBAM. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana / LOM”.
Pinto, J. y L. Ortega (1991). Expansión Minera y Desarrollo Industrial: un caso de crecimiento asociado,
(Chile 1850-1914), Santiago de Chile: Universidad de Santiago.
Thomson, I. y D. Angerstein. (2000). Historia del Ferrocarril en Chile. Santiago de Chile: DIBAM. Centro
de Investigaciones Diego Barros Arana.
Valdaliso, J. y S. López (2000). Historia económica de la empresa. Barcelona: Crítica.

45
PARTE II
TRABAJADORES METALÚRGICOS
CAPÍTULO 2
SALARIOS Y SUELDOS REALES DE LOS OPERARIOS Y EMPLEADOS
METALÚRGICOS INDUSTRIALES CHILENOS, 18881928 37

Mario Matus González*

Resumen
Este trabajo indaga en las condiciones de vida de los operarios y empleados de la
industria metalúrgica en Chile entre 1888 y 1928 a partir de un enfoque basado en
la evolución del poder adquisitivo de sus salarios y sueldos durante esos años. En su
primera parte se describe sintéticamente un inédito Índice General de Precios 1880-
1930 (IGP) utilizado para convertir salarios nominales en reales. En su segunda
parte, se defi nen las fuentes y los dilemas metodológicos que debieron ser resueltos
para construir las series de salarios y de sueldos nominales de operarios y empleados
metalúrgicos y se interpretan sus principales brechas durante el período. Finalmente,
la tercera y última parte describe el proceso de conversión de los salarios y sueldos
nominales en salarios y sueldos reales, identifica sus movimientos principales y los
examina a la luz de las dinámicas generales que afectaron al sector industrial durante
el Ciclo Salitrero.

Construcción de un IGP para 1880-1930


El primer peldaño para obtener series de salarios reales de trabajadores metalúrgicos y ferroviarios
consiste en construir un buen deflactor, que permita convertir sus valores nominales en valores reales,
descontando la pérdida de poder adquisitivo causada por el grado de elevación del nivel general de
precios. Entre todos los defl actores posibles, la literatura especializada establece que la opción óptima
es un Índice de Precios al Consumidor, que recoge las variaciones anuales en el nivel general de precios
a partir de los consumos finales realizados por familias al final de la cadena de intermediación,
normalmente de artículos al detalle. Desgraciadamente, las mejores fuentes disponibles para
cubrir el período que va entre 1880 y 1930 en Chile entregan esencialmente precios al por mayor.
En consecuencia, y mientras futuras investigaciones puedan señalar lo contrario, solo podemos
aproximarnos provisionalmente a un IPC mediante la confección de un Índice General de Precios (IGP),
37
Este estudio también recoge parcialmente los resultados de la Tesis de Magíster del autor: Genealogía de los procesos
inflacionarios en Chile. Dinámicas de precios durante el Ciclo Salitrero, 1880-1930, pero esencialmente se deriva de su Tesis
Doctoral. Precios y Salarios reales durante el Ciclo Salitrero en Chile, 1880-1930. Departament d’Història i Institucions
Econòmiques. Facultat d’Economia i Empresa. Universitat de Barcelona. 2009.
* Doctor en Historia Económica, U. de Barcelona. Centro de Estudios Judaicos. U. de Chile.
mmatus@uchile.cl

49
Hombres del Metal

construido en su mayor parte por datos al mayoreo, pero con dos cestas de consumo que corresponden
a dos momentos en la estructura del gasto de las familias (1880-1897 y 1897-1930), en las que solo
se han introducido productos que originalmente aparecen en la cesta confeccionada por la Dirección
General de Estadísticas en 1928 para construir un Índice del Costo de la Vida o son sustitutos de
ellos, siempre conservando las participaciones porcentuales (coeficientes de ponderación) asignadas
allí a cada artículo y grupo de artículos. De este modo se ha salvaguardado el principio de que los
artículos y grupos considerados (Alimentación, Habitación, Combustible y luz, Vestuario y Varios)
y sus participaciones porcentuales se ajusten a las encuestas de gasto familiar que la DGE realizó en
esos años para definir su cesta de referencia. Tal es el Índice General de Precios (IGP) para 1880-1930
(Matus, 2009).
Este IGP se construyó en base a las siguientes fuentes homologables: 1) Sinopsis Estadística y
Geográfica de la República de Chile (Dirección General de Estadística, DGE), 2) Diario El Mercurio
(de Valparaíso), 3) Diario El Ferrocarril (de Santiago), Revista Comercial de Valparaíso (de Hoff man &
Walker), 4) Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), Anuario Estadístico de la República
de Chile y, 6) Fuentes Episódicas dispersas.
Los dilemas metodológicos y los criterios de homologación fueron resueltos a través de los siguientes
pasos: 1) Identificación de las pautas de consumo familiar a lo largo del período, 2) Construcción de dos
cestas de consumo familiar (1880-1897 y 1897-1930), 3) Homologación de pesos y medidas, 4) Cálculo
de promedios anuales, 5) Resolución de vacíos (interpolaciones y extrapolaciones), 5) Homologación
de expresiones monetarias, 6) Aplicación de coeficientes de ponderación, 7) Conversión a números
índice, 8) Empalme de las dos cestas en un único Índice General de Precios (IGP) para 1880-1930.
A pesar de provenir de datos esencialmente al mayoreo, este IGP ostenta algunas ventajas
importantes respecto a índices anteriores dedicados a este período, como un Índice General de
Precios para 1879 y 1957 construido en 1958 en el un marco de una memoria para obtener el título
de Ingeniero Comercial (Latorre, 1958), otro índice de precios incluido en un trabajo colectivo (Braun,
2000) y un cálculo incorporado en la obra de Peter De Shazo (De Shazo, 1982).
Las dificultades de la serie de Latorre tienen que ver con las limitaciones que afectaron su
construcción. Esta serie se compuso fundamentalmente de solo 8 artículos, que fueron ponderados
de modo desconocido sin ser reunidos en grupos de consumo (Alimento y Varios, p. e.) y de los que
apenas hubo datos para 2 artículos (Vacas y Papas). Además, estos artículos no fueron seleccionados
de acuerdo a una estructura de gasto familiar que justificara sus ponderaciones. En consecuencia,
el Índice Latorre estuvo compuesto por 6 artículos, básicamente alimentos y entre ellos, productos
agrícolas (Cebada, Frejoles, Lentejas, Maíz, Trigo y Lana). De tal modo, al no incorporar otro tipo
de artículos que también forman parte del consumo de una familia, el Índice Latorre es un índice al
por mayor de alimentos de origen agrícola, que resultó muy condicionado por cualquier fluctuación
importante en alguno de los 6 artículos que lo constituyen. Esto es lo que explica la exagerada oscilación
de este índice entre 1912 y 1930.

50
Mario Matus G.

En el caso del Índice del Costo de la Vida (ICV)38 , este fue construido por la Dirección General
de Estadística para 1913-1928 y aparentemente fue tomado y extendido retrospectivamente por De
Shazo hasta 1902 para calcular aproximadamente la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores
urbanos chilenos hasta 1902. Desgraciadamente, De Shazo no detalló qué artículos consideró, si los
agrupó de algún modo, qué participaciones porcentuales les asignó y de qué modo tales ponderaciones
se hallaban respaldadas en pautas reales de gasto de las familias. Finalmente, De Shazo solo entregó
un gráfico en el que se dibujaba la evolución del ICV de 1913-1928, sin entregar sus valores ni los
propiamente calculados por él mismo para 1902-1913. En consecuencia, no hay un índice de precios
propiamente tal que De Shazo aportara para los años 1902-1913.
Respecto al Índice de Precios al Consumidor propuesto por Wagner para 1810-1940 y que aparece
en una obra colectiva (Braun, 2000), básicamente se trata de un Índice de Precios por Mayor, cuya
debilidad radica en haber utilizado un Índice de Precios de Paridad Británica (IPPB) 39 para 1830-1860,
que fue combinado con un Índice de Precios Agropecuarios (IPALS, ampliación del Índice Latorre) en
una relación (80%-20%) para obtener un índice dedicado a 1860-1913.
De este modo, el IGP 1880-1930 aparece más confiable, en cuanto se apoya en metodologías de
construcción aceptables, en un número adecuado de artículos y de grupos y cuyas participaciones
porcentuales se hallan debidamente justificadas en una estructura de gasto familiar debidamente
documentada40. Como corolario, la dinámica de precios manifestada en el IGP no adopta las tendencias
relativamente planas que la insuficiencia de datos efectivos traspasa al Índice de Wagner (Braun,
2000), pero tampoco exagera el número de los movimientos oscilatorios que los escasos seis artículos
utilizados incorporaron al Índice Latorre, especialmente entre 1915 y 1930.
El ÍGP resultante para 1880-1930 dibujó 3 fases muy definidas:
-Fase I (1880-1905): Fase de crecimiento moderado con fluctuaciones débiles.
-Fase II (1906-1918): Fase de crecimiento elevado con leves oscilaciones.
-Fase III (1919-1930): Fase de grandes oscilaciones.
Como puede observarse en el Gráfico 2, el nuevo IGP refuerza la idea de un importante movimiento
expansivo en el nivel general de precios desde 1880 hasta 1930, pero que solo comenzó a acelerarse de
modo sustantivo a partir de 1906, adquirió renovada fuerza a partir de 1911-12 y tendió a mantenerse
en un nivel elevado hasta 1918, para luego experimentar 3 grandes oscilaciones entre 1919 y 1930, que
expresan los severos desequilibrios de la economía chilena hasta el estallido de la Gran Depresión.
38
Normalmente, se prefiere un IPC a un ICV como deflactor. La razón es que los artículos incluidos en un ICV solo son
de primera necesidad, mientras que un IPC o IGP tienden también a incluir muchos productos que no son de primera
necesidad y, de ese modo, reflejan de mejor manera el consumo de las familias.
39
Metodológicamente, es impropio utilizar los precios de otro país, dado que estos se distinguen no solo por dife-
rentes niveles y variaciones, sino por pautas de gasto utilizadas para justificar las participaciones porcentuales y que
pueden ser radicalmente diferentes a las del país que se desea estudiar.
40
Fuera de estas ventajas y, como se verá, el IGP (1880-1930) tiende a coincidir en lo grueso tanto con los juicios que
emite De Shazo (1902-1909) para la evolución de los precios entre 1902 y 1913 como con el ICV de la DGE (1913-
1928), a pesar de que las fuentes usadas por De Shazo para el período 1900-1913 son distintas.

51
Hombres del Metal

Gráfi co N022
Gráfico
Índice General
Indice dede
General Precios, Chile
Precios, 1880
Chile - 1930
1880 -1930
250
217,8

201,5 203,7

200 184,5
180,5178,6 179,6

160,2159,5
157,5

150 136,9139,4
134,2
140,3

124,3124,6

111,1

100 89,3
100,0
FASE III (1919 - 1930)
81,7
86,5
82,2
85,9
Grandes oscilaciones
FASE I (1880 - 1905) 72,5

Crecimiento moderado con fluctuaciones débiles 58,3

44,3 45,8
50 35,0
42,4 40,2
33,6 35,7 35,7
38,1 39,5 39,9
41,9 41,6
31,7 33,2 33,1
29,1 30,9
25,4 25,7 25,6 27,5
22,3 22,7 24,5 22,4
FASE II (1906 -1918)
Crecimiento elevado con
leves variaciones
0
1880
1881
1882
1883
1884
1885
1886
1887
1888
1889
1890
1891
1892
1893
1894
1895
1896
1897
1898
1899
1900
1901
1902
1903
1904
1905
1906
1907
1908
1909
1910
1911
1912
1913
1914
1915
1916
1917
1918
1919
1920
1921
1922
1923
1924
1925
1926
1927
1928
1929
1930
IGP 1880 -1930

Por su parte, en cada una de estas tres fases se dieron movimientos de corto plazo.
La primera fase (1880-1905) fue una tendencia general de alza que fi nalizó sin superar el valor
50 del índice y que contó con varios movimientos de leve ascenso (1880-1882, 1884-1894, 1896-
1899 y 1905-1905) -de los que el de 1884-1894 fue el más extendido- que lograron generar un nivel
más elevado. Esta tendencia ascendente general apenas se vio interrumpida por algunos movimientos
descendentes (como los de 1892-1893 y 1899-1900), de los que solo el de 1894-1896 tuvo cierta
importancia. El corolario de esta primera fase, por tanto, fue una tasa de crecimiento de los precios de
2,92% para 25 años y de una infl ación acumulada de 205,51 en relación con el año 1880, marcando un
importante contraste con el período inmediatamente anterior (1830-1879), en el que la tasa compuesta
de crecimiento anual del nivel general de precios fue solo de un 0,4% y la infl ación acumulada fue solo
de un 117,70. Por consiguiente, visto a largo plazo y considerando lo que hasta ahora se conoce del
período anterior a 1880, podría situarse a la fase 1880-1905 como la etapa formativa de los procesos
infl acionarios en Chile, preparatoria de las grandes dinámicas modernas de infl ación.
La segunda fase de este proceso (1906-1918), por su parte, refleja un crecimiento más agudo y
casi constante, interrumpido muy ligeramente por una breve caída (1909-1910) y dos relativos
estancamientos (1915-1916 y 1917-1918). Esta tendencia descansó en el encadenamiento de 3
grandes momentos de alza relativamente durables (1906-1909, 1910-1915 y 1916-1918), que en muy
escasa medida fueron contrarrestados. El primer movimiento de alza no fue superior a 4 años pero
debido a sus elevadas tasas, alcanzó una tasa compuesta de crecimiento anual de 14,04. En cambio, el
segundo movimiento fue más extenso (5 años) pero menos agudo, de modo que solo representó una

52
Mario Matus G.

tasa compuesta de crecimiento anual de 8,63. Finalmente, el 3er y último movimiento ascendente de
la segunda fase fue más breve (3 años) y solo aportó una tasa de crecimiento de 5,77. La importante
fuerza expansiva del fenómeno infl acionario entre 1906 y 1918 se advierte en que durante estos 12
años la tasa compuesta de crecimiento anual llegó a ser de 7,53, acumulándose más infl ación (238,99%)
que la que se acumuló en los 25 años de la primera fase. En efecto, si en la primera fase el índice general
se tomó 25 años para duplicarse (de 22,31 en 1880 a 45,84 en 1905, respectivamente), en la segunda
fase lo consiguió y sobrepasó solo en 12 años (de 58,33 en 1906 a 139,35 en 1918).
En esa línea y basándose en la evolución general del ICV de 1913-1928, otro autor ha destacado que
un primer impulso infl acionista importante entre 1905 y 1908 que el IGP ha corroborado, tuvo mucha
relación con el desencadenamiento de una Primera Gran Oleada de Huelgas en Chile, que se cerró
dramáticamente con la matanza de diciembre de 1907 en la Escuela Santa María de Iquique (De Shazo,
1984). Del mismo modo, habla de una segunda escalada infl acionista entre 1912 y 1915, que no pudo
ser respondida con movimientos huelguísticos, dados los abrumadores despidos entre 1913 y 1914.
Finalmente, menciona que la mayor escalada infl acionista se produjo entre 1918 y 1925, desatando
una Segunda Oleada de Huelgas entre 1917 y 1921.
La tercera y última fase del IGP se dio entre 1919 y 1930 y se caracterizó por al menos 3
grandes oscilaciones que impiden hacer una lectura lineal. De algún modo, también se trató de tres
movimientos que tendieron a elevar el nivel del índice, aunque solo uno de ellos (1922-1925) tuvo
duración importante, ya que el de 1918-1919 y el de 1927-1928 fueron muy cortos. Cada uno de ellos
fue seguido de abruptas caídas de al menos dos años consecutivos (1920-1921, 1926-1927 y 1929-
1930). Esta tendencia a grandes fluctuaciones en el índice entre 1919 y 1930 tiene como consecuencia
que, a pesar de la importante elevación del índice durante estos años, se registrara una tasa compuesta
de crecimiento anual de solo 1,04% y una infl ación acumulada de 112,11 entre 1919 y 1930.
De este modo, podríamos decir que siendo la inflación un fenómeno relativamente importante a
partir de 1880 –luego de dos años de abandonarse la convertibilidad monetaria de 1878- el verdadero
despegue de la inflación como problema protagónico en la economía chilena habría que situarlo entre
1906 y 1928, un período tremendamente confl ictivo en lo social y en lo político, donde el modelo de
crecimiento y de sociedad fue seriamente cuestionado y, finalmente, sustituido. Se trató de una época
marcada por un importante número de huelgas, motines obreros y disturbios callejeros. A partir de la
década de 1900, uno de los componentes más importantes en el discurso de los incipientes sindicatos
fue el problema de la depreciación de los salarios (Matus, 2009).
Autores como De Shazo han sugerido que esta fase infl acionaria más intensiva se explicaría
esencialmente por: 1) un crecimiento de las exportaciones de alimentos básicos para el consumo,
debido a un aumento de sus precios internacionales, 2) un sistema de distribución y comercio en
Santiago - subasta de grandes lotes, que luego se revendían, con grandes ganancias, a precios más
altos en lotes a pequeños minoristas- que, según un estudio de 1910 (Boletín Oficina del Trabajo, nº
2, 1911), obligaba a que los minoristas subieran sus precios finales al menos en un 47%, a tono con la
introducción de “mercados libres” por el gobierno de J.L. Sanfuentes en 1918 y, 3) a un sistema muy
común de compras por endeudamiento con el carnicero, panadero y verdulero del barrio, a precios

53
Hombres del Metal

al menos un 15% por encima del normal, debido a que se calculaba según cantidad y no según peso.
Según datos de este autor, el endeudamiento de las familias en las pulperías rurales casi se habría
duplicado entre 1913 y 1914, cuando el alza abismal del desempleo y el recorte de los salarios obligó a
muchas familias a vender parte de sus enseres para sobrevivir.
Parece razonable suponer que todos estos mecanismos contribuyeron a agravar las dinámicas
infl acionarias en la década de 1910, pero estas habrían comenzado a manifestarse un poco antes,
hacia 1906. Por otro lado, por muy importantes que fueran estos mecanismos, ellos se insertaron en
un escenario general de empeoramiento de las condiciones económicas del país41.
En efecto, la moderada pero no poco importante tasa media anual de 2,9% entre 1880 y 1905
se correspondió con una fase exitosa del Ciclo Salitrero, en que los ingresos fiscales estuvieron
constantemente en alza y donde los equilibrios externos de la economía nacional pudieron ser
relativamente bien administrados a través de una política de fuerte gasto fiscal e incluso de
endeudamiento, para financiar una fuerte inversión en capital físico y humano (infraestructura
en ferrocarriles y ampliación de la matrícula escolar). Fueron los años de gloria del Ciclo Salitrero,
donde convenía gastar mucho para evitar la caída del tipo de cambio y no propiciar un “síndrome
holandés”(Palma, 2000; Jeftanovic, 1991).
Pero esa fase gloriosa descansaba casi exclusivamente en la renta salitrera, dado que el sistema
impositivo había prácticamente eliminado todos los impuestos directos e indirectos, fuera del impuesto
a la exportación del salitre. Por consiguiente, cuando el deterioro externo de los precios de los nitratos
se volvió una realidad incontrarrestable, la estructura del gasto agregado del país –tanto público como
privado- fue lo suficientemente rígida para que fuera imposible reducir el desequilibrio producido en
la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos. El encarecimiento de la deuda y el alza brutal del tipo de
cambio lo hicieron más irrealizable. De tal modo, los trastornos económicos que aparecieron en 1906,
que recrudecieron hacia 1911-1912, y que se expresaron en un alza más sostenida de la infl ación,
formaban parte de problemas estructurales que desnudaban la fragilidad del modelo de crecimiento
sostenido en la renta salitrera, por ejemplo, un incremento desmedido de la masa monetaria. Desde
esa perspectiva, mientras la inflación moderada anterior a 1905 podría incluso considerarse como un
síntoma de salud de una economía que se hallaba equilibrada por la influencia benéfica del entorno
externo, la infl ación que se desató a partir de los años posteriores fue el anticipo de fuerzas negativas
muy profundas, que condujeron al escenario macroeconómico del país por una peligrosa espiral de
contradicciones, mucho antes que esto se revelara como un desastre completo con la Depresión de
1929.
Desde ese punto de vista, los últimos 4 años de la tercera fase (1919-1930) en las dinámicas de
precios del período (1926-1930) deben ser considerados como el remanso que antecede a la tempestad.
De hecho, la tasa media anual de crecimiento (1,04%) conseguida entre 1919-1930 no fue producto
de que se resolvieran los cuellos de botella que se venían produciendo, sino más bien constituyo una
41
El mismo De Shazo descarta la influencia de un alza de los precios de alimentos importados, al menos durante la 1ra
GM, dado que aunque subieron los precios externos de los alimentos importados durante la 1ra GM (café, té, azúcar,
arroz) el tipo de cambio se redujo, por tanto, los precios internos de estos alimentos se mantuvieron estables.

54
Mario Matus G.

ilusión monetaria causada por la adopción momentánea del Patrón Oro en 1925. En efecto, la obligación
impuesta por la Misión Kemmerer de reducir la masa monetaria a las reservas en metálico produjo una
caída importante del IGP en 1926-27, pero probablemente también contrajo el ahorro y la inversión y
permitió la salida de divisas al exterior para poder mantener los equilibrios externos. Probablemente,
la estabilización del IGP a partir de la contracción de la masa monetaria y la adopción del patrón oro
se conjugó con la 3ra Oleada de Huelgas, desarrollada entre 1924 y 1925 para producir una importante
recuperación no solo de los salarios de los metalúrgicos de Valparaíso y de los fundidores, carroceros
y metalúrgicos de Santiago en 1926 (De Shazo, 1983: 71-72), sino también de todas las categorías de
trabajadores metalúrgicos.
Como consecuencia, cuando sobrevino la Gran Depresión de 1929 y los mercados externos se
desplomaron, el país descubrió desesperado que su demanda agregada estaba sumamente debilitada,
que los gobiernos tenían muy poco margen de movimiento y solo les quedaba abandonar el Patrón Oro
y aplicar una abrupta devaluación, con lo que su deuda externa se multiplicó, siguiendo la elevación
implacable del tipo de cambio.
En síntesis, el período de 1880-1930 representó, desde el punto de vista de los precios, la aparición
de trastornos monetarios que también afectaban a los países centrales de la economía mundial y que
se vieron empeorados por el inicio de la Primera Guerra Mundial, pero con el agravante de que sus
consecuencias eran mucho mayores en la periferia, que tenía menos herramientas para defenderse de
la contracción generalizada del comercio mundial, causada por los trastornos bélicos. Desde ese punto
de vista, el brote infl acionario de 1906-1919 debe ser examinado con mucha atención, ya que inauguró
un largo y difícil proceso de aprendizaje monetario en Chile.

Construcción de series de salarios y sueldos nominales de trabajadores de la


industria metalúrgica
Para construir la serie de jornales diarios, tanto de salarios de operarios como de sueldos de
empleados en empresas de la industria metalúrgica, se utilizaron fuentes homologables como
episódicas42.
En el caso de los jornales de operarios, la fuente homologable más usada fue el Anuario Estadístico
de la República de Chile, que aportó tanto el total de salarios pagados anualmente -expresados en
moneda corriente- como el total de operarios del rubro a nivel nacional entre 1913 y 1928, a excepción
de los años 1926 y 1927. Para arribar al jornal individual anual, simplemente se dividió el total de los
salarios pagados anualmente por el total de los operarios del rubro. Los salarios y sueldos anuales

42
Es cierto que, siguiendo a De Shazo, los datos más confiables de salarios son los que se publicaron en los diarios
luego de arreglos post-huelga. Sin embargo, el rastreo de este tipo de datos es una tarea titánica, puesto que con toda
seguridad deben ser específicos para cada empresa y debería contarse con un número suficientemente representativo
de empresas para poder componer medias sectoriales. Por otro lado, lo más probable es que tales datos sean muy
discontinuos –no todos los años había huelgas ni arreglos salariales posteriores-, por lo que obligarían a un número
abrumador de interpolaciones, es decir, de datos no efectivos.

55
Hombres del Metal

individuales obtenidos entre 1913 y 1928, no corresponden, por lo tanto, a salarios efectivos sino más
bien a salarios medios que están condicionados por cambios relativos en la masa asalariada.
No obstante, si bien es cierto que la variación del número de operarios y empleados debe haber
afectado los salarios y sueldos anuales obtenidos, cabe la posibilidad de que las remuneraciones
pudieran haber variado mucho más de lo que lo hacía el número de trabajadores. Por lo tanto, en
rigor resulta difícil saber el grado exacto en que las variaciones en la fuerza de trabajo pudieron haber
afectado el movimiento de los salarios reales43 . Por otra parte, si bien estos salarios y sueldos medios
deducidos se distancian -como cualquier media- de salarios efectivos cancelados individualmente,
a la larga resultan mejores que las medias escasamente convincentes que se obtendrían de una
extrema dispersión en las remuneraciones de operarios y empleados, derivada de diversos grados de
calificación y de la ausencia de una ponderación adecuada. A pesar de las limitaciones señaladas, esta
fuente también aporta claras ventajas respecto a otras.
Si bien a primera vista el uso de medias de salarios y sueldos anuales deducidos de la división entre
remuneraciones totales / nº de trabajadores causa cierta desconfianza inicial, estos datos resultaron
mucho más útiles para construir series temporales de salarios y sueldos en la industria metalúrgica.
La primera razón que favoreció esta opción es que permitió cubrir los años que van desde 1888 a
1928, un período bastante representativo del Ciclo Salitrero (1880-1930). En segundo lugar, se trató
de una operación de homologación que se extendió no solo al rubro metalúrgico sino al conjunto de
los XVII rubros industriales del período 1880-1930, por lo que los resultados obtenidos para el rubro
metalúrgico son comparables a los de los otros XVI rubros industriales. En tercer lugar, esta opción
permitió también estudiar las dinámicas de remuneraciones para el universo total de trabajadores de
la industria metalúrgica, es decir, tanto operarios como empleados. Estas alternativas no habrían sido
posibles de haberse usado otras fuentes. En cuarto y quinto lugar, los salarios efectivos desagregados
para hombres, mujeres y niños en la categoría de operarios entre 1905 y 1912 obligaban de cualquier
forma a utilizar jornales deducidos –tanto desde salarios semanales (a partir de medias entre los
valores asignados a cada categoría) para 1905-1909, como desde salarios anuales convertidos a
jornales diarios (en el caso de 1911-1912)44 .
La demostración última del grado de validez y fiabilidad de los salarios y sueldos deducidos para
1913-1928 se verifica comparando una media de salarios anuales entre hombres, mujeres y niños para
el rubro metalúrgico en 1912 con el jornal deducido que correspondería a 1913, ambos expresados
como jornal diario-. Tal comparación se expresa en cuadro 4.

43
Una comparación gráfica de los índices de salarios y sueldos reales finales con los índices de masa asalariada permi-
tiría derivar el componente exógeno a la variación de la masa asalariada que afectó a la variación real de los salarios.
44
Salvo 1910, en el que la Estadística Industrial de ese año entregó jornales diarios directos.

56
Mario Matus G.

Cuadro 4

Comparación entre Jornales deducidos (1913) y


Jornales medios efectivos de hombres, mujeres y niños (1912)
1912 1913
X. Metales y Manufacturas 4,92 4,79
Media Ponderada Sector Industrial 3,73 3,52

Como se puede ver, la comparación es satisfactoria, dado que la brecha entre ambos años resultó
ser relativamente leve, tanto si se comparaba lo ocurrido específicamente en el sector industrial
metalúrgico, como si se comparaba el desempeño del conjunto del sector industrial. De ese modo, la
utilización de salarios y sueldos deducidos resulta válida.
El cociente entre el total de salarios y sueldos y la masa de operarios y empleados fue dividido por
una media aritmética simple de 282,5 días efectivamente trabajados al año en la industria metalúrgica
entre los años 1905,1906, 1907, 1909, 1911 y 1912 (Anuario Estadístico). La operación se guió por los
datos contemplados en el cuadro 5.

Cuadro 5
Trabajo efectivo en nº de días al año y por semana en Industria Metalúrgica
Media de días
Trabajo efectivo en número de días al año y por semana
Rubro trabajados
industrial 1905 1906 1907 1909 1911 1912
Al año X Semana
metalúrgico Stgo Stgo Conce Nacional Nacional Nacional
288 279 298 278 272 280 282,5 5,4
Notas:
Datos obtenidos de medias aritméticas simples dentro de cada rubro industrial
365/12=30,41 días es el promedio de días por mes
365/7=52,1428 semanas a lo largo del año
30,41 días/ 7 días (1 semana) da un promedio de 4,34 semanas al mes.
Nº días efectivos trabajados x semana = Media aritmética simple / 52,1428 (total semanas)

Del mismo cuadro se desprende que entre 1905 y 1912 nunca se alcanzaron 6 días efectivos de
trabajo a la semana y, aunque entre 1906 y 1907 –y en menor grado, entre 1911 y 1912- se detectó
un alza, la tendencia a largo plazo fue a la disminución, situación que coincide con la instalación de la
incipiente Legislación Laboral, que reguló la jornada de trabajo y elevó el tiempo de descanso.
Por otro lado, el nº de horas de trabajo al día en el sector industrial en general fue disminuyendo
desde 10,5 horas registradas en 1905 por el Censo Industrial de la SOFOFA hasta un rango de 8
a 9 horas registradas en 1922 por el Boletín de la Oficina del Trabajo (De Shazo, 1983: 35). Es de
suponer que la media ponderada de 5,4 días trabajados al año para 1905-1912 fue fruto de la creciente

57
Hombres del Metal

adopción del descanso dominical45 (Veneros, 1985), de la práctica muy arraigada de una jornada
parcial de trabajo el día sábado46 y de la masiva costumbre de ausentarse del trabajo el día lunes (el
mítico “San Lunes”).
Las cifras sugieren que entre 1905 y 1912 a los empresarios les resultaba difícil –aunque no
imposible- aumentar el número de días trabajados al año o extender la jornada laboral diaria. Si a
ello agregamos salarios relativamente estables, es válido suponer –tal como lo afirma Carmagnani
(Carmagnani, 1998)- que la variable de ajuste para reducir costos fuese la reducción del número de
trabajadores, ya fuesen operarios o empleados.
Otros datos provenientes del Anuario Estadístico no fueron deducidos. También se contó con un
jornal semanal efectivo del rubro industrial metalúrgico a nivel nacional entregado por el Anuario
Estadístico de 1909. Del mismo modo, los Anuarios de 1911 y 1912 entregaron jornales diarios
efectivos en el rubro metalúrgico a nivel nacional, para esos mismos años.
La segunda fuente más usada en la construcción de jornales de operarios fue el Boletín de la
SOFOFA, órgano de la Sociedad de Fomento Fabril y publicado a lo largo del extenso período que
va desde 1884 a 1934. De esa fuente se hizo uso de información concreta y episódica -es decir,
correspondiente a un establecimiento o industria pero solo para un año preciso- y de información
genérica y relativamente más homologable –es decir, datos generales extensivos a todo el rubro
metalúrgico, fácilmente enlazables con los datos entregados por fuentes seriadas, como el Anuario
Estadístico. De la información concreta y episódica, el Boletín de la SOFOFA aportó un salario anual
efectivo pagado en la fábrica Lever & Murphy de Valparaíso para 1888, un rango de salarios efectivos
en Fundición y Fábrica Balfour, Lyon & Cia de Valparaíso para 1889, un jornal medio efectivo pagado
en Fábrica de Galvanización de Hierro de Las Habas en 1901, y un jornal diario efectivo de herreros en
el Dpto. De Talca en 1903. Pero el Boletín de la SOFOFA también entregó información genérica y más
homologable, como un jornal semanal del rubro industrial metalúrgico entregado por la Estadística
Industrial de la Provincia de Santiago para 1905 y 1906, de la Provincia de Concepción para 1907 y a
nivel nacional para 1909. Por último, el Boletín de la SOFOFA también aportó un jornal medio efectivo
nacional en la Estadística Industrial de 1910.
Las fuentes restantes utilizadas en la construcción de las series de remuneraciones nominales
corresponden a la categoría de fuentes episódicas, con grados relativos de cobertura territorial y con
diversas condiciones de homologabilidad. Entre ellas, destaca un jornal mínimo de maestro herrero
en 1893 y un jornal mínimo de hojalatero en 1895, proporcionado por Gonzalo Vial (Vial, 1984). A
estos datos se incorporó un jornal medio efectivo pagado en la Fundición Balfour, Lyon & Cía. en 1890,
aportado por J. Pérez Canto (Pérez Canto, 1891), un salario mensual de hojalatero de Curicó en 1899,

45
Adoptada en Chile el 29 de Agosto de 1907 por Ley Nº 1990 y refrendada en 1915, en la que se vinculó a la Ley Nº
2977 de 28 de Enero de 1915 que estableció al menos 13 días de feriado obligatorio al año.
46
En los hechos, estas concesiones –como el suspender las actividades productivas el sábado al mediodía- o prácti-
cas informales fueron la antesala de la adopción informal pero creciente del sábado como día de descanso (“Sábado
inglés”).

58
Mario Matus G.

aportado por Fco. De Bezé (De Bezé, 1899) y un jornal medio efectivo en el rubro metalurgia, provisto
por la Estadística Minera de 190647 (Estadística Minera, 1906).
Una vez seleccionados los datos que conformarían las series de salarios de operarios y de sueldos
de empleados, se procedió a estandarizar todos los valores en torno a la unidad jornal diario, dado que
era preciso contar con un único patrón estándar al que se tradujeran los datos anuales, mensuales y
semanales.
Para utilizar el jornal diario como unidad estándar, básicamente se consideró que desde 1905
hacia atrás –con la única excepción de los datos entregados por el Boletín de la Estadística Industrial
de 1894-1895- los salarios fueron entregados prácticamente por fuentes episódicas y se expresaron
en la forma de jornales diarios. Por otro lado, si bien es cierto que la conversión de salarios semanales
y anuales en jornales diarios conlleva un riesgo importante –si no se reparten tales salarios por un
número adecuado de días-, ese peligro fue conjurado al contar con una estadística parcial de días
efectivamente trabajados en cada rubro industrial entre 1905 y 1912. Con ella se pudo obtener una
media simple de días trabajados al año para cada rubro industrial entre 1905-1912 y aplicarla para
calcular salarios y sueldos diarios.
La homologación de los datos anteriores a 1913 a la condición de los salarios deducidos de 1913-
1928 implicó también operaciones complementarias. En el caso de los salarios entre 1905 y 1909,
estos se expresaban en categorías de hombres, mujeres y niños, con la dificultad de que los salarios
asignados a hombres eran demasiado elevados –porque probablemente correspondían a operarios
altamente calificados- pero no representaban a la mayor parte de los operarios y menos aún al 11,9%
de niños y mujeres dentro de la fuerza de trabajo en el rubro metalúrgico48 . Para resolver ese problema
y hacer encajar los datos de 1905-1909 con los de 1888-1905 y los de 1913-1928, se procedió a
multiplicar respectivamente el salario de hombres, mujeres y niños por el total de cada categoría y a
reunir esos totales en una única suma pagada semanalmente a todos los operarios sin distinción de
edad y sexo. Ese total fue dividido por el total de operarios y con ello se arribó a un salario semanal
medio. Finalmente, esa suma fue dividida por el número de días trabajados a la semana y con ello se
obtuvo un jornal medio para los años que van entre 1905 y 1909. En el caso de los salarios efectivos
anuales entregados por los Anuarios para 1911 y 1912, el procedimiento fue mucho más simple, ya que
para reducir los datos a jornales solo hubo que dividir esos totales por la media de días efectivamente
trabajados los años 1905, 1906, 1907, 1909, 1911 y 1912.
Los procedimientos de homologación fueron mucho más sencillos en los sueldos de empleados - solo
circunscritos a los años de 1913-1928-, ya que se limitaron a la deducción de los sueldos individuales
a través de la división de total de sueldos por el número total de empleados y su posterior división por
la media de días efectivamente trabajados al año.

47
Este es el único dato usado en la serie que en rigor corresponde a la industria metalúrgica minera.
48
Esta situación no se presentó en 1910, ya que la Estadística Industrial de 1910 entregó salarios máximos, medios y
mínimos efectivos, coincidentes con los datos de 1913 en adelante.

59
Hombres del Metal

El detalle de los salarios y sueldos transformados en jornal, con sus respectivas fuentes, puede
examinarse en cuadro 6. Allí también pueden observarse –tanto para salarios de operarios como para
sueldos de empleados- los años en los que no se contó con datos confiables y homologables49 y que
debieron ser interpolados. En el caso de los sueldos de empleados, solo se requirió cubrir los años
consecutivos de 1926 y 1927. En cambio, en el caso de los salarios, se hicieron 3 interpolaciones. La
primera cubrió una brecha de 3 años consecutivos (1896-1898). La segunda llenó dos vacíos de 2 años
(1891-1892 y 1926-1927) y la última constó de 4 años solitarios (1894, 1900, 1902 y 1904).
El dato sustentado por fuentes siempre es preferible al uso de un dato deducido por método de
interpolación, pero se ha optado por esta solución en base a las siguientes consideraciones:

1) De un total de 40 años incorporados en la serie de salarios de operarios de la industria metalúrgica,


solo 11 corresponden a métodos de interpolación y de estos, solo una es relativamente más riesgosa
(1896-1897-1898), en tanto se trata de una secuencia de 3 años consecutivos. En cambio, las otras
dos interpolaciones superiores a un año solo cubren 2 años en cada caso. Como complemento, 4 de
los 11 años interpolados son años aislados, en cuyo caso el riesgo a la distorsión es bastante bajo.

2) Para hacer un uso prudente del método de interpolación, siempre corresponde preguntarse qué es
lo nuevo que gracias a este procedimiento podría conocerse. Si no existe un claro aporte del uso de
esta técnica a la serie que se construye, esta se puede limitar a los años en los que los vacíos son
muy pequeños. En nuestro caso, la serie de salarios de operarios estaba casi completamente cubierta
entre 1913 y 1928 -salvo en los años 1926 y 1927- pero, por otro lado, existía información de alta
calidad (confiable y homologable) repartida entre 1888 y 1903, que señalaba una clara tendencia en
las remuneraciones de operarios. Pareció oportuno, por tanto, interpolar los años faltantes para no
perder información relevante y utilizarla para conseguir una prolongación retrospectiva sustantiva
hasta 1888 de la serie de salarios de operarios metalúrgicos.

3) El método de interpolación no es un asunto menor, dado que, según cómo se interpole, el margen de
distorsión respecto al dato plausible puede aumentar o, por el contrario, reducirse de modo bastante
razonable. En nuestro caso, se optó por un método de interpolación que se basa en la construcción
de curvas suaves (cóncavas o convexas) que se dibujan a partir de los valores de los datos anteriores
y posteriores a la brecha a interpolar. De este modo, al no tratarse de una tendencia lineal, el grado
de distorsión resulta bastante menor. El cálculo fue realizado por una función Spline cúbica, de tipo
monótono, que básicamente toma los dos años anteriores y los dos años posteriores a la brecha y
dependiendo de ellos calcula una curva de tipo cóncavo o convexo que incorpora los puntos y valores
de los años que se busca llenar50.

49
La distinción es importante. Existían datos para cubrir tales años, pero no calificaban en cuanto a confiabilidad y
posibilidad de estandarización.
50
El programa informático utilizado fue Scilab-4.1.1. Para arribar a este mecanismo de interpolación fue fundamen-
tal la asesoría y el entrenamiento que me brindó Daniel Jara, estudiante de de Ingeniería Civil de la Universidad de
Chile.

60
Cuadro 6
Series nominales de salarios de operarios y sueldos de empleados en Industria Metalúrgica, 1888-1928.
Desglose de las fuentes utilizadas en su construcción

SOLO PARA CAPITULO DI


Salarios y Sueldos en Sector Industrial X. Metales y sus manufacturas (1895-1928)
AÑOS 88 89 90 91 92 93 94 95 96 97 98 99 1900 1901 1902 1903 1904 1905 1906 1907 1908 1909 1910 1911 1912 1913 1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926 1927 1928
Jornal diario 2,02 2,25 2,45 2,57 2,66 2,70 2,60 2,50 2,55 2,67 2,82 2,97 3,14 3,25 3,13 3,00 3,09 3,25 3,41 3,39 3,65 4,02 4,63 4,81 4,92 4,79 4,91 4,92 5,19 4,76 5,58 5,47 6,52 6,58 6,60 7,02 7,69 8,41 8,39 8,25 7,88
Sueldo diario 13,20 16,64 12,88 14,23 17,94 15,96 14,69 17,33 19,50 13,99 15,73 17,08 23,40 24,96 25,90 26,22
SIMBOLOGIA
1888 Jornal deducido de salario anual en 1888, Fca. Lever Murphy. BOL SOFOFA, 1º junio 1889, p. 247.
1889 Jornal medio efectivo de rango pagado en Fundición y Fábrica Balfour Lyon i Cia, Valpo. BOL SOFOFA, 1º julio 1889, p. 331.
1890 Jornal medio efectivo de rango en Fundición Balfour Lyon y Cía, Valpo. 1890. Julio Pérez Canto; "La Industria Nacional. Estudios i descripciones de algunas fábricas de Chile". Cuaderno I. 1891, p. 13.
1891,2,4,6,7,8,00,02,04,26,27 Interpolación por Spline cúbica, función monótona
1893 Jornal mínimo efectivo de rango de jornal para maestro herrero y ayudante de herrero, 1893. Gonzalo Vial; "Historia de Chile, 1891-1973. Vol. I, Tomo II. P. 774.
1895 Jornal mínimo efectivo de rango de jornal para hojalatero, 1895. Gonzalo Vial; "Historia de Chile, 1891-1973. Vol. I, Tomo II. P. 765.
1899 Fco. de Bezé; "La Provincia de Curicó".Jornal deducido de salario mensual medio de hojalateros en Curicó, 1899.
1901 Bol. SOFOFA, 1º Nov 1901, Jornal medio efectivo en Fca. De Galvanización de Hierro de las Habas (Valpo?).
1903 Boletín SOFOFA, jornal diario efectivo de herreros del Dpto. de Talca, 1903.
1905,1906 y 1907 Jornal efectivo deducido de Jornales Semanales, Boletín SOFOFA, Estadística Industrial provs. de Santiago (1905-1906), Concepción (1907), y a nivel nacional (1909).
1908 Estadística Minera 1908, Jornal medio efectivo en Metalurgia
1909 Jornal diario deducido de salario semanal, Anuarios Estadísticos, 1909.
1910 Boletin SOFOFA, Estadística Industrial de 1910, jornal medio efectivo de Jornales maximos, medios y mínimos
1911 y 1912 Jornal diario efectivo, Anuarios Estadísticos, 1911-1912
Hombres del Metal

El Gráfico 3 muestra en blanco los años interpolados de la serie de salarios de operarios metalúrgicos
a través del procedimiento Spline Cúbica, función monótona, mientras que el Gráfico 4 ilustra los
únicos 2 años interpolados correspondientes a sueldos de empleados metalúrgicos.

Gráfi co N303
Gráfico
Interpolaciones en
Interpolaciones en serie
serie de
de salarios
salarios de
de operarios
operarios industriales
industrialesmetalurgicos
metalúrgicos

Los salarios y sueldos nominales obtenidos –expresados en jornal diario- permiten analizar la
posición relativa que ocuparon los salarios de operarios metalúrgicos con relación a los salarios de
todo el sector industrial entre 1888 y 1928, como el lugar que ostentaron los sueldos de empleados
metalúrgicos con relación a todos los sueldos de empleados industriales entre 1913 y 1928.
En el primer caso, los salarios nominales metalúrgicos han sido contrastados con una media
ponderada de salarios de todo el sector industrial, de acuerdo con la participación porcentual relativa
de cada rubro industrial dentro del total de la fuerza de trabajo industrial. El Gráfico 5 señala que al
menos a partir de 1905 –primer año para el que se cuenta con ambos salarios- los jornales metalúrgicos
se situaron bastante por encima de la media ponderada de todos los salarios industriales, observación
que es reforzada por el Gráfico 6, en que se aprecia que si bien otros rubros industriales lograron
eventualmente ostentar mayores salarios que los metalúrgicos, solo lo consiguieron en períodos cortos
o episodios muy puntuales51.
51
No obstante, los jornales metalúrgicos medios aquí usados ($ 8,4) encajan solo en el tercer grupo de jornales estable-
cido por De Shazo a partir del año 1925 ($5 - $9 diarios). La razón es que los datos aquí usados corresponden a jornales
medios, es decir, a la totalidad de los trabajadores metalúrgicos en sus diferentes categorías, por lo tanto, no expresan
la enorme brecha entre remuneraciones de operarios más calificados y las correspondientes a los menos calificados.
Probablemente sea esta diferencia en la naturaleza de los datos lo que explique que mientras De Shazo habla de una
62
Mario Matus G.

Gráfico
Gráfi co N404
Interpolaciones en serie de sueldos de empleadosindustriales
Interpolaciones en serie de sueldos de empleados industrialesmetalúrgicos
metalúrgicos

De hecho, el Gráfico 6 también permite apreciar que los salarios metalúrgicos se mantuvieron en
una posición dominante hasta 1928, sin que variara sustancialmente la brecha respecto al salario
industrial medio ponderado.
Las razones puntuales que pueden explicar el mayor nivel alcanzado por los salarios industriales
metalúrgicos posiblemente estén asociadas al uso más intensivo del factor capital y a un mercado más
estrecho de trabajadores calificados, lo que probablemente pudo explicar niveles de productividad y
salarios relativamente más elevados que en otros rubros industriales. Por otra parte, si bien los salarios
metalúrgicos estuvieron entre los salarios industriales más elevados, también tendieron a ser un poco
más fluctuantes entre 1916 y 1920, ya que los salarios medios ponderados de todo el sector industrial, –si
bien fluctuaron entre 1912 y 1914, al final de la I Guerra Mundial vivieron un ascenso constante.
Pero los salarios metalúrgicos también fueron muy variados, dependiendo si el operario era
hombre, mujer o niño. Con los escasos datos hallados para los años 1905,1906, 1907, 1909, 1911 y
1912, y que se han representado en el Gráfico 7, se ha podido establecer que, al menos en esos años,
los salarios de los operarios tendieron a duplicar las remuneraciones de las operarias, aunque llama
la atención que los salarios de los niños, normalmente más bajos que los de las mujeres, tendieron a
igualarse con los de ellas. En cualquier caso, los jornales de mujeres o niños nunca lograron representar
más de la mitad de los jornales de los hombres.
reducción entre el 10-30% en los jornales de fundidores y herreros entre 1914 y 1915, los jornales metalúrgicos me-
dios muestren una muy leve alza en esos mismos años. En cambio, cuando De Shazo habla de un aumento de jornales
en fundidores y caldereros por sobre la inflación –es decir, en términos reales- entre 1917 y 1921, el Gráfico 5 tiende a
mostrar una evolución esencialmente ascendente, pero atribuible al conjunto de los trabajadores metalúrgicos.

63
Hombres del Metal

Gráfico N0 5 5
Gráfico
Salarios Salarios
y Sueldosy Sueldos Nominales
Nominales en Industria
en Industria Metalúrgica,
Metalúrgica, 18881888-1928
- 1928
30
25,926,2
25,0
25 23,4
25,5

23,3
19,5
20 17,9 21,1
17,3 17,1
Pesos corrientes

16,6
16,0 15,7 18,8
14,7
14,2 14,0
15 13,2 12,9
15,2
14,4
13,7 13,413,6
11,9
10 11,2 8,4 8,4 8,3
10,6 10,510,9 7,7 7,9
9,8 7,0
9,4 6,5 6,6 6,6
5,2 4,8 5,6 5,5
4,6 4,8 4,9 4,8 4,9 4,9 7,4 7,3 7,1
5 3,7 4,0 6,6 6,8
3,1 3,3 3,1 3,0 3,1 3,3 3,4 3,4 6,0
2,6 2,7 2,7 2,6 2,5 2,5 2,7 2,8 3,0 5,5 5,6
2,0 2,3 2,5 4,9 5,2
4,2 4,0 4,1 4,1 4,2
3,4 3,6 3,7 3,5
2,9 3,1
2,4 2,7 2,7
0
1888

1890

1892

1894

1896

1898

1900

1902

1904

1906

1908

1910

1912

1914

1916

1918

1920

1922

1924

1926

1928
Años
Salario metalurgico Salario industrial ponderado
Sueldo metalúrgico Sueldo industrial ponderado

Como en el caso de las diferencias de salario entre operarios metalúrgicos y operarios del resto
del sector industrial, es presumible que las diferencias de jornal entre hombres, mujeres y niños se
expliquen simplemente por el factor productividad, que en el caso de los hombres debe haber sido
mayor, considerando la naturaleza eminentemente física de las labores de fundición y de elaboración
de material metalmecánico. Las escasísimas mujeres consideradas como operarias probablemente
deben haber sido destinadas a labores menos fatigosas, algo que no necesariamente debe haber
ocurrido en el caso de los niños, que, como se dijo al principio, fueron mucho más utilizados que
las mujeres y, probablemente, a muchos se los destinó a algunas labores donde se debía realizar un
importante grado de despliegue físico. Complementariamente, debe haber operado el factor grado
de calificación, dado que las labores de fabricación de maquinaria y vehículos necesariamente deben
haber requerido elevados grados de precisión y el dominio de tecnologías paradigmáticas asociadas
al vapor y al petróleo, como atestigua el significativo volumen de motores y de HP incorporados en
fundiciones y fábricas de maquinaria y carrocerías52.

52
Estos factores hacen discutible la mera apelación a discriminación de género como causa de la diferencia de jornal,
puesto que en aquellas funciones de escasa calificación donde el esfuerzo físico era medianamente importante los
hombres podían conseguir ser más productivos por unidad de tiempo, simplemente debido a su mayor capacidad de
despliegue físico. Otro factor que pudo haber castigado las remuneraciones femeninas pudo descansar en la mayor
disponibilidad relativa de su oferta de trabajo en relación a hombres. Este parece ser el caso en la industria metalúrgica,
donde los niños llegaron a recibir jornales similares a los de las mujeres, a pesar de que en el segundo caso presumible-
mente se trataba de tareas de servicios.

64
Mario Matus G.

Gráfico N06
Gráfico
Salarios nominales 6
industriales,
Salarios nominales industriales, Rubro Metalúrgico Vs/ Media Ponderada
Rubro Metalúrgico Vs/Media Ponderada de XVII rubros industriales
de XVII rubros industriales,
1880 - 1930
1880-1930
9
8,4 8,4
8,3
7,7 7,9
8
7,0
6,6
7 6,5 6,6 7,3
7,4 7,1
6,8
6,6
6 5,6 5,5
5,2
4,94,8 4,9 6,0
4,8 4,9 4,8 5,5 5,6
5
Pesoss ctes

4,6
5,2
4,0 4,9
3,7
4 3,4 4,2 4,1 4,1 4,2
3,3
3,1 3,1 3,3 3,4 4,0
2,7 2,72,6
2,8 3,0 3,0 3,1 3,6 3,7
2,7 3,5
3 3,4
2,3 2,5 2,6 2,5 2,5
3,1
2,0 2,9
2,7
2,7
2 2,4

0
1888 1890 1892 1894 1896 1898 1900 1902 1904 1906 1908 1910 1912 1914 1916 1918 1920 1922 1924 1926 1928 1930

Años

Salarios Nominales Industriales Ponderados x n trabos X. Metales

7co N07
Gráfi
Gráfico
Salarios
Salarios de trabajadores
de trabajadores metalúrgicos,
metalúrgicos, hombres,hombres,
mujeres y mujeres
niños y niños
6,0
5,4 5,5

5,0
4,4

3,6
3,6
4,0
Salario niños
2,9
Salario mujeres
Pesos ctes

3,0
2,0 Salario hombres

2,0 2,2
2,0
2,3
1,4
1,1 1,7
1,1 1,4
1,0
0,6

0,0

1905
1906
1907
1909
Años 1911
1912

65
Hombres del Metal

En el caso de los empleados metalúrgicos, sus sueldos también tendieron a estar por encima de los
sueldos de los empleados de todo el sector industrial, como puede advertirse en el Gráfico 5, en que se
compara el sueldo metalúrgico con una media ponderada de todos los sueldos industriales, de acuerdo
con el peso relativo de cada rubro en el total de la fuerza de trabajo industrial. Del mismo modo que
en el caso de los salarios de los operarios, los sueldos de los empleados metalúrgicos normalmente se
situaron como uno de los más elevados de todo el sector industrial, tal como aparece en el Gráfico 8.
Sin embargo, el Gráfico 5 asimismo destaca que el grado de volatilidad en los sueldos de los empleados
metalúrgicos fue mucho mayor que el de los empleados de todo el sector industrial. No obstante, la
tendencia final al alza en los sueldos de los empleados desde 1922 hasta 1928 contrasta notoriamente
con el alza moderada en los salarios nominales de los operarios industriales hasta 1925, que luego fue
seguida por una importante caída hasta 1928.

Finalmente, cabe destacar la brecha permanente que existió entre sueldos de empleados y salarios
de operarios en el rubro industrial metalúrgico y que fue una constante entre sueldos y salarios de
todo el sector industrial. El Gráfico 9 refleja la evolución de la diferencia entre ambas remuneraciones
y un ratio entre sueldos/salarios. Como puede verse, si bien la media de 1913-1928 para la diferencia
entre ambas remuneraciones es de alrededor de 12 pesos corrientes, entre 1925 y 1928 tal diferencia
fue mucho mayor que en los años anteriores y creció de modo sostenido. Por cierto, esto no se refleja
en un notorio crecimiento del ratio sueldos/salarios, ya que a pesar de que la brecha se amplió en
términos absolutos, el paralelismo en los movimientos de ambas remuneraciones impidió que la
brecha se ampliara en términos relativos.
Gráfi co N088
Gráfico
Sueldos Industriales
Sueldos Industriales Nominales, Rubro
Nominales, Rubro Metalúrgicos
Metalúrgico vs/Media
vs/ Media ponderada
ponderada de
XVIIrubros
de xvii rubros industriales,
industriales, 1913 -1928
1913-1928
30
25,9 26,2
25,0
25 23,4
25,5

19,5 23,3

20 17,9 17,3
16,6 17,1 20,7
16,0 15,7
Pesos corrientes

18,8
14,2 14,7
14,0
15 13,2 12,9
15,2
14,4
13,7 13,4 13,6

10 11,9
10,9 11,2
10,6 10,5
9,4 9,8

0
1913 1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926 1927 1928
Años

Sueldos medios ponderados x Nº trabos X. Metales

66
Mario Matus G.

Gráfico 9
Gráfico N09
Brecha entreentre
Brecha sueldos y salarios
sueldos en trabajadores
y salarios metalúrgicos,
en trabajadores metalurgicos,1913 - 1928
1913-1928

20

18

16
14
12

Pesos ctes
10
8
6
4
2
0

Media
Pesos ctes

1928
1927
1926
1925
1924
1923
1922
1921
1920
1919
1918
1917
1916
1915
1914
1913

Años

Ratio sueldos/salarios met Diferencia sueldos -salariosmet

¿Qué pudo haber ocasionado una brecha tan importante –de alrededor de 12 pesos- entre sueldos
y salarios, a sabiendas de que los salarios de los operarios oscilaron entre $ 4,79 en 1913 y $ 8,41 en
1925? Solo podemos aventurar que se trató de una brecha importante en el grado de calificación,
que podría haber operado bajo la fórmula de un Skill Premium muy elevado –siguiendo a S. Kuznets
(Kuznets, 1955)- que respondía a las siderales brechas de conocimientos prácticos y destrezas entre
los operarios en el acceso y en la permanencia dentro de la educación formal. Es más difícil explicar
la ampliación de la brecha entre sueldos y salarios entre 1925 y 1928. A la espera de otra hipótesis
alternativa, sigue vigente la explicación sugerida por Carmagnani, en el sentido de que los empresarios
metalúrgicos redujeron significativamente la plantilla de operarios y un poco menos la de empleados,
esperando elevar sus niveles de productividad y reducir sus costos fijos, lo que se vería confirmado por el
hecho de que mientras reducían el número de trabajadores aumentaron la dotación de maquinaria 53 .
Las brechas entre salarios y sueldos metalúrgicos –incluyendo las que hubo entre salarios de
hombres, mujeres y niños- como entre salarios y sueldos del rubro metalúrgico respecto a salarios y
sueldos de todo el sector industrial, se mantienen una vez convertidas las remuneraciones nominales

53
Agradezco la indicación de Felipe Abbott en cuanto a que entre 1925 y 1928 las funciones administrativas dejaron
de ser meras funciones de apoyo y comenzaron a ser funciones de carácter estratégico dentro de las empresas (Valdali-
so y López, 2000). Por supuesto, esta dinámica paralela también contribuye a reforzar la explicación acerca de la mayor
renuencia de los empresarios a desprenderse de los empleados.
67
Hombres del Metal

en reales, pero es conveniente haberlas visto antes de examinar las dinámicas reales para tener una
perspectiva amplia de las consecuencias que pudo acarrear la evolución real de salarios de operarios y
de sueldos de empleados dentro del rubro metalúrgico.

Salarios y sueldos reales de trabajadores de la industria metalúrgica


La conversión de salarios y sueldos reales de operarios y empleados metalúrgicos fue realizada con
arreglo general a la fórmula de defl actación:
Jornal Real = (Jornal Nominal * 100) / IGP
Donde: Jornal Nominal es el Jornal del año X expresado en pesos corrientes,
IGP es el Índice General de Precios a ese mismo año y el
Jornal Real está expresado en pesos constantes, referidos al año base 1913 (= 100).
Es lícito preguntarse hasta qué punto el deflactor IGP fue adecuado para convertir salarios
nominales en reales dentro del rubro metalúrgico industrial. Como ya se ha dicho, el inédito IGP para
1880-1930 utilizado en esta investigación fue construido a partir de 2 cestas de consumo con datos
procedentes en su mayor parte de la ciudad de Valparaíso y, de modo complementario, de la ciudad
de Santiago. Dadas la cercanía geográfica y la intensa utilización del ferrocarril, los niveles de precios
entre ambas ciudades eran relativamente parecidos54 .
Por otro lado, “las diferencias relativas en los niveles de precios de varias ciudades de un país no son
relevantes para limitar el alcance nacional de un Índice General de Precios, ya que éste no mide los niveles
de precios, sino más bien ·las variaciones de esos niveles entre dos o más períodos” (Maluquer, 2006) y esas
variaciones tienden a ser bastante parecidas entre los precios de distintas ciudades. Solo existe una
infl ación dentro de una economía nacional. Por esa razón, el hecho de que un Índice General de Precios
sea construido a partir de los datos de una única ciudad no representa problema alguno. De hecho, la
mayor parte de los países ha logrado construir series temporales largas de precios basándose en los
datos de una única ciudad (Matus, 2009) 55.
En cualquier caso, se ha considerado el peso relativo de la población de las provincias de Valparaíso
y Santiago dentro de la población total y el grado de concentración de la actividad industrial en esas
provincias – y específicamente su industria metalúrgica- tanto dentro de toda la actividad industrial
del país como específicamente en el rubro metalúrgico. En el primer caso, el conjunto de la población
de ambas provincias llegó a representar un 33,4% del total de la población en 1930, de modo que se
54
Según De Shazo (De Shazo, 1983: 111), el nivel general de precios de Valparaíso parece haber sido levemente supe-
rior al de Santiago antes de 1920, pero después de esa fecha la diferencia creció alcanzando un 12%. En cualquier caso,
estas observaciones deben ser corroboradas por estudios sistemáticos de precios para estas ciudades.
55
De cualquier modo, si se deseara identificar los niveles específicos del nivel general de precios en varias ciudades
o regiones del país y constatar si se dan procesos de convergencia o de divergencia a nivel nacional, sí sería necesario
construir un IGP para las provincias salitreras como para el sur del país y comparar su evolución con el IGP de Santia-
go-Valparaíso. Si se comprueba que la evolución de los 3 IGP coincide, se verificaría de modo definitivo que los salarios
del norte efectivamente eran los más altos, incluso a pesar del efecto negativo del uso de la ficha-salario y la aplicación
de precios de pulpería más elevados.

68
Mario Matus G.

trata del principal núcleo de población en el país durante el período estudiado. Pero más importante
que eso, los trabajadores industriales de ambas provincias llegaron a constituir el 50,56% del total
de trabajadores industriales del país en 1911 (Anuario Estadístico, 1911). Por último, en las dos
ramas más importantes del rubro metalúrgico, fundiciones y fábricas de maquinaria, la abrumadora
mayoría de las instalaciones se localizaba en Valparaíso y Santiago. En el caso de las fundiciones, del
total nacional (96), 63 de ellas se localizaron en Valparaíso y Santiago. En el caso de las fábricas de
maquinaria, estas fueron 4 a nivel nacional y solo se localizaron en Valparaíso y Santiago (Anuario
Estadístico, 1913).
Una vez justificado el grado de adecuación del deflactor con los salarios propiamente deflactados,
podemos proceder al análisis de las remuneraciones reales de los trabajadores metalúrgicos –tanto
operarios como empleados- del rubro industrial metalúrgico chileno entre 1888 y 1928.
Un primera perspectiva de la evolución de las remuneraciones en la industria metalúrgica es la
que brinda su inserción dentro de otras dinámicas salariales, como las que aporta el Gráfico 10, en
que también aparecen otros salarios industriales, como el de Alimentos, y salarios de otros sectores,
como el minero, ferroviario y agrícola, que han sido extraídos de una tesis doctoral inédita (Matus,
2009). Esta primera perspectiva amplia del lugar que le corresponde a la evolución de los salarios
metalúrgicos dentro del cuadro general de la evolución de las remuneraciones en el país entre 1880
y 1930, indica que el nivel alcanzado por los jornales reales de la industria metalúrgica -tal como
muchos otros salarios industriales, en este caso, de la industria de alimentos- tendió a situarse en
la medianía de los salarios reales pagados a jornal a lo largo del período 1880-1930. Por otro lado,
tal como ya se había señalado, los jornales reales de la industria metalúrgica se ubicaron por sobre la
mayoría de los jornales de otros rubros industriales, lo que vuelve a expresarse en la comparación con
los jornales en la industria alimenticia, aunque estos los superaron muy ocasionalmente en 1914 y
fueron acortando su distancia con los primeros a partir de ese año. Del mismo modo, los jornales de
la industria metalúrgica también aparecen como menos volátiles comparados a los salarios mineros
y ferroviarios, como en relación a los de la industria alimenticia, aunque más fluctuantes respecto al
jornal de un peón rural.

Una segunda perspectiva, en la que se comparan las dinámicas de salarios y sueldos metalúrgicos en
relación a medias ponderadas de salarios y sueldos industriales –tanto en términos nominales como
reales- es aportada por el Gráfico 11.

69
Hombres del Metal

Gráfico Nº 0
9
Gráfico N 10
Salarios Reales de los rubros productivos más extendidos temporalmente, 1880-1930
Salarios Reales de los rubros productivos más extendidos temporalmente. 1880 - 1930
14

12

10

8
Pesos constantes

0
1880 1882 1884 1886 1888 1890 1892 1894 1896 1898 1900 1902 1904 1906 1908 1910 1912 1914 1916 1918 1920 1922 1924 1926 1928 1930

Años
Real Peón Rural genérico Real Carbón Real Salitre

Real III. Alimentos Real X. Metales Real Maestranza

Gráfico N 11Gráfico 10 0
Jornales Reales X. Metales, 1888-1928
Jornales reales X. Metales, 1888 - 1928
30

25

20
Pesos constantes

15,0
14,5 14,5
15 13,8
13,2 13,1
12,0
11,4 11,5 11,6
10,9
10,4
10,0 10,0
9,2 9,3
10

8,0 8,3 8,2


7,7 7,7 7,7 7,9 7,8
7,6 7,5
6,9
7,3 7,2 7,4 7,1
6,7
5 6,1 6,2 5,8 5,6 5,6 5,5
4,7 4,5 4,6 4,8 4,9 4,7
4,4 4,5 4,2 4,2 4,6 4,6
4,0 4,2 4,0 4,1
3,5 3,4 3,6

0
1888 1890 1892 1894 1896 1898 1900 1902 1904 1906 1908 1910 1912 1914 1916 1918 1920 1922 1924 1926 1928
Años

Jornal Real X. Metales Sueldo Real X. Metales Jornal Nominal X. Metales

Sueldo Nominal X. Metales Jornal Industrial Medio Ponderado Sueldo Industrial Medio Ponderado

70
Mario Matus G.

En el Gráfico 11 se puede apreciar que el salario industrial medio ponderado pasó por una breve
fase de mejora entre 1895 y 1901. Posteriormente, los salarios industriales decayeron hasta 1908 y
luego de un breve interludio de mejora entre 1909 y 1912 volvieron a caer y finalmente experimentaron
cierta recuperación, que en cualquier caso no logró siquiera aproximarse a los valores sobre $ 5,0
logrados entre 1896 y 1905.
Con relación a ellos, el salario metalúrgico siempre fue más elevado, aunque la brecha se fue
cerrando paulatinamente en favor de todos los salarios industriales entre 1908 y 1928. Por otra parte,
la evolución del salario metalúrgico fue aún más negativa. Hubo un primer período entre 1888 y 1905
en que se mantuvieron por sobre los $ 7,0 e incluso alcanzando los $ 8,3 en 1900. Sin embargo, entre
1906 y 1919 experimentaron un marcado descenso, particularmente abrupto entre 1906 y 1908,
llegando a caer a $ 3,4 en 1919, es decir, una caída de un 59% 56 . Finalmente, siguiendo la tendencia
de todos los salarios industriales, los metalúrgicos también vivieron cierta recuperación entre 1920 y
1927 en torno a valores de $ 4,5, pero aún muy lejanos al salario de $ 8,3 logrado en 1900.
Por otro lado, de modo parecido a lo ocurrido en otros salarios industriales del período, las
coyunturas de alza y descenso se dieron de modo marcado, alcanzándose varias pequeñas mesetas
de 3 años entre 1888 y 1928. En síntesis, durante la mayor parte de la década de 1920 los operarios
metalúrgicos lograron acercarse a un 64% del ingreso que habían tenido entre 1888 y 1904 y a un 54%
del excepcional salario de 1900. Por consiguiente, el balance no puede ser más que decepcionante y se
corresponde con las sucesivas oleadas de huelgas generales en 1905-1908, 1917—1920 y 1924-1925,
en que los sindicatos de trabajadores metalúrgicos se mostraron como uno de los grupos más activos
(De Shazo, 1983), aunque más en la iniciación que en el cierre de los confl ictos.
Dado que solo a partir de 1913 se cuenta con datos de sueldos de empleados de cuello blanco
en la industria metalúrgica, es imposible saber si sus remuneraciones cayeron respecto al período
1888-1904, de modo que cuesta asignar un claro significado a los periódicos movimientos fluctuantes
que exhibieron entre 1913 y 1928. Lo que sí está claro es que tales movimientos imposibilitaron el
predominio de un movimiento ascendente y, en ese sentido, exhibieron una evolución más negativa
si la comparamos con la evolución ascendente general de todos los sueldos de empleados industriales.
Por consiguiente, no es extraño que uno de los valores más elevados que cerró el período ($ 14,5 en
1927) no alcanzara el monto más elevado al inicio del mismo ($ 15,0 en 1914). Desde esa perspectiva,
los empleados metalúrgicos no compartieron los incrementos reales de todo el sector industrial y no
resultaron beneficiados como la mayoría de los empleados industriales.

56
Como ha acotado Mauricio Folchi, estas caídas reales en los salarios contradicen la Ley de Keynes acerca de la rigidez
del mercado laboral para ajustarse a ciclos recesivos, que se manifiesta en el rechazo de los trabajadores a aceptar re-
ducciones salariales. En una primera instancia, se podría suponer que la caída podría ser un efecto distorsionado de un
eventual crecimiento de la contratación –dado que se trata de jornales deducidos a partir de la masa de trabajadores.
Sin embargo, y tal como se vio en el Capítulo 1 sobre el comportamiento de ambos sectores, hay abrumadora evidencia
acerca de que el descenso generalizado de los salarios entre 1912 y 1925 fue el complemento de una política de despi-
dos masivos en ambos sectores. Por otro lado, De Shazo aporta numerosa información puntual acerca de reducciones
salariales, lo que corrobora que los despidos fueron la principal variable de ajuste y las reducciones salariales solo su
complemento. En conclusión, el desfavorable escenario de desempleo no les dejó a los trabajadores otra opción que
aceptar las reducciones salariales.

71
Hombres del Metal

Conclusiones
Aunque se atribuye una tendencia lineal descendente, constante e uniforme a los salarios en
Chile entre 1880 y 1930, este trabajo destaca una evolución heterodoxa y fluctuante en los salarios
y sueldos metalúrgicos entre 1888 y 1928. Heterodoxa porque salarios y sueldos metalúrgicos
difirieron de una tendencia lineal descendente y porque incluso entre salarios y sueldos metalúrgicos
se manifestaron tendencias muy disímiles en duración e intensidad. Fluctuante porque en salarios y
sueldos metalúrgicos no predominaron claras tendencias lineales, sino más bien tres situaciones muy
disímiles.
Por otro lado, la importante brecha de nivel de los salarios metalúrgicos entre el período 1888-
1905, 1906-1919 y 1920-1927 revela que fueron golpeados fundamentalmente tanto por fuertes
brotes infl acionistas, como los de 1905-1908, 1912-1915, 1917-1919 y 1922-1925, como también
por shocks externos generados por la contracción de la economía mundial y caída del comercio, como
ocurrió entre 1913-1915, 1918-1923 y 1926-1927. Todo esto no hace más que enfatizar que los
mayores enemigos de los salarios de los trabajadores metalúrgicos fueron la infl ación y el alto grado de
vulnerabilidad externa de la economía chilena, especialmente agravados por constantes desórdenes
fiscales y monetarios a partir de 1905. El carácter claramente negativo del período en lo que se refiere
a las remuneraciones industriales se refuerza con la observación de la evolución de los sueldos de los
empleados de cuello blanco del rubro, que no pudieron disfrutar del predominio de una clara dinámica
ascendente, como la que afectó a la mayor parte de los empleados de los rubros industriales entre 1913
y 1928.
Estos resultados sugieren que sectores industriales fundamentales en la intensificación del proceso
de industrialización en Chile cargaban con condiciones adversas de entorno macroeconómico, lo que
obliga a examinar con mucho escepticismo las posibilidades de proyección que tenían estos rubros en
el largo plazo, en tanto se manifestaban totalmente dependientes de los desempeños exportadores del
nitrato y del elevado grado de inestabilidad de la economía chilena a partir de 1913.
Por otra parte, estos resultados deben ser observados con precaución en lo que se refiere a la
evolución de las condiciones de vida de los trabajadores industriales chilenos, puesto que si bien la
variable ingreso asalariado tuvo un sesgo claramente descendente, esto debe ser compensado por la
acumulación previa de activos familiares durante el período de relativa bonanza y debe ser contrastado
con un tardío y modesto pero incipiente flujo de subsidios indirectos y transferencias directas que el
Estado comenzó a canalizar hacia sectores mesocráticos y algunos segmentos de trabajadores que
dependían del sector público, como aquel voluminoso conjunto de trabajadores que pertenecían a
la Empresa de Ferrocarriles del Estado. Por último, es necesario recordar que el intenso proceso de
asalarización permitió la lenta pero constante aparición de una importante renta urbana en sectores
populares y mesocráticos y generó una inédita capacidad de consumo que impulsó el crecimiento de
un mercado de bienes no durables de consumo familiar, relativamente baratos y de consumo masivo,
que en un importante porcentaje incluyó a artículos de origen industrial, tanto nacionales como
importados. Es probable que la prolongada tendencia de crecimiento de los salarios metalúrgicos
hasta 1905 haya colaborado a configurar un nuevo volumen de demanda que sostuvo nuevos sectores

72
Mario Matus G.

productivos y transformó los hábitos de consumo, haciendo predominar mecanismos de mercado por
sobre mecanismos de producción para el autoconsumo. Los trabajadores metalúrgicos fueron parte de
esa tendencia de mejora general en la capacidad de consumo hasta 1905. Desde ese punto de vista,
habría que explorar en qué medida sus aspiraciones y discursos sostenidos a lo largo de la década de
1920 fueron moldeados por una reivindicación por recuperar lo perdido entre 1906 y 1919.
Pero a pesar de estas conclusiones, ellas no son suficientes para tener una visión integral de
la evolución en las condiciones de vida de los trabajadores metalúrgicos. Para acercarnos a ella, es
recomendable conocer una perspectiva compleja acerca del diverso mundo representacional de
estos trabajadores (Cap. 3), una lectura específica sobre el bienestar de las familias de trabajadores
metalúrgicos a partir de algunos estudios de caso (Cap. 6) y conocer cómo se manifestaban las
construcciones de género en torno al eje del hogar (Cap. 7).

Referencias bibliográficas

Fuentes primarias

Prensa
El Mercurio de Valparaíso, 1827-1900.
El Ferrocarril de Santiago, 1855-1911.

Boletines y revistas
Hoff man y Walker. (1897-1929). Revista Comercial. Valparaíso.
Sociedad Nacional de Agricultura (1869-1933). Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA).
Santiago de Chile.
Sociedad de Fomento Fabril. (1884-1934). Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA).
Santiago de Chile.

Publicaciones estadísticas
Dirección General de Estadística. (1860-1930). Anuario estadístico de la República de Chile. 1860-1930.
Dirección General de Estadística (1879-1927). Sinopsis estadística y geográfica de Chile.
Dirección General de Estadística. (1933). Sinopsis Geográfico-Estadística de la República de Chile. Soc.
Impresora y Lit. Universo. Santiago, 1933.
Dirección General de Estadística (1910). Anuario Estadístico 1909. Tomo III. Movimiento económico,
Comunicaciones, Agricultura, Comercio, Industrias, Minería, Bancos, Ahorros, Casas de
Préstamos.

73
Hombres del Metal

Dirección General de Estadística. (1911). Estadística Industrial de la República de Chile, correspondiente


al año 1910. Sociedad de Fomento Fabril y Ministerio de Industria y Obras Públicas. Santiago
de Chile.
Estadística de las Industrias en el Territorio Municipal de Santiago en 1905. (1906). Boletín de la SOFOFA,
Año XXIII, nº 10, 1º octubre 1906. Pp. 597-603.
Estadística de la Industrias del Departamento de Valparaíso. (1896). Boletín de la SOFOFA, 1º Enero 1896,
p. 12.
Estadística de las Industrias del Departamento de Santiago en 1906. (1907). Boletín de la SOFOFA, Año
XXIV, 1º Mayo 1907. Nº 5. P. 260.
Resumen de la Estadística Industrial de la Provincia de Concepción. (1908). Boletín SOFOFA, Tomo XXV,
1908, Nº 6, 1ª Junio, p. 320.

Libros, memorias y estudios


De Bezé, F. (1899). La Provincia de Curicó. Santiago de Chile: Imprenta Moderna.
Pérez Canto, J. (1891). La Industria Nacional. Cuaderno 1. Santiago de Chile: Imprenta Nacional.
Pérez Canto, J. (1893). La Industria Nacional. Cuaderno 2. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes.
Pérez Canto, J. (1896). La Industria Nacional. Cuaderno 3. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes.
Yunge, G. (1905-19139. Estadística Minera de Chile, 1903-1910. Santiago de Chile:
Sociedad Nacional de Minería (SONAMI). 5 volúmenes.

Tesis
Garrido, S. (2005). Niveles de vida en trabajadores de ferrocarriles 1905-1917. Construyendo un IPC obrero.
Tesis de Licenciatura no publicada. Seminario de título para optar al grado de Licenciatura en
Historia. Departamento de Cs. Históricas, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
de Chile.
Matus, Mario. (2006). Genealogía de los procesos inflacionarios en Chile. Dinámicas de precios durante
el Ciclo Salitrero, 1880-1930. Tesis de Magister no publicada. Tesis para obtener el Grado de
Magíster en Historia de la Universidad de Chile. Departamento de Cs. Históricas, Universidad
de Chile. Santiago de Chile.
Matus, Mario (2009). Precios y salarios en Chile durante el Ciclo Salitrero, 1880-1930. Tesis Doctoral
no publicada. Departament d’Història i Institucions Econòmiques. Facultat d’Economia i
Empresa. Universitat de Barcelona.

74
Mario Matus G.

Fuentes secundarias
Braun, J; Braun, M; Briones, I; Díaz, J; Lüders, R. y G. Wagner. (2000). Economía Chilena, 1810-1995:
estadísticas históricas. Documento de Trabajo Nº 187. Instituto de Economía. Pontificia
Universidad Católica de Chile. Extraído el 18 de marzo de 2009 desde http://www.economia.
puc.cl/index/detalle_publica.asp?id_publicacion=936&id_subsecciones=123&id_seccion=3.
Carmagnani, M.(1998). Desarrollo industrial y subdesarrollo económico. El caso chileno (1860-1920).
Santiago de Chile: DIBAM. Centro de Investigaciones Barros Arana. La versión original es
de 1971. Sviluppo industriale e sottosviluppo economico, Il caso cileno (1860-1920). Turín:
Fondazione Luigi Einaudi.
De Shazo, Peter. (2007). Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile: 1902-1927. Santiago de Chile: DIBAM.
Centro de Investigaciones Barros Arana. La versión original es de 1983. Urban Workers and
Labor Union in Chile, 1902-1927. Madison: University of Wisconsin Press.
Díaz, J. (2007). Economía Chilena 1810-2000. Producto Total y Sectorial. Una nueva mirada (nueva versión).
Documento de Trabajo 315. Instituto de Economía. Pontificia Universidad Católica de Chile.
Extraído el 7 de febrero de 2008 desde http://www.economia.puc.cl/index/detalle_publica.
asp?id_publicacion=1468&id_subsecciones=123&id_seccion=3.
Jeftanovic, P. (1992). El síndrome holandés. Teoría, evidencia y aplicación al caso chileno, (1901-1940).
Estudios Públicos, Nº 45, 299-331.
Kuznets, S. (1955). Economic Growth and Income Inequality. American Economic Review, Nº 45, pp.
1-28.
Maluquer, J. (2006). La paradisíaca estabilidad de la anteguerra. Elaboración de un índice de precios de
consumo en España, 1830-1936. Revista de Historia Económica, XXIX, Nº 2, 333-382.
Palma, G. (2000). Trying to ‘Tax and Spend’ Oneself out of the ‘Dutch Disease’: The Chilean Economy from
the War of the Pacific to the Great Depression. En E. Cárdenas, J.A. Ocampo y R. Thorp (eds);
An Economic History of Twentieth-Century Latin America. Vol.1. The Expand Age: The
Latin American Economy in the Late Nineteenth and Early Twentieth Century. (217-263). St.
Antony’s College, Oxford: Palgave.
Pinto, J. y L. Ortega. (1990). Expansión minera y desarrollo industrial: un caso de crecimiento asociado:
(Chile 1850-1914). Santiago de Chile: Departamento de Historia, Universidad de Santiago de
Chile.
Valdaliso, J. y S. López (2000). Historia económica de la empresa. Barcelona: Crítica.
Vial, G. (1984 en adelante). Historia de Chile, 1891-1973. Santiago de Chile: Editorial Santillana.

75
ANEXO

Cuadro 7
Índice General de Precios en Chile, 1880-1930 y sus variaciones anuales

1880 1881 1882 1883 1884 1885 1886 1887 1888 1889 1890 1891 1892 1893 1894 1895 1896 1897 1898 1899 1900 1901 1902 1903 1904 1905
IGP
22,3 22,7 24,5 22,4 25,4 25,7 25,6 27,5 29,1 30,9 31,7 33,2 33,1 35,0 42,4 40,2 33,6 35,7 35,7 44,3 38,1 39,5 39,9 41,9 41,6 45,8
1880-1930
Var. anual 1,8 8,1 -8,8 13,4 1,2 -0,3 7,5 5,8 6,4 2,5 4,7 -0,2 5,6 21,2 -5,1 -16,5 6,2 0,1 24,0 -14,0 3,8 1,0 4,9 -0,7 10,3
1906 1907 1908 1909 1910 1911 1912 1913 1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926 1927 1928 1929 1930
IGP
58,3 72,5 81,7 86,5 82,2 85,9 89,3 100,0 111,1 124,3 124,6 136,9 139,4 160,2 159,5 134,2 140,3 157,5 184,5 201,5 180,5 178,6 217,8 203,7 179,6
1880-1930
Var. anual 27,2 24,3 12,7 5,9 -5,0 4,5 4,0 11,9 11,1 11,9 0,2 9,9 1,8 15,0 -0,5 -15,8 4,5 12,3 17,1 9,2 -10,4 -1,0 21,9 -6,5 -11,8

FUENTES:
1) Anuarios Estadísticos de la República de Chile y Sinopsis Estadística y Geográfica de la República de Chile.
2) Diario El Mercurio de Valparaíso.
3) Diario El Ferrocarril de Santiago.
4) Revista Comercial de Valparaíso.
5) Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura.
CAPÍTULO 3
REPRESENTACIONES EN UN MUNDO MUY TRABAJADO:
TRABAJADORES METALÚRGICOS EN CHILE 19001930
Ximena Cortez González*

El periódico obrero
es el amigo del hogar
y el legítimo defensor
de los trabajadores
honrados.57

Resumen
Este estudio se propone como un ejercicio de la historia de las representaciones
y fundamenta sus categorías de análisis en el discurso escrito que entregan las
fuentes trabajadas, en este caso tres publicaciones de los trabajadores metalúrgicos,
nuestros actores sociales investigados. Valga decir que lo demostrado es un mundo
de representaciones heterogéneo, en donde la exclusión lleva a características de
inclusión, puesto que en el reconocerse reconocen también a los otros. Es así como
el proletariado tiene su justificación más profunda en esta diádica que construye ejes
identitarios sin asumirlos por completo, a riesgo de caer en la contradicción, pero que,
a la vez, resguarda lo más particular de cada grupo de trabajadores.

Este estudio explora la construcción del movimiento socio-político sindicalista de los trabajadores
metalúrgicos en Chile, en el período que va de 1900 a 1930. Los énfasis están puestos en aspectos
como la formación de identidad, las luchas reivindicativas, las formas de inclusión y exclusión social
y los aspectos de diferenciación y semejanzas identitarias que tuvieron con respecto a los trabajadores
ferroviarios, grupo también estudiado en esta investigación.
Del mismo modo, se abordan sus problemáticas más existenciales y cotidianas: ¿Qué presencia
tuvieron las formas de religiosidad que practicaron? ¿Qué dificultades enfrentaron con sistemas como
el de salud y el educacional? ¿Cómo se relacionaron con lo laboral? ¿Qué rol jugaron las ideologías
en sus ocupaciones y preocupaciones más inmediatas y aquellas de más larga data? Las respuestas
a estas interrogantes permiten reconstruir situaciones en las cuales se manifiestan actores sociales
despojados de heroísmos, con un quehacer que finalmente trasciende y forma vínculos sociales a partir

* Magíster en Historia de Chile, Universidad de Chile, Centro de Estudios Judaicos, Dpto. Estudios Pedagógicos.Uni-
versidad de Chile. xcortez@uchile.com
57
El Metalúrgico, Año 1, No 1, Santiago, primera quincena de junio de 1921, Portada.

77
Hombres del Metal

de sus particularidades, que pueden ser subjetivas como lo identitario, o pueden ser más concretas,
como las movilizaciones sociales con demandas definidas desde lo laboral.
Se intenta mostrar a estos trabajadores y sus familias como sujetos históricos y actores sociales, en
permanente construcción histórica, formando parte fundamental de la dinámica cultural propia de la
época abordada, y con capacidad de proyección, para darnos respuestas y claridades en nuestros días
acerca de elementos valóricos y sociales, que llevan a una mirada mucho más profunda y reveladora
sobre el mundo del trabajo.
Dentro de esta óptica, fijaremos nuestra atención en la producción y reproducción de lo escrito
por los trabajadores metalúrgicos –entre los años 1900 y 1930-, quienes publicaron tres revistas: El
Calderero, El Obrero Metalúrgico y El Metalúrgico.
Estas publicaciones dan cuenta de un mundo de representaciones poblado de incertidumbre y
anhelos. Sin embargo, hay que tener presente que las fuentes trabajadas son fragmentarias y nos
muestran solo períodos inarticulados de la vida de los trabajadores metalúrgicos. Aun así, se validan a
sí mismas al mostrarnos un mundo cuya característica es, precisamente, la inorganicidad de su mundo
de representaciones.
Entonces, nuestro objeto de análisis y reconstrucción del imaginario de este grupo de trabajadores,
cuya principal característica radica en la diversificación de su quehacer, se constituye por dicho corpus
de revistas que nos parecen dignas de interrogar desde diferentes enfoques. La praxis de esta escritura
contiene una estética privada y pública que nos lleva, inevitablemente, a pensar y repensar el presente,
en tanto conformación de un mundo de trabajo capaz de aglutinar a quienes se desempeñan en él,
depositando esperanzas muy concretas y, a la vez, muy trascendentes.
Sin embargo, nos movemos en terrenos plagados de dificultades, desde luego la dificultad
historiográfica de reconstruir todo un mundo –muy conocido ya en muchísimos aspectos- a la luz de
unos escritos que nos hablan ciertamente de formas de vida propias de las tres primeras décadas del
siglo XX, y este ejercicio nos produce nuevas dudas e interrogantes.
Se debe tener presente que los sujetos históricos son siempre lo que reconocen ser y, al mismo
tiempo, aquello que ignoran que son. Esta dialéctica produce cierto grado de contradicciones o de
tensión entre un pasado que permanece y un presente que busca romper dichas permanencias, a fin
de proyectarse hacia un futuro que siempre se opone, como depositario de algo mucho mejor que el
presente.
En este sentido, el constructo cultural en el cual se mueven los trabajadores metalúrgicos requiere
necesariamente mantener la armonía de las tensiones que se manifiestan, todo el tiempo, con el poder.
Poder político, poder económico, poder social; en fin, poder que reproduce imaginarios que no los
representan, pero que les sirven para, en sus intentos contestatarios, replantearse una y otra vez hasta
formar, con certezas propias, su mundo de representaciones reflejo de normas y reglas propias.
Para vislumbrar a lo menos este mundo, nos moveremos entre lo que Chartier denomina el poder
sobre y de la escritura. Sobre la primera afirmación Chartier se refiere a aquellas capacidades para

78
Ximena Cortez G.

delimitar una pauta de escritura, la legitimación de dicha aptitud según los diferentes sectores sociales
(Chartier, 1999). Por lo mismo, la capacidad de escribir públicamente ha encerrado siempre un alto grado
de peligrosidad, puesto que está asociada al intercambio de ideas y al poder de la comunicación.
En el segundo caso, sobre el poder de la escritura, Chartier habla de las prácticas de un Estado
controlador que se hace notar en su capacidad de manejar un texto que transmite disciplina y
orden establecido, preparado para la cooptación. Ahí radica precisamente la importancia de mirar,
leer, conocer estos escritos que surgen desde el otro extremo, de sectores sociales que buscan un
empoderamiento de sus realidades que los lleven a procesos de reconocimiento, tanto dentro de su
grupo –en este caso el sector de proletarios- como de apertura a toda la sociedad.
Estos escritos, evidencian formas de sociabilidad y el ímpetu de las determinaciones colectivas
distinguidas por la representación socio-cultural de una época. En este punto aparecen las
divisiones de clase y lo que podríamos llamar contrastes culturales, reflejados, para nuestro análisis,
fundamentalmente en los escritos de las revistas ya mencionadas.
Esta muestra, entrecortada en el tiempo de publicación, denota con todo las prácticas de una
clase social que, lejos de demostrar inseguridades en su hacer, se plantea con fuerza discursiva en
un interesante espectro de concretud experimentado en un universo que le es propio. Es posible así
apreciar las motivaciones que mueven prácticas culturales, cargadas de símbolos compartidos en la
comunicación escrita y que hacen propia la carga simbólica dando paso a potentes significaciones. Lo
impreso, al decir de Chartier, cambia las formas de socialización transformando los vínculos con el
poder. Esta situación da pie a la reflexión acerca del punto exacto en donde se encuentran el texto y el
lector, y las transformaciones que se producen en el mundo interpretativo de este último.
Los trabajadores metalúrgicos, en nuestro caso, no se enfrentan con un mundo meramente
discursivo; todo lo contrario: aquellos que leían o escuchaban o incluso mandaban colaboraciones
escritas suponen un estado de conocimientos concretos, de la capacidad de manipular significados que
preceden al texto y su lectura.
La escritura ciertamente refleja gestos y modos de ser y, sobre todo supone una lectura igualmente
intencionada a más de interesada. Evidentemente, quienes leen estos téxtos no lo hacen de igual modo.
Existen las discrepancias manifestadas en grupos de lectores ubicados en diferentes polos de lectura e
interpretación de lo leído. De un lado están los trabajadores metalúrgicos manifestándose con toda la
claridad y fuerza de una clase proletaria dinamizada por su conformación epocal, y del otro lado están
los representantes del poder haciendo sus interpretaciones vigilantes y muchas veces punitivas de lo
que se puede llegar a considerar una trasgresión flagrante.
Así las representaciones son capaces de proporcionar una visión de mundo construida con
elementos determinados y representativos, de los cuales se hacen cargo los escritos analizados en este
capítulo.
La construcción de sentidos, entonces, da paso a la convicción de que las ideas no existen sin la
experiencia y, por lo mismo, subyacen en un contexto epocal. La participación cultural no se encuentra
enmarcada solamente en una tipificación única. Las discrepancias surgen en los procesos que el texto

79
Hombres del Metal

recorre evidenciando conductas de solidaridades, adscripciones ideológicas y religiosas, prácticas


formativas, etc.
El leer constituye un gesto físico, una relación con otros , una oralidad silenciosa que luego se
derrama en comentarios a viva voz, sobre todo en una época –principios del siglo XX- en que los
índices de analfabetismo en Chile eran altos, sobre todo en los sectores más desposeídos y vulnerables
en el aspecto socioeconómico.

La diversificación en la unidad
Como ya dijimos, el mundo de los trabajadores metalúrgicos se caracteriza por la diversificación en
sus quehaceres. Desde luego no escapan a las luchas sociales que se apropian de las primeras décadas
del siglo XX y que desembocan en la construcción del sindicalismo reconocido como representante del
proletariado.
A contar de la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX aproximadamente,
se forma el mundo del proletariado como tal, con sus organizaciones: uniones, mancomunales y
sindicatos. Todas estas organizaciones fueron, por cierto, resistidas por las elites del poder político y
económico.
Grandes movilizaciones, huelgas, fueron las manifestaciones de los trabajadores que empezaban
a generar una conciencia de unidad de clase y de liberación. El proletariado se forma, entonces, con su
impronta de representaciones y cultura que los instala con su imaginario en la sociedad, en un acto de
reconocerse y ser reconocidos.
En este contexto, el año 1913 se agrupan trabajadores mecánicos, torneros y fundidores para sentar
las bases de una organización que hoy día conocemos con el nombre de CONSTRAMET (Confederación
Nacional de Trabajadores Metalúrgicos). El Obrero Metalúrgico dice:
“Una vez que se constituyó el Comité comenzó el trabajo de redacción de los fines de la reunión
que fue la de organizar en Centro de Torneros y Mecánicos para trabajar por el mejoramiento de la
situación económica. El planteamiento estatutario de la organización será “La Unión, La Educación, El
Aprendizaje, El Ahorro y la Ilustración entre los compañeros.”58

El estallido de los confl ictos sociales reivindicativos del proletariado se ve realzado y animado por
la creación de la prensa obrera, que es capaz de catalizar todas las expectativas de los trabajadores, sus
problemáticas y funciones. A partir de la caída del gobierno del Presidente Balmaceda se incrementa la
creación de periódicos obreros, cuya fi nalidad es representar las diferentes formas de pensamiento de
la época. Todas estas publicaciones dejan en claro su adscripción ideológica al Partido Obrero Socialista
o al Partido Radical. Esta declaración de principios provoca, de manera instantánea, la reacción de los
sectores más acomodados, representantes de los poderes fácticos de la sociedad.

58
El Obrero Metalúrgico, Valparaíso, 1919, Año 1, n° 1, p.1

80
Ximena Cortez G.

Durante todo el período de formación de las grandes agrupaciones de trabajadores, lo común fue
el enfrentamiento entre el proletariado y los grupos de poder. La participación de los trabajadores
manifestaba cierta jerarquía natural dada por el grado de especialización o calificación; en este caso
precisamente se encuentran los trabajadores del artesanado metalúrgico.
La primera participación de los trabajadores del metal, en el año 1888, en los movimientos de
protesta es en la denominada huelga de los tranvías en Santiago. En esta huelga salieron los metalúrgicos
a la calle para reclamar sus derechos al transporte público de manera organizada y pacífica. Por las
declaraciones hechas en los juicios entablados a los participantes en la marcha de protesta, quedó de
manifiesto que los que iniciaron los desórdenes más violentos fueron los trabajadores no calificados,
gente que además no sabía leer ni escribir.
Otro hito es el del año 1907, en la Escuela Santa María de Iquique; aquí los metalúrgicos
participaron junto a otros trabajadores. Su intervención no está del todo esclarecida, solo se sabe que
junto a salitreros estaban artesanos del acero tales como herreros, fundidores, maquinistas, mecánicos,
caldereros y otros rubros. Todos ellos se unieron a la nefasta marcha junto con sus mujeres e hijos,
cuyos resultados de represión y muerte ya sabemos. A causa de dichos acontecimientos, el movimiento
obrero sufrió un estancamiento por unos cuantos años, volviendo recién en 1909 la reorganización
con lo que se conoce como la unión del “proletariado moderno”.
En esta renovada orgánica, los trabajadores metalúrgicos se unen frecuentemente a los trabajadores
ferroviarios, logrando de esta manera la movilización de gremios fuertes, de los que la prensa de la
época informa como relacionados con grupos ácratas y anarquistas.
Esta visión prejuiciosa llevó incluso a una actitud racista hacia la inmigración de trabajadores por
parte de los patrones, que veían con desconfianza la posible entrada de nuevas ideas subversivas que
llevaran a los trabajadores a posturas reivindicativas más profundas.
Con todo, Peter De Shazo resalta las condiciones laborales diferentes que afectaban a los
trabajadores no calificados de los que sí lo eran. “Los patrones que requerían de una fuerza laboral
dependiente aplicaban multas, despidos punitivos y pagos más alto que lo normal para asegurar la actividad
eficiente en sus establecimientos. El hecho de que los salarios para los trabajadores no calificados hayan sido
muy bajos, y que los patrones por lo general recurrieran a despidos durante las huelgas, refleja que el argumento
de una falta de trabajadores puede haber sido exagerado, al menos en el centro urbano.” (De Shazo, 2007;
83)
No obstante, entre los años 1915 y 1920, las condiciones laborales se mantienen en un mismo
estado de precariedad y pauperización tales que la falta de seguridad e higiene hacían mella en los
obreros metalúrgicos que estaban unidos al ámbito del transporte, sin leyes de protección del trabajo,
con salarios de hambre y desprotección absoluta frente a los accidentes tan comunes en sus oficios.
Esta situación de inseguridad en la salud de los trabajadores y sus familias era una característica
común del habitus obrero, lo que da cuenta de las formas de vida premodernas que formaban el
cotidiano de las barriadas en la urbe. Los esfuerzos de la asistencialidad tanto del gobierno como de
la caridad privada no podían contra un mundo de visiones supersticiosas respecto de la salud pública.

81
Hombres del Metal

“Periódicamente, la policía de Santiago aprehendía a los curanderos, pero siempre había otros ocupaban (sic) su
lugar, especialmente en tiempos de amenaza epidémica.” (De Shazo, 2007; 117)
Siguiendo a Hobsbawm, De Shazo hace referencia a una “Aristocracia Obrera” caracterizada por
remuneraciones mucho más altas que el promedio, incluso más que las de algunos profesionales
como los profesores básicos, quienes, sin embargo, ostentaban un mayor respeto social. Ciertamente,
muchos trabajadores calificados tuvieron acceso a bienes suntuarios o capacidad de ahorro que los
colocaron en un promedio de nivel de vida equivalente a algunos sectores de la clase media baja, sin
llegar, con todo, a ser reconocidos ni reconocerse como pertenecientes a alguna clase social.
Respecto de los trabajadores metalúrgicos es difícil ver esta situación con claridad, debido
principalmente a la diversidad de oficios que es propia de este grupo de obreros. Bajo el rubro de
metalúrgicos están desde los que poseen una calificación menor como los ayudantes de torneros,
por ejemplo, hasta los pequeños empresarios que poseen sus propios talleres; este amplio espectro lo
veremos aparecer en sus publicaciones.
Y es esta misma diversidad la que no nos permite hablar de un mundo de representaciones único
e identitario del grupo de trabajadores que son los metalúrgicos. En este conjunto de obreros caben
muchos y diferentes mundos de representaciones con un rasgo común, el de reconocerse y llamarse a
sí mismos “metalúrgicos”.

El problema de las fuentes


A partir de 1911 y hasta 1929 aparecen tres publicaciones –en las cuales adentraremos nuestro
análisis- representantes del gremio de los metalúrgicos: El Calderero, El Obrero Metalúrgico y El
Metalúrgico.
Las tres publicaciones que trabajamos son representativas de la época y del sector de trabajadores
de quienes intentan ser la voz, y representar sus intereses. Sin embargo, debemos dejar en claro que
este tipo de publicaciones difícilmente mantenían una continuidad en el tiempo, por diferentes
razones, entre ellas el financiamiento y, como ya lo mencionamos más arriba, la realidad de la gente
que no sabía leer hacía seguramente que los ejemplares siempre fueran pocos, ya que bastaba que
alguien lo leyera y lo socializara.
Haciendo un desglose de las publicaciones encontradas podemos ver que el cuadro que se presenta
es el siguiente: El Calderero se edita en Valparaíso en el año 1918 y pertenece a la Unión de Caldereros;
de esta publicación solo encontramos el no1 del año 1; El Obrero Metalúrgico, editado por el mismo
órgano, la Unión de Caldereros de Valparaíso, que incluye a Santiago y Concepción, y depende de la
Unión de Obreros Metalúrgicos. De esta revista encontramos 16 ejemplares: 4 de 1919, 10 de 1924, 1
de 1925 y 1 de 1926. Al parecer este impreso sucede en el tiempo a El Calderero, puesto que depende
de la misma orgánica; por último, El Metalúrgico se edita en Santiago y depende también de la Unión
General de Obreros Metalúrgicos. De esta publicación encontramos: 10 de 1921, 2 de 1922 y 2 de
1923.

82
Ximena Cortez G.

Como se puede ver, hay una evidente discontinuidad en las publicaciones encontradas que puede
deberse a que no se conservaron debidamente, o simplemente porque esa era la realidad de estos
impresos. No estamos en condiciones de afirmar ni lo uno ni lo otro; no obstante, pensamos que lo
pertinente para nuestro trabajo es que existen estas voces escritas y que podemos trabajar, a partir de
ellas, la interpretación de espacios de representación cultural propios de un mundo de proletarios que
ejercían diversos oficios y que se reconocían, a través de ello, como obreros metalúrgicos.
La discontinuidad temporal no afecta a la evidencia de una continuidad temática que, a manera
de eje conductor, hace permanente referencia a cuestiones como la familia, la educación, la mujer, las
condiciones laborales que, como sustrato, afectaban a todas las demás situaciones de vida. Esta visión
casi biográfica nos entrega toda la riqueza de unas categorías de análisis que van desde lo emotivo
y afectivo hasta algo mucho más holístico que incluye profundidades teleológicas y ontológicas que
ayudan a reconstruir una episteme mucho más compleja, capaz de visualizar la diversidad propia de
toda comunidad humana.
Ahí radica nuestra pretensión de ser capaces de mirar el constructo cultural propio de los
trabajadores metalúrgicos y dar cuenta de la humanidad que circula en estos discursos que constituyen
las tres publicaciones trabajadas como representaciones sociales propias de características culturales
correspondientes a las primeras décadas del siglo XX.
Son discursos de alguna manera repetitivos, pero también con la aparición de muchos temas que
se tocan a la vez, lo cual no les resta relevancia ni pertinencia en absoluto, puesto que hasta podría ser
una imagen entregada precisamente por la discontinuidad de la fuente. Ahora bien, la riqueza de estos
escritos no se ve disminuida, todo lo contrario: forman una memoria colectiva con enorme capacidad
de recoger problemáticas vigentes en nuestros días.

La voz escrita de los trabajadores metalúrgicos

“… queremos contribuir con un grano de arena al progreso intelectual del obrero del país, demostrando
que el estudio es lo que hace grande a los pueblos y que la unión de todos los obreros traerá la felicidad
para la familia de los explotados.”59

De esta manera se lanzaba el primer número de la revista El Calderero, cuyos objetivos declarados
eran: “… propagar el ideal de la organización y ser el órgano de la ‘Unión de Caldereros’, y al mismo tiempo
servir de portavoz a todos los caldereros del país.” 60 Entonces, empecemos a adentrarnos en las voces que
forman el metadiscurso del mundo de representaciones de quienes se reconocían a sí mismos como
trabajadores del metal.

59
El Calderero, Valparaíso domingo 3 de febrero de 1918, año 1, No1.
60
Ibidem, portada, “Nuestras primeras palabras”.

83
Hombres del Metal

Y, por otro lado, abordemos el microdiscurso de este grupo de trabajadores metalúrgicos, respecto
de aquel que formaba el validado por una sociedad oligarca que imponía sus metarrelatos como
verdades incuestionables.
Exploremos, entonces, los procesos de construcción sociocultural o esquemas de representaciones
que toda sociedad usa como marco de referencia, con sus claves hermenéuticas, a fin de crear
significados y validez a todo aquello que hacemos, pensamos, decimos y percibimos. Distinciones y
más distinciones que nos van introduciendo en este mundo de los trabajadores metalúrgicos a través
de su discurso, que no es otra cosa que el intento de ordenamiento primordial para alcanzar un status
de reconocimiento interno y externo a la vez.
En palabras de Michel Foucault, nuestro intento es “no ir del discurso hacia el núcleo interior y oculto,
hacia el corazón de un pensamiento o de una significación que se manifestarían en él; sino a partir del discurso
mismo, de su aparición y de su regularidad, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da
motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y que fija los límites.” (Foucault, 1970; 33). Por lo mismo,
esto nos permite distinguir aquello que es objeto de nuestra atención de aquello que ha permanecido
desconocido premeditadamente. Pensado así se nos aparecen los actos de inclusión y de exclusión que
presuponen una distinción fundamental entre las particularidades esenciales que son distinguibles
para situar algún estrato social. Procedemos luego a crear un mundo lleno de distinciones más bien
peyorativas creadas y recreadas por convenciones basadas en el poder.
“… Principiaré por envidiar la vida de los animales, las aves, los peces, las abejas, etc., etc. Digo envidiar,
por que es la realidad, sin ser ellos racionales forman sus verdaderas sociedades y viven como si fueran
unos y, ¿para qué? Quizás muy pocos se habrán fijado en esto y casi todos han tenido oportunidad
de observarlos. Al hablar de sociedades mi pensamiento se dirije a aquellos reacios que por desgracia
abundan en este Chile y pienso de como los animales nos dan el ejemplo en unirse, no para protegerse
porque no son capaces, pero para dar la voz de alarma cuando divisan al enemigo ó a un ser extraño y
ponerse a salvo, si los obreros metalúrgicos hicieran la mitad siquiera y se unieran en una gran sociedad,
ellos serían los únicos llamados a elegir a sus representantes ante el Gobierno y ante toda autoridad,
entonces no viviríamos en pocilgas y cuartos redondos, los industriales cambiarían de carácter y
respetarían a sus obreros los verdaderos productores que dan su vida por enriquecer a egoístas que no
piensan nada más que en saciar su gran sed de oro, entonces en las fábricas cesarían las multas que
existen hasta por comer, por tomarse un tarro de agua caliente, etc., etc., y quien es culpable de todo esto,
la inercia de la mayoría que no sacude el yugo de la tiranía …”61

Vemos cómo la diferenciación social busca rangos identitarios a manera de origen productor de
representaciones: es capacidad, potencialidad de creación cultural; es, a la vez, un espacio defi nido
para distinguir, apreciar, recapacitar y desenvolverse, en suma, para originar un mundo.
Por las características de las fuentes –ya mencionadas- nuestra propuesta es ir tocando ciertas
temáticas que aparecen en las publicaciones, a manera de un caleisdoscopio.

61
Ibidem, portada, “A los Obreros Metalúrgicos”.

84
Ximena Cortez G.

La mujer
La mujer proletaria tiene un status muy especial; son mujeres que trabajan porque existe la
necesidad de aportar al sustento material del grupo familiar. En este contexto, el hombre proletario
hace una aguda crítica a las condiciones en que las obligan a trabajar:
“En presencia de la condición social en que se desenvuelve la mujer proletaria en nuestro país, debemos
hacer un análisis de su condición moral, material y económica. Es sabido, que existe en todo el país,
principalmente, Santiago, Valparaíso, Concepción, etc., etc. fábricas Talleres donde se ocupan en cada
uno de estos establecimientos un gran porcentaje de obreros que por múltiples necesidades de la vida,
han tenido que entregarse a la explotación desenfrenadas de aquellos Señores Industriales que aun no
han puesto límites a sus ambiciones. Las industrias que más aprovechan el esfuerzo de la mujer, son por
ejemplo –Fábricas de camisas, Fábricas de calzado, Fábrica de cigarrillos, Fábricas de galletas, Fábricas
de cerveza, Fábrica de sombreros- (…) por lo jeneral en todos los Establecimientos mencionados se
impone a las operarias una labor de 10 a 12 horas diarias lo que es digno de país de salvajes y no de país
civilizado como el nuestro (…) hay que agregar que si el trato personal de parte del patrón o jefe, fuera
prudente no le sería tan fatigable la jornada diaria, por el contrario ahí se les trata como bestias de carga
teniendo que soportar el despotismo patronal y las insolencias de los jefezuelos que ni siquiera se les
tiene la consideración y respeto que por razón de su sexo tienen derecho …”62
El trozo citado da cuenta de una realidad de desigualdad en el trato con los trabajadores, que tiene
que ver con las relaciones de género. Cada vez que se menciona a la mujer, se la ve como objeto de malos
tratos en el trabajo y como necesaria en el hogar en su rol de formadora de la familia. Por lo mismo se
ve a la mujer como merecedora de cierto trato diferenciador.
Por otro lado, no hay que olvidar que la fuerza de trabajo femenino en Chile en este período de
tiempo se acrecienta fuertemente, tanto que serán los mismos trabajadores quienes reclamarán por la
falta de la mujer en el hogar, generada por la necesidad económica. Si bien es cierto, como se manifiesta
en el presente libro, al parecer el trabajo femenino no constituyó un gran volumen, sí es de destacar
que fue más relevante de lo que se ha tendido a señalar.
Por lo mismo, nos adentramos en el mundo de las subjetividades –que ya nos avala la historia de las
mentalidades y la microhistoria-, entendido éste desde la práctica de la vida, desde las representaciones
de las verdades que tienen sentido para las personas, teniendo presentes las incertidumbres, las
contingencias y las hipercomplejidades, circunstancias todas ellas presentes en los procesos de
acercamiento al mundo de las representaciones.
La sociedad chilena entre 1900 y 1930 está rigidizada, preocupada por el mantenimiento de los
límites y estuvo enormemente dominada por la idea de la conservación de la “integridad” del modelo
de ejercicio de los poderes dominantes. Para ello, luchó contra lo que consideran “corrupción” de
realidades o individuos “advenedizos” y, por ende, “peligrosos”.

62
Ibidem, portada, “La explotación de la mujer por los industriales en Chile”.

85
Hombres del Metal

La educación

“Compañeros:

Como os había anunciado el propósito de desarrollar una pequeña conferencia que en parte siquiera
fuere necesaria para el mejor entendimiento de algunas cosas, que ignoraran tal vez, muchos de nuestros
consocios; he procurado buscar en mi imaginación, algo que fuese útil para el desarrollo de nuestra
vida dentro de nuestros humildes hogares y heme aquí no, para disertar con la elocuencia de un orador
ni nada parecido; pero si para habriros (sic) mi corazón y demostrar ante vosotros la vehemente e
incontenible aspiración que, nacida de lo más hondo de mi alma me ha impelido con esa fuerza secreta y
avasalladora, que producen los anhelos, a pensar con vosotros un momento en cosas y hechos que deben
interesarnos.”63

Los miembros de la comunidad deben tener asuntos de vida en común, cosas que les producen
mutuo interés y deben informarse; el orador participa como confrontador y se aventura en la
demarcación de estos límites de representaciones que ponen los márgenes del grupo.
Veamos como sigue y a qué exactamente se refiere cuando nos habla de los “anhelos”:
“Voy a tomar como tema la formación del carácter y la educación de nuestros hijos, pidiendo a vosotros
queridos compañeros, perdonéis los errores que pueda cometer.”64

El que va a hablar se dispone a hacer las distinciones semánticas del modelo clasificatorio. El
carácter y la educación como ámbitos complementarios de un discurso que pretende nuevas miradas y
resignificaciones. Entonces, sigue:
“El hogar doméstico es la primera escuela, la más importante escuela del carácter. Allí es donde todo ser
humano recibe su mejor educación moral, o bien la peor, porque allí es donde se penetra de los principios
de conducta que le informan y que cesan tan solo cuando mueren.”65

Pareciera que las formas de ser y estar son una herencia de la tradición familiar. Se produce una
incorporación discursiva del rol de la familia de los trabajadores, que se hace cargo de la formación
moral de sus miembros –“hasta la muerte”, según se dice-. Se reafirma, al menos esa pareciera ser
la intención, el sistema de representaciones o universo simbólico-cultural, la gestión colectiva que
formará a los futuros trabajadores.
“Hay un proverbio que dice: ‘Las costumbres hacen al hombre’; y otro: ‘El espíritu hace al hombre’, pero
hay un tercero que es el más verdadero y que es: ‘El hogar hace al hombre.’ Porque la educación de la
familia comprende no solamente las costumbres y el espíritu sino también el carácter. Sobre todo es
donde el corazón se abate, los hábitos se forman, la inteligencia se despierta y el carácter se amolda para
el bien o para el mal. De este orijen, sea puro impulso provienen los principios y máximas que gobiernan
a la sociedad. Las leyes mismas no son más que el reflejo de la familia. Los más pequeños fragmentos de
63
Ibidem, “El carácter”, pág. 4.
64
Ibidem, pág. 4.
65
Ibidem, pág. 4.

86
Ximena Cortez G.

opinión sembrados en el espíritu de los niños en la vida privada, se abren paso más tarde en el mundo y
se convierten en opinión pública; porque las naciones se forman de las habitaciones en que se crían los
niños y aquellos que los dirijen pueden ejercer un poder mayor aún, que los que tienen las riendas del
Gobierno.”66

El orador se detiene así en la construcción de la moral de los niños como factor fundamental
para la estabilidad y bienestar de sociedad del futuro. Este constructo descansaría –según lo afirma
el discurso- en un modelo de familia transmisora de todo saber y desde la cual emana y se proyecta
un “contrato social” suficientemente fuerte que crea los equilibrios sociales productores de equidad
social.
Solo nos queda por rescatar de esta idealización del deber ser de la familia las persistencias
históricas que aparecen como representaciones de la vida doméstica formadora permanente del
sujeto social. Interesante visión que, al parecer, redime significados culturales propios de un grupo de
trabajadores que al menos son los metalúrgicos. Todo el discurso tiende, en todo caso, a hacerse cargo
de los hábitos y empeños de dicho colectivo, en una reivindicación de lo interno-propio.
El núcleo de esta postura discursiva descansa en una formación endógena del ser humano; lo
heterónomo queda fuera, en un segundo plano, puesto que las demandas del cuerpo social parecieran
estar satisfechas solo a partir de lo que es capaz de entregar el núcleo familiar. Esta postura pareciera
contradecir las prácticas de la propia sociedad, que requiere precisamente de mayores ámbitos de
educación, sobre todo si pensamos en la realidad de la escolaridad en el Chile de principios del siglo
XX y, por ende, los altos índices de analfabetismo existentes. Pero no es así, puesto que aparecen los
intereses de educación formal en la creación de cursos de especialización por ejemplo:

“I. Se funda bajo los auspicios de la Sociedad Unión de Caldereros, una Escuela de dibujo industrial, la
creación de los cursos de Aritmética, Mecánica y Aljebra elemental.
II. Podrán ser alumnos todo joven o adulto sea mecánico, calderero o empleado, en una palabra todos los
que se interesen por levantar el nivel intelectual obrero.
III. Las cuotas para los asociados será de 3 $ esto es para los que tomen el curso de dibujo Industrial que
corresponde a dos clases semanales, y para los que tomen curso de aritmética se les recargará un peso
más […] los alumnos que tomen los cursos ante dichos tendrán clases tres veces por semana: Martes,
Miércoles y Viernes.
IV. Los alumnos particulares tendrán libertad de pertenecer al curso que crean conveniente. Sus cuotas
serán de $ 4.00 mensuales para los que tomen un solo curso que también corresponde a dos clases
semanales, con un recargo de $ 1.00 pesos para el que tome dos cursos que corresponde a tres clases.
V. Las cuotas serán pagadas anticipadamente, no podrá ningún alumno penetrar a la sala de clases si
después de la primera semana del mes no ha pagado su nuevo mes.
VI. La escuela será dirijida por un profesor para todos los ramos estampados en el horario.

66
Ibidem, pág. 4.

87
Hombres del Metal

VII. El profesor será secundado por una comisión para que preste su ayuda en casos fortuitos y haga
presente a la mesa directiva, la eficiencia y las deficiencias que hayan.
VIII. Los alumnos se costearán sus útiles de estudios, las clases empezarán a las 7. 45 y terminarán a
las 9.15.
IX. Habrá un tesorero especial para recibir las cuotas de los alumnos sean o no asociados. Este tesorero
tendrá que llevar un libro de entradas y salidas y un talonario, estos libros en completo arreglo serán
entregados a la mesa directiva para su revisión.

X. El alumno que faltare el respeto al profesor o condiscípulo será amonestado y se pondrá en conocimiento
de la Institución para los fines del caso.”67

El deseo de contribuir a la formación de las especializaciones que la comunidad de trabajadores


requiere queda de manifiesto en Reglamento de la Escuela de Dibujo. Lo técnico profesional es
abordado como un deber del gremio, a la manera de lo que hoy llamaríamos “la educación popular”, o
de manera más potente aún, podríamos estar frente a lo que Pablo Freire llamará décadas después “la
educación para la democracia”.

El trabajo
La realidad no es tan inevitable como a menudo se nos ocurre; solemos agrupar, clasificar, enmarcar
a las distintas comunidades culturales de manera rígida, en bloque; tenemos la ilusión de que los
sujetos existen y de que somos capaces de nombrarlos tal cual existen. Nos perdemos de la razón de
nuestro trabajo historiográfico, que no es otro que el dar una interpretación de aquellos contextos
sociales que podemos o somos capaces de reconstruir. Lo importante es constatar esta interpretación
a la luz, en este caso, de un discurso escrito por los mismos protagonistas.

“Como obrero poseo una sola mercancía comercial: mi fuerza de trabajo. Yo pretendo el derecho de
vender esta mercancía en iguales condiciones que el capitalista que me da trabajo, el cual vende su
mercancía al más alto precio posible –además siempre en consonancia con los métodos seguidos por mi
empresario- yo formo parte de una asociación la cual establece el precio mínimo por el cual debo vender
mi fuerza de trabajo.”68

Es importante concentrarse en las formas en que el discurso manifiesta su imagen reivindicativa


de los trabajadores. A pesar de los tenaces esfuerzos del esquema social más tradicional por mantener
el statu quo, las voces de los trabajadores, agrupados en sindicatos, se levantan con fuerza para romper
el modelo. La animosidad contra las divisiones sociales rígidas se manifiesta, por ejemplo, en la
confrontación de clases, representada en la lucha por lograr la igualdad de derechos, rompiendo los

67
Ibidem, p. 2.
68
El Metalúrgico, Santiago, Primera Quincena de Junio de 1921, “Por qué hacéis huelgas”.

88
Ximena Cortez G.

límites del aislamiento que cada capitalista ha impuesto en las formas de socialización a partir de la
“mercancía-trabajo”.
Algo les sucede a las formas de pensamiento más tradicionales. La época estudiada –las tres
primeras décadas del siglo XX- se transforma en un tiempo de categorías que ya no reflejan las nuevas
realidades sociales y que, sin embargo, se empeñan en continuar como persistencias de un pasado
anquilosado en sus desigualdades. En tanto que la realidad se ve sometida a permanentes cambios, a
un versátil proceso de simbolizaciones y representaciones.
La contingencia, es decir la posibilidad del cambio social, se vuelve enormemente mayor que en
épocas pasadas, debido a la formación de un imaginario proletario. Es como si hubiésemos alcanzado
un estadio en el que los cambios son, en efecto, posibles; de ahí los movimientos obreros que llevan a las
ya conocidas grandes huelgas. Los sistemas sociales dan forma a sus propias e identitarias formas de
reflexión; no es en bloque, por cierto, puesto que cada individuo se apropia de su diferencia para definir
a una parte o a la otra; por esta razón la transición necesita tiempo, necesita de un futuro predecible
y más que nada buscado y anhelado, como la utopía de las certezas de lo improbable convertido en
posible.
“Es un hecho indiscutible que el proletariado nacional es el pueblo más retrógrado del universo en ideas
libertarias. Los pocos obreros que sustentamos ideas revolucionarias no nos damos cuenta exacta cómo
en pleno siglo de luchas sociales el pueblo obrero de Chile haya soportado tan mansamente, que un
gobierno como el actual que hizo pregonar con muchos bombos y platillos, que llegado para el país las
horas sonadas de ideas libertarias.”69

Este vivir en la contingencia es, a la vez, vivir con posibilidades, en acción, con ideas, en un enfoque
de lo que puede llegar a ser, desde un pasado y presente plagado de inequidades, hacia un futuro que
tiene que llegar a ser. Esto es, podríamos decir, la luz al final del túnel de la contingencia predestinada
que traza en el espacio de la Modernidad la posibilidad de elegir fi nalmente.

“¡Oh! día 1o de Mayo, yo te saludo, fecha grandiosa, día de dolor y de sacrificio, fecha sublime para
el proletariado universal, tu que fuiste testigo mudo del sacrificio de aquellos nobles mártires de la
emancipación universal. ¡Yo! Te saludo con toda la fuerza de mi alma juvenil, Chicago, tierra sangrienta,
cuna de la libertad y del pensamiento, tu que recibiste la fe de los nuevos ideales en el sacrificio de
Parzon. Engel y Fischer, apóstoles de la reivindicación del proletariado universal, ¡salud!
Día 1o de Mayo día, de felicidad para los pobres de la tierra. Yo te espero con la fé del creyente (…)
La hora de la justicia social se acerca para el bien del colectivo del pueblo proletario.

69
El Obrero Metalúrgico, Editado por la “Unión de Caldereros”, Valparaíso, Santiago y Concepción, Prime-
ra Quincena de Mayo, 1919, “Siglo de Libertad”.

89
Hombres del Metal

¡Oh! sol de Mayo, astro grandioso yo te saludo y ante ti descubro un cerco para que ilumines mi cerebro
quiero mujir mi espíritu desfallecido con el calor de las nuevas ideas libertarias.” (L. A. M., Mejillones
20 de marzo de 1919)70

El proletariado llegó a ser lo que fue porque marchó obsesivamente hacia delante, porque nunca
se conformó con avanzar lo suficiente e incrementó sus ambiciones y retos, porque sus retos fueron
encarnizados y sus ambiciones frustradas. Todo ello lleva inscrito en su accionar la trasgresión.

La iglesia
“Al recorrer la ciudad de un extremo á otro, se reconoce evidentemente que esta ciudad parece ser la
sucursal de la ‘Ciudad Eterna’.
Las “Casas de Dios” se encuentran casi de cuadra en cuadra. Por los cerros también. En cada uno
‘tenemos’ una capilla que es todo un hervidero de buitres ensotanados. Demás estaría en decir que en
cada iglesia, junto á ella, se encuentra un convento de “Hijas de María”…
Por lo dicho se comprueba la abstinencia que hacen de la carne estos ‘Siervos del Señor’…
Se hace necesaria una fuerte y consistente campaña que resultaría ser toda una obra de bien social:
Barrer con la masa clericanalla, desde el último ‘mocho’ hasta su ‘eminencia’ el Nuncio Apostólico. Se
hace necesaria la campaña de demoler Iglesias y de exterminar explotadores de creencias teologales.” 71

La violencia con que se enfrenta la estructura eclesial en este escrito publicado en 1919 y titulado
Los Infalibles, nos muestra, acaso, la necesidad de romper con las estructuras representantes del dominio
y si bien no es una actitud muy reiterativa, nos parece muy interesante ponerla como muestra de la
tensión entre dos discursos: el proletario, por una parte, intentando dar cuerpo a una nueva forma
de socialización, y la Iglesia, por otra parte, con un discurso cerrado en dogmas que, a primera vista,
parecieran impermeables a cualquier cambio social, sobre todo en el ethos epocal que abordamos.
Sin embargo, esta actitud anticlerical se ve permeada por un reconocimiento social de fuerte
raigambre católica, lo que no contradice posiciones sino más bien las matiza. Al decir de De Shazo:
“La gente de clase obrera en Santiago y Valparaíso parece no haber sido más religiosa que el resto de la sociedad
urbana. Mientras la mujer tomó un papel más activo en la Iglesia, los hombres por lo general evitaban la misa y
los sacramentos, excepto en ocasiones muy especiales.” (De Shazo, 2007; 126).
Respecto de las organizaciones de trabajadores De Shazo reconoce una fuerte postura anticlerical:
“Las organizaciones organizaciones obreras mantuvieron una actitud hostil hacia la Iglesia, a la cual
consideraban un aliado del Partido Conservador y un agente del movimiento antisindicalista. Los sindicatos
anarcosindicalistas, y aquellos influenciados por los socialistas, eran especialmente clamorosos al condenar el

70
El Obrero Metalúrgico, Editado por la “Unión de Caldereros”, Valparaíso, Santiago y Concepción, Prime-
ra Quincena de Mayo, 1919, “Sol de Mayo”.
71
El Obrero Metalúrgico, Editado por la “Unión de Caldereros”, Valparaíso, Santiago y Concepción, Prime-
ra Quincena de Mayo, 1919, “Los Infalibles”.

90
Ximena Cortez G.

efecto ‘opiáceo’ de la religión sobre las masas, aunque existan pocos indicios de que la Iglesia mantenía una
influencia práctica sobre los trabajadores urbanos.” (De Shazo, 2007; 126).
En este contexto, no fue excepcional que los trabajadores se manifestaran con respeto hacia la
Iglesia. Posición que la elite aprovechó para fortalecer, a través de la caridad pública, los nexos con
los obreros. Nuevamente nos tomaremos de De Shazo, quien relata la siguiente anécdota: “En otras
ocasiones, los trabajadores eran incitados a la violencia, debido en parte a sentimientos antirreligiosos. Durante
la Semana Santa de 1905 un sacerdote de Santiago que había sido recientemente expulsado por tratar de
interpretar las enseñanzas de la Iglesia de una manera ‘popular’, convenció a una multitud de trabajadores de
atacar a una profesión religiosa…” (De Shazo, 2007; 126).
En esto radica acaso el problema de la ambivalencia hija de la modernidad- en que es promesa de
un límite históricamente creado y, al mismo tiempo, es amenaza al nuevo límite que se crea, promesa
y amenaza van juntas. Aparece también el significado de herejía, en su acepción más profunda, que
simboliza elegir, y es que para el sujeto moderno la herejía deviene en una necesidad, la modernidad
crea una nueva necesidad: podríamos decir que es precisamente la de poder elegir. La modernidad,
entonces, asume una universalización de la herejía, es decir, de la capacidad de elegir, puesto que la
elección no es sino un “nuevo destino”.

La ambivalencia del autocontrol


“Las últimas huelgas sostenidas por esta Unión, han venido a demostrarnos palmariamente lo defectuoso
de nuestros medios de lucha y lo ineficaz de nuestro método para organizar y sostener la resistencia.
Hasta hace poco, nuestras luchas parciales fueron de corta duración y no hubo necesidad de recurrir a
medios extremos para ayudar pecuniariamente a los huelguistas.
Una cuota extraordinaria de medio día de jornal ayudó a triunfar en tres ocasiones a grupos de cerca de
ochenta personas, después de un paro de quince días más o menos.
Pero aquí viene lo interesante, el último movimiento nos está demostrando que no siempre se puede
contar con la caja de resistencia distribuida en los bolsillos de los socios que laboran.
Estos aportan con entusiasmo su ayuda material la primera semana con la esperanza de que el
movimiento ha de terminar; pero a la segunda ese entusiasmo traducido en dinero disminuye por lo
menos en un cincuenta por ciento y a la tercera en un setentaicinco.
Lo cual quiere decir que dada nuestra escasa capacidad para hacernos cargo de lo que vale la solidaridad
en caso de lucha, no debemos seguir ese camino sino buscar otro más en consonancia con nuestra
comprensión societaria.
No somos partidarios de los subsidios en dinero –sino salvo excepciones muy justificadas- pues dado
nuestro temperamento vicioso hemos visto el uso que la mayor parte hace del dinero. En vez de correr
al hogar a cubrir alguna necesidad urgente ese dinero va a parar, en la mayor parte de los casos, sobre el
mostrador de alguna taberna. Es doloroso tener que constatar esto, pero es la verdad.

91
Hombres del Metal

Para impedir estos abusos creemos que los subsidios deberían ser repartidos en especies en relación
a las necesidades de cada cual, y aquí lanzamos la idea de fundar una cooperativa de consumos por
acciones colocadas únicamente entre los obreros asociados. Cualquiera que tenga una idea de lo que es
una cooperativa y de los servicios que puede prestarnos en casos de lucha no podrá menos que acoger esta
idea con el entusiasmo que ella merece.
En el próximo número continuaremos tratando este tema y expondremos algunos ejemplos convincentes
que demuestran la eficacia de las cooperativas como arma de lucha contra el capital.”72

En el espacio de la cotidianeidad es donde eventualmente mejor se ponen de manifiesto las


problemáticas que son transversales a las divisiones sociales, desconfianzas, reconocimiento de haceres
que no son agradables, puesto que el individuo y su comportamiento aparecen rompiendo las barreras
y transgrediendo los límites de su propia comunidad. Especular con las hibridaciones “moralistas”
sería una manera poco sana de confrontar lo inevitable de la ambivalencia como característica de
representación social moderna.
La diversidad es el desmoronamiento de fronteras culturales, entre lo físico y lo simbólico, y es ahí
justamente donde se anida la promesa de los cambios sociales, en el reconocimiento de su ser diverso,
excluido y sin embargo incluido una y otra vez –casi a su pesar, podríamos decir- en el devenir de un
proyecto de futuro más promisorio.
“El licor es uno de los más formidable de los factores para arrastrar al ser humano hacia la
desvergüenza.
Por él se cometen grandes crímenes, se dejeneran tanto los hombres como las mujeres y aun los niños
cuando no se les pone remedio a su debido tiempo.”73

Ciertamente era una realidad común a los trabajadores y sus núcleos familiares el tener como
entretención el consumo excesivo de bebidas alcohólicas: incluso y a pesar del discurso; se bebía en las
mismas reuniones sindicales. Siempre había razones para beber en exceso, por ejemplo De Shazo nos
muestra cómo se celebraban las fiestas patrias: “…para el 18 de septiembre (celebrado en ese tiempo desde
el 17 al 21 o más), las calles se llenaban de borrachos tambaleantes. Las mujeres e, incluso, los niños, se reunían
con el grupo en muchos bares, a pesar que la ley prohibía la presencia de menores en los lugares donde se servía
alcohol.” (De Shazo, 2007; 130)
En fin, el problema era reconocido por todos como una factor de debilitamiento de la “moral
trabajadora”, y a pesar de ello nada se pudo hacer; ni la legislación, ni las publicaciones –como vimos
en la cita- tuvieron un efecto favorable para disminuir a lo menos la alta tasa de alcoholismo que formó
parte de la realidad de todos los trabajadores, agrupados o no, en las primeras tres décadas del siglo
XX.
En este sentido, a fin de separar lo normal de lo desviado en los comportamientos, las zonas
toleradas de las vedadas, de las acciones adecuadas e inadecuadas, la sociedad se hace cargo de un

72
El Metalúrgico, Segunda Quincena de Junio de 1921, Portada,“Preparémonos”.
73
Ibidem, “El Licor”, portada.

92
Ximena Cortez G.

universo simbólico más bien sectario, tanto en su adaptación liberal, fascista o socialista, donde lo
punitivo forma parte de sus respectivos constructos ideológico-políticos. El rechazo a la promiscuidad
y a los vicios modela categorizaciones que sirven para señalar en todo tiempo a quienes “rompen” los
límites del modelo clasificatorio, y que, por lo tanto, transgreden, las fronteras de dicho modelo.
“Mientras llega el momento de señalar con más detalles a ciertos compañeros del gremio que ocupan en
algunas fábricas puestos un poco superiores al de simples operarios, y que valiéndose de la autoridad
de esos puestos les dan sobre compañeros pobres de espíritu, nos limitaremos por ahora a apuntar los
hechos para luego poner en la picota a los autores.
Hay en algunos establecimientos de nuestro ramo ciertos maestros mayores y maestros simplemente
que no contentos con ayudar a explotar en el trabajo a sus compañeros todavía los explotan con las
tabernas clandestinas que establecen en sus casas.
Con el pretexto de dar pensión unos, y con el de vender comestibles, otros, vacían los bolsillos y hunden
en el vicio a aquellos que justamente deberían guiar por el buen camino.
Como lo hemos dicho, en la esperanza de que los aludidos trataran de enmendarse, hoy callamos el
nombre; pero de seguir nos veremos obligados a sacarlos a luz con pelos y señales para que la parte
consciente de los obreros los juzguen como merecen.”74

Aquí, a su vez, radica el dilema de extraer aquello que más nos molesta para dejar limpio el campo
de nuestras representaciones –el hogar obrero y sus necesidades, por ejemplo, como modelo, ya visto,
de formación y sacralidad laica-. La otra opción es permanecer dentro de la imagen autocomplaciente
que destaca un imaginario dogmático, acrítico del trabajador, el escrito citado –desde la portada
del periódico obrero- da cuenta de cómo se asume una problemática concreta: el alcoholismo de los
obreros, y propone soluciones al respecto.
Soluciones que si bien no llegaron a dar resultados en cuanto a la baja del consumo de licor, sí dan
cuenta de la claridad con que se miraba el alcoholismo como un problema social y estigmatizante por
las demás clases sociales.
“Hay un tema que las clases burguesas y dirigentes han gastado a fuerza de manosearlo; pero que a pesar
de todo continua manejando como argumento de fuerza cada vez que pretenden oponerse a la marcha de
la clase obrera organizada, camino de su emancipación.
Para estos buenos señores no existe un solo movimiento obrero que teniendo como punto inicial la
conciencia colectiva obedezca a la necesidad de mejorar una situación de todo punto mala para ellos,
los obreros de esta tierra se encuentran en el mejor de los mundos y todas sus manifestaciones de
descontento, traducidas en huelgas y protestas son solo obra de sugestión producida sobre las masas por
agitadores de profesión.
¡Agitadores de profesión! Alguien ha dicho que el hombre posee en alto grado las cualidades del mono y
del loro. Del mono por la inclinación a imitar los actos agenos, sean buenos o malos; y del loro, por repetir,
venga o no al caso, lo que oye de otros.

74
El Metalúrgico, Santiago, Primera Quincena de Junio de 1921, “A los que les venga”, en portada.

93
Hombres del Metal

Los representantes del pueblo en ambas Cámaras confirman de un modo que no deja lugar a dudas, que
el hombre, a pesar de haber perdido mucho de su animalidad primitiva, continúa en posesión de estas
facultades. Por eso hoy repiten, sin cambiar de todo lo que alguna vez oyeron es obra de los agitadores
de profesión. Bien, demos por aceptado que tales PROFESIONALES existan –a pesar que no conocemos
ninguno- la obra que realizan ¿es buena o mala?
Sea cualquiera el fin que persigan estamos convencidos que la acción que desarrollan es beneficiosa a la
clase obrera. Su activa propaganda tiene la virtud de mantener en actividad la conciencia proletaria,
impidiendo que la inercia adormezca las energías vitales tan necesarias para las luchas en pro del
mejoramiento económico.
Así, pues, a pesar de las protestas de algún Senador que bien pudiera figurar en algún museo de
antiguallas, nosotros seguiremos tomando de los agitadores todo aquello que convenga a nuestros
intereses. (ORTSAC.)”75

Para establecer la secuencia completa, se hace necesario el análisis, por cuanto el concepto de
representación en el razonamiento histórico involucra emprender un largo camino al significado
de connotaciones ontológicas de lo que las ideas representan. Esta categoría cognoscitiva permite
profundizar en las relaciones entre la razón, el pensamiento, la realidad y el tipo de representaciones
que se asoman de ambos polos sociales.
Trabajadores y patrones, enfrentados desde las trincheras de sus acciones, y también, por cierto,
desde su carga representacional, que es histórica y cultural. Posiciones que son multiseculares y que,
instaladas en un contexto epocal, con las características propias de principios del siglo XX, provocan
un choque en el cual se desvanecen las fronteras y la ambivalencia pasa a formar parte de la coyuntura.
¿Existen agitadores profesionales? La respuesta a esto es ¿existe la pauperización del proletariado?
Ambas preguntas se validan mutuamente, sobre todo en los nexos que se generan entre una sociedad
instituida y una sociedad instituyente, esto es, la conexión que relaciona selectivamente la práctica
social entre la zona de costumbre del pasado y el espacio de posibilidades del futuro, enunciando
planos de significados socialmente plausibles.
“FERNANDO RODRÍGUEZ, (a) el pata podría. Herrero, de cuarenta años, casado, inscrito bajo No
525 de nuestros registros.
PEDRO CALDERA, (a) el trompa de chancho. Cerrajero, de 39 años, casado, inscrito con el número 52.
RAFAEL MUÑOZ, (a) el peruano. Cortinero de 30 años, casado, inscrito con el nombre 514.
RAMÓN ARRIOLA, (a) el boca de buzón. Oficial de Mecánico, soltero de 19 años, con el número 651
de nuestros registros.
CARLOS ÚBEDA, (a) el mendigo. Cortinero, soltero de 18 años, número 522.
ARMANDO RAMIREZ, (a) el pije. Oficial cerrajero de 18 años, número 635.
FLORENCIO ALCALDE, (a) el mano muerta. No asociado.

75
El Metalúrgico, Segunda Quincena de Junio de 1921,“AGITADORES”

94
Ximena Cortez G.

Como pueden ver los compañeros, los ejemplares expuestos son algo numerosos en relación al número de
huelguistas pues estos no pasan de setentaicinco, estarán seguros de trabajar siempre con Rovinovitch?
Quien sabe. Después de cometida la traición el traidor no es necesario y es mirado con asco hasta por el
propio industrial.”76

La memoria es un constructo histórico. Aquí se guardan nombres en un escrito que llega hasta
nuestros días y nosotros nos preguntamos por ellos, cómo serían, qué les pasó tras el término de la
huelga. En fin, la historia puede ser interpretada como el gran “Juicio” del mundo, pero no lo es y menos
desde la perspectiva de las representaciones sociales; lo que muestra es la crisis. La cita, al exponer
los nombres de los rompe huelgas –es lo más probable-, parece exigir una justicia particularizada en
esa “lista de traidores”. Así se adopta teleológicamente una postura propia de la vivencia de una crisis
–la huelga, en este caso-, lo que perfectamente puede imprimir un proceso único y acelerador, en el
que el colectivo se ve cruzado por confl ictos, para finalmente, una vez pasada la crisis, retomar el
camino desde una nueva situación. Hay que tener presente que cada pequeño o gran proceso ostenta
su propio trance que enfoca su quehacer hacia el futuro. En este sentido, dejar asentados los nombres
de quienes con sus acciones interfirieron en esta proyección se convierte en una manera de conjurar los
peligros que podrían evitar el triunfo último, tras el cual la historia aparecerá de forma absolutamente
distinta.
Los principales confl ictos sindicales de las primeras tres décadas del siglo XX, y los componentes
simbólico-discursivos que acompañaron estas coyunturas confl ictivas, se agrupaban bajo la idea de la
reestructuración social de los sectores proletarios. El universo discursivo representacional, entonces,
adquiere un carácter de lucha y movilización. Visiones auto-identitarias que formaron parte del
discurso contestatario.
El elemento central que aparece en los escritos de los periódicos de los obreros metalúrgicos es la
reivindicación proletaria en un ámbito de democracia real; no obstante, la representación que hacen
de este nuevo orden social presenta cierto grado de disimilitudes. Aun así, logran construir su auto-
representación frente a la elite ostentadora del poder, decantando un proceso de formación de un
imaginario colectivo acerca de un sujeto socio-político popular.
“Estos lunares de nuestro gremio no se contentan con no asociarse, sino que propalan contra la
organización cuanta especie les sugiere su estrecho criterio. Incapaces de sostener una discusión en el
terreno de lógica recurren a menudo al manoseado estribillo del despilfarro de los fondos sociales por
los dirigentes.
Ellos que jamás han pagado una cuota ni han contribuido a mejorar la situación del trabajo que gozan,
se abrogan el derecho de criticar por lo bajo aquello que ignoran.
El argumento de fuerza de algunos de estos tartufos, verdaderos turiferarios de la clase patronal es
que con el jornal que ganan y con el que aporta la compañera, que también trabaja, están a cubierto
contra todas las necesidades de la vida presentes y futuras. Para ellos el apoyo de sus demás compañeros
vale nada ante una sonrisa del amo o una palmada cariñosa del jefe. Estos entes, verdadera polilla
de las organizaciones, deben ser inutilizados y los compañeros organizados deben hacerles sentir su

76
El Metalúrgico, Segunda Quincena de Junio de 1921,“GALERÍA DE TRAIDORES”.

95
Hombres del Metal

desprecio en toda ocasión, pues son estos refractarios más peligrosos que los carneros porque dentro
de los establecimientos hacen el papel de espías. En próximo número señalaremos a algunos. (C.
NAPISNO)”77
Queda en evidencia la necesidad de la organización de los trabajadores metalúrgicos, de incorporar
en su orgánica a todos los obreros, esto idealmente por cierto. Lo interesante es cómo generan una
representación de aquellos que no actúan como “debieran” para ser considerados miembros dignos
del grupo.
Aparecen las insistencias ideológicas capaces de construir una hegemonía, gracias a su capacidad
para crear espacios simbólicos que reclaman su representatividad, a través de un imaginario de
destinos compartidos.
“Es inútil que los obreros solos, aislados, piensen en mejorar sus condiciones actuales de vida y trabajo,
porque toda reclamación individual no será jamás atendida por aquellos que ven en el obrero una
máquina que sirve únicamente para producir en su beneficio mucho oro para repletar las arcas, oro que
ha de servir para comprar placeres, comodidades que jamás lograremos los trabajadores si seguimos
sordos al llamado de nuestras organizaciones.
En los establecimientos de nuestro ramo donde la organización no ha logrado penetrar aun tenemos un
ejemplo palpable de la explotación sin freno de que se hace víctima a los obreros, y éstos que se niegan a
venir a nuestro lado sufren con paciencia el capricho del amo despótico y las imposiciones del capataz.
Todo lo contrario pasaría si acudiesen a nuestras filas, entonces la asociación los defendería por medio
de esa fuerza que forma la unión de todos. Y en qué consiste la fuerza de la organización? En la unión
férrea de sus componentes, en el apoyo mutuo que dispensan los unos a los otros y en la disciplina que
capacita y encausa la acción colectiva.
Hay necesidad, entonces, compañeros, de correr presurosos a la organización, donde encontraremos
los medios para conquistar mejores días para nosotros, nuestras esposas e hijos. Sacudamos la inercia,
rompamos la indiferencia y aportemos el grano de arena de nuestra actividad para engrandecer nuestro
edificio social, que dentro de él seremos invulnerables para el capitalismo absorvente, pues por eso hemos
escrito en su frontispicio: Uno para todos y todos para uno. (FRANCISCO PIÑA A.)”78

Con la apertura de un nuevo horizonte de expectativas, enmarcado en el progreso social


reivindicativo, se pretende acelerar las secuencias históricas de los acontecimientos, estableciendo
aquí otra circunstancia del compromiso social, en la ampliación de los derechos económicos, políticos,
sociales.

¿Cerrando el círculo?
En la Modernidad, al decir de Habermas, “el presente se concibe como una transición hacia lo nuevo
y vive en la conciencia de la aceleración de los acontecimientos históricos y en la esperanza de que el futuro

77
El Metalúrgico, Segunda Quincena de Junio de 1921,“REFRACTARIOS”.
78
El Metalúrgico, Segunda Quincena de Julio de 1921,“CONVENZÁMONOS”.

96
Ximena Cortez G.

será distinto” (Habermas, 1929). Esto es, precisamente, lo que nos interesa mostrar, a manera de
autorrepresentaciónes holísticas de la sociedad que se apropian del discurso obrero metalúrgico.
Según Clifford Geertz, se hace indispensable, a la hora de pensar en lo cultural, poseer una
sintonización de las acciones humanas, que se refiere a formas simbólicas que imbriquen de una manera
integradora la experiencia humana. En todos los casos, un imaginario social central intenta configurar
las formas identitarias del grupo, entregando a las personas una visión compuesta de significados, por
medio de los cuales el individuo encuentra las respuestas buscadas para su seguridad.
“Magnífico ejemplo nos están dando algunos compañeros de cómo se puede vivir de la explotación
capitalista. Así tenemos al compañero Santibáñez, antiguo operario de C. Mina, Soto del taller Guillen,
los hermanos Antonio y Ángel Sartori que no aceptaron el proceder que el hermano mayor emplea en el
establecimiento de donde es jefe. Y los más recientes que son miembros entusiastas de nuestra Asociación
Oscar Vergara, Guillermo Valencia y J. Gutiérrez, quienes se han establecido con un taller rotulado ‘Los
tres piedras azules’. No se asombren compañeros por el nombre del establecimiento que así como el
hábito no hace al monje, el nombre del establecimiento no va a hacer de ellos tres nuevos tiranos y serán
los únicos patrones que no olviden lo que han sido, que no llegaran a la oficina de donde sacan trabajos
con las manos enguantadas y que cuando se encuentran en la calle con un metalúrgico lo saludan con
un aire de protección como podría hacerlo un Mina o un Torreti. Deseamos a los nuevos industriales
prosperidad y buena memoria para acordarse de la Asociación que siempre continua contándolo entre
los suyos. (M. R.)”79

La representación fortalece al símbolo como portador de sentido. El mundo se invierte y el


trabajador, convertido en industrial, se transforma en una ambivalencia plausible, “trabajador-patrón”
y “patrón-obrero”. Así encontrará –es el deseo manifestado en el periódico- su mundo autorreferencial,
aunque sea dicotómico. La seguridad ontológica del ser humano reseña una confianza hacia la
continuidad de nuestra identidad, sustentada en nuestro entorno social, esto es, los individuos que
comparten experiencias vitales tienden a ordenar esa relación de acuerdo a un mundo de personas y
objetos, que no son otra cosa que símbolos de cultura compartida.
La legitimación del quehacer proletario no viene dada desde las jerarquías del poder, las
representaciones tradicionales, sino de la pertinencia paritaria al adueñarse del mercado. Las formas
de socialización se formalizan a través del mercado laboral. La utopía de la sociedad proletarizada se
ha cumplido en estos trabajadores que han logrado traspasar las fronteras del capitalismo, y lo que se
espera de ellos es que no se marginen de su mundo de representaciones muy “trabajado”.

A manera de reflexión
No podemos cerrar sin advertir, lo reconocemos, que este estudio constituye un ejercicio un primer
ejercicio de reconocimiento de la enorme diversidad social que abordamos cuando nos referimos al
mundo de representaciones de los trabajadores metalúrgicos.

79
El Metalúrgico, Segunda Quincena de Julio de 1921,“TRIBUNA LIBRE, Nuevos Industriales”.

97
Hombres del Metal

Las fuentes usadas en esta investigación dejan ver cómo toda comunidad humana no constituye
una unidad homogénea en todos sus aspectos, sino al contrario, la diversidad es la distinción. Con todo,
una diversidad que incluye mucho más de lo que excluye: por ejemplo, las publicaciones metalúrgicas
muestran que se incluyen al movimiento obrero en general en muchas de sus problemáticas: visión
ideológica, acciones de huelgas, etc. En tanto, se diferencian, principalmente por constituirse como
un sector de trabajadores calificados, asunto no menor a la hora de considerar las remuneraciones y la
estabilidad laboral. Junto con los ferroviarios -si es que cabe tal distinción, puesto que los metalúrgicos
también formaban parte de ciertas faenas de ferrocarriles- acaso constituían lo que algunos autores
han denominado la “aristocracia obrera” chilena de las primeras décadas del siglo XX.
Fuera de estos aspectos, dejamos abierto el debate acerca de la historicidad del mundo de
representaciones en un contexto epocal riquísimo en diversidad, en que que los obreros metalúrgicos
se destacaron por aportar sus propias visiones de un modo tan prístino que se hace imposible forzar
su discurso.

Referencias bibliográficas

Fuentes primarias

Prensa
El Calderero, Valparaíso, domingo 3 de febrero de 1918, año 1, No 1.
El Metalúrgico, Santiago, primera quincena de junio de 1921, año 1, No 1.
El Obrero Metalúrgico, editado por la Unión de Caldereros, Valparaíso, Santiago y Concepción, primera
quincena de mayo, 1919.
El Obrero Metalúrgico, Valparaíso, 1919, año 1, No1.

Fuentes secundarias
Burke, P. (2006). ¿Qué es la historia cultural?. Barcelona: Ediciones Paidós.
Chartier, R. (1999). Cultura escrita, literatura e historia: coacciones transgredidas y libertades restringidas.
Conversaciones de Roger Chartier con Carlos Aguirre Araya… [et al]. México: Fondo de Cultura
Económica.
Chartier, P. (1999). El mundo como representación: estudios sobre la historia cultural. Barcelona: Gedisa.
De Shazo, P. (2007). Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile, 1902-1927. Santiago de Chile: DIBAM.
Centro de Investigaciones Barros Arana.
Durkheim, E. (1963). Sobre algunas formas primitivas de clasificación. En E. Durkheim, Primitive
Classification. Chicago: University of Chicago Press.

98
Ximena Cortez G.

Foucault, M. (2002). El orden del discurso. Barcelona: Tusquest Editores.


Geertz, C. (2005). La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.
Habermas, J. (2000). Ensayos políticos. Madrid: Ediciones Península.
Hutchison, E. (1993). El feminismo en el movimiento chileno: la emancipación de la mujer en la prensa obrera
feminista. 1905-1908. Santiago de Chile: FLACSO.
Hutchison, E. (2006). Labores propias de su sexo: género, políticas en Chile urbano 1900-1930. Santiago de
Chile: LOM Ediciones.
Levi, G. (1999). Sobre Microhistoria. En P. Burke, Formas de hacer historia (pp. 119-143). Madrid:
Alianza Editorial.

99
PARTE III
TRABAJADORES DE FERROCARRILES DEL ESTADO
CAPÍTULO 4
EVOLUCIÓN DE LOS SALARIOS REALES DE LOS TRABAJADORES DE LA
EMPRESA DE FERROCARRILES DEL ESTADO, 19051930 80
Sergio Garrido Trazar*

A Margarita

Resumen
Con el objeto de aportar al conocimiento de los niveles de vida, este artículo examina la
evolución de los salarios reales de los trabajadores de EFE entre 1905-1930. En la primera
y segunda parte se describen las fuentes empleadas, sus principales características y
la metodología utilizada, señalando los principales dilemas afrontados. El tercer paso
corresponde a los resultados de la transformación de los salarios nominales en reales.
Finalmente, se establecen las conclusiones y se plantea que los salarios reales -de los
operarios de Tracción y Maestranzas- experimentaron un fuerte incremento entre
1905-1914, seguido por un brusco movimiento descendente durante 1914-1920 y
fi nalizaron con una recuperación real entre 1920-1930.

Introducción
El estudio de los niveles de vida se ha convertido en un campo fecundo para la investigación y el
debate historiográfico en general. El mejor ejemplo de ello lo constituye la intensa disputa en torno al
bienestar de la clase obrera británica durante la Revolución Industrial. Esta discusión posee muchas
aristas, siendo una de las más sobresalientes aquella centrada en los elementos de medición. Si bien
no existe un indicador exclusivo, que sintetice las múltiples dimensiones del bienestar, esto no es
obstáculo para realizar estimaciones ni motivo para abandonar aquellos instrumentos que contribuyen
a una aproximación integral del nivel de vida.
El salario real aparece como una variable de innegable utilidad, concretamente como indicador de la
condición material, en este caso, de trabajadores asalariados. El salario real es un elemento básico para
corroborar o matizar apreciaciones respecto a las alzas o caídas del poder adquisitivo. Por ejemplo, un
descenso de los salarios reales a causa de un fuerte incremento de los precios impacta negativamente
sobre el consumo básico de una familia. Su capacidad de gasto (expresada en bienes y servicios) se
deteriora, lo que indudablemente se traduce en un empeoramiento del nivel de vida.

80
El autor agradece los comentarios realizados por Mauricio Folchi y Mario Matus, que enriquecieron ampliamente
este artículo.
* Licenciado en Historia U. de Chile. Escuela de Cs. Políticas U. Arcis. garrido.sergio@gmail.com.

103
Hombres del Metal

Si bien la elaboración e interpretación de series salariales no han escapado de polémicas ni críticas 81,
el empleo de este indicador permite eludir juicios de valor basados en información no representativa y
posibilita el establecimiento de comparaciones, convirtiéndose en una referencia insustituible.
En este artículo abordamos el tema desde la perspectiva de los ingresos, a través de la construcción
y análisis de las series salariales de los trabajadores de Ferrocarriles del Estado. La hipótesis central
de la investigación señala que los trabajadores de la sección Tracción y Maestranza -de la Red Central
Sur- habrían vivido episodios de bienestar y otros de deterioro de su nivel adquisitivo, a partir de
movimientos ascendentes y fuertes caídas de sus salarios reales durante el período 1905-1930.
Nuestro propósito –ponderando los elementos citados- es contribuir al debate sobre los niveles
de vida, a partir de un sector específico de los obreros chilenos, partiendo de uno de los aspectos
mensurables y desde una parte de los ingresos efectivos percibidos por los trabajadores82. Para ello,
se requiere disponer de series de salarios nominales y de un defl actor que permita convertirlos en
salarios reales.

Fuentes
Para analizar la evolución de los salarios de los trabajadores de ferrocarriles se han utilizado dos
fuentes centrales: las Memorias de Ferrocarriles del Estado y el Archivo de la Oficina del Trabajo.
Aunque no siempre resultaron fáciles de manejar, ambos fondos son un soporte documental
insustituible, pues poseen ventajas que los transforman en el núcleo de este tipo de investigación:
su regularidad –que permitió cubrir por completo el período analizado-, la presentación de datos
complementarios que pudieron ser empalmados y la riqueza de su contenido.
Por lo demás, estas fuentes no solo pueden ser utilizadas para la construcción de las series que
serán descritas, sino además podrían ser útiles para el estudio de otros indicadores.

Características de las Memorias de los Ferrocarriles del Estado


Las Memorias de Ferrocarriles del Estado (MFE) fueron una serie de informes emitidos por la
Empresa de Ferrocarriles para las autoridades gubernamentales, a modo de rendición anual de
cuentas. Es una fuente proveniente de una entidad oficial que tiene por fecha de inicio 1884, año en
que se fundó de la Empresa de los Ferrocarriles del Estado (EFE). Su objetivo principal fue informar
81
Consideramos que los salarios son una herramienta de análisis muy valiosa, en especial allí donde el trabajo asala-
riado domina. Sin embargo no es la única variable y, en ciertas circunstancias, ni siquiera es central para determinar
el bienestar. Por ejemplo, en regiones donde predomina el trabajo agrícola, muchas de las prestaciones no fueron
remuneradas en dinero sino en comida, alojamiento, etc. También es importante destacar que el salario real es un
indicador que no siempre considera elementos como: la calidad de los bienes y servicios consumidos, la intensidad del
trabajo realizado, entre otros factores.
82
Es conveniente mencionar que los salarios corresponden a una parte de los ingresos totales percibidos por un hogar
obrero. En general, frente a la incapacidad del salario del jefe familiar para sostener integralmente el consumo domés-
tico, el aporte realizado por las mujeres y por los niños adquiría gran importancia. De este modo, la evolución del sala-
rio real, si bien es clave, no determina de manera mecánica las mejoras o caídas del bienestar general de una familia.

104
Sergio Garrido T.

sobre la situación económica, financiera y laboral de la empresa, en primera instancia al Ministro del
Interior y, posteriormente, al Ministro de Industria y Obras Públicas, encargado de la supervigilancia
de la empresa (Guajardo, 1988).
Las MFE son una fuente excepcionalmente rica en información cualitativa y cuantitativa, siendo
de vital importancia para estudiar el desarrollo de la empresa y sus trabajadores. En ellas se encuentra
material detallado sobre política ferroviaria, leyes y decretos de transportes, análisis técnicos, informes
generales respecto a la marcha de la empresa, accidentes del trabajo, huelgas, multas, descuentos
salariales, etc. Asimismo, la información disponible para ser utilizada estadísticamente cubre aspectos
como: movimiento de pasajeros y cargas, sistema de tarifas, longitud de la vía, adquisición de equipos
e insumos, balances de la empresa, número de trabajadores, salarios del personal, entre otras. Quizás
el mayor inconveniente son los cambios de formato, que afectan principalmente a la homogeneidad
estadística de la información de tipo cuantitativo.
Los datos reunidos corresponden al total de jornales pagados anualmente y al número total de
trabajadores de las 3 secciones de EFE (Tracción y Maestranza, Vía-Obras y Transportes), junto a la
masa salarial y el número de trabajadores a jornal pertenecientes a la Red Sur83 . Así, el jornal diario
anual fue deducido, siendo el cociente entre las dos primeras cifras.

Características del fondo documental de la Oficina del Trabajo


La segunda fuente utilizada fue el fondo de la Oficina del Trabajo (ODT), institución gubernamental
que surgió con el propósito de recolectar información sobre las condiciones laborales y sociales de los
trabajadores chilenos. Junto con las primeras movilizaciones obreras, la ODT se constituyó como un
referente importante para el diagnóstico de la situación, siendo sus informes de gran utilidad a la
hora de analizar la “Cuestión Social”. Los volúmenes de este fondo comienzan a ser sistematizados
desde el año 1906 hasta el año 1931, fecha en que en se publicó el primer Código del Trabajo y se creó
la Inspección del Trabajo. Por lo tanto, la información existente en ella considera temáticas como:
huelgas, precios de los artículos de primera necesidad y de habitaciones obreras, documentación
sobre accidentes laborales, numerosas monografías y comunicaciones remitidas a intendentes y
gobernadores, además de salarios.
Los volúmenes del archivo de la ODT son una fuente vital para el estudio de los niveles de vida
y la evolución de los salarios obreros, en tanto reúnen gran cantidad de documentación cualitativa
y cuantitativa. De ahí que la escasa atención hasta ahora brindada a estos documentos sea al menos
llamativa 84 .
La disponibilidad de datos homogéneos representa una enorme garantía. Sin embargo, la falta de
una catalogación adecuada, cobertura territorial y la discontinuidad de información en ciertos temas
podrían impedir un uso eficiente de ellos “Estos datos, a pesar de que uno de los objetivos de la institución
83
El promedio general incluye a los operarios de las 3 secciones mencionadas, junto a los obreros a jornal de la Admi-
nistración Central, Seccionales y Contabilidad de la Red Central Sur (RCS).
84
Una de las excepciones la constituye Peter De Shazo (De Shazo, 2007), quien se ha basado en este Archivo y en los
boletines periódicos que la ODT emitía.

105
Hombres del Metal

era la creación de una estadística del trabajo, no es posible rastrearlos en forma anual para todo el territorio
nacional” (Cariola y Sunkel, 1982: 201).
La situación de los salarios ferroviarios compensa algunas de estas deficiencias, pues las cifras
utilizadas parecen sólidas y precisas. Así, contamos con jornales diarios por año, expresados tanto en
pesos corrientes como en pesos constantes de oro de 18 peniques (18 d.), para las 3 secciones y para el
conjunto de trabajadores a jornal pertenecientes a la Red Central Sur entre 1905 y 191785. Son jornales
estandarizados, que no muestran lagunas y cubren un tramo considerable del período estudiado. Su
contenido adquiere valor como fuente complementaria, permitiendo cubrir algunos años vacíos, pero
también fue útil para corroborar y confrontar las cifras.
En resumen, la información recopilada permitió la construcción de 4 series salariales de
trabajadores ferroviarios de la Red Central Sur. La primera corresponde a la sección Tracción y
Maestranzas, serie que se extiende desde 1905 hasta el año 1930. La segunda serie salarial pertenece
al total de los trabajadores a jornal de la RCS y comprende desde 1905 al año 1923. Las últimas dos
series corresponden a las secciones Transportes y Vía-Obras, que cubren hasta el año 1918.
Así, se confeccionaron series con datos fiables que conceden a ambas fuentes una ventaja
incomparable. Son cifras de gran valor, pues además brindaron la posibilidad de establecer
comparaciones entre las variaciones experimentadas por los jornales de las distintas secciones de la
empresa.

Metodología
Los datos obtenidos fueron sometidos a un proceso final, en el cual predominan procedimientos
de estandarización con vista a la construcción de índices de salarios nominales y reales. Dadas las
características de las cifras, no fue necesario resolver grandes dilemas metodológicos.

Homologación de datos y cálculo de promedios anuales


Como fue señalado, la información extraída permitió la elaboración de series de salarios nominales
que, en rigor, corresponden a jornales deducidos de la masa salarial pagada por EFE. La metodología
empleada contempla la división del total de los jornales por el número de operarios y por un promedio
efectivo de jornadas laborales durante el año. La elección de este promedio no fue una decisión
arbitraria, pues siguió el método considerado por la misma Administración de EFE. De este modo,
entre 1905-1909 el denominador común fueron 365 días trabajados, mientras que entre 1909-1930
cambió a 360 días. Si bien se utilizaron denominadores semi-fijos, estos permitieron simplificar los
mecanismos de homologación, haciendo innecesario definir criterios especiales86 .

85
Las series fueron halladas en la Oficina del Trabajo, Fondo Dirección General del trabajo 1907-1931. El tomo lleva
por título “Estudios y Trabajos”. Número 47, p. 93.
86
El procedimiento realizado no presentó mayores problemas; sin embargo, aparecen algunos puntos sensibles que
merecen ser mencionados. Por ejemplo, si bien la cuantificación de los salarios se realizó con el método señalado de
ponderaciones semi-fijas, lo óptimo hubiese sido contar con jornadas laborales efectivas para cada uno de los años. Sin

106
Sergio Garrido T.

Resolución de vacíos existentes


El único vacío existente correspondió al año 1925 de la serie nominal de Tracción y Maestranzas.
Para este caso, se estimó la cifra faltante mediante una interpolación, trasladando la tendencia de
crecimiento obtenida entre los años 1906-1924 de la misma serie87.

Construcción de series temporales, índices y definición de año base


Este último paso demandó establecer un año base de ponderación. El período base es aquel para
el que la media aritmética de los índices anuales se hace igual a 100. Esto quiere decir que los salarios
nominales, expresados ahora en proporciones, se calcularon referidos a un año específico -que equivale
a 100. Se escogió 1913 como el año base de las series, obedeciendo al hecho de que numerosos estudios
lo han considerado como el último año normal antes de la Primera Guerra Mundial. El conjunto de
salarios nominales de la RCS se expresa en el cuadro 8 y en el Gráfico 12.

embargo, las fuentes no proporcionan la información suficiente y en ocasiones los datos exhiben algún rasgo anómalo.
Por ello, vale la pena considerar que la instalación de la legislación laboral, que redujo la cantidad de días trabajados en
1917 (Ley de descanso dominical), supondría rectificar las series nominales al alza. Pues, si bien los salarios pueden
caer o estancarse, esa situación se compensa con la limitación de la jornada y la disminución de los días de trabajo,
que en el caso de los operarios de Tracción y Maestranza merece atención particular, pues “Ya en 1902, los trabajadores
de Maestranzas de Ferrocarriles del Estado en Santiago consiguieron un día completo de paga por medio día de trabajo los
sábados, una meta anhelada desde hacia tiempo por otros sindicatos” (De Shazo, 2007: 71). Finalmente, las precauciones
metodológicas expresadas son propias del debate historiográfico asociado a estos estudios, pues las variaciones en el
denominador escogido pueden ser determinantes sobre el resultado final de los jornales.
87
El método utilizado permitió completar la serie nominal de la sección Tracción y Maestranzas. Como puede apre-
ciarse, el uso de esta técnica se redujo al mínimo, pues reviste un componente arbitrario y muchas veces cuestionable.
No obstante, el empleo de esta herramienta se justifica en tanto se especifique cómo se obtuvo la muestra y mientras
el resultado de la interpolación no sea la base del análisis o las conclusiones (Floud, 1975).

107
Hombres del Metal

Cuadro 8
Serie de jornales nominales EFE, 1905-193088

Jornales nominales F.F.C.C (Red Central Sur), 1905-1930


Sección Tracción y Promedio Operarios Sección Vía y
Años Sección Transporte
Maestranzas Red Sur Obras
1905 2,1 1,6 1,1 1,5
1906 2,6 2,0 1,4 1,9
1907 4,6 3,2 2,5 2,4
1908 6,2 3,7 2,3 2,6
1909 5,2 3,3 1,9 2,7
1910 5,4 3,4 2,1 2,7
1911 5,7 3,7 2,3 3,2
1912 6,1 4,1 2,4 3,4
1913 6,2 4,3 2,5 3,7
1914 7,0 4,7 2,5 4,2
1915 5,5 4,4 3,2 4,1
1916 5,4 4,4 3,1 3,8
1917 6,1 4,6 3,3 3,7
1918 5,8 4,4 2,8 4,0
1919 6,2 4,5
1920 7,4 5,7
1921 9,2 7,2
1922 9,0 7,3
1923 9,7 7,2
1924 10,7
1925 11,7
1926 13,4
1927 13,1
1928 12,8
1929 12,7
1930 15,0

88
Las series fueron elaboradas con las cifras de masa salarial y el número de operarios que aparecen en las Memorias
de Ferrocarriles. La información que corresponde a los años 1906 para la serie Promedio de Operarios de la Red Sur y
1913 para todas las secciones fue recogida desde la ODT. Finalmente el año 1925 de la sección Tracción y Maestranzas
fue interpolado mediante la técnica señalada.

108
Sergio Garrido T.

Presentación de resultados
Durante el período abarcado, las remuneraciones percibidas por los obreros urbanos manifestaron
un alto grado de heterogeneidad. Las diferencias no solo fueron ostensibles entre distintos sectores
u oficios, sino también dentro de un mismo establecimiento, donde el jornal de un obrero calificado
podía ser cinco veces mayor que el salario de un trabajador no calificado (De Shazo, 2007). Siguiendo la
tipología elaborada por De Shazo, los trabajadores urbanos pueden ser agrupados dentro de 4 niveles
salariales89, que confirman las profundas brechas entre los salarios recibidos por los obreros mejor y
peor remunerados.
Las diferencias salariales también existieron dentro de una empresa de la importancia y magnitud
de EFE. La tipificación mencionada clasifica oficios realizados en EFE entre los niveles más altos
y moderados. Por ejemplo, el jornal de un maquinista se encuentra dentro de la categoría mejor
remunerada -más de 13 pesos diarios-. Por nuestra parte, podemos ubicar el jornal promedio de la
sección Tracción y Maestranzas dentro del Grupo II - trabajadores que recibieron pagos moderados.
En contraste, hacia fines del período investigado, aún era posible encontrar oficios remunerados con
jornales de entre 4 y 5 pesos diarios (Brito, 1988), siendo el nivel más bajo de pagos.
Esta evidencia sugiere la necesidad de matizar visiones homogeneizantes sobre las dinámicas
salariales de los obreros.
Gráfico N012
Jornales Nominales FF.CC. 1905 - 1930

89
Los jornales están expresados en moneda de 1925. En el primer nivel encontramos los trabajadores mejor pagados
-más de trece pesos diarios. Entre ellos aparecen: maestro tipógrafo, electricista, fundidor, gásfiter, mecánico, maqui-
nista, etc. En el segundo grupo –de nueve a trece pesos- encontramos a herreros, albañiles, sastres, trabajadores de
rango medio de ferrocarriles, etc. En la tercera categoría –cinco a nueves pesos- se encuentran boleteros y conductores
de tranvía, peones de la construcción, ebanistas de baja jerarquía, etc. Finalmente, el nivel más bajo –menos de cinco
pesos- estuvo formado por lavanderos, planchadores, niños trabajadores en fábricas, trabajadores textiles, etc. (De
Shazo, 2007).

109
Hombres del Metal

Evolución de los salarios nominales ferroviarios


Como señala el gráfico 12, los jornales nominales de los operarios de ferrocarriles manifestaron un
considerable aumento. Sin embargo, esto no fue uniforme en el tiempo, pues prácticamente todas las
secciones mostraron fluctuaciones, mejor identificadas en Tracción y Maestranzas por ser la serie más
amplia. Entre 1915 y 1918 observamos importantes oscilaciones y, en general, los jornales nominales
cayeron significativamente.
En Tracción y Maestranzas los jornales aumentaron 7 veces entre 1905 y 1930 (de $ 2,1 a 15,0) con
una variación promedio del 8,1%. Parte considerable de ese incremento se expresó en el movimiento
entre 1905 ($ 2,1) y 1914 ($ 7,0), que triplicó los jornales a un ritmo del 14%. Posteriormente, se aprecia
un fuerte retroceso que se prolongó hasta el año 1918 ($ 5,8 pesos), con un ritmo de crecimiento que
cayó promediando un –4,3% 90.
Finalmente, desde 1919 ($ 6,2) a 1930 ($ 15,0), los jornales comenzaron un segundo ciclo de
incremento, recuperándose notoriamente y duplicando sus cifras por segunda vez. En esta fase, los
jornales registraron 3 impulsos de diversa magnitud: 1919-1921 (de $ 6,2 a $ 9,2), 1922-1926 (de $ 9,0
a $ 13,4) y de 1927-1930 (de $ 13,1 a $15,0), que se combinaron con pausas moderadas, presentando
una tendencia de crecimiento del 8,2%.

Cuadro 9
Tasa de crecimiento de los jornales de Tracción y Maestranzas
Período %
1905-1914 14,0
1914-1918 -4,3
1918-1930 8,2

90
Esta dinámica descendente discrepa del modelo keynesiano por el que la rigidez hacia la baja -de los salarios no-
minales- impediría su descenso. Es difícil admitir que los trabajadores aceptaron reducciones de sus jornales; sin em-
bargo, hay evidencia que sostiene esto para distintos oficios. Por ejemplo, De Shazo señala que entre 1914-1915,
varios grupos de trabajadores urbanos habrían visto caer sus salarios nominales, entre ellos: ferroviarios, zapateros,
tejedores, ladrilleros, conductores y boleteros de tranvías, fundidores, herreros, etc (De Shazo, 2007). En nuestro caso,
no debemos olvidar que en la determinación de reajustes y reducciones también influyeron las peculiaridades de una
empresa como EFE y el poder de negociación de sus sindicatos. De este modo, en los movimientos nominales puede
identificarse una lógica que contribuye a explicar lo que pareciera ser una anomalía. Por ejemplo, muchas negocia-
ciones y huelgas estuvieron asociadas a las rebajas salariales decretadas por la empresa e identificables en las series
nominales (Memorias EFE, 1914-1915), (De Shazo, 2007) y (Brito, 1988). Probablemente, esto fue combinado con
despidos, que en el caso de FF.CC se aplicaron de forma paulatina. En ciertas coyunturas los trabajadores aceptaron
la reducción de sus jornales, en tanto no se despidiera personal (Sepúlveda, 1955). Si bien no podemos descartar por
completo la posibilidad de un error estadístico -por utilizar salarios deducidos-, creemos que las tendencias descenden-
tes identificadas corresponden en general a la realidad.

110
Sergio Garrido T.

El jornal promedio de la Red Central Sur también exhibió un importante aumento, debido a que es
el producto de las tres secciones de EFE. Entre 1905 ($ 1,6) y 1923 ($ 7,2), sus jornales nominales se
quintuplicaron, mostrando una tasa de crecimiento del 8,8%.
Trayectoria similar siguieron las series nominales de las secciones Transporte y Vía. Los jornales
de Transporte se elevaron significativamente entre 1905 ($ 2,1) y 1914 ($ 4,2), siendo aquel año la
cima de la serie. Los años que cierran el período fueron de caídas suaves, pero consecutivas por 4 años
-desde 1915 ($ 4,1) hasta 1918 ($ 4,0)-, lo que redundó en un crecimiento acumulado del 7,8%.

Cuadro 10
Tasa de crecimiento de los jornales del resto de las secciones

Sección Período %
Promedio Red Central Sur 1905-1923 8,8
Transporte 1905-1918 7,8
Vía y Obras 1905-1918 7,3

Los jornales de la sección Vía fueron los más bajos de los 3 departamentos de la empresa. Al igual
que la serie de Transporte, la tendencia general mostró un incremento significativo combinado con
leves oscilaciones y con una tasa de crecimiento del 7,3%. Destaca el aumento nominal, que fue de
1905 ($ 1,1) a 1907 ($ 2,5), que permitió doblar el jornal de la sección en solo 3 años, siendo también
el movimiento ascendente más violento. A partir de entonces, observamos un crecimiento suave y
estable -1910 ($ 2,1) a 1915 ($ 3,2)- con 1915 como la cima de la serie. Finalmente, hacia 1918 los
jornales de Vía ($ 2,8) volvieron a caer y no recuperaron el nivel mostrado en 1915.

Brechas salariales91
Otra lectura fructífera de los jornales nominales supone la comparación efectiva entre las
secciones hasta el año 1918. El objetivo es apreciar los movimientos de convergencia y divergencia
experimentados, permitiendo distinguir con claridad las brechas a lo largo de las series. Así se
representaron en un gráfico de convergencia, donde los jornales de la sección Tracción y Maestranzas -
los más altos- son equivalentes a 100 para todos los años, mientras que los jornales de Vía y Transporte
se expresan como su proporción.
Como hemos señalado, existieron fuertes disparidades entre los salarios pagados por FF.CC,
siendo los operarios de Tracción y Maestranzas los mejor remunerados. Un primer vistazo del Gráfico
13 muestra una moderada tendencia convergente de los jornales de las secciones de Transporte y Vía
en relación a los de Tracción y Maestranzas.

91
Se excluye la serie promedio operarios de la RCS por no tener mayor valor para el análisis de esta sección.

111
Hombres del Metal

Gráfico N013
Convergencia salarial, 1905 - 1918

Sin embargo, este movimiento también destacó por una fuerte volatilidad, pues no fue uniforme
en el tiempo ni tuvo la misma magnitud en ambos departamentos. Por ejemplo, la convergencia es
más perceptible en los primeros años de las series, donde los jornales de Transporte representaron
tres cuartos del jornal de Tracción y Maestranzas (1906, el índice fue 75), mientras que los jornales
de Vía alcanzaron un poco más de la mitad (1906, el índice fue 55). Posteriormente, observamos
un aparente movimiento de divergencia entre 1907-1914, donde la participación relativa de ambas
secciones decayó, ampliando considerablemente las diferencias. Destacan los fuertes retrocesos en
Transporte durante 1906-1908 (75 - 42) y en Vía entre 1907-1908 (53 – 36). En relación a Tracción
y Maestranzas, los jornales de Transporte cayeron a la mitad, mientras que el jornal de Vía terminó
por representar algo más de un tercio de este. En contraste, el salario de Transporte se recuperó entre
1908-1914 (sustentado en sus propios aumentos salariales), permitiendo la disminución paulatina de
la brecha, mientras que la sección Vía evidenció un claro estancamiento sin modificar su relación con
Tracción y Maestranzas.
Finalmente, el período comprendido entre 1914-1918 se caracterizó por un nuevo movimiento
de convergencia, que en el caso de Transporte no supuso un cambio de tendencia sino de nivel. Así el
jornal de Transporte (1915=75) fue equivalente a tres cuartos del salario de Tracción y Maestranzas.
Conjuntamente, la sección Vía experimentó un fuerte incremento entre 1914-1915 (36 – 59), que
interrumpió el estancamiento del período anterior y que implicó la recuperación de la tendencia
convergente manifestada en los primeros años.
Las diferencias señaladas se refuerzan en el Gráfico 14, donde vuelven a compararse los jornales
de las 3 secciones –ahora en términos absolutos y durante años específicos-. Como se aprecia, en 1905

112
Sergio Garrido T.

el diferencial salarial tendió a ser más igualitario entre Tracción y Maestranzas ($ 2,1) y Transporte ($
1,5) y más desigual respecto a Vía ($ 1,1). El jornal de Tracción y Maestranzas duplica al de Vía desde
el comienzo de la serie.

Gráfico
Gráfi 13
co N014
Jornales com
Jornales parados 33 secciones
comparados seccione

7 Vía y Obras
7,0
6
Pesos Corrientes

5
5,8
Transporte
4
4,2
3 4,0
Tracción y
2 2,5 2,8
Maestranzas
2,1
1 1, 1 1, 5

0
1905 1914 1918

Años

En 1914 el salario de Tracción y Maestranzas alcanza su nivel más alto dentro del período
comparado ($ 7,0), como reflejo de su fuerte aumento y ampliando claramente la brecha salarial
respecto a Transporte ($ 4,2) y Vía ($ 2,5), a pesar de que estas también incrementaron sus jornales
significativamente. El último año de la serie destaca por la reducción de las brechas, a causa de la caída
en Tracción y Maestranzas ($ 5,8) y la estabilidad de los salarios de Transporte ($ 4,0) y Vía ($ 2,8).
Como señala De Shazo, en general las diferencias salariales entre los trabajadores fueron el
resultado de una combinación de factores, donde predominaron elementos como: el grado de
calificación, condiciones del sector, la escasez/abundancia de mano de obra, sexo, edad, fuerza y
efectividad de los sindicatos, etc. (De Shazo. 2007).
En el caso de EFE, subrayamos el papel jugado por las distintas calificaciones de sus trabajadores,
las peculiares condiciones de la empresa y el rol productivo representado por cada sección, además del
nivel de organización de sus sindicatos.
En Vía y Obra encontramos los salarios más bajos de la empresa. Dentro de la misma sección
existieron considerables desigualdades salariales, debido a las distintas categorías de trabajo y
calificaciones. La expansión y mantenimiento de la línea demandó importantes volúmenes de
trabajadores, en general de muy baja calificación y durante cortos períodos de tiempo, lo que limitó
fuertemente sus posibilidades salariales “... en su mayoría eran peones de la vía, no tenían ninguna garantía
de desahucio o jubilación y sus jornales eran bajos a pesar de jornadas de trabajo excesivas” (Brito, 1988: 21).
Las funciones contemplaron oficios como: mayordomos, cabos, peones, guardas en general, etc. Los
primeros fueron, obviamente, los mejor remunerados y los que gozaron de condiciones laborales más

113
Hombres del Metal

favorables, pero fueron un número menor. En cambio, la mayor parte de los obreros no ingresaban a
FF.CC. como trabajadores de planta y podían ser despedidos fácilmente al finalizar las obras92. El uso
intensivo de fuerza laboral poco calificada actuó directamente sobre los bajos salarios en esta sección
“Siempre el salario de Vía y Obras fue mucho más bajo, siendo casi de un 50% menor” (Brito, 1988: 151).
En Transporte (Tráfico y Movimiento) las funciones realizadas fueron aún más heterogéneas y
comprendieron niveles de calificación muy disímiles. En sus labores fueron utilizados empleados,
inspectores, asistentes de trenes, cambiadores, guardas de cruces, colectores de boletos y jornaleros
comunes. Hacia 1929 el personal de la sección estuvo dividido en tres categorías. La primera agrupó
a los empleados a jornal, jefes de estación, auxiliares de estación y pesadores de equipaje, entre otros.
El segundo grupo reunió a los armadores de trenes, cambiadores de primera y segunda clase, además
de palanqueros de patio entre otros oficios. Finalmente, guardias, colectores de boletos, aseadores
y jornaleros comunes fueron agrupados en la última categoría (Brito, 1988). Como se aprecia, la
clasificación establecida precisó de algún criterio de calificación, del cual dependió el salario pagado.
En conclusión, la disparidad de oficios y calificaciones fue determinante en las diferencias salariales
existentes. Las características naturales de la sección obligaron a formar un contingente laboral con
un alto grado de heterogeneidad, mayor que en el resto de los departamentos, y que representó un
nivel intermedio dentro de la estructura ocupacional y salarial de la empresa.
Finalmente, en Tracción y Maestranzas, el capital fue utilizado de forma intensiva, frente a
un personal significativo pero mejor calificado “El tipo de trabajador que empleaba el área de tracción
y Maestranza, en la cual se manejaba la tecnología del vapor, dio a este departamento el primer lugar
dentro del perfil de salarios de los FFCC.” (Guajardo, 1990: 179). El rol productivo que ejecutó fue de
vital importancia. Por ejemplo, en esta sección se realizó la reparación de carros y locomotoras, la
elaboración de repuestos para los coches, e incluso fueron confeccionados equipos y piezas para
talleres industriales privados que no contaban con herramientas adecuadas para ello (Iriarte, 1943).
La necesidad de trabajadores altamente calificados no solo se plasmó en mejores jornales pagados,
sino también en criterios de selección y exigentes requisitos de entrada al departamento93 “En Tracción
y Maestranzas existía un orden de preferencia para el ingreso: en 1929 eran los ex – empleados con buena
hoja de servicio, los conscriptos egresados del Cuerpo de Ferrocarrileros de la Armada, los titulados de algún
establecimiento industrial y los imponentes en alguna Caja de Ahorros a lo menos por seis meses” (Brito, 1988:

92
Según la memoria EFE de 1925, el número de mayordomos bajó considerablemente, mientras que su jornal varió
según la competencia y labor realizada. El número de operarios fue más flexible entre el resto de los oficios, variando
de acuerdo a las necesidades ordinarias de la Empresa y la sección. Respecto a los últimos -cabos, peones y guardas-, el
Departamento de la Vía elaboró un proyecto con el objetivo de establecer un personal mínimo capaz de enfrentar las
necesidades del servicio. Este proyecto fijaba categorías de salarios y oficios, condiciones de ingreso y ascenso, además
de premios por años de servicio. Todo esto con el fin de “estimular a estos trabajadores, que, por lo general, no se arraigan
en la Empresa, para que sirvan permanentemente de ella”. (Memoria EFE, 1925).
93
Los reglamentos de Maestranza (1935) y Vía y Obras (1936) establecen que cada postulante debe pasar por una se-
rie de etapas previas al ingreso a una de las secciones. En Tracción y Maestranza se exige un examen de conocimientos
elementales (leer, escribir y las 4 operaciones matemáticas básicas). En Vía y Obras los postulantes eran sometidos a
pruebas prácticas para juzgar las capacidades físicas de los nuevos trabajadores; así se evaluaba la capacidad física del
trabajador a partir del trabajo en la vía (Brito, 1988).

114
Sergio Garrido T.

23). Lo más probable es que los trabajadores de esta sección fueran los más calificados de la empresa y
ello se reflejó en los salarios recibidos.
Ferrocarriles fue una empresa paradigmática dentro del país por su dimensión, complejidad y
presencia geográfica. Las peculiaridades de EFE no solo se asociaron a su tamaño, sino también al
papel que jugaron en su interior tanto el Estado como los distintos gobiernos. EFE fue una empresa
que contó con un grado de protección considerable debido a su importancia estratégica. Esa protección,
si bien no la mantuvo inmune a las crisis económicas, pudo haber operado en otros aspectos, por
ejemplo, permitiendo un mayor margen de acción frente a la obligación de realizar despidos masivos o
la posibilidad de ofrecer mayores beneficios a sus trabajadores.
En ciertas coyunturas la deteriorada situación económica de la empresa obligó a realizar fuertes
reorganizaciones (1914 y 1924). La disminución de costos implicó despidos y reducción de salarios,
que en general afectaron de forma dispar a los operarios dependiendo de su grado de calificación,
antigüedad en la empresa y sexo.
En contraste, la capacidad de presión colectiva y la obtención de mejoras salariales mediante
la organización laboral fueron un privilegio ejercido en primera instancia por los operarios más
calificados –como los de Tracción y Maestranza. Por su parte, las posibilidades de presión efectiva
fueron muy reducidas en el caso de los trabajadores de menor calificación, quienes parecían totalmente
vulnerables frente a despidos.

Salarios reales

Deflactación de los salarios nominales por el Índice General de Precios94


Los salarios nominales esconden información importante, pues no incluyen la variación de los
precios. Para conocer la evolución efectiva de su poder adquisitivo, es preciso convertir los salarios
nominales en salarios reales, de acuerdo con la fórmula general:
• Jornal Real = (Jornal Nominal * 100) / IGP.

Presentación de resultados
Según los resultados obtenidos y exhibidos en el Gráfico 15, podemos decir que los jornales reales
de los trabajadores de FFCC -en su conjunto- presentan considerables episodios de incremento real,
que se tradujeron en mejoras sustanciales de su capacidad adquisitiva. Sin embargo, esa tendencia se
encuentra cruzada por importantes movimientos descendentes, a veces breves y a veces sostenidos. Si
bien es posible identificar algunas tendencias comunes, estos movimientos no se presentan de forma
homogénea en todas las secciones de la empresa. Los ritmos de incremento, caída o recuperación de
los jornales reales y las diferencias salariales se manifestaron de forma disímil.

94
Se ha utilizado el IGP (Matus, 2009) explicado detalladamente en el Capítulo 2 de esta obra.

115
Hombres del Metal

Gráfico N015
Jornales Reales FFCC, 1905 - 1930
Pesos constantes

En la primera aproximación se han seleccionado aquellas series donde la cobertura temporal


susceptible de ser analizada permite cruzar los datos entre secciones. En este caso, hablamos de los
jornales reales de Vía y Transporte hasta el año 1918.
Transcurridos 13 años, los jornales reales presentaron una tendencia decreciente. El
comportamiento, en general errático, muestra una evolución negativa de los jornales de Transporte y
Vía, y con ello una considerable pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores.
Contrastando los años extremos de ambas series, observamos que en la primera el jornal inicial
fue de $ 3,2 y culminó con uno equivalente a $ 2,8, lo que implicó una disminución de $ 0,4, con un
promedio de caida del –1,0%. Mientras que en Vía, el jornal real cayó de $ 2,5 en 1905 a un salario de
$ 2,2 en 1918, con un retroceso de $ 0,3 pesos y una tendencia de caida de –1,7%.
La tendencia decreciente es nuevamente confirmada con la comparación entre años máximos y
mínimos. En el caso de Transporte, el nivel mínimo se encuentra en el año 1905 ($ 3,2), mientras
que el jornal máximo se situó en el año 1914 ($ 3,8). La diferencia es de solo $ 0,6 y corresponde a
un aumento anual de $ 0,06 durante 10 años. En la sección Vía el punto más bajo fue 1917 ($ 2,7),
mientras que el más alto fue 1907 ($ 3,5), con una diferencia de $ 0,8 pesos.
Al confrontar años y jornales extremos obtuvimos una imagen interesante sobre la magnitud y
diferencias de las dinámicas reales en cada sección. Sin embargo, se hace oportuno distinguir si esas
situaciones fueron una constante o estuvieron compuestas por ritmos disímiles.

116
Sergio Garrido T.

En Transporte el incremento del jornal real fue estable desde 1905 ($ 3,2) a 1914 ($ 3,8), año
cima de la serie. Sin embargo, ese dividendo comenzó a esfumarse durante los años finales de la
serie: 1915 ($ 3,3) y 1918 ($ 2,8). Así, en 1918, la sección Transporte exhibió un jornal muy inferior
al presentado durante la cima de la serie -1914 ($ 3,8)- y fue incluso más bajo que el mostrado en el
año 1905 ($ 3,2).
En Vía encontramos un aumento considerable de los jornales entre 1905 ($ 2,5) y 1907 ($ 3,5).
Mediante ese incremento se instalaron fugazmente sobre el jornal de la sección Transporte. Sin
embargo, esto fue una situación excepcional, pues desde 1908 ($ 2,8) hasta 1917 ($ 2,4) apreciamos un
claro estancamiento del jornal real, finalizando la serie con una caída considerable de $ 0,4 en 1918.
En resumen, tanto en Transporte como en Vía los jornales cayeron a un nivel inferior al presentado
en 1905. Sin embargo, en Transporte -además de mostrar jornales más elevados- se logró sostener
un crecimiento moderado entre 1905-1914, mientras que los jornales de la sección Vía parecieron
estancados durante toda la serie.
Finalmente, una nueva lectura de los jornales reales se realiza con las series extendidas, para las
cuales disponemos de cifras hasta 1923 y 1930 del promedio de operarios de la Red Central Sur y de
la sección Tracción y Maestranzas.
Recorridos 18 años, los salarios del promedio de operarios de la RCS exhibieron un aumento
real con una tendencia promedio de crecimiento de un 1,5%. Si analizamos los años extremos de las
serie, observamos que en 1905 el jornal fue de $ 3,5 pesos, mientras que en 1923 de $ 4,6, siendo la
diferencia de $ 1,1, con un incremento anual de $ 0,06, insuficiente para alcanzar una duplicación del
jornal hacia el final de la serie.
Al comparar los jornales máximos y mínimos encontramos que el año 1919 ($ 2,8) fue el jornal más
bajo de la serie, mientras que 1921 ($ 5,4) fue la cifra más alta. El jornal real aumentó considerablemente
–2,6 pesos-, a un ritmo nuevamente insuficiente para duplicar.
El crecimiento no fue una tendencia uniforme, sino más bien estuvo compuesto por movimientos
contrapuestos, entre los cuales es posible distinguir momentos de considerables ascensos y otros con
agudas caídas, lo que sin duda influyó en la evolución de la capacidad adquisitiva.
Dentro de esos comportamientos identificamos algunos episodios: el primero abarca desde 1905
($ 3,5) a 1914 ($ 4,2)y exhibió un aumento promedio del 2,0%. El segundo momento se ubicó entre
1915 y 1919, y se caracterizó por una tendencia decreciente, promediando un –0,5%. El año 1919, el
jornal real alcanza el nivel más bajo de la serie cayendo a 2,6 pesos, encadenando 5 años consecutivos
de descenso y el desplome de su poder adquisitivo. Los últimos 4 años mostraron una recuperación
significativa de los jornales, destacando el aumento entre 1920 ($ 3,5) y 1921 ($ 5,4). Finalmente el
último año registrado -1923 ($ 4,6)- fue un 15% menor que la cima de la serie alcanzada el año 1921.
En resumen, la mirada optimista con la que se contrastaron los jornales extremos, máximos y
mínimos, aparece condicionada al examen de los ritmos de crecimiento y fases especificadas. Si bien
existió una tendencia de crecimiento entre 1905–1923, y la evidente mejora del poder adquisitivo,

117
Hombres del Metal

también identificamos un segundo movimiento, donde ese beneficio se desvaneció por caídas muy
profundas. Así, en 1919 ($ 2,6) se había perdido cerca del 20% del valor obtenido en 1905 ($ 3,5). Ese
brutal descenso seguramente nos entrega un balance menos alentador hacia el final del período.
Finalmente, tenemos los jornales de la sección Tracción y Maestranzas. Según los resultados
obtenidos y expresados en el gráfico 16 observamos un notorio crecimiento de los jornales reales.
Confrontando las cifras extremas de la serie, verificamos que desde el año 1905 ($ 4,7) hasta
1930 ($ 8,3) en 25 años el jornal real se elevó pero sin alcanzar la duplicación, con un incremento
aproximado de $ 0,1 anual y presentando una variación promedio del 2,3%.
Al igual que en el resto de las series, la segunda lectura implica la identificación de movimientos o
episodios concretos que relativizan las conclusiones anteriores. Hemos definido tres fases dentro de
la serie:
La primera abarca desde 1905 ($ 4,7) a 1914 ($ 6,3), donde la diferencia fue de $ 2,6, con un
incremento anual de $ 0,3. Este movimiento se caracterizó por su trayectoria ascendente, con un
ritmo de crecimiento del 3,3%. Dentro de este episodio, los jornales reales alcanzan su punto más alto
durante el año 1908 ($ 7,6), con un incremento cercano al 40% respecto a 1905.
En la segunda etapa -1915 ($ 4,4) a 1919 ($ 3,9)- apreciamos un claro descenso del salario real.
Los jornales de la sección evolucionaron negativamente con un promedio de caida de –2,9%. Ya en
1915 el jornal real caía bruscamente, con una pérdida de $1,9 pesos respecto a 1914. A pesar de un
exiguo incremento en 1917 (0, 1 pesos respecto a 1915) la trayectoria dominante fue descendente,
culminando en 1919 ($ 3,9) con una sensible caída del poder adquisitivo, siendo el año más bajo en
toda la serie.
En la última fase los salarios reales experimentaron una fuerte recuperación. Entre 1920 ($ 4,7)
y 1930 ($ 8,3), existió una diferencia de $ 3,6, con un incremento anual de $ 0,3 y un crecimiento
promedio de 5,8% -el más alto mostrado por la serie. El crecimiento fluctuante experimentado durante
esta fase permitió recuperar y superar los niveles exhibidos durante el primer movimiento ascendente.
Por ejemplo, el año más alto fue 1930 con $ 7,6, casi un 10% más elevado respecto a 1908 –el jornal
más alto durante la primera fase-. Al mismo tiempo, esos 8,3 pesos alcanzados en 1930 superaron en
$ 4,7 al jornal alcanzado en 1919 ($ 3,6), lo que permitió una duplicación real del salario seccional.
Hasta ahora hemos identificado la evolución de los jornales nominales y reales que incluyen el
nivel general de precios. En el Gráfico 17, podemos apreciar de qué manera operó el IGP dentro de la
evolución señalada.
El incremento manifestado por los precios fue intenso entre 1905 y 1918, en que prácticamente se
triplican, mientras que los salarios nominales no siempre alcanzaron el ritmo de aumento expresado por
los precios. Considerando las etapas identificadas por Matus (Matus, 2009), podemos situar el período
1905-1918 como una fase caracterizada por un crecimiento elevado con suaves fluctuaciones.

118
Sergio Garrido T.

Gráfico
Gráfi co N015
16
Jornal
Jornal RealMaestranza.
Real Maestranza,1905
1905-1930
- 1930
9
7, 6 8 ,3
8 7, 4
6 ,8 7, 3
6 ,8
6 ,5 6 ,7 6 ,4
7 6 ,4 6 ,2 6 ,3
6 ,0 6 ,2 6 ,2
5, 8 5, 7 5, 9
6
Pesos corrientes

4 ,7 4 ,7
5 4 ,5 4 ,4 4 ,3 4 ,5
4 ,2
3 ,9
4

3
1ª Fase 1905 - 1914 2ª Fase 1915 - 1919 3ª Fase 1920 - 1930
2 Fuerte crecimiento real Tendencia Crecimiento oscilante, recuperación
1 decreciente del jornal real

0
1905 1907 1909 1911 1913 1915 1917 1919 1921 1923 1925 1927 1929
Años

Gráfico N017
IGP, Jornal Nominal y Jornal Real
Año base 1913= 100

En general, los jornales nominales tendieron a incrementarse durante el mismo período,


igualándose con el movimiento de los precios hasta 1914. Entre 1915-1919, asumieron trayectorias
divergentes, pues mientras los precios siguen un ritmo ascendente, los jornales nominales caen y se
estancan hasta 1919. Así, la combinación de un aumento nominal levemente superior al crecimiento
del IGP explicaría el incremento del jornal real entre 1905-1914, mientras que entre 1915-1919 el
sostenido crecimiento del IGP y la caída del jornal nominal explicarían la fuerte erosión experimentada
por los salarios reales de la sección Tracción y Maestranzas.

119
Hombres del Metal

Entre 1919-1930, el IGP se caracterizó por fuertes fluctuaciones dentro de una tendencia
infl acionista. En años específicos, el brusco incremento de los precios explicaría la caída del salario real
(1927-1929), mientras que en otros, su caída se combinó con el incremento de los jornales nominales
(1925-1926). La recuperación de los salarios reales respecto al período anterior también se explica
por el sostenido incremento de los jornales nominales, pues estos se duplicaron entre 1920 y 1930,
mejorando así el poder de consumo de los trabajadores de la sección.
En general los jornales de los trabajadores chilenos fueron duramente afectados por la fuerte
dinámica infl acionaria experimentada en estos años. La infl ación erosionó considerable y repetidamente
sus salarios, lo que unido a la dispar y escasa capacidad para incrementar sus jornales nominales, se
tradujo en un deterioro de la capacidad de consumo.
Algo distinto fue el caso de los jornales de la sección Tracción y Maestranzas, pues ofrecen
una visión más positiva que la imagen dejada por el resto de las series. Los salarios de esta sección
presentaron dos fases de crecimiento intenso y una de caída brusca. Salvo el período 1915-1919, los
jornales nominales tendieron a indexarse con el IGP y con ello obtuvieron un incremento real, lo que
probablemente fue un fenómeno atípico dentro de la realidad de la clase obrera.

Conclusiones
En general, la historiografía nacional y la abundante literatura han destacado insistentemente los
funestos efectos de una dinámica infl acionaria que cubrió la mayor parte del período, con la llamada
“Cuestión Social”, que se arrastraría desde fines del siglo XIX. El alza del costo de la vida habría marcado
profundamente esta época, actuando desastrosamente sobre el consumo de los trabajadores mediante
una tendencia sostenida de caída en sus salarios reales. Sin embargo, esto no se ha sustentado sobre
la base de sólidas investigaciones cuantitativas. Esta investigación ha permitido resultados más bien
matizados, que pueden ser cotejados de manera exhaustiva.
Durante el Ciclo Salitrero las dinámicas salariales fueron mucho más complejas que un movimiento
negativo uniforme que afectó de manera invariable a todos los grupos de trabajadores chilenos. Si bien
existen puntos comunes, que se tradujeron en mejoras o menoscabos del poder adquisitivo, también
es cierto que la realidad resalta aquellos matices representados por incrementos y caídas específicas
dentro de tendencias generales.
A partir de ello, podemos señalar que entre 1905 y 1930 los salarios reales de los trabajadores de
Maestranzas y el promedio general de la RCS de EFE crecieron sin exhibir una tendencia uniforme,
siendo posible encontrar movimientos opuestos dentro de sus distintas fases. En el caso de los
operarios de Tracción y Maestranzas, la trayectoria del jornal real presentó 3 fases claras. En la primera,
durante 1905-1914 hubo un fuerte incremento del jornal. La segunda etapa, en 1915-1919, exhibió un
severo retroceso que coincidió con la caída de los ingresos fiscales95 y la reorganización de FFCC. En
estos años, el dividendo conseguido en la primera etapa desapareció y el poder adquisitivo retrocedió

95
Ver Capítulo I.

120
Sergio Garrido T.

significativamente. En la fase final se experimentó una fuerte recuperación, que permitió que el jornal
real alcanzara y superara el umbral presentado en 1908 (cima de la primera etapa).
¿En qué medida mejoraron las condiciones materiales de los Ferroviarios? Como fue señalado
anteriormente, el aumento o disminución de los salarios ferroviarios debe ser apreciado en una
dimensión general, que incluya la comparación con series salariales de otros grupos de trabajadores.
Sin embargo, debemos destacar la recuperación del salario real de Maestranzas entre 1920-1930, pues,
probablemente, sea un caso anómalo para el período y dentro de los trabajadores chilenos, por lo cual
no se pueden generalizar sus resultados (Matus, 2009).
La evidencia también señala que hacia el año 1918 las 3 secciones de la empresa presentaron
jornales más bajos que los recibidos en 1905, situación que debió vivirse con mucho dramatismo por
todos los trabajadores de FFCC.
Al menos en EFE, el crecimiento salarial pareció más favorable para los operarios de Tracción
y Maestranzas que al resto de las secciones. Las profundas brechas salariales en FFCC fueron
determinadas por las diferencias de calificación. Así, los jornales de Tracción y Maestranzas fueron
notoriamente más altos: más del doble del pagado en Vía y más de un 50% del pagado en la Sección
Transporte. Por lo cual, la situación de los operarios de Maestranzas debió haber sido mejor que en el
resto de las secciones.
La situación de los obreros también estuvo influida por la importancia productiva que poseía cada
sección. Un mercado laboral escaso en mano de obra calificada obligaba a ofrecer estímulos y mejores
condiciones para estos trabajadores, que fueron vistos como una inversión de la empresa. En Tracción
y Maestranzas los operarios encontraron condiciones excepcionales: empleo relativamente estable,
mejor remunerado, prestaciones sociales que no fueron universales para el resto de los trabajadores de
EFE. Conjuntamente, los beneficios obtenidos no fueron ajenos a la acción y el peso de los sindicatos,
pues los reajustes salariales y las regalías no se obtenían sólo por caridad de la empresa. Así, muchos
de esos incrementos fueron el fruto de la unión y la lucha de sus nacientes organizaciones, muchas de
ellas encabezadas por los trabajadores de Tracción y Maestranzas96 .
Los trabajadores de Tracción y Maestranzas mejoraron sus salarios y disfrutaron de mayores
regalías que el resto de sus pares, pero también es cierto que no fueron inmunes a las crisis internas de
la empresa o a distintas precariedades. Por ejemplo, el trabajo en los talleres con escasas medidas de

96
Una ley de diciembre de 1917 estableció una jornada de 8 horas de trabajo para todos los trabajadores de FFCC
del Estado, mucho antes que este derecho fuese extendido al resto de los trabajadores en 1924 (excepto empleados
domésticos y campesinos). En 1902 los operarios de Maestranzas consiguieron un día completo de paga por medio
día de trabajo durante los sábados. En 1907 obtuvieron que el pago de sus salarios fuese en tipo de cambio fijo equiva-
lente a un peso de 16 d. Los maquinistas gozaron de una situación muy favorable. Después de 10 años de servicio se
transformaban en empleados del Estado con contrato, lo que les entregaba mayores beneficios y estabilidad. Operarios
y empleados de Maestranzas fueron beneficiados con pensiones y planes de retiros en 1911, y también consiguieron
pagos por muerte, discapacidad y enfermedad (De Shazo, 2007). En 1926, EFE comenzó la construcción de viviendas
dirigidas a sus empleados y operarios. Estas poblaciones fueron vendidas con facilidades de pago y estaban ubicadas
en las proximidades de los talleres de Maestranzas de Valparaíso, San Rosendo, Temuco, Valdivia y San Bernardo
(Memorias EFE, 1926).

121
Hombres del Metal

seguridad elevaba el número de accidentes laborales. El alto número de accidentes ubicó a Ferrocarriles
dentro de los sectores laborales más riesgosos.
Finalmente, el desempleo, dentro de un contexto de elevada cesantía, fue tema de preocupación y
temor para trabajadores calificados y no calificados. Los déficis presupuestarios, a veces incontrolados
dentro de la empresa, obligaron a realizar distintos planes de ajustes y con ellos la reducción salarial y
despidos en todas las secciones.
El gráfico 18 97 ofrece una imagen sobre la dotación de trabajadores por kilómetro de vía férrea
entre 1914 y 1926. Hacia 1915 la Red Central Sur se hallaba completamente construida, siendo
probable que las caídas del número de hombres se asociaran a una reducción de personal. Desde 1914
a 1917 el número de hombres desciende de 8, 5 a 4,8. Al mismo tiempo, en 1914 la reorganización de
EFE estableció planes paulatinos de despidos (Memoria EFE, 1914), política casi imposible de aplicarse
otras empresas, que estaban obligadas a ejecutar bruscas reducciones. También debemos considerar
que alcanzada la mayor extensión de las vías férreas, era normal que la empresa disminuyera el número
de obreros de Vía y que intentara elevar la productividad del resto del personal. La reorganización de
1924, junto con la administración de Pedro Blanquier, implicó una drástica disminución del número
de hombres por km, pues se aplicó un plan más agudo de reducción del personal, con la supresión de
3.237 puestos de trabajos en 1927 y de 3.500 en 1928 (Memoria EFE, 1928).
Gráfico 17
Gráfico N0 18
Hombres por Kilómetro de línea Férrea, (1914-1926)
Hombres por kilómetro de líneas férreas, (1914-1926)
9
8
8,5
7
7,1 7
6
5
5,2 5,4 5,3 5,4 5,2
5 5,1 5,1 5,1
4 4,8
3
2
1
0
1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926
Años

97
Elaboración propia a partir de cifras recogidas en Memorias EFE,1928.

122
Sergio Garrido T.

Gráfico N0 19
Número de operarios en Maestranzas RCS, 1915 - 1930

El gráfico 1998 muestra el número específico de operarios utilizados en las Maestranzas de la Red
Central Sur entre 1915 y 1930. Podemos apreciar una tendencia descendente, donde la caída se vuelve
más brusca en los últimos años de la serie. Entre 1926 (4.003) y 1930 (2.042) se eliminaron 1.882
puestos de trabajos. Como afirma Brito, “La Empresa tuvo una clara política de reducción en el número de
trabajadores. Desde 1925 declara que dicha reducción se irá acentuando en los años siguientes, en la medida
que los adelantos técnicos se fueran generalizando en la Empresa (tracción de locomotoras pesadas, aplicación
de frenos y enganches automáticos, etc)” (Brito: 1988, 17).
En 1920 entró en funcionamiento la Maestranza Central de San Bernardo. Esto significó el
crecimiento del número de operarios de Maestranzas, pues se trasladó personal desde los talleres del
centro y sur, además de la contratación de operarios extras. Sin embargo, esto fue circunstancial, pues
el funcionamiento de este gran taller tuvo como idea matriz aumentar la productividad general de las
maestranzas, con lo cual era inevitable la reducción de personal en los años siguientes. Las reducciones
de personal implicaron el despido de importantes contingentes de trabajadores, Seguramente,
aquellos operarios despedidos enfrentaron serias privaciones económicas, siendo un elemento que
también debe ponderarse dentro del análisis de las retribuciones. En este caso, los casi 2.000 puestos
de trabajos perdidos entre 1926-1930 matizan una lectura absolutamente optimista derivada de los
salarios reales de la sección Maestranzas.

98
Elaboración propia a partir de las cifras recogidas en Iriarte, (1943). El número de operarios solo considera a los
trabajadores de Maestranza, excluyendo a los de Tracción.

123
Hombres del Metal

Referencias bibliográficas

Fuentes primarias
Archivo Documental
Archivo Oficina del Trabajo 1906-1931 (Volúmenes seleccionados)
Fuentes Impresas
Memorias de Ferrocarriles 1905-1930 (Volúmenes seleccionados)

Tesis
Brito, A. (1988). Condiciones laborales y sociales de un grupo laboral chileno: Los Trabajadores ferroviarios de
la tercera zona. (1925-1936). Tesis de Licenciatura no publicada. Seminario de Tesis para optar al
grado de Licenciado en Humanidades con mención en Historia. Universidad de Chile, Facultad
de Filosofía Humanidades y Educación, Departamento de Historia. Santiago de Chile.
Guajardo, G. (1988). Burocracia Técnica y cambios socio-económicos en Chile: El caso de los Ferrocarriles del
Estado. Tesis no publicada. Tesis para optar al grado de licenciado en Historia. Universidad de
Chile.
Matus, Mario. (2006). Genealogía de los procesos inflacionarios en Chile. Dinámicas de precios durante
el Ciclo Salitrero, 1880-1930. Tesis de Magister no publicada. Tesis para obtener el Grado de
Magíster en Historia de la Universidad de Chile. Departamento de Cs. Históricas, Universidad
de Chile. Santiago de Chile.
Matus, Mario (2009). Precios y salarios en Chile durante el Ciclo Salitrero, 1880-1930. Tesis Doctoral
no publicada. Departament d’Història i Institucions Econòmiques. Facultat d’Economia i
Empresa. Universitat de Barcelona.

Fuentes secundarias

Cariola, C. y O. Sunkel. (1982). La Historia económica de Chile 1830-1930: Dos ensayos y una bibliografía.
Madrid: Ediciones Cultura Hispánica.
De Shazo, P. (2007). Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile, 1902-1927. Santiago de Chile: DIBAM.
Centro de Investigaciones Barros Arana.
Floud, R. (1975). Métodos cuantitativos para historiadores. Madrid: Alianza Universidad.
Guajardo, G. (1990), La capacitación técnico-manual de los trabajadores ferroviarios chilenos (1852-
1914), Proposiciones, 19. Extraído el 27 de marzo de 2007 desde http://www.sitiosur.cl/
r.asp?id=589.

124
Sergio Garrido T.

Iriarte, A. (1943). Las Maestranzas su producción y conservación del material. En E. Vasallo, Historia de los
Ferrocarriles de Chile (209-233). Santiago de Chile: Editorial Rumbo.
Sepúlveda, A. (1959). Historia social de los ferroviarios. Santiago de Chile: Imprenta Siglo XX.

125
CAPÍTULO 5
DISCURSO SINDICAL Y REPRESENTACIONES PÚBLICAS DE
FERROVIARIOS CHILENOS, 19001930 99
Isabel Jara Hinojosa*

Al ferroviario Manuel Jara Mellado, mi abuelo

Resumen
Este trabajo examina la formación de las representaciones político-sindicales de los
ferroviarios entre 1900-1930, a través del análisis de sus textos de prensa y memorias.
En pos de un estudio más integral, aborda la construcción de su discursividad y
organización considerando sus principales hitos, reivindicaciones, estrategias,
oscilaciones y diferencias internas, derivadas éstas de las luchas políticas, del nivel
de calificación y de posiciones más sindicalistas o mutualistas. Señala que la unidad
hizo más carne en la retórica del discurso organizado que en las vivencias cotidianas
de la base o en las relaciones inter-gremiales, pero que dicho discurso hegemónico fue
el que marcó un horizonte de aspiraciones en base al cual los ferroviarios organizados
construyeron valores, símbolos y estereotipos que orientaron al gremio hacia
unas prácticas deliberantes, unitaristas y clasistas. Estas prácticas, fi nalmente, les
permitieron enfrentar de mejor manera los problemas económicos del período.

Introducción
Diversas investigaciones han mostrado la gran autovaloración y valoración social que llegaron
a tener los ferroviarios a mediados del siglo XX, por su nivel de calificaciones, su capacidad de
negociación, su estabilidad laboral, su posibilidad de viajar, su organización gremial unitaria y estable
y, sobre todo, por controlar una herramienta vital –el ferrocarril- para el desarrollo socioeconómico del
país. Los ferroviarios tejieron tal grado de identificación con los ferrocarriles y el Estado a lo largo del
siglo, que llegaron a sentir que la empresa les pertenecía, como a la nación, por lo que la defendieron
duramente cuando llegó la privatización. Sin embargo, permanecen todavía opacas las experiencias
de los ferroviarios en los primeros años de su constitución como sujeto histórico organizado, que les
permitieron llegar a representarse ante sí mismos y ante el país con tal cohesión y orgullo de oficio. Por
tanto, este artículo explora la formación de su discurso gremial entre 1900 y 1930, entendido como
un paradigma ordenador y modélico para unas prácticas en realidad heterogéneas y contradictorias.
Propone identificar sus principales ejes reivindicativos, sus puntos de inflexión, los problemas que
99
Agradezco los valiosos comentarios de Azun Candina y Mario Matus, así como la colaboración de Rodrigo Jofré para
recopilar las fuentes.
* Doctora en Historia U. Ponpeu Fabra. Dpto Cs. Históricas U. Chile. jara.isabel@gmail.com

127
Hombres del Metal

enfrentó y sus matices diferenciadores, en pos de reconstruir la “cultura sindical” que permitió a los
ferroviarios transitar desde la revuelta espontánea hacia la movilización organizada y el sindicato
institucionalizado.
La perspectiva de trabajo es la del análisis de contenido desde la historia de las representaciones,
situando el discurso gremial ferroviario –más “idealizador” que “objetivo”- en la articulación de un
imaginario político y valórico; esto es, en la construcción de sus representaciones sindicales y públicas,
entendiendo estas como esquemas de pensamiento generadores de percepción de la realidad y de
acción social, los cuales incorporan las divisiones de la organización social y constituyen estrategias
simbólicas que determinan las posiciones sociales, las relaciones de un grupo y su identidad social
(Chartier, 2002). Para el caso del discurso ferroviario, en particular, justamente por su talante
normativo e idealizador, dichas representaciones incorporarían las (silenciadas) disparidades de
opinión y acción de los ferroviarios.
Si bien este estudio se sirve de documentos institucionales y memorias personales, se centra en
la prensa de empleados y obreros ferroviarios, por la importancia que estos le daban como medio
de comunicación y educación, en un momento en que la palabra escrita tanto informaba y agitaba
como formaba la conciencia de la clase obrera. De propiedad de las organizaciones ferroviarias y
ocasionalmente fruto de la iniciativa de algunos trabajadores, estos rotativos –como toda la prensa
obrera- buscaron desarrollar una comunicación alternativa en los márgenes de la cultura oficial,
dándoles un uso alternativo a los medios de comunicación masiva, al buscar que no constituyera una
mera reproducción de los modos culturales convencionales. Por otra parte, ella misma se auto-defi nió
en su función de representar a los ferroviarios, lo que otorga cierta unidad a los diversos periódicos. Por
último, al expresar la versión más racionalizada y estructurada del pensamiento de los trabajadores,
destinado explícitamente a orientar la conducta y a producir la toma de decisiones, la prensa obrera fue
el dispositivo favorito de su discurso gremial y político. Por todo esto, los periódicos ferroviarios fueron
instrumentos privilegiados de construcción y socialización de la identidad ferroviaria. Naturalmente,
por su misma condición, pueden dar una idea más programática y progresiva de lo que realmente fue
el transcurso de la organización ferroviaria; pero, si se tiene en cuenta que esta siempre fue más fluida
y clara en el discurso que en la vida gremial, dichos periódicos siguen siendo útiles para analizar el
proceso histórico que testimonian.

Hitos y estrategias

El cambio de siglo
Desde fines del siglo XIX, los trabajadores ferroviarios experimentaban la transición -documentada
también para otros grupos- desde motines espontáneos y casi siempre violentos, faltos de objetivos
mediatos y sin mayor conducción, hacia formas primarias de organización gremial y luego abiertamente
sindicales (Grez, 2000: 141-225; De Shazo, 2007: 141-337)100. De las organizaciones que surgían -
100
Salvo que se indiquen otras, la información sobre este proceso se basa en estas fuentes. De Shazo lo caracteriza
como un movimiento constante, de avances y retrocesos: surgimiento de los sindicatos, entre 1902-1908; recupe-
ración y depresión, entre 1909-1916; auge organizativo, entre 1917-1920; decadencia, entre 1920-1923; ilusión y
128
Isabel Jara H.

mutuales, sociedades de resistencia y mancomunales-, las primeras, más centralizadas, estructuradas


y con beneficios concretos, fueron las que más abundaron inicialmente en ferrocarriles. No obstante,
fue entre los metalúrgicos de la maestranza de ferrocarriles de Santiago donde el anarquista Esteban
Cavieres formó la primera sociedad de resistencia en 1898. En todo caso, dirigentes de unas y otras
actuaron en sus diversos confl ictos, aunque la influencia de todas ellas fue apenas incipiente sobre los
trabajadores en ese tiempo.
Los efectos de la gran huelga de 1890 y de la Guerra Civil de 1891, aunque produjeron mayor
convulsión en la pampa salitrera, fueron aprovechados por los ferroviarios para amenazar con
declararse en paro si no se les pagaban los sueldos atrasados. Tal fue el caso de los empleados de la
Maestranza de Concepción el último año y de la Maestranza de Santiago el año siguiente. En esta
última ocasión, la Unión Obrera de Santiago defendió el valer de los huelguistas frente a las críticas
del diario El Ferrocarril:
“Se ha dicho, tratando de hacer creer que es un argumento irrefutable, que la situación del obrero nacional
es holgada, que vive en plena Jauja, tiene pan en abundancia para sus numerosos hijos; los tugurios
en que vive son para él rejias moradas; el aire emponzoñado que le obligan a respirar las autoridades
locales, por la desidia con que miran la higiene pública, son para él el más puro ambiente, indispensable
al restablecimiento de las fuerzas físicas, agotadas por un trabajo abrumador que en otros países está
encomendado a las máquinas.

Si esto no fuera una burla grosera sería una infamia porque no otra cosa importa decirle al hombre de
trabajo que no tiene derecho a exijir más de lo que en la actualidad goza de una manera tan peregrina”
(...) “Mucho más tendríamos que decir a este respecto para probar lo injustificado de los ataques de
esa prensa i para demostrar de una manera clara i precisa la legitimidad del derecho que tienen las
colectividades para pedir, exijir i aun imponer lo que a sus intereses convenga siempre que con ello no
sufran daño, intereses de terceros, pero el corto espacio de que disponemos no nos permite hacerlo” 101 .

En otras ocasiones, el descontento ferroviario derivaba simplemente en embriaguez, riñas y


saqueos, sin mediar petición alguna, como ocurrió con los carrilanos de Corral que construían la línea
del Departamento de La Unión en mayo de 1892, con el campamento que levantaba la vía de Calera a
La Ligua y Cabildo aquel mismo año, o con los peones que reconstruían la estación de San Bernardo
en 1895. Peor fama tenían los carrilanos en las zonas donde convergían con mineros, donde las
autoridades y propietarios locales generalmente solicitaban protección militar para los días de pago.
Entre los carrilanos, cuyo proceso de proletarización era más lento, las esporádicas asonadas
continuaron siendo lo común. Pero la huelga de los que tendían la línea Los Vilos-Illapel, en abril
de 1898, exigiendo pago en dinero y no en fichas, mostró que también en ellos había indicios de
organización primigenia. Lo mismo evidenció su petición al gobierno, formulada cuatro años después,
represión, entre 1924-1927. Por su parte, Pizarro clasifica el período de 1890-1915 como el de la protesta espontánea
y el de 1916-1931 como el nacimiento del movimiento sindical. Según su contabilidad, del total de 314 huelgas ocu-
rridas en el primero, 29 fueron de ferroviarios, después de marítimos y mineros. En el siguiente, de 450, 22 fueron en
ferrocarriles, después de mineros y marítimos (Pizarro, 1986: 22, 62).
101
S. Silva, “La verdad de lo que pasa” en La Unión Obrera. Órgano Oficial del pueblo trabajador en las artes e industrias del
pueblo de Chile, n° 20, Año I, Santiago, 29 de octubre de 1892, p. 2.

129
Hombres del Metal

de mejorar la cantidad y puntualidad de los pagos y de acabar con el monopolio de las pulperías
de la empresa constructora, al que atribuían la emigración de los jornaleros y el retraso en la obra.
Igualmente lo mostró el paro de los ferroviarios antofagastinos en enero de 1894, por un incremento
salarial del 30%, en el cual, pese a que no contaban con una organización permanente, elaboraron un
petitorio formal, argumentaron su reivindicación, eligieron delegados, incluyeron acciones de presión
física y realizaron propaganda hacia otros gremios.
El empeoramiento de los bajos sueldos con la depreciación de la moneda, que de 32 peniques de
1884 había caído a 26 y fracción cuatro años después, y la consiguiente alza de precios de artículos
de consumo básico, acentuaron el malestar. Incluso entre los empleados, siempre más reacios que los
obreros a manifestarse:
“se comentaba, se protestaba por los más impacientes, se tiraban líneas por los aficionados a dibujar en el
aire, se proyectaban planes de trabajo y de propaganda en la línea para acordar con los colegas los medios
más eficaces de conseguir del Gobierno se preocupara de los empleados que atendían el transporte en
la empresa del mismo. Todos se hallaban convencidos de que había necesidad de hacer algo en pro del
mejoramiento de nuestra situación económica que no podía ser más mala” (Poblete, 1930a: 84).

Naturalmente, el exceso de horas de trabajo constituía una preocupación extra para obreros y
empleados. Por ejemplo, “en las bodegas, frecuentemente los trabajos se reanudaban después de comida hasta
las 10 y 11 de la noche, y a veces hubo hasta las 2 de la mañana y eso teniendo presente que comenzaban a las
seis de la mañana en verano y a las siete en invierno” (Poblete, 1930: 84).
A estos males había que agregar la discriminación salarial que sufrían los operarios chilenos de
Tracción frente a los extranjeros: de hecho, los maquinistas criollos recibían la mitad de lo que ganaban
los ingleses. Esta discriminación, que no era solo salarial sino también en el trato, constituía tal vez la
más arraigada y gravosa evidencia de su explotación. Un maquinista chileno recordaría después que
a fines de siglo XIX:
“...varios maquinistas chilenos no sabían leer ni escribir, habían varios que no sabían firmar ni su propio
nombre...Como los jefes y mecanicos y maquinistas eran todo extranjero, tenían como norma de colocar
a esos que no tuvieron educación, para de esta manera desprestigiar al hijo del país que era ignorante sin
educación” (...) “nosotros los chilenos tenemos una diferencia muy grande en los sueldos, se nos paga muy
poco y hacemos el mismo recorrido de los trenes que viajamos, siendo chilenos se nos paga $ 50 al mes,
otros $ 55, otros $ 60 al mes, se nos dan las máquinas que están en mal estado, que ya los maquinistas
extranjeros la encuentran en mal estado, que les puede ocurrir algún accidente en el trayecto que recorren
y como son contratados se les atiende en todo en la Administración” (Araya, 1938: 6-9).

Por todo esto, aquellos fundaron en 1889 la Sociedad de Protección Mutua de Maquinistas y
Fogoneros, y la Sociedad de Socorros y Protección Mutua de Conductores de Coches, para defenderse
de la discriminación. En 1893, la primera pasó a llamarse Santiago Watt, pero su actividad decayó.
En 1894, “...lo que no habían obtenido todas las buenas intenciones largamente ejercitada en este sentido,
si bien en forma no muy decidida, lo consiguió el signo inquietante del cambio internacional en su último
retroceso: producir un movimiento de aproximación entre los empleados de bodegas y estaciones de todo el

130
Isabel Jara H.

ferrocarril para defenderse de la indigencia” (Poblete, 1930a: 87). Así, se intensificaron las publicaciones
y se creó una comisión de empleados para presionar por la aprobación parlamentaria de un proyecto
de mejoramiento de rentas que dormía desde hacía meses en el ministerio respectivo. Esta comisión
se entrevistó con el Presidente Jorge Montt a principios de 1893, consiguió el aumento y aprovechó el
festejo del triunfo para inaugurar la Sociedad de Protección Mutua de los Empleados de Ferrocarriles
del Estado en un salón de los Talleres San Vicente, facilitado por los sacerdotes, inmediato a la Estación
Central. No sin cierto aire de superioridad propia del sector, uno de sus fundadores diría después: “Y
esta era la primera organización seria que surgía dentro de los muros de la Empresa” (Poblete, 1930a: 87).
En 1897 se fundó el Centro Obrero de los Ferrocarriles del Estado, que también tenía objetivos
de socorro mutuo. Pero dado su carácter mutualista, ninguna de estas asociaciones asumió campañas
directas de lucha por los derechos laborales. Solo la Sociedad de Resistencia de la Maestranza ferroviaria
de Santiago logró movilizar a miles de obreros capitalinos y de Valparaíso, en marzo de 1902, en reclamo
porque se les haría trabajar cuatro horas extras los sábados, sin pago. Tras un paro masivo, que según
De Shazo fue la primera huelga del período 1902-1908, dicha Sociedad consiguió restaurar el sábado
inglés, prestigiando la combatividad que caracterizaría y distinguiría a ese tipo de organización frente
a las mutuales y que las haría liderar la actividad huelguística hasta el Centenario.
En todo caso, la incipiente organización y la todavía escasa influencia política incidieron en la escasa
magnitud y continuidad de las primeras movilizaciones. Si bien la huelga se estaba transformando
en la mejor herramienta para modificar su situación salarial, sobre todo entre los trabajadores más
calificados (maquinistas y maestranzas), el que los ferroviarios carecieran de una orgánica sindical
y el desamparo legal en que se encontraban hicieron que sus luchas comenzaran, por lo general, con
un talante espontáneo. Por lo demás, con esta inorganicidad, como explica De Shazo, tanto el fracaso
como el éxito de las huelgas generalmente conllevaba la disolución de las Sociedades de Resistencia u
otras entidades, pues las conquistas y las frustraciones hacían más reacios a los trabajadores a buscar
nuevas formas asociativas y mayores grados de movilización. Sin contar con la institución jurídica
del contrato de trabajo (Pizarro, 1987: 29), sus relaciones con la superioridad de la empresa siguieron
dependiendo de una desigual e imprevisible correlación de fuerzas. En cualquier caso, el reclamo a las
autoridades del Estado se impuso tempranamente entre ellos como mecanismo de acción, pese a las
críticas recibidas por las Sociedades de Resistencia y sus dirigentes anarquistas102. Para estos, la huelga
debía desarrollarse sin interpelar al Estado ni recurrir a intermediarios políticos. Según ellos, ni el
Partido Democrático ni otros grupos socialistas debían inmiscuirse en las luchas de los trabajadores,
ya que su verdadero interés, como políticos que eran, sería solo obtener votos.

102
Refiriéndose a un meeting realizado en la Alameda de Santiago en 1901 por los mecánicos de EFE que solicitaban la
separación de dos jefes de comportamiento tiránico, el periódico anarquista de Santiago La Agitación expresó: “[...] nos
sorprende los medios adoptados por esos compañeros para buscar la justicia que se les niega…La experiencia nos está probando
que son absolutamente inútiles las tales peticiones: de los varios centenares de mitins de que hay recuerdo se han celebrado en
esta capital, no sabemos haya resultado el más pequeño beneficio para las clases trabajadoras. Y realmente, es en cierta manera
ridículo eso de esperar algo bueno de este sistema de protestas inofensivas” (Grez, 2000).

131
Hombres del Metal

La reorganización de 1907 y el impulso federativo


En términos generales, a mediados de la primera década del siglo XX comenzaban a predominar
movimientos que se acercaban a la moderna organización obrera sindical, esto es, con demandas
específicas y escritas, liderazgos identificables y con la huelga como principal medio de presión. La
violencia podía ser un resultado imprevisto de la movilización (o previsto para los partidarios de la
“acción directa”), pero ya no el elemento dominante o desencadenante. Aunque la auto-organización
seguía siendo habitual en estos movimientos, el papel de activistas y la coordinación en mancomunales
o federaciones de diversos gremios aceleraba el proceso de organización. La solidaridad gremial
y de clase se convirtió en un leit motiv de la prensa obrera y el beneficio de la acción planificada y
mancomunada se hizo evidente cuando en 1907 el Estado creó la Oficina del Trabajo, para cuantificar
el trabajo y estudiar las condiciones de vida obrera en Chile.
A comienzos de febrero de 1906, los operarios de la maestranza de Antofagasta fueron a la huelga
por mejores salarios y más tiempo para almorzar, consiguiendo el apoyo de los trabajadores marítimos,
de los obreros mancomunados de algunas salitreras y otros gremios de la ciudad. No obstante esta
capacidad de convocatoria, las organizaciones ferroviarias seguían siendo fluctuantes, levantadas y
caídas con la misma facilidad que los confl ictos que las originaban. Por tanto, no había sindicatos
estables que defendieran a los ferroviarios, que rápidamente perdían los derechos ganados:
“No habiendo organización, se desencadenó la injusticia con el personal, porque no había escalafón;
el único que existía, era la voluntad de los Jefes y sin ninguna preparación del personal. Solo en 1909
vino a funcionar una pequeña escuela en la casa Redonda, cuyos profesores eran don Francisco Latapiat
y don Juan Jackson, ambos Inspectores de máquinas. No había acción en el gremio, porque no había
institución que la hiciera. En los casos de enfermedad y fallecimiento, la única acción que existía era
solamente la suscripción de los amigos. Si un maquinista o un fogonero era despedido, salía únicamente
con los días trabajados” (Sepúlveda, 1959: 23-24).

En realidad, EFE no solo enfrentaba un profundo problema con su personal, desmoralizado por
las malas condiciones laborales y la intervención política, sino que una postración general. Los déficits
de la empresa y la ineficiencia del tráfico habían convertido a la institución en una ruina material y
orgánica. La inusitada extensión de las líneas férreas en sentido longitudinal y transversal no había
ido acompañada por la mejora de sus locomotoras, instalaciones y servicio, cuya calidad y eficiencia
dejaba mucho que desear:
“El equipo y todo el material estático se deshacía física y literalmente –recordaría después un empleado-,
y la moral burocrática se desmoronaba a la vista de todos. En la Segunda Zona pudimos ver coches de
primera clase parchados por fuera con latas de tarros parafineros!...El atascamiento era tal, que no
bastando las bodegas en uso para recibir la mercadería en Concepción y Talcahuano, fue necesario tomar
en arriendo algunas particulares, todas las cuales hubieron por fin de ser cerradas, llenas de carga,
por falta de movilización. La ruina de la frontera puede calcularse por lo que pasaba en el centro del
país. La Inspección General de Enseñanza Agrícola, en informe confidencial al Gobierno, le manifestaba
avergonzada, que por impotencia de los Ferrocarriles, se había podrido más de un millón de pesos en
papas, solamente en la zona central...A estas condiciones adversas hay que sumar los considerables

132
Isabel Jara H.

perjuicios que el terremoto (de 1906) irrogó al país, en los que la Empresa tocó una cuota bastante
subida” (Poblete, 1930: 239-240).

Naturalmente, tal estado de cosas no solo dañó el transporte de la producción agropecuaria


nacional y el abastecimiento del país sino que, por las crecientes exigencias de un tráfico excesivo
atendido por un personal desganado y mal calificado, incrementó los accidentes de tráfico a un nivel
alarmante.
Así pues, no quedaba otra solución que una reestructuración profunda de la empresa. El Presidente
Pedro Montt, pese a que la oposición le reclamaba por el mayor gasto fiscal implicado, dictó una
nueva ley de reorganización de EFE para independizarla de la influencia política y descentralizarla,
sustituyendo el Consejo Administrativo por Administradores Seccionales con amplias facultades103 .
Así, el Director General, el técnico belga Omer Huet, con los recursos entregados por el gobierno,
mandó arreglar durmientes, rieles, cambios de vía, máquinas y equipo (compró 55 locomotoras
inglesas), estaciones, muelles, doble vía, carboneras, etc. Además, tomó medidas para beneficiar a
los empleados a contrata, estableciendo un escalafón para el ascenso ordenado104 , el aumento bienal
de sueldos y presentando al Gobierno, en 1909, el primer proyecto de una Caja de Ahorros para el
personal. Sin embargo, estas mejoras fueron paralelas a un mayor control del trabajo -nuevas normas
de trabajo, de uso de materiales y horarios- y a la reducción del personal 105. La Dirección consideraba
que el bajo nivel de calificación del personal, la influencia de los partidos políticos, el carácter público
de la institución y el embrionario pero potente sindicalismo incidían en un mayor relajamiento del
personal que mermaba su productividad.
Ciertamente, ahorrar, producir el cambio tecnológico (sustituyendo la desgastada maquinaria),
y renovar al personal constituyeron una verdadera política de shock para ferrocarriles. Por ello, fue
resistida por los trabajadores afectados, especialmente por los 3000 empleados a contrata cuya
situación fue revisada y por los jornaleros despedidos. El hecho de que Huet continuara importando
maquinistas extranjeros (50 ingleses llegaron en 1907), constituyó una burla incluso para quienes
permanecieron en sus puestos.
La verdad es que la modernización de Huet se estrelló contra la informal cultura organizacional
de la empresa y de los propios trabajadores, constituyendo apenas un remozamiento en su estructura
y arcaicas condiciones de trabajo. Pese a las reformas en curso y a que apoyaron al Director General
ante los ataques de algunos parlamentarios, los ferroviarios permanecían sin políticas de seguridad,
de prevención de accidentes ni de calificación. Muchos limpiadores, avisadores e incluso fogoneros
103
La ley n° 2.846 del 1 de abril de 1907 reformó la cúpula organizacional de EFE para mejorar la coordinación de las
diferentes ramas de servicios en cada sección. Respetó la división zonal, agrupada en dos grandes secciones (la Red
Norte, entre Copiapó y Los Vilos, y la Red Central Sur, de Valparaíso a Valdivia). Agregó la unidad de Almacenes a la
Sección de Contabilidad, creó la Sección de Material y suprimió la preeminencia de los jefes de cada sección zonal,
remarcando su subordinación al respectivo Administrador (Romo, 1957: 28-29).
104
El personal completo quedaba escalonado en una jerarquía de 12 grados, con una renta anual variable entre $30,000
del Director General y los $2,000 del grado 12 (Poblete, 1930b: 204-207).
105
Con la falta de políticas específicas sobre personal, este había aumentado demasiado: si en 1884 había 5,3 hombres
por km, en 1907 ya había 8,8 (Guajardo, 1990: 180).

133
Hombres del Metal

eran analfabetos, no sabían sumar o leían y escribían mal, de modo que lo que apuntaban era tan
incomprensible como difícil les resultaba entender o leer instrucciones teóricas. Esta ignorancia les
impedía ascender y les hacía gastar más material o combustible del necesario o simplemente descuidar
los equipos, cuestión que les recordaban constantemente los jefes. Si bien los fogoneros, mayordomos
de talleres y maquinistas eran reclutados entre los obreros, pasando a veces por el grado intermedio
de cabo, se les exigían nociones básicas de instrucción primaria para anotar trabajos, sacar cuentas,
pedir materiales, distribuirlos, etc. Por otra parte, la falta de estabilidad laboral 106 hacía que los jefes
y mayordomos, desconfiados de ser reemplazados en sus cargos, descuidaran la formación de sus
subalternos e, incluso, que algunos los hostilizaron cuando trataban de organizarse para exigir una
preparación sistemática. Por último, gran cantidad de funcionarios, particularmente los maquinistas,
limpiadores, palanqueros, personal de maniobra, de conservación y vía, seguían trabajando más de
diez horas diarias.
Además de los problemas anteriores, la reestructuración de 1907 chocó con los efectos de una
crisis económica internacional y de la crisis salitrera, que depreciaban el valor real de los salarios. Esta
coyuntura generó un movimiento casi de alcance nacional, contra el alza de los bienes de consumo
y de los arriendos, y a favor de la “cordillera libre” para bajar el impuesto al ganado argentino y,
consiguientemente, el precio de la carne. Los ferroviarios organizados, que eran los de las maestranzas,
encendieron la chispa reivindicativa. A fines de mayo, los majadores de los talleres de Santiago pararon
para conseguir un aumento de 40% en sus salarios, pagados al cambio fijo de 18 peniques. Siguieron
su ejemplo los soldadores y el resto de las secciones de la capital y de otras ciudades (Valparaíso, Talca,
Concepción, Valdivia), de manera que para junio, toda la mano de obra ferroviaria estaba en una huelga
conjunta, por primera vez desde 1902. Con ellos solidarizaron en seguida las principales fundiciones,
varias cerrajerías, la empresa de correos, los cocheros, las fábricas de clavos, de tejidos, de camisas, los
gremios marítimos de Valparaíso, numerosas curtidurías e incluso las lavanderas, culminando en una
huelga general.
El 2 de junio, el Gobierno de Pedro Montt, que había logrado que los que estaban en huelga
ilegal (maquinistas ferroviarios y operadores de telégrafos, por ejemplo) retornaran al trabajo bajo
amenaza de arresto, accedió a las demandas del Comité de Huelga, ofreciendo a las maestranzas un
aumento salarial del 30%, a pagarse al cambio de 16 peniques, así como jornadas laborales más cortas.
La tentadora oferta dividió las posiciones. Algunos de maestranzas quisieron acabar la huelga con
un triunfo: no podían desconocer que serían los primeros obreros chilenos pagados en pesos a una
tasa fija de cambio, y de 16 peniques más encima, en medio de la depreciación del peso chileno y del
endurecimiento de la posición patronal. Pero otros de esas y demás secciones, así como la mayoría
de los gremios que habían solidarizado, prefirieron mantener la demanda de los 18 peniques y otras
reivindicaciones agregadas por las Sociedades de Resistencia. El diputado demócrata Bonifacio Veas,
que encabezaba el Comité de Huelga y era partidario del Presidente Montt (igual que Recabarren,
militante demócrata de tendencia socialista), terminó por aceptar la oferta y convenció al Comité de
Huelga de llegar a un acuerdo con la empresa el 9 de junio. Pero este acuerdo fue desconocido por varias

106
En 1912, por ejemplo, solo el 15% de los empleados que trabajaban entre Copiapó y Puerto Montt estaba a contra-
ta; el resto estaba a jornal (Guajardo, 1990: 180).

134
Isabel Jara H.

secciones, que continuaron la movilización junto a los de Talca, Coquimbo y Valparaíso, a quienes
secundaron los operarios de la Aduana, los estibadores, lancheros y tripulantes de vapores de diversos
puertos. Por su parte, los ferroviarios del norte siguieron su propio proceso: a comienzos de diciembre
de 1907, las secciones de Maestranza, Herrería, Calderería y Carpintería del Ferrocarril Salitrero
pidieron un aumento de 30% en sus sueldos, consiguiendo, a diferencia de los mineros que bajaron
a Iquique, un feliz desenlace107. Lo reconocieran o no todos los movilizados, que no se consiguiera
el pago en pesos de 18 d. ni las demandas adicionales de los gremios solidarios no ensombrecía el
hecho de que los ferroviarios habían obteniendo un aumento salarial nominal del 30%. El Ministerio
de Obras Públicas, Anselmo Hevia Riquelme, lo recalcó en una posterior comunicación al Director
General de la empresa, de fecha 11 de julio de 1907:
“La extraordinaria baja del cambio internacional y el subido precio que han alcanzado en los últimos
tiempos los artículos de consumo y los cánones de arrendamiento de las habitaciones, ha creado, sin
duda, una situación difícil a los obreros de la Sección Tracción y Maestranzas de los FF.CC. del Estado.
Con motivo de los acontecimientos que se han desarrollado los últimos días relacionados con los operarios
de esa Sección, este Ministerio ha tomado en atenta consideración las quejas que dichos operarios han
hecho llegar al Gobierno y ha encontrado que algunas de ellas son justas” (Sepúlveda, 1959: 17).

Finalmente, tras haberse reincorporado a la faena el personal de línea y de maestranzas, tras


recuperarse el movimiento de trenes y al recrudecer –ahora confiada- la persecución patronal y
estatal, los diversos gremios se fueron descolgando de la huelga. Algunos llegaron a acuerdo con sus
patrones sobre mejores jornales y horarios laborales. Otros simplemente lo hicieron porque habían
quedado solos, incapaces de conseguir que todos los ferroviarios de maestranzas les “devolvieran la
mano”, manteniendo su movimiento pese al desgaste acumulado. Claro está que la actitud del Comité
de Huelga y el descoordinado “espíritu de huelga” fueron criticados por algunas mancomunales e,
inicialmente, por la corriente socialista del Partido Democrático. Pero lo cierto es que el movimiento
ferroviario, y popular en general, todavía no perdía su carácter incontrolado. Por lo demás, el
creciente poder de influencia y negociación de los trabajadores más organizados de ferrocarriles fue
reforzando su independencia e individualismo frente a otros gremios y a sus propios compañeros
menos calificados, lo cual se tradujo en la defensa de posiciones más mutualistas. De manera que
en la actividad huelguística de la primera época, esos ferroviarios privilegiaron sus intereses, y no
prolongaron huelgas que pusieran en peligro sus demandadas ni sus conquistas previas.

107
El periódico La Patria del 5 y 6 de diciembre de 1907 informó: “Como por encontrarse el gerente de esa Empresa, señor
Nicholls, en la Pampa no se les pudo contestar favorablemente, los obreros abandonaron el trabajo...Sabemos que el Gerente ha
comunicado esta petición al Directorio General de la Empresa que reside en Londres, y solo espera su resolución para contestar
a los obreros. La empresa actualmente abona un a sus operarios un recargo de 50% sobre sus jornales y, con esta petición del
30, ahora vendrían a experimentar un aumento de 80%. Esta huelga se ha producido con toda tranquilidad y los obreros han
observado una conducta respetuosa y ejemplar” (...) “La Empresa, consultando sus bien entendidos intereses y los de sus em-
pleados y trabajadores, acordó pagar todos los jornales y los sueldos a un tipo de cambio que no baje de 16 peniques, abonando
la diferencia cuando el valor del billete no alcance a dicho tipo. Semejante acuerdo viene en hora feliz a colocar a esos empleados
y trabajadores en situación de estar seguros de poder hacer frente a sus necesidades, cualesquiera que fueren las oscilaciones
del cambio y las consiguientes variaciones del valor del billete con que se les pague” (...) “Así como el Ferrocarril Salitrero, las
demás industrias que negocian en peniques, debían por equidad y justicia, pagar sus jornales en peniques o en su equivalente
en billetes” (Bravo, 1993: 93-95).

135
Hombres del Metal

En todo caso, poco duró la conquista salarial de los ferrocarrileros, porque el Director General, en
aras del déficit del servicio, en 1908 despidió trabajadores de maestranzas y rebajó un 10% los sueldos
y jornales como préstamo forzado del personal a la empresa, anunciando que sería devuelto cuando la
situación mejorara. Del despido selectivo de los dirigentes de la maestranza de Santiago que alzaron la
voz, se pasó al despido masivo en Concepción, tras la huelga local de un mes.
Puesto que la Sociedad Santiago Watt casi había desaparecido, los trabajadores formaron diversos
comités, encabezados por un Comité General, para agitar por la devolución del 10% y la reducción
del horario laboral. Recreando la experiencia de la última huelga, dichos comités formaron a su vez
Consejos Federales que, en 1909, consiguieron la creación de una Comisión Mixta de diputados y
sindicalistas para estudiar sus demandas y realizaron una concurrida marcha frente a La Moneda.
Con tal demostración de fuerza, obtuvieron que el Ministro de Industrias y Obras Públicas finalmente
concediera algunos puntos del veredicto de la Comisión Mixta. Este fallo reflejaba en algo sus todavía
duras condiciones de trabajo:
“1º.- Que las horas de trabajo de las Maestranzas fijadas por la Empresa para el invierno, sean iguales
para el verano, o sea, un total de ocho y media horas diarias, en forma permanente. 2º.- Que el trabajo
de los Maquinistas y Cambiadores sea de diez horas diarias, entendiéndose para los primeros que el
tiempo se cuenta desde que el tren sale de la estación de partida. 3º.- Mantener la tolerancia de diez
minutos para la entrada a los Talleres de la Maestranzas; después de los diez minutos se perdería el
premio correspondiente de asistencia y el valor de la hora. 4º.- El trabajo obligatorio en los Talleres será
el indicado con el número uno. Fuera de ese horario del trabajo será voluntario, sin que la negativa de
trabajar tiempo extraordinario sea causal de expulsión del Taller. 5º.- Restablecer los pases libres en la
forma dispuesta en la Empresa. 6º.- restablecer la donación de ataúdes para los operarios y Maquinistas
que fallezcan en actos del servicio. 7º.- Mejoramiento del Servicio Médico de la Empresa o que éste pase
a la Junta de Beneficencia. 8º.- Designar una Comisión permanente con representantes de la Empresa y
del personal para resolver pacíficamente y prevenir todas las dificultades que surjan con la Dirección de
la Empresa o con los Jefes Inmediatos. 9º.- Equiparar el jornal de los majadores, según su competencia”
(Sepúlveda, 1959: 20).

Sin duda, los puntos anteriores fueron un avance, pero la mantención del largo horario de los
maquinistas demostró que el trabajo no había cesado y que era necesaria una organización ferroviaria
estable. Los dirigentes sabían que, hasta ahora, el movimiento ferroviario había conseguido éxitos
importantes pero parciales. Desde el periódico La Reforma se incitaba:
“Nuestro Comité Ferroviario debe ser permanente, compuesto de delegados de todos los Talleres de la
Maestranza Central y Sección Yungay. También debemos cumplir las obligaciones que nos imponemos al
entrar a las Sociedades en resistencia” (Sepúlveda, 1959: 21).

El hecho de que la gente de Maestranzas y Tracción se agrupara coyunturalmente en sociedades de


resistencia o comités reivindicativos, y que los demás lo hicieran en mutuales y centros obreros que no
asumían tareas reivindicativas, mostraba tanto el límite del gremialismo episódico y mutualista como
la urgencia de una organización integradora.

136
Isabel Jara H.

Por otra parte, la nueva estabilidad económica del país favorecía los esfuerzos por superar la
asociación esporádica. Si la inflación y la represión de 1907 habían motivado a los ferrocarrileros
y a todo el proletariado, temerosos de perder el empleo, a dejar el sindicato por la mutual, la nueva
estabilidad de los precios alimenticios y la holgura derivada de la expansión salitrera –que incrementaba
las entradas fiscales y extendía las líneas férreas- devolvieron la confianza en el gremio.
Los consejos federales decidieron entonces constituir la Gran Federación Obrera de Chile, FOCH
(1909). Esta contó con delegados de Valparaíso, Quillota, Calera, Llay-Llay, Los Andes, Santiago,
Pelequén, San Fernando, Curicó, Talca, Concepción, Temuco, Valdivia y Tracción Eléctrica de Santiago.
Fue su Junta Ejecutiva, alojada en la capital, la que dirigió la campaña para la devolución del 10%.
Para ello, denunció a EFE ante la justicia y contrató los servicios del abogado conservador Pablo Marín
Pinuer, quien en su defensa hizo un crudo diagnóstico:
“a los operarios se les paga, entregándose una ficha o sea un papel en el cual se ha cuidado de ocultar
todo dato. No especifica la ficha ni el tipo medio del cambio ni el premio con que se paga, ni el jornal
base en papel ni otro dato alguno, sino única y exclusivamente la cantidad en billete que corresponde
al operario; así éstos han estado entregados enteramente a la buena fe de la Empresa y han venido
siendo burlados desde el mismo mes de junio de 1907 hasta ahora, ya que los operarios no pueden ni
siquiera comprobar la fidelidad de las operaciones que hace la Empresa” (…) “El mismo Reglamento
designa ciertos días festivos en el año, como ser Pascua. Según resolución del Director General de la
Empresa, si la Pascua cae en jueves o martes, etc., esto es un día en medio de la semana, el operario no
tiene derecho al premio, porque en tal caso, según el Director, no ha trabajado la semana completa” (…)
“Es notorio que el obrero chileno no trabaja los lunes. Numerosas faenas han creado premios especiales
para los obreros que trabajan todas las semanas, entendiéndose que trabaja toda la semana cuando se
hace el lunes inclusive, no obstante que a mitad de semana caiga un festivo. En los campos al peón que
trabaja desde el lunes se le premia con una gratificación diaria que se le paga lo sábados o con ración de
vino o con mejor comida” (Sepúlveda, 1959: 39).

En definitiva, el abogado patrocinante argumentó que no se podían modificar las condiciones


laborales unilateralmente por la empresa, so pena de violar el contrato de trabajo, vinculado a la ley
civil. El abogado de la empresa argumentó que no había violación ninguna pues no había contrato
de trabajo (solo en 1910 se imprimieron). Pero la presión legal del abogado y la presión social de
los trabajadores sobre el Consejo de Administración de EFE, creado recientemente, permitieron un
histórico triunfo de los ferroviarios en los tribunales, de manera que la devolución del 10% se sancionó
por vía judicial.
Así pues, las diversas movilizaciones de este período consiguieron la estabilidad e incluso cierto
ascenso de los salarios ferroviarios, sobre todo en Tracción y Maestranzas, a pesar de las continuas
rebajas decretadas. Pero fue la victoria legal del movimiento de 1909 tal vez lo más decisivo, puesto
que legitimó el gremialismo federativo y estable entre los ferrocarrileros. Este temprano énfasis fue
posteriormente refrendado a nivel nacional con la aceleración de los rasgos orgánico-sindicales del
movimiento obrero general, una vez que se recuperó de la masacre de Iquique. Asimismo, este énfasis
formalista concordó con el reconocimiento estatal de la existencia de la “cuestión social”, volcado en
una incipiente asistencialidad y legislación social (Grez, 2007: 8-9).

137
Hombres del Metal

Institucionalización y continuidad
La Federación Obrera de Chile (cuya personería demoró hasta 1912) nació de los Consejos
ferroviarios (de maestranzas, primero), pero quedó abierta al ingreso de otros trabajadores. Según
sus estatutos, tenían derecho a ingresar “los operarios, jefes de talleres, mayordomos y demás personal de
las Maestranzas de los ferrocarriles del Estado y, además, empleados a jornal que deseen federarse (…) Podrán
también federarse los demás obreros y artesanos de diversas artes mecánicas dependientes del Estado o de
establecimientos particulares o que ejerzan libre e independientemente su oficio” (Sepúlveda, 1959: 35). De
allí que pronto la integrara la Federación regional de los obreros salitreros de Tarapacá y Antofagasta. El
consejo federal de cada ciudad agrupó a socorros mutuos de distintos oficios locales, que mantuvieron
su autonomía, y se combinó en una estructura regional, y nacional como veremos después. Así, fue la
institucionalización federativa su mayor condición innovadora.
Por otra parte, si sus objetivos eran primeramente mutuales y sociales -contemplando una cuota
mortuoria, préstamos, escuelas primarias o de conocimientos prácticos, cooperativas de consumo y un
órgano de publicidad-, igualmente la Federación trataría “de intervenir amistosamente en los desacuerdos
que se produzcan entre obreros y patrones, siempre que la causa sea justificada” (Sepúlveda, 1959: 35). Pero,
como veremos a continuación, esta fortaleza organizativa avanzó más hacia un sindicalismo político
cuando su directiva dio un giro a la izquierda.
En efecto, el evidente tono conciliador y apolítico, incluso anti-huelguístico, de la FOCH,
aparentemente derivado de la orientación católica de su presidente honorario, el abogado Marín Pinuer,
fue ácidamente criticado por las fracciones obreras más provocadoras. El iquiqueño El Despertar de los
Trabajadores, por ejemplo, espetó en su ejemplar del 27 de mayo de 1913:
“El clericalismo mañosamente está introduciéndose al seno mismo de los trabajadores. Con la habilidad
que nunca le falta ha organizado un buen número de los trabajadores de los ferrocarriles y con el nombre
pomposo de Gran Federación Obrera de Chile ha organizado secciones en todos los pueblos donde hay
maestranzas de ferrocarriles” (Vitale, 1979: 37).

Incluso, algunos trabajadores de EFE de Valparaíso formaron la FORCH en 1913, de carácter


anarcosindicalista, siendo los únicos trabajadores ferroviarios que tuvieron una intensa actividad
huelguística entre 1911 y 1916 (De Shazo, 2007: 202). Como es sabido, la FOCH perdería del todo su
tono conciliador en 1919, cuando el POS conquistó su dirección, dándole un talante marcadamente
clasista y agitador que parecía legitimado por las revoluciones bolchevique y mexicana.
Por supuesto, aparte de lo organizacional, quedaban otros graves problemas reivindicativos
pendientes, siendo uno de los más acuciantes el de la jubilación. Al respecto, pendía en el Ministerio
de Industrias un proyecto de Caja de Ahorros del Director Huet para los empleados de ferrocarriles. La
revista Círculo de los Ferrocarriles explicaba en su Editorial nº 3:
“Como se sabe, los servidores de los ferrocarriles del estado no están comprendidos en la ley de jubilación
general para los empleados públicos, de manera que llegan al término de su vida después de haber
trabajado muchos años, perdiendo sus facultades, no solo sin poder legar no ya una pequeña herencia a
sus hijos, pero ni siquiera con la relativa certeza de pasar tranquila vejez. Sin embargo, no hay trabajo

138
Isabel Jara H.

que desgaste más la naturaleza del individuo ni ninguno en que se viva en mayor peligro. A centenares
suben las víctimas que han perecido sacrificadas en su puesto de labor. Ya es un maquinista que se
despeña a un río por el hundimiento de un puente, ya es un empleado de oficina que al atravesar los
patios es cogido por un tren. El señor Huet, en la nota que acompañó su proyecto, cita el caso frecuente
del individuo que a causa de un accidente o por vejez se imposibilita para el trabajo y que no puede
retirarse ni puede ser suspendido, sencillamente porque quedaría sin recursos de ninguna especie”
(Sepúlveda, 1959: 29-30).

El mismo año de 1909 se promulgó la creación de la Caja de Ahorros, pero favoreció exclusivamente
a los empleados a contrata. Los de jornal quedaron desprotegidos, basado en el criterio de que, a
diferencia de los anteriores, su mayor poder de organización les permitía obtener otras compensaciones.
Como reconoció después la Oficina del Trabajo:
“Hay entre ambas categorías del personal una diferencia esencial. Los empleados a contrata no tienen
o no se les reconoce, el derecho a la huelga i de coalición. En cambo, la huelga de los empleados a jornal
se considera como acto lícito i en la práctica se les ha visto acudir a ella con cierta frecuencia para exijir
aumentos de salarios, mejores condiciones de trabajo, etc. La principal consecuencia de esto, es que hai
cierta lójica i justicia en aplicar a los empleados un réjimen como el de las jubilaciones, en que la carga
total recae sobre el patrono o las empresas. No ocurre lo mismo con los empleados a jornal quienes
pueden discutir i hasta imponer, teóricamente ál menos, condiciones equitativas de salarios y trabajo.
I decimos teóricamente, porque para que ello sea una verdad comprobada por los hechos, será preciso
que nuestra clase obrera alcance a un grado mui superior de educación económica i de organización
profesional”108 .

Los confl ictos laborales no se detuvieron con las administraciones posteriores. Los operarios de
maestranza fueron otra vez a la huelga, a la que se plegaron los empleados telegrafistas a contrata
-“hecho insólito en los ferrocarriles” (Poblete, 1930: 257)-, al no cumplírseles las promesas de aumento de
renta, de aumento bienal por años de servicio y de premio anual por buen desempeño. También suscitó
malestar la implantación del sistema de block cerrado, que, con el propósito de simplificar la ocupación
de la vía y evitar accidentes, no permitía la circulación de más de un tren entre una y otra estación,
cerrando el block o tramo de línea respectivo a otro tren. El convoy que estuviera detrás o en la estación
siguiente a donde el tren en marcha se dirigiera, debía esperar que este llegara antes de arrancar. Pero
este sistema paralizó al país con su lentitud y, para mayor abundamiento, coincidió con una reforma
de los itinerarios que alargó el horario de los trenes de carga: así, se llegó al absurdo de que “los convoyes
y sus personales permanecían horas y horas –noches enteras algunos- con sus fuegos encendidos los primeros y
sin dormir los segundos, esperando la desocupación del block para continuar a su término y descansar” (Poblete,
1930: 257)109. De tal manera que los accidentes evitados por la simplificación del uso de la vía se
produjeron ahora por el cansancio de conductores, palanqueros, maquinistas, camineros, etc.

108
Oficina del Trabajo, Memorándum, vol. 47, foja 2, 1918. La Caja de Ahorros, prevista como una cuenta de ahorro
individual financiada con un descuento del 4% al sueldo, con recursos de la empresa y fiscales, fue ampliada después a
Caja de Retiros y Pensiones (Sepúlveda, 1959: 31-34).
109
El sistema permisivo existente hasta entonces consentía en el despacho de varios trenes en una misma dirección,
guardando la distancia reglamentaria.

139
Hombres del Metal

El retorno de Huet a la Dirección General entre 1911-1912 tampoco desmovilizó del todo al
movimiento ferroviario. Indudablemente, este celebró la adquisición de locomotoras más livianas, la
finalización de la Estación Mapocho y, por supuesto, la creación de nuevos puestos de trabajo al entrar
en actividad la nueva sección de la Cuarta Zona (de Victoria al sur). Pero los sinsabores económicos
continuaban y, esta vez, contando con el aliciente de una organización permanente, como la Federación
Obrera, en 1911 pudo renacer la Sociedad Unión y Protección de Fogoneros, que reorganizó a su vez
la Sociedad Santiago Watt. Esta última fundó el periódico La Locomotora, y, a mediados de 1913, envió
en secreto a diversos delegados a crear fi liales a la tercera y cuarta zona, logrando que el año siguiente
–al celebrarse la Primera Convención del personal de Tracción- ya hubiera seccionales en Valparaíso,
Concepción, San Rosendo, Temuco y Valdivia. Tras conseguir representación en la segunda y cuarta
zona, la crecida sociedad pasó a llamarse Federación Santiago Watt.
Pero, así como la organización obrera perseveraba entre los más decididos, la persecución de los
directivos también. Uno de los que participó en el nacimiento de la Asociación Santiago Watt, pese a
su mala escritura, registró las represalias que siguieron:
“...El Director de Tracción puso un telegrama a San Fernando en estos términos; el maquinista Belisario
Araya no debe viajar de pasajero sin su respectivo boleto, está despedido, firma Diego Oll, el Jefe de San
Fernando don Pedro Mellado, me preguntó Araya, porque está Ud. tan mal con el Director de Tracción,
señor, ‘en la casa de los ciegos el tuerto es el Rey’. Presentamos una solicitud al Consejo Directivo de
los Ferrocarriles, pidiendo más sueldo, porque a nosotros se nos paga muy poco y me echan la culpa
porque me nombraron Presidente de la que estamos formando Sociedad Santiago Watt, para ayudarnos
y protegernos mutuamente” (Araya, 1938: 10-11).

Así pues, fuera tal vez por las persecuciones o por la orientación todavía moderada de la FOCH,
lo cierto es que las maestranzas representadas en ella se desentendieron de la gran huelga de 1913,
siendo que, una vez más, esta comenzó en EFE. Efectivamente, el sindicato de cargadores, acopladores
y guardagujas declaró el paro el 16 de octubre de ese año cuando su vicepresidente, entre otros líderes,
fue exonerado y apresado por negarse a la fotografía de identificación ordenada por la empresa,
temiendo que fuera una medida represiva. Los huelguistas se coordinaron entonces con los estibadores
y otros trabajadores porteños, que paralizaron algunos días después; con otros trabajadores agrupados
en una entidad ácrata, y con maquinistas ferroviarios que se sumaron en noviembre. Pero a diferencia
de lo acontecido en 1907, esta vez quienes se sumaron posteriormente fueron los primeros en bajar
la huelga al llegar a acuerdos con sus patrones, mientras que la movilización ferrocarrilera continuó y
fracasó estrepitosamente. Por su parte, la FOCH se mantuvo en todo momento a distancia.
En definitiva, si casi hasta la década del veinte la FOCH no fue decisiva para la actividad huelguística
ferroviaria en particular ni proletaria en general, sí fue una pieza valiosa para darle cierta continuidad
a la organización ferrocarrilera, sin la cual hubiera sido muy difícil acelerar la transición de su discurso
sindical desde un mutualismo directo a la exigencia de un régimen legal de defensa del trabajador y
su familia.

140
Isabel Jara H.

Racionalización de la Primera Guerra Mundial


Por las economías que impuso la Primera Guerra Mundial, los déficits de EFE debieron encararse
con los propios ingresos, de manera que la Administración de entonces acometió una segunda gran
ofensiva racionalizadora, la cual, como la anterior, presentó altos y bajos para los trabajadores. Por
un lado, comenzó la capacitación formal del personal en vez de la capacitación “sobre la marcha”,
creándose escuelas de maquinistas en diversas secciones para preparar al nuevo personal que entrara
al servicio y se estableció un reglamento sobre condiciones y exámenes a los que se sometería los
aspirantes, intentando de este modo poner fin a la indiferenciación de tareas, distinguiendo entre
las labores de maestranza y las de tracción. Paralelamente, daría preferencia a los egresados de las
escuelas industriales del Estado o equivalente, después de un período de práctica.
Al mismo tiempo, comenzó la construcción de la maestranza central de San Bernardo fuera de la
ciudad, para disponer de mayor espacio para las instalaciones y habitaciones obreras, al mismo tiempo
que alejar posibles focos de confl icto. El Ministro de Industrias señaló en 1914 que “alejándose del
asiento del Gobierno se impide que éste se vea sometido a la presión que pueden hacer sentir los operarios para
obtener resolución favorable a peticiones injustificadas” (Guajardo, 1990: 186).
Por otro lado, el renovado ímpetu racionalizador se tradujo una vez más en una rebaja salarial
para los trabajadores, esta vez del 15%110. Si para los funcionarios medios fue un mazazo, podemos
imaginar lo que significó entonces la rebaja para los empobrecidos jornaleros, siempre los peor
pagados111. Además, se obligó a usar uniforme a los empleados, pagado de su bolsillo, sin considerar
que poco les duraban en faenas tan desgastadoras y que sus bajos sueldos impedían que dispusieran
de dos o más trajes. En algunas zonas, recrudeció la exigencia de indemnizaciones por daño o pérdida
de carga a los trabajadores, ya que el reglamento era aplicado discrecionalmente. Peor todavía, por las
mismas razones de ahorro, se redujo el personal, incluyendo a los jefes más antiguos y a los inspectores
de distritos, que eran los fiscalizadores directos de todos los movimientos en una estación, a quienes
se reemplazó con ingenieros universitarios. Si bien la reducción de personal fue progresiva, el ramo
de Tráfico, por ejemplo, vio reducido en 33% su personal y “no hallaba cómo hacer el servicio” (Poblete,
1930a: 394). Asimismo, se les disminuyó a los trabajadores la disponibilidad de pases libres para
víveres y para el transporte de sus hijos a la escuela. Si bien en 1915 esta franquicia se extendió a los
empleados de jornal, fue en los coches de 2ª para los que ganaran $6 o más diarios, y en los de 3ª para
los que ganaran menos (Poblete, 1930a: 461).
En algunas zonas, como el Ferrocarril de Arica a Bolivia (F.C.A.B), durante esta crisis se prefi rió
despedir al personal chileno, tanto empleados como obreros, y colocar en su lugar a ingleses112. Por
110
Un Inspector de distrito que ganaba $675 en total (incluyendo la gratificación bienal y la subvención de casa) hasta
1914, con la reducción quedó en $475 (Poblete, 1930a: 199).
111
Los jornaleros más afortunados ganaban de $10 mensuales; otros apenas ganaban $2. Por tanto, la desaparición de
los 16 peniques por peso a los cuales se ajustaban, y el pago a sueldo fijo, perjudicaron sus ya desmedrados salarios: los
limpiadores ganaban $3,50; los fogoneros de carga $4; los de pasajeros $4,80; los recibidores $6; los maquinistas de 3ª
$7,50; los maquinistas de ordinario $8 y los maquinistas de expreso $9 (Sepúlveda, 1959: 25-45).
112
Cortes B., Hernán, “Acusando recibo”, La Locomotora. Organo destinado a defender los intereses de los obreros ferrocarri-
leros de esta provincia i de todos los gremios en general, Antofagasta, jueves 29 de octubre de 1914, n° 1, año 1, p. 4.

141
Hombres del Metal

lo mismo, la desigual carga de trabajo y la notable diferencia salarial entre los chilenos que lograron
conservar sus puestos y los extranjeros intensificaron la importancia de la variable nacional en el
confl icto laboral:
“Hay también otra cáfila de inspectores –acusaba un periódico antofagastino en 1914- que todos mandan;
todos ingleses en cuya misión es andar de estación en Estación, viajando en los trenes sin inspeccionar
nada porque nada saben que inspeccionar, y junto con gozar de un subidísimo sueldo, gozan también
de todas las prerrogativas de mantención, viáticos y miles de garantías que proporciona la Empresa
de F.C.A.B.” (...) “Si la Empresa haciendo cuando sea necesario para sus intereses alguna economía,
suprimiera unos pocos de esos zánganos inútiles que se llaman inspectores, vería que le produciría mejor
resultado que el quitarle á los obreros parte de su escaso jornal, pues estos al fin y al cabo son mucho más
útiles á la Empresa que los inspectores aludidos” 113 .

Estas medidas de reestructuración realzaron el papel de los ingenieros, en tanto se hacía necesario
profesionalizar la base técnica del personal para mejorar su productividad, racionalizar la operación,
reglamentar el trabajo y las funciones, crear manuales, disciplinar en hábitos de puntualidad, respeto
a las jerarquías, usos de uniformes, temperancia, seguridad, etc. Por eso, muchos empleados y obreros
vieron en ellos la cara visible del proyecto modernizador, al que acusaban de despreciar a los antiguos
trabajadores autodidactas y echarlos a la calle, en medio de la crisis económica, sin reconocer su aporte
y sus años de antigüedad. A contrapelo, los sueldos de los altos funcionarios seguían abultados.
La verdad es que esa percepción no era inexacta, porque la ley de Reorganización fijó las rentas
nominales anuales del personal de la siguiente forma: el Director General, primer grado, $30.000,
con posibilidad de gratificación anual extra no superior de $20.000. Los Jefes de departamento de
la Administración Central, Inspector General de los Ferrocarriles y Administradores de zona, de 2°
grado, con $20.000. Los Administradores de ferrocarriles aislados, Jefes de secciones centrales y
Jefes de secciones de la Dirección, de 3er grado, $12.000 a $15.000. Los Inspectores de transportes,
jefes de secciones de ferrocarriles aislados, ingenieros y arquitectos primeros, contadores centrales,
visitadores, secretarios, abogados, etc., grado 4 $8.000 a $12.000. Mientras, el personal de los ocho
últimos grados recibía lo siguiente: grado 5, $6.000; grado 6, $5.000; grado 7, $4.500; grado 8, $4.000;
grado 9, $3.500; grado 10, $ 3.000; grado 11, $2.500; grado 12, $ 2.000 (Poblete, 1930b: 437).
Correspondiendo el personal superior a los cuatro primeros grados del escalafón, era clara la brecha
salarial existente entre él y la gran mayoría que ocupaba los grados inferiores. Eso, sin contemplar a
los trabajadores a jornal.
Como si lo anterior fuera poco, el artículo 23 de la misma ley sancionaba la contratación de los
técnicos universitarios con sueldos de grados superiores:
“Entretanto -se lamentaba uno antiguo empleado- los funcionarios que ya actuaban en la Empresa desde
hacía diez, quinces, veinte y más años y cuyas funciones no figuraban incluidas en los grados primero
al cuatro inclusive –jefes de estaciones, telegrafistas, bodegueros, camineros mayores, inspectoras del
tráfico, etc.-, aparecíamos desparramados entre los últimos ocho grados, con renta máxima de $6,000,
que era la del grado 5, en que figurábamos los jefes de estación de primera clase y los inspectores que
113
La Locomotora, Antofagasta, viernes 27 de noviembre de 1914, n° 2, año 1, p. 2.

142
Isabel Jara H.

los fiscalizábamos. Nuestras expectativas de mejoramiento ascensional tenían ahora un tope por
delante que nos impedía avanzar, cualquiera fuese el número de años servidos, si carecíamos del título
de ‘técnico’ o ‘especialista’, o no lográbamos ocupar alguno de los pocos cargos que, sin la exigencia del
pasaporte universitario, integraban el personal de Contabilidad o de la Dirección dentro del grado 4”
(Poblete, 1930a: 498).

Para empeorar las cosas, la ley de 1914 dio participación al personal superior en las utilidades que
el ahorro produciría: el 20% del excedente de las entradas formaría un fondo de reserva, y del 80%
restante, un 20% se distribuiría así: 2/5 al Director, jefes de departamento y administradores de zona,
y 3/5 al resto del personal. Para 1916, este ahorro sumaba $2.000.000, pero cuando se supo de su
destino, resultó tan burlesco para el personal inferior, que el superior renunció a ella en solidaridad
con sus compañeros. El Consejo de Administración decidió entonces financiar la Caja de Retiros con
esas utilidades, pero la medida también fue rechazada por el personal.
La insostenible situación puso a prueba a la recién recuperada Federación Santiago Watt, que,
con un discurso sindical más politizado (el POS existía desde 1912 y la FOCH estaba en manos más
moderadas), comenzó a exigir la recuperación de los montos rebajados y un aumento de jornales que
compensara la infl ación. Pero el Consejo de Administración rechazó sus reclamos, argumentando que
no podía financiarlos, y rechazó la constitución de una comisión arbitral mixta, en aras de su ley de
autonomía. En consecuencia, el 2 de marzo de 1916 estalló el paro, apoyada por la FOCH, la Unión
Gremial de Ferrocarriles del Estado y otras mutuales, aparte de la Santiago Watt. En el debate sostenido
en la Cámara de Diputados ese día, se habló de las continuas promesas incumplidas a los trabajadores,
de la rebaja y despidos de trabajadores mientras que los Jefes de oficina y personal directivo aparecían
intocados, y que las remuneraciones de los obreros se habían rebajado en un 40% y hasta en un 50%.
Pese a que se contraargumentó que el déficit creciente de la empresa gravitaba abrumadoramente
sobre el presupuesto nacional, la intervención del Ministro Angel Guarello, de Industrias y Obras
Públicas, militante demócrata y de gran ascendiente sobre los trabajadores, fue decisiva. Sus palabras
quedaron registradas así:
“En 1914 la Empresa, ante la difícil situación porque atravesaba el país, el Consejo de los Ferrocarriles
del estado se encontró frente a este dilema: o procedía a reducir el personal de operarios a fin de encuadrar
el monto total de los jornales dentro de la cantidad de que se podía disponer para este objeto o acordaba
una rebaja general de los salarios para lograr ese mismo resultado. Se prefirió el segundo camino. Poco
tiempo después los operarios comenzaron a reclamar contra las medidas adoptadas por estimar que se
había procedido arbitrariamente y contra sus intereses. Ignora (sic) el desarrollo que esas reclamaciones
tuvieron en 1915. Solo sabe (sic) que en los primeros días de enero de 1916, los operarios a jornal de
la Empresa estaban concentrados para exigir de la Superioridad una contestación categórica respecto
de las dos peticiones siguientes que formulaban: aumento de un 15% de sus salarios y devolución del
descuento de 15% que se les había hecho en 1915. El día 8 de enero, día en que le correspondía hacerse
cargo del Ministerio de Ferrocarriles, se reunían los delegados de las distintas Secciones para fijar
el comienzo de la huelga; pero estimando que se les había creado una situación de espera, acordaron
postergar el movimiento, a fin de dar tiempo al Ministerio para que, en sus reclamaciones, sirviera de
intermediario entre ellos y el Consejo. Una vez impuesto de las reclamaciones, concurrí a las sesiones
del Consejo de 24 de enero. Allí manifesté que, en mi concepto, era preciso abordar de lleno el estudio de

143
Hombres del Metal

las reclamaciones e indiqué todas las medidas generales que, a mi juicio, debían tomarse para procurar
el mejoramiento del personal de operarios. Entre ellas puede citar la extensión del Servicio Médico a las
familias de los operarios; la conveniencia de extender hasta ellos los beneficios de la Caja de Ahorros de
la Empresa y de transformar esta Caja en una Caja de Retiros para todo el personal. Recordó la ley en
estudio sobre accidentes del trabajo, cuya inclusión del personal ferroviario sería de grandes beneficios
para los obreros de la Empresa que tienen varias clases de sueldos y jornales en las diferentes Zonas y
en los mismos oficios. El Consejo –continuó el Ministro- resolvió nombrar una comisión para estudiar
las peticiones en conjunto con la comisión designada por el personal, la cual representaba a las cuatros
Zonas. Se comprobó que las rebajas hechas al personal llegaban hasta el 40%, en una escala que iba
desde el 5, 10, 25 y 30%. Sin embargo, de la entrevista de ambas comisiones no se obtuvo ningún
pronunciamiento del Consejo en orden a aceptar el mejoramiento económico que se podía” (Sepúlveda,
1959: 41-45)114 .

Envalentonado con tan alto apoyo político, y esperando el apoyo popular de otras ocasiones, el 13
de marzo, junto con otras organizaciones obreras y sociales, el Comité de Huelga de los ferroviarios
firmó un Memorial al Presidente Sanfuentes, a nombre de las Sociedades obreras y del pueblo
de Santiago, en que se pedía una ley de accidentes del trabajo (en ferrocarriles se los consideraba
solo cuando ocurrían en tráfico y no en las instalaciones), un reglamento de trabajo para mujeres y
niños, un seguro obrero, tribunales de conciliación y arbitraje, la jornada de ocho horas, la fijación
de tasas de salario en todas las zonas del país y la modificación de la ley que concedía autonomía
al Consejo Administrativo de ferrocarriles. En el ínterin, los maquinistas de la Segunda Zona
habían acordado volver al trabajo, mientras que los operarios de maestranzas decidieron continuar.
Estos últimos consiguieron la mediación de la Cámara de Diputados, la cual logró que el Consejo
aceptara la formación de una Comisión de diputados que estudiara las demandas, cuya imparcialidad
estaría garantizada porque sus integrantes serían de todo el arco político representado. Con ello,
los huelguistas de maestranzas volvieron a sus puestos. Después de 16 días de huelga, el Ministro
Guarello se comprometió públicamente a crear un escalafón de maquinistas, uno de jornaleros en
todas las zonas y una Caja de Retiros financiada con los $2.000.000 ahorrados. El movimiento logró la
derogación del artículo que distribuía las utilidades entre el personal superior y, finalmente, de la ley
de reorganización completa.
Ciertamente, en primera instancia, el gran movimiento de 1916 no hizo más que encarar el recorte
de los salarios ferroviarios, por la alta infl ación, del período 1913-1917. En esa materia, habría que
conceder a De Shazo que fue una huelga frustrada, puesto que no se llevó a cabo el prometido arbitraje
y porque no logró concitar la solidaridad urbana de antaño, dado lo amenazada que estaba la fuerza
laboral por la crisis de la Primera Guerra Mundial. Tal como él señala, era un momento de desempleo
generalizado y de debilidad sindical, que permitió al Gobierno acabar con el pago fijo a pesos de 16 d.
–establecido en 1907- y no devolver los recortes de 10% realizados desde 1914 (De Shazo, 2007: 206-
207). El mismo hecho de que esta huelga ferroviaria de 1916 fuera la primera desde 1914 demuestra
que valía la pena –de parte del gobierno- separar a FFCC de las otras organizaciones.

114
La Caja de Ahorros se transformó en Caja de Retiros y Previsión Social en 1918.

144
Isabel Jara H.

No obstante, habría que considerar, por otro lado, que, de cara a la realidad interna de FFCC,
la huelga se inscribió en un movimiento amplio de reacción hacia la restructuración de la empresa,
que no solo contempló lo salarial sino que levantó un discurso más “profesional”, emitiendo juicios
sobre el proyecto racionalizador. En esta materia, lejos de un fracaso total, el movimiento más global
prestigió al personal como un interlocutor interesado en el destino de la empresa, colaborador con los
técnicos y más bien enemigo de los sacrificios injustos y desiguales. En esa línea, el personal propuso
una reorganización alternativa a la oficial, a partir de aquellas medidas que consideraban claves para
mejorar la eficiencia del servicio y su propia condición en él. Entre ellas, el reconocimiento de los
conocimientos prácticos para una instrucción sistemática y del valer de los operarios chilenos resultaba
crucial. La defensa de una “cultura de oficio”, a partir de la experiencia práctica, no se contradecía
con el reclamo por el perfeccionamiento técnico. De allí que la Primera Convención de maquinistas
y fogoneros de 1914 incluyera entre sus objetivos una biblioteca para la instrucción técnica de los
obreros y el perfeccionamiento en el extranjero de los más destacados, además de la prohibición de
contratar técnicos en el exterior. Incluso, aquel año los maquinistas habían acordado cooperar con la
Dirección con soluciones que evitaran la bancarrota de la empresa, ahorrando lubricantes y carbón,
pero siempre insistiendo en que “un técnico no podrá enseñarles los más elementales conocimientos sobre
el gobierno de una locomotora, porque él nunca la ha gobernado” (Guajardo, 1990: 189). Sin embargo, la
valoración de esta perspectiva como un aporte a la empresa salía del ámbito técnico para entrar en el
ideológico.

Entre la politización y la coalición


La actividad gremial ferroviaria se politizaba aceleradamente. En 1919, cuando el POS se hizo
con la dirección de la FOCH, esta adquirió un tono marcadamente clasista y revolucionario. Pese a
la desmotivación provocada por la frustrada huelga de 1916 y a la acusación de desfalco contra el
Presidente de la Federación, esta se revitalizó con la lenta incorporación de asociaciones de otras
regiones, de trabajadores calificados y no calificados, y especialmente de mujeres. Por otra parte,
aunque su base era puramente ferroviaria, estaba ya regulada por congresos periódicos sustentados
en una amplia representación territorial: por ejemplo, la Segunda Convención de los trabajadores de
Tracción (maquinistas y fogoneros), realizada en la capital en 1919, contó con representantes de las
cuatro zonas y de la red norte.
Los salarios y las jornadas laborales seguían encabezando sus preocupaciones. De allí que,
buscando ponerse al día con sus compañeros que habían conseguido las ocho horas laborales en 1917,
los de Tracción levantaron esta jornada como un objetivo central. Las otras metas fueron, una vez
más, el reconocimiento de los conocimientos técnicos de los chilenos y su equiparación -en salario,
estatus y jerarquías- con los extranjeros. Insistían los maquinistas y fogoneros en hacerse valer ante la
Dirección, de lo cual dejó testimonio uno de ellos, pese a sus dificultades para escribir:
“En 1919 se formó un Congreso de obreros y empleados en San Bernardo yo hice un folleto de guía
práctica de economías para el buen servicio en los Ferrocarriles del Estado. Proyectos de economía y
mejoras del servicio que puede llevar a efecto la empresa de Ferrocarriles que al ser aplicado tendría

145
Hombres del Metal

economías por más de 50.000 pesos mensuales en toda la red es propiedad exclusiva de Belisario Araya
Pacheco, Imprenta “La Palabra” 1919.
Estos folleto son diez se encierran en dos, servir bien a la empresa y hacer economías como lo dejo
dicho anteriormente, pagarle bien su trabajo a los maquinistas y fogoneros, obreros que trabajan y
producen, suprimir empleados inútiles que no trabajan ni hacen nada, darles ascenso y promoción a los
Maquinistas para que tengan ascenso los fogoneros y jefe de talleres; todos los puestos de Inspectores que
no sean Maquinistas que reunan las condiciones que exija dicho puesto sea por antigüedad o concurso así
tendrá la empresa empleados, competentes y no habrían huelgas ni paralización de servicio de trenes…;
de esta manera tendrá la empresa hombres entendidos y honrados capaces de dirijir (sic) toda clase de
Ferrocarriles...” (Araya, 1938: 15-16).

Pero los directores de EFE de los años veinte reforzaron el enfoque técnico universitario por sobre
la valía de la experiencia, lo cual acentuó el malestar de los empleados no titulados y antiguos. Las
autoridades de la empresa sabían que todavía “los servicios de los ferrocarriles dejaban muchísimo que
desear; que sus transportes no estimulaban en la medida deseable el desenvolvimiento de las industrias y del
comercio, por no existir en ellos ni la oportunidad ni la rapidez, ni la seguridad necesarios; que para lograr
esos objetivos, abaratando al mismo tiempo la explotación, era indispensable completar y modernizar las
instalaciones, tan deficientes y anticuadas”. Sobre los trabajadores, declaraban que era “necesario saber
también respetar los derechos y justas expectativas de los subordinados”, que “la justicia y la equidad de los
Jefes no está en pugna con la firmeza de carácter ni con la disciplina y orden de los servicios” 115.
Sin embargo, a excepción de su participación en la huelga general de septiembre de 1919 –en la que
participaron solo trabajadores de maestranzas y de la que se bajó la FOCH para someterla a arbitraje-,
los ferroviarios no paralizaron hasta 1921, ni en Santiago ni en Valparaíso. Tener una jornada laboral
estándar de 8 horas desde 1917 y un aumento de beneficios de jubilación les permitió aguantar.
Por lo demás, la cacareada unidad todavía no se respetaba: en mayo de 1919, los trabajadores de las
maestranzas de San Bernardo (Consejo La Cisterna) abandonaron la FOCH para formar una sociedad
de socorro mutuo interna, siendo expulsados del Consejo Ejecutivo Federal al año siguiente (De Shazo,
2007: 248 y 290).
Pero la depreciación de la moneda reactivó las inquietudes. Además, la contienda electoral de
1920 y la elección presidencial de Arturo Alessandri Palma generalizaron entre los trabajadores la
ilusión de cambios sociales en su favor. Mientras se producían las huelgas generales lideradas por la
Asamblea Obrera de Alimentación contra la especulación y la infl ación, algunos ferroviarios volvieron
a agitar sus propias reivindicaciones. Motivos no faltaban. El objetivo de aumentar la productividad
en Maestranzas y en EFE en general, en las sucesivas reorganizaciones de la empresa, se traducía
inevitablemente en despidos. Además, en 1920, una Comisión Inspectora de ferrocarriles, nombrada
por el Gobierno, diagnosticó: “El personal a contrata, especialmente el secundario, en general competente y
disciplinado por largos años de servicio, en su mayor parte honestos padres de familia, con sanas aspiraciones
115
Discurso de Manuel Trucco al asumir la Dirección General de Ferrocarriles, pronunciado en el Club de La Unión en
junio de 1918. Citado en “Hacia el ideal”, Ideales. órgano quincenal Ferroviario de propiedad del Centro Telegrafistas
Primera Zona, p. 3. En 1925, a instancias de la misión Kemerer, con el propósito de acentuar la autonomía económica
de la empresa, se reemplazó al Consejo de Administración por una Comisión de tres expertos: de contabilidad, trans-
porte y tracción (Romo, 1957: 29).

146
Isabel Jara H.

y conceptos del deber, es el eslabón más débil de la cadena; se siente maltratado y oprimido, individual y
colectivamente, obligado a largas y extraordinarias horas de trabajo, no remunerado, violados sus adquiridos
derechos después de la reorganización de 1914, multado y censurado sin apelación posible, y por mala aplicación
de la ley, con un tope implacable a sus ascensos más allá del grado 5” (...) “...lo sueldos son excesivamente
reducidos y, salvo raras excepciones, varían entre 166 y 291 pesos mensuales nominales, porque están sujetos a
descuentos...” (Poblete, 1930b: 440-441).
Así, a fines de enero de 1921, este clima de inquietud favoreció la agitación, entre los ferroviarios
capitalinos, del incremento salarial de un 30%, lo cual fue satisfecho con la intervención directa del
recién elegido Presidente Alessandri, que otorgó aumentos de entre el 15% y 40%, contra la opinión
del Directorio de EFE. Fue el mismo ambiente de ilusión por los cambios lo que estimuló la creación,
el 10 de julio del mismo año, de la Sociedad Mutual de Empleados a Contrata de los Ferrocarriles del
Estado, más conocida como la Asociación Ferroviaria. Su primer boletín explicó que “su punto de mira
era el mutualismo”, y que si bien tendría una actitud conciliadora, nacía para defender a los escalafones
menores:
“No vamos en pugna con los jefes, ni contra nadie, al contrario, los Estatutos que rijen esta corporación
nos obligan ir en su ayuda, contribuyendo eficazmente al mejoramiento de los servicios mismos de la
Empresa, para el bien de nosotros y buen prestijio de sus dirijentes” (…) “Al limitar la admisión solo a los
empleados de los grados 8 al 12 se tomó muy en cuenta que la desigualdad de clases es una ley natural, y
que forzosamente era menester dejar a los jefes en su respectivo lugar, para así tener amplio derecho de
ir en busca de justicia cuando por algun motivo sea necesario solicitarla” 116 .

Además de cuestionar el pago del personal por su uniforme117, la consecuencia de la presión de la


Asociación y de la Comisión Inspectora fue aplicar el aumento general de sueldos antes acordado pero
no hecho efectivo, de entre 20% y 60% para los de contrata, y de 18% para los de jornal. Asimismo, los
ferroviarios consiguieron que, desde fines de 1922, se permitiera ascender a los empleados ubicados
bajo el grado 5.
Sin embargo, la agitación obrera estimulada por la campaña electoral y el populismo inicial del
Presidente Alessandri fue minada por las luchas de poder dentro de la FOCH, por una parte entre
moderados e izquierdistas, y, por otra, entre anarquistas y comunistas. La paulatina cooptación
comunista de esa Federación –y la consiguiente adhesión a huelgas no ferroviarias- había provocado
aparentemente la retirada del Consejo de Pintores, en septiembre de 1921; en febrero del año siguiente,
provocó el repudio de los consejos ferroviarios y de las asociaciones mutualistas independientes a
declarar la huelga general en solidaridad con los mineros del carbón; y por último, en agosto de 1922,
116
“Fines que persigue el Directorio”, Primer Boletín que la Sociedad Mutual de Empleados a Contrata de los Ferrocarriles del
Estado Publica para dar a conocer a sus compañeros y consocios, sus estatutos la marcha y fines que persigue esta Institución,
nº 1, año 1, Santiago, junio de 1922, p. 1.
117
“En Alemania, por ejemplo, el personal de los Ferrocarriles está uniformizado a cuenta de la Empresa en que sirven, sin que
se les exija ningún desembolso de su sueldo, lo que en nuestros Ferrocarriles ocurre a la inversa, obligándose a su personal a
gastar en uniforme prévio desembolso de sus haberes mensuales…Hacemos este breve comentario a favor de algunos emplea-
dos que se han presentado a nuestras oficinas reclamando del excesivo precio que han alcanzado los uniformes en relación a la
calidad y confección de ellos”. “Uniformación del personal ferroviario”, Primer Boletín que la Sociedad Mutual de Empleados
a Contrata…, p. 2.

147
Hombres del Metal

dividió la Convención de consejos ferroviarios, ya que 12 contra 11 votaron por abandonarla y unirse
a la Federación Santiago Watt, para después crear una entidad independiente llamada Federación
Ferroviaria. Para quienes no eran comunistas o de izquierdas, resultaba incomprensible arriesgar lo
conseguido (seguro contra accidentes, beneficios de seguridad social y una pensión desde 1911 y 1918;
jornada laboral de ocho horas desde 1917; y aumento salarial desde 1921). Pese a su anticomunismo,
la novel Federación Ferroviaria votó por continuar con su adhesión a la Internacional Sindical Roja,
pero la mayoría de sus organizaciones se negó a alterar sus estatutos para anteponer los principios
de esa (De Shazo, 2007: 275-298). Con todo, estas divisiones entre federaciones y dentro de estas
no detuvieron la marcha de la FOCH hacia la identificación con el Partido Comunista (1922) y a su
transformación en una pieza clave de su política nacional. Tampoco desvincularon a los ferroviarios de
la FOCH ni del PC. De hecho, aparte de la FOCH y de numerosas entidades gremiales y estudiantiles,
incluidas las anarquistas, la Federación de Ferroviarios participó en la Asamblea Constituyente de
Asalariados que en 1925, bajo liderazgo comunista, definió en Santiago la opinión proletaria frente a
la elaboración de una nueva Carta Magna.
Por supuesto, situados los ferroviarios en el “núcleo” de la organización proletaria y de la FOCH,
sus asambleas y convenciones transcurrían entre acusaciones cruzadas y negociaciones políticas o
regionales. De allí que el Tercer Congreso de la Federación de maquinistas y fogoneros, realizado
en septiembre de 1924, reformara los estatutos para que la Sociedad de la Primera zona aceptara
el nombre de Federación que todavía no aceptaba. Por otra parte, fue aquel Congreso al que le tocó
felicitarse de la primera ley de jubilación, promulgada en enero del mismo año. Hasta entonces, la
jubilación era un derecho condicional que beneficiaba a un número reducido de empleados protegidos,
la cual terminaba con la muerte del empleado, quedando entonces su familia en la miseria. Aprobada
la ley de jubilación, al año siguiente se creó la Sociedad Protección Mutua y económica de Jubilados de
los Ferrocarriles del Estado en Santiago118 .
Fue también en 1924 cuando se puso la primera piedra de la Población Obrera de San Bernardo,
proyectada por la Dirección de la Empresa para el numeroso personal de la nueva Maestranza que
carecía de habitaciones allí. El tren especial puesto a los obreros implicaba un crecido gasto para la
empresa y tiempos de traslado para aquellos. Pero, lejos de lo que podría suponerse, estos no miraban
con buenos ojos la población, pues las casas serían de la empresa y a ellos les serían arrendadas. Por
ello, el Gobierno aprobó una ley que permitía a la Caja de Retiros construir casas para sus imponentes,
facilitando que más de un centenar de operarios de San Bernardo gestionaran por medio de dicha Caja
la edificación de casas propias. Se trataba de habitaciones con dos puertas, de forma que facilitarían
el arriendo de una parte de ella por el imponente, para ayudarlo así a pagar sus dividendos. Además,
comenzó también la construcción de 40 casas para otro grupo de operarios en Santiago cerca de la
Maestranza de la Estación Alameda, y otras 40 casas en Ovalle119.

118
Estatutos de la Sociedad Protección Mutua y Económica de Jubilados de los Ferrocarriles del Estado, Impren-
ta Bellavista, Santiago, 1925, pp. 3-4.
119
“Población Obrera de San Bernardo”, El Ferroviario, revista mensual ilustrada.- Órgano Oficial de la Asociación
Ferroviaria de la 2ª Zona, Santiago, n° 15, Año: III, Marzo de 1924, p. 16.

148
Isabel Jara H.

Pero, fatalmente, estas conquistas sociales eran rápidamente empañadas por la inflación creciente.
Las mejoras salariales eran las más afectadas. El entonces Director de EFE hubo de reconocer:
“los sueldos y jornales apenas han bastado, con el alza del año 25, para mantener el mismo ‘standard de
vida’ de 1913, sin que hayan logrado producir el exceso indispensable para mejorar la condición social del
personal’. La suerte industrial de la Empresa después de 12 años de su nuevo gobierno, es un poco peor
todavía que la del personal” (Poblete, 1930b: 390).

Es cierto que pendía del Senado, desde 1920, un proyecto gubernamental para incluir las
gratificaciones como parte integrante del sueldo, pero la inflación había hecho obsoletas las cifras
calculadas. Por esta razón, las Asociaciones de los Empleados, apabulladas por la pérdida de poder
adquisitivo y por el hecho de que las gratificaciones previstas no lo remediarían, solicitaron al Director
General de Ferrocarriles una nueva escala de sueldos120. Por otra parte, la consiguiente reorganización
de la empresa desde 1924 significó una enérgica reducción del personal, especialmente intensa entre
1927 y 1928.
La magnitud de estos problemas económicos exigía del mundo obrero un trabajo unitario distraído
por la pugna intersindical: como es sabido, una huelga de noviembre de 1924 en la zona centro fracasó
por la descoordinación de las asociaciones convocantes (De Shazo, 2007: 306). El trabajo unitario
también parecía escamoteado por la extensión y variedad de las organizaciones ferroviarias existentes,
con fines tan diversos. Porque si bien a mediados de los años veinte ya existían una Federación
Deportiva Ferroviaria 121, un Centro Excursionista en Santiago122, una Cooperativa Ferroviaria de
Consumos de Santiago123 y otras orgánicas parecidas en las demás provincias, los dirigentes echaban
de menos un movimiento ferroviario unido y sindicalmente poderoso. Por ello, en publicaciones como
El Ferroviario circulaba esa idea:
“Las organizaciones han servido siempre para defender a los asociados y nunca nadie se ha imaginado
que esto no pueda suceder. Hay en la actualidad, muchas instituciones de diferente índole, y ninguna de
ellas reúne los requisitos para llamarse colectividad organizada.
No entraremos a discutir los estatutos de las diferentes organizaciones, pero si que las mediremos con
la vara de los beneficios que reportan a sus asociados. Hay sociedades para enterrar muertos, otras para
divertir a los amigos de los golpes, otras para hacer excursiones etc. etc. y preguntamos: ¿Hay alguna
que se dedique a defender a sus asociados de las injusticias de los jefes?, yo creo que ninguna. Muchas
veces los obreros y muy especialmente los operarios se quejan amargamente de que han sido postergados
en un ascenso, de que se les han descontado algunos pesos por multas, etc. etc. buscan ayuda en sus jefes
y políticos, y después de muchos trajines y la consiguiente pérdida de tiempo, se queden con la multa y

120
Carta de Armando Venegas, Presidente. y C. Coopman N., Secretario de la Junta Central de Asociaciones de Em-
pleados al Director General de los Ferrocarriles, Santiago, 9 de abril de 1924. Citada en “Hacia la regularización de la
situación económica del personal”, El Ferroviario n° 16, Año III, abril de 1924, pp. 1-2.
121
Dirección General, Estatutos y Reglamentos de la Federación Deportiva Ferroviaria Dirección General, Santiago, Impren-
ta de los Ferrocarriles del Estado, 1923, p. 3.
122
“Celebrando un Aniversario. Centro de Excursionista “Los Únicos”, El Ferroviario n° 19, Año III, julio de 1924, p. 12.
123
“Cooperativa Ferroviaria”, El Ferroviario, n° 15, Año: III, Marzo de 1924, p. 9.

149
Hombres del Metal

otros con su postergación. Los afectados cuentan a su familia y a sus amigos la desgracia que les ocurre,
comentan las injusticias de los superiores; al fin todo se olvida y todo vuelve a su estado normal.
Si la organización tuviera como fin principal, ayudar a sus asociados en todos los ordenes de la
vida, nada sucedería, todos estaríamos en situación de defender nuestros intereses, ya que nuestra
colectividad tendría fuerza moral suficiente para exijir justicia, para obligar a respetar los derechos de
cada unos de los asociados, y todas las injusticias de hoy desaparecerían. Vale, pues, pensar en esto y
resolverse a formar una sola entidad de todos los carrilanos, tanto empleados como obreros; todos son
factores de progresos, y a todos conviene la garantía de sus puestos y la justicia en su trabajo. Ojalá que
dentro de poco veamos una sola masa que esté representada por una sola dirección, y que esta pueda
llamarse con verdad, la genuina representante del personal ferroviario” 124 .

Sin duda, el escenario para la unidad ferroviaria era complejo. Continuaban las pugnas entre la
FOCH y las organizaciones anarquistas o de otra índole, debilitándose la oposición a la Ley de Seguro
Social promulgada en 1924, que fijaba una deducción del salario impagable para muchos trabajadores y
pequeños comerciantes en momentos infl acionarios; por ello, el paro general del 15 de febrero de 1926,
impulsado por los ácratas, no consiguió mayoría. Además, una parte de la FOCH y los anarquistas
resistían la institucionalización de los sindicatos, especialmente desde el intento de la dictadura
ibañista de controlarlos a través de la Dirección General del Trabajo. Por otro lado, hasta 1931, el
movimiento ferroviario hubo de vérselas, como todos los demás, con la represión política y la crisis
económica.
No obstante, pese a las luchas políticas e intersindicales a las que no estaban ajenos, se impuso
entre los ferroviarios –para efectos de sus intereses gremiales- la experiencia acumulada, y se consolidó
su notable persistencia orgánica. Así, el 16 de abril de 1926 se realizó la Tercera Convención Nacional
de Ferroviarios, superando a las anteriores, que, como se recordará, habían sido fundamentalmente
del personal de Tracción. Y esta Tercera Convención consagró la unidad de toda la red, fundando la
Confederación Ferroviaria, descendiente de la Federación Ferroviaria, como “organización gremial que
bajo una sola bandera, defenderá la causa de los obreros y empleados ferroviarios” (Sepúlveda, 1959: 51). Pese
a la desafección de la Unión Ferroviaria (rival de la Santiago Watt), la enorme cantidad de asociaciones
provinciales que participaron indicó lo variada y poderosa que había llegado a ser la organización
ferroviaria, tanto en el ámbito fiscal como en el particular125. Indudablemente, la capacidad de superar
124
Chandler, “La organización como único medio de obtener mejoras económicas”, El Ferroviario. Santiago, n° 13, año
III, enero de 1924, p. 11.
125
Delegación del ferrocarril de Arica a la Paz; delegación del ferrocarril de Antofagasta a Bolivia; Ferrocarril Trasandi-
no (lado chileno). De la Primera Zona: Federación de empleados a jornal de transporte, Consejo Valparaíso integrado
por los Comités de San Felipe, Los Andes, Llay Llay y Til Til, Consejo Ferroviario de Valparaíso del personal maes-
tranza, Consejos de Calera, Federación de empleados a contrata, Comité de Valparaíso del personal de estaciones de
la zona. De la Segunda Zona: Federación de empleados a jornal de transporte, Consejo Santiago integrado por los Co-
mités de Barrancas, Rancagua, San Fernando, San Fernando, Curicó y Talca. Consejo Ferroviario Gremial de Santiago,
Personal de maestranzas con los siguientes gremios: herreros y ayudantes, hojalateros, tapiceros y bronceros, Vías y
obras, patios de Alameda, imprenta de Yungay, mecánicos de coches y revisadotes, electricistas de Alameda, pintores,
patio Sur, tornos y maquinarias, aspirantes y fogoneros, Consejo Ferroviario de San Fernando, Rancagua y Talca. De la
Tercera Zona: Sociedad Jefes de cuadrillas, Maestranza central de San Bernardo con los gremios de calderería, herrería,
maquinarias, armaduría, pintores, modelistas y carpinteros, laminadores de fierro, Consejo Zonal de la Federación de
empleados a jornal de transportes y ramos similares, con los siguientes comités: Chillán, Parral, Linares, San Rosen-

150
Isabel Jara H.

las diferencias y distancias en una Confederación con unidad de propósitos le dio un estatus distintivo
y una capacidad de negociación única frente a los poderes públicos.
Acorde con los tiempos sindicales126 , esta nueva Confederación Ferroviaria nació con una más
definida posición clasista y política: comenzó contactos con la Unión Ferroviaria de Buenos Aires tras
la catástrofe de Alpatacal, aprobó una colaboración económica con los obreros del carbón en huelga
y una moción de apoyo a la propiedad indígena. Pero su primera prueba de fuego la constituyó el
paro que organizó el mismo año de su nacimiento a raíz de la rebaja salarial de un 20% que aprobó
el Congreso a los empleados públicos, que incluía a los ferroviarios. Esta movilización, en que por
segunda vez después de 1907 se mancomunaron obreros y empleados, tuvo un hondo efecto sobre
la opinión pública, la cual pudo seguir sus pormenores a través de la prensa establecida y del crecido
número de periódicos propiamente ferroviarios que aparecieron, como Inquietud, de los maquinistas
de la Maestranza de San Bernardo, El Ferroviario, de la Federación de Transporte de la Primera Zona,
El Ferroviario Austral, del Consejo Ferroviario de Valdivia, Germen, de la Federación de Empleados a
contrata de la Segunda Zona, o El Ferroviario, de la Asociación de Empleados Ferroviarios de Santiago.
La acción decidida de la Confederación le valió el respeto de las organizaciones de empleados, en
particular de la Asociación Nacional de Empleados Ferroviarios y de la Federación de Empleados a
contrata, que le enviaron notas de felicitación.
Por otra parte, la defensa de los intereses del personal del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia
(FCAB) y del Trasandino fortaleció su influencia sobre los operarios del Norte Grande. Su prestigio
aumentó también ante los trabajadores chilenos y la opinión pública, cuando intervino en cuestiones
de índole nacional, como ante los rumores de supresión del Ministerio del Trabajo, Higiene y Previsión
Social, o sobre la crisis de alimentación127.
Asimismo, en septiembre de 1926, la novel Confederación Ferroviaria desplegó una movilización
por la “purificación” de la Caja de Retiros y Previsión Social, cuyos administradores, según sus
dirigentes, habían caído en abusos e irregularidades al obtener sus cargos por favores políticos y no
por mérito. Estas acusaciones, reproducidas en los medios gremiales y en El Diario Ilustrado, llevaron
a pedir la reorganización de la Caja, la creación de una comisión investigadora y la suspensión del
descuento por imposiciones mientras permaneciera la vieja administración.
Por otra parte, en diciembre de 1926, la Confederación consiguió un dictamen favorable de la
Dirección General del Trabajo a la demanda del personal de transporte (cambiadores, palanqueros,

do, Talcahuano, Victoria, Algol, Talcamávida y Temuco. De la Cuarta Zona: Federación a jornal de transporte y R.S,
Consejo Valdivia, Consejo Ferroviario de maestranza, Federación de obreros gremiales de vía y obras; Unión Sindical
Chilena de personal de vía y obras, Sociedad de S.M. de Asistentes de los ferrocarriles. De la Red Central Norte: Junta
Administrativa Ferroviaria con los Consejos de Coquimbo, Illapel, Ovalle, Vallenar, Copiapó, Caldera y La Serena.
126
A nivel nacional, con la aprobación del Código del Trabajo en 1925 comenzó el período del sindicalismo legal. Aquel
año, ya existían 214 sindicatos que agrupaban a 204.000 trabajadores, la mayoría afiliados a la FOCH. Entre ellos
había 30 sindicatos de la Federación Ferroviaria, que agrupaban a 15.000 socios (Vitale, 1979: 47).
127
E. Cornejo L., ex Presidente de la F. O. de Chile, recomendó la creación de un tribunal de Alimentación Nacional,
que prohibiera la exportación de los artículos de primera necesidad, etc. “Bienestar Económico” en El Ferroviario nº 29,
Santiago, Año III, mayo de 1925, pp. 10-11.

151
Hombres del Metal

armadores de trenes, enganchadores, etc.) de que se le reconociesen las ocho horas de trabajo, fijadas
en una ley anterior. Este informe acababa declarando: “Toda perturbación del trabajo por la implantación
de la jornada de ocho horas debe ser remediada por la Administración de la Empresa, sea organizando equipos,
turnos, etc., de obreros”. Sin embargo, ni esta declaración ni una Comisión Mixta (formada entre la
empresa, el gremio y el Director del Trabajo) dieron los frutos esperados. Igualmente insatisfactorias
fueron las gestiones para obtener vacaciones pagadas para los jornaleros, ya que en espera del
reglamento respectivo, el decreto provisorio obtenido de la empresa apenas estableció elusivamente:
“1º.- Siempre que el servicio lo permita y no ocasione mayor gasto a la Empresa, se podrá, una vez al año,
conceder feriado con goce de jornal íntegro, al personal a jornal que, por su correcta actuación, buena
conducta y contracción al trabajo, se haga acreedor de este beneficio; 2º.- La duración del feriado será de
diez días para los empleados que hubieren servido más de dos años a la Empresa y hasta de cinco días si
han servido más de un año” (Sepúlveda, 1959: 58).

En consecuencia, la campaña por la depuración de la Caja de Ahorros sumó las siguientes demandas:
respeto de las 8 horas laborales para el personal a contrata y jornal de Transporte, Tracción y demás
reparticiones a las que se les hubieren desconocido; descuentos sociales por planilla de pago; reintegro
de los despedidos por la movilización; supresión del carnet para las familias de ferroviarios por uso
de pases libres anuales y abolición del límite de recorrido fijado; feriado anual de 15 días para todos;
jubilación a los 30 años de servicio sin límite de edad; y reembolso de los gastos de la movilización, de
Bienestar de la Empresa a la Confederación. La huelga nacional comenzó el 17 de enero de 1927, y fue
planteada con carácter general por diversos sindicatos santiaguinos, interesada la Confederación en
sumar presión y los demás gremios en aprovechar de agitar sus propias demandas. Eso sí, se restaron la
Santiago Watt y la Unión Ferroviaria, siendo la última antagonista de la Confederación Ferroviaria.
Como otras veces, el Directorio de EFE respondió que algunas demandas ya estaban satisfechas,
otras en vías de solución y que, en consecuencia, solicitaría patrullas de fuerza para garantizar el
libre acceso a los que quisieran trabajar. La intervención policíaca hizo que algunas manifestaciones
terminaran con incidentes, incluyendo la detención de huelguistas y de parlamentarios comunistas
que los apoyaban128 . Ante la persecución y el peligro de la violencia, la Confederación solicitó la
intercesión del Ministro del Interior, Manuel Rivas Vicuña, el 21 de enero de 1927, argumentando

128
Según la Memoria del Secretario General de la Confederación Ferroviaria, leída en la 4ª Convención Nacional, Val-
paraíso, 14-25 febrero de 1932, el 19 de enero, Carlos Contreras Labarca y Salvador Barra Wall habían sido designados
por el Comité de Huelga para informar a los ferroviarios de Alameda y San Bernardo, acerca de los últimos acuerdos
de la Asamblea. Contreras tomó el tren en Yungay y defendió la continuación de la huelga en cada uno de los coches
durante el trayecto hasta la Alameda. Relató la Memoria del Secretario General: “A la llegada a la estación Alameda todo
los compañeros abandonaron el tren y se disponían a salir rápidamente del recinto de la estación en medio de grandes vivas a la
huelga, cuando los carabineros al mando del capitán G. Cristi impidieron la salida y rodearon a los obreros, exigiéndoles regresa-
ran al tren. En ese momento el Comandante Fuentealba, también de Carabineros, con un grupo de oficiales y soldados, cercaron
al compañero Contreras y lo apresaron, después de asestarle un terrible golpe de sable en la cabeza. Como esta “hazaña” no se
había cumplido en todas sus partes, al pretender intervenir el diputado compañero Barra Wall, fue también golpeado y apresado
y ambos conducidos a culatazos al cuartel del Escuadrón de Carabineros, situado en el recinto de la Estación Central. Libres los
obreros de la vigilancia de carabineros, se repartieron y en la tarde hacían una entusiasta concentración en la Plaza Argentina
(Sepúlveda, 1959: 64-65).

152
Isabel Jara H.

que el movimiento era pacífico y de justicia 129. Finalmente, el 24 de enero la Confederación convocó
regresar al trabajo, tras conseguir que el Gobierno estudiara sus peticiones y decretara la reorganización
de la Caja. Si bien la huelga había fracasado como movilización proletaria urbana, fue exitosa para los
intereses ferroviarios.
Sin duda, la lenta recuperación salarial (recién en 1925 recuperaba un nivel cercano a 1913, según
el Director Schmidt, probablemente refiriéndose a Maestranzas) y las todavía deficientes condiciones
laborales habían sido el escenario que puso los objetivos gremiales de mediados de los veinte. A ello
se agregó la nueva reorganización emprendida por la Dirección de EFE en aquellos años, la cual, por
razones de economía, exoneró a decenas de empleados y obreros (Romo, 1957: 30). Probablemente,
fue la antigua condición legal de la organización ferroviaria lo que le permitió exigir con autoridad y
expectativa, una vez más, la intermediación del Estado. Pero era su reciente unidad a nivel nacional,
conseguida después de más de 30 años de avances y retrocesos, y pese a los confl ictos políticos y
sindicales que también la afectaban, lo que permitió una movilización en todo el territorio con un
programa que incluía reivindicaciones seccionales y generales.
Tras esta medición de fuerza con el gobierno en plena crisis política, la Confederación salió
fortalecida, convirtiéndose, más que en un sindicato, en una poderosa institución social de extensión
e interlocución nacional, con centros deportivos y culturales, cooperativas de consumo, sedes y
propiedades, memoriales, etc.130 De modo que al despuntar la década de 1930, el sindicalismo ferroviario
se había institucionalizado, al igual que en el resto del país, donde se había impuesto el sindicalismo
legal. Su temprana experiencia de permanencia, legalización y unificación –por sobre las pugnas
internas ya tratadas- le permitió a la larga organizar y calificar al ferroviario chileno, “nacionalizar” la
conducción de trenes y las jefaturas, y demostrar una elevada capacidad de negociación ante sus pares,
las autoridades de la empresa y del Estado. Así, sentó las bases de una cultura sindical orgullosa de sí
misma y de alta valoración social, que se identificaba con la empresa y el Estado.
La pertenencia a una institución grande y poderosa como la Empresa de Ferrocarriles del Estado,
insustituible para el desarrollo económico chileno, capaz de mover las prodigiosas y delicadas
maquinarias que eran los trenes, y que por su densidad industrial, espacial y humana constituía un
mundo en sí mismo, hace plausible el símil de “un Estado dentro de otro”, el cual fue intuido incluso
por sus propio trabajadores:

129
“El movimiento huelguista, no ha sido señor Ministro, en manera alguna un movimiento subversivo. Ha sido solamente una
manifestación de protesta derivada de la actitud lenta con que seguía su marcha el asunto de la Caja de Retiros y la demora en
la solución de las otras peticiones...Esta aseveración confirmada por el hecho de que todas las manifestaciones realizadas por el
personal en huelga, han sido ordenadas, cultas y respetuosas...Con el espíritu de demostrar una vez más tanto al Gobierno como
a la Dirección General de la Empresa que nuestro propósito estriba solamente en obtener justicia y no como pudo creerse, en
pretender subvertir el orden público y a fin de que el señor Ministro pueda penetrarse del deseo de tranquilidad que anima a los
obreros en huelga, podemos manifestarle que de solucionarse los puntos citados, conforme a las aspiraciones de los trabajadores
ferroviarios, podrían acordar éstos la vuelta al trabajo”. (Sepúlveda, 1959: 64).
130
En 1930 se adquirió el sitio de la calle Francisco Hunneus, donde se levantó la sede social de la sede de la Segunda
zona. En noviembre de 1928 se colocó la primera piedra del mausoleo de su propiedad en el Cementerio General.

153
Hombres del Metal

“Existe en nuestro país –escribió un viejo empleado hacia 1930- un pequeño Estado dentro del gran
estado...Este pequeño Estado tiene por misión llevar y traer hacia el interior o hacia el exterior, y vice
versa, del Estado grande toda la producción de éste y las especies de fuera que éste mismo necesita para
su consumo diario estomacal, de abrigo y de progreso social...” (Poblete, 1930b: 15).

Ejes reivindicativos

Defensa del ferroviario nacional


Como hemos visto, la variable nacional constituyó un problema de primer orden, puesto que la
discriminación de los operarios de Tracción fue permanente y no solo salarial sino también en el trato
y otras granjerías, convirtiéndose en la más arraigada y emblemática evidencia de su explotación. Los
desprotegidos y desorganizados trabajadores del siglo XIX recurrieron a su ingenio, el cual a veces les
valió un pequeño reconocimiento:
“En el año 1866, recibía Escobar, siendo maquinista hacía ya algún tiempo, un sueldo de sesenta pesos
mensuales, mientras que casi todos los demás que eran ingleses y norteamericanos, ganaban 125 pesos.
Escobar, exasperado por esta desigualdad de honorarios, no quiso llamarse más así... decidió cambiarse
el apellido que olía a orígenes criollos y con una voz “agringada” llegó, entonces, hasta su Jefe más
inmediato y le dijo: “Desde este momento no me llamo más Escobar, sino Mr. Escobinson. Este rasgo le
valió un aumento de $15.- mensuales” (Romo, 1957: 32).

Afortunadamente, esta discriminación fue combatida persistentemente a medida que creció y


se fortaleció la organización ferroviaria, hasta que hacia la década del treinta se desempeñaban en
Tracción y jefaturas numerosos chilenos y luego se nacionalizó totalmente el servicio.

Contra los abusos de los jefes


El discurso de la prensa ferroviaria experimentó el confl icto de clase ‘capital-trabajo’ en la
contradicción ‘ferroviario-jefe’, en el cual el jefe, fuera director, administrador, jefe de sección o local,
ocupaba el lugar del patrón. Así, esta pugna, que se cruzaba muchas veces con la variable nacional,
resumió las relaciones de explotación, exclusión o represión que vivía el personal de ferrocarriles.
Denunciar y acabar con los abusos y corruptelas de los jefes fue, en consecuencia, otra sentida
reivindicación de los ferroviarios. Por ejemplo, el perjuicio de nombrar a políticos o amigos en cargos
que debían ser de expertos se prestaba para irregularidades131. El favoritismo injustificado de los
jefes hacia ciertos operarios fue también otra fuente de malestar e indisciplina, tempranamente
denunciado:

131
Hasta 1891, los salarios obreros de carga y descarga de Estación Central eran de 1.20 centavos por carro chico de
ocho toneladas; $2.40 por carro doble cargado y descargado; redondeaban en $100 mensuales per cápita (p. 215). Pero
en 1892, cundo asumió como Director de Explotación el ex gobernador e intendente Ramón García, este entregó a
contrata a los jornaleros de carga y descarga a un contratista amigo: al contratista le pagó 17 centavos la tonelada de
carga, al jornalero 15 centavos la tonelada de carga; el contratista redujo personal y rebajó el salario a 10 centavos la
tonelada, de modo que “la diferencia constituyó su utilidad” (Poblete, 1930a: 13-14, 214-215).

154
Isabel Jara H.

“En nuestro sentir –explicó La Locomotora de Talca en 1904-, un jefe no debe establecer otra diferencia
entre los subalternos que las derivadas de las condiciones mismas de ellos, premiando el talento i el buen
cumplimiento a quien lo tenga, al mismo tiempo que castigando la pereza i alejando de si el adulo i el
servilismo. Este es el unico rejimen que no da lugar a protestas de nadie i que por el contrario estimula el
trabajo i dignifica los caracteres, porque el subalterno que sabe que su jefe solo aprecia el buen trabajo i la
intelijencia del individuo, hará lo humanamente posible por atraerse sus consideraciones solo por medio
de estas condiciones. Entonces trabajará con gusto, andará siempre listo i atento, no dará lugar a que
jamas en su conciencia jermine el menor sentimiento subversivo. Donde exista este factor disolvente de
la disciplina hai que alejarlo si se quiere que haya orden i moralidad” 132 .

Algunos jefes se permitían incluso usar a sus subalternos para espiar la orientación política de los
demás:
“En tiempos de elecciones en la Política –confesó un empleado-, los jefes de cada departamento daban
permiso a los empleados que están bajo su dependencia para que vayan a sufragar o votar por lo señores
candidatos, ya Diputados o Senadores o Presidencial, mi jefe me daba carta para el Director de la
Política (sic) y este señor me daba poder para representar la mesa tal o cual y también el nombre de los
candidatos, me fijase en los votantes por quien votaban y conocer el color político de cada cual, por si
algún político recomendaba sus adeptos en política, así todos tenían esta idea, nosotros los empleados
teníamos que obedecer sus órdenes como tal se nos ordenaba” (Araya, 1938: 8).

La desidia o lentitud de los inspectores, ingenieros, jefes de Maestranza o contadores para atender
las solicitudes de sus empleados fue otra queja común, que obligó a la Dirección General a recordarles
en variadas ocasiones que tenían “la obligación de proceder”, so pena de incurrir en las multas fijadas
por el Código Penal133 . La despreocupación de los superiores por las condiciones de trabajo de sus
subalternos, que no pocas veces redundó en accidentes, fue también una querella recurrente134 . En
otros casos, las venalidades denunciadas contra aquellos eran las de ocupar materiales y personal
de la empresa en cuestiones particulares135, así como –en los peores casos- despedir a muchachos

132
“Por qué se quebranta la disciplina?” en La Locomotora. Revista ferroviaria del Personal de Tracción de los Ferrocarriles
del Estado nº 168, Año III, Talca, 15 de septiembre de 1904, pp. 74-75.
133
“Crónica. “Una nota del Director Jeneral” en La Locomotora, Talca, 15 de agosto de 1904, pp. 59-60.
134
“...ya son muchas las víctimas ocasionadas por la añeja y perjudicial costumbre de que las remolcadoras hagan su servicio a
la hora de las salidas de los talleres de los operarios de la Maestranza. Es doloroso tener que presenciar a diario estos accidentes,
debido única y exclusivamente a la poca preocupación que tienen los jefes superiores, de velar por los operarios...”. “Por desidia”,
El Silbato. Organo oficial de los empleados y obreros, n° 4, año 2, Santiago, sábado 13 de enero de 1917, p. 2.
135
“Días antes de mi separación, fui llamado por el señor Jefe de estación para que hiciera algunos servicios domésticos en su
domicilio particular, entre ellos partir leña, asear la cocina, pelar papas y por último me ordenó que tenía que barrer una pieza.
Dejo establecido que estas órdenes las recibía de parte se la señora esposa del señor Jefe de Estación, y dejo establecido también
que estos servicios domésticos los venía desempeñando desde hace tiempo. El último día que estaba en casa del señor Jefe de
Estación, a la hora que desempeñaba estas ocupaciones y en los momentos en que me disponía a barrer la pieza que se me había
ordenado, se anunció la llegada de un tren, por lo cual en el acto abandoné la casa y me fui a mi puesto a cumplir con mi deber.
El delito que había cometido de no barrer la pieza inmediatamente, fue lo suficiente para recibir horas mas tarde la amenaza
de parte de la esposa de mi jefe, sentenciándome que tenía que ser separado de mi puesto por desobedecer sus órdenes. Estas
son, señor administrador, las verdaderas causas que han dado origen a mi separación”. El Ferrocarril, Santiago, sábado 27 de
enero de 1917, p. 4.

155
Hombres del Metal

cuyas madres se negaban a darles sus favores sexuales136 . Sin embargo, la mayor parte de las quejas
respondían al mal trato o simple abuso de poder:
“...duele el alma ver a veces –se lamentaba un editor- que no se tiene por los jefes de empresas, talleres
ó fábricas el conocimiento de sus deberes para tratar á los obreros, sobre todo cuando se trata de
profesionales que saben vivir y saben lo que les corresponde. Un hecho cualesquiera cometido con mal
contra un obrero, ya sea suspendiéndolo sin razón justificada de su ocupación, ya amonestándolo con
ademanes y gritos destemplados, o bien recurriendo al sistema de multa que por si solo constituye un
robo al trabajo, es suficiente para crear la enemistad entre el jefe y el obrero, naciendo por consiguiente
la discordia, la que no tarda en hacerse general entre todos los obreros de un taller o fábrica” 137.

Naturalmente, el personal ferroviario también caía en pequeñas corruptelas, como robar algo de la
carga o de las bodegas, revender pasajes o practicar el “chaucheo”, que era cobrar de más para asegurar
un boleto en los trenes de pasajeros, etc. Aquel sentía que los graves abusos de la empresa justificaban
su actitud, aparte de que la mala calidad del servicio fomentaba su relajamiento y el del cliente:
“Convoyes largos –recuerda un empleado-, atestados siempre de gente, blocks de líneas cortos...que
dificultaba el cobro de pasajes; público mal acostumbrado que se resistía, naturalmente, no ya en forma
disimulada, sino resuelta y agresivamente a cancelar su transporte; personal que viajaba y jefes que
intervenían en el sentido de las malas prácticas establecidas, en contra de los intereses de la Empresa”
(Poblete, 1930a: 224).

Para muchos trabajadores resultaba absurdo desaprovechar las oportunidades de resarcirse


de las injusticias de la empresa si incluso los hacendados con bodegas cercanas a sus predios las
ocupaban sin considerar reglamentación ni tarifas, agasajando con algunos regalos o deferencias a
los jefes bodegueros. De allí que varias veces las emprendieran contra los compañeros que declaraban
en investigaciones internas o contra los jefes que los sumariaban o despedían, rechiflándolos,
contestándoles y, en extremo, agrediéndolos. Por supuesto, estas prácticas no eran los temas favoritos
de la prensa obrera, pero con el tiempo esta intensificó su discurso a favor de la honradez y corrección
como esenciales para reflejar la pretendida moral ferroviaria en construcción138 .
En definitiva, el desprecio o la negligencia con que los ferroviarios percibían que los trataban buena
parte de los jefes convirtió a estos en el rostro visible de los agravios de la empresa, y la pugna con ellos
encarnó la vivencia cotidiana del confl icto gremial y de clase en ferrocarriles.

136
Espinosa, Adrian, “En la Estación Prat. Los abusos criminales de un jefe” en La Locomotora n° 3, año 1, Antofagasta,
jueves 31de diciembre de 1914, p. 3.
137
La Redacción, “Era necesario”, La Locomotora n° 1, año 1, Antofagasta, 29 de octubre de 1914, p. 1.
138
Hay que “colocar en las puertas de salidas, en Alameda, un personal idóneo, honrado, sin compadrazgos de ninguna especie
e interesarlos en el porcentaje de los avalúos que se recauden, para que trabajen con interés, remunerándolos de esta manera de
los sacrificios que esta fiscalización reporta”. “Contrabandistas Ferroviarios”, El Ferroviario n° 17, Año III, mayo de 1924,
pp. 5-6.

156
Isabel Jara H.

Formación técnica y cultural


La formación técnica fue un elemento primordial para los ferroviarios, especialmente maquinistas,
tanto para mejorar su rendimiento en el servicio como para competir con los extranjeros que ocupaban
los puestos de mayor conocimiento y, finalmente, para mejorar su calidad gremial, humana y política.
Un artículo de La Locomotora de Talca de 1904 ilustra excepcionalmente este punto, por lo cual lo
citamos in extenso:
“Los hombres que formamos el gremio de maquinistas i fogoneros somos en general individuos dedicados
exclusivamente a las pesadísimas tareas del oficio. Somos, en toda la acepción de la palabra, hombres
de trabajo.
El nuestro es, sin embargo, un trabajo que no se desempeña solo con ejecutarlo prácticamente, haciendo
uno lo que ha visto hacer a otro. No. Es necesario también acompañarlo de conocimientos especiales, que
no se adquieren en la práctica sino que hai que buscarlo en el libro que enseña la teoría del oficio, i que
viene a ser la compañera inseparable de la primera, para todo individuo que ame su profesión i desee
conocerla a fondo.
I no solo en el servicio es donde el maquinista tiene que hacer uso de conocimientos exactos sobre
locomotoras; les son también mui útiles para terciar y sostener con brillo i lucidez sus opiniones
siempre que le toque encontrarse en reuniones de profesionales, en las cuales, por regla general, tiene
que debatirse algún punto que se relacione con el oficio” (…) “Pero nuestra Empresa de Ferrocarriles
parece no comprender la importancia de mantener un personal de competencia especial en el servicio de
locomotoras, pues no sabemos que hasta ahora se haya dado ningún paso en este sentido.
Está en nuestro deber, entonces, que nosotros mismos tomemos la iniciativa i busquemos la instrucción
que nos falta, aunque sacrifiquemos nuestra escasa renta. Compremos libros, suscribámosnos a revistas,
fundemos centros de estudio donde cada uno, después de la jornada diaria, vaya a nutrir su cerebro con
nuevas ideas, que le ayudarán por la palabra escrita a vencer las dificultades que se le presentarán en
el trabajo práctico.
Juntemos nuestros esfuerzos, compañeros, i vamos resueltamente a la conquista del saber: que los
gremios, así como los pueblos, son tanto mas grandes i fuertes, cuanto mas instruidos i civilizados” 139 .

Así pues, los periódicos ferroviarios, especialmente los de Tracción, se convirtieron en herramientas
de instrucción práctica, dejando algunas de sus páginas para la publicación de manuales sobre el
funcionamiento de las locomotoras u otros aspectos técnicos del oficio140. Además, con el tiempo,
cundió entre las organizaciones el efecto de imitación de las iniciativas culturales, haciéndose común
en ellas las clases de baile, de música o de contabilidad y teneduría de libros, los cursos tipográficos,
los ejercicios gimnásticos, de box, esgrima, etc., los salones de lectura, las escuelas nocturnas y la
celebración de fiestas sociales141. Igualmente, la prensa ferroviaria acentuó sus rasgos culturales,

139
“Trabajo y Estudio” en La Locomotora, Talca, n° 163, Año III, 1 de julio de 1904, p. 1.
140
Editorial en La Locomotora, Talca, n° 162, Año III, 21 de junio de 1904, p. 2. “Manual del maquinista y del fogonero”
en La Locomotora n° 3, año 1, Antofagasta 29 de octubre de 1914, p. 4.
141
“Ejemplo que debe imitarse” en “Cronica…Progreso Social”, La Locomotora, nº 167, año III, Talca, 1º de septiembre
de 1904, p. 71.

157
Hombres del Metal

abriendo secciones fijas a la literatura de ficción: “…ha colocado en el campo del progreso –declaró una
gaceta de empleados- una nueva bandera de conquista hacia las glorias de la ciencia literaria, ofreciendo al
personal un periódico intitulado “Ideales” como órgano propio que continuará reflejando nuestras aspiraciones
de adelanto y cultura...” (…) “Su programa puede sintetizarse en dos puntos: Información de interés general
para la colectividad ferroviaria.- Ilustración científica y desarrollo intelectual y del personal por medio de la
literatura” 142.

Salarios y ascensos
Por supuesto, dadas las constantes oleadas inflacionarias de la economía chilena entre 1900 y
1930, las reivindicaciones salariales constituyeron el núcleo duro del discurso gremial ferroviario143 .
Las otras demandas podían cambiar según zonas o secciones, pero la salariales se mantuvieron por los
desmejorados sueldos y la depreciación de la moneda, que los mermaba más aún. Por ejemplo, en 1907,
habiendo aumentado notablemente el tráfico de mercaderías y contando cada bodega con 25 hombres
para carga y descarga, apenas se les pagaban $2 diarios. Por esta razón, señaló un empleado:
“la gente se negaba a trabajar horas extraordinarias, el equipo no se descargaba ni cargaba a tiempo, la
carga de fácil descomposición, aves, frutas, etc., se perdía y el trato dado a las diversas especies corría
parejas con el desconcierto general. Para encontrar trabajadores con este jornal, había que tomar lo que
se presentara para salir del paso de cualquier manera. Se sabía que tanto en la capital como en Valdivia,
la Empresa recogía la escoria que botaban los centros de trabajo. Aquí tuvieron su punto de partida dos
trascendentales daños más: las huelgas y los latrocinios”. Y añade nuestro cronista:
“Pasaba en Valparaíso por una de las bodegas en que descargaba y ví que un jornalero dejó caer un
cajón de naranjas que con el golpe se partió, vaciándose su contenido. Los trabajadores se repartieron
entre ellos buena parte y dejaron el cajón abierto a disposición del primer comedido que por allí pasara.
Interrogados dos empleados al respecto me contestaron con la mayor tranquilidad: ‘No es la primera
vez, señor. Mientras esta gente esté por cuenta de la Compañía, tendrá que seguir sucediendo lo mismo.
Aquí viene lo que botó la ola, porque pagan mal y nosotros no tenemos medios de hacernos respetar”
(Poblete, 1930a: 215-216).

Aparte de lo anterior, a veces la interrupción del tráfico por accidentes o temporales dejaba impagos
a los trabajadores de alguna localidad por varios días e incluso meses144 . Además, se realizaban
descuentos “para doctor, suscriciones (sic) y otras cosas”, amén de los días perdidos en trámites, dada la
burocracia de la empresa, por lo que muchos obreros preferían perder lo que les faltaba en cada pago145.
Para la gran mayoría de los empleados comprendidos en los últimos grados, los aumentos conseguidos
resultaron insignificantes cuando se combinaron con la supresión de otros beneficios, como los bonos
cuatrienales o las casas prestadas por la empresa, tal como ocurrió en 1925146 . Pero tampoco era
142
“Surgendo” en Ideales nº 1, año 1, Valparaíso, febrero de 1923, p. 1.
143
Véase la evolución de los salarios reales de los trabajadores de EFE entre 1905 y 1930, en el capítulo 4.
144
“El pagador de la 3ª Sección” en La Locomotora, Talca, n° 164, Año III, Talca, 15 de julio de 1904, p. 36.
145
“Los pagos en el Ferrocarril” en La Locomotora n° 3, año 1, Antofagasta, jueves 31 de diciembre de 1914, p. 2.
146
M, “Cuatrienales”, El Ferroviario nº 28, Año III, abril de 1925, p. 1; “Abandonando el rancho” en “Pelambrillos (Esta
sección, que se publica en broma, suele deslizar, furtivamente algunas verdades)”, nº 29, Año III, mayo de 1925, p. 16.

158
Isabel Jara H.

mejor la situación para los operarios calificados, como los conductores, a quienes la Empresa, todavía a
mediados de los años veinte, no les abonaba los uniformes exigidos o su alimentación en la línea 147.
Aparejado al problema de sueldos y salarios estaba el de los ascensos, por cuanto la falta de un
escalafón permitía todo tipo de irregularidades en las promociones y en sus equivalentes monetarios.
La prensa ferroviaria reclamó insistentemente que se respetaran los criterios de antigüedad y mérito:
“Pero como sucede que la ambición nunca esta queda, mueve influencias, sacude pergaminos, i se da tales
trazas, que se arrebata las mejores vacantes i deja con un palmo a los que confiados en su antigüedad o en su
competencia, se quedan como quien dice durmiendo sobre los laureles, en espera de que la justicia, que en esta
tierra es mui veleidosa, venga a levantarlos” 148 . A veces, hubo de exigirse la realización de los exámenes
decretados por la Dirección para ocupar determinados puestos y que los Jefes de Maestranzas u otras
secciones desconocían149.
Por supuesto, de todos modos hay que considerar que los obreros de FFCC conseguían ser
contratados por el Estado, lo que les daba estabilidad, aunque les impedía (legalmente) declararse
en huelga por ser empleados fiscales. Gracias a esta condición privilegiada, obtuvieron pensiones y
planes de retiro a partir de 1911, pagos por muerte, discapacidad o enfermedad. Se beneficiaban de un
sistema de promoción por antigüedad (y no por productividad). Y como se recordará, desde 1907 se les
instituyó un pago en moneda fija de 16 d. Por tanto, en adelante, sus luchas no se orientaron tanto a
conseguir nuevas reivindicaciones como a defenderlas.

Jornadas y condiciones laborales


Hasta 1917, la consecución de la ley de ocho horas de trabajo -y después, su respeto- fue una
sentida demanda, puesto que la gran mayoría de los obreros estaban sometidos a largas jornadas, de
extenuante trabajo físico y alta presión sicológica. A los caldeadores de máquinas, por ejemplo, se les
exigía:
“que á un número de locomotoras mas ó menos regular debian estar con vapor á medida de cada una,
teniamos tambien que atender el fuego á las otras máquinas que hacian carbon en la carbonera á fin que la
preción (sic) no se bajara, esto exijia mucha atención en la faena que á la vez era un tanto abrumadora”150 .
Los conductores, por su parte, carecían de horas fijas de comida o de descanso: comían cuando podían
y dormían cuando el servicio se los permitía. El personal nocturno de las Casas de Máquinas también
tenía un trabajo abrumador y mal remunerado. Por lo demás, no eran casos aislados los convoyes

147
Juan Gálvez Rivas, “Lo que piensa el personal. Conversando con don Manuel Salas Salinas. A bordo de un tren en
marcha.”, El Ferroviario, n° 18, año: III, junio de 1924, p. 3.
148
“Los Ascensos”en La Locomotora n° 162, Talca, Año III. 21 de junio de 1904, p. 9.
149
Solicitud a don Enrique Styles, jefe de Maestranza de Talca, de los aspirantes julio Parada S., maquinista remolcador
que aspira a ocupar la vacante de los trenes de carga, Roberto Set-Clair, mayordomo de limpiadores, que aspira la va-
cante de maquinista remolcador, Temístocles Yánez, fogonero que aspira a maquinista remolcador, Luis Pozo, Eliécer
Vergara i José Vargas, limpiadores que aspiran a las vacantes de fogoneros. En “Solicitud” en La Locomotora n° 162,
Talca, Año III, 21 de junio de 1904, p. 9.
150
“Un recuerdo del choque de las locomotoras n°s 153 y 159” en La Locomotora n° 2, año 1, 27 de noviembre de
1914, p. 4.

159
Hombres del Metal

que alargaban sus viajes hasta las 18 y 24 horas diarias por los malos itinerarios, los problemas en
el trayecto, el mal estado de las máquinas o los accidentes. De tal forma que muchos de los accidentes
se debieron al extremo agotamiento del personal, tal como denunció la prensa ferroviaria: “Modestos,
pobrísimos empleados que han resistido el sueño, el frío o el calor durante una larguísima jornada de
trabajo, desempeñando las más diversas y aún las más opuestas funciones sin reparar convenientemente
la fuerza muscular, sin reposo adecuado a una saludable lucidez de espíritu, han dado más de una vez
con la confesión de su aturdimiento y con la declaración de su forzosa impericia, la clave de tremendas
catástrofes. El Estado, como encargado permanente de vigilar los intereses colectivos, tiene el deber de
tutelar a las clases menos defendidas en la lucha social...”151 .

Parte de las malas condiciones laborales eran también las deficiencias del Servicio Sanitario
de ferrocarriles152, como la escasez de médicos y practicantes, así como la dificultad para atender a
domicilio en el caso de los más graves153 .
Las instalaciones tampoco eran higiénicas y dada la cantidad y tipo de material con que se
trabajaba, manipulando vapor, calderas, etc, constituían por sí mismas lugares amenazantes para la
salud: “la estación no tiene alcantarillado –explicaba en 1924 un oficinista de la estación de Alameda- y en
el invierno se convierte en un pozo de agua permanente; además los cambios, cruzamientos, barras, pernos,
clavos, etc., todo el material era viejo y a pesar de sus continuos pedidos de elementos para la renovación, no se
le proporcionaban por no haber” 154 .
En todo caso, en términos comparativos, los trabajadores ferroviarios se beneficiaron de jornadas
laborales más cortas que las de otros sectores, gracias a su capacidad sindical. Incluso, hacia 1902,
los trabajadores de la maestranza capitalina consiguieron trabajar medio día los sábados a cambio
de la paga de una jornada completa, adelantándose con mucho a otros grupos. Por otra parte, las
instalaciones de EFE normalmente se construyeron expresamente para dichos fines y no eran, como la
mayoría de los demás establecimientos fabriles, edificios reacondicionados, con los riesgos adicionales
de explosiones, derrumbes, etc. Con todo, hacia 1910, EFE representaba casi un tercio de todos los
accidentes laborales del país, que ya eran muchos, alcanzando una tasa de 41,5 por mil trabajadores
accidentados (92 muertos), muy por encima de los 1,58 por mil en los FFCC del Estado alemán, por
ejemplo (De Shazo, 2007: 76). Por tanto, aunque no todos los accidentes ocurrían en las instalaciones,
la reiterada mención de las condiciones laborales en la prensa ferroviaria sugiere que sí fueron motivo
de preocupación constante para los ferroviarios, aunque aparecieran menos frecuentemente en los
petitorios huelguísticos. De hecho, las huelgas no eran la única vía a través de la cual los ferroviarios
presentaban todas sus inquietudes.

151
Evaristo Molina, “El trabajo humano en los Ferrocarriles del Estado”, El Silbato n° 4, año 2, Santiago, sábado 13 de enero
de 1917, p. 1.
152
Fundado en 1884, siendo el más antiguo de los servicios de asistencia social independientes de la beneficencia.
153
“Mejoramiento del Servicio Sanitario” en El Ferroviario n° 14, febrero de 1924, p. 32.
154
“Lo que piensa el personal. Conversando con don Carlos Marchant Lecaros”, El Ferroviario n° 20, Año III, agosto
de 1924, p. 4-6.

160
Isabel Jara H.

Precarias condiciones de vida


Viviendo muchos de los ferroviarios cerca de las estaciones, maestranzas u otras instalaciones de
ferrocarriles, las malas condiciones de sus habitaciones y barrios resultaban una extensión, cuando
no un empeoramiento, de las malas condiciones laborales. Los vecinos de los populosos barrios
ferroviarios se quejaban del abandono y desaseo de sus calles, de la acumulación de desperdicios155,
y en las cuales, para colmo, las acequias que las atravesaban a veces permanecían sin agua durante
años, lo cual causaba mal olor y convertía al barrio en verdadero foco de infecciones156 . La falta de
agua potable era otro argumento que movilizaba a los vecinos a pedir a sus alcaldes la instalación de
baños públicos:
“porque tenemos la mayor parte de la población, todo el elemento joven, trabajando en los ferrocarriles,
en donde la temperatura es muy elevada, pues además del calor, la combustión de las máquinas y
motores la hace aumentar, haciéndola casi irresistible; agregue a esto, lo aceites y materias sucias que
tiene que usar el obrero en su trabajo, y tendríamos que a nuestro barrio le afecta principalmente la
falta de baños” 157.

Además de sucios y malolientes, la falta de alumbrado público158 , el alto consumo de alcohol y la


presencia de prostitutas, hacían de estos barrios lugares inseguros y de mal ejemplo, especialmente
para los niños:
“Se ha llamado varias veces la atención de las autoridades en el sentido de que en las calles de San
Alfonso y Manuel Montt, las mujeres de mal vivir hacen alarde de su situación, mostrándose en las
puertas de sus casas a medio vestir, en condiciones que afectan la moral; a esto hay que añadir que no
solo son vistas por personas grandes, nó; los niños también las ven y esto es lo más pernicioso y que
convendría evitar” 159 .

Es verdad que por el elevado precio de los alquileres para el poder adquisitivo de los obreros
ferroviarios ($300-500 anuales frente a $2-3 diarios), la Empresa desarrolló en 1904 un proyecto
modelo de viviendas para arrendar a sus trabajadores (De Shazo, 2007: 108). Pero, con el tiempo, los
interiores de esas casas arrendadas o cedidas por la empresa para los obreros desmejoraron y quedaron
en las mismas precarias condiciones que los conventillos o casas arrendadas de manera particular:
estas, aparte de carecer de alcantarillado, no reunían “las condiciones de higiene que sería de desear, aparte
que otros no las poseen y se ven en la necesidad de arrendar afuera, lo que considero inadmisible, dado el jornal
que ganan. La instalación, de la luz eléctrica, en general es deficiente, anticuada, pues tiene mas de 25 años de
uso, constituyendo por este capítulo, un peligro efectivo tanto para las habitaciones de los empleados, como para
la estación misma. Procede renovarla” 160.
155
“Basuras” en El Ferrocarril n° 5, año 1, Santiago, sábado 27 de enero de 1917, p. 2.
156
“Al señor Comisario de la 4ª comuna E.” en El Silbato n° 4, año 1, sábado 13 de enero de 1917, p. 3.
157
“Carta abierta” en El Silbato n° 4, año 2, Santiago, sábado 13 de enero de 1917, p. 2.
158
“Un barrio desamparado” en El Silbato n° 4, año 1, Santiago, sábado 13 de enero de 1917, p. 3.
159
“Párrafos cortos” en El Ferrocarril n° 5, año 1, Santiago, sábado 27 de enero de 1917, p. 2.
160
“Lo que piensa el personal...Conversando con don Manuel A. Cerón”, El Ferroviario n° 13, Santiago, año III, enero
de 1924, p. 7.

161
Hombres del Metal

Matices discursivos

Conciliación versus enfrentamiento


Si bien es difícil identificar tendencias gremiales o políticas definidas cuanto más atrás nos
remontemos en el discurso ferroviario, puesto que las diferencias se fueron definiendo en el primer
tercio del siglo XX, es posible distinguir entre un tono más combativo y uno más conciliador. Como
muestran los estudios sobre el movimiento popular, los sectores ligados a las tradiciones del mutualismo
mostraron mayor distancia de los discursos más confrontacionales, que, por ejemplo, denunciaban con
nombre y apellido a los jefes considerados abusadores, otorgándoles a sus publicaciones un carácter
de denuncia. Distanciarse de dicho estilo constituyó, por tanto, una preocupación permanente de
varias publicaciones ferroviarias, que veían en ello un desprestigio para la seriedad del movimiento
ferroviario o un riesgo innecesario. Así puede leerse este párrafo de 1904:
“Siendo pues, los propósitos de la nueva dirección de La Locomotora, hacer de ella una revista de estudio
i de trabajo, se hace un deber en declarar desde luego que no admitirá ni permitirá bajo ningún concepto
que en sus columnas se publiquen artículos destinados a atacar la honorabilidad de los señores jefes
superiores de la Empresa ni tampoco los que pretenden menoscabar el prestijio de cualquiera de nuestros
compañeros de trabajo. La misión de nuestra revista es de paz i su futura labor queda condensada en
estas tres palabras: “Instrucción, Orden i Progreso” 161 .

Incluso algunas voces resistieron las huelgas por considerarlas contrarias a la armonía social
y nocivas para los propios obreros. Cuidaban de cultivar un perfi l moderado, promoviendo el
entendimiento de los ferroviarios y los jefes. Otras voces pidieron moderación –ocasionalmente- no
tanto por su desconfianza de las huelgas u otras medidas de presión sino por considerar necesario
superar una etapa de organización antes que caer en acciones de fuerza descoordinadas. Así, de hecho,
lo expresó la fracción socialista del Partido Demócrata y algunas mancomunales que criticaron la huelga
de 1907. En cualquier caso, la mayoría de las publicaciones ferroviarias oscilaron indistintamente
entre la conciliación y el enfrentamiento según quienes escribieran (a veces en una misma publicación
cabían los dos énfasis) o las coyunturas que enfrentaban.
Todavía a mediados de la década del veinte, el tono conciliador pretendía disminuir la hostilidad
de los patrones denunciados por otros medios y alejar cualquier sospecha de subversión de parte de los
trabajadores. Por eso los telegrafistas declararon en 1923:
“Los fines que perseguirá la nueva publicación no envuelven para nadie motivos de temores o
desconfianzas, pues su norma invariable será en todo momento el respeto al orden de cosas establecidas,
que es el medio único de sostener la base del desenvolvimiento armónico de las industrias y por ende de
conservar y cooperar al bien de la colectividad” 162 .

161
La Locomotora n° 162, Talca, Año III, 21 de junio de 1904. editorial, p 2.
162
“Surgendo” en Ideales nº 1, año 1, Valparaíso, febrero de 1923, p. 1.

162
Isabel Jara H.

Incuso, el tono conciliador pudo responder a un esfuerzo de diferenciación de algunos empleados


respecto de los obreros, lo cual no resultaba extraño dado que se convirtieron en el público favorito de
las conferencias pacificadoras organizadas por la empresa, reproducidas luego en El Ferroviario:
“A mis oídos ha llegado más de una vez la noticia –expuso un ponencista de 1924-, que después he visto
confirmada en algunas publicaciones impresas, que en nuestra Empresa hay espíritus perturbados que
consideran a los Jefes de ellas como oligarcas, como aristócratas en la acepción ordinaria que el vulgo
da injustamente a este vocablo. Los que así discurren no saben lo que es la oligarquía e ignoran lo que
puede ser un aristócrata.
En toda colectividad no todos los miembros que componen actúan en un mismo plano. Necesariamente
habrá dirigentes y dirigidos, y sin este sistema la estabilidad social no existiría. Sería el caos.
Dentro de esta situación se impone sobre la masa aquella que por sus merecimientos se han hecho dignos
de ser conductores de hombres. Hoy son unos, y, en la evolución de los tiempos y de las cosas, mañana
serán otros esos conductores de hombres. Esa es la aristocracia del talento, aristocracia que no se
perpetúa como casta privilegiada en determinados individuos, sino que se renueva sin cesar en la fuente
de la selección moral e intelectual de los hombres” (...) “La unión así fundada sobre nobles esfuerzos en
pro de un mismo servicio es refractaria a la división, a la disociación preconizada por algunos espíritus
extraviados; y el que habla formula votos fervientes para que esa unión, resultante de aquella ley
natural de esfuerzo común, se mantenga sólida, inalterable, a fin de que en armónica convivencia jefes y
subalternos trabajen por la prosperidad de los Ferrocarriles del Estado, elemento indispensable para el
desarrollo de la riqueza pública y factor apreciable para el engrandecimiento de la Patria” 163 .

Naturalmente, los momentos de crisis hicieron recrudecer las arengas de protesta y denuncia,
tanto contra la superioridad como contra los propios compañeros, como ocurrió en el norte durante
los despidos de la racionalización de 1914:
“Verdad es que en todos los gremios y entre todos los hombres que trabajan por un sueldo diario, hay un
gran número de judas, pérfidos y traidores, aduladores de los jefes, que aplauden un acto ruin de éste,
y que sierran la semilla del paterismo entre todos los demás; pero, siempre en todos estos actos hay
pocos adictos, perdura sobre todo ese rastrerismo, la altivez de los más, que envolviendo en la nube del
desprecio á los retrógrados y canallas, llevan su justa protesta altamente, sin importarle sacrificar sus
ocupaciones e intereses para bien propio y para bien de los demás compañeros”164 .

163
Aníbal Labra, Administrador de la 2ª Zona, conferencia dictada el 13 de junio de 1924 en el Teatro “Rodolfo Jarami-
llo” a la Extensión universitaria ferroviaria sobre las obligaciones principales y características de un ferroviario”. “Extensión
Universitaria Ferroviaria”, El Ferroviario n° 18, Año III, junio de 1924, p. 10. Llegaron a ser comunes las charlas para
funcionarios, organizadas por la empresa, incluso sobre política nacional. Por ejemplo: “El viernes 28 del mes pasado, se
efectuó en nuestro teatro ferroviario la conferencia sobre “Reconstrucción Nacional”, ofrecida a los ferroviarios en general, por
el eminente estadista don Manuel Rivas Vicuña. En el palco escénico se hallaban: el señor Director General de los Ferrocarriles,
don Manuel Trucco, algunos consejeros y varios Jefes de distintas reparticiones de la Empresa” (...) “...hizo un análisis amplio de
las causas y errores que precipitaron los acontecimientos de Setiembre...Se refirió con preferencia a la gangrena de la baja poli-
tiquería que socaba y arruina todos los organismos nacionales, convirtiendo a los hombres en esclavos de bastardas ambiciones,
abrumando con postergaciones inicuas y hundiendo en un abismo de injusticias a los buenos servidores que vegetan en el triste
y desgraciado engranaje de los empleos públicos”. “Una conferencia de don Manuel Rivas Vicuña”, El Ferroviario n° 24, Año:
III, diciembre de 1924, pp. 11-12.
164
La Locomotora nº 1, año I, Antofagasta, 29 de octubre de 1914, p. 1.

163
Hombres del Metal

Ciertamente, como hemos visto, la progresiva capacidad negociadora de los trabajadores más
organizados de ferrocarriles, frecuentemente los más calificados, reforzó su autonomía frente a sus
propios compañeros menos cualificados y a los demás gremios urbanos, lo que se tradujo en una
conducta más mutualista: esto es, en una colaboración intermitente en la actividad huelguística,
condicionada a las posibilidades de triunfo de sus propias demandas. Este mismo desnivel, en un
sentido territorial, separó también a los trabajadores de Santiago y Valparaíso de las demás provincias
y, en determinadas circunstancias, opuso a la capital (y San Bernardo) al puerto. En otras palabras, en
la compleja correlación de fuerzas internas e inter-gremiales, los maquinistas y fogoneros en particular
(los primeros en organizarse, según vimos) y los obreros de maestranza en general, tendieron a liderar
los movimientos y a sumarse o retirarse según su rendimiento. Tal vez de manera paradigmática,
la huelga de 1916 ejemplificó cómo el confl icto entre los ferroviarios y los demás gremios existía
también en el seno de EFE, entre los mejor y peor calificados. Como se recordará, ese año, aunque el
paro comenzó con un amplio apoyo político, los maquinistas retornaron al trabajo bajo amenaza de
rompehuelgas, lo cual fue duramente resistido por los trabajadores de línea y de maestranza menos
calificados, que continuaron el movimiento y fracasaron estrepitosamente. Este conflicto –matizado
por el factor territorial- no había desaparecido en 1924, cuando en la Federación Ferroviaria se
enfrentaron a un discurso más mutualista, representado entonces por los trabajadores de maestranzas
de Santiago y San Bernardo, por un lado, y el más sindicalista, encarnado en los obreros de línea y
maestranzas de Valparaíso, por otro. A su vez, por sobre esta pugna, los maquinistas y fogoneros se
mantuvieron siempre participando en la más mutualista Federación Santiago Watt (De Shazo, 2007:
303-304). Finalmente, un confl icto parecido entre los más calificados y los menos calificados y los más
sindicalistas y los menos sindicalistas –pero matizado por la rivalidad entre organizaciones- pareció
reaparecer durante la huelga de1927: convocada por la Confederación Ferroviaria, entre otros gremios,
no contó con la Unión Ferroviaria ni con la Santiago Watt, pese a lo cual igualmente consiguió sus
demandas.

Diferencias políticas
Como en el resto de las organizaciones obreras, las principales luchas políticas en las ferroviarias
se dieron entre anarquistas y socialistas, y entre estos y los sectores más moderados, generalmente
de influencia cristiana. En todo caso, la familiaridad ideológica de los primeros y la participación
cruzada de casi todos en mutuales, mancomunales, Sociedades de Resistencia y otros sindicatos, evitó
las diferencias insalvables hasta la fundación del POS y luego del PC. De allí que una misma revista
ferroviaria de los primeros años pudiera incluir la colaboración de un conocido ácrata como Alejandro
Escobar165 y una opinión como ésta: “(Si) se quiere que no se prendan en el campo obrero las semillas del
descontento, que son las que producen las teorías anarquistas, derramase en abundancia la justicia, que es la
base del órden i el más firme pedestal de la tranquilidad social”166 .

165
Alejandro Escobar i Karvallo, “La moral de los Trabajadores” (Colaboración) en La Locomotora n° 166, Año: III, Talca,
15 de agosto de 1904, p. 53.
166
“La justicia en Chile” en La Locomotora n° 165, Talca, Año III, 1º de agosto de 1904, p. 37.

164
Isabel Jara H.

Para el obrero no militante, que era la abrumadora mayoría, las diferencias políticas podían
visibilizarse en que las mutuales hacían generalmente peticiones más acotadas que las sociedades de
resistencia u otros sindicatos, progresivamente vinculados a demandas proletarias y políticas generales,
y en que aquellas habitualmente tenían posiciones más moderadas. En cuanto a las luchas dentro de
la izquierda, dado que el anarquismo se caracterizaba (sobre todo al inicio) por no levantar petitorios
al Estado y rechazar la política electoral, es posible suponer su menor éxito global sobre el movimiento
ferroviario (dentro de la escasa influencia política general de los primeros años), tempranamente
caracterizado por su vocación negociadora. Tal vez en el largo plazo resaltó el protagonismo ácrata en
la actividad huelguística ferrocarrilera, tanto como el mutualismo cristiano y el “fochismo” socialista-
comunista destacaron en la continuidad y ampliación de la organización.
En todo caso, el hecho de que la influencia política no fuera masiva no quiere decir que no se libraran
duras batallas. Por ejemplo, la lucha entre moderados e izquierdistas y entre la corriente “conchista”
y socialista del Partido Democrático se notó en la disposición menos huelguística de los primeros y
más huelguística de los segundos en los consejos ferroviarios y la primera FOCH. La lucha entre la
corriente socialista del Partido Democrático, por un lado, y los anarquistas, por otro, apareció en la
huelga de 1907. En la de 1913, el “fochismo” socialista también se enfrentó a la FORCH anarquista.
Entre 1917-1921, el giro socialista y comunista de la FOCH, si bien supuso la retirada de algunos
consejos ferroviarios, igualmente fomentó la distancia “fochista” (que mantuvo su influencia) respecto
del mutualismo y del anarquismo. En 1922, la reciente Federación Ferroviaria, surgida de la división
de la FOCH, se separó entre los más mutualistas y los más sindicalistas, tal como ocurrió dos años
después. Ello no impidió, con todo, que dicha Federación participara en la Asamblea Constituyente de
Asalariados promovida por los comunistas en 1925.
Aparte de las luchas de poder, los puntos frecuentes de discordia fueron el carácter más o
menos prolongado de la huelga general, más o menos violento de la “acción directa”, la mediación
gubernamental en los confl ictos, la participación en las elecciones y la legalización e institucionalización
del movimiento sindical. Sin embargo, como es sabido, en coyunturas determinadas, como en las
huelgas sectoriales o generales, anarquistas y socialistas cooperaron entre sí.
Finalmente, fue el declive anarquista y la conversión del PC en una fuerza política nacional lo que
facilitó que los comunistas ganaran la dirigencia del movimiento ferroviario organizado, al predominar
la consigna de la huelga como arma de acción, pero basada en la preparación previa, en la organización
sistemática y, sobre todo, en la apelación y negociación con las autoridades públicas. Pero todavía, por
sobre las consideraciones políticas que veían al movimiento ferroviario como una pieza imprescindible
para un proyecto mayor, lo cierto es que, en el delicado equilibrio entre autonomía y colaboración con
otros sindicatos, entre los ferroviarios primaron las decisiones que no ponían en peligro sus propios
intereses gremiales.
En todo caso, hasta que el movimiento obrero completo se involucró en la “cosa pública” desde
fines de la primera década del siglo XX, en un principio el esfuerzo de todos los dirigentes ferroviarios
coincidió en politizar (más que en abanderizar) el discurso gremial, pasando de las acusaciones
parciales o dirigidas a individuos concretos (abundantes en la revista Germen o La Locomotora de

165
Hombres del Metal

Antofagasta) hacia las protestas globales, contra categorías más genéricas como “patrones”, la
“empresa” o el modelo económico capitalista. En el intertanto de este proceso de politización discursiva,
muchas organizaciones procuraron que las diferencias políticas no entrabaran su funcionamiento167.
Asimismo, escapar de los extremos “de la adulación y el rastrerismo”, por una parte, o “de la crítica irónica y
malediciente”, por otra, pareció ser siempre un argumento apreciado por los ferroviarios168 , conscientes
de ser uno de los pocos gremios cuyo patrón –el Estado- podía subir los salarios de manera unilateral
y, por tanto, que disponían de una capacidad real de negociación.

Empleados versus obreros


Aun cuando, desde la propia perspectiva ferroviaria, las distinciones entre empleados no eran
infranqueables, puesto que los operarios calificados eran clasificados como empleados, había
diferencias concretas que de todos modos establecían contrastes entre las categorías de los empleados
de oficina, por un lado, y los obreros y operarios, por otro. De allí esta queja de 1914:
“Cuando se arroja á la calle á un obrero, no se le dá la más mínima garantía; los empleados gozan de un
mes de desahucio, los obreros no; al empleado se le notifica categóricamente por medio de notas, al obrero
se le dice; “Ud, no tiene más trabajo que hasta hoy” 169 .

Estos contrastes materiales reforzaron tempranamente los modos representacionales de los


trabajadores de ferrocarriles, de tal manera que así como los obreros fueron desarrollando un orgullo
de oficio frente a los demás trabajadores del país, los empleados también marcaron sus distinciones
dentro de la empresa, especialmente aquellos que, como los telegrafistas, manipulaban un conocimiento
técnico especializado:
“El Telégrafo –se felicitaban éstos en 1923-,…proporcionó a la empresa sus mejores empleados, como
ha quedado reconocido en muchas ocasiones y como lo ha reconocido el mismo reglamento General en
vijencia, al fijar en su art. 40 la condición de saber telégrafo, o sea, salir de las filas del mas preparado
y disciplinado grupo de servidores subalternos, para desempeñar los puestos de Jefes de Estaciones,
Conductores 1º y 2º, camineros mayores, Inspectores de distrito etc…”170 .

Además, el contacto permanente de los empleados más calificados con la superioridad incrementó
su distancia con la categoría de “trabajador”, haciendo que con el tiempo sus publicaciones dieran
cabida a la búsqueda de la diferencia que otorgaban los buenos modales y el “savoir vivre” 171. Asimismo,

167
Por ejemplo: “Es absolutamente prohibido provocar discusiones políticas o religiosas dentro del seno de la Sociedad”. Socie-
dad de Protección Mutua de Empleados de la 1º Sección de los Ferrocarriles del Estado”. Estatutos Sociedad de Protección Mu-
tua de Empleados de la 1a Sección de los Ferrocarriles del Estado, Imprenta de los Ferrocarriles del Estado, 1909, p. 12.
168
“Tres años de Vida”, El Ferroviario nº 27, Año III, marzo de 1925, p. 1.
169
Bueno, Roman, “Nueva injusticia”, La Locomotora n° 3, año 1, Antofagasta, jueves 31 de diciembre de 1914, p. 1.
170
“Noticias sociales” en Ideales nº 1, año 1, Valparaíso, febrero de 1923, p. 2. Esta era una institución deportiva y de
socorro mutuo.
171
“…para que el savoir vivre o la cortesía no se reduzca a simples ceremonias, a maneras artificiosas y mecánicas y a estudiados
esfuerzos para aparentar bien tono, es preciso que tenga sus raíces en la conducta misma de la persona y que sea dirigido por un

166
Isabel Jara H.

comenzaron también a incluir ciertas secciones “magazinescas” entre sus pocas páginas, notificando
de los viajes, matrimonios y otras actividades sociales de sus socios y, especialmente, de los jefes172.
Ciertamente, algunas voces insistieron en la representación del empleado como un trabajador,
advirtiendo que su elitismo conformista restaba fuerza a la organización ferroviaria:
“Los obreros nos acaban de dar una elocuente lección sobre este punto –alegó un empleado en 1924-. Ellos
están unidos, estrechamente unidos a través de toda una vastísima red ferroviaria y así por medio de esta
unión han conseguido uno de los mas hermosos triunfos de su vida organizada: el nombramiento de uno
de ellos para formar parte del mas alto cuerpo directivo de la Empresa: El Consejo de Administración”
(...) “Es hora ya que sacudamos esta capa de indiferencia y egoísmo que nos envuelve; es hora ya que
alejemos de nosotros ridículas diferencias de castas, que dejemos de creer que nos rebajamos por alternar
con el compañero humilde que junto con nosotros labora y que es igual factor de progreso que nosotros.
Levantemos los espíritus y comprendamos que iguales intereses nos unen y seguirán uniendo a despecho
de utópicas desigualdades” 173 .

Algunas novedades intensificaron la idea de distinción en los empleados. Por ejemplo, cuando a
mediados de los veinte los sueldos se pagaron por medio de la Caja de Retiros, recibiendo aquellos un
talonario de cheques para los giros:
“Confieso que este ha sido el momento mas emocionante de mi vida –escribió uno-; el sentimiento de
orgullo que experimenté no es para describirlo; me imajiné que la importancia de mi personalidad había
subido de un salto lo menos 20 grados (tomando como unidad los grados del escalafón)…¡Yo, pobre
carrilano –grado 10 y un cuatrienal- girando cheque como cualquier bolsista o industrial! ¡Quien lo
hubiera soñado! Inmediatamente empezó para mi una nueva vida. El próximo terno encargado a Jonson
Gana hubieron de hacérmelo conforme a mi pedido de un bolsillo interior en el paletó especialmente para
el cuaderno tantas veces nombrado…yo, que solo miraba los cheques por el lado del prestijio personal que
pudieran darme, estaba feliz. No hubo ocasión que desperdiciara para lucir mi talonario…”174 .

No es de extrañar, entonces, que muchos empleados, cuya vivencia de clase no era muy distinta
a la de los obreros, no se identificaran con el sector popular, y compartieran la visión exotizante que
tenía la clase alta de aquel. Así debe entenderse esta nota “pintoresca” de El Ferroviario, en su sección
“Tipos Populares”:
“Es chiquitito y feble. Su irsuta (sic) cabellera retinta se escapa indócil por el agujero de una gorrilla
mugrienta. Su ropa hecha jirones muestra aquí y allá el color centeno de su carne joven. Su carita de
mico, reñida hace largo tiempo con el agua y el jabón, tiene no se que gracia picaresca. Aquel chicuelo
que manos caritativas, que un hogar bien constituido pudieron transformar en un hombre útil a la
colectividad, se va convirtiendo a la vista y paciencia de nuestros gobernantes y de la sociedad entera en
un porxeneta (sic), en una escoria de la vida” (…) “Le he prometido ayudarlo. Hablaré con un amigo que
noble y elevado deseo de agradar”. Samuel Zenteno, Chillán 6 de enero de 1917, “Cuestiones educacionales” en El Ferrocarril n°
5, año 1, Santiago, sábado 27 de enero de 1917, p. 2
172
“Noticias sociales” en Ideales nº 1, año 1, Valparaíso, febrero de 1923, p. 2.
173
Francisco Muñoz Fornés, “Ferroviarios, estrechad vuestras filas” en El Ferroviario n° 14, año III, febrero de 1924,
p. 10.
174
“Mi Libreto de Cheques”, El Ferroviario n° 16, Año III, abril de 1924, pp. 2-3.

167
Hombres del Metal

tiene ciertas relaciones para que lo coloque en un Asilo. El chico me ha sido simpático. Será un alma más
arrancada del lodazal del vicio” 175 .

Problemas identificados para la organización

Desidia de la clase gobernante


La brutal y oscilante actitud de la clase dirigente, entre la represión y la indiferencia, constituyó
uno de las más reiteradas quejas de los ferroviarios. Y, naturalmente, constituyó un tema en el que
aparecieron sus matices políticos. Así, de esa queja algunos concluyeron que los ferroviarios no debían
basar su acción gremial en el reclamo a las autoridades de Estado:
“Las declaraciones hechas en la honorable Cámara de Diputados por varios de sus miembros a propósito
de los sucesos de la Maestranza de Valparaíso –escribió uno en 1904-, han sido recibidos por los obreros
con profunda sorpresa i sentimiento…Dijeron los honorables diputados, talvez hasta con fastidio, que
esos asuntos de la Maestranza de Valparaíso eran de absoluta incumbencia administrativa i que por
consiguiente correspondía al Ministro del ramo conocer de ellos i solucionarlos. I el señor Ministro
declara por su parte que se encuentra perplejo ante la cuestión que se le presenta a resolver, por las
declaraciones contradictorias que tiene a su vista…El caso presente no es sino una nueva confirmación
de que el elector obrero no debe esperar nada, de que las llamadas clases dirijentes se preocupen de lo que
atañe a su bienestar, pues hemos visto que para ellas vale mas perder el tiempo en discutir estérilmente
sobre si está con razón o no destituido un simple alcalde de la cárcel del último pueblo de la República,
que el derecho de pedir justicia a un grupo de hombres envejecidos en el trabajo” 176 .

El mismo reclamo contra la indiferencia o la represión de los políticos se mantuvo durante todo
el período estudiado177, si bien no siempre con la misma conclusión. Otra queja constante fue contra
los jefes, que veían en las organizaciones un menoscabo de la disciplina frente a su autoridad. Esto,
porque según los estatutos, las sociedades intentarían reponer a los socios excluidos del servicio
injustificadamente. Efectos de esta animosidad fue que algunos Directores mandaran a apresar
a sus dirigentes o demoraran la aprobación de su personalidad jurídica. Las campañas contra las
organizaciones ferroviarias y sus publicaciones aumentaban su eficacia con las amenazas de despido178 .
Además, los jefes mantenían “listas negras” con los nombres de los “revoltosos” y en las hojas de despido

175
F.M.F., “Tipos Populares. El Lustra Botas”, El Ferroviario nº 25, Año III, enero de 1925, p. 7.
176
“La justicia en Chile” en La Locomotora n° 165, Año III, Talca, 1º de agosto de 1904, pp. 37-38.
177
Por ejemplo: “Nuestros “legisladores” no legislan sobre las verdaderas y mas elementales necesidades del pueblo y en
especial de la clase media…Hay un proyecto de código de trabajo aún no despachado por la Cámara de Diputados que no tiene
otro mérito que el de constituir el comprobante histórico de la incapacidad de toda una legislatura para colocarse al nivel de su
época y cumplir debidamente su misión”. Julio Molina Núñez, “Allah…en Chile” en El Ferroviario n° 13, año III, enero de
1924, p. 22.
178
“Naturalmente, una amenaza de esta especie ha producido efecto entre los timoratos i tambien entre los que no tienen com-
pleta seguridad en sus manos, i de aquí ha venido el desbande”. “Crónica…Nuestra Revista”, La Locomotora nº 168, Año: III,
Talca, 15 de septiembre de 1904, p. 84.

168
Isabel Jara H.

frecuentemente les escribían una nota que decía “por no convenir a la empresa”, lo cual manchaba los
antecedentes del trabajador e impedía que encontrara trabajo en otra empresa179.

Alcoholismo y juego
Después de los patrones, el gran enemigo para la organización ferroviaria fue el alcoholismo. De
allí que las reuniones sindicales fueran una alternativa de sociabilidad a las numerosas tabernas-
cantinas. De allí también que las arengas antialcohólicas derivaran en una campaña constante en la
que coincidieron casi todos los dirigentes y todas las publicaciones, pues veían en dichos “vicios” un
obstáculo para la organización y para la emancipación social del ferroviario. Así, en 1904 ya se decía:

“Mui pocos son los que se dan cuenta del hecho, pero es cierto que existen dos graves enfermedades
entre los obreros. En junto o separadas, hacen ellas más estragos que todas las crisis juntas. Esas
enfermedades son: el alcoholismo i el juego. Pero si el hábito del juego se ha apoderado de una parte de la
juventud obrera, el hábito del alcohol tiene gran supremacía sobre aquel, estando en proporción como 10
a 2” (…) “…el dinero con que se paga este tributo a la enfermedad i a la muerte, se sustrae del miserable
jornal con que se debiera suvenir a necesidades verdaderas. I no es esto solo. Bajo la influencia del licor,
el hombre ya no es hombre. Ha dejado su lugar a un ser repugnante, díscolo, atrevido, balbuciente;
que babea como un hidrófobo, que masculla insultos en injurias por imaginarias ofensas; que da i que
recibe golpes.- Este fenómenno nervioso, esta hiperestenia producida por la exitación alcoholica, tiene a
menudo por epílogo una escena de sangre, que suele asumir trájicas proporciones” (…) “…solo cuando los
obreros dejen de jugar i beber, seran mas fraternales, mas justos, i sobre todo tendran una nocion mas
exacta de sus verdaderas conveniencias. Solo cuando hayamos logrado realizar el ideal del aqua pura
i desterrado el juego de azar de nuestras diversiones, habra llegado el caso de afirmar que realmente
hemos progresado” .

Como el resto del discurso ilustrado obrero, el ferroviario se construyó sobre la base de la denuncia
del alcoholismo y de las instituciones de sociabilidad ferroviaria que lo escudaban:
“dá cierta vergüenza ver -se denunció en 1914- que obreros laboriosos, de profesiones reconocidas, lejos de
constituirse en Sociedad para ilustrase más é ilustrar á la juventud y sus hijos fundan instituciones á las
que les dan el nombre como centro Sportivo de los Amigos y cuya misión es la de amparar con el nombre
de sociedad constituida á una taberna cladestina (sic)” (...) “...las autoridades, velando por la moral y
extirpación de los vicios, debe obrar con energia con ella para lo cual le llamamos la atención” 180 .

Naturalmente, la insistente denuncia contra el alcoholismo estuvo lejos de traducirse en una


generalizada conducta temperante entre los ferroviarios, quienes acostumbraban, como los demás

179
El mayordomo de la Casa de Máquinas del FCAB, José M. Jonquera, alegó ante los Jefes Mr. H.A. Harrison y
Mr. G.W. Hey (jefe de la Casa de Máquinas) por su despido, que consideraba injustificado. Solicitó que al menos se
le borrara, en la orden de pago de su finiquito, la nota escrita por Mr. Hey, que decía “Por no convenir a la empresa”.
Mr Hey le contestó: “No es esa nota mala, mala sería cuando apareciese en Libro Negro”. Mr Harrison agregó: “¿Ud.
quiere figurar en ese libro?”. José M. Jonquera, “Mi salida. Una canallada de los jefes” en La Locomotora n° 1, año 1, 29
de octubre de 1914, p. 2.
180
“Una institución que fomenta el vicio” en La Locomotora n° 2, año 1, Antofagasta, 27 de noviembre de 1914, p. 3.

169
Hombres del Metal

trabajadores urbanos, a beber incluso antes de ir a trabajar. Más todavía, fue común que los jubilados
o veteranos instalaran tabernas al retirarse, donde recibían a sus compañeros, pues ellas eran un
negocio que proporcionaba ingresos seguros.

Insuficiente solidaridad y participación


La transición desde movimientos espontaneístas a sistemáticos exigió el compromiso constante
de los agremiados con las organizaciones, el cual fue siempre menor que el que esperaban los líderes.
Se quejaba un “mutualista” de 1909:
“…el entusiasmo de los señores Directores ha debido decaer al ver a los consocios tan indiferentes para
asistir a las juntas a que han sido llamados los que han perjudicado en parte a la Institución por diversos
motivos. Por tres o cuatro veces consecutivas han sido citados a la Junta Jeneral a fin de someter a su
estudio i deliberación la nueva reforma de los Estatutos, sin que en ninguna ocasión hubiera el número
suficiente de socios, i de poderes para su aprobación”181 . Y ésta no era la excepción sino la regla entre las
instituciones ferroviarias, una vez que pasaban las coyunturas álgidas.
Más tarde, se lamentaba otro opinante no ya de la falta de solidaridad sino del maltrato entre
compañeros: “¿Dónde está, digo yo, la cacareada solidaridad que existe entre el personal? ¿Dónde está el
espíritu de compañerismo, de unión, que creemos tener o que tratamos de conseguir? ¿Pueden triunfar
las ideas de asociación, de mancomunidad cuando uno se ve tratado como a un perro por otro empleado,
sin razón alguna? De aquí viene que muchos al sentirse vejados y mal considerados por sus compañeros,
por sus consocios mismos, se rebelen contra la Institución, se alejan de ella, desilusionados, amargados
al ver que las instituciones no tratan de conseguir lo más grande, lo que más justifica su existencia,
cual es la solidaridad, el apoyo mutuo, la unión indispensable que le permita desarrollar sus demás
actividades” 182 .

La verdad es que la denuncia sobre falta de compañerismo exponía un problema tan silenciado
como permanente en la organización ferroviaria, a saber: que en la relación con otros sindicatos
urbanos, los ferroviarios tendieron a decidir en función de sus propios intereses; y que en la relación
entre sindicatos propiamente ferroviarios, los de maquinistas y de maestranzas vigilaron primero los
suyos. Esto fue posible gracias a la mayor capacidad de negociación de dichos sectores, y se tradujo en
ganancias y diferencias concretas.
De hecho, así deben entenderse (y no solo por efecto de los vaivenes económicos de EFE, del
país o del exterior) las distintas oscilaciones salariales según las secciones: como ha explicado un
capítulo anterior, los jornales reales de la Sección Transporte crecieron levemente entre 1905-1914,
pero desde ese año cayeron hasta 1917. Los jornales de la Sección Vía crecieron moderadamente entre
1905-1911 y se estancaron desde entonces hasta 1917. En cambio, los jornales reales de la Sección

181
Memoria de la Sociedad Protección Mútua de los Empleados de los FF. CC. Leída en Junta Jeneral del Domingo 21
de febrero de 1909, Santiago, Imprenta Las artes Mecánicas, 1909, pp. 6-9.
182
Fco. Muñoz Fornés, “Cortesía”, El Ferroviario n° 23, año III, noviembre de 1924, pp. 21-22.

170
Isabel Jara H.

Maestranza crecieron más sostenidamente entre 1905-1915, bajaron entre 1914-1919, se recuperaron
y experimentaron un alza entre 1920-1928, triplicándose durante todo el período183 .
Por tanto, la mentada solidaridad fue un lugar común de la prensa ferroviaria no solo porque
constituyera un valor per se, si no porque permitía popularizar movilizaciones parciales o evitar que
algún sindicato se descolgara de una negociación general.
Por supuesto, el compromiso debía notarse tanto en la huelga como en el esparcimiento. De allí que
la valoración de los propios espacios de sociabilidad fue inculcada dura e insistentemente, sobre todo
a los empleados de oficina, siempre más desapegados:
“Con cuanta pena vemos a nuestros compañeros, que al salir de sus oficinas se van a buscar un rato de
solaz a otros sitios, a darle su dinero a un extranjero cualquiera que, meloso y lleno de sonrisas le va
extrayendo insensiblemente los pesos del bolsillo. Y allí no critican nada, aceptan felices todo lo que se
les sirve y de la manera como se les sirva y aún pagan precios prohibitivos, sin chistar. Yo quisiera ver a
estos compañeros en nuestro Hogar (ferroviario)” 184 .

Construcción de una “moral ferroviaria”


Por sobre las diferencias territoriales, de oficio, de calificación y políticas, y acaso para superar
la heterogeneidad y antagonismos derivados de ellas, la prensa ferroviaria coincidió en identificar
algunos elementos comunes que sirvieron para la construcción de representaciones colectivas que,
desde lo material a lo místico, tendían a unificar la variedad humana y laboral en pos de un trabajador
ideal.
Los peligros y la fuerza física desplegada en la profesión ferroviaria fueron los soportes primarios
en la construcción de la identidad laboral y pública ferroviaria 185. Asimismo, en esta exaltación del
sacrificio que comportaba el arriesgado trabajo en ferrocarriles, las asociaciones entre el ferroviario y
el soldado186 tampoco fueron anómalas ni casuales. Ellas constituyeron ejemplos de la construcción de
una verdadera épica: la del ferroviario como héroe.
“…Hay otros héroes –se leyó, por ejemplo, en El Ferroviario-; héroes silenciosos de la vida real, perdidos
en la turba multa de los sucesos diarios, meras constelaciones en el mundano agetreo para quienes no
hay páginas de oro que consignen sus proezas ni trovadores que canten sus hazañas, pero cuyos hechos
por los méritos que encierran y la noble acción que los que los impulsó a ejecutarlos, constituyen un

183
Ver capítulo 4.
184
Francisco Muñoz Fornés, “El cultivo de la sociabilidad y nuestro actual Hogar Ferroviario”, El Ferroviario nº 25, Año
III, enero de 1925, pp. 14-15. Paréntesis mío.
185
“Erguido, desafiante al peligro, sobre un techo del carro del convoy en marcha, muestra el palanquero su rostro ennegrecido
por el carboncillo”. F.M.F., “Tipos Carrilanos. El Palanquero”, El Ferroviario n° 22, año III, octubre 1924, pp. 28-29.
186
“Este distinguido amigo y compañero de trabajo, se encuentra nuevamente postrado en el lecho del dolor. Después de una
lijera mejoría que tuvo en uno de los mejores pensionados de la capital, volvió a hacerse cargo de su puesto, pero le faltaron las
fuerzas, debilitadas por su larga enfermedad i volvió nuevamente a caer ni mas ni menos como cae el soldado después de duro
batallar”. “Don David Llanos” en La Locomotora n° 162, Talca, Año III. 21 de junio de 1904, p. 12.

171
Hombres del Metal

poema, pero un poema de tragedia silenciosa donde el hombre se yergue fiero, sublime, desafiante, junto
al negro fantasma de la muerte que lo acecha para estrecharlo luego en un abrazo de hielo: el abrazo de
la nada…Son los héroes del trabajo, los héroes de la paz y del deber. Entre esta categoría de hombres
sublimes, se destaca el maquinista ferroviario. Cuando veo avanzar ante mí y pasar rápido, como una
exhalación, con estruendo ensordecedor de hierros, de engranajes y cadenas, resoplando vapor por las
válvulas que semejan fauces de bestia prehistórica, un tren a toda marcha, pienso en el hombre que,
perdido entre los fierros y palancas dirige con mano de titán la carrera desenfrenada del monstruo de
acero” 187.

En la edificación del imaginario ferroviario, la energía de la máquina a vapor, la velocidad y


ferocidad del ferrocarril traspasaron su fuerza al trabajador que las domaba. Así, este trabajador
encarnaba el progreso tecnológico y social, un símbolo de la modernización cuya ejemplaridad imponía
unos deberes: “¿Qué es un ferroviario, señores? –repitió un charlista al orgulloso público ferroviario
que acudió a oírlo a mediados de los veinte- Es un obrero del progreso universal. Dentro de este rol que el
ferroviario desempeña en la sociedad ¿cuáles deben ser sus principales características? El ferroviario debe ser:
1º Sobrio. 2º Sentir amor por su trabajo. 3º Perseverante en el servicio. 4º Rendir culto a la disciplina” 188 .
En efecto, esta centralidad proyectada del ferroviario en la representación del mundo proletario y
del progreso nacional suponía la exigencia de unas actitudes morales consideradas indispensables para
la promoción obrera y el avance tecnológico y social del país. En primer lugar, el valor de la unidad:
“Hoy, que todos los obreros, que todos los hombres que tienen intereses que defender e ideales que
realizar, se afanan nerviosamente por unirse i estrecharse, formando núcleos poderosos de voluntades
firmes i disciplinadas, nosotros, los maquinistas de los Ferrocarriles de Chile, estamos dando ante
el ejército de sociedades obreras del pais, el ejemplo vergonzoso de las más absoluta desorganización
social” (...) “La Unión, se nos presenta además con el carácter de obligación bajo el punto de vista de
la civilización actual, cuyos progresos es indispensable adoptar i cuyas leyes es forzoso cumplir, siendo
todavía para nosotros mas ineludible esta obligación si consideramos que nuestro trabajo lo debemos a
uno de los progresos mas brillantes de la civilización, teniendo al mismo tiempo en nuestras manos el
símbolo de ella: La Locomotora” 189 .

En definitiva, el dirigente ferroviario fomentó la formación de una disciplina valórica con la cual dar
ejemplo. En esta verdadera “ética ferroviaria” residía su esperanza de regeneración humana, gremial,
de clase y nacional, y en ella se definía su sentido de patriotismo y justicia social. En consecuencia, la
conducta privada y pública del ferroviario debía contribuir a la moral de los trabajadores, de acuerdo con
la matriz ilustrada de las ideologías que transformaban sus impulsos en clasismo político organizado.
Un ejemplo notable, por el ascetismo que promovía, lo dejó un largo artículo anarquista publicado en
La Locomotora de Talca en 1909, cuya elocuencia obliga a citarlo en extenso:
187
Montecinos G., Humberto, “Los Héroes Ignorados...El maquinista ferroviario. A la memoria de Benjamín céspedes
Martínez, muerto trágicamente en el cumplimiento del deber en la catástrofe ferroviaria de Camarico”, en El Ferrovia-
rio n° 14, año III, febrero de 1924, pp. 26-28.
188
Aníbal Labra, Administrador de la 2ª Zona, conferencia dictada el 13 de junio de 1924 en el Teatro “Rodolfo Ja-
ramillo” a la Extensión universitaria ferroviaria sobre las obligaciones principales y características de un ferroviario”. En
“Extensión Universitaria Ferroviaria”, El Ferroviario n° 18, Año III, junio de 1924, p. 10.
189
“Unión i Solidaridad” en La Locomotora n° 164, Talca, Año III, 15 de julio de 1904, pp. 25-26.

172
Isabel Jara H.

“...lo que hoy tratamos de estudiar es la moral de los trabajadores… Frente a la clases rica o burguesa, i a la
clase media, la de los trabajadores debe asumir un actitud característica, un modus vivendi particular…
Fatalmente, las clases ricas i dominadoras se entregan a los placeres de la gula, al refinamiento de la
mesa, al lujo en todas sus formas, i a los vicios llamados aristocráticos, tales como el fumar, el beber
licores, el juego, el teatro, los diferentes jeneros de sports i la corrupción en sus mas variadas formas. La
clase media, por su parte, aspira a imitarla…Ante ellas, la clase trabajadora debe asumir una actitud
conveniente i justiciera…” (...) “Es por esto que una linea de conducta le está señalada…En primer
término, prepararse para acerse (sic) apta para dirijir por si misma los negocios que le son propios. Esto lo
conseguirá instruyéndose, estudiando las cosas sociales, la historia, la sociolojia, la economía social i la
filosofía. En segundo lugar, elevándose moralmente sobre el bajo nivel de las clases alta i media...Debe, a
la vez perfeccionarse como clase productora, técnica e industrialmente, instruirse e ilustrarse, elevar su
espiritu i moralizarse, hacerse cada dia mas moral. Hoi por hoy, la clase trabajadora, criada i alimentada
con carnes de animales, con caldos sucios de grasas, con queso, charqui, té, café, mariscos i conservas, no
puede gozar de salud ni fuerza para el trabajo, enfermándose i dejenerando fisicamente…Con el vicio del
cigarro, que ensucia las vias respiratorias, predisponiendo a la tuberculosis, i que ataca por la nicotina el
hígado; mas el uso i abuso de toda clase de licores, desde la cerveza, el vino i la chicha, hasta el aguardiente
i el aperitivo, se enferman i debilitan, se corrompen i entorpecen cada dia mas, la clase trabajadora, la
juventud i el pueblo. Por otra parte, con el juego, las diversiones licenciosas i el lujo que ya comienza a
hacer estragos entre los obreros se pervierte i degenera, se envanece i pone fátua, ignorante i torpe la
clase trabajadora. Es menester que haya un acercamiento de la masa obrera, hacia las prácticas morales
i redentoras del naturalismo, la alimentación vegetal, la abstinencia, la sobriedad, la continencia i el
altruismo!...Pensemos ante todo en regenerarnos, en instruirnos e ilustrarnos. Procuremos ser sanos,
fuertes, justos, ilustrados i morales! Es decir, fuertes, nobles i buenos” 190 .

Por supuesto, esta “ética ferroviaria” que los trabajadores ilustrados esperaban construir desde
el discurso gremial no hacía otra cosa que enunciar unas prácticas contradictorias, muchas veces
oportunistas o desunidas, cuando no racistas, machistas, ignorantes o supersticiosas: por ejemplo,
frente a las gravísimas tasas de mortalidad, especialmente infantil, que aquejaban al país, muchos
sindicatos, incluyendo la FOCH y los anarcosindicalistas, se opusieron a los programas de vacunación
obligatoria de 1921 por considerarlos una afrenta a la dignidad de la persona (De Shazo, 2007: 117).
Sin embargo, resulta innegable que la organización de trabajadores –y la prensa en particular- fue
una vía para depurar algunas actitudes, por lo menos aquellas que debilitaban su poder movilizador.
De allí que las mismas organizaciones establecieran sanciones para aquellos miembros que, con sus
conductas reprochables, las desprestigiaran o desmintieran el ideal de regeneración moral que las
inspiraba 191.

190
Alejandro Escobar i Carballo, “La moral de los Trabajadores” (Colaboración) en La Locomotora n° 166, Año III, Talca,
15 de agosto de 1904, p. 53.
191
“...aplicará con enerjia las sanciones mas severas de los Estatutos, a los que con su conducta propendan a desprestijiar la co-
lectividad a que pertenecemos. Porque, como ya lo hemos dicho en una solicitud a la Dirección Jeneral de los Ferrocarriles, “esta
institución no persigue solamente la rejeneración material de sus asociados sino también i muy principalmente su rejeneracion
moral, único medio de propender provechosamente a hacerlos respetables ante la opinión i útiles en el mas alto grado al país.”
Sociedad Protección Mútua de Empleados de los Ferrocarriles del Estado, Memoria correspondiente al año de 1898, pre-
sentada por el Presidente de la Sociedad Protección Mutua de los Empleados de los Ferrocarriles del Estado a la Junta
Jeneral del 5 de febrero de 1899, Santiago, Imprenta Establecimiento Poligráfico Roma, 1899, pp. 10-11.

173
Hombres del Metal

En suma, así como en los ejes reivindicativos del discurso ferroviario, en la búsqueda de una moral
ferroviaria hubo hasta cierto punto un reclamo de ciudadanía moderna, tanto de cara a las autoridades
como en la formación misma del trabajador. Porque, para que este se convirtiera en proletario y
ciudadano, requería una decidida conciencia de clase y de sus deberes como sujeto social. Por ello, no
se cansaban de repetir los líderes a sus lectores:
“No habeis nacido unicamente para comer, para beber, fumar i dormir, ni tampoco solo para trabajar…
Habeis venido al mundo para llenar una misión civilizadora, de progreso individual i colectivo…Vuestra
misión es de luz y de bien. Servir al progreso de la humanidad por el trabajo y el esfuerzo; propender al
triunfo de la verdad i de la justicia, por medio de la palabra i de la acción” 192 .

Y, nuevamente, se les recordaba a los perseguidores y suscriptores desde la redacción de un


periódico de 1914: “...al emitir por intermedio de La Locomotora nuestro pensar, lo hacemos en virtud de que
somos hijos de una nación república...” 193 .

Conclusiones
Entre fines del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, el impulso reivindicativo de los ferroviarios,
como el de los demás trabajadores chilenos oscilaba entre la revuelta espontánea y la movilización
organizada. Pero las características de su mundo laboral aceleraron esta transición. Por una parte, su
mayor estabilidad laboral y territorial disminuyó la rotación, lo cual apuró una conciencia de clase.
El contacto con los operarios más experimentados y con una exigente disciplina técnica y laboral
apresuró la proletarización de los trabajadores nuevos. La coincidencia empresarial y gremial en
inculcar hábitos de convivencia y laborales más estrictos, la llegada de trabajadores más letrados
y de activistas sindicales y políticos afirmaron las prácticas organizadas e institucionalizadoras, y
fomentaron un discurso modernizador y moderno. Por ende, la temprana formación de una cultura
organizacional que proveía una fuerte identidad de oficio, de clase y nacional tendió a “unificar” el
imaginario del ferroviario chileno, por sobre sus diferencias de oficio y lugar.
Si bien hubo menos movilizaciones ferroviarias que el total de huelgas del período, ellas fueron
constantes, convirtiéndolos en uno de los grupos más activos de aquellos años. Su movilización
estuvo claramente en relación con el vaivén de los salarios, aunque no de manera mecánica. De hecho,
mientras la Dirección de la empresa ejecutaba reestructuraciones para mejorar el servicio y disminuir
sus déficits, los “ferrocarrileros” identificaron la lucha reivindicativa no solo con el mejoramiento
salarial, sino que con el mejoramiento de las condiciones laborales y de vida, con la regularización de
los ascensos, la calificación técnica y cultural, la defensa de los abusos de los jefes y, tempranamente,
con el acceso de los chilenos a las jefaturas del trabajo ferroviario y luego a la nacionalización total
del servicio. La centralidad de esta última demanda se debió a que dicha discriminación constituía
la más arraigada y gravosa evidencia de su explotación. Por otra parte, la importancia que daban a la

192
Alejandro Escobar i Carballo, “¡No basta solo trabajar!..-Colaboración” en La Locomotora n° 166, Año III, Talca, 15
de agosto de 1904, p. 66.
193
Los redactores, “Una nueva aclaración” en La Locomotora n° 3, año 1, jueves 31 de diciembre de 1914, p. 1.

174
Isabel Jara H.

capacitación técnica y cultural no fue solo una demanda para mejorar su estatus y salario sino que un
elemento que entroncó con el discurso izquierdista que apostaba a la educación como una herramienta
de emancipación social.
El discurso ferroviario gremial privilegió la representación del ferroviario en su dimensión
laboral y pública, como parte de la clase trabajadora, identificando como su confl icto principal la
contradicción trabajador-patrón en la variante ferroviario versus jefe, y quedando subordinado el
modo de representación doméstico a las necesidades de una versión más ideologizada y mítica. La
identidad “ferroviaria” fue constituida a través de relaciones de explotación, exclusión o represión,
frente a los patrones, a la vez que de cooperación y redención entre los pares: osciló entre la desventura
del abandono y la posibilidad de “alumbrar” el futuro.
En cuanto a los matices discursivos, si bien es difícil identificar diferencias radicales cuanto más
atrás nos remontamos en el discurso ferroviario, es posible distinguir un tono más confrontacional
de uno más moderado, derivado de la presencia o ausencia de una inspiración religiosa, del interés o
desinterés por hostilizar a los jefes o por desprestigiar las publicaciones, del miedo a las represalias,
y de la preferencia por una estrategia de lucha más directa o clasista frente a un gremialismo más
localista y menos politizado. En todo caso, incluso por sobre las diferencias “partidistas”, el esfuerzo de
los dirigentes y de las corrientes de matriz ilustrada tendió a politizar el discurso gremial, pasando de
las denuncias parciales o dirigidas a individuos concretos a las acusaciones globales, que operaban con
categorías más genéricas como “patrones”, “la empresa”, “clase trabajadora” o “capitalismo”. Además,
la mayoría de las publicaciones oscilaron entre la conciliación y el enfrentamiento, según quienes
escribieran y las coyunturas que enfrentaban.
Por otra parte, aun cuando desde la propia perspectiva ferroviaria las distinciones entre el personal
no eran infranqueables, puesto que los operarios calificados eran clasificados como empleados, había
diferencias concretas en los espacios y tipos de trabajo que de todos modos establecían contrastes entre
los empleados de oficina, por un lado, y los carrilanos y obreros, por otro. Esos contrastes materiales
reforzaron tempranamente los modos representacionales de los trabajadores de ferrocarriles, de tal
manera que así como los obreros fueron desarrollando un orgullo de oficio frente a los demás trabajadores
del país, los empleados también marcaron sus distinciones dentro de la empresa, especialmente
aquellos que manipulaban un conocimiento técnico especializado (como los telegrafistas) o que tenían
contacto permanente con la superioridad. De allí que, aunque algunos insistieran en la identidad del
empleado como un trabajador y aunque la evolución orgánica del movimiento ferroviario avanzara
rápidamente hacia la unificación gremial y territorial, permaneciera siempre en el discurso un matiz
diferenciador entre empleados y obreros.
Entre los mayores problemas identificados por los ferroviarios para su organización, descolló la
desidia de la clase dirigente frente a la suerte del obrero o la represión de sus demandas. Por lo demás,
la desconfianza de los directores y jefes, que veían en las organizaciones un menoscabo de la disciplina
frente a su autoridad, redundaba en el apresamiento de los dirigentes, el despido de los movilizados
o la demora en la aprobación de la personalidad jurídica de las sociedades. Después de los patrones,
el alcoholismo constituyó el segundo enemigo del ferroviario organizado, por cuanto constituía un

175
Hombres del Metal

grave obstáculo para su regeneración personal y emancipación sociopolítica, más peligroso todavía al
inmovilizar al trabajador aun antes de su confrontación con el adversario de clase. Por último, la falta de
compañerismo y participación también fue una limitación recurrente en la formación del movimiento
ferroviario, porque eran condiciones básicas para la organización y la acción sindical planificada y
permanente. De modo que la valoración de los propios espacios de sociabilidad se convirtió en un
cliché de toda la prensa ferroviaria, del mismo modo que los llamamientos a las suscripciones.
Por todo lo anterior, el discurso público ferroviario, si bien racionalizaba más sus aspectos gremiales
o políticos, también dio importancia a la formación de una conducta en el ámbito privado. Intentó
imbricar la moral privada con la acción pública, donde el colectivo intentaba producir cambios. La
ignorancia, el alcoholismo, la prostitución, la inestabilidad familiar se consideraban factores de atraso,
de degeneración físico-social y de embrutecimiento, que tanto perjudicaban material y sicológicamente
al trabajador como convenía a las clases dominantes. Esto, como es sabido, no fue excepcional en
ellos, pues la valoración del comportamiento austero, centrado en la familia, fue característica de la
prensa obrera en general, ya que se consideraba que el disciplinamiento moral era una condición para
el desarrollo de la conciencia de clase. Pero en el caso del discurso ferroviario, este énfasis cobró un
cariz fuertemente ejemplarizador y simbólico, puesto que los peligros y la fuerza física desplegada en
el oficio permitieron exaltar su “padecimiento heroico” asociándolo al soldado en batalla, haciendo de
su sacrifico público y su austeridad privada los soportes primarios en la construcción de la identidad,
hasta convertirla en una verdadera épica: la del ferroviario como héroe.
Por supuesto, un espacio laboral monosexuado y con organizaciones abrumadoramente
masculinas como el de ferrocarriles reforzó las representaciones exteriores de la masculinidad
-asociadas al mundo público, laboral, gremial y político- por sobre las de la masculinidad doméstica
de padre y esposo; las representaciones naturales (ligadas a la virilidad) se asociaron a la fuerza física
utilizada en la mayoría de las faenas obreras y, bajo esta matriz tradicional, la masculinidad debía
ser demostrada constantemente mediante el consumo de alcohol, el juego y la violencia. Sobre ellas,
la “moral ilustrada ferroviaria” se esforzó por imponer los valores de la valentía, el compromiso y la
acción decidida en la defensa del colectivo y de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, insistió en la
moderación del comportamiento por medio de la educación y la cultura, tanto a nivel privado como
público. De esta forma, el discurso gremial sublimó políticamente la transferencia del poder de la
máquina y del ferrocarril al hombre, transfiriéndola a su vez a la organización y la lucha sindical, en
la cual la potencia y pasión originales serían canalizadas más eficientemente por el razonamiento y
la previsión.
En definitiva, el discurso ferroviario hegemónico –tendiente a suavizar las luchas políticas y
sindicales y la heterogeneidad laboral- fomentó la formación de una verdadera “moral ferroviaria”,
según la cual se defi nían los conceptos de patriotismo y justicia social, y con la cual se daría ejemplo para
contribuir a la regeneración humana y de clase de los trabajadores chilenos. Fue este punto, sin duda,
el que registró con mayor intensidad la temprana y eficaz penetración de las ideologías izquierdistas
de matriz ilustrada en el pensamiento y acción ferroviarios, para transformar sus fugaces pasiones
reivindicativas en clasismo político organizado y sistemático.

176
Isabel Jara H.

Ni la crisis del modelo salitrero ni la Primera Guerra Mundial disminuyeron la trascendencia de


los ferrocarriles en la vida nacional, de tal forma que las opiniones y decisiones de sus trabajadores
-reflejo de su identidad colectiva en formación- llegaron a ser decisivas para el país. El convencimiento
de actuar en nombre del principio de ciudadanía, correspondiente a una república que se pretendía
moderna, guió su discurso gremial y les otorgó orientación política a sus contradictorias y heterogéneas
prácticas. Fue la formación de dicho convencimiento entre dirigentes y obreros organizados, sumado a
la búsqueda de una moral disciplinante y a la construcción de una orgullosa épica de oficio, lo que sentó
las bases de la “cultura sindical” que permitió a los ferroviarios transitar desde la revuelta espontánea
hacia la movilización organizada y el sindicato institucionalizado, entre 1900 y 1930.
Naturalmente, no debe olvidarse que se trató de un proceso de más de treinta años, con avances y
retrocesos, y repleto de luchas políticas, de luchas entre los más calificados y menos calificados, o entre
los más sindicalistas y los más mutualistas. Por lo demás, los problemas identificados por la propia
prensa ferroviaria señalan que la organización unitaria –durante todo el proceso- hizo más carne en
la retórica del discurso hegemónico u organizado que en las vivencias cotidianas de la base. Con todo,
fue dicho discurso hegemónico el que marcó un horizonte de aspiraciones en base al cual los dirigentes
buscaron orientar la conducción gremial desde unas prácticas divididas, oportunistas o indiferentes
hacia unas unitaristas, clasistas y deliberantes.
Todo ello permitió a los trabajadores de ferrocarriles no solo apoyarse en las urgencias financieras o
de otro tipo, sino que aproximarse más que otros sectores a la condición de “aristocracia obrera”, definida
por Hobsbawm según parámetros de nivel salarial, expectativas de seguridad social, condiciones de
trabajo, relaciones con los grupos sociales altos y bajos, condiciones de vida y posibilidad de futuros
ascensos (De Shazo, 2007: 96-97). Porque, como hemos visto, a pesar de los apuros de diversa índole
que enfrentaron, en todos ellos los ferrocarrileros tuvieron mejores posibilidades (salvo en la relación
con los grupos sociales, en la cual solo los oficinistas o telegrafistas tendieron a identificarse con los
grupos medios).
Por supuesto, los historiadores pueden y deben dudar si la transformación desde el espontaneísmo
hacia la movilización y el sindicato formalizados constituyó o no un “aprendizaje” positivo para el
movimiento obrero de principios de siglo XX, tanto como problematizar las interpretaciones
“evolucionistas” de aquello. Al menos en el caso de los ferroviarios, la recuperación e incluso
mejoramiento parcial de sus tan acosados salarios y el avance en sus condiciones laborales -entre fines
del siglo XIX y fines de los años veinte-, nos sugieren lo que pudo significar para ellos mismos.

177
Hombres del Metal

Referencias bibliográficas

Fuentes primarias

Documentos oficiales
Dirección General del Trabajo (1918). Memorándum Oficina del Trabajo, 47, Santiago.

Documentos impresos
Araya Pacheco, Belisario (1938). Solicitud dirigida al señor Director General de los Ferrocarriles del Estado,
San Fernando, Imprenta Minerva.
Estatutos de la Sociedad de Protección Mútua de los Empleados de los Ferrocarriles del Estado (1897)
Reformados por la Junta Jeneral del 25 de julio de 1897, Santiago, Establecimiento Poligráfico
Roma.
Estatutos Sociedad de Protección Mutua de Empleados de la 1º Sección de los Ferrocarriles del Estado (1909).
Santiago, Imprenta de los Ferrocarriles del Estado.
Estatutos de la Sociedad Protección Mutua de Empleados de los Ferrocarriles del Estado (1924). Fundada el 7
de enero de 1894, Santiago, Imprenta y Encuadernación La Economía.
Estatutos y Reglamentos de la Federación Deportiva Ferroviaria (1923). Dirección General, Santiago,
Imprenta de los Ferrocarriles del Estado.
Estatutos de la Sociedad Protección Mutua y Económica de Jubilados de los Ferrocarriles del Estado (1925).
Santiago, Imprenta Bellavista.
Federación Deportiva Ferroviaria. Dirección General (1923). Estatutos y Reglamentos, Santiago, Imprenta
de los Ferrocarriles del Estado.
Memoria de la Sociedad Protección Mútua de los Empleados de los FF. CC. (1909). Leída en Junta Jeneral del
Domingo 21 de febrero de 1909, Santiago, Imprenta Las artes Mecánicas.
Memoria correspondiente al año de 1898 (1899). Presentada por el Presidente de la Sociedad Protección
Mutua de los Empleados de los Ferrocarriles del estado a la Junta Jeneral del 5 de febrero de
1899, Santiago, Imprenta Establecimiento Poligráfico Roma.
Poblete, Martiniano (1930) Una jornada ferroviaria. (Recuerdos de 38 años de vida carrilana). Santiago de
Chile: Imprenta Claret, vol. 1 (a) y vol. 2 (b).

Prensa y publicaciones periódicas


Boletín de Círculo Ferrocarriles de Chile, Santiago, 1909-1912.

178
Isabel Jara H.

El Asistente ferroviario. Órgano oficial de la Sociedad Mutual de asistentes de los Ferrocarriles del
Estado. Santiago, 1926.
El Ferrocarril, Santiago, enero de 1917.
El Ferroviario. Publicación de los ferroviarios de la 5a Zona de los Ferrocarriles del Estado puesto al
servicio de la clase trabajadora y de las organizaciones obreras. Ovalle, 1925
El Ferroviario. Revista mensual ilustrada. Órgano Oficial de la Asociación Ferroviaria de la 2ª Zona,
Santiago, n° 13, años III-IV, 1924-1925.
El Silbato. Órgano oficial de los empleados y obreros, Santiago, 1917.
Ideales. Órgano quincenal Ferroviario de propiedad del centro Telegrafistas Primera Zona nº 1, año 1,
Valparaíso, febrero de 1923.
La Locomotora. Órgano destinado a defender los intereses de los obreros ferrocarrileros de esta
provincia i de todos los gremios en general, Antofagasta, 1914.
La Locomotora. Órgano de maquinistas y fogoneros, Santiago, 1901-1904.
La Locomotora. Órgano de maquinistas y fogoneros, Santiago, 1912-1915.
La Locomotora. Revista ferroviaria del Personal de Tracción de los Ferrocarriles del Estado, Talca,
1904.
La Unión Obrera. Órgano Oficial del pueblo trabajador en las artes e industrias del pueblo de Chile,
Santiago, 1892.
Los Ferrocarriles. Órgano esclusivo del personal de la empresa. Santiago, 1916.
Norte y Sur. Revista mensual ilustrada. Santiago, 1925-1928.
Primer Boletín que la Sociedad Mutual de Empleados a Contrata de los Ferrocarriles del Estado publica
para dar a conocer a sus compañeros y consocios, sus estatutos la marcha y fines que persigue
esta Institución, nº 1, año 1, junio de 1922, Santiago.

Tesis
Garrido, S. (2005). Niveles de vida en trabajadores de ferrocarriles 1905-1917. Construyendo un IPC obrero.
Tesis de Licenciatura no publicada. Seminario de título para optar al grado de Licenciatura en
Historia. Departamento de Cs. Históricas, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
de Chile.
Romo, R (1957). Principales etapas de la historia de los ferrocarriles de Chile. Memoria no publicada.
Memoria para optar al título de Profesor de Historia y Geografía. Universidad Católica de
Chile, Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación.

179
Hombres del Metal

Fuentes secundarias
Bravo Elizondo, P. (1993). Santa María de Iquique, 1907: documentos para su historia. Santiago:
Editorial Del Litoral.
Chartier, Roger (2002). El mundo como representación: Historia cultural entre práctica y representación.
Barcelona: Gedisa.
De Shazo, Peter (2007). Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile: 1902-1927. Santiago: DIBAM. Centro
de Investigaciones Barros Arana.
Devés, E. (1991). La cultura obrera ilustrada chilena y algunas ideas en torno al sentido de nuestro quehacer
historiográfico. Mapocho, 30, 127-139.
Grez, S. (2000). Transición en las formas de lucha: motines peonales y huelgas obreras en chile (1891-1907),
Historia, 33, 141-225.
Grez, S. (2007, agosto). La guerra preventiva: Escuela Santa María de Iquique. Las razones del poder”, Eco
Pampino, 30. Extraído el 10 de octubre de 2006 desde http://www.albumdesierto.cl/eco/pdfs/
artic30.pdf
Guajardo, G. (1990), La capacitación técnico-manual de los trabajadores ferroviarios chilenos (1852-
1914), Proposiciones, 19. Extraído el 27 de marzo de 2007 desde http://www.sitiosur.cl/
r.asp?id=589.
Iturriaga, J. (2004). La violencia es actualidad. Fotografías de una huelga-matanza, Revista Sucesos,
Valparaíso, 1903. En Colectivo Oficios Varios, Arriba quemando el sol. Estudios de Historia
social chilena: experiencias populares de trabajo, revuelta y autonomía (1830-1940) (225-
259). Santiago: LOM.
Moulian, T. y I. Torres (1987, mayo). Concepción de la política e ideal moral en la prensa obrera: 1919-1922.
Documento de Trabajo FLACSO, 336.
Núñez Espinel, L. A (2006). El obrero ilustrado, Prensa obrera y popular en Colombia (1909-1929). Bogotá:
Uniandes.
Osorio, C. (2004). Ser hombre en la pampa. Aproximación hacia los rasgos de masculinidad del peón chileno en
las tierras del salitre, 1860-1880. En Colectivo Oficios Varios, Arriba quemando el sol. Estudios
de Historia social chilena: experiencias populares de trabajo, revuelta y autonomía (1830-
1940) (pp. 91-110). Santiago: LOM.
Pizarro, C. (1986). La huelga obrera en Chile: 1890-1970, Santiago: Sur.
Sepúlveda, A. (1959). Historia social de los ferroviarios. Santiago: Imprenta Siglo XX.
Vitale, L. (1979). Génesis y evolución del movimiento obrero chileno hasta el Frente Popular. Caracas: UCV.
Extraído el 15 de junio de 2006 desde http://mazinger.sisib.uchile.cl/repositorio/lb/fi losofi a_
y_humanidades/vitale/obras/sys/bchi/l.pdf

180
PARTE IV
ENFOQUES TRANSVERSALES
CAPÍTULO 6
ANÁLISIS DE LAS CONDICIONES DE VIDA DEL PROLETARIADO
CHILENO A TRAVÉS DE DOS SECTORES REPRESENTATIVOS:
FERROVIARIOS Y METALÚRGICOS.
ESTUDIOS DE CASO 19001930.
Bernardo González Mella*

Resumen
El presente capítulo analiza las condiciones de vida de dos sectores representativos
del proletariado chileno, los obreros ferroviarios y los obreros metalúrgicos, durante
el período 1900-1930, a través del estudio de 23 monografías que dan cuenta de las
condiciones de vida material de grupos familiares pertenecientes a ambos sectores. En
una primera parte, se presenta el marco teórico y metodológico para la comprensión de
los niveles de vida y, en una segunda parte, se analizan a fondo los casos considerados
a la luz de la interrelación de una multiplicidad de factores, que van más allá de las
variables “grado de calificación laboral” y “renta”, tradicionalmente consideradas para
el estudio de las condiciones de vida.

En este capítulo analizaremos las condiciones de vida de familias de obreros ferroviarios


y metalúrgicos en centros urbanos de Chile, en el período comprendido entre 1900 y 1930, en un
intento por aportar nuevos conocimientos acerca de esta importante temática de las condiciones de
vida para un grupo social que formaba la fuerza de un proletariado cada vez más creciente y consciente
de su poder de trabajo. Se trata, entonces, de un sector que, en el marco del proletariado existente,
se organiza prontamente para obtener sus reivindicaciones laborales y sociales194 , y el conocimiento
que podemos obtener de sus condiciones de vida concretas, a través del análisis a fondo de registros
monográficos, constituye un aporte relevante para el estudio del mundo obrero de principios del siglo
veinte.

* Magister en Historia de Chile, U. de Chile; Depto. de Estudios Pedagógicos, Facultad de Filosofía y Humanidades,
U.de Chile. begonzal@uchile.cl
194
La actividad organizacional de los obreros ferroviarios y metalúrgicos es analizada en la Parte 1 del presente libro,
apartado III. La actividad organizacional y huelguística en general y, para el caso de los obreros ferroviarios, en la Parte 3,
capítulo 5. Discurso sindical y representaciones públicas de ferroviarios chilenos, 1900-1930.

183
Hombres del Metal

Marco teórico y metodológico para la comprensión de los niveles de vida


Para comprender lo que queremos entender por niveles de vida de la población en general o de
un sector social específico, debemos tener en cuenta que estamos ante un concepto complejo que se
sustenta en variables de diversa naturaleza, algunas derivadas de un ámbito más objetivable como el
de la vida material y otras que provienen de un ámbito inmaterial más escurridizo a los intentos de
objetivación, como es el mundo de las representaciones sociales, que nos permiten comprender por
ejemplo concepciones espaciales de la población o valoraciones colectivas de naturaleza diversa. Este
cruce de variables a considerar es comprensible en el momento de darle contenido a lo que vamos a
entender por nivel de vida, o estado de bienestar, o grado de satisfacción/insatisfacción de un sector social
respecto de sus condiciones de existencia, pues el nivel de vida tiene un ámbito tangible susceptible
de cuantificar, como los sueldos y salarios, o una pauta de consumo alimenticio de un grupo familiar,
pero existen respecto de estas realidades una serie de valoraciones individuales y colectivas ligadas a
expectativas de calidad de vida, a proyectos de desarrollo familiar y social, a definición de roles de
género o de clase, que nos muestran toda la complejidad de la vida social.
En el caso de nuestra investigación195, que estudiará dos sectores específicos del proletariado
urbano chileno, como son los trabajadores de la Empresa de Ferrocarriles del Estado y los obreros
metalúrgicos, pretendemos objetivar las condiciones reales de los niveles de vida de estos obreros
para el período 1900-1930, en un contexto espacial eminentemente urbano, a través de variables
cuantitativas y enfoques cualitativos.
Nuestro estudio constituye una primera aproximación al análisis de las condiciones de vida de
los obreros ferroviarios y metalúrgicos, a partir del análisis de 23 monografías que nos informan
sobre pautas de gasto familiar y condiciones de vida existentes entre los años 1902 y 1912, para las
ciudades de Iquique, Copiapó, Coquimbo, Santiago y Concepción. De dichas monografías se han
seleccionado solo aquellos casos en que el oficio del cabeza de familia o de alguno de los miembros del
grupo familiar que aporta ingresos aparece vinculado a las labores propias del mundo metalúrgico y
ferroviario. Por otra parte, en el caso de los obreros metalúrgicos, normalmente se trata de artesanos
(herreros, caldereros, carroceros) que, por lo que nos dicen las fuentes, en su mayor parte trabajaban
por cuenta propia. Considerando, entonces, que las monografías estudiadas forman una muestra
pequeña dentro del universo familiar de los grupos obreros considerados, las interpretaciones que se
alcanzan no pueden ser generalizables al total del mundo obrero del período y deben ser consideradas
como una primera aproximación al tema, en el trabajo con fuentes que son de una enorme riqueza para
conocer las condiciones de vida del proletariado chileno y que, hasta el presente, han sido muy poco
trabajadas (De Shazo, 2007, y Grez, 1997).
Por otra parte, nos parece importante destacar que nuestro estudio obliga a concebir el estado de las
condiciones de vida de los trabajadores ferroviarios y metalúrgicos desde la perspectiva de su inserción
en un grupo familiar y, por lo tanto, en el conjunto de redes de solidaridad que en él se generan, y no
únicamente a partir de su salario, como lo concebiría una perspectiva más reduccionista.
195
Desarrollada dentro del Proyecto DI SOC 05/22.2 “Niveles de vida y mundos de representaciones en trabajadores
chilenos durante el Ciclo Salitrero, 1880-1930. Estudios de caso a través del poder adquisitivo.”

184
Bernardo González M.

El marco de acción que definirá nuestro campo de estudio será el de la vida material y la vida
económica (Braudel, 1974), en la medida en que ambos niveles están profundamente interrelacionados
y abren paso a la comprensión, en toda su riqueza, de la vida cotidiana. Entendemos por vida material
“… los usos repetidos, los procedimientos empíricos, las muy viejas recetas, las soluciones venidas de la noche
de los tiempos, como la moneda o la división de ciudades y campos. Una vida elemental que, sin embargo,
no es enteramente impuesta ni sobre todo inmóvil.” (Braudel, 1974; 10). Esta vida material se encuentra
en constante movimiento e interacción con un nivel de radio más amplio, más abarcador, de la
vida cotidiana, cual es la vida económica: “Nacida del intercambio, de los transportes, de las estructuras
diferenciadas de mercado, del juego entre países ya industrializados y países primitivos o subdesarrollados,
entre ricos y pobres, entre acreedores y prestatarios, entre economías monetarias y premonetarias, es ya en sí
misma casi un sistema.” (Braudel, 1974; 10).
Una primera etapa en el estudio de los niveles de vida está defi nida por la utilización de variables
o referentes convencionales, como los ingresos (sueldos y salarios), el producto nacional (PIB y PNB) y
el dinamismo diverso de los sectores de la economía. Respecto de los ingresos, se partió del supuesto
de que transparentaban un nivel de vida; sin embargo, se debió abordar el problema metodológico de
distinguir entre salarios nominales y salarios reales, en la medida en que solo estos últimos podrían
dar cuenta del poder adquisitivo real de un sector social específico a través del análisis, por ejemplo,
de sus pautas de consumo. Un problema metodológico similar se debió abordar con la variable del
producto nacional, en la medida en que la incorporación de la metodología del análisis diferenciado del
producto por quintiles, por ejemplo, permitió dar cuenta de su distribución social concreta.
Esta primera etapa del estudio de los niveles de vida se vio fortalecida cuando se multiplicaron las
investigaciones sobre el sistema capitalista, transformándose en un hito el proceso de la Revolución
Industrial: “El período de la Revolución Industrial es un cambio cualitativo tan grande, bajo muchos puntos de
vista esencialísimos para la suerte de las masas populares.” (Kula, 1974; 190). Esta Revolución, en efecto,
incrementó el número de trabajadores asalariados, lo que legitimó la variable ingresos en los estudios
que buscaban objetivar niveles de vida. Es el caso de las investigaciones realizadas por E. Thompson
y E. Hobsbawm, donde los salarios son el indicador de referencia. El primero analiza los niveles
de vida en los comienzos de la Revolución Industrial enriqueciendo la variable salarios con otros
componentes que dan una mirada integrativa al problema, por ejemplo, la dieta alimenticia del obrero
y sus condiciones de vivienda, lo que le permite concluir que el crecimiento del producto nacional no
significó necesariamente un mejoramiento de las condiciones de vida de la población sino, más bien,
un incremento de las desigualdades sociales: “Un aumento de la esperanza de vida entre varios millones
de las clases medias y la aristocracia del trabajo ocultarían, en promedios nacionales, un empeoramiento de
la situación de la clase obrera en general.” (Thompson, 2001; 367). E. Hobsbawm, por su parte, analiza
el impacto de la Revolución Industrial en las condiciones de vida de los ingleses, entre 1850 y 1914
(Hobsbawm, 2002), logrando probar que existió un alza en los salarios reales de los trabajadores, al
interrelacionar la variable ingresos con el impacto del sistema primario de enseñanza, con los cambios
en la pauta de consumo de alimentos (incremento de frutas, verduras y carne) y una fuerte alza en
el consumo de vestuario y calzado; sin embargo, advierte sobre las distorsiones en el análisis que
provocaría una generalización de estas conclusiones para el total de la clase trabajadora del país, pues

185
Hombres del Metal

existían claras diferencias entre los obreros calificados y los no calificados, lo que le permite probar la
gran desigualdad social existente en el crecimiento económico de Inglaterra.
En una segunda etapa del estudio de los niveles de vida de la población, se agregan a los indicadores
convencionales, que centran su análisis en los factores monetarios, las variables no monetarias de análisis,
que consideran nuevos ámbitos de necesidad social, como el esparcimiento, el acceso a la ciencia y la
tecnología, la salud, el consumo energético, sumados a otros aspectos ya considerados por Thompson
y Hobsbawm, como las pautas de consumo para la dieta alimenticia y para el vestuario y calzado, o las
características del acceso a la vivienda y a la educación. En este sentido, destaca el modelo de Bennet,
quien elabora un patrón de medidas de niveles de vida que no estuviera determinado solo por el factor
monetario del consumo y que tuviera un carácter global, distinguiendo 19 variables de análisis: total
de calorías; total de calorías en productos diferentes al trigo; ganadería; tabaco; mortalidad infantil;
médicos; madera para la construcción; cemento, consumo doméstico de energía; energía industrial;
energía de transportes; textil; frecuencia escolar; envíos postales; teléfono; cine; uso del ferrocarril;
vehículos mecánicos; clima. Este modelo presenta una serie de debilidades que le impiden cumplir con
el objetivo inicial propuesto por su creador; en primer lugar, la gran cantidad de variables consideradas
hace difícil su uso general, pues no se ponderó porcentualmente la importancia de cada uno de los
artículos dentro del total y no considera el nivel de valoración que cada una de las variables tiene en las
sociedades en que se aplique. Además, no considera el problema de la duración del trabajo en contextos
de desarrollo o subdesarrollo económico: “La diferencia entre el nivel de vida de los países desarrollados y
los países atrasados es mayor si tenemos en cuenta que la duración del trabajo del obrero en estos últimos es
un 20% mayor.” (Kula, 1974; 190). Por otra parte, este modelo se vuelve arbitrario en la medida en que
no existe una adecuada justificación de las variables escogidas, presentando de este modo un error
metodológico de fondo.
Por otra parte, se encuentra el método de la antropometría, con un exponente claro en José
Martínez Carrión (Martínez Carrión, 1994). La antropometría estudia las medidas del cuerpo humano
con el objetivo de usarlas en la clasificación y comparación antropológicas, y Martínez Carrión releva
la importancia de estos índices, específicamente de la altura corporal, como un indicativo directo del
nivel nutricional de las personas y, por lo tanto, de su estado de salud, el cual, a su vez, da cuenta de
las condiciones de vida. De este modo, el autor relaciona directamente la variable estatura con un
estado de salud y con una condición de riqueza, lo que le permite establecer tendencias sobre el nivel
nutricional de los españoles desde mediados del siglo XIX. En palabras del autor: “La talla constituye un
excelente indicador que mide el estado nutricional y la calidad de vida de las poblaciones. Aquel recoge no solo
el impacto de la nutrición, sino también de la salud y del medio ambiente.” De este modo, el aumento de la
estatura media de la población de un país determinado daría cuenta de un mejoramiento de los niveles
de vida, supuesto analítico que permitiría hacer estudios comparativos de diversas realidades socio-
económicas; es lo que el autor hace al analizar las diferencias entre las distintas regiones de España:
“Los más bajos de tallas eran los andaluces, extremeños, manchegos y gallegos y los más altos catalanes,
madrileños y vascos … tal configuración de tallas está relacionada con las regiones económicas españolas.”
Ahora bien, al analizar los indicadores más actuales de niveles de vida de la población, debemos
mencionar el Índice de Desarrollo Humano (IDH), el cual fue elaborado en 1990 por el Programa de

186
Bernardo González M.

las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con el objetivo de contar con un indicador más amplio
que el Producto Interno Bruto para objetivar niveles de vida de la población mundial. El IDH se elabora
sobre la base de tres variables: la esperanza de vida al nacer, la alfabetización y el ingreso, expresado
en el Producto Interno Bruto per Cápita en dólares, al que se le aplica la Paridad de Poder Adquisitivo
con el objetivo de permitir análisis comparativos entre países.
El IDH, en efecto, logra interrelacionar variables monetarias y no monetarias para dar cuenta del
nivel de desarrollo de los diversos países, enriqueciendo no solo este concepto sino que el conocimiento
más exacto de los niveles de vida concretos del mundo, pudiendo comparar diversas realidades que
permitan a los Estados orientar políticas públicas y a la Organización de las Naciones Unidas diseñar
políticas de cooperación internacional. En esta nueva concepción de desarrollo humano, resultan
fundamentales los trabajos de los economistas Mahbub ul Haq y Amartya Sen.
Desde el año 1996, se elabora el Índice de Desarrollo Humano relativo al Género (IDG), que
busca medir la desigualdad de logros existente entre mujeres y hombres. Para ello, se consideran tres
indicadores: la longevidad, medida a partir de la esperanza de vida al nacer femenina y masculina; el
nivel educacional femenino y masculino; y el ingreso per cápita en dólares, femenino y masculino.
También desde el año 1996 existe el Índice de Potenciación de Género (IPG), que busca dar cuenta
de las posibilidades de participación de las mujeres en la vida económica y política, a través de la
medición de la desigualdad de género en áreas puntuales de la participación económica, política y de
la adopción de decisiones.
A partir del año 1998 se elabora el Índice de Pobreza Humana para los países en desarrollo (IPH-
1) y el Índice de Pobreza Humana para los países desarrollados (IPH-2). El IPH-1 mide la privación
en las siguientes variables de desarrollo humano básico: el porcentaje de personas que se estima
morirá antes de los 40 años de edad; el porcentaje de adultos analfabetos; y la privación en cuanto al
aprovisionamiento económico general –público y privado-, reflejada en el porcentaje de la población
sin acceso a servicios de salud y agua potable y en el porcentaje de niños con peso insuficiente. Por su
parte, el IPH-2 intenta objetivar la privación en las mismas variables del IPH-1, a las que se le suma
la exclusión social. Las variables que considera son las siguientes: el porcentaje de personas que se
estima morirá antes de los 60 años de edad; el porcentaje de personas cuya capacidad para leer y
escribir no es suficiente para ser funcional; el porcentaje de la población considerada pobre de ingreso
(con un ingreso disponible inferior al 50% del ingreso medio); y el porcentaje de desempleados de largo
plazo, es decir, de doce meses o más. Para el caso de nuestro estudio, estas variables no se pueden
utilizar en un período tan acotado (1900-1930), ya que no existen datos desagregados para obreros
metalúrgicos y ferroviarios en las fuentes estadísticas oficiales y, por otra parte, un período de 30 años
sería relativamente breve para registrar tendencias de cambio de una magnitud apreciable.
Como queda demostrado, tanto la conceptualización como la metodología de trabajo referida a los
niveles de vida se encuentra en constante definición, enriqueciéndose a través del tiempo las variables
que se consideran necesarias de incorporar para intentar objetivar una condición o nivel de vida de
un grupo social. De este modo, a partir de la interrelación de aspectos cuantitativos y cualitativos,

187
Hombres del Metal

intentaremos acceder a las experiencias cotidianas de la vida material y de la vida económica de los
obreros ferroviarios y metalúrgicos de Chile en el período 1900-1930.

Las condiciones de vida de los trabajadores metalúrgicos y ferroviarios:


estudios de caso para una comprensión del mundo obrero
Para acceder al conocimiento de las condiciones de vida de los obreros metalúrgicos y ferroviarios
durante las primeras décadas del siglo veinte, hemos analizado 23 monografías que dan cuenta de
las condiciones de vida material de familias obreras. Dichas monografías fueron elaboradas por
agentes externos a los núcleos familiares que allí se retratan, tanto en calidad de estudios sociales
monográficos196 como de informes o encuestas presentados a la Oficina del Trabajo del Ministerio de
Industria y Obras Públicas197, y registran las condiciones de vida de estas familias en los años 1902,
1908, 1911 y 1912 en las ciudades de Iquique, Copiapó, Coquimbo, Santiago y Concepción.
Para efectos de la clasificación laboral en el ámbito de la actividad ferroviaria o en el de la metalurgia,
hemos considerado la ocupación explícitamente declarada por el padre y/o hijos del núcleo familiar
vinculada a uno de los dos ámbitos mencionados: en el caso de la actividad ferroviaria, maquinista,
calderero del ferrocarril y trabajador de la Maestranza; y en el caso de la metalurgia, herrero, herrero
mecánico, carrocero, trabajador de fragua y hojalatero. En nuestro universo de casos, 18 monografías
dan cuenta de actividad laboral en el ámbito de la metalurgia (78,26%) y 5 en el ferroviario (21,74%).
Es importante considerar para nuestro estudio de las condiciones de vida el heterogéneo grado
de calificación laboral de los obreros: en el ámbito ferroviario encontramos una mayor calificación de
la mano de obra que en el metalúrgico, asociada a un mayor nivel de ingresos. Este hecho nos llevó a
considerar, en un primer momento, que a medida que se incrementaba el grado de calificación laboral
lo hacía también el poder adquisitivo y, por lo tanto, la calidad de vida; sin embargo, el análisis a fondo
de los casos estudiados nos llevó a mediatizar esta hipótesis inicial de trabajo, en la medida en que el
incremento del poder adquisitivo y la consecuente mejora en la calidad de vida del grupo familiar se
ven afectados también por otras variables como el aporte de ingresos provenientes de otros miembros
de la familia (esposa, hijos), el acceso a bienes y/o servicios por vía de subvención pública y/o privada,
el número de miembros que componen el núcleo familiar, o la relación entre ingresos y egresos que
puede generar déficit o superávit.
El salario al que accede un grupo familiar es un factor muy importante para entender sus
condiciones de vida. La panorámica que nos muestran las monografías estudiadas es la siguiente:

196
Errázuriz Tagle, Jorge y Guillermo Eyzaguirre Rouse, Estudio Social. Monografía de una familia obrera de Santiago,
Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, Santiago, 1903 (Monografía nº 1).
197
Frías Collao, Eugenio., “El trabajo en la Industria Salitrera. Informes presentados a la Oficina de Estadísticas del Trabajo”,
Imprenta Cervantes, Santiago, 1908 (Monografías nº 2, 3 y 4); Rodríguez Pérez, Manuel., “El trabajo y la vida obrera en Ta-
rapacá”, Oficina del Trabajo, 1913 (Monografías nº 5 y 6); Dirección General del Trabajo. Ministerio de Industria y Obras
Públicas. Oficina del Trabajo, Formularios de Monografías 1911-1912 (Monografías nº 7 al 23).

188
Bernardo González M.

Cuadro 11
Salario familiar (mensual, en pesos)

Actividad
Nº Monografía

Laboral

Madre
Padre
Otras Total Total

Hijos
Entradas Mensual Anual

Ciudad / Año F1 M2

27 Mayor
1 Santiago/1902 X 89 6 - 122 1468
0,6 Menores
2 Iquique/1908 X 170 50 110 - 330 3960
180
3 Iquique/1908 X - 55 - 405 4860
170
4 Iquique/1908 X 300 45 90 - 435 5220
5 Iquique/1912 X 255 60 15 - 330 3960
6 Iquique/1912 X 360 - - - 360 4320
7 Copiapó/1911 X 76 - - - 76 915
8 Coquimbo/1911 X 191 - - - 191 2300
9 Coquimbo/1911 X 210 - 6 - 216 2592
10 Coquimbo/1911 X 210 - - 90 300 3600
11 Copiapó/1911 X 127 - - - 127 1525
12 Copiapó/1911 X 102 - - - 102 1220
13 Copiapó/1911 X 229 - 76 - 305 3660
14 Copiapó/1911 X 365 - - - 365 4380
15 Concepción/1912 X 75 - - - 75 900
16 Concepción/1912 X 90 - 90 - 180 2160
17 Concepción/1912 X 30 10 120 - 160 1920
18 Concepción/1912 X 126 - - - 126 1512
19 Concepción/1912 X 96 15 - - 111 1332
20 Concepción/1912 X 150 - - - 150 1800
21 Concepción/1912 X 70 8 - - 78 936
22 Concepción/1912 X 270 - - - 270 3240
23 Concepción/1912 X 120 10 50 - 180 2160

El salario de los obreros ferroviarios, en general (3 de 5 casos sobrepasan los $3200 anuales, un
60%), es más alto que el de los metalúrgicos (5 de 18 casos sobrepasan los $3200 anuales, un 27,77%).
Esta diferenciación se puede comprender al considerar el nivel de especialización de la actividad
laboral desarrollada por estos obreros en cada grupo familiar, con lo cual el panorama se enriquece y se
evidencia una relación directa entre mayor nivel de especialización laboral y mayor nivel de ingresos.

189
Hombres del Metal

Es así que, para el caso de los trabajadores ferroviarios, un maquinista tiene un salario mensual
que fluctúa entre $270 (monografía nº 22) y $360 (monografía nº 6), un calderero del ferrocarril $170
(monografía nº 3) y un trabajador de la Maestranza entre $70 (monografía nº 21) y $75 (monografía
nº 15).
Si analizamos la situación de los obreros metalúrgicos, nos encontramos con una relación similar
entre especialización laboral y nivel de ingresos. Un trabajador de fragua obtiene $27 mensuales
(monografía nº 1), un herrero carrocero $89 (monografía nº 1), un ayudante de mecánico $110
(monografía nº 2), un hojalatero entre $76 (monografía nº 7) y $191 (monografía nº 8, donde el hijo de
18 años ayuda a su padre), un herrero entre $102 (monografía nº 12) y $255 (monografía nº 5), y un
herrero mecánico entre $127 (monografía nº 11), $210 (monografías nº 9 y nº 10) y $365 (monografía
nº 14).
Por otra parte, el análisis de las monografías evidencia un aporte importante de la mujer y de
los hijos al sustento familiar a través de los salarios, que se complementa con el aporte salarial más
sustantivo que, en general, corresponde al padre de familia (situación detectada en el 91,3% de los
casos estudiados). La mujer que se ocupa de los quehaceres domésticos con ayuda de sus hijas trabaja
normalmente como lavandera y/o costurera y los hijos menores ayudando a su padre o en oficios de
mandado en casas de familias más acomodadas, como ayudantes de talabartería o etiquetadores en
fábricas de licores. Por su parte, los hijos mayores del grupo familiar –que tienen 16 años de edad o más-
se desempeñan en oficios de bajo nivel de especialización y contribuyen con ello al sustento familiar:
en el caso de la monografía nº 3, un hijo es lanchero ($180 mes) y el otro calderero del ferrocarril
($170 mes); en la monografía nº 4, el hijo mayor de la familia, de 16 años de edad, se desempeña como
ayudante de herrero mecánico ($90 mes); en la familia de la monografía nº 1 el hijo mayor, Andrés,
de 19 años, es asalariado y trabaja en la fragua ($27 mes), sus hermanos menores (Rafael, de 17 años;
Juan, de 13; Pedro, de 12 y Tulio, de 9) ayudan al padre en las labores del taller de herrería y carrocería
que tiene en su casa; en la monografía nº 2, el hijo mayor de la familia (16 años) es ayudante de herrero
mecánico ($110 mes); en la familia de la monografía nº 8, el hijo mayor (18 años) ayuda a su padre en
el oficio de hojalatero; la monografía nº 14 nos muestra a Carlos Baldús, el hijo mayor de la familia
(18 años), trabajando como herrero mecánico junto a su padre; José David, en la monografía nº 16, es
el hijo mayor de la familia (17 años) y se desempeña como talabartero ($90 mes); el segundo hijo (16
años) de la familia de la monografía nº 17 se desempeña como oficial de herrero y gana $4 diarios, que
le reportan $120 al mes.
Respecto del trabajo de las mujeres y los niños, en el caso de la monografía nº 21, Jertrudis
Mardones, de 34 años de edad, trabaja como lavandera, lo que le reporta $8 mensuales, que se
complementan con la renta de $70 mensuales que obtiene Pedro Vicente Vera, su esposo, de 30 años,
trabajador de la Maestranza de Concepción. En la monografía nº 3, que nos muestra a una familia de
Iquique, la madre, viuda, obtiene $55 mensuales en el oficio de lavandera y sus hijos trabajan uno como
calderero del ferrocarril, con $170 mensuales, y otro como lanchero, alcanzando $180 mensuales; en
este caso el salario familiar mensual alcanza los $405. También en Iquique, en 1912 (monografía nº
5), la mujer trabaja como costurera y obtiene $60 mensuales, y los 4 hijos –menores de 12 años- pegan
etiquetas en una fábrica de licores, lo que les reporta $15 mensuales, que se complementan con la renta

190
Bernardo González M.

del padre, de oficio herrero, que alcanza a los $255. Por otra parte, en Concepción (monografía nº 17),
la mujer aporta $10 mensuales con su oficio de lavandera, lo que se suma a los $30 que gana su marido
como comerciante y al salario más sustantivo, el de su hijo de 16 años, que se desempeña como oficial
de herrero por $120 mensuales. En Santiago, por otra parte (monografía nº 1), la madre, Tránsito, de
44 años de edad, se dedica al lavado y planchado, que le reportan $1,50 por 12 piezas de ropa, con
lo que obtiene un promedio de $6 mensuales, y con la ayuda de su hija (Ester, de 10 años) realiza las
labores domésticas, que incluyen el cuidado de Elena, de 1 año y dos meses de edad.
Para dar cuenta de las condiciones de vida de un grupo familiar es fundamental contrastar los
gastos con los ingresos obtenidos, lo que nos permitirá apreciar su poder de consumo. El cuadro 12 da
cuenta de esta situación.
Los gastos que informan las monografías analizadas han sido clasificados en los siguientes rubros
de una canasta tipo: alimentación, vestuario, vivienda, combustible, luz, agua y gastos varios. Para
los ítemes “agua” y “gastos varios” no todas los casos entregan información; en el rubro “vivienda”,
la no declaración del gasto implica que estamos frente a un propietario de su casa-habitación o bien
que esta es subsidiada por la empresa en la cual se desempeña algún miembro del grupo familiar.
El cuadro presenta, para cada una de las monografías, el dinero mensual invertido en cada rubro
acompañado de la relación porcentual respecto del total del gasto, lo que nos permite dimensionar el
orden de prioridades en el gasto que tiene cada grupo familiar, en función de sus necesidades y de sus
posibilidades reales de solventarlas.
Si consideramos el porcentaje promedio del gasto en cada rubro, más allá de las particularidades
que presenta cada grupo familiar, la tendencia del gasto prioriza la alimentación, con un alto porcentaje
del 56,75%, seguida del vestuario, con un 15,02%, continuando con la vivienda, con un 11,56%, el
combustible, con un 9,37%, los denominados “gastos varios”, con un 6,65%, el agua, con un 5,78%, y
finalmente la luz, con un 3,02%. Esta tendencia en el gasto familiar nos muestra la prioridad absoluta
en la cobertura de las necesidades básicas, reservándose un ínfimo porcentaje del ingreso –que forma
parte del rubro “gastos varios”- a cubrir necesidades de esparcimiento como podría ser el consumo
de tabaco y el vino, o necesidades culturales como mantenerse informado a través de algún diario o
revista, en el caso de aquellos miembros de la familia que tuvieran algún grado de alfabetización.
En la distribución porcentual del gasto no existe una diferenciación notoria entre las familias
de ferroviarios y metalúrgicos, corroborándose más bien que comparten una escala de consumo que
prioriza cubrir las necesidades básicas de alimentación, vestuario y vivienda.

191
Cuadro 12
Gastos familiares (mensual, en pesos, y porcentajes)
Rubros de la Canasta Total Mes Total Año
Nº Monografía

Alimentación

Combustible*
Vestuario
Ciudad/Año

Varios***
Vivienda

Gastos
Luz**

Agua
Santiago/1902 65 23 32 8.25 1.66 4.82
1 - 135 1623
M/(9) 48,14% 17,03 23,70 6,11% 1,22% 3,57%
Iquique/1908 210 80 24 6 27 40
2 - 387 4644
M/(10) 54,26% 20,67% 6,20% 1,55% 6,97% 10,33%
Iquique/1908 279 100 30 21 9 18
3 - 448 5376
F/(4) 62,27% 22,32% 6,69% 4,68% 2,00% 4,01%
Iquique/1908 270 100 20 36 14 30
4 - 470 5640
M/(11) 57,44% 21,27% 4,25% 7,65% 2,97% 6,38%
Iquique/1912 90 75 40 12 6 81
5 - 304 3648
M/(6) 29,60% 24,67% 13,15% 3,94% 1,97% 26,64%
Iquique/1912 180 75 40 18 12 50
6 - 375 4500
F/(6) 48,00% 20,00% 10,66% 4,80% 3,20% 13,33%
Copiapó/1911 91 8 14 30 6 2
7 - 151 1825
M/(7) 60,00% 5,47% 9,20% 20,00% 3,94% 1,36%
Coquimbo/1911 91 33 25 5 8
8 - - 162 1956
M/(6) 56,03% 20,44% 15,33% 3,06% 5,11%
Coquimbo/1911 150 33 40 16 3 4
9 - 246 2970
M/(5) 60,60% 13,46% 16,16% 6,73% 1,34% 1,68%
Coquimbo/1911 167 50 50 20 9
10 - - 296 3548
M/(9) 56,36% 16,91% 16,91% 6,76% 3,04%
Copiapó/1911 91 20 20 10 6 3
11 - 150 1803
M/(6) 60,73% 13,31% 13,31% 6,65% 3,99% 1,99%
Copiapó/1911 91 10 13 10 6 5
12 - 135 1617
M/(7) 61,71% 7,42% 9,27% 7,42% 4,45% 3,71%
Copiapó/1911 187 40 30 10 6 10
13 - 283 3395
M/(10) 66,06% 14,13% 10,60% 3,53% 2,12% 3,53%
Copiapó/1911 243.33 54.16 20.25 12.5 6.25 25
14 - 361.49 4338
M/(5) 67,31% 14,98% 5,60% 3,45% 1,72% 6,91%
Concepción/1912 60.83 18.18 3 24.33 6 5
15 - 115.83 1390
F/(4) 52,51% 14,38% 2,58% 21,00% 5,17% 4,31%
Concepción/1912 121.66 41.66 15 24.33 9 5.41
16 - 217.06 2605
M/(9) 56,04% 19,19% 6,90% 11,20% 4,14% 2,49%
Concepción/1912 138 30.8 25 42 3 8.35
17 - 247.15 2966
M/(5) 55,83% 12,46% 10,11% 16,99% 1,21% 3,37%
Concepción/1912 72 14 12 3 4.25
18 - - 105.25 1263
M/(2) 68,4% 13,30% 11,40% 2,85% 4,03%
Concepción/1912 70 10 15 3 9
19 - - 107.5 1290
M/(3) 65,11% 9,30% 13,95% 2,79% 8,37%
Concepción/1912 75 18.3 18 3 15
20 - - 119.3 1432
M/(4) 58,00% 14,15% 13,92% 2,32% 11,60%
Concepción/1912 60.83 6.66 5 9 6 6.83
21 - 94.33 1132
F/(6) 64,48% 7,06% 5,30% 9,54% 6,36% 7,24%
Concepción/1912 113.33 20 20 15 6 20.83
22 - 195.16 2342
F/(5) 58,07% 10,24% 10,24% 7,68% 3,07% 10,67%
Concepción/1912 69 24.1 60 12 9 5
23 - 179.16 2150
M/(9) 38,51% 13,48% 33,48% 6,69% 5,02% 2,79%
Porcentaje 56,75 15,02 11,56 9,37 3,02 5,78 6,65
Promedio
M: Trabajador del ámbito metalúrgico.
F: Trabajador del ámbito ferroviario
* Principalmente carbón coke.
** Especialmente petróleo y fósforos.
*** Comprenden gastos de instrucción, culto, medicinas, imprevistos, tabaco, vino, tranvía y diarios y revistas.
Bernardo González M.

Peter De Shazo plantea que en las familias obreras de Santiago y Valparaíso se da la misma
prioridad en el gasto en alimentación, para el período 1912-1925, alcanzando un 64% del total de sus
ingresos. Por otra parte, postula que “… El tamaño de la familia parece haber influido parcialmente en el gasto
porcentual del presupuesto en alimentación …” (De Shazo, 2007; 109), encontrando una relación directa
entre mayor número de miembros del grupo familiar y mayor gasto en alimentación: las familias
que tenían un promedio de 4,65 miembros gastaban más del 64% en comida, mientras que las que
alcanzaban un promedio de 3,88 miembros invertían menos de este porcentaje. En nuestro estudio,
obtuvimos una tendencia diferente: 18 familias tienen un promedio de miembros superior a 5 -un
78,26% del total de casos- e invierten en alimentación un 55,5% de sus ingresos; y aquellas familias
que tienen un promedio de integrantes inferior a 5 –un 21,74% del total- invierten un 61,25%. Sin
embargo, al observar el detalle del gasto en cada tramo, no encontramos grandes diferencias: una
familia de 9 miembros (monografía nº 1) invierte el 48,14% del presupuesto; una de 10 (monografía
nº 2), el 54,26%; otra de 10 (monografía nº 13), el 66,06%; una de 4 (monografía nº 3) el 62,27%; otra
de 4 (monografía nº 15) el 52,51% y una de 2 (monografía nº 18) el 68,4%. Con lo cual se corrobora la
influencia “parcial” del tamaño de la familia en el gasto porcentual del presupuesto en alimentación,
al decir de De Shazo, ya que cada grupo familiar se ve cruzado por factores diversos que condicionan
sus niveles de vida, por ejemplo, los lazos de solidaridad familiar y comunitaria, que le permiten a un
grupo familiar invertir un menor porcentaje de sus ingresos en gastos de alimentación, al acceder a
ayudas diversas que pueden provenir de la pertenencia de alguno de sus miembros a una sociedad o
fraternidad obrera, una organización sindical o una cofradía religiosa 198 .
Al analizar con mayor detención el rubro de alimentación, aparece una estructura de consumo
compartida en función de ciertos productos básicos, como pan de trigo, legumbres (porotos), papas,
azúcar, café y yerba, ocupando un lugar menor el consumo de pescado y, aún más extraordinario, de
carne de vacuno. La familia de Iquique, por ejemplo, de la monografía nº 3, declara que el mínimo de
dinero que necesita invertir diariamente para comer es de $7, con el que se compra pan y 3 libras de
carne; la familia compuesta de una viuda y de tres hijos, dos hombres que trabajan y una niña que
la ayuda en los quehaceres de la casa, invierte $279 mensuales en alimentación, el 62,67% del total
de sus ingresos. Otra familia iquiqueña, de la que da cuenta la monografía nº 4, está compuesta de
un matrimonio con 9 hijos, de los cuales trabaja el mayor, que tiene 16 años; consumen diariamente
4 libras de carne y 10 de pan, invirtiendo mensualmente $270 en alimentación, lo que equivale al
57,44% de sus ingresos. El padre trabaja esporádicamente como cargador de salitre en el puerto,
obteniendo $300, y su hijo mayor es ayudante de herrero mecánico, con un ingreso promedio de $90,

198
En el caso de la monografía nº 1 nos encontramos con la institución religiosa de la cofradía -que actúa además en
los ámbitos social, cultural y económico-, que se consolida en el tejido social colonial y tiene una presencia constante
en la sociedad tradicional chilena. En esta familia, Andrés, el hijo mayor, es miembro de una sociedad y de una cofradía
religiosas que le prestan ayuda material, además de entregarle una formación religiosa que intenta compartir con
los demás miembros de su familia: “Andrés pertenece á la sociedad de San Alfonso y á la archicofradía de la Santa Familia,
cuyo diploma tiene y aprecia en gran modo; en la tarde acude á las distribuciones, cuando las hay, y suele llevar a alguno de sus
hermanos. Es empeñoso en pedir á sus padres que cumplan con los mandatos religiosos y á esto se debe en mucha parte á que
el maestro practique algunos preceptos. Ya hizo su primera comunión, pero los demás niños no la han hecho y solo tienen los
ejemplos de Andrés y del padre como única enseñanza religiosa.” En: Errázuriz Tagle, Jorge y Guillermo Eyzaguirre Rouse,
op. cit., p. 15.

193
Hombres del Metal

al que se suman los $45 que gana la madre como ama de leche en una casa particular; la precariedad
del empleo, sumada al alto número de miembros de la familia, hace que se resienta la dieta del grupo
familiar: “Cuando el padre no tiene trabajo, lo que sucede si no hay embarque, la alimentación de la familia,
agotados sus precarios recursos, se reduce al mínimun indispensable para no morirse de hambre:”199 La base
de la alimentación de la familia de la monografía nº 1, formada por los padres y siete hijos, el mayor
de los cuales trabaja en la fragua, está compuesta por legumbres (porotos), cereales (trigo), te y café,
no consumen pescado y prácticamente nunca carne de vacuno; tienen 3 comidas diarias, a las 6 de la
mañana, a las 12 del día y a las 8 de la tarde, invirtiendo $65 de los $135 mensuales en alimentación,
vale decir, un 41,66% del ingreso familiar.
Un factor que nos parece relevante de considerar al analizar la distribución del gasto de las familias
estudiadas es el número de miembros que la componen, ya que condiciona el consumo de bienes de
primera necesidad (Cuadro 13).

Las familias estudiadas tienen un promedio de 6,43 miembros, y el factor de diferenciación está
dado por el número de hijos: la gran mayoría, el 95,65% de las familias, tiene hijos, y aquí el panorama
es heterogéneo, pues encontramos desde familias que tienen entre 1 y 3 hijos hasta aquellas que tienen
entre 7 y 9. Inicialmente, pensábamos que a mayor tamaño de las familias se incrementaría en forma
proporcional el porcentaje de gastos destinados a alimentación y vestuario, por ejemplo; sin embargo,
al analizar cada caso descubrimos que el tamaño familiar no era un factor diferenciador del gasto, pues
todas las familias invertían un alto porcentaje del presupuesto familiar en los rubros de alimentación
y vestuario (71,7%), al que le seguía la vivienda (11,56%), cubriendo de este modo ámbitos de primera
necesidad.
Esta situación se evidencia, por ejemplo, en el caso de dos familias iquiqueñas en 1908. La
monografía nº 2 nos muestra una familia compuesta por 10 personas, el matrimonio y 8 hijos; ambos
padres –él como trabajador de la oficina salitrera de Buen Retiro y ella como pensionista- y el hijo
mayor –desde su oficio de ayudante de herrero mecánico-, de 16 años de edad, aportan al presupuesto
familiar un promedio mensual de $330, destinando $210 (un 54,26%) a alimentación y $80 (un
20,67%) a vestuario, concentrando ambos ítemes un 74.93% del gasto. La familia de la monografía
nº 3 está compuesta por 4 personas, la madre viuda y 3 hijos; al presupuesto familiar de $405 aporta
el trabajo de lavado de la madre y la ocupación de lanchero y calderero del ferrocarril de sus dos hijos
hombres, destinando $279 (un 62,27%) a alimentación y $100 (un 22,32%) a vestuario, con lo que
ambos ítemes concentran un 84,59% del gasto.

199
Frías Collao, Eugenio., op. cit., p.62

194
Bernardo González M.

Cuadro 13
Número de Miembros del Grupo Familiar
Nº Monografía

Actividad
Miembros Grupo Familiar
Ciudad/Año Laboral

F M Padre Madre Hijos Total


1 Santiago/1902 X 1 1 7 9
2 Iquique/1908 X 1 1 8 10
3 Iquique/1908 X - 1 3 4
4 Iquique/1908 X 1 1 9 11
5 Iquique/1912 X 1 1 4 6
6 Iquique/1912 X 1 1 4 6
7 Copiapó/1911 X 1 1 5 7
8 Coquimbo/1911 X 1 1 4 6
9 Coquimbo/1911 X 1 1 3 5
10 Coquimbo/1911 X 1 1 7 9
11 Copiapó/1911 X 1 1 4 6
12 Copiapó/1911 X 1 1 5 7
13 Copiapó/1911 X 1 1 8 10
14 Copiapó/1911 X 1 1 3 5
15 Concepción/1912 X 1 1 2 4
16 Concepción/1912 X 1 1 7 9
17 Concepción/1912 X 1 1 3 5
18 Concepción/1912 X 1 1 - 2
19 Concepción/1912 X 1 1 1 3
20 Concepción/1912 X 1 1 2 4
21 Concepción/1912 X 1 1 4 6
22 Concepción/1912 X 1 1 3 5
23 Concepción/1912 X 1 1 7 9
Promedio tamaño familiar 6,43

Una situación similar encontramos en dos familias de Copiapó el año 1911. La monografía nº
13 nos muestra una familia compuesta por 10 personas, el matrimonio y 8 hijos menores de edad; el
padre, desde su oficio de herrero, y 4 de sus hijos aportan al presupuesto familiar mensual de $305,
destinando $187 (un 66,06%) a alimentación y $40 (un 14,13%) a vestuario, concentrando ambos
rubros un 80,19% del gasto. Por su parte, la familia de la monografía nº 11 está compuesta por el
matrimonio y 4 hijos menores de edad; el marido trabaja como mayordomo de carretas y como herrero
mecánico, y sustenta a la familia con un ingreso mensual de $127, del cual destinan $91 (un 60,73%)
a alimentación y $20 (un 13,31%) a vestuario, con lo que ambos ítemes concentran un 74,04% del
gasto.
Al analizar dos familias de Concepción, para el año 1912, se repite esta tendencia. La familia
de la monografía nº 16 está compuesta por 9 personas, el matrimonio y 7 hijos; el padre, de oficio

195
Hombres del Metal

hojalatero, y su hijo mayor, que se desempeña como talabartero, aportan los $180 del presupuesto
mensual, del cual destinan $121.66 (un 56,04%) a alimentación y $41.66 (un 19,19%) a vestuario, con
lo que ambos rubros concentran un 75,23% del gasto. La monografía nº 15, por su parte, nos muestra
a una familia compuesta por 4 personas, el matrimonio y 2 hijos menores de edad; el padre, trabajador
de la Maestranza de Ferrocarriles del Estado, aporta $75 al presupuesto familiar, del que destinan
$60.83 (un 52,51%) a alimentación y $18.18 (un 14,38%) a vestuario, concentrando ambos ítemes un
66,89% del gasto.
Al analizar la relación existente entre ingresos y gastos del grupo familiar (Cuadro 14), se nos
mostró claramente la estrechez del presupuesto familiar para cubrir las necesidades básicas y su fuerte
incidencia en la precariedad de las condiciones de vida. Esta constatación nos lleva a sostener que la
relación existente entre ingresos y gastos de un grupo familiar incide directamente en su calidad de
vida, pues la existencia de superávit o déficit en el presupuesto amplía o restringe la capacidad de
consumo de bienes o servicios.

De las 23 familias estudiadas, 13 presentan déficit en sus presupuestos, lo que representa un


56,52% del universo, y 10 de ellas muestran superávit, alcanzando al 43,48% del total. La mayoría de
las familias, por lo tanto, se encuentra en condiciones de precariedad en el ingreso, lo que se evidencia
al considerar el porcentaje de éste involucrado en el déficit, que va desde el 4,16% en el mejor de los
casos (monografía nº 6), pasando por un nivel intermedio del 20%, hasta el caso más extremo del
98,68% (monografía nº 7).
Para las familias que presentan superávit en el ingreso, la realidad es también heterogénea,
encontrando casos en que este alcanza niveles mínimos del 0,46% del porcentaje de ingresos
(monografía nº 23), con un promedio intermedio del 7% (monografías nº 5 y 13), hasta un máximo del
27,71% (monografía nº 22). Ahora bien, la existencia de superávit no garantiza una capacidad de ahorro
en dinero en una institución financiera, debido a que siempre existen necesidades apremiantes que
cubrir; de hecho, en solo una de las monografías estudiadas la familia declara efectuar imposiciones
en una institución200.

200
Monografía nº 5, 1912. La familia tiene un superávit mensual de $26 y declaran efectuar “imposiciones en la Caja
de Ahorros”. Trabajan todos los miembros del grupo familiar: el padre es herrero ($255), la madre costurera ($60) y 2
de sus 4 hijos –todos menores de 12 años- pegan etiquetas en una fábrica de licores ($15).

196
Bernardo González M.

Cuadro 14
Relación entre Ingresos y Gastos del Grupo Familiar
(mensual, en pesos)
Nº Monografía

Actividad
Laboral
Ciudad/Año Ingresos Gastos
Superávit Déficit Porcentaje del
Ingreso
F M
1 Santiago/1902 X 122 135 13 10,65
2 Iquique/1908 X 330 387 57 17,27
3 Iquique/1908 X 405 448 43 10,61
4 Iquique/1908 X 435 470 35 8,04
5 Iquique/1912 X 330 304 26 7,87
6 Iquique/1912 X 360 375 15 4,16
7 Copiapó/1911 X 76 151 75 98,68
8 Coquimbo/1911 X 191 162 29 15,18
9 Coquimbo/1911 X 216 246 30 13,88
10 Coquimbo/1911 X 300 296 4 1,33
11 Copiapó/1911 X 127 150 23 18,11
12 Copiapó/1911 X 102 135 33 32,35
13 Copiapó/1911 X 305 283 22 7,21
14 Copiapó/1911 X 365 361.49 3.51 0,96
15 Concepción/1912 X 75 115.83 40.83 54,44
16 Concepción/1912 X 180 217.06 37.06 20,58
17 Concepción/1912 X 160 247.15 87.15 54,46
18 Concepción/1912 X 126 105.25 20.75 16,46
19 Concepción/1912 X 111 107.5 3.5 3,15
20 Concepción/1912 X 150 119.3 30.7 20,46
21 Concepción/1912 X 78 94.33 16.33 20,93
22 Concepción/1912 X 270 195.16 74.84 27,71
23 Concepción/1912 X 180 179.16 0.84 0,46

A la luz de estas cifras, nos parece relevante considerar que la existencia de superávit o déficit,
comparando ingresos y gastos, no estaba condicionada en forma mayoritaria por el oficio ejercido
por los hombres jefes de hogar, al influir factores importantes como el tamaño del grupo familiar y
el total de rentas aportadas por sus miembros. Esta situación pone de relieve el hecho de que para
ponderar el nivel de vida de un grupo de trabajadores se debe considerar, por una parte, su inserción
dentro de un grupo familiar, con el aporte de ingresos de sus miembros en diversas ocupaciones y,
por otra, los lazos de solidaridad familiar y comunitaria que allegan recursos a la familia por la vía de
donaciones o subsidios, como ha sido mencionado más arriba. Esta constatación nos hace presumir

197
Hombres del Metal

que las condiciones de vida de un trabajador sin familia pudieron haberse situado en un nivel de mayor
precariedad.
Es importante considerar esta heterogeneidad en las condiciones de déficit y superávit de las
familias, pues al analizar los diferentes casos aparecen factores que mediatizan estas situaciones de
relativa estrechez o alivio de los presupuestos, y no siempre en sentido positivo, como la calidad y
condiciones del espacio habitado, el acceso a canales de subsidio público o privado o los hábitos de
miembros del grupo familiar, que pueden llegar a ser muy perjudiciales para la calidad de vida de cada
una de las personas, como el alcoholismo.
La mayor parte de los estudiosos de la “cuestión social” en Chile coinciden en que uno de los
problemas más recurrentes que agravaba las condiciones de vida de los obreros era el alcoholismo,
opinión que comparten los patrones, los sindicatos, la policía y los reformistas cívicos (De Shazo, 2007;
130-131). Esta situación se corrobora en nuestra investigación, donde el 17,39% de las familias expresa
que el padre bebe201; sin embargo, esta cifra podría ser mayor debido a que no habría resultado fácil dar
cuenta de una situación confl ictiva de este tipo, cargada de reproche social, a un encuestador.
Si consideramos la diferenciación por actividad laboral del grupo familiar, en la muestra de los
trabajadores ferroviarios un 20% presenta superávit (1 de 5), mientras que el de los trabajadores
metalúrgicos este porcentaje se eleva al 50% (9 de 18). Esta situación favorable para un porcentaje de
ambos grupos está relacionada –en parte- con el nivel de especialización de la mano de obra, que les
permite acceder a salarios más altos que el promedio de los trabajadores.
Consideremos algunos casos para el análisis de las situaciones de superávit. La monografía nº 22
representa el máximo superávit, con un 27,71% del ingreso, y corresponde a una familia de Concepción
el año 1912. El único ingreso familiar es del padre, Francisco Javier Sánchez, que se desempeña como
maquinista de los Ferrocarriles del Estado con una renta mensual de $270; la esposa, Elena Rojas, se
ocupa de los quehaceres domésticos, y tienen 3 hijos (Luz Elena, Carlos Roberto y Francisco Javier, de
13, 11 y 8 años respectivamente), todos los cuales van a la escuela. Los gastos mensuales de la familia
alcanzan la suma de $195.16, lo que les permite obtener un superávit de $74.84. El padre de familia
tiene un trabajo de remuneración alta y permanente al Ferrocarriles, una empresa estatal en la que
los trabajadores están organizados en la defensa de sus derechos, lo que les ha permitido obtener en
forma paulatina múltiples beneficios a los que puede acceder la familia, y que adquieren el carácter
de subsidios no monetizados que refuerzan la calidad de vida familiar. En este caso emblemático, los
ingresos de la familia permiten que los hijos menores no se vean en la obligación de trabajar y puedan

201
Pedro Vicente Vera, el padre de familia, de 30 años de edad, trabaja en la maestranza de Ferrocarriles del Estado en
Concepción (1912), “… El día de pago toma hasta embriagarse. No está en ninguna institución de ahorro.” (Monografía nº
21. Déficit en el presupuesto); Pascual Cid, el padre, tiene 25 años y también trabaja en la maestranza de Ferrocarriles
del Estado en Concepción (1912), “… no está en ninguna sociedad de socorro mutuo y bebe a lo lejos.” (Monografía nº 15.
Déficit en el presupuesto); Francisco Javier Sánchez, el padre, tiene 38 años y es maquinista de Ferrocarriles del Estado
en Concepción (1912), “… Toma a lo lejos …” (Monografía nº 22. Superávit en el presupuesto); el padre es cargador de
salitre en Iquique (1908) y “… Los gastos superfluos están reducidos a $20 mensuales que el padre invierte en vino i cigarros.”
(Monografía nº 4. Déficit en el presupuesto)

198
Bernardo González M.

dedicarse al estudio, existiendo una preocupación expresa por mantener a los hijos en el colegio, lo que
refuerza sus posibilidades de desarrollo futuro y, por tanto, una mejora en su calidad de vida.
Otra situación de superávit se presenta en la monografía nº 20, también para Concepción en 1912.
El padre, herrero mecánico, obtiene una renta diaria de $5, que le reporta un ingreso mensual promedio
de $150; es el único que aporta ingresos al hogar. Su esposa se dedica a los quehaceres domésticos y
tienen 2 hijos, uno de los cuales, de 11 años, va a la escuela. Los gastos mensuales alcanzan a $119.30,
con lo que obtienen un superávit de $30.7, equivalente al 20,46% del ingreso. A pesar de tener un
ingreso bajo, tiene la posibilidad de sustraerse al gasto del arriendo, ya que la fábrica donde trabaja
le proporciona habitación gratuita. Ahora bien, el trabajo en el que se desempeña el padre presenta
mayor inestabilidad que en el caso de la monografía nº 22, arriba analizada, por lo que el ahorro
mensual de aproximadamente $30 se transforma en una especie de seguro para cubrir situaciones
imprevistas. En esta familia también se evidencia la preocupación por mantener en el colegio a uno de
los hijos, situación poco común en niños de su edad y nivel de ingresos familiar para su época, en la
que tempranamente se incorporan al mundo laboral. Este esfuerzo por entregar educación a los hijos
no es desdeñable, considerando los bajos niveles de alfabetización y escolaridad primaria, secundaria y
terciaria existentes en el Chile de la época. Los obreros de Santiago y Valparaíso, por ejemplo, durante
el período 1902-1927, tuvieron poco acceso a la educación formal y un número muy reducido egresó de
la educación básica (De Shazo, 2007; 122). Por otra parte, en este ámbito se evidencian las ventajas de
la sindicalización, en la medida en que las organizaciones de trabajadores más calificados, como es el
caso de ferroviarios y metalúrgicos, tenían mayor acceso a instancias de educación; estos espacios, que
entregaban formación básica en lecto-escritura y matemáticas y diversos niveles de especialización en
áreas técnicas de la industria, eran administrados por el Estado202, los sindicatos203 o el empresariado204 ,
destacando las “universidades populares” fundadas en 1912 (De Shazo, 2007; 125).
Las monografías estudiadas nos muestran una situación mayoritaria de déficit en las familias
de obreros ferroviarios y metalúrgicos, situación que las lleva a depender de los circuitos de
endeudamiento, tanto para el consumo de bienes de primera necesidad como para solventar los gastos
que demanda el ejercicio de su oficio. Las instituciones mayormente beneficiadas con esta situación
fueron las casas de empeño, existentes en las principales zonas urbanas del país, y siempre dispuestas
a otorgar préstamos a cambio de la entrega de un bien que pudiera ser comercializado en el mercado.
Esta práctica del endeudamiento está en consonancia con lo que ocurre a nivel país en el período;
de hecho, el endeudamiento de las familias obreras casi se duplicó entre 1913 y 1914, cuando el
incremento del desempleo y el recorte de los salarios obligó a muchas familias a vender parte de sus
enseres para sobrevivir (De Shazo, 2007 ; 136).
El análisis de algunos casos nos permitirá evidenciar las condiciones de vida de familias que
subsisten con diversos niveles de déficit en sus ingresos. La monografía nº 3 nos muestra una familia
de Iquique en 1908, compuesta de una viuda con 3 hijos, dos hombres y una mujer; los ingresos
202
Escuela de Artes y Oficios de Santiago.
203
Escuelas nocturnas.
204
Colegios dirigidos por la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA).

199
Hombres del Metal

alcanzan la suma mensual de $405 y provienen del oficio de lavandera de la madre y del trabajo de
lanchero y de calderero del ferrocarril de cada uno de sus hijos. Los gastos alcanzan el monto de $448,
lo que genera un déficit de $43, equivalente al 10,61% del ingreso. Según declaran en la encuesta,
“… No les queda nada para ahorrar ni para gastos imprevistos, debiendo recurrir continuamente al empeño
de sus muebles…”205 Esta familia intenta, de este modo, cubrir el déficit que generan sus gastos en las
necesidades básicas, con lo que aumentan sus posibilidades de pauperización al arriesgar la pérdida de
los bienes empeñados por no contar con el dinero necesario para su rescate en el plazo establecido.
Por su parte, la monografía nº 1 nos retrata la vida de una familia de Santiago en 1902. La
componen el padre, la madre y 7 hijos; la renta mensual alcanza a $122 y la aportan el trabajo del
padre, como herrero carrocero, el oficio de lavado y planchado de la madre, el trabajo en la fragua del
hijo mayor, de 19 años, y el dinero que obtienen los hijos menores por actividades de mandado en
casas de mayores ingresos. Los gastos alcanzan la suma de $135 mensuales, con lo que se genera un
déficit de $13, equivalente al 10,65% del ingreso familiar. El dinero invertido en los distintos rubros
no alcanza para cubrir las necesidades, por ejemplo en el vestuario: el gasto mensual en vestuario de
$23 (equivalente al 17,03% del total) no permite adquirir prendas para toda la familia; de hecho, los
niños andan descalzos y la ropa luce harapienta, y esta falta de vestuario y calzado fue esgrimida por
los padres como el motivo de que sus hijos hayan abandonado el colegio y se dediquen a colaborar en
el trabajo del taller. La madre, al respecto, expresa que “… no oye misa ni los días domingos por tener que
cuidar del hijo menor y por haber empeñado el manto.”206
En esta familia, de hecho, la compra a crédito es una práctica habitual: el vestuario se compra
en cuotas, así como los materiales que el padre requiere para su trabajo de herrería y carpintería
en taller y los que necesita la madre para el lavado y planchado. El endeudamiento en las casas de
empeño cercanas, por otra parte, los ha llevado a empeñar herramientas, vestuario y un reloj de plata
por un monto de $72 anuales. Es decir, no se empeñan solo bienes que pudieran ser considerados
suntuarios, como el reloj que aquí se menciona, sino que elementos de primera necesidad relacionados
con el vestuario y con la mantención de su oficio. Al matrimonio le resultaba incómodo reconocer esta
situación frente a los encuestadores, quienes lo relatan de la siguiente manera:
“… incidentalmente hablamos sobre las Casas de Préstamos y el obrero se extendió sobre lo que se
explotaba á los pobres en estos establecimientos. Esto fué una revelación. Le preguntamos si tenía algo
empeñado, y nos contestó que en otras ocasiones sí pero que ahora estaba libre de ese recurso molesto.
Insistimos, hasta que acabó por confesarnos que tenía muy poca cantidad adeudada y avergonzado
nos mostró algunos boletos de empeño, disculpándose con los momentos de necesidad apremiante. Algo
habíamos logrado descubrir, pero no era todo, y solo un día que no estaba Rafael conseguimos, con cierta
maña, que su mujer nos mostrara los otros boletos.”207

205
Frías Collao, Eugenio., op. cit., p. 62.
206
Errázuriz Tagle, Jorge y Guillermo Eyzaguirre Rouse, op. cit., p. 15.
207
Idem, p. 8.

200
Bernardo González M.

El no contar con ingresos extraordinarios que permitan subsanar este déficit, ya sea para pagar
los materiales adeudados o para rescatar los bienes empeñados, incrementa las posibilidades de
pauperización del grupo familiar y se transforma en un factor de decrecimiento en la calidad de vida.
Otro factor fundamental de tener en cuenta, para dimensionar las condiciones de vida de
las familias de obreros ferroviarios y metalúrgicos estudiadas, está dado por las condiciones de
habitabilidad del espacio en que cotidianamente se desenvuelven. La calidad de la vivienda de las
monografías estudiadas se expresa en el Cuadro 15.
La vivienda de las familias consideradas en el presente estudio es habitada en diversas calidades
de posesión: propia, en subsidio o arrendada. La vivienda propia aparece en el 8,69% de los casos,
constituyendo una minoría evidente; el subsidio de habitación, cuando la empresa en la que se
desempeña el obrero le entrega gratuitamente habitación a él y a su grupo familiar, representa un
13,04% del total; y el arriendo de la vivienda, que implica un pago mensual al propietario de un
conventillo –situación más común presente en las monografías estudiadas-, de un sitio, pieza o casa
en un barrio obrero o al propietario de la fábrica en que se trabaja, aparece como la situación más
extendida, alcanzando el 78,26% del universo. El gasto en arriendo, para estas 18 monografías,
compromete un 11,56% del gasto total, no existiendo grandes diferencias entre las familias de
trabajadores ferroviarios y metalúrgicos.
Ahora bien, la calidad de la posesión no implica una diferenciación fundamental en las condiciones
de habitabilidad de la vivienda; en general, nos encontramos frente a condiciones de estrechez
y precariedad en las construcciones, hacinamiento del grupo familiar e insalubridad del espacio
habitado.
Los obreros ferroviarios y metalúrgicos pertenecen al mundo del proletariado urbano y, por lo tanto,
se concentran en las principales ciudades del país (Santiago, Concepción, Valparaíso y Antofagasta).
Las viviendas precarias que habitan, en condiciones de hacinamiento y con graves problemas de
sanidad e higiene, están formadas por rancherías, pasajes, cité, conventillos y diversos tipos de
viviendas pobres y de construcción frágil. De hecho, los informes oficiales normalmente extienden el
concepto de “conventillo” a cualquier tipo de vivienda precaria, sin hacer mayores distinciones208 . En
Santiago y Valparaíso, el conventillo es el tipo de vivienda que ocupa habitualmente el mundo obrero:
en la capital, en la primera década del siglo veinte, se estima que el 40% de sus habitantes (130.000
personas) vivía en este tipo de construcciones (De Shazo, 2007; 100, 102). En ellos se crea y recrea un
mundo de sociabilidad, transformándose en lo que Michelle Perrot denomina el ámbito obligado de
los recuerdos de la niñez, un lugar fundamental de la memoria que nos acompaña siempre (Perrot,
2001; 316).

208
Problemática con la que también se encontró María Ximena Urbina en su investigación para obtener el grado de
Magíster en Historia en la Universidad Católica de Valparaíso, y que fue publicada con el título Los Conventillos de
Valparaíso 1880-1920. Fisonomía y percepción de una vivienda popular urbana, Ediciones Universitarias de Valparaíso, de
la Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 2002, p. 157.

201
Hombres del Metal

Cuadro 15
Nº Monografía Calidad de posesión de la vivienda

Actividad
Calidad de posesión de la vivienda
Laboral
Ciudad/Año
F M Propia Subsidiada Arrendada

1 Santiago/1902 (9)* X X
2 Iquique/1908 (10)* X X
3 Iquique/1908 (4)* X X
4 Iquique/1908 (11)* X X
5 Iquique/1912 (6)* X X
6 Iquique/1912 (6)* X X
7 Copiapó/1911 (7)* X X
8 Coquimbo/1911 (6)* X X
9 Coquimbo/1911 (5)* X X
10 Coquimbo/1911 (9)* X X
11 Copiapó/1911 (6)* X X
12 Copiapó/1911 (7)* X X
13 Copiapó/1911 (10)* X X
14 Copiapó/1911 (5)* X X
15 Concepción/1912 (4)* X X
16 Concepción/1912 (9)* X X
17 Concepción/1912 (5)* X X
18 Concepción/1912 (2)* X X
19 Concepción/1912 (3)* X X
20 Concepción/1912 (4)* X X
21 Concepción/1912 (6)* X X
22 Concepción/1912 (5)* X X
23 Concepción/1912 (9)* X X

Las condiciones de habitabilidad de la vivienda son descritas en todas las monografías estudiadas,
encontrándonos con un panorama de precariedad generalizado. La monografía nº 4 nos muestra
una familia de Iquique compuesta por un matrimonio con 9 niños, cuya vivienda es descrita en los
siguientes términos: “Es una familia que parece vivir en la más completa miseria. Ocupan una casa con 2
piezas i un patio, donde se observa la mas estrema suciedad i falta de higiene. Los niños andan vestidos de
harapos i duermen amontonados sobre una cama hecha de sacos viejos…”209 En Concepción, la monografía
nº 15 describe las condiciones de la habitación que ocupa una familia de 4 miembros: “La habitación
es sumamente desaseada. Arriendan una pieza del conventillo … La habitación es mui malsana.”210 También
*Indica el número de miembros del grupo familiar.
209
Frías Collao, Eugenio., op. cit., p. 62
210
Dirección General del Trabajo. Ministerio de Industria i Obras Públicas. Oficina del Trabajo. Formularios de Mono-
grafías 1911-1912.

202
Bernardo González M.

en Concepción, la monografía nº 21 muestra una familia de 6 miembros que vive en las siguientes
condiciones: “Arriendan una pieza del conventillo … La pieza está en pésimo estado de insalubridad.”211 En la
misma ciudad, la monografía nº 19 describe la habitación de una familia de 3 personas: “La Fca. donde
trabaja le proporciona habitacion gratuita, de 5/4 3 ½ alto … La habitacion la constituye una sola pieza regulares
condiciones de hijiene.”212 La monografía nº 7 describe las condiciones de la vivienda de una familia de 7
miembros en Copiapó: “La habitación de ésta familia es mui reducida y no reune ninguna condicion hijénica
estando ademas casi abierta para el lado del sitio.”213 También para Copiapó, la monografía nº 12 se refiere
a la habitación que ocupa una familia de 5 miembros: “Esta familia vive en una sola pieza, mal ventilada,
poco higiénica y solo tiene un corralon en las mismas condiciones de ventilacion e hijiene que la habitación.”214
En Santiago, por último, la monografía nº 1 describe las condiciones de habitabilidad de la pieza de 5
por 8 metros que arrienda la familia de 9 miembros:
“Entre sus cuatro muros duermen todos los miembros de la familia, lava y aplancha la madre, se hace
el desayuno y aún la colación nocturna, por lo que el brasero está allí con fuego, y hasta en un rincón
encuentran su albergue las aves de corral … muchas veces todos duermen, de a dos o tres en una misma
cama … la habitación no tiene ventilación y sí apenas un tragaluz que le ofrece poca, y ni aún con la
puerta abierta la recibe en abundancia. Hasta hace poco el suelo no era entablado y se componía de
tierra apelmazada, que permitía que la humedad se reviniera entre sus terrones. Hay que advertir que la
habitación en los días de invierno, está rodeada de hoyos con lodo, y en verano, de polvo suelto.”215

La insalubridad de las habitaciones populares era parte del paisaje cotidiano de los obreros y sus
familias. En una carta dirigida al alcalde para que tome medidas urgentes, se denuncia la falta de
baños en un barrio santiaguino de obreros ferroviarios, hacia 1917:
“La gran mortalidad que, según las estadísticas, hay en esta ciudad, es debida, al completo desaseo
en que viven las gentes del pueblo. Esta desaseo no proviene solamente de la idiosinciación de nuestro
pueblo, no, se debe y casi siempre, a la falta de recursos con que cuentan; porque si no tienen dinero para
comer, menos lo tienen para pagar su baño, para atender el aseo de su persona.
En nuestro barrio, se hace necesario, señor Alcalde, la implantación de baños públicos más que en
cualquier otra parte, porque tenemos la mayor parte de la población todo el elemento joven, trabajando
en los Ferrocarriles, en donde la temperatura es muy elevada, pues además del calor, la combustión
de las máquinas y motores la hace aumentar, haciéndola casi irresistible; agregue a esto, los aceites y
materias sucias que tiene que emplear el obrero en su trabajo, y tendríamos, que a nuestro barrio le
afecta principalmente la falta de baños.
Esperamos señor, de su buena voluntad, se sirva subsanar estos inconvenientes, creando baños, que son
hasta hoy en nuestro barrio, de una necesidad imprescindible.”216

211
Ídem.
212
Ídem.
213
Ídem.
214
Ídem.
215
Errázuriz Tagle, Jorge y Guillermo Eyzaguirre Rouse, op. cit., p. 17.
216
El Silbato, Año 2, Nº 4, 13 de enero de 1917, Santiago, p. 2.

203
Hombres del Metal

Estas mismas condiciones antihigiénicas son denunciadas al comisario del barrio Estación de
Santiago:
“Varios vecinos del populoso barrio Estación, nos piden que llamemos la atención al Sr. Comisario de
la 4.ª sobre el abandono y desaseo que existe en la calle Toro Mazotte, y que para colmo de todo, la
acequia que atraviesa esta calle entre Delicias y 5 de abril permanece sin agua desde hace dos años,
causando como es de pensar muy mal efecto, pues, las casas y conventillos carecen de alcantarillado,
convirtiéndose este sitio en un verdadero foco de infección.”217

Los vecinos de un barrio obrero santiaguino, por su parte, dan cuenta de la gravedad de no contar
con servicios básicos de higiene, de agua potable y alumbrado, pese a pagar contribuciones por sus
propiedades; se trata, en este caso, de empleados de la empresa que tienen niveles de renta más altos
que los obreros y, por lo tanto, están en condiciones de pagar contribuciones:
“Varios empleados de los Ferrocarriles del Estado, propietarios que viven en el radio de la 4.ª comuna,
pasado la calle Antofagasta, se quejan que a pesar de haber pagado, desde que se estableció el impuesto
de la contribución sobre bienes muebles e inmuebles y además la contribución fiscal del 2% adicional,
hasta la fecha carecen de todos los elementos de higiene pues, no se conoce el barrido de las calles que
no tienen pavimentación alguna y carecen de servicio de desagüe y además no hay agua potable ni
alumbrado.”218

Algunas consideraciones finales


Según se ha analizado, las condiciones de vida de los obreros ferroviarios y metalúrgicos se
presentan en forma heterogénea durante el período estudiado y, para comprenderlas, se requiere
considerar una serie de factores y el modo como ellos se interrelacionan en cada unidad familiar.
En este sentido, hemos estudiado cómo las variables “grado de calificación laboral” y “renta” se
interrelacionan directamente, en ambos grupos de trabajadores, y en forma proporcional: a un mayor
nivel de calificación y especialización en el trabajo, corresponde una mayor renta. La intersección de
estas variables da cuenta de una primera entrada al intento de objetivar niveles de vida, en función de
la relevancia dada al factor ingresos por la primera generación de estudiosos del tema.
Sin embargo, a través del análisis de las fuentes, nos percatamos de la relevancia de otros factores
para comprender de modo más cabal las condiciones de vida de estos dos grupos de obreros. Es así como
la inserción de la mujer y de los hijos -generalmente menores de edad- al mundo laboral fue un factor
que adquirió gran preeminencia para comprender el poder de consumo del grupo familiar: el aporte de
estos miembros de la familia al presupuesto familiar, normalmente a través de trabajos informales y
precarios, resultó determinante en el poder de consumo e, indirectamente, en la posibilidad de obtener
déficit o superávit en la relación ingresos/gastos de la unidad familiar. El endeudamiento familiar, en
este sentido, se corroboró como una práctica habitual en el período, constituyéndose en un factor
relevante de pauperización.
217
El Silbato, Año 2, Nº 4, 13 de enero de 1917, Santiago, p. 2.
218
El Silbato, Año 2, Nº 4, 13 de enero de 1917, Santiago, p. 2.

204
Bernardo González M.

El número de miembros de cada familia, si bien pudiera condicionar el nivel de vida, no es un


factor determinante en él, dado que se cruza con factores como la capacidad salarial de sus miembros
arriba mencionada, o la existencia de redes de apoyo que fortalecían o precarizaban la calidad de vida
a la que se pudiera acceder.
La existencia de una red de apoyo y solidaridad familiar o comunitaria, dada por los lazos de
parentesco y/o sociabilidad, la vinculación con una institución religiosa o la inserción en el sindicato
se nos aparece como un activo social muy importante de considerar para comprender las condiciones
de vida de estos grupos de obreros, ya que les permitía acceder a bienes y/o servicios no monetizados
que disminuían los espacios de precariedad de vida.
Las condiciones ambientales y de habitabilidad del espacio familiar son también un factor
relevante en la comprensión de la calidad de vida de un grupo humano; en este ámbito, pudimos
darnos cuenta de la precariedad de la vivienda, tanto en la calidad de la posesión de las mismas como
en las condiciones de hacinamiento e insalubridad, que se nos mostraron como una nota de realidad
que cruzaba a la mayor parte de las familias estudiadas.
Por otra parte, la dotación de saberes y valores en el seno de la familia, por ejemplo, a través de la
provisión de educación a los hijos en espacios de gratuidad cultural, se nos mostró como un esfuerzo
por crear capital humano digno de considerar en el análisis de las condiciones de vida de estos dos
grupos representativos del mundo obrero.
En estas circunstancias, el análisis de las fuentes nos mostró un mundo diverso de condiciones
de vida concreta de grupos familiares de obreros ferroviarios y metalúrgicos, a través de elementos
cuantitativos y cualitativos, lo que nos permitió enriquecer la mirada tanto respecto de sus condiciones
de vida, como de los factores a considerar en un intento de objetivación de las mismas.
Entregando una nota de cautela y de rigor investigativo, las interpretaciones a las que pudimos
arribar, si bien son comparables al proletariado urbano de la época, responden a las formas de vida de
algunos obreros ferroviarios y metalúrgicos, y no son necesariamente generalizables a todo el mundo
obrero del período.

Referencias bibliográficas

Fuentes primarias

Dirección General del Trabajo. Ministerio de Industria y Obras Públicas. Oficina del Trabajo, Formularios
de Monografías 1911-1912.
El Silbato, Año 2, Nº 4, 13 de enero de 1917, Santiago.
Errázuriz T., J. y G. Eyzaguirre R. (1903). Estudio Social. Monografía de una familia obrera de Santiago.
Santiago de Chile: Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona.

205
Hombres del Metal

Frías Collao, E. (1903), El trabajo en la Industria Salitrera. Informes presentados a la Oficina de Estadísticas
del Trabajo. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes.
Rodríguez Pérez, M. (19139, El trabajo y la vida obrera en Tarapacá. Santiago de Chile: Oficina del
Trabajo.

Fuentes secundarias
Braudel, F. (1974). Civilización material y capitalismo. Barcelona: Labor.
De Shazo, P. (2007). Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile: 1902-1927. Santiago de Chile: DIBAM.
Centro de Investigaciones Barros Arana, Santiago.
Grez, S. (1997). De la ‘regeneración del pueblo’ a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento
popular en Chile (1810-1890). El trabajo femenino e infantil. Santiago de Chile: DIBAM. Centro
de Investigaciones Diego Barros Arana.
Hobsbawm, E.(2002). Industria e Imperio. Historia de Gran Bretaña desde 1750 hasta nuestros días.
Barcelona: Crítica.
Kula, W. (1974). Problemas y métodos de la historia económica. Barcelona: Península.
Martínez, J. (1994). Niveles de vida y desarrollo económico en la España contemporánea: una visión
antropométrica. Revista de Historia Económica, 3, pp. 685-716.
Perrot, M.(2001). Formas de habitación. En P. Ariés y G. Duby (eds.), Historia de la Vida Privada, Tomo 4, De
la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial. Madrid: Santillana.
Thompson, E. (2001). La formación de la clase obrera en Inglaterra. Barcelona: Crítica.
Urbina, M. (2002). Los Conventillos de Valparaíso 1880-1920. Fisonomía y percepción de una vivienda
popular urbana. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso.

206
CAPÍTULO 7
“PORQUE HAY QUE EXIGIR Y NO MENDIGAR:
SEAMOS HOMBRES” 219
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LOS TRABAJADORES
FERROVIARIOS Y METALÚRGICOS DE SANTIAGO Y VALPARAÍSO,
1917  1925
Rodrigo Jofré Cariceo*

Resumen
Enmarcado en el estudio de la cultura y las representaciones culturales, este artículo
busca, a través del análisis de la prensa obrera, reconstruir críticamente los discursos
construidos por los gremios obreros de ferroviarios y metalúrgicos sobre los tópicos
de masculinidad, feminidad y familia. Asimismo, en las siguientes líneas, se busca
interrelacionar estas construcciones discursivas sobre género con el problema de la
hegemonía y las luchas por el poder dentro de la sociedad chilena de principios del
siglo XX.

Visión general del contexto histórico y problema


La economía chilena del siglo XIX, a partir de 1830 aproximadamente, sufrió importantes cambios
que resultaron trascendentales para la historia contemporánea de nuestro país. El crecimiento
exportador que se vivió gracias al auge minero y agrícola, sumado a la irresistible influencia que la
modernidad capitalista comenzó a ejercer dentro de la producción y comercio nacional, especialmente
después de 1850, trastocó la base económica y social sobre la cual se sustentaba el Chile tradicional
heredado del período colonial (Ortega, 2005).
De tal manera, a ciertos procesos de larga data 220 se sumaron nuevas coyunturas que determinaron
que grandes cantidades de personas, históricamente ligadas a la agricultura, pudieran y debieran migrar
hacia nuevos centros productivos asociados al crecimiento económico de la época (Salazar, 2000). Los
centros mineros, ciudades y puertos fueron los principales receptores de esa población migrante, que
junto con ejecutar labores distintas a las que tradicionalmente habían sido su fuente de sustento,
desarrollando un sinnúmero de actividades relacionadas con el sistema económico en modernización,

219
EO. Primera quincena de diciembre de 1918. p. 1.
* Licenciado en Educación con Mención en Historia, Geografía y Educación Cívica (UMCE). rjofrec@gmail.com
220
Principalmente la estructura latifundista de tenencia de tierras, que provocó una saturación demográfica en el agro
y la “expulsión” de la población sobrante.

207
Hombres del Metal

tuvieron que adaptarse a un nuevo lugar de residencia, convirtiéndose en los pobladores suburbanos
de ranchos (Romero, 1988 y Brito, 1995) o urbanos de conventillo (Torres, 1986).
Fue así como el peonaje agrícola comenzó a transformarse en peonaje urbano y minero –del
“subsole” o “subterra”221-, generando múltiples identidades como la de poblador urbano o pampino222,
repercutiendo en la forma de relacionarse con el medio y con los demás. Partiendo de las nuevas formas
de trabajo y habitación, las experiencias de supervivencia del peonaje se muestran como un claro
ejemplo de estas transformaciones, siendo este un grupo que hizo de su pauperizada realidad una
estrategia de supervivencia, aprovechando su movilidad espacial, pero limitando sus posibilidades
de formar uniones sociales o matrimoniales permanentes (Salazar, 2000. Osorio, 1998). En cuanto a
este último tipo de relación social –clave para comprender el ámbito relacional del género-, no resulta
sorprendente que la tasa de matrimonios desde 1890 a 1921, al compararla con los 30 años anteriores,
descendiera en promedio un 11, 56%223 .
Las uniones de hecho temporales y la prostitución fueron las nuevas formas en que se vivieron
las relaciones de pareja -sentimentales y sexuales- no solo en el peonaje minero o suburbano, sino en
amplios grupos del mundo popular (De Shazo, 2007, Klubock, 1995 e Illanes, 1990), haciendo que los
nacimientos ilegítimos, al compararlos con los 30 años anteriores, también sufrieran un explosivo
aumento (10,5%) en el período comprendido entre 1890 y 1921224 . Por otro lado, quienes pudieron
arraigarse en un lugar que les permitiera tener uniones de pareja permanentes, legalizándolas muchas
veces, formaron un nuevo tipo de familia, más acorde con el mundo moderno: la familia nuclear.
Esta unión proponía una mejor capacidad de respuesta que la familia extendida ante los desafíos
que presentaba la vida urbana, pero acarreaba otros problemas al demandar nuevas estrategias de
supervivencia, y nuevos roles y responsabilidades -sin precedentes en la experiencia popular- que
desnudaban la frágil sustentabilidad de este tipo de unidad familiar (Klubock, 1995).
Pero la formación de estos nuevos grupos sociales no radicó únicamente en las transformaciones
migratorias y ocupacionales derivadas de la relativa modernización de la economía chilena “en ruta
al capitalismo” (Ortega, 2005) y en las formas en que estos sujetos las enfrentaron, sino que también
estuvo fuertemente influenciada por los cambios en las representaciones culturales de los hombres y
mujeres llegados o nacidos en los nuevos centros productivos.
En el plano de las representaciones, algunos de estos hombres al trabajar en áreas de mayor
especialización, como lo hicieron los obreros ferroviarios y metalúrgicos -protagonistas de este
estudio-, tuvieron contacto con los grupos artesanales que desde mediados del siglo XIX venían
221
Estas experiencias fueron las que concentraron la mayor cantidad de estudios de la historiografía marxista clásica
o historiografía social del país, desarrollados entre 1950 y 1973. Desde una óptica más contemporánea: para el caso
de la minería del carbón y de las experiencias de sus trabajadores ver Ortega (1992); para el caso de la minería salitrera
ver Illanes (1990)
222
Para ver el caso de la construcción de la identidad de los obreros pampinos y su evolución en las distintas coyuntu-
ras históricas derivadas del ciclo salitrero, revisar Sergio González (2002) y Julio Pinto (1998).
223
Específicamente descendió desde un 6,23 hasta un 5,51 por mil. El dato completo en: República de Chile. Anuario
Estadístico Vol. I “Demografía”. Imp. Universo.1921. p. 80.
224
Ibíd. p. 82.

208
Rodrigo Jofre C.

experimentando un importante proceso de construcción socio-cultural, que redundó en un ideal


específico de las relaciones sociales de los hombres populares y entre ellos y las mujeres. Este hecho
resultó ser un puntal para el movimiento obrero chileno, debido a que, además de compartir las
experiencias laborales y sociales que los unían, los distintos grupos de obreros y artesanos tuvieron
en las organizaciones a las que dieron origen una fuente de unión, arraigamiento, modelo y creación
de un sistema de ideas y valores que los caracterizó durante las últimas décadas del siglo XIX y las
primeras del siglo XX (Grez, 1998).
En relación a lo anterior, dentro de este proceso formativo vivido por el proletariado nacional,
es innegable el papel que las ideas derivadas del “liberalismo popular” (Grez, 1998) y los posteriores
aportes del socialismo y anarquismo tuvieron en la acción e ideario de los obreros. Desde sus órganos
de expresión, en los que proclamaron sus ideas de cambio social y “regeneración popular”, denunciando
asimismo la “corrupción burguesa u oligárquica” hasta en la forma de sus organizaciones, estos
trabajadores demostraron su adscripción a los valores y cosmovisión derivados de la matriz racional-
iluminista en su variante obrera, constituyéndose en lo que la historiografía ha denominado “obreros
ilustrados”225 (Devés, 1991). Esta matriz de pensamiento fue primordial para el movimiento obrero
nacional durante las primeras tres décadas del siglo XX, debido a que se mostró como el camino
más viable para realizar los ideales ilustrados, en cuanto a igualdad, justicia y moralidad social,
abandonando la vida del peón, que por su desarraigamiento y falta de proyectos sociales permanentes
y constructivos comenzó a percibirse como de abyección social, económica y moral 226 .
Este ideal y la matriz de pensamiento que lo sustentó, como se puede desprender, tuvieron caracteres
totalizantes y universales, repercutiendo tanto en la acción y vida pública de los trabajadores como en sus
experiencias privadas, haciendo que sus modelos de actuación, en todos los ámbitos de la vida, fueran
permeados por esta visión. Así, la variante iluminista no solo sirvió para elaborar discursos políticos
públicos, sino que también construyó formas de relación y representaciones que se establecieron en el
mundo privado, dando a entender una particular visión sobre cómo debía comportarse un hombre o
una mujer, cuál debía ser el tipo de relaciones establecidas entre ellos y qué papel correspondía a cada
uno en la formación y progresión de la clase social que estaban constituyendo, intentando normar
lo que se puede denominar como representaciones y relaciones de género, en una sociedad que se
encontraba en un cambio trascendental con respecto a este tema.
Es justamente este mundo de representaciones en los gremios de obreros ferroviarios y metalúrgicos
el que se pretende abordar en esta investigación. Para ello se analizarán los periódicos y revistas

225
Eduardo Devés (1991) describe las principales características de la mentalidad de este tipo de obrero ilustrado,
haciendo un análisis general de ella y de la importancia que este tipo de pensamiento tuvo durante la “Época Parla-
mentaria”.
226
Esta visión se opone a la de Gabriel Salazar, quien propone una lectura distinta de las prácticas peonales al identi-
ficar ciertos elementos “constructivos” que le permiten hablar de un “proyecto peonal” en su obra Labradores, peones y
proletarios (Salazar, 2000).

209
Hombres del Metal

publicados por los gremios estudiados entre los años 1917 y 1925, ya que este período fue clave -por
la profusión de publicaciones y la fuerza en las organizaciones del momento- en el proceso en que
estos trabajadores fueron construyendo, discursivamente, las representaciones de género que debían
modelar el actuar de los hombres y mujeres proletarias. Algunas de las interrogantes que buscaremos
responder después de analizar los textos mencionados son: ¿Cuál fue el modelo de hombre y de mujer
qué aparece en la prensa de estos dos gremios? ¿Qué cualidades se exaltaron para la formación de
estos modelos y que rasgos se desecharon? ¿Hubo por parte de la prensa de los gremios ferroviarios
y metalúrgicos, fuertemente crítica de su situación y en muchos casos de todo el sistema capitalista,
la misma crítica hacia el patriarcado, la familia nuclear y las responsabilidades que esta suponía?, y
por último ¿cuál fue el o los objetivos que se esperaba que cumplieran estas construcciones culturales
sobre la masculinidad y femineidad dentro de la lucha social y cultural?

La fuente y el método
Para esta investigación resultó fundamental la importancia que el mundo obrero ilustrado asignó
a la cultura y a sus medios de expresión ideológicos y artísticos. En palabras de Eduardo Devés, este
mundo: “[…] admiraba la ciencia, la literatura, el arte: pero no fue una cultura de hombres de ciencia ni de arte,
fue hecha por trabajadores manuales muchas veces, que se daban tiempo para escribir, organizar, representar
teatro, hacer política o crear una biblioteca.” (Devés, 1991; 131).
De tal manera que en ese “crear y escribir” estos trabajadores legaron importantes testimonios que
hoy nos permiten estudiar sus concepciones de mundo y las ópticas con las cuales lo interpretaban.
Resalta, entre todos ellos, el órgano más importante en la propagación de su “misión” moralizadora y
revolucionaria: el periódico, fuente en la que se basa este estudio.
Es necesario señalar que el uso de este tipo de fuentes no es azaroso. Benedict Anderson ha
demostrado la importancia que el “capitalismo impreso”227 ha tenido en la formación de las “comunidades
imaginadas” del mundo moderno (Anderson, 1993). Siguiendo a este autor, ciertamente, el periódico
contribuyó en la constitución de la nación, pero también en la configuración de otras comunidades
como clases o gremios, estableciéndose como un medio primordial para todos los grupos sociales que
buscaban ilustrarse, modernizarse y racionalizarse, como fue el caso de estos asalariados chilenos a
principios del siglo XX.
Este sector de la sociedad utilizó profusamente la prensa, dado el acceso relativamente expedito a
este medio de comunicación escrito, en comparación con otros medios masivos que irrumpieron en los
albores del siglo XX chileno, como el cine y la radio228 . Los periódicos y revistas que, gracias al esfuerzo
de las organizaciones de estos trabajadores, llegaron a ver la luz, son ricas fuentes que nos permiten
227
Libros y periódicos preferentemente.
228
Ciertamente, el periódico fue un medio mucho más accesible a la exposición de los ideales obreros que los nuevos
medios audiovisuales, debido a las facilidades económicas, técnicas y de circulación que la prensa escrita ofrecía frente
al cine y la radio. Por otro lado, ningún órgano de la época compartía el sitial privilegiado que el periódico poseía como
“constructor de opinión”. Para ver esta influencia de la prensa escrita en la construcción de la conciencia de clase, es
ejemplificador el caso inglés, tratado por E.P. Thompson (1989).

210
Rodrigo Jofre C.

identificar características de la mentalidad de los periodistas populares o “intelectuales orgánicos”


en palabras de Gramsci. La prensa obrera llegó a configurar las ideas y visiones de mundo de un
importante grupo de trabajadores. A través de sus palabras y silencios, la prensa obrera fue modelando
las conciencias de sus lectores, entregándoles un ideal de actuar, que les indicaba cómo debían llevar
su vida pública-laboral, pero también su vida privada-familiar y allí radica la importancia e interés
de esta fuente229. Tomás Moulián e Isabel Torres definen la importancia que tuvo la prensa para los
sectores asalariados, especialmente obreros, de la siguiente forma:
“[…] la prensa era la columna vertebral del campo político-cultural del mundo obrero; a través de
ella se manifestaban las expresiones más racionales y estructuradas del pensamiento, destinadas
explícitamente, en muchos casos a orientar la acción o la toma de decisiones. A través de ellas también
aparece otra dimensión, el campo del imaginario colectivo o el lado oscuro y oculto del discurso.”
(Moulián y Torres, 1987; 12).

Ahora bien, entendiendo los motivos de elección del tipo de fuente que se utilizó, es preciso hacer
una referencia específica a las publicaciones que aquí se utilizaron. El primer criterio de selección tuvo
relación con la pertenencia del medio a alguno de los gremios estudiados, ferroviarios y metalúrgicos.
Sin embargo, esto planteó un primer problema, ya que la mayoría de la prensa obrera de inicios del
siglo XX en Chile atiende a problemas generales del proletariado, siendo escasa la referida a los gremios
ferroviarios y metalúrgicos en particular, lo que limitó el espectro de búsqueda. De allí que criterios
relativos a regularidad en las publicaciones o a fi liaciones políticas tuvieran que ser supeditados al
criterio de pertenencia gremial.
Como un modo de solucionar estas dificultades, se debió echar mano a publicaciones que no
comprendían solo a los organismos obreros de los dos gremios en estudio, sino también, a aquellos
pertenecientes al sector de empleados, que en el caso de los ferroviarios, en muchas ocasiones no
clasificaban los trabajadores por su ubicación en las distintas etapas de la cadena productiva. Su labor
para un mismo empleador, la empresa de Ferrocarriles del Estado, daba el sentido de pertenencia y
permitía su agremiación 230.
Es importante señalar que esta relativa escasez de fuentes también fue una limitante para
establecer el marco cronológico en el cual se buscaba desarrollar este estudio. Si bien se pretendía
analizar el período comprendido entre los años 1900 y 1930, debió acotarse a los años de 1917 a 1925.
Pese a que, por lo menos en el caso de los ferroviarios, había algunas fuentes para los años previos a
1917, pero estas eran muy escasas y dispersas, dejando largos lapsos de tiempo sin publicaciones. De
todos modos, dada la naturaleza de esta investigación, que busca un análisis de carácter cultural de

229
En el caso de estos obreros, la imagen construida por sus periódicos hizo del mundo del trabajo y de las organizacio-
nes creadas en torno a él algo exclusivamente masculino-adulto, cuando sabemos ahora que la participación de niños
no fue escasa y también existió una mínima representación femenina en ambas industrias. Esto tendió a legarnos una
imagen del mundo obrero como un mundo exclusivamente de hombres, que solo hace algunos años ha sido matizada
a la luz de nuevos datos y enfoques.
230
Esto no quiere decir que no existieran recelos y diferencias entre empleados y obreros en EFE, ya que como lo de-
muestra Isabel Jara en el capítulo 5 del presente libro, estas distinciones existían en ambas direcciones, pero los obre-
ros más calificados de la empresa, como los maquinistas, tenían la posibilidad de ser considerados como empleados.

211
Hombres del Metal

las representaciones, creemos que las fuentes escogidas son representativas de fenómenos de mayor
duración, como lo es el proceso de formación de la clase obrera en Chile.
Las publicaciones a las que hacemos referencia son diversas en cuanto a duración y continuidad.
Algunas tienen un único número, en tanto otras se extienden por casi tres años. Sus fi liaciones políticas e
ideológicas van desde una crítica moderada al orden establecido –particularmente en las publicaciones
del gremio de los ferroviarios- hasta la crítica más aguda del “socialismo revolucionario” con ideas
anarquistas y marxistas. No obstante, todas participan de las ideas ilustradas y “regeneradoras del
pueblo”, que a través del ordenamiento y moralización de las costumbres populares buscaban mejorar
la situación de los trabajadores y sus familias. Este aspecto resulta muy importante, ya que esta moral
que proclamaban es la que toca, aunque la mayoría de las veces tangencialmente, los temas asociados
al mundo privado que constituyen el eje de la presente aproximación.
Todas estas complicaciones no resultaron, en definitiva, escollos determinantes; por el contrario,
las fuentes con las que se trabajó no carecen de calidad y entregan la información necesaria para
responder las preguntas antes formuladas. Las publicaciones utilizadas fueron las siguientes:

1.- Publicaciones ferroviarias:


- El Silbato. Órgano oficial de los empleados y obreros. Imprenta “Claret”. Santiago. (13 de enero de
1917). (ES en adelante).
- El Ferrocarril. Imprenta “Claret”. Santiago. (27 de enero de 1917.) (EF en adelante).
- Primer Boletín que la Sociedad Mutual de Empleados a Contrata de los Ferrocarriles del Estado...
Santiago. (junio de 1922). (PB en adelante).
- Ideales. Órgano quincenal Ferroviario de propiedad del Centro Telegrafistas Primera Zona. Valparaíso.
(febrero de 1923). (Ideales en adelante).
- El Ferroviario. Revista Mensual Ilustrada, Órgano Oficial de la Asociación Ferroviaria de la 2º Zona
(enero de 1924- mayo de 1925). (EFrr en adelante).

2.- Publicaciones metalúrgicas:


- El Calderero. Órgano de la Unión de Caldereros. Imprenta “El Socialista”. Valparaíso. (3 de febrero de
1918). (EC en adelante).
- El Obrero Metalúrgico. Órgano de los metalúrgicos de Valparaíso, Santiago y Concepción. Editado por
la “Unión de Caldereros”. Imprenta Garibaldi. Valparaíso. (15 de mayo, 15 de junio y 15 de diciembre
de 1919). (EO en adelante).
- El Metalúrgico. Órgano de la “Unión General de Obreros Metalúrgicos”. Imprenta Nataniel. Santiago.
(15 de junio de 1921 hasta diciembre de 1923. Faltan Nº s 12- 17.) (EM en adelante).
- El Obrero Metalúrgico. Órgano de la Unión de Obreros Metalúrgicos. Imprenta “Más Allá”. Valparaíso.
(agosto de 1924- octubre de 1925). (EOM en adelante).

212
Rodrigo Jofre C.

Referencias teóricas

El trabajo que hemos realizado se enmarca dentro del campo de estudio histórico denominado
“historia cultural”, que apunta a describir y analizar problemas e interrogantes asociados al mundo de
las mentalidades, de las ideas o representaciones que generan los distintos grupos y sociedades como
referentes de conocimiento y autopercepción. Es justamente esta postura la que guiará teóricamente
esta investigación.
Antes de dar cuenta de las premisas teóricas que orientarán nuestro análisis, es necesario defi nir
el concepto base para un estudio de este tipo, el de cultura. Para este trabajo, entenderemos la cultura
como una construcción que cada agrupación humana, necesariamente, debe realizar en pos de
construir e interpretar el mundo en que se desenvuelve. Siguiendo a Clifford Geertz, creemos que “[…]
la cultura se comprende como una serie de mecanismos de control […] que gobiernan la conducta […]”, siendo el
ser humano, “[…] precisamente el animal que más depende de esos mecanismos de control extragenéticos, que
están fuera de su piel, de programas culturales para ordenar la conducta […]” (Geertz, 1989; 51). Es gracias a
estos programas que “[…] nos completamos o terminamos por obra de la cultura, y no por obra de la cultura en
general sino por formas en alto grado particulares de ella: […] la forma italiana, la forma de las clases superiores
y la de las inferiores, la forma académica y la comercial.” (Geertz, 1989; 55).
Ahora bien, sabiendo que existen variadas configuraciones culturales y que ellas son susceptibles
de cambios y construcción, es necesario señalar que, en el mundo social, estas formas culturales
tienden a encontrarse, entrelazarse y enfrentarse, especialmente la de grupos o clases contrapuestos.
Por tanto, al estudiar la cultura o representaciones que un grupo específico ha construido para sí
mismo, es necesario atender a las relaciones sociales en las cuales se desenvuelve ese sector. Al respecto,
un concepto que creemos clave es el que Antonio Gramsci utilizó para representar las relaciones
sociales en un mundo de sectores con intereses diversos y contrapuestos: nos referimos al concepto de
hegemonía. En su Cuaderno de la Cárcel N° 25, escrito en 1934, el autor entrega algunas notas sobre
cómo se debe abordar el estudio de un grupo subalterno –como el investigado por nosotros- en una
sociedad donde constantemente sufre la dominación y coerción impuesta desde los grupos hegemónicos
que detentan el poder. El intelectual italiano nos previene de que a pesar que “La historia de los grupos
sociales subalternos es necesariamente disgregada y episódica […]” y de que “[…] sufren siempre la iniciativa
de los grupos dominantes […]”, existen iniciativas autónomas por parte de los primeros que les permiten
disputar ciertos espacios de poder. De ahí que nos conmine a reformular el análisis de los sujetos de
estudio. En sus palabras, “Todo rastro de iniciativa autónoma de parte de los grupos subalternos debería
por consiguiente ser de valor inestimable para el historiador integral […]” (Gramsci, 2000; 178-179). Estas
notas resultan claves para quienes se acercan al estudio de los grupos dominados y logran ver en
ellos acciones que van más allá de la respuesta reactiva y contraria a los estímulos provenientes de los
grupos hegemónicos, de ahí su valor para nosotros.
Fundamentales han resultado también los aportes de E. P. Thompson, quien, a fines de los años
cincuenta, rompió con la interpretación histórica del “marxismo clásico”, comenzando a desacralizar,
junto a otros historiadores como Eric Hobsbawm, la visión más dogmática y mecánica del “marxismo
ortodoxo”, constituyéndose como “marxistas críticos”. Gran parte del trabajo de Thompson se

213
Hombres del Metal

centró en la crítica a los modelos marxistas “idealistas”, poco asentados en la realidad histórica, que
proponían que los “aparatos ideológicos del Estado” (Althusser, 1969) mantenían la sumisión de las
clases dominadas, bajo el argumento de que era la “falsa conciencia” la que no permitía la construcción
de una conciencia autónoma de clase. De ese modo podía explicarse la inexistencia de “espíritu
revolucionario” en muchos de estos grupos. Como alternativa a esos modelos Thompson recurrió a
la teoría de la hegemonía de Gramsci, estableciendo que, si bien la dominación existe tanto el plano
ideológico como en el fáctico, esta no es, de ninguna manera, total. Al analizar la hegemonía que
ejerció la gentry231 sobre los campesinos y braceros de la Inglaterra preindustrial, señalaba que:
“La hegemonía de la gentry puede definir los límites del “campo de fuerza” dentro de los cuales es libre
la cultura plebeya para actuar y crecer, pero, dado que esta hegemonía es más secular que religiosa o
mágica, no es mucho lo que puede hacer para determinar el carácter de esa cultura plebeya.” (Thompson,
1989; 45).

De este modo, el concepto de hegemonía que vamos a utilizar hace hincapié en que el campo
cultural puede ser -y es- un campo de intensas luchas sociales, luchas de poder entre las clases
dominantes y dominadas, sin desconocer (como se ha hecho en algunos estudios) que el campo de
fuerza cultural tiene su contraparte en el confl icto social. Al respecto, concordamos con la postura de
James Scott, quien además de criticar a quienes sostienen que en el campo cultural desaparece toda
posibilidad de disputa y confl icto social, acuñó los términos de “discurso público” y “discurso oculto”
para referirse a la dualidad de acciones que presentan los grupos sociales dominados. El primero se
refiere a la sumisión y obediencia irrestricta que deben demostrar frente a los grupos dominantes
para no sufrir los castigos que estos pudieran propinarles; el segundo hace referencia a los espacios de
autonomía que logran ganar los dominados una vez que los poderosos les dan la espalda: es en este
espacio donde existe la posibilidad para la construcción social autónoma en una sociedad desigual
(Scott, 2000).
Teniendo claro estos conceptos, es necesario referirnos a las dos categorías que van a actuar como
columna vertebral en este estudio. Nos referimos a las categorías de “clase” y “género”.
Si bien no nos es posible entrar en un examen minucioso y profundo de ambas categorías, toda
vez que los debates en torno a ellas han sido profusos y diversos y el espacio no nos lo permite, sí
daremos cuenta de cómo entenderemos aquí estos términos. En primer lugar, es necesario señalar
que el concepto clase no es, históricamente hablando, una forma social aplicable a todas las culturas
o períodos. La clase es más bien un tipo de “comunidad” típica del mundo moderno, que sembró las
bases económicas y sociales para su desarrollo. Al mismo tiempo, si bien la existencia de la clase, es
posibilitada por una economía y relaciones sociales específicas, no es un producto exclusivo de estas;
crucial resulta que sus integrantes también sientan una adscripción psicológica y cultural a ella. E. P.
Thompson, al referirse al concepto de clase, señala:

231
Clase dominante de la Inglaterra rural del siglo XVIII.

214
Rodrigo Jofre C.

“Clase, según mi uso del término, es una categoría histórica 232; es decir, está derivada de la observación
del proceso social a lo largo del tiempo. Sabemos que hay clases porque las gentes se han comportado
repetidamente de modo clasista; estos sujetos históricos descubren regularidades en las respuestas a
situaciones similares, y en un momento dado (la formación “madura” de la clase) observamos la creación
de instituciones y de una cultura con notaciones de clase, que admiten comparaciones transnacionales.
Teorizamos sobre esta evidencia como teoría general sobre las clases y su formación, y esperamos
encontrar ciertas regularidades, “etapas” de desarrollo, etcétera.” (Thompson, 1989; 34).

Este punto de vista crítico hacia los sectores más ortodoxos del marxismo es compartido
también por otros autores, como Etienne Balibar. Al igual que Thompson, Balibar rechaza el carácter
supuestamente objetivo y “eterno” del concepto de clase. Al analizar la segmentación de las sociedades
capitalistas de fines del siglo XX Balibar señala lo siguiente:
“[…] no hay “clase obrera” sobre la única base de una situación sociológica más o menos homogénea, sino
solamente allí donde existe un movimiento obrero” y agrega “[…] las “identidades de clase”, relativamente
homogéneas, no son consecuencia de una predestinación, sino de la coyuntura.” (Balibar y Wallerstein,
1991; 262 y 276).

En cuanto al caso del “género”, hacemos nuestros todos los aportes que este concepto introdujo en
las Ciencias Sociales233 , siendo uno de los aspectos más relevantes -y que constituyó una verdadera
revolución en los Estudios Sociales desde los años setenta en adelante- la “desnaturalización”del
significado del ser hombre o mujer. Antes que el feminismo académico incluyera esa categoría analítica,
la masculinidad y feminidad no eran campos susceptibles de ser estudiados, ya que su existencia se
fundaba en una diferencia biológica supuestamente natural, invariable y permanente en el tiempo”.
Los “estudios de género” transformaron esta visión, poniendo en tela de juicio esta creencia, al
demostrar que lo masculino y lo femenino no se presentaban e interpretaban de igual manera en todas
las sociedades, sino que había connotaciones variadas. De allí que argumentaran que los géneros, más
que corresponder a una dimensión biológica, eran una construcción de carácter cultural, cambiante en
el tiempo, por lo tanto, “historiable”.
Otro punto atractivo y revolucionario del concepto de género es la posibilidad de integrar una serie
de conceptos o categorías de análisis, que el género nunca presenta unilateralmente en la realidad;
siempre está presente en una mezcla de realidades que lo determinan y a las que él también ayuda a
construir. Nunca somos solo hombres o mujeres, siempre somos latinos, indígenas, negros, pobres u
obreros, por lo que la categoría de género permite relacionar variables tan críticas para comprender
la realidad actual como son la clase, la raza o incluso la nacionalidad. Robert Connel, en su estudio
titulado “La organización social de la masculinidad”, al hablar del tema, señala lo siguiente:
“Para entender el género, entonces, debemos ir constantemente más allá del propio género. Lo mismo
se aplica a la inversa. No podemos entender ni la clase, ni la raza o la desigualdad global sin considerar

232
El destacado es del original.
233
Para el caso de la historia, uno de los mayores aportes para validar en los estudios el concepto de género fue reali-
zado por la historiadora estadounidense Joan W. Scott. En su artículo “El Género: una categoría útil para el análisis
histórico”, relata parte de las dificultades que sufrió el concepto para ser aceptado en la disciplina.

215
Hombres del Metal

constantemente el género. Las relaciones de género son un componente principal de la estructura social
considerada como un todo, y las políticas de género se ubican entre las determinantes principales de
nuestro destino colectivo.” (Connel, 1997; 38).

Ahora bien, como construcción cultural, las representaciones de género también constituyen un
“campo de lucha por la hegemonía social”. Es a través de ellas que los grupos dominantes buscan obtener
beneficios de los dominados, ejerciendo el control a través de la naturalización de la dominación. Clave
en este orden es el “Sistema Patriarcal” que entendemos en los términos que plantea Marqués: “[…] el
sistema patriarcal se encargará de tratar a las personas como si fuesen idénticas a las de su mismo sexo y muy
diferentes a las del opuesto” (Marqués, 1997; 18), con el objetivo de realizar una primera estratificación
social. Este ordenamiento patriarcal otorga un papel social activo a los hombres, por medio del control
del trabajo, y uno pasivo, representado en la sexualidad, a las mujeres. Sin embargo, este esquema
no funciona de igual manera para todos. En el caso de los hombres, no todos ellos son tranquilos
y seguros dominadores234; por el contrario, es el mismo sistema el que designa los requisitos para
ser “verdaderamente hombre”, los cuales suelen ser muy específicos, resultando en que son pocos los
capaces de cumplirlos en forma cabal. De allí que este sistema, siendo potencialmente perjudicial
para el mundo femenino, también lo es para un grupo importante de hombres que no son capaces
de cumplir con todas las exigencias que impone la masculinidad hegemónica. Es así como, tratando
de superar esa angustia proveniente de no ser verdaderamente hombres, algunos grupos subalternos,
como el de los obreros, sujetos de nuestra investigación, comienzan a construir modelos alternativos
de masculinidad (género) que, al restarle espacios al modelo hegemónico y darles dignidad social a
actores antes irrelevantes, entran en pugna con él.
Estudiar las características de uno de estos modelos alternativos de masculinidad y sus
representaciones afines es el objetivo de este trabajo.

Lo masculino y lo femenino en un mundo de “obreros ilustrados”


Los reportajes, testimonios, llamados de atención y arengas por la lucha obrera, que constituyen
el núcleo central de los temas tratados por la prensa ferroviaria y metalúrgica, y de los periodistas
obreros e intelectuales orgánicos, siempre hicieron referencia a su labor educadora o moralizadora,
propia de su versión de la ilustración. A través de estas distintas modalidades, los artículos de la prensa
de estos dos gremios trataron de hacer parte de sus ideales a todos cuantos compartieron sus labores,
en pos de la consolidación gremial, unión que conceptualizaban como la única forma de lograr sus
objetivos de “progreso” en el nivel de vida y en sus reivindicaciones sociales. Como lo señala Ximena
Cortés en su artículo incluido en este libro, la familia y los deberes de género fueron un bastión en esta
lucha por educar y regenerar las costumbres populares, de tal manera que, examinando los artículos de
la prensa ferroviaria y metalúrgica, hemos podido extraer las conclusiones que siguen.

234
Según Marqués, el sistema patriarcal genera dos tipos distintos de varón: primero, el “Varón en propiedad. El sujeto
no duda en absoluto de su condición masculina puesto que, no sin algún fundamento, considera que su identidad biológica es
suficiente”; en segundo lugar, el “Varón en precario. Si el varón en propiedad puede ser un opresor tranquilo y seguro, el varón
en precario puede ser un sujeto traumáticamente conflictivo con las mujeres.” (Marqués, 1997; 24).

216
Rodrigo Jofre C.

El hombre cabal
Fue a través de toda la variedad de artículos que publicaron estos obreros que, sin saberlo quizás,
la prensa gremial fue construyendo una versión de sí mismos como hombres que les permitiera sentirse
como seres humanos dignos e incluso moralmente superiores respecto de la oligarquía dominante. El
mensaje de estos escritos es claro: ellos eran los destinados a la salvación moral y social del país. La
fuerza regeneradora y la luz de la ilustración estaban en sus manos y de nadie más al ser los llamados
a mejorar el mundo y cambiar la sociedad. En resumen, el mundo giraba en torno e ellos, todo giraba
en torno a ellos.
Esta centralidad de la figura del obrero no es exclusiva de estos dos gremios. La gran mayoría de
la prensa obrera de la época, no obstante la importante participación femenina en varios sectores
productivos, como servicios e industria textil entre otros235, está hecha por y para hombres, toda vez
que se concebía que era la misión de ellos, como proveedores, cambiar la sociedad para los suyos -
miembros de su familia y clase-. Esta circunstancia no solo era explícita en los gremios aquí estudiados,
sino que la constitución de estos dos grupos ratificaba la primacía masculina del trabajo. Esta situación
fue amparada en el argumento de que debido al gran esfuerzo físico que requerían algunas tareas
y/o la calificación que estas demandaban de los trabajadores de la metalurgia y los ferrocarriles del
Estado, no era posible el desempeño de mujeres, permitiendo que estos grupos de trabajadores fueran
constituidos casi únicamente por personas de sexo masculino236 , amparándose en una ideología de
género que consideraba que algunos trabajos debían ser exclusivamente ejecutados por hombres
debido a que eran “más propios a su naturaleza”237. Atendiendo a esta centralidad de la figura del
trabajador como obrero-hombre, podemos comprender el plano secundario que “lo femenino” ocupó
dentro de las expresiones de estos grupos obreros.
Es así como, al agrupar las distintas esferas o dominios dentro de los cuales se esperaba
que el obrero diera cuenta de su “masculinidad ilustrada”, es posible identificar tres espacios o
momentos distintos, pero relacionados entre sí: el trabajo, el mundo de la asociatividad obrera y el

235
Según los cuatro censos registrados en Chile entre 1895 y 1930, la participación femenina en la producción indus-
trial fue cercana al 50% del total de la mano de obra empleada, teniendo su punto más alto en 1907 (73,8%) y el más
bajo en 1930 (25,6%). Algunas cifras que cubren entre 1912 y 1925 señalan que en las industrias del vestuario, textil y
del tabaco la feminización de la mano de obra fue superior al 60% (77%, 64% y 66% respectivamente), en la industria
química llegó al 32% y en la de los cueros estuvo en torno al 18%. Para el estudio de la participación femenina en el
mundo laboral y de su constitución como obreras ver la obra “Labores propias de su sexo” (Hutchison, 2006; 51-78).
236
Mario Matus, en su trabajo incluido en este libro, entrega la siguiente composición gremial metalúrgica en 1913: de
un total de 8.448 operarios y 367 empleados en la industria metalúrgica, el total de niños fue de 1.171 (13,2%) y el de
mujeres de solo 120 (1,3%), confirmando la primacía masculina adulta en la conformación del gremio, 7.524 hombres,
cifra equivalente a un 85,3% del gremio en general.
237
Lorena Godoy (1995), al estudiar las escuelas profesionales femeninas creadas por la SOFOFA para las “hijas del
pueblo” en los albores del siglo XX, señala que una ideología de género bastante marcada influyó en el currículum que
se impuso a la enseñanza femenina, al estar enfocado solo a labores que se comparaban con las tareas que una mujer
desempeñaba en la vida doméstica, asimilables al rubro textil y alimenticio. Por ello, se hace comprensible que en las
“rudas” tareas del ferrocarril y la metalurgia, la entrada de mujeres estuviera prácticamente vedada y que las pocas que
medianamente compartían esas labores fueran omitidas de todo discurso y organización.

217
Hombres del Metal

hogar. El historiador británico John Tosh sostiene un juicio similar al señalar que “[…] en las sociedades
occidentales modernas la demostración pública de la masculinidad ocurre en tres entornos vinculados: el hogar,
el trabajo y las asociaciones masculinas” (Tosh, 1994; 9), afirmando que es más importante estudiar de
manera relacional los ámbitos de demostración de género y entender cómo forman y refuerzan un
discurso único que trasciende a todos los ámbitos de la vida del hombre, que seguir insistiendo en el
estudio de las “esferas separadas” –pública y privada-.
Por lo tanto, la masculinidad –es decir, lo que se supone que debe ser un hombre- tuvo al mundo
del trabajo como uno de sus pilares fundamentales en las ideas de estos obreros. Exaltado como fuente
creadora de todos los progresos humanos y base de la emancipación social, contaba con expresiones
como: “¡Salve! Trabajo, bienhechor y santo, que bendices al bueno y diligente, que proteges al pobre en su
quebranto, que pones en la frente del que te adora un timbre de nobleza […]”238 . De este mundo del trabajo y
en este mundo del trabajo, los obreros debían dar cuenta de su condición masculina.
En esta masculinidad, los atributos de un buen trabajador eran asimilables a las características de
un hombre completo. La puntualidad, la sobriedad y la pericia en las tareas ejecutadas eran requisitos
básicos para que un hombre lograra que su calidad de tal fuera reconocida por sus pares:
“Trabajo. Palabra que encierra en sí misma todo una era de afanes; ella sintetiza el bienestar material
y moral de las colectividades, de los individuos […] los más que después de una vida llena de afanes,
llegan a una vejez tranquila, siendo su nombre honrado, la herencia de sus hijos, la admiración de los
demás.”239

En este sentido, los ribetes heroicos que se dieron al trabajo desempeñado por ferroviarios y
metalúrgicos hicieron hincapié en los sacrificios que el obrero debía realizar en su labor familiar, social
y patriótica de productor del “progreso universal”. La siguiente cita refuerza este juicio:
“Como el titán glorioso, como el feroz soldado que en los sangrientos combates de la lucha, deja tu
pecho destrozado: así ¡Oh titán!, batallas por ver tu patria de progresos llena, por ver tu patria noble
y prestigiosa; el bien es tu anatema, la justicia tu estrella luminosa; por eso, obrero, con orgullo santo
bendigo tu cerebro y tus esfuerzos canto.”240

Dentro de los atributos que en el mundo del trabajo constituyeron a un hombre cabal resalta
la fuerza física, “el músculo”. Como en anteriores líneas hemos expuesto, el trabajo en los mundos
metalúrgico y ferroviario debía ampararse tanto en la calificación o competencia que este requería
como en la fortaleza física que debía demostrarse para la correcta ejecución de cada tarea. El músculo,
símbolo físico más representativo de muchos tipos de construcciones culturales masculinas, al estar
al servicio del trabajo y el progreso, adquirió un nuevo valor en las representaciones de estos obreros
ilustrados, que se basaba en el cuerpo al servicio de la razón 241: “[…] todos vosotros obreros, que lleváis
238
Arte-sano, EF, 27 de enero de 1917.
239
A.B.V, ES. 13 de enero de 1917.
240
ES, 13 de enero de 1917.
241
Por el contrario, para estos hombres el músculo embrutecido y violento retrotraía al mundo a la barbarie, apoyando
al capital en la explotación. Este tipo de fuerza era señal de aquellos hombres que se resistían al progreso y a la ilustra-

218
Rodrigo Jofre C.

adelante con vuestros fuertes brazos el carro del progreso y para todos los que llevan sobre sus espaldas el peso
bruto del continuo batallar.”242
De la valoración que estos trabajadores otorgaron a la fortaleza física como base de su masculinidad-
obrera emergieron discursos relativos a los hábitos que refuerzan la salud –sobriedad, alimentación
balanceada, moderación sexual- y que, según las creencias profesadas por la prensa obrera, les
permitirían enfrentar con mayores posibilidades las carencias materiales a las que estaban sometidos
día a día 243 . Como todas las corrientes ilustradas de aquellos tiempos, los obreros no estuvieron ajenos
a la ciencia positivista y sus conclusiones respecto a la cuestión de “la salud de los pueblos”, tomando
los preceptos dictados por la eugenesia. De tal manera, sanando su propio cuerpo, el de sus mujeres e
hijos, ganaban la primera batalla en la guerra que libraban por lograr una eugenesia social, que limpiara
el cuerpo de la sociedad, gangrenado por el germen de la injusticia, ocio y corrupción de quienes sin
trabajar obtenían los mayores beneficios. Por ello, la preocupación por difundir el cuidado “científico”
del cuerpo, al tener un propósito redentor personal y social, fue una constante dentro de los obreros
organizados, que a través de todos sus medios de expresión exaltaban estas enseñanzas244 .
Otro de los pilares de la masculinidad obrera, estuvo radicado en el ámbito de la asociatividad,
generado en las experiencias laborales y sociales de estos hombres. Para ellos, miembros de una clase
subalterna y sin la capacidad de ejercer una ciudadanía efectiva, los espacios que crearon para entrar
y participar en el mundo público resultaron claves, siendo ahí donde se originó su contradiscurso
o “discurso oculto” (Scott, 2000). Por otra parte, en el citado artículo de John Tosh (1994), el autor
afirma que este tipo de organizaciones resulta de primordial importancia para el sistema patriarcal, ya
que, como recién lo afirmamos, ellas permiten el acceso de los hombres al mundo público y refuerzan
la limitación de las mujeres y niños al ámbito doméstico. Además, es en estas asociaciones donde los
hombres encuentran los modelos o refuerzos de sus comportamientos y, en el caso de la clase obrera,
su principal espacio de creación y práctica cultural.
Era en este espacio donde los hombres debían desplegar todos los atributos desprendidos de su
valentía y heroísmo en la lucha por mejorar sus condiciones de vida y lograr el cambio social245. No
servía de nada ser el mejor trabajador si este se prestaba sin ningún reparo a todos los caprichos del
jefe o empleador; tampoco la fuerza física era valorada, si se era un “bruto”, un animal sin conciencia
de la lucha que debía realizar a diario para la superación de su malograda situación. El activismo social,

ción. El boxeo, deporte basado en la violencia, para ellos se resumía en: “Dos brutos que van a recibir grandes sumas de
dinero por pegase y hacerse daño. Decenas de miles de brutos pagarán y viajarán para ir contemplarles. El espectáculo es atroz
[…]” (EM, diciembre de 1923).
242
Teva, EO, primera quincena de junio de 1919.
243
“Obrero infatigable, obrero fuerte; eres el hombre sano que con tu esfuerzo y tu sudor ardiente le das vigor al movimiento
humano.” (ES, 13 de enero de 1917.)
244
En los periódicos ferroviarios y metalúrgicos fue de primera importancia difundir los “buenos hábitos” entre los
obreros y sus familias. Un sinnúmero de columnas y charlas organizadas con ese propósito dan cuenta de este hecho.
Algunos ejemplos en ES, 13 de enero de 1917 y EC, 3 de febrero de 1918.
245
Ya fuera una mayor inclusión social o la revolución, en todas las publicaciones revisadas existen demandas por un
cambio social.

219
Hombres del Metal

al igual que el trabajo, estuvo marcado por características heroicas asociadas a la dureza para soportar
los avatares de la lucha reivindicativa:
“Han transcurrido veinte días de lucha tenaz en la que esos compañeros han demostrado tener el
alma bien templada para hacer frente a todas las contingencias que estos conflictos acarrean y por
el entusiasmo, fe y decisión que continúan demostrando si el judío246 [dueño de la fundición] no cede
[…]”247

Innumerables son las referencias que en sus organismos hacen los periodistas populares sobre
la relación existente entre combatividad social y masculinidad, ya que fue en estas situaciones
donde pudieron desplegar con mayor fuerza las ideas de independencia y autodeterminación, valores
primordiales para su versión de hombría: “[…] ¡asociaos! a la Unión G. de O. Metalúrgicos, institución que
no tiene ningún mandarín, que no tiene ningún oso blanco entre sus dirigentes, que no conoce ningún caudillo
ya sea político o religioso [a]”248 . Aquí tocamos un asunto clave para la masculinidad(es) en general, ya
que la independencia y autodeterminación son una característica que en muchas culturas249 ha sido
asociada al mundo de los hombres, y en el caso de estos obreros, que en el mundo del trabajo y en la
sociedad ocupaban lugares subordinados, forjaron en sus distintos espacios de sociabilidad aquella
independencia que les hacía falta 250.
Si bien la mayoría de los escritos de la prensa proletaria hacían referencia al mundo laboral, las
características de masculinidad no solo debían exhibirse en el mundo del trabajo y de las luchas
sociales, que podríamos considerar como el ámbito “público” de los obreros, sino también en el
hogar, demostrándonos que en un sistema complejo de interpretaciones, como el construido por los
obreros que estudiamos, la delimitación clásica del espacio público y privado es sobrepasada por las
representaciones que construyen el mundo como un todo interrelacionado. Más aún, en las sociedades

246
La cuestión del racismo y la xenofobia dentro del movimiento obrero solo recientemente ha sido objeto de estudio
en las investigaciones históricas. El ideal romántico que guió –y todavía guía- muchos de los acercamientos que se han
hecho a esta grupo social impidio que en la visión heroica de la clase obrera que se intentaba construir cuestiones como
este fueran incluidas y analizados profundamente. Ahora bien, sobre el antisemitismo en la clase obrera Etienne Ba-
libar señala que: “[…] el antisemitismo se desarrolló como “anticapitalismo” de pacotilla, alrededor del tema del “dinero judío”
[…] el judío, por ser el excluido interior común a todas las naciones y también, por el odio teológico de que es objeto, testigo del
amor que se supone unirá a los “pueblos cristianos”, puede identificarse imaginariamente con el “cosmopolitismo del capital”.”
(Balibar y Wallerstein, 1991; 315 y 316). De tal manera, en este caso específico, al encarnarse el “judío” y el “explo-
tador” en una misma persona, el antisemitismo heredado a los obreros por la cultura cristiano-occidental se unió y
reforzó al odio que estos sentían contra todos los “explotadores”.
247
EM, primera quincena de junio de 1921.
248
Romero, M. EM, primera quincena de junio de 1921.
249
David Gilmore, en su estudio sobre la masculinidad de los hombres del Mediterráneo, señala que uno de los pilares
de la masculinidad mediterránea es la libertad: “Como punto de partida para la identidad masculina, la subyacente atracción
por la acción independiente resulta tan importante como la sexualidad y la habilidad económica” (Gilmore, 1997; 95). Por su
parte, Ondina Fachel (Fachel, 1997) afirma que para la cultura gaucha el suicidio es una de sus últimas demostraciones
de independencia.
250
Las luchas contra el creciente y excesivo control del trabajo, especialmente en las industrias metalúrgicas y maes-
tranzas ferroviarias, fue un punto constante en el discurso y acción de los obreros que estudiamos. Un ejemplo en:
EOM, sábado 1 de noviembre de 1924.

220
Rodrigo Jofre C.

modernas, donde el trabajo se realiza casi siempre fuera del ámbito doméstico y muchas veces no
genera ningún estimulo extra-económico, es común que el hogar sea visto como un refugio para el
hombre que busca reparar sus energías en las “tibiezas del hogar” después de la lucha diaria por la
subsistencia. De ahí que, además de preocuparse de cumplir una serie de exigencias económicas como
proveedor, el padre también debía encargarse de que su hogar fuera lo suficientemente amoroso y
tranquilo para brindarle el sosiego que necesitaba (Tosh, 1999).
La primera de las funciones domésticas que debía cumplir un metalúrgico o ferroviario cabal era la
de ser capaz de llevar el pan a la mesa, vestir los cuerpos y brindar techo a su familia. Esta función de
proveedor, precaria por lo austero de sus salarios, la carestía de la vida y los padecimientos que podría
provocar una eventual cesantía 251, era signo de hombría por el empeño y esfuerzo que se desplegaba al
cumplirla; en otras palabras, en los sacrificios y luchas que este vivía día a día estaba la demostración
de su virilidad 252: “El hombre […] al buscar una compañera lleva en sí la promesa de trabajar y producir para
los suyos. […] cada hombre debe ganar el sostén de los suyos, debe exigirlo […]”253 . Para lograr este objetivo,
además de esforzarse en su trabajo, el buen obrero debía rechazar la ingesta alcohólica, los juegos y la
disipación sexual: “[…] Cuantos padres de familia no hay que después de haber tenido una mediana posición
han quedado en la última miseria, él, sus hijos y su mujer, se encuentran cubiertos de harapos ¿Debido a qué?
A los vicios […]”254
Además de ser un buen proveedor, o intentar serlo, el buen ferroviario o metalúrgico también
debía ser un ejemplo moral, con su palabra y su acción, para todas las personas de su hogar. Así, no solo
debía proveer el alimento para el cuerpo, sino también el alimento para el espíritu, brindando el apoyo
y respaldo que necesitaba cada uno de los integrantes de su núcleo familiar. Al respecto, la dureza del
trabajo y de las luchas reivindicativas debía quedar fuera del hogar: este debía ser el centro del cariño
y respeto familiar:
“A ustedes, mis amigos, que tendrán la dicha de ser padres y aunque no hayan recibido las caricias de
un padre afectuoso, no seáis nunca verdugo de tus hijos. Dadles los consejos amigablemente que ellos
os responderán. Para la felicidad de los hombres, se impone la existencia de una mutua confianza entre
padres e hijos. Un hijo acariciado luchará sin tregua para alcanzar un máximum de bienestar para él y los
suyos. La tranquilidad del espíritu fortalece al hombre y lo conduce por el camino de la prosperidad”255 .

251
Para conocer la trayectoria salarial y ocupacional de los dos gremios estudiados, ver los capítulos de Sergio Garrido
y Mario Matus incluidos en este libro. Por otra parte, las condiciones de vida, desde otros indicadores, son abordadas
por Bernardo González en su trabajo inserto en esta publicación.
252
No depender de la caridad cristiano-oligárquica de las “damas” o de las asistentes sociales, que por aquellos años
comenzaban a ser los “brazos domésticos” del Estado en su cruzada eugenésica por intervenir el hogar obrero, era la
lucha por la hombría que debían dar los obreros en este aspecto: “[…] que la mayor felicidad que disfrutar puedan nuestras
madres y esposas no la traigan personas extrañas hasta la puerta de nuestro hogar como una obra de caridad.” (Romero, M,
EM, primera quincena de junio de 1921).
253
EOM, 4 de octubre de 1924.
254
Massari, E. EC, domingo 3 de febrero de 1918.
255
EFrr, abril de 1925.

221
Hombres del Metal

Como lo señala la nota, del cumplimiento de esta obligación dependía, en gran parte, el éxito del
proyecto de clase de estos obreros.
Ahora bien, las exigencias autoimpuestas por la prensa obrera en la generación del ideal masculino
pueden ser reconocidas como un cambio frente a modelos tradicionales de masculinidad o de
“derechos absolutos de género”, dentro de los cuales la masculinidad era conceptualizada como algo
intrínseco a todo hombre, no importando el cumplimiento de obligaciones económicas o afectivas
frente a una pareja o familia (Stern, 1999). Condicionar los derechos de género actuó como uno de los
principales mecanismos para auto-imponerse algunas obligaciones y, con ello, ser reconocidos como
verdaderamente hombres, capaces de luchar y mantener una familia y una clase, en la búsqueda de una
mayor valoración social para la masculinidad subalterna y, por ende, de una mayor capacidad de acción
para quienes la encarnaban 256 .
En síntesis, la masculinidad prototípica de estos hombres se presenta en una construcción
discursiva que queda manifiesta en la siguiente imagen formulada por los trabajadores del ferrocarril.
En ella encontramos a un obrero responsable, que además de ser un esposo tierno es un padre cariñoso
y enérgico, preocupado por el presente y futuro de su familia, que disfruta y asegura un hogar feliz:
“El maquinista, sonriendo, se despide cariñosamente de su hogar; abraza a su querida mujercita, la
abnegada compañera de sus días, besa al mas pequeño de sus nenes y amenaza con el índice al mayor,
recomendándole, paternalmente, más aplicación en sus estudios, en seguida consulta su reloj; el deber, el
deber ineludible lo reclama e insinúa en su conciencia que abandona las tibiezas de su hogar […]”257.

Como la experiencia lo comprueba, toda construcción socio-cultural se realiza promoviendo


algunos comportamientos, negando otros y reprobando algunos de ellos. Esto precisamente es lo que
evidenciamos en la prensa de los obreros del ferrocarril y del metal. En lo que respecta a los “anti-
modelos”, es decir a las figuras negativas de la masculinidad obrera, los “intelectuales orgánicos” -
principales promotores del obrerismo ilustrado y de sus concepciones morales- tuvieron inspiración
de sobra. Los continuos llamados a la responsabilidad, sobriedad, abandono de los vicios, “ilustrar”
las mentes, solidaridad gremial y valentía en la lucha diaria, dan cuenta de que las transgresiones al
modelo eran más bien comunes en la vida cotidiana. En su estudio sobre los obreros urbanos chilenos
de las primeras décadas del siglo XX, Peter De Shazo señala que el alcoholismo, el juego de apuestas y la
prostitución fueron las formas más comunes de esparcimiento entre los proletarios urbanos -solteros
y casados-, de tal manera que las prácticas más desdeñadas por la prensa obrera eran las más comunes
dentro de su clase (De Shazo, 2007; 127-133)258 .
Según lo manifestado por la prensa obrera y corroborado por la historiografía reciente (De Shazo,
2007; 74 y 75), existían dos días críticos para el cumplimiento de los obligaciones laborales y familiares
de los trabajadores: el día lunes, conocido popularmente como el “San Lunes”, santo al que se le rendía
256
En la obra de Steve Stern a la que se hace referencia, el autor examina un proceso de condicionamiento de género
-en las postrimerías del período colonial en México- similar al vivido por el grupo que estudiamos.
257
Montesinos H, E. Frr, febrero de 1924.
258
Según De Shazo, la cantina y el prostíbulo fueron los principales espacios de sociabilidad del mundo obrero, que
utilizó profusamente los “servicios” que en esos lugares se ofrecían (De Shazo, 2007; 129-130).

222
Rodrigo Jofre C.

culto sagradamente todas las semanas, especialmente en los días de resaca 259, y el sábado, día de paga.
Al parecer en este último día no era raro ver la falta de los obreros a su misión proveedora como padres
responsables, porque
“[…] en cuanto reciben el fruto de sus esfuerzos lo van a arrojar sobre el mostrador de una asquerosa
taberna a cambio de un vaso de alcohol, sin acordarse de que su compañera y sus tiernos hijos carecen
en aquellos momentos de un pedazo de pan con qué calmar su hambre o de una mala tira con qué cubrir
sus carnes […]”260 .

Otra actitud, al parecer bastante extendida en algunos, y que provocaba el desprecio rotundo de
los columnistas obreros, que la denunciaban como una completa falta de dignidad masculina, era
el servilismo, la adulación a los jefes, el “carnerismo” y el “krumirismo261”, comportamientos que
representaban la falta total de hombría proletaria de quien presentaba estos rasgos. Este tipo de
comportamientos parece haber sido bastante común; de ahí que reprimendas como la siguiente se
repitieran constantemente:
”Ten presente compañero que aquel que trabaja sujeto a la férula de un patrón por un jornal diario, que
sufre humillaciones sin protestar, es solo un ser indigno de llamarse hombre porque es incapaz de pensar
y comprender que nadie tiene derecho a explotarlo ni a pisotear su dignidad […]”262 .

En otra oportunidad, indignado por la desidia y falta de interés en la organización gremial de los
trabajadores de la maestranza “Fundición Americana” de Valparaíso, un columnista de “El Obrero
Metalúrgico” les llama la atención preguntándose: “[…] no sabemos porque se mantienen tan indiferentes a
nuestros llamados ¿o es que en esa fábrica no hay hombres y son todos unos… no queremos creerlo […]”263 . En
cuanto a los “krumiros”, para evitar su aparición ante una huelga en Valparaíso, los metalúrgicos de
esa ciudad hicieron el siguiente llamado:
“[…] Metalúrgicos de Valparaíso: cumplimos con el deber de avisarte, tienes tiempo de pensarlo, si no
quieres caer en el calificativo de TRAIDOR 264 , si no quieres que tus compañeros te desprecien, si no
quieres manchar tu nombre ni el de tu familia con el nombre de “krumiros”; si te sientes con algo de
dignidad, no traiciones a tus compañeros […]265”.

259
“Estos vicios, como la celebración del lunes chileno, debemos tratar de extirparlos nosotros mismos ejerciendo contra sus
cultores toda clase de acción.” (EM, segunda quincena de julio de 1921).
260
Napismo C, EM, segunda quincena de junio de 1921.
261
“Carnero” era el nombre que daban los obreros a quienes eran reacios a la organización y, que aunque no participan
en los esfuerzos que un conflicto laboral o huelguístico imponía a los trabajadores, eran los primeros en presentarse
a disfrutar de las mejoras obtenidas por estos. Con el concepto de “Krumiro” se tachaba a los esquiroles o rompehuel-
gas.
262
EM, segunda quincena de octubre de 1921.
263
EOM, 6 de septiembre de 1924.
264
El énfasis es del documento original.
265
EOM, 28 de diciembre de 1924.

223
Hombres del Metal

Estos anti-modelos no solamente fueron encontrados en las prácticas de los mismos obreros que
transgredían los valores básicos de su masculinidad. Fundamental para la construcción de estos tabúes
fue la relación que estableció discursivamente la prensa obrera entre su masculinidad y la oligárquica
o peonal. En contraposición a estas -buscando ganarle espacios de respetabilidad y poder a la primera
y separándose o negando la segunda, todavía muy presente en la práctica cotidiana-, se constituyeron
la mayoría de las actitudes reprobables para un varón obrero.
Si bien los obreros ilustrados compartieron algunos valores con la masculinidad oligárquica en
su propia versión de hombría, como fueron la valoración de la educación y la racionalidad, el tipo de
familia y las responsabilidades inherentes a ella, también fueron capaces de mirar peyorativamente
algunos aspectos de esta masculinidad, especialmente los que tenían que ver con la forma de ganarse
la vida de la oligarquía, catalogada muchas veces de “ociosa” o “chupasangre”. La prensa obrera siempre
argumentó que quienes realmente trabajaban y pagaban todos los vestidos, joyas, licores y cigarrillos
finos de la oligarquía era la clase obrera; por lo mismo, para ellos era intolerable la vida de lujo por el
lado de los patrones y la miseria por el lado de los productores. De aquí que según el ideal masculino
obrero quien no trabaja con sus manos e inteligencia no es digno de llamarse hombre. Estos verdaderos
apóstoles –ascetas y estoicos a la vez- identificaban la excesiva opulencia con la feminización. Es por ello
que los continuos viajes a París y el refinamiento excesivo de los modales oligárquicos eran concebidos
como actitudes que rayaban en la “degeneración”: “[…] nuestros explotadores viven en mansiones señoriales,
con sus despensas repletas de escogidos manjares y generosos licores, dando rienda suelta al derroche y a la más
desenfrenada vida de libertinaje, a costa de la más avara explotación […]”266 .
También fue criticado con mucha fuerza el abuso por parte de los hombres de la oligarquía hacia las
mujeres populares; representado tanto en el maltrato267 como en el engatusamiento lleno de promesas
falsas que los patrones o “patroncitos” hacían a las mujeres proletarias para obtener provechos sexuales.
Constituyendo estos atropellos la mayor expresión de cobardía, signo de la “retorcida” masculinidad
oligárquica.
Por su parte, la masculinidad peonal aún se expresaba fuertemente en algunos comportamientos
de la gran mayoría de los trabajadores de estos gremios, especialmente a través de mecanismos como
“el hogar abierto”, la vida de prostíbulo, el juego, el alcoholismo, la violencia y la poca previsión para
el futuro268 . Estas permanencias, negativas para las concepciones obreras, hicieron que ferroviarios y
metalúrgicos, al construir a través de la prensa su modelo de masculinidad, desecharan por completo
ese modo de vida, viendo esto como indispensable para lograr la respetabilidad de clase y así obtener
la fuerza –material y moral- necesaria para hacer de la cultura proletaria una alternativa viable a los
modelos oligárquicos.

266
EOM, 15 de agosto de 1924.
267
A las mujeres empleadas en las industrias “[…] se les trata como bestias de carga teniendo que soportar el despotismo
patronal y las insolencias de los jefezuelos que ni siquiera se les tiene la consideración y respeto que por razón de su sexo tienen
derecho.” (Araya M, E.C, 3 de febrero de 1918).
268
Para el estudio de la masculinidad en el peonaje salitrero ver Osorio (2004).

224
Rodrigo Jofre C.

Una buena mujer y una buena “compañera”


El ideal femenino que los obreros construyeron sobre las mujeres proletarias, al contrario que
el masculino, es tratado de una forma mucho más marginal en sus escritos, debiendo encontrarlo
en espacios más limitados o menos evidentes que los referidos al ideal de hombría. La causa de ello,
sin duda, se relaciona con que el mundo –material y representacional- de estos trabajadores fue
eminentemente un mundo de hombres269. Más aún, las organizaciones y las formas de sociabilidad
laboral a las que se dirigían los periódicos y revistas aquí analizados, fueron apeladas de forma exclusiva
en su componente masculino. De tal modo, los escritos dirigidos explícitamente a las mujeres fueron
escasos, con lo que se negaba la existencia de las pocas mujeres que de una forma u otra compartián
el mundo del trabajo con ellos. Más bien, lo que la prensa obrera trató de hacer fue darles un modelo o
un ideal a los hombres que accedían a sus periódicos, para que trataran de emularlo dentro de su vida
familiar, desplegando su labor pedagógica y de guía frente a las mujeres, enseñándoles día a día cómo
deberían actuar para poder ser la fuente de inspiración moral y bastión hogareño de la lucha social.
Por otra parte, podemos afirmar que este ideal o modelo femenino actuó como un fuerte promotor
en la naturalización de la construcción genérica que mostraba a la mujer como un ser incompleto,
dependiente del hombre, por lo que su femineidad dependía de la posibilidad que tuvieran sus hombres
de educarlas y protegerlas.
Aunque las referencias explícitas en la prensa obrera hacia lo masculino y lo femenino fueron muy
dispares, los discursos para difundir su modelo de femineidad no estuvieron ausentes, mostrándonos,
aunque solo a veces, la silueta y el contorno del modelo femenino propugnado.
Al igual que la visión femenina hegemónica en la sociedad de aquellos años, la de la “mujer buena”
(Veneros, 1997)270, la prensa obrera tomó como base la condición complementaria y subordinada que
las mujeres debían tener frente a los hombres, debido, supuestamente, a sus “características propias”.
Dentro del naturalismo del pensamiento ilustrado, las mujeres siempre fueron concebidas como un
“apéndice” natural del hombre, que existe solo en referencia a ellos y al lugar que ocupaban dentro de
la familia proletaria. Al respecto se exaltaba su misión de madres, esposas, hijas, hermanas o novias
de obreros y sus roles de compañeras obedientes, delicadas, dulces, fieles, capaces de dar consejo y
ayuda en los momentos difíciles del hombre, siendo ellas la fuente de la moralidad hogareña al no estar
“contaminadas” con el mundo exterior (Tosh, 1999).
En la construcción del ideal de mujer proletaria, los periodistas obreros compartieron parte del
modelo femenino con la oligarquía. En los artículos de la prensa metalúrgica y ferroviaria encontramos
varias imágenes que refuerzan esta idea. Muchos de los escritos que hablan de la opresión y las malas
condiciones de vida a las que era sometido el Trabajo por el Capital, o a la miseria y abyección que
provocan los vicios, hacen referencia a figuras femeninas padecientes; por ejemplo, al denunciar la
muerte del proveedor de un hogar, debido a las riesgosas condiciones de trabajo, lo más probable que

269
Los datos sobre la composición de edad y género en el gremio metalúrgico se encuentran en la nota N° 17.
270
Una visión más compleja y detallada de la construcción social realizada para el género femenino a principios del
siglo XX en Chile es expuesta por Veneros (1997).

225
Hombres del Metal

sucediera, según los trabajadores, era que quedara una “[…] esposa atribulada y un poco loca, empapados
los ojos en llanto, en amargo coro con sus pequeños hijos que nos revela que una gran desgracia ha herido un
hogar risueño y feliz […]”271. Por otra parte, según la prensa proletaria, también era común observar
cómo el obrero borracho infl igía daño a su mujer: “[…] al llegar a su casa convertido en lo que he dicho [un
bruto], con sus manos y bolsillos escuálidos solo tendrá para su desgraciada esposa golpes y palabrotas en medio
del horror y la desesperación de sus hijos […]”272. En estas citas la pasividad se vislumbra como una de las
características principales de la feminidad. El llanto y el padecimiento como única reacción posible
ante las dificultades de la vida nos podrían hacer pensar que la independencia, capacidad y fuerza para
la reacción ante una vida dura eran características exclusivas de la representación masculina. Sabemos
que así era en el modelo clásico de la “mujer buena”.
Pero, al contrario que en el mundo oligárquico, la femineidad proletaria debió robustecerse a fuerza
de experiencia y necesidad y estos “intelectuales orgánicos” lograron constituir un ideal femenino que
estuviera de acuerdo con su pauperizada realidad, rebasando los estrechos márgenes de actuación que
se esperaba para una mujer dentro del modelo hegemónico, logrando, en su discursividad, un lugar
más activo para ellas. En ellas la prensa obrera encontró su mejor aliado para enrielar y enderezar las
conductas nocivas a su proyecto, que según los obreros ilustrados eran la causa de la crisis en la cual
subsistía el mundo popular. Ya vimos cómo su figura sufriente fue considerada uno de los principales
alicientes para la concientización y “regeneración del pueblo”, pero además de esta ayuda pasiva, la
prensa obrera instó a las mujeres a desarrollar una serie de comportamientos caracterizados como
propiamente femeninos que, expresados en los roles domésticos, apoyaran activamente el camino
hacia la consecución del ideal del obrero-hombre.
De esta mujer, ya no solo esposa sino compañera, se esperaba que fuera capaz de, a través del apoyo,
consejo o exigencia, vigilar que su hombre cumpliera con las expectativas del ideal masculino. Por
ejemplo, si el trabajador no ponía todo su esfuerzo en la lucha por satisfacer las necesidades de su
familia, la mujer debía seguir el siguiente consejo:
“[…] grita en tu propio hogar contra tu inactivo i cobarde marido, dile que no te robe el alimento de
tus hijos i el tuyo, por ir al burdel o a la ruleta; exígele que te de el dinero necesario para vivir como ser
humano, o en su defecto que renuncie a ser esposo, que renuncie a ser padre; si te dice que no gana más,
dile [: ] cobarde, exige lo que vale tu trabajo, lo que producen tus brazos[ ] […]”273 .

Fue así como el rol complementario y de garante de la mujer dentro del mundo obrero, no se
limitó solamente a vigilar el cumplimiento masculino en el mundo privado, sino que ella también
debía velar por su hombre como obrero organizado, para el logro de un mejor nivel de vida para su
familia en el corto plazo, y de una sociedad mejor en el largo. Ellas debían exigir de los hombres su
masculinidad pública, o sea, rectitud y responsabilidad en el mundo del trabajo y valentía, compromiso
y compañerismo en el mundo de la asociatividad obrera y en las luchas contra la explotación. Como
madres debían estar firmemente preocupadas en que la educación de sus hijos fuera recta y decente,
271
ES, 13 de enero de 1917.
272
Bravo J, EF, 27 de enero de 1917.
273
Rivas A, EOM, 4 de octubre de 1924.

226
Rodrigo Jofre C.

criando desde la más tierna infancia a verdaderos obreros capaces de cumplir con todos los requisitos
que el modelo exigía. Como esposas, debían estar en una permanente fiscalización del cumplimiento
de las responsabilidades que todo obrero tenía con su familia y, como novia, debía tener un “buen
ojo” para optar por un verdadero hombre como marido y no por uno que solo lo pareciera. En otras
palabras, para
“[…] Ser madre de un despreciable traidor, más valía ser estéril. Tener por esposo a un Krumiro que
engendrara hijos iguales, sería más aceptable ser ramera. Aceptar por novio y por esposo después, a un
farsante, fetiche, a un maniquí hipócrita que te hará eternamente desgraciada, preferible sería esperar
aunque en la espera tropezara con la tumba.” 274

Ahora bien, el papel que la prensa proletaria asignó a las mujeres de ferroviarios y metalúrgicos
no solamente se relacionaba con instar, fiscalizar y ser pilar de la masculinidad de sus compañeros;
también se debía manifestar en otros ámbitos. Uno de esos espacios fue el de las batallas económicas
domésticas, específicamente la de la lucha que debían realizar estas mujeres frente a la crisis permanente
en la que se desenvolvía el hogar obrero275. Es por esto que, debido a los escasos salarios o la carestía
de la vida, estas mujeres se enfrentaron directamente con los malos tratos de los encargados de vender
o prestar los servicios más básicos: el tendero y el arrendador. Ante ellos, evitando los continuos
abusos y expoliaciones, era la mujer quien debía levantarse con fuerza, organizarse y derrotar al brazo
doméstico de la opresión:
“[…] sé valiente, levántate vigorosa, grita protesta en la calle contra el poderoso que se crea con derecho a
que le sedas el paso. En el comercio contra el mercader que te roba en el peso y la medida276” “[…] mujeres:
vuestro deber es uniros allá en el conventillo, en el barrio, en el cerro, en la ciudad, en todas partes y
formar entre todas un solo bloque fuerte, firme, irrompible […] terminando con despacheros ladrones y
arrendadores judíos277 […]”278

Cuando las batallas domésticas por mejorar el rendimiento de los salarios no daban resultado
o cuando el hombre sencillamente abandonaba su deber de atender las necesidades de su prole, las
mujeres debieron salir a trabajar279, repercutiendo esta situación en los discursos y representaciones
274
Rivas A, EOM, 19 de noviembre de 1924.
275
Desde los discursos provenientes del Estado y la oligarquía, era común la idea de que gran parte de las penurias
sufridas por las clases populares provenían de la mala administración de los recursos. Es por esto que en experiencias
de proletarización como la sufrida por un importante número de personas en la mina de El Teniente la Braden Copper,
empresa que explotaba el mineral, dictó cursos de “economía doméstica” a las mujeres de los obreros de aquel mineral.
Véase en detalle en Klubock (1995).
276
Rivas A, EOM, 4 de octubre de 1924.
277
Las referencias antisemitas en los discursos de la clase obrera son tratadas en la nota N° 27 de este artículo.
278
Rivas A, EOM, 6 de diciembre de 1924.
279
En este punto es necesario hacer un par de aclaraciones. En primer lugar, gracias a los aportes que ha hecho la
historiografía en los últimos 20 años, no es posible afirmar que la mujer no haya desempeñado labores remuneradas
durante toda la historia de nuestro país; incluso en varias industrias, como la textil y la del tabaco, durante el período
estudiado por nosotros, la mano de obra femenina superó el 60% del total empleado (Hutchison, 2006; 68). Fue
en las representaciones construidas por estos obreros, en las que el lugar natural de la mujer era la casa, donde esta
situación se mostró como novedosa.

227
Hombres del Metal

que sobre lo femenino construyó la prensa obrera. Por cuestionar una de las funciones masculinas
más básicas del obrero -la de proveedor-, el trabajo femenino fue considerado una fatal consecuencia
del abuso patronal y germen de la crisis familiar obrera, ya que alejaba a las mujeres del espacio
propiamente femenino -el hogar-, y arrebataba al hombre proletario la exclusividad en la mantención
del hogar”.280. Al mismo tiempo, gran parte de la prensa obrera denunciaba que la abundancia de
brazos disponibles ocasionada por el trabajo femenino e infantil solo ayudaba a los fines patronales de
descenso en los salarios: “[…] el que obliga a trabajar a su esposa ayuda a enriquecer a su patrón.”281
Pero también existió una minoría que no vio en el trabajo femenino la imposibilidad de que las
mujeres atendieran sus deberes, ya que como la experiencia lo confirmó, muchas de ellas lograron
compatibilizar la actividad laboral fuera del hogar con los quehaceres domésticos, cumpliendo con
la “doble jornada”. Para ellos, el rol protector del obrero en su familia se debía extender hacía los
centros laborales femeninos, guiando y cooperando en la organización y lucha de las mujeres contra
sus patrones y contra aquellos hombres que las explotaban domésticamente. En este plan, parte de
la prensa obrera llamaba a todos los obreros a apoyar a sus compañeras diciéndoles “[…] eduquemos a
la mujer llevándola a las conferencias, enseñándole a la organización sindicalista femenina, una vez la mujer
debidamente organizada obtendrá independencia económica […].”282 Esta vertiente de opinión en la prensa
obrera mostró algunas posiciones que podríamos calificar como “proto-feministas”, pero dejando
siempre en claro que era el hombre quien debía “educar y enseñar” a su contraparte femenina.
De tal manera que, en la construcción que la prensa ferroviaria y metalúrgica realizó sobre el ideal
femenino, creemos encontrar las huellas de un paso que, a fuerza de realidad y necesidad 283 , se debió
dar para hacer mutar lo que tradicionalmente se esperaba de las mujeres, incluyendo actividades que
muestran una mayor autonomía y proactividad. El cambio que hemos identificado en las concepciones
de estos obreros, según algunos análisis sobre el tema, se presenta como necesario e incluso deseable
por la estructura social patriarcal más reciente o “patriarcado evolucionado”, que se basa en la premisa
de que “la mujer es el complemento del hombre” […] y […] “Varón más Mujer igual a Varón completo” […].
En esta versión del sistema patriarcal, […] “las actividades asignadas a la mujer o esperadas de ella son
vistas como indispensables y a veces agradecidas y valoradas […]” (Marqués, 1997. p. 28). Por lo tanto, en
En segundo lugar, debemos señalar que el trabajo doméstico remunerado, donde la mujer realizaba tareas dentro
del hogar para complementar el ingreso masculino, aquí no es analizado, debido a que esto fue una situación más o
menos común en todos los hogares populares, no siendo conflictivo para la masculinidad obrera al ocupar un lugar
fundamental para la supervivencia familiar.
280
Se trastocaba la sociedad natural de la pareja proletaria en la que “[…] el hombre formó una sociedad con la mujer,
mejor dicho ambos la formaron para trabajar mutuamente uno en la fábrica o taller, ella en el hogar […]” (Rivas A, EOM, 6
de diciembre de 1924).
281
Rivas A., EOM, 4 de octubre de 1924. Una visión clásica del trabajo femenino e infantil visto como un “ejército de
reserva” y causa de descenso de los salarios se encuentra en el tomo I de El Capital de Karl Marx (Marx, 1972; 413-
421).
282
Araya M, EC, 3 de febrero de 1918.
283
Las constantes luchas de las mujeres por enfrentar en igualdad de condiciones los desafíos que propone la vida ac-
tual, sumadas a las coyunturas históricas, como las guerras mundiales que hicieron necesaria su inclusión a gran escala
en el mundo fabril, fueron dos impulsos que a nivel mundial apoyaron este cambio. En el caso chileno, específicamente
el de las familias obreras, la necesidad fue la impulsora de esta reconceptualización.

228
Rodrigo Jofre C.

el ámbito de la estructura patriarcal de la sociedad, sin atentar en lo más mínimo contra sus bases,
el mundo obrero ilustrado logró hacer un cambio para acomodar la dominación social masculina a su
realidad subalterna.
En cuanto a las transgresiones al modelo femenino y las responsabilidades o culpas que a la
mujer proletaria se le podrían asignar, el silencio reina y el olvido es casi completo. Variados estudios
han reconstruido las distintas prácticas de las mujeres populares que, haciendo manifiesta su
independencia, mostraban conductas reñidas con la moral que trataron de imponer estos obreros. Por
ejemplo, al buscar el control de la propia sexualidad, recursos y tiempo, muchas mujeres intentaron
obtener beneficios de sus múltiples compañeros sexuales o decididamente dedicarse a la prostitución
(Klubock, 1995). En cuanto al alcoholismo, De Shazo da cuenta de que esta práctica no era un problema
exclusivo de los hombres, sino que era compartida por muchas mujeres, constituyendo en 1908 el 10%
de los detenidos por ebriedad en Santiago (De Shazo, 2007; 132). La prensa ferroviaria y metalúrgica,
negando esta realidad, solo en una ocasión hace referencia a un adulterio femenino, en un poema
probablemente escrito para lograr la racionalización de los sentimientos con el objetivo de evitar
crímenes pasionales, que, sin embargo, habría sido provocado por la seducción de un hombre, donde
este hacía víctima a una cándida mujer de sus engaños: “De un hogar rico y dichoso disfrutábamos por
igual un marido cariñoso un amante venturoso y una mujer desleal. Ella de instinto liviano, modelo de candor,
el amante era un villano de esos que nos dan la mano y nos quitan el honor”.284
Es por ello que en situaciones como la venta de alcohol o prostitución las mujeres son totalmente
omitidas, hablándose siempre del “cantinero” –hombre- y del “burdel o prostíbulo” de manera general,
olvidando que quienes allí “atendían” eran mujeres de su misma clase, que eventualmente podrían
haber sido sus madres, esposas o hijas. Creemos que esto se explica por el recurso de la prensa de
ambos gremios de idealizar la imagen femenina, irguiéndola siempre como víctima inocente de la
pobreza y la desidia masculina. A ellas se las trató de mantener, por lo menos en el plano discursivo-
ideal, como fuentes de inspiración moral, esencialmente virtuosas a pesar de sus “debilidades
naturales”. Una muestra o exaltación de los comportamientos femeninos “viciosos” debilitaba uno
de los pilares más importantes en que los periodistas obreros irguieron la base del fortalecimiento
gremial y de clase. En lo discursivo, la mujer proletaria era una verdadera fuente de virtudes, que
solo podía ser corrompida por la injusticia y la explotación social, no pudiendo manifestar por propia
voluntad ningún comportamiento catalogable como “deshonroso”.

284
JD, EM, diciembre de 1923.

229
Hombres del Metal

Hombría y femineidad dentro de la familia obrera

“De aquellos hogares en que penetre el espíritu de amor y del deber, en donde la cabeza y el corazón
dirigen con sabiduría, en donde la vida diaria es honesta y virtuosa, donde el mando es dulce, bueno
y amante de esos hogares podremos ver salir seres sanos, felices y capaces de seguir las huellas de sus
padres, de andar, a su vez, por una idea recta y sabia, y de esparcir el bienestar en torno suyo”.285

Como vemos a través de la cita y de todo lo expuesto anteriormente, la familia en su versión


patriarcal-nuclear (el hogar), “donde el mando [masculino] es dulce, bueno y amante”, tiene un puesto central
en todas las representaciones construidas por la prensa obrera. La mayoría de las construcciones sobre
masculinidad y femineidad en el mundo de ferroviarios y metalúrgicos tuvo alguna relación con la
familia. Esta, dentro del naturalismo racionalista de los “intelectuales orgánicos” de la prensa obrera,
fue conceptualizada como algo natural y normal, permanente y transversal a todas las sociedades
humanas a través del tiempo; en otras palabras, fue vista como un valor universal.
Pero, como hemos visto, el constructo cultural que la prensa proletaria realizó sobre la familia
patriarcal-nuclear, donde todas las funciones eran cumplidas en forma cabal, no obedeció a las
vivencias del mundo popular, que señalaban a este tipo de institución como algo excepcional. Más
bien, ellos interpretaron la “irregular” situación familiar286 de gran parte de las clases subalternas
del país, como una crisis provocada por la injusticia social reinante, y en su caso, por la alienación
que las duras condiciones de vida les provocaba. Esto marcó una diferencia radical entre el discurso
de este grupo de obreros y las vivencias cotidianas que la mayoría de ellos experimentaba, debido
a que la fracción ilustrada de ferroviarios y metalúrgicos, en el plano discursivo, no luchó contra el
sometimiento y arraigamiento que las responsabilidades familiares traían consigo y de las cuales el
peón y muchos obreros huían permanentemente, sino que vieron en estas obligaciones algo normal y
propio de todo hombre que se preciara de tal, además de ser esta el ente cohesionador por excelencia
y una institución básica para el “progreso moral” de la clase obrera y la regeneración social del pueblo
en su conjunto. Por algunos estudios realizados sobre las experiencias de proletarización en el salitre
(Illanes, 1990) o en la minería del cobre (Klubock, 1995), basados en otras fuentes como son los
archivos judiciales -que pueden revelar cómo se condice el plano discursivo con el plano fáctico-,
sabemos que las representaciones “regeneradoras del pueblo” que el proletariado ilustrado construyó
fueron constantemente transgredidas, haciendo de la violencia doméstica, mal que la prensa obrera
buscó erradicar, un problema creciente durante todo el período que estudiamos.
Por otra parte, esta diferencia existente entre el plano discursivo y fáctico creó un confl icto para
los obreros a quienes se dirigía esta prensa, debido a que, en palabras de Alejandra Brito, el discurso
“[…] deslegitimaba su práctica sociocultural, tensionando el “deber ser” y el “ser” de los sujetos populares”
(Brito, 2005; 153).
Compartimos también la idea de esta autora en referencia a la visión que se constituyó desde el
mundo obrero sobre el ideal familiar patriarcal, en cuanto a que en su campaña por ganar una mayor
285
EC, 3 de febrero de 1918.
286
En general, familias con una mujer sola como jefa de hogar.

230
Rodrigo Jofre C.

respetabilidad en la sociedad y así poder levantarse como un modelo capaz de disputar espacios a la
oligarquía, ser (o parecer) padres responsables y jefes de familia
“[…] les entregaba el control total de la sociedad popular y los reconocía como los únicos portavoces
válidos de un mundo popular que se organizaba en base a una estructura familiar, que fortalecía el
desarrollo de la propia masculinidad obrera y que se convierte en un arma discursiva importante en la
búsqueda de integración social para los varones populares.” (Brito, 2005; 158).

En este punto necesitamos volver a la “teoría de la hegemonía” descrita un poco antes y al uso que
E.P. Thompson hace de ella en su imagen de “campo de fuerza”, según este autor, el sitial social que
entregaba la posición de “jefe de familia”. A los obreros resultó afín a sus planteamientos y demandas,
ya que los situaba al mismo nivel que los “hombres responsables” de la oligarquía y los liberaba del
lugar abyecto al que la élite los había destinado”. En esto coincidimos con Tomás Moulián e Isabel
Torres, quienes nos permiten aclarar un poco este hecho cuando afi rman que en el permanente juego
de poder que determina la hegemonía y la subordinación de los distintos grupos sociales, existen una
serie de ideas y valores que por su doble significancia pueden ser vistos “[…] como una [misma] llave, pero que
abre puertas distintas.” (Moulián y Torres, 1987; 8). De tal manera, aunque compartiendo muchos de los
valores hegemónicos y no poniendo en cuestión la dominación patriarcal, este grupo de obreros logró
dar una nueva connotación a las representaciones de género, posibilitando que lo que para algunos
significó sujeción para otros fuera dignidad o lo que para unos fue sometimiento para otros unidad y
fuerza para comenzar la lucha por una sociedad mejor y más incluyente.

Ideas finales
En el proceso de concientización y constitución de la clase obrera chilena que se desarrolló entre
1880 y 1930 aproximadamente, existió un grupo que le entregó un sello distintivo a esta capa de
la sociedad, creando representaciones culturales específicas para el deber ser de los trabajadores
industriales, en este caso ferroviarios y metalúrgicos. Este grupo, constituido generalmente por
los periodistas y dirigentes obreros, junto a sus seguidores más entusiastas, hizo uso del medio de
comunicación masivo más accesible para ellos y representante por excelencia de la modernidad: la
prensa. Allí intentaron propagar su visión de la realidad e instalarla como la predominante dentro de
las clases populares de nuestro país.
Esta visión de la realidad estuvo enfocada a lograr la unidad del pueblo como clase, fortificar a estos
grupos dotándolos de algunas instituciones básicas en su proyecto –como la familia y la asociación
obrera 287 -, para así entrar con fuerza en la lucha por la hegemonía social que en aquellos momentos
ostentaba sin disputa la oligarquía. Para ello era imprescindible lograr el abandono de muchas
costumbres populares que eran contrarias al proyecto obrero ilustrado. En las representaciones que
ferroviarios y metalúrgicos construyeron sobre el género y la familia, estos grupos encontraron un
espacio privilegiado para dar a conocer su proyecto de cambio en las prácticas populares, ya que
287
Con este amplio concepto queremos referirnos a todo el espectro de instituciones obreras que existieron en el
período, desde las asociaciones de defensa del trabajo –el sindicato- hasta las recreativas y deportivas –filarmónicas y
clubes de futbol-, entre otras.

231
Hombres del Metal

apelando a la “naturalidad” de estos conceptos existió la posibilidad de promover comportamientos


deseados y etiquetados como normales o beneficiosos y, a la vez, desechar las prácticas atentatorias a
su proyecto, tachadas como anti-natura.
Por último, es necesario recalcar la idea de cómo estos “intelectuales orgánicos” lograron hacer
del género y de sus representaciones armas efectivas para la lucha que libraron por la formación y
fortalecimiento de la clase obrera, revelándonos la existencia de relaciones escasamente investigadas
hasta la actualidad. Creemos que el estudio de estas relaciones socioculturales se hace necesario para
desentrañar un campo casi inexplorado dentro de la historia social y cultural de Chile.

Referencias bibliográficas

Fuentes primarias
El Silbato. Órgano oficial de los empleados y obreros. Imprenta “Claret”. Santiago de Chile. (13 de enero
de 1917).
El Ferrocarril. Imprenta “Claret”. Santiago de Chile. (27 de enero de 1917).
Primer Boletín que la Sociedad Mutual de Empleados a Contrata de los Ferrocarriles del Estado…. Santiago
de Chile. (junio de 1922).
Ideales. Órgano quincenal Ferroviario de propiedad del Centro Telegrafistas Primera Zona. Valparaíso.
(febrero de 1923).
El Ferroviario. Revista Mensual Ilustrada, Órgano Oficial de la Asociación Ferroviaria de la 2º Zona
(enero de 1924- mayo de 1925).
El Calderero. Órgano de la Unión de Caldereros. Imprenta “El Socialista”. Valparaíso. (3 de febrero de
1918).
El Obrero Metalúrgico. Órgano de los metalúrgicos de Valparaíso, Santiago y Concepción. Editado por
la “Unión de Caldereros”. Imprenta Garibaldi. Valparaíso. (15 de mayo, 15 de junio y 15 de
diciembre de 1919).
El Metalúrgico. Órgano de la “Unión General de Obreros Metalúrgicos”. Imprenta Nataniel. Santiago de
Chile. (15 de junio de 1921 hasta diciembre de 1923. Faltan Nº s 12-17).
El Obrero Metalúrgico. Órgano de la Unión de Obreros Metalúrgicos. Imprenta “Más Allá”. Valparaíso.
(agosto de 1924- octubre de 1925).

232
Rodrigo Jofre C.

Fuentes secundarias

Libros
Anderson, B. (1993). Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo.
Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.
Brito, A. (2005). De mujer independiente a madre. De peón a padre proveedor. La construcción de las
identidades de género en la sociedad popular chilena. 1880-1930. Concepción, Chile: Escaparate
Ediciones.
Carmagnani, M. (1998). Desarrollo industrial y subdesarrollo económico. El caso chileno (1860-1920).
Santiago de Chile: DIBAM. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.
Engels, F. (1970). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Moscú: Editorial Progreso.
Garcés, M y P. Milos (1988). Las centrales unitarias en la historia del sindicalismo chileno. Santiago de
Chile: ECO.
Geertz, C. (1989). La interpretación de las culturas. Barcelona: Editorial Gedisa.
González, S. (2002). Hombres y mujeres de la Pampa. Santiago de Chile: LOM Ediciones
Gramsci, A. (2000). Cuadernos de la cárcel, Tomo 6. México D. F: Coedición: Ediciones ERA-
BENEMERITA.
Grez, S. (1998). De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica del
movimiento popular en Chile (1810-1890). Santiago de Chile: DIBAM. Centro de Investigaciones
Diego Barros Arana.
Hutchison, E. (2006). Labores propias de su sexo. Genero, políticas y trabajo en Chile urbano 1900-1930.
LOM Ediciones. Santiago de Chile: Ediciones de la DIBAM – RIL Ediciones.
Illanes, M. (2002). La batalla de la memoria, Ensayos históricos de nuestro siglo, Chile 1900-2000. Santiago
de Chile: Planeta/Ariel.
Marx, K. (1972). El Capital. II tomos. EDAF. Madrid, España.
Ortega, L. (2005). Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión 1850-1880. Santiago de Chile:
DIBAM. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.
Pinto, J. (1998). Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera: el ciclo del salitre y la reconfiguración de las
identidades populares (1850-1900). Santiago de Chile: Editorial USACH.
Pinto, J y L. Ortega (1990). Expansión minera y desarrollo industrial: un caso de crecimiento asociado (Chile
1850-1914). Santiago de Chile: Editorial USACH.
Salazar, G. (2000). Labradores, peones y proletarios. Santiago de Chile: LOM Ediciones.

233
Hombres del Metal

Salazar, G. y J. Pinto (2002). Historia contemporánea de Chile IV. Hombría y feminidad. Santiago de Chile:
LOM Ediciones.
Scott, J. (2000). Los Dominados y el arte de la Resistencia. México: Ediciones Era.
De Shazo, P. (2007). Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile: 1902-1927. Santiago de Chile: DIBAM.
Centro de Investigaciones Barros Arana, Santiago.
Stern, S. (1999). La Historia secreta del género, Mujeres, hombres y poder en México en las postrimerías del
período colonial. México: FCE.
Thompson, E.P. (1989). La formación de la clase obrera en Inglaterra. Barcelona: Crítica.
Thompson, E.P. (1984). Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad
preindustrial. Barcelona, España: Editorial Crítica.
Veneros, D. (1997). Perfiles revelados. Historias de mujeres en Chile. Siglos XVIII-XX. Santiago de Chile:
Editorial Universidad de Santiago.

Revistas y artículos

Impresos
Connel, R. (1997). La organización social de la masculinidad. En Valdés T. y J. Olavarría. Masculinidad/es
Poder y crisis. (31- 47). Santiago de Chile: Isis/FLACSO.
Devés, E. (1991). La cultura obrera ilustrada chilena y algunas ideas en torno al sentido de nuestro quehacer
historiográfico. Revista Mapocho N° 30 (127-136). Santiago de Chile: DIBAM.
Fachel, O. (1997). Suicidio y honor en la cultura gaucha. En Valdés T. y J. Olavarría. Masculinidad/es
Poder y crisis. (p. 113-124). Santiago de Chile: Isis/FLACSO.
Gilmore, D. (1997). Cuenca mediterránea: la excelencia en la actuación. En Valdés T. y J. Olavarría.
Masculinidad/es Poder y crisis. (p 82-101). Santiago de Chile: Isis/FLACSO.
Kaufman, M. (1997). Las experiencias contradictorias de poder entre los hombres. En Valdés T. y J.
Olavarría. Masculinidad/es Poder y crisis. (p. 63-81). Santiago de Chile: Isis/FLACSO.
Marqués, J. (1992). Varón y Patriarcado. En Valdés T. y J. Olavarría. (1997). Masculinidad/es, Poder y
crisis. (17-30). Santiago de Chile: Coedición: Isis/FLACSO.
Moulián, T e I. Torres (1987). Concepción de la política e ideal moral en la prensa obrera: 1919-1922.
Documento de trabajo. Santiago de Chile: FLACSO.
Ortega, L. (1992). La frontera carbonífera, 1840-1900. En Revista Mapocho N° 31. (131-148). Santiago
de Chile: DIBAM.
Osorio, C. (2004). Ser Hombre en la Pampa. Aproximación hacia los rasgos de masculinidad del peón chileno
en las tierras del salitre. 1860-1880. En Colectivo Oficios varios. Arriba quemando el sol. Estudios de

234
Rodrigo Jofre C.

Historia Social chilena. Experiencias populares de trabajo, revuelta y autonomía (1830-1940). (91-
110) Santiago de Chile: LOM Ediciones.
Palma, J.G. (1984). Chile 1914-1935: De economía exportadora a sustitutiva de importaciones. Colección de
estudios CIEPLAN N° 12. (61-88) Santiago de Chile: CIEPLAN.
Romero, L. (1988). Rotos y gañanes: trabajadores no calificados en Santiago (1850-1895). En Cuadernos de
Historia N°8. (35-71). Santiago de Chile: Universidad de Chile.
Scott, J. (1986). El género: una categoría útil para el análisis histórico. En: Cangiano, M y L. Dubois (1993).
De mujer a género: Teoría, interpretación y práctica feminista en las ciencias sociales. Buenos
Aires, Argentina: Centro Editor de América Latina.
Torres, I. (1986). Los conventillos en Santiago (1900-1930). Cuadernos de Historia N° 6. (67-85). Santiago
de Chile: Universidad de Chile.

Digitales
Althusser, L. (1969). Los aparatos ideológicos del Estado/ Freud y Lacan. [Apunte] Extraído desde: www.
ucm.es/info/eurotheo/e_books/althusser/index.html.
Brito, A. (1995). Del rancho al conventillo. Transformaciones urbanas en la identidad popular femenina.
Santiago de Chile, 1850-1920. En L. Godoy, [et al.]. Disciplina y desacato. Construcción de
identidad en Chile, siglos XIX y XX. Santiago de Chile: Coedición SUR/CEDEM; 1ª edición.
Extraído desde: http://www.sitiosur.cl/r.php?id=77.
Godoy, L. (1995). Armas ansiosas de triunfo: dedal, agujas, tijeras. La educación profesional femenina en
Chile, 1888-1912. En L. Godoy [et al.]. Disciplina y desacato. Construcción de identidad en
Chile, siglos XIX y XX. Santiago de Chile: Coedición SUR/CEDEM. 1ª edición. Extraído desde:
http://www.sitiosur.cl/r.php?id=78.
Grez, S. (2000). Transición en las formas de lucha: Motines peonales y huelgas obreras en Chile (1891-1907).
Historia (Santiago). vol.33. Extraído desde: www.scielo.cl/scielo.php.
Illanes, M. A. (1990). Azote, Salario y Ley. Disciplinamiento de la mano de obra en la minería de Atacama
(1817- 1850). Chile historia y “bajo pueblo”. Proposiciones. Santiago de Chile: Ediciones
SUR, Vol.19, julio, 1990. Extraído el 28 de noviembre de 2007 desde: http://www.sitiosur.
cl/r.asp?id=193.
Klubock, T. (1995). Hombres y mujeres en el Teniente. La construcción de género y clase en la minería chilena
del cobre, 1904-1951. En L. Godoy [et al.]. Disciplina y desacato. Construcción de identidad en
Chile, siglos XIX y XX. Santiago de Chile: Coedición SUR/CEDEM, 1995; 1ª edición. Extraído
desde: http://www.sitiosur.cl/r.asp?id=642.
Tosh, J. (1994). ¿Cómo deben tratar los historiadores el tema de la masculinidad? Reflexiones sobre la Gran
Bretaña del siglo XIX. History Workshop Journal, 38. Oxford, Inglaterra. Oxford University
Press. Extraído desde: www.sas.ac.uk. Ilas.

235
Tosh, J y D. Swinburn. (1999). Cuando los hombres se quedaron en la Casa. Entrevista al historiador inglés
John Tosh. Santiago de Chile. Obtenido desde: www.sas.ac.uk. Ilas.
CONCLUSIONES
Conclusiones

Esta obra expone los resultados de una investigación realizada entre los años 2005 y 2008 y que
constó de dos estudios de caso dentro del mundo de los trabajadores urbanos chilenos durante el
llamado Ciclo Salitrero (1880-1930): los trabajadores de la industria metalúrgica y los trabajadores de
la Red Central-Sur de la Empresa de Ferrocarriles del Estado (EFE).
Los rasgos característicos de ambas actividades productivas y los resultados de los 6 capítulos
monográficos son sintetizados en las líneas que siguen. Para ello, en una primera instancia se procede a
combinar las conclusiones parciales de cada capítulo con aquellas que resultan de su entrecruzamiento
y complementación. De ese modo, algunas conclusiones se derivan de un capítulo específico, mientras
otras se apoyan en más de un trabajo.
Para sintetizar los principales rasgos de una primera aproximación a las condiciones de vida a
través de las dinámicas salariales, haremos uso del Gráfico 20, que combina los salarios reales de
los trabajadores de la industria metalúrgica con los salarios reales de los trabajadores de la Sección
Maestranza de la Empresa de FF.CC. del Estado. Por último, se incluye una media ponderada de los
salarios de todas las secciones de EFE288 .

Gráfi co N019
Gráfico 20
Salariosreales
Salarios realesferroviarios
ferroviariosvsvs/operarios metalúrgicos, 1888
/ operarios metalúrgicos, 1880 --1930
1930
9,00
8,3

8,00 8,3 8,2


7,6
7,4 7,3
8,0
7,9 7,8
7,7 7,7 7,7 6,8 6,8
7,6 7,5 6,7
7,00 7,4 6,5
7,3 7,2 6,4 6,4
7,1 6,2 6,3 6,2
6,9 6,2
6,7 6,0
5,8 5,7 5,9
6,00
6,1 6,2
5,8
5,6 5,6
4,7 5,5 4,7
5,00 4,5 4,4 4,3 4,5
4,2 4,9
4,7 4,7 4,6 4,8 3,9 4,7 4,6 4,6
4,00 4,5 4,5 4,5 4,6 4,4 4,5
4,3 4,3 4,2 4,2 4,2 4,2
4,0 4,1
3,9 4,0
3,5 3,5 3,6
3,00 3,5 3,5 3,4
3,3 3,2
3,1

2,00

1,00

0,00
1888
1889
1890
1891
1892
1893
1894
1895
1896
1897
1898
1899
1900
1901
1902
1903
1904
1905
1906
1907
1908
1909
1910
1911
1912
1913
1914
1915
1916
1917
1918
1919
1920
1921
1922
1923
1924
1925
1926
1927
1928
1929
1930

Real X. Metales Media Real Ponderada Total FFCC Real FFCC Sección Maestranza

288
Los valores no coinciden exactamente con los exhibidos en el Gráfico 15, ya que en ese caso se trató de una media
aritmética simple, mientras que en el Gráfico 20 la media fue ponderada de acuerdo con la participación porcentual
variable que tuvieron las 3 secciones de EFE en el total de trabajadores de la empresa.

239
Hombres del Metal

A partir de estos datos, que fueron defl actados con un Índice General de Precios (IGP) derivado de
otra investigación (Matus, 2009), el Capítulo 2 relativo a los trabajadores metalúrgicos concluyó que
sus salarios reales entre 1888 y 1928 exhibieron una evolución claramente dividida en 2 fases. En
la primera, desarrollada entre 1888 y 1905, se situaron en un nivel relativamente elevado en torno
los $ 7,0 y alcanzaron una cumbre de más de $ 8,0 entre 1901 y 1902 en pesos constantes. Como se
señaló en el mismo capítulo 2, esta tendencia relativamente benigna hasta 1905 fue consecuencia de
un alza sostenida de los salarios nominales y de niveles de infl ación relativamente reducidos hasta
ese mismo año.
Por otro lado, y como se señaló en el Capítulo 1, que contextualiza al sector industrial metalúrgico
como a EFE, esta tendencia favorable de los salarios nominales habría sido complementaria a un alza en
la demanda de trabajadores, que se expresó en un aumento casi constante del número de trabajadores
metalúrgicos hasta 1913 y en una tendencia similar en EFE, aunque menos marcada. De tal modo,
la mayor demanda de trabajo habría generado una mayor escasez relativa en la oferta, que se habría
reflejado en una disposición a pagar mayores salarios nominales hasta 1912 en el caso metalúrgico y
hasta 1914 en el caso de EFE. Por su parte, la mayor demanda de trabajo en estas y en casi todas las
actividades económicas hasta 1913 habría sido la consecuencia de una notoria fase de expansión de
la economía chilena, empujada por un crecimiento general de las exportaciones de nitratos, que con
una tasa media de crecimiento de más de 4,0% entre 1870 y 1912, alentó una tasa de crecimiento del
PIB superior a 1,5% entre 1850 y 1912 (Bulmer-Thomas, 1998)289. Este incremento significativo del
producto permitió financiar la expansión de las redes ferroviarias y, en conjunto con ella, ampliar los
pedidos de suministros industriales y servicios de reparaciones a la industria metalúrgica, tanto desde
la minería no metálica como desde ferrocarriles.
Sin embargo, y gracias a mediciones econométricas posteriores, se ha logrado precisar que entre
1900 y 1910 habrían comenzado a aparecer notorias señales de una importante ralentización (Braun y
otros, 2000). Junto con desacelerarse relativamente la economía hacia mediados de la década de 1900,
la inflación surgió como fenómeno determinante e impidió que las alzas nominales de los salarios
llegaran a ser reales. Con posterioridad a 1913, el proceso de crecimiento de la actividad ferroviaria e
industrial metalúrgica fue claramente dañado por el inicio declarado de una fase contractiva en toda
la economía chilena, impulsada por una caída constante del precio de los nitratos a partir de 1910 y
que se vio agravada por el estallido de la IGM y la imposibilidad de exportar nitratos a las potencias
centrales de Europa. Esta gran contracción también ha sido documentada por numerosos estudios.
Más allá de los diversos argumentos que se han utilizado para explicar el origen y toda la cadena
de propagación de los efectos de la crisis que se observó a inicios de la década de 1910, lo cierto es que
ella inauguró una segunda fase del Ciclo Salitrero, de intensa volatilidad y periódicas perturbaciones
macroeconómicas en la economía chilena, en que las fluctuaciones de los precios de las exportaciones
y de la tasa de crecimiento obligaron a las empresas del sector privado a aplicar importantes ajustes de
costos. Ello explicaría una considerable caída de los puestos de trabajo en todos los sectores económicos
–que aún no ha logrado cuantificarse, pero de la que existen numerosos indicios- y que en el caso de

289
Bulmer-Thomas, V. (1998). La Historia Económica de América Latina desde la Independencia. México: F.C.E.

240
Conclusiones

la industria metalúrgica se habría manifestado en un virtual derrumbe del empleo, que pasó de 8.815
puestos de trabajo en 1912 a solo 2.853 en 1913, reducción de algo más de un 70%.
Pero a pesar de que el agravamiento del entorno macroeconómico castigó a todas las actividades
económicas, la plantilla de empleo menguó de un modo mucho más moderado en el caso de la
Empresa de Ferrocarriles del Estado. Las fuentes analizadas en el Capítulo 4 y, en menor medida,
en los Capítulos 1 y 5, apuntan a que la naturaleza estatal de la Empresa, el rol estratégico que esta
ocupaba no solo en las actividades económicas del país y la enorme acumulación de poder de presión y
capacidades de negociación alcanzadas por las asociaciones de trabajadores ferroviarios se conjugaron
para que se privilegiara la opción de reducción salarial por sobre los despidos. De ese modo, el número
total de empleados de la Red Central Sur de EFE solo se redujo desde 24.023 en 1913 a 21.472 en 1914,
reducción no muy superior a un 10%.
En lo que respecta a los salarios ferroviarios, los datos disponibles no permiten remontarse más
atrás de 1905, de modo que independientemente de lo que haya sucedido entre 1880 y 1905, es
plausible suponer –considerando el alza en el nivel general de precios y la caída relativa en el valor de las
exportaciones entre 1905 y 1919- que a partir de 1906 los salarios de este sector fueran más reducidos
de lo que habían sido en 1880-1905 y que, por tanto, compartieron con los salarios metalúrgicos una
segunda fase de signo claramente descendente, al menos hasta 1918, si nos atenemos al año fi nal de
la serie de salarios medios ponderados en EFE.
Pero a pesar de esta lógica, durante la fase descendente general de los salarios ferroviarios y
metalúrgicos entre 1906 y 1919 se puede apreciar que la dinámica de caída fue relativamente más
sostenida en las remuneraciones de los trabajadores metalúrgicos, mientras que la media de los
salarios ferroviarios tendió a ser más renuente a la caída y los salarios ferroviarios de la sección
Maestranza incluso pudieron ofrecer una fuerte resistencia hasta 1915. De ahí que, abstrayendo los
años anteriores a 1905, en el Capítulo 4 la fase 1905-1914 se puede interpretar como un movimiento
relativamente ascendente –o al menos un nivel más elevado- tanto en los salarios medios de EFE como
especialmente en la sección Maestranzas. .
Por otro lado, la reducción severa del personal del la industria metalúrgica y mucho más moderada
en EFE entre 1913 y 1914 permitió que los salarios nominales de ambos segmentos de trabajadores no
cayeran e, incluso, ascendieran hasta fines de la IGM. Pero en gran medida se trataba de una apariencia.
En efecto, la larga fase de turbulencias y al menos dos grandes caídas en las exportaciones y en el
crecimiento del producto entre 1910 y 1930 no acarrearon una contracción paralela en el nivel general
de precios, como suele ser lo normal en tiempo de crisis. Por el contrario y por causas que aún no han
sido del todo esclarecidas, se encadenaron 3 grandes impulsos de alza que formaron una verdadera
escalada infl acionaria entre 1912 y 1930. Esto implicó que, a pesar de que los salarios nominales
tendieron a mantenerse e incluso a elevarse, en los hechos los salarios reales de la mayor parte de los
trabajadores chilenos sufrieron un importante castigo, que dependió concretamente del grado en que
los jornales nominales pudieron crecer en paralelo o por sobre la inflación.
En un escenario tan difícil como este, en que a dos importantes caídas de la actividad productiva –
con funestas consecuencias para los puestos de trabajo de la industria metalúrgica- se sumó un cuadro

241
Hombres del Metal

infl acionista general, estos trabajadores experimentaron una pérdida adquisitiva considerable en sus
salarios. Como consecuencia de la abrupta caída del empleo en este sector entre 1913 y 1914 y del
rebrote y escalada infl acionaria entre 1906 y 1930, los jornales metalúrgicos decayeron hasta $ 3,4
en 1919 –un 59% respecto a 1900- y después de un breve interludio marcado por una recuperación
significativa pero parcial entre 1920 y 1927, volvieron a caer a un nivel de $ 3,6 en 1928. De tal modo,
cuando ni siquiera habían alcanzado a recobrar el nivel de $ 5,6 conseguido en 1910 y cuando aún
no estallaba la Depresión mundial de 1929, los salarios insinuaron una última caída en 1928. Como
corolario, los trabajadores metalúrgicos en el peor año de la serie perdieron casi un 60% del poder de
consumo que habían alcanzado a tener en 1900 y, cuando hubo cierta recuperación, en el mejor de los
casos (1926) redujeron esa pérdida a un 40%.
En forma paralela y basándose en los aportes extraordinarios entregados por el Estado para
financiar nueve años consecutivos de déficit entre 1906 y 1914, los trabajadores de EFE lograron
controlar y acotar la magnitud de los despidos, aunque debieron resignarse a una reducción de 32% de
sus salarios reales entre 1912 y 1918. Con ello, los jornales medios de ferrocarriles no se sostuvieron
ni siquiera en la sección de Tracción y Maestranza, donde la caída de la remuneración real entre 1914
y 1919 fue aún más fuerte, alcanzando un 38%. Básicamente, el fuerte repunte infl acionario absorbió
el alza de los salarios.
En cualquier caso, sorpresivamente los resultados del Capítulo 5 señalan que a partir de datos
disponibles solo para la Sección de Tracción y Maestranza, los jornales reales de estos trabajadores
no solo lograron recuperar plenamente el nivel de $ 7,6 que habían logrado en 1908, sino además lo
superaron levemente hacia 1930, último año en que ascendieron a $ 8,3. Aunque la ausencia de datos
en la sección de Transporte y en la de Vía y Obras impide extender los resultados de la Sección de
Tracción y Maestranza, la excepcional evolución de sus salarios reales da cuenta de que las peculiares
circunstancias que caracterizaban a EFE permitían que algunas categorías específicas de trabajadores
cualificados -cuyo personal había sido reducido- y que ostentaban elevados niveles de organización
interna, pudieran recuperar de modo integro lo que habían perdido entre 1914 y 1919.
Por consiguiente, la evolución de los salarios reales de trabajadores metalúrgicos y ferroviarios solo
fue en paralelo hasta 1919, ya que a partir de 1920 apareció y se fue ensanchando una notable brecha,
al menos entre los jornales de trabajadores metalúrgicos y los de operarios de Tracción y Maestranza
hasta 1930. Todo ello debe haber constituido un elemento diferenciador fundamental en la evolución
general de sus condiciones de vida.
En efecto, al disminuir los flujos reales de ingreso asalariado en los trabajadores metalúrgicos con
posterioridad a 1905, la reducción de la capacidad de consumo posiblemente también obligó a una
importante modificación de la estructura de gasto familiar, que debió priorizar la compra de alimentos
–en especial, aquellos de consumo imprescindible para la subsistencia- y reducir sustantivamente la
adquisición de vestuario, enseres del hogar y el pago de servicios básicos. Marcando una distancia
importante, la dinámica claramente ascendente de los jornales de los operarios de Tracción y
Maestranza de EFE a partir de 1920 y hasta 1930, les permitió enfrentar un período de penuria más
breve –de 1915 a 1919, y probablemente una meseta más resistente entre 1908 y 1914-, por lo que

242
Conclusiones

sus condiciones de vida alcanzadas hacia 1914 contaron con un elemento favorable para que pudieran
recobrarse e incluso mejorar.
Una segunda lectura del modo como evolucionaron las condiciones de vida en ambos grupos a lo
largo del Ciclo Salitrero, debe tomar en cuenta otro tipo de ingresos que pudieron haber acentuado
o reducido los efectos gatillados por los ingresos salariales. Dado que en este período de cincuenta
años prácticamente no existía un sistema de transferencias directas o subsidios indirectos brindados
por el Estado, los únicos otros ingresos posibles que pudieron acrecentar o amortiguar el impacto de
los salarios en las condiciones de vida de las familias debieron proceder de la recepción de beneficios
entregados por las empresas -que, aunque no entregados en dinero, podrían cuantificarse en términos
monetarios- y un conjunto de apoyos solidarios y probablemente recíprocos recibidos dentro de una red
de apoyo social formada por amigos, parientes, cercanos y compañeros en algún tipo de organización
(cofradías, sociedades, clubes). Ambos flujos también convergieron hacia una acumulación variada
y difícil de cuantificar de un stock de activos familiares (como vestuario, herramientas, muebles y
enseres) y servicios básicos en beneficio del hogar.
En cuanto a lo primero, consta que EFE fue elevando la entrega de beneficios y regalías, en gran
medida debido a la presión ejercida por las organizaciones de ferroviarios. Aunque la fijación de sus
salarios en divisas -para evitar el efecto de la infl ación en su poder adquisitivo- tuvo una vida breve,
revela hasta qué punto los trabajadores de EFE contaban con una situación de privilegio. A ello debe
agregarse el temprano establecimiento en 1917 de una jornada laboral de 8 horas para todos los
trabajadores de la empresa estatal, a la que los demás trabajadores solo pudieron acceder en 1924.
También se debe considerar el pago de medio día de trabajo durante los sábados en 1902 y los planes
de pensiones y de retiros en 1911 para los operarios de Maestranzas. En 1926 y también de un modo
excepcional, consiguieron planes de construcción de viviendas, financiados por la empresa y a los
que podían incorporarse en forma relativamente favorable considerando el contexto. Finalmente,
debemos considerar los aportes realizados por la empresa para prestarles alguna atención sanitaria,
apoyarlos en el esfuerzo educacional dirigido a sus hijos y otras eventuales prestaciones. Aunque aún
no se cuenta con la información adecuada para cuantificar tales beneficios, es probable que hayan
aliviado en algún grado no despreciable los ítem de gastos en el presupuesto familiar. Por el contrario,
hasta ahora no se ha hallado ningún tipo de documentación que describa un conjunto de beneficios y
apoyos entregados por los establecimientos metalúrgicos a sus trabajadores. En consonancia con ello,
pareciera que los trabajadores metalúrgicos solo aspiraban a recibir reajustes salariales por parte de
sus patrones.
En cuanto al segundo tipo de aportes no monetizados, el Capítulo 6 entrega importantes indicios
acerca de la incidencia de los ingresos aportados por la esposa y los hijos al presupuesto familiar y, de
algún modo -aunque muy difícil de contabilizar- insiste en el importante rol de las redes de apoyo en
el sostenimiento del presupuesto familiar. En efecto, en las situaciones puntuales de superávit o de
déficit en que se encontraban las 5 familias ferroviarias estudiadas en diferentes años, los ingresos no
monetizados pudieron tener una fuerte incidencia. Del mismo modo, los stocks de bienes y servicios
disponibles luego de cuadrar los presupuestos siguieron estando condicionados por las ayudas
procedentes de empresas, servicios públicos y del propio capital social formado por la red extra-

243
Hombres del Metal

familiar. Finalmente, cuando las dos vías anexas a los flujos de ingreso monetizados tampoco eran
suficientes para equilibrar los presupuestos familiares, el recurso a las casas de empeño y la compra a
crédito terminaban por hacerlo, aunque a costa de aumentar el grado de precarización.
En cualquier caso, el Capítulo 6 también ayuda a comprender las condiciones que circunscribían
la posibilidad de ahorro o de endeudamiento familiar. A partir de monografías familiares realizadas
en 1911 y 1912 –años de recuperación en estos salarios reales- se detectaron 10 situaciones de
superávit presupuestario mensual (de las que 9 correspondían a familias de trabajadores metalúrgicos,
mucho más representados en la muestra). Pero tanto la delgadez de los superávit como otros gastos
no declarados por las familias podían bastar para imposibilitar el ahorro, que solo aparece actuando
en una de 23 familias. En realidad, las familias que pudieron contar con saldos excedentes en su
presupuesto mensual no necesariamente dejaron de estar endeudadas. A la inversa, la situación de
déficit permanente en el presupuesto de una familia no necesariamente implicaba una situación de
mayor carencia relativa, debido a la presencia de las vías de apoyo no monetizadas. En consecuencia,
las condiciones de vida de una familia dependían de una trama bastante compleja, que dependía
básicamente de la estabilidad y el nivel de flujos monetizados, pero también del nivel y valor de
las prestaciones, apoyos y beneficios mensurables en bienes y servicios que podían derivarse de la
empresa, de la débil pero incipiente asistencia pública y del grosor de la red comunitaria de apoyo
social. La forma específica en que se combinaban estos ingresos y beneficios no monetizados,
constituía un stock de acumulación familiar, que podía tener una magnitud también muy variada y
que se expresaba en activos físicos –en primer término, aquellos referidos a la habitabilidad- como
en servicios no remunerados a los que se podía acudir. De tal modo, si a partir de la muestra de 18
familias de trabajadores metalúrgicos y de 5 familias de trabajadores ferroviarios se observa que la
mitad de las familias metalúrgicas y una de las familias ferroviarias tenían superávit presupuestario,
esto no necesariamente tenía un impacto decisivo en el grado de bienestar absoluto de cada una de
estas familias. Por todo esto, la decisión de enviar a los hijos pequeños al colegio dependía de lo crucial
que podía ser el aporte de los menores al presupuesto familiar, la disponibilidad de algunos recursos
extra para dispensar algunos gastos asociados al colegio y la disposición de los padres para incluirlo
como un ítem relevante.
En consecuencia de una situación genérica de relativa estabilidad/inestabilidad laboral, de flujo
relativamente constante de ingresos salariales y del apoyo en beneficios, servicios y asistencias
entregadas por las empresas, redes comunitarias y un casi inexistente sistema de protección social, se
formaba un stock de riqueza familiar –consistente en bienes y servicios a los que se podía acudir- que,
dependiendo del escenario macroeconómico del país, posibilitaba que en una situación favorable una
familia pudiera ahorrar mínimamente y enviar a sus hijos al colegio, mientras que en otras situaciones
adversas más frecuentes, los saldos negativos de las familias se equilibraban con el empeño de algunos
bienes y la compra a crédito. Ante este marco de variables, resulta sumamente plausible suponer que las
familias ferroviarias contaron con condiciones que les permitieron mayores grados de sostenibilidad
de sus condiciones de vida y que estas fueron mejores que las de otros trabajadores si se incluyen los
beneficios y prestaciones proporcionados por la empresa. A la inversa, es de suponer que las mejoras que
eventualmente pudieron conseguir las familias de los trabajadores metalúrgicos, especialmente hasta

244
Conclusiones

1905, resultaron muy difíciles de sostener, debido a que sus salarios concentraban probablemente la
mayor parte del total de sus ingresos y sus stocks de bienes y servicios debían reducirse periódicamente
para compensar las reiteradas caídas en sus jornales. Probablemente, estas disparidades relativamente
constantes a partir de 1906 en las condiciones de vida de ferroviarios y metalúrgicos colaboraron en
la constitución de culturas económicas relativamente diferenciadas, pero más allá de eso, en sistemas
representacionales distintivos.
En esta segunda aproximación, los Capítulos 3, 5 y 7 entregan diversas capas de lectura no
necesariamente equivalentes, puesto que responden a los límites impuestos por las fuentes y a
las características propias de cada uno de ambos grupos. Así y todo, parecen distinguirse algunas
situaciones que grosso modo pueden catalogarse como aspectos compartidos y otras que más bien
revelan ciertas diferencias en la construcción de un imaginario.
Desde la perspectiva de los elementos compartidos en la formación de un imaginario, ambos
grupos utilizaron la prensa como uno de los principales instrumentos para reivindicar constantemente
su legítimo derecho a organizarse y expresar sus demandas –más allá de que ello fuera visto como
acción de agitadores, como se planteó en el Capítulo 3- como también para fijar los marcos valóricos
y normativos dentro de los cuales debían conducirse sus asociados. Como enfatiza el Capítulo 7, en
un contexto donde disminuía significativamente la tasa de matrimonios y aumentaban de modo
importante las uniones de hecho y el ejercicio de la prostitución, ambos grupos debieron usar su propia
prensa para responder los serios problemas que estaba trayendo el reemplazo de una desarraigada
familia extensiva de origen rural por una familia nuclear de tipo urbano que no contaba con un sólido
basamento de experiencia y con roles debidamente consolidados.
Siguiendo los lineamientos interpretativos establecidos en el Capítulo 7, diríamos que de una
u otra manera la producción discursiva presente en la prensa de ambos grupos se vio obligada a
promover de modo consciente y decidido un modelo específico de conducta, encarnado en la figura del
“obrero ilustrado”, que se oponía al de un modelo antagónico reprobable que se deseaba desterrar. Por
otro lado, al promover este modelo las organizaciones de los trabajadores metalúrgicos y ferroviarios
daban por sentada la existencia de un modelo normativo hegemónico, que provenía del Alto grupo
social y que pugnaba por impregnar todas las dimensiones de la praxis social. Por ello, la relación
entre ambos modelos de comportamiento era compleja. Por un lado, ambos paradigmas normativos
compartían numerosos rasgos determinantes con relación al ámbito privado. Desde la otra cara de la
medalla, el modelo del obrero ilustrado como sujeto crítico y luchador social se oponía radicalmente
al rol subordinado y resignado que el modelo oligárquico trataba de establecer. En consecuencia, para
que pudiera advertirse con cierta facilidad lo distintivo del paradigma del obrero ilustrado, era clave
que su dimensión pública como trabajador diligente en el taller y organizado en el sindicato fuera
hegemónica y orientara su actuación en el seno del hogar como proveedor responsable, modelo ético
y cimiento fundamental. Por cierto, el grado en que las definiciones colectivas permeaban los espacios
privados dependía del grado de fortaleza y refinamiento del componente público del discurso. De ahí
que la mayor fortaleza relativa del discurso ferroviario quizás se expresara de un modo más decisivo
dentro de la familia ferroviaria.

245
Hombres del Metal

Las representaciones impresas de ambos grupos compartían una crítica severa del alcoholismo,
el juego, la prostitución y la imprevisión, en la medida en que se trataba de conductas que atentaban
contra la última defensa y refugio del obrero: su familia. Los Capítulos 3, 5 y 7 aportan nutrida
información del modo como la cantina era vista como la causa fundamental de la descomposición del
hogar y del abandono y desamparo de madres e hijos y constituía el principal obstáculo al esfuerzo
organizador en pos de la defensa de legítimas demandas. Además, el alcoholismo era denunciado como
principal factor de la holgazanería y el incumplimiento laboral y se había transformado en una imagen
negativa que dañaba a todo el colectivo. En el caso del juego y la visita a prostíbulos, estos se asociaban
al alcoholismo y solo empeoraban los efectos negativos del abuso del alcohol.
Por el contrario, junto con promover la temperancia, la moral ilustrada promovía el fortalecimiento
interno de la familia obrera por medio de acciones que le brindaran estabilidad y le permitieran
acrecentar sus recursos propios, especialmente aquellos referidos a la acumulación de capital humano
a través de un permanente esfuerzo educacional dirigido a los hijos y que incluía la adquisición de
patrones éticos y la formación de hábitos y de carácter. En esto no diferían mayormente las ideas
inspiradas por el anarquismo con aquellas surgidas del socialismo utópico, el mutualismo y aquellas
representadas por nociones protocomunistas o protosocialistas. Más importante que ello es que esta
primigenia agenda valórica obrera había surgido precisamente ante la amplia constatación de que los
sectores populares se hallaban sumergidos en males sociales que los llevaban a la anomia, a la desidia
y a su alienación sistemática. Por ello, al menos este segmento de la prensa obrera no sentía pudor de
cumplir con un rol de disciplinamiento, moralización y establecimiento de normas.
De algún modo, incluso algunos textos –especialmente aquellos proporcionados en los Capítulos 3
y 5- entregan indicios de que el modelo de virtud que se buscaba en el modelo de obrero ilustrado venía
a cumplir un rol mesiánico y redentor ante toda la sociedad, dado que la estricta moral impulsada por
el Alto grupo social era observada más bien como un ideal hipócrita, constantemente transgredido
por conductas sexuales demasiado libertinas o francamente abusivas, cuando se expresaban en el
acoso y violencia ejercidas en desmedro de mujeres de sectores populares y en la proliferación de un
considerable número de hijos ilegítimos. Así, el programa moralizante –especialmente aquel con
rasgos más radicales y que se observa en los textos de influencia anarquista analizados en el Capítulo
3- se erigía como una gesta épica que venía a materializar un programa ético que la oligarquía no
podía cumplir. Siguiendo esa lógica y en la medida en que esta cruzada moral se sustentaba en la
sacralización laica de un modelo de virtud, no era del todo extraño que se utilizaran algunas categorías
de orden religioso, como la de “apóstol de los trabajadores” con que se denominó por mucho tiempo a
Luis Emilio Recabarren. Por eso mismo y como se señala en el Capítulo 3, la relación con la Iglesia era
también ambivalente. Así, mientras los columnistas más anticlericales reprochaban el rol adormecedor
de la religión, traslucían al mismo tiempo un fondo valórico procedente de la religión para sostener
su propio programa de radicalismo ético, que en algunos casos era más severo que el sostenido por las
propias instituciones religiosas.
Desde nuestra época, este rechazo total a los vicios y a la promiscuidad podría ser entendido
como la manifestación de un puritanismo radical. Sin embargo, la apelación constante a una “moral
obrera” que imponía el alejamiento masivo de los trabajadores de las cantinas, prostíbulos y casas de

246
Conclusiones

juego, como el abandono de actitudes que perpetuaban la crítica y la discriminación a los trabajadores
haciéndolos ver como bestias –violencia cotidiana dentro y fuera del hogar, vagancia, holgazanería y
escaqueo en el trabajo, sexualidad gobernada por impulsos, mal aspecto y olor desagradable, entre
otros- era la única forma de dignificarse como sujetos sociales y legitimar su objetivo de emancipación
social y de participación en la toma de decisiones. Desde ese punto de vista, sometidos a un escenario
tremendamente adverso que socavaba su propia base social, los portavoces de la lucha social no podían
sino hacer simultáneamente de activistas gremiales, políticos y evangelizadores morales.
Pero la adopción de un programa moralizante también tenía otras consecuencias. Como se advierte
en el Capítulo 7, de ahí derivaban las representaciones de género (masculinidad, feminidad y familia)
que imponían un rol determinante al hombre como buen trabajador, proveedor y padre-marido
modelo, mientras que asignaban roles solo complementarios y finalmente subordinados a la mujer.
En cualquier caso, esto representaba algunos matices importantes de diferencia respecto al modelo
patriarcal tradicional promovido por los grupos dominantes. En primer lugar, aunque concentraban
en el hombre el rol articulador de la familia y de la moral obrera, algunas adelantadas lecturas de
raíz anarquista alentaban a la mujer a no conformarse con un rol sufriente, de resignación ante el
abandono y el maltrato y a ejercer un rol más activo. Así, podía preferir la soltería a una mala elección
de pareja y, en el caso de materializar la unión, debía cumplir la elevada función de “compañera”,
encargada de vigilar que el hombre cumpliera las labores que lo habilitaban para ejercer de compañero
cabal y, al mismo tiempo, seguir enfrentando aquella cara cotidiana de la explotación encarnada
en el tendero o en el arrendador. De ahí que estos discursos se veían obligados a invisibilizar a la
“mala mujer” que se apartaba de estos moldes de virtud, pero también conducían a denunciar el
efecto de “desnaturalización” que ocasionaba el trabajo femenino fuera de casa, al que además se lo
responsabilizaba erróneamente de mantener los salarios a niveles reducidos.
Pero así como podían existir matices mínimos en el discurso moralizador presente en la producción
de ambos grupos, las alusiones constantes al programa de acción revelan algunas diferencias
interesantes. Inicialmente, la prensa de ambos grupos sostenía principios muy homogéneos. Siguiendo
la línea argumental del Capítulo 5, el discurso organizacional de ambos grupos fue esencialmente
modernizador y moderno, en tanto no se planteaba un retorno a un supuesto estado ideal anterior
al del establecimiento de las actividades productivas urbanas. Del mismo modo, ejercía un rol
central en la construcción de identidad y sentido de pertenencia. Sin embargo, el carácter específico
de las relaciones sociales de producción290 se expresaba en diversos programas reivindicativos y en
distintas actitudes ante lo que se consideraba la forma apropiada de administrar los confl ictos y las
negociaciones posteriores. En este sentido, no era un dato de escasa importancia el que una buena parte
de los trabajadores metalúrgicos (un masivo contingente de herreros y hojalateros muy variados) aún
correspondiera a la condición de artesanos, mientras que una porción importante de los trabajadores

290
Usamos este concepto en la vertiente marxiana, que enfatiza la importancia del lugar que ocupa el trabajador
dentro de los procesos de producción como el imaginario que contribuye a construirse dentro de cada grupo, de un
modo que no puede ser mecánico ni totalmente predeterminado por las bases materiales de la existencia. Con esto,
enfatizamos la diferencia respecto a un concepto ortodoxo, que apela a una completa determinación del ethos a partir
de los elementos materiales.

247
Hombres del Metal

de EFE, como los influyentes trabajadores de las maestranzas, se acercaba más bien al estatus de un
obrero fabril moderno, como ha sido señalado por cifras aportadas en el Capítulo 1.
Como ejemplo, si bien los trabajadores ferroviarios compartieron con todas las demás agrupaciones
y a lo largo de todo el período una demanda fundamentalmente salarial, se vieron obligados a
añadir una constante demanda por nacionalizar los oficios más calificados dentro de la empresa,
algo que estaba muy condicionado por la naturaleza específica de su espacio laboral. Por otro lado,
aunque también pendularon entre posiciones confrontacionales y negociadoras para encarar sus
movilizaciones, las peculiares y distintivas conquistas que consiguieron a lo largo del período los
llevaron a adoptar discursos relativamente menos confrontacionales y a transitar desde movilizaciones
alentadas por denuncias limitadas y específicas a la construcción de conceptos y categorías más
generales y abstractos. En tercer término, dado el carácter más jerarquizado de EFE, las diferencias de
cualificación y productividad requerían sofisticados fi ltros discursivos que legitimaran y justificaran la
existencia de diferencias salariales. Sin duda, ello se expresó en un mayor grado de diferenciación en
los discursos representacionales propios de cada oficio. Por último, dado su mayor grado de estabilidad
laboral, las construcciones discursivas de los ferroviarios contaron con condiciones más favorables
para acumularse, procesarse y refinarse. Todo ello se expresó en un mundo representacional que,
siendo muy similar en apariencia al de los trabajadores metalúrgicos, fue más compacto, coherente y
sistemático.
No obstante, fuera de estos aspectos acotados, la producción discursiva de ambos grupos de
trabajadores debió dar cuenta de problemas muy parecidos.
El programa moralizante presente en la prensa de ambos grupos de trabajadores insistió en la
otra gran diferencia con el modelo moralizante impulsado por el Alto grupo social. En efecto, los roles
virtuosos del obrero dentro de su hogar se desprendían de lo que definía sus acciones en los espacios
públicos. De ese modo, así como el obrero ilustrado sublimaba su acción virtuosa en los confines del
refugio hogareño, se desplegaba como “hombre cabal” en la fábrica y el sindicato. En el primer caso
debía ser puntual, sobrio y dedicado en sus tareas. En esto, paradigma oligárquico y paradigma obrero
tendían a coincidir en su oposición al trabajador holgazán y poco comprometido con su trabajo. Sin
embargo, el proyecto del obrero ilustrado despreciaba la imagen del trabajador servil y enaltecía la
figura del obrero asociado. Con ello asumía la atávica apelación del peón errante a la libertad plena
como un ejercicio que se confundía con la irresponsabilidad hacia los suyos y la enfrentaba con
principios como los de autodeterminación, independencia y heroísmo, que solo podían alcanzarse bajo
la lucha social y sindical promovida por las organizaciones de trabajadores. En este sentido, la imagen
del obrero organizado tuvo que luchar simultáneamente contra la etiqueta de agitador y contra el ideal
premoderno del peón-gañán trashumante.
Por otro lado, así como en el Capítulo 3 las escasas y fragmentarias fuentes vinculadas al
mundo metalúrgico expresan las quejas contra los patrones, contra la excesiva mansedumbre de
los trabajadores chilenos y exhiben una lista antológica de “traidores”, las fuentes tratadas en el
Capítulo 5 manifiestan que problemas como el despotismo de los directores, la pasividad y ausencia de
participación, la reiterada deserción de las movilizaciones y el ejercicio del “krumirismo” estaban lejos

248
Conclusiones

de estar plenamente resueltos dentro del mundo ferroviario, aunque sus asociaciones podían enfrentar
estos problemas con mayores recursos organizacionales y, por tanto, con mayores probabilidades de
éxito.
Hasta aquí nos hemos hecho cargo de las dos primeras hipótesis que modelaron este trabajo, pero
aún se hace necesario recapitular en torno a la tercera y última de ellas: ¿En qué medida las eventuales
diferencias en cuanto a sostenibilidad y evolución en sus condiciones de vida, como los diversos grados
de fortaleza y cohesión expresados en ethos distintivos, condujeron a trabajadores metalúrgicos y
ferroviarios a adoptar discursividades sindicales y estrategias de lucha diferenciadas?
Sabemos que las dinámicas de ingreso, la acumulación de stock de activos familiares y el acceso
relativo a ayudas provenientes de empresas, del Estado y de una red social, formaron entornos de
seguridad / incertidumbre muy distantes en ambos casos. Si a eso agregamos el hecho de que el
análisis de las fuentes impresas disponibles expresa un mundo representacional en que claramente
asoman diferencias de grado en cuanto a la solidez y nivel de influencia entre las asociaciones de
trabajadores ferroviarios y metalúrgicos, queda la impresión de que ambas dimensiones tuvieron algo
que ver en el programa y estrategia que ambos grupos sostuvieron. Aunque se debe emprender un
mayor número de estudios que confronte nuestra lectura, nos atrevemos a sugerir que es posible que
las relativamente inferiores condiciones de vida, los menores grados de cohesión y la formación de
un ethos menos compacto pudieron haber colaborado en que las organizaciones de los trabajadores
metalúrgicos asumieran una actitud discursiva más heterogénea, de la que emergieron posiciones
relativamente más radicales, más cercanas a las Sociedades de Resistencia y al pensamiento anarco-
sindicalista. Del mismo modo, estos factores subyacentes también pueden ayudar a entender por qué
en ciertas ocasiones la prensa metalúrgica celebraba la transformación de algunos de sus compañeros
asalariados en pequeños empresarios metalúrgicos independientes. Aunque la muestra de testimonios
es insuficiente para documentarlo de modo contundente, futuras investigaciones debieran comprobar
si las adversas condiciones que afectaban a los trabajadores metalúrgicos –mayor inestabilidad laboral
y salarial, mayor dispersión y enorme heterogeneidad- les impusieron mayores dificultades para
unificar criterios, llevándolos a sostener una perspectiva de corto plazo en todos los aspectos de su
vida cotidiana, infundiéndoles una mayor radicalidad en la praxis y en el discurso y alentándolos al
trabajo independiente, como parece insinuarse en todos los capítulos de esta obra.
De modo inverso, aunque los antecedentes aquí recopilados e integrados no pueden considerarse
definitivos, ellos sugieren que las relativamente superiores condiciones de vida alcanzadas, sostenidas
y ensanchadas por ingresos más continuos y crecientes –y el recurso excepcional a ayudas por parte
de la empresa- permitieron que los trabajadores de la Empresa de Ferrocarriles del Estado sostuvieran
una perspectiva de largo plazo y condiciones más favorables para unificarse en organizaciones
centralizadas y jerarquizadas. Con el paso del tiempo, los frutos de la acción concertada y el logro
escalonado de conquistas que complementaban sus stocks de activos y servicios familiares disponibles
probablemente los llevaron a consolidar una visión de cambio gradual, que necesariamente debía
inclinarse por una mayor disposición a un discurso sindical más universal y abstracto, que finalmente,
constituía su dispositivo ideológico para legitimar una actitud más sistémica, aminorando la influencia
de una estrategia maximalista.

249
Hombres del Metal

Sin embargo, estas constataciones no deben ser leídas como una comparación valórica entre ambos
grupos. De uno u otro modo y como se señaló al final del Capítulo 1, los alcances que se desprenden
de un análisis acerca de estos dos grupos de trabajadores como aristocracias obreras advierten que la
historiografía dedicada al tema debe permitirse indagar de modo desapasionado y con mayor precisión
las múltiples categorías que aluden a los trabajadores chilenos durante el período, huyendo de moldes
reduccionistas, maniqueos y mesiánicos.
Al culminar las conclusiones de esta obra, quedan preguntas que aquí no pueden considerarse
resueltas, para las que no obstante esta investigación entrega insumos que permiten extraer algunas
ideas tentativas, que probablemente serán mejor trabajadas por otros investigadores.
La primera de ellas tiene que ver con los beneficios a largo plazo que trajo la organización a los
obreros durante el Ciclo Salitrero. Sin duda, la historiografía sindical dedicada al período posterior nos
ha legado una visión bastante compleja, en la que afortunadamente priman los claroscuros y lecturas
poco maniqueas. Todo ello es consecuencia de un nuevo e importante set de instrumentos teóricos y
variables cuantitativas que permiten dimensionar el desempeño de los sindicatos no solo como canales
de demandas emancipatorias y redistributivas, sino también en su grado de realismo y responsabilidad
–contenido en sus plataformas reivindicativas- respecto a lo que el país y el sistema productivo en
su conjunto podían permitirse. Todo esto, más una sana actitud a huir de interpretaciones épicas y
visiones generalistas, ha llevado hasta cierto punto a dudar de lo que pudieron haber significado y
el valor de lo que pudieron haber aportado las luchas redistributivas emprendidas por los sindicatos
en Chile entre 1930 y 1973. Sin embargo, sería un error proyectar al Ciclo Salitrero estas dudas
razonables. El cuadro general de exclusión y de desigualdad que se vivió entre 1880 y 1930, como las
elevadas rentas aportadas al Estado por un ciclo exportador conducido por los nitratos, formaron un
escenario extremadamente asimétrico, caracterizado por una inédita disponibilidad para gastar, pero
que al mismo tiempo arrastraba una larga herencia de insondables diferencias sociales. El encuentro
de ambas condiciones exigió el establecimiento de un inédito equilibrio de fuerzas, en el que las rentas
empresariales y del Estado debían ser sometidas a los primeros términos de una confrontación entre
capital y trabajo, que solo posteriormente podría dar paso a luchas de carácter fundamentalmente
redistributivo. En esa perspectiva, no dio lo mismo si se construían o no se construían unas primeras
organizaciones que debían encabezar las reivindicaciones básicas de los trabajadores. El enorme
volumen de trabajadores rurales que quedó al margen de este proceso no pudo gozar de mejoras y
sus condiciones de vida en muchos sentidos quedaron suspendidas hasta la década de 1960. Pero al
mismo tiempo, no dio lo mismo la naturaleza de las organizaciones y el alcance de su influencia. La
comparación entre las organizaciones de trabajadores de EFE y las organizaciones de trabajadores
metalúrgicos es dramática en ilustrar este aspecto. Por consiguiente, aunque las conquistas de los
trabajadores ferroviarios entre 1900 y 1930 merecen ser examinadas escrupulosamente, no cabe
duda que generaron resultados elocuentes, que expresan un cambio cualitativo fundamental en las
posiciones de poder de algunos trabajadores en el proceso de transición al capitalismo.
Un último problema está muy lejos de ser dilucidado cabalmente por la historiografía chilena
y extranjera dedicada al Ciclo Salitrero. Lo que se sabe hasta hoy de la evolución de las condiciones
de vida de los trabajadores chilenos entre 1880 y 1930 es aún muy insatisfactorio. Los resultados de

250
Conclusiones

esta investigación advierten sobre la necesidad de abandonar el fácil expediente de resignarse a las
crónicas y denuncias de la época para enfrentar el problema. En ese sentido, la evolución dispar de los
salarios reales entre los trabajadores metalúrgicos y ferroviarios entre 1920 y 1930, como la tendencia
generalizada al crecimiento de todos los salarios entre 1880 y 1905 impiden seguir reiterando que la
variable salarios actuó uniformemente de modo negativo durante todo el período.
Por otro lado, las aproximaciones que se pueden hacer a las condiciones de vida ya no solo en el
sentido restringido de los ingresos salariales, sino en el sentido amplio de todos los ingresos –ayudas
y beneficios provenientes desde las empresas, el Estado y las redes sociales- y de la acumulación de
un stock de activos familiares –riqueza- nos entregan un cuadro mucho más completo acerca de la
verdadera capacidad de gasto y de consumo en las familias de los trabajadores chilenos. En esta misma
línea, aunque se hace difícil disponer de una medición precisa de todos los flujos de ingreso y de los
stocks acumulados por las familias de trabajadores, el estudio de la estructura presupuestaria y de los
saldos resultantes, más las anotaciones al margen entregadas por los funcionarios de la Oficina del
Trabajo -que abordan aspectos como el trabajo infantil, la calidad de la vivienda, el nivel y matrícula
educacional y el impacto del endeudamiento, del alcoholismo y el desempleo- permiten arribar a
una imagen mucho más exacta de cómo vivían las familias concretas y cómo ello incidía en lo que
podríamos denominar una cultura económica doméstica.
Los indicios que entregan estos datos también hablan de la aparición e incremento de una
renta urbana popular y mesocrática, del surgimiento de una inédita capacidad de consumo que fue
configurando una nueva demanda y que impulsó y potenció la aparición de un importante mercado
de bienes baratos no durables y de consumo masivo, desde alimentos con diferentes grados de
procesamiento hasta productos de origen industrial fabricados domésticamente o importados en
masa, aprovechando una mayor capacidad del país para adquirirlos.
Desde esa perspectiva, aunque inmersos en condiciones extremas de desigualdad y afectados
por pésimas condiciones de vida desde el punto de vista sanitario, los trabajadores urbanos chilenos
vivieron una significativa transición en su capacidad de consumo y experimentaron una profunda
transformación de su dieta alimenticia. De ese modo, es probable que la prolongada tendencia de
crecimiento de los salarios reales hasta 1905 haya transformado significativamente los hábitos
populares de consumo, haciendo predominar mecanismos de mercado por sobre mecanismos
de producción para el autoconsumo. Como otros trabajadores urbanos chilenos, los trabajadores
metalúrgicos y ferroviarios sustituyeron la infusión de yerba mate por el té y el café importados, la
chicha y los vinos de baja calidad por la cerveza producida por la industria nacional, el tabaco liado
con papel por cigarrillos fabricados industrialmente, el rol endulzante de la miel por el azúcar refinada
en el país, los toscos ropajes por paños importados o fabricados por una incipiente industria textil,
las ojotas campesinas por zapatos y botas, el charqui por la carne de vacuno y de cerdo procesada en
mataderos municipales, las entretenciones de origen rural por la asistencia al cine, al fútbol y al boxeo,
el corte de pelo en casa por la barbería, la carreta por el tranvía. Algunos aprendieron a leer y escribir
y unos pocos incluso se atrevieron a fundar sus propios diarios y publicaciones, que expresaban unas
demandas hasta ese momento invisibles. En fin, durante el Ciclo Salitrero, el interior de los hogares

251
Hombres del Metal

obreros recibió al papel, al vidrio y al hierro, artículos emblemáticos de un proceso vacilante pero al fin
y al cabo observable de industrialización endógena.
Aún no es posible conocer el grado de acceso real que cada grupo específico de trabajadores tuvo a
estos nuevos bienes y servicios, pero las fuentes examinadas por este estudio insinúan que se trató de
dinámicas de alcance global y sostenido, incluso a pesar de la caída que implicó la fase relativamente
contractiva del Ciclo Salitrero entre 1906 y 1930. Desde esa perspectiva, ¿hasta qué punto el
descontento y las permanentes y legítimas quejas de los trabajadores metalúrgicos y ferroviarios por
mejores condiciones de vida fueron impulsados por el deseo natural de sostener e incrementar el acceso
a este nuevo tipo de bienes y servicios que las ciudades les brindaban?, ¿en qué medida este universo de
demandas colaboró a que el programa reivindicativo posterior de los trabajadores chilenos se fundara
en un carácter fundamentalmente redistributivo y, en menor grado, refundacional? A sabiendas de que
aún nos hallamos muy lejos de estar en condiciones de responder cabalmente estas preguntas, estas
conclusiones e ideas tentativas son seguidas por un Dossier que recoge algunas valiosas aportaciones
que intentan sugerir ciertas referencias básicas desde donde situar un primer debate historiográfico
en propiedad sobre la evolución de las condiciones de vida de los trabajadores chilenos desde 1880
hasta hoy.

El editor

252
DOSSIER
ELEMENTOS PARA UN DEBATE SOBRE LAS
CONDICIONES DE VIDA DE LOS TRABAJADORES
CHILENOS DURANTE EL CICLO SALITRERO
LAS CONDICIONES DE LOS TRABAJADORES
DURANTE EL CICLO SALITRERO:
18801930: UNA PERSPECTIVA INSTITUCIONAL
Juan Carlos Yáñez A.*

Presentación
El debate sobre las condiciones de vida de los trabajadores, como efecto del proceso de
industrialización y de urbanización, no es nuevo desde un punto de vista historiográfico. Clásica es
la polémica provocada por la obra colectiva editada en 1954 por Friedrich Hayek bajo el título de El
capitalismo y los historiadores [1997]. Lo central del estudio destacaba el mejoramiento de las condiciones
de vida provocadas por la Revolución Industrial y que mucha de la literatura miserabilista del período
se había debido a razones más ideológicas que reales. Dos aspectos pueden ser considerados los más
polémicos de aquel debate. En primer lugar, se señalaba que el quiebre provocado por la Revolución
Industrial había sido de tal magnitud que las condiciones de subsistencia y precariedad de importantes
grupos de la población se hicieron evidentes a todo observador de la época. Esto habría producido un
doble efecto: idealizar las condiciones de vida de la sociedad pre-industrial y destacar solo los efectos
negativos de la industrialización.
Para los diferentes autores de El capitalismo y los historiadores, las condiciones de vida de los
trabajadores habían mejorado sustancialmente por efecto de la industrialización, beneficiándose de
mayores ingresos, de mejores productos y más baratos, mejorando de paso las condiciones de higiene
y la esperanza de vida. Sin embargo, en segundo lugar, se atacó no solo el sentido común que muchos
historiadores tenían sobre los efectos de la Revolución Industrial, sino en especial su visión pesimista
del progreso económico, los cuales valoraban sus logros pero cuestionaban las modalidades históricas
que había asumido. Para los autores del estudio, si el progreso económico era indisociable del desarrollo
del capitalismo, lo único que podía esperarse del futuro eran cosas buenas.
¿Qué posibilidades nos ofrece en la actualidad la relectura de este libro? No conozco para el caso
latinoamericano o chileno estudios que permitan dar cuenta, de modo más o menos conclusivo, de tal
problemática. Por otra parte, ¿es acaso real la actitud un tanto conservadora de cierta intelectualidad
enfrentada a evaluar los efectos provocados por la urbanización e industrialización en sociedades
con fuertes rasgos tradicionales? Lo que sí es cierto es que nuestros autores del polémico libro se
beneficiaron de dos condiciones que no tuvieron los intelectuales miserabilistas de la época industrial.
Primero: una base de datos y formulación estadística que les facilitó cerrar en parte el debate. Segundo:
el situarse a mediados del siglo XX, lo que les permitió tener una amplia perspectiva temporal para

* Programa de Doctorado, Centre de Recherches Historiques, EHESS-Paris. Becario Conicyt-Chile.


yanezandrade@gmail.com

255
Hombres del Metal

conocer el final de la historia o al menos el fin del problema. La suerte estaba, al parecer, del lado del
progreso y el capitalismo.
Yo quisiera profitar de tal suerte para orientar, de una manera reducida y en torno a mis
propios estudios, el debate en el caso chileno. Para ser claros, me parece que, enfrentados al siglo
XXI, deberíamos tener la misma perspectiva histórica para poder hacer una evaluación sobre las
condiciones de vida de los trabajadores durante el ciclo salitrero y las consecuencias de los procesos de
industrialización y urbanización con respecto a la situación anterior. Además, deberíamos aprovechar
las mismas ventajas que nos ofrece la evolución de las ciencias sociales, en cuanto a enfoques, métodos
y categorías analíticas nuevas.

Una mirada intencional


Esta presentación no buscará dar cuenta de todos los avances sobre la materia, ni intentar contestar
de una manera definitiva la pregunta de cuáles eran las condiciones de los trabajadores en el ciclo
salitrero, sino avanzar sobre algunos criterios que debieran tenerse en cuenta para mejor orientar o
enriquecer el debate. Reconociendo de paso que la principal dificultad historiográfica para entrar de
lleno al problema es que faltan estudios específicos sobre algunas actividades productivas, condiciones
de ingreso y consumo, entre otros aspectos. Las conclusiones, en consecuencia, siempre resultarán
preliminares.
Mi enfoque, debo aclarar, es el institucional, el cual he venido intentando aplicar en los últimos años
[Yánez, 2000, 2003, 2008]. Esta perspectiva supone comprender los procesos sociales y económicos
dentro de la dinámica de evolución de las instituciones. Tal enfoque busca superar los análisis clásicos
que reducían los estudios sociales y económicos a las condiciones materiales de existencia o al
funcionamiento de los factores productivos en condiciones de comportamiento racional [North, 1990].
Esta perspectiva se debe complementar con enfoques neo-funcionalistas, que ponen el acento en las
condiciones de funcionamiento y organización social a partir de procesos e instituciones que buscan la
integración de los diferentes grupos que componen la sociedad. En el caso de la organización laboral,
se destaca el rol que juega el trabajo como elemento de integración social y asignador de derechos,
y el contrato laboral como expresión jurídica de la superación de los confl ictos [Donzelot, 1994;
Castel, 1997]. En esta oportunidad no quisiera dejar de nombrar el estudio pionero de Karl Polanyi
[2004], enmarcado en una perspectiva de antropología económica, el cual destacó los mecanismos de
integración económica con fuerte arraigo social y organización institucional, destacando en particular
el mecanismo de la reciprocidad y de la redistribución.
En concreto, el común denominador de estas perspectivas –más allá de las diferencias obvias– es
que los criterios a los cuales un historiador debiera echar mano para evaluar las condiciones de vida
de los trabajadores no debieran ser solo los cuantitativos (indicadores económicos de por medio). Por
ejemplo, para el caso chileno, nadie puede negar que la crisis económica de 1914 y 1921 significó una
experiencia de real precarización para los trabajadores (quizás la primera en términos modernos), pero
en donde germinaron procesos significativos, sin los cuales no podemos pensar la historia laboral
del siglo XX. Fue en torno a esta crisis donde se alzaron voces demandando el derecho al trabajo, el

256
Dossier

mejoramiento de las condiciones de vida y afianzando lo que podríamos denominar una cultura del
trabajo, es decir en donde las identidades laborales son indisociables de un trabajo estable, pagadero
en su totalidad en moneda y con una estabilidad de ingresos, consagrada por un contrato de trabajo.
Esta perspectiva, que puede aparecer un tanto mecánica, ha comenzado a ser estudiada por algunos
historiadores [Grez, 2002; Pinto, 1998], dando cuenta de una historia que no necesariamente avanza
en una dirección determinada y es más compleja en cuanto a sus posibilidades.
Este será nuestro marco –y horizonte– para intentar evaluar cuáles eran las condiciones que
presentaban los trabajadores en los primeros años del siglo XX, así como intentar ofrecer una
perspectiva histórica en torno a si estas condiciones fueron mejores o peores que aquellas existentes
antes del ciclo salitrero.

Condiciones de vida
El mejoramiento de las condiciones de trabajo a través de la legislación social no debiera, a estas
alturas, ser desconocido. En nuestro país el ideario laboral tuvo un recorrido que podríamos definir
desde el mejoramiento del espacio urbano (con la ley de habitaciones obreras de 1906) a la organización
del trabajo (con la ley de accidentes laborales de 1916, el decreto de conciliación y arbitraje de 1917 y
la ley de contrato de trabajo de 1924). Esto nos muestra una política social no del todo definida, que
deambuló entre la preocupación por los problemas de higiene y los aspectos de seguridad en el medio
productivo. De todas formas la manera ininterrumpida en que fueron aprobadas las leyes laborales
en Chile (entre 1906 y 1931), nos habla de la creencia que diversos sectores tuvieron en el poder
transformador de la ley.
Quisiera hacer referencia a tres aspectos que nos permiten conocer cómo eran las condiciones de
los trabajadores hacia los primeros años del siglo XX y evaluar, desde una perspectiva institucional,
cuánto había cambiado la dinámica social en torno al trabajo.
Como hicimos referencia anteriormente, la crisis económica de 1914 y 1921 mostró
comportamientos empresariales diferenciados. En el caso de las industrias urbanas, como lo señaló
el historiador Marcelo Carmagnani [1998], pese al masivo desempleo existente en la época, el
empresariado estuvo en condiciones de mantener el nivel de ingreso de sus trabajadores, en un marco
de relativa estabilidad, como forma de no afectar la economía salarial de la cual las mismas industrias
eran dependientes. Sin embargo, la estabilidad laboral no puede ser un aspecto solo explicado por
dinámicas económicas. Una consecuencia inesperada de esta crisis fue la discusión sobre el contrato
de trabajo como forma de lograr la estabilidad en el empleo e ingreso. Si bien nunca hubo una lucha
explícita en torno al contrato de trabajo y las relaciones laborales se regularon con acuerdos verbales,
parciales y a trato, pronto el contrato fue visto como un signo de las condiciones a las cuales estaban
dispuestos a someterse los trabajadores y empresarios. Para los trabajadores será la garantía de una
estabilidad en su experiencia asalariada y para los empresarios la estabilidad en sus condiciones de
producción. De esta forma, los contratos de trabajo no solo sirvieron para explicitar los términos
en los cuales se incorporaba la mano de obra al proceso productivo, sino a la seguridad jurídica en
un contexto de crisis económica. De paso, esto podría explicar la emergencia de un universo laboral

257
Hombres del Metal

mucho más diferenciado que el existente en el siglo XIX, y de paso la transformación del discurso de
la imprevisión que enarboló históricamente la elite sobre el mundo popular.
En un segundo aspecto, fue precisamente en torno a la coyuntura de 1914 y 1921 donde se hicieron
más avances en la reducción de la jornada de trabajo, de tal forma que hacia 1920 un estudio de la época
podía mostrar que al menos en las principales industrias urbanas, portuarias y algunas mineras la
jornada diaria rondaba las ocho o nueve horas como máximo [Morales, 1926]. Esta sí fue una demanda
sentida por el movimiento obrero, en especial cuando se logró la conquista del descanso dominical
en 1907. Para el movimiento obrero será un símbolo de lucha y para los empresarios una cuestión de
productividad. A la pregunta de cuánto era el tiempo máximo que los trabajadores debían trabajar en
las fábricas, los obreros responderán con la ya clásica partición de la jornada en tres: un tercio para
el trabajo, un tercio para su formación y un tercio para el descanso. Los empresarios estarán abiertos
a los estudios provenientes de la organización científica del trabajo, que destacaban la influencia de
extensas jornadas de trabajo en la ocurrencia de accidentes. Ahora, ¿cuál sería ese tiempo a que debiera
corresponder una jornada de trabajo? Nunca estuvo del todo claro. Solo nos interesa destacar que la
organización de la producción en una jornada de ocho horas dejó abiertas las posibilidades para pensar
la formación del capital humano en las industrias, el tiempo del ocio y del consumo, y el desarrollo de
nuevos y mejores servicios, en fin, la reducción de la confl ictividad y el aumento, por ese hecho, de la
productividad.
En un tercer aspecto, en la misma coyuntura de 1914 y 1921 se avanzó en el proceso de asalarización
de las relaciones laborales. Paradójicamente, los cesantes provenientes sobre todo, de las salitreras no
estuvieron dispuestos a responder a las ofertas de empleos de las zonas agrícolas del país, en gran
parte, como lo señalan las fuentes de la época [Vial, 1981], porque se habían acostumbrado al pago
de sus salarios en dinero y no en comida o alojamiento, modalidad que era común en el campo. El
salario cada vez más fue medido en términos de productividad y la producción promovida a través
de estímulos monetarios. Cuando se produjo la reapertura de las salitreras, que habían cerrado por
la crisis, muchos trabajadores no estuvieron dispuestos a volver al norte, porque se habían adaptado
al ritmo laboral de la urbe, que ofrecía dos condiciones frente a las cuales no podían competir ni
la minería ni el campo: mayor estabilidad de las actividades productivas y un ingreso pagado en su
totalidad en metálico, respectivamente.
A lo anterior debiéramos agregar el desarrollo de dos modalidades institucionales que ayudaron
a asentar la sociedad salarial, en un contexto de mejora de las condiciones laborales y de ingreso. En
primer lugar el movimiento sindical, donde se dieron nuevas modalidades de lucha y organización
de los trabajadores [Grez, 2000], dejando de lado las confrontaciones callejeras, motines y actos de
violencia, y, en segundo lugar, las bolsas de trabajo (del Estado, de los empresarios y de los mismos
trabajadores), las cuales ayudaron a organizar el mercado laboral [Yánez, 2007].

258
Dossier

Avances y retrocesos
Nos podemos preguntar cuánto ganaron o perdieron los trabajadores con la dinámica de cambio
institucional experimentada por el país en las primeras décadas del siglo XX. No hay una respuesta
única. Podemos concordar en que perdieron mucho si la práctica de explotación empresarial se
prolongaba en el tiempo, o que ganaron también mucho si reconocemos que el proyecto de “rebelión
laboral” tenía probabilidades de éxito.
Todos estos procesos de cambio institucional nos permiten señalar de una manera general que,
en términos de las condiciones laborales, debido a la construcción de un marco legal de relaciones
entre el capital y el trabajo, la organización del mercado laboral y la acción fiscalizadora del Estado, los
trabajadores presentaron, a partir de las primeras décadas del siglo XX, sustanciales mejoras en sus
condiciones de vida. Esto no supone excluir del análisis nuevas formas de exclusión, de fragmentación
de la vida humana –paralela a la división del trabajo-, de marginalidad urbana, de alienación asociada
al consumo, distribución desigual del ingreso o modalidades más refinadas de explotación del trabajo.
Todo esto hemos conocido hasta el presente.
Como señalamos al inicio, mucho de estos análisis resultan ambivalentes y preliminares, aunque
debiéramos avanzar en una discusión más de fondo, que obviamente no se agota en algunas páginas
de un libro. Primero, ir aclarando de qué trabajadores estamos hablando, en cuanto a categorías socio-
profesionales y sectores productivos. Segundo, establecer una cierta periodización que nos permita
comprender mejor el ciclo salitrero, por ser un marco temporal amplio y, por lo mismo, complejo,
cuyos senderos nos pueden llevar por reflexiones que nos alejen de la pregunta central: qué beneficios
obtuvieron los trabajadores de la industrialización y urbanización que produjo el ciclo salitrero en
Chile.

Referencias bibliográficas
Carmagnani, M. (1998). Desarrollo industrial y subdesarrollo económico. El caso chileno (1860-1920),
Santiago de Chile: Ediciones Dibam.
Castel, R. (1997). Las metamorfosis de la cuestión social, Buenos Aires: Paidos.
Donzelot, J. (1994). L’invention du social, Paris: Editions du Seuil.
Grez, S. (2000). Transición en las formas de lucha: motines peonales y huelgas obreras en Chile (1891-1907),
Historia, Vol. 33.
Grez, S. (2002). ¿Autonomía o escudo protector? El movimiento obrero y popular y los mecanismos de
conciliación y arbitraje (Chile, 1900-1924), Historia, Vol. 35.
Hayek, F. (1997). Los historiadores y el capitalismo, Madrid: Unión Editorial.
Morales, J. (1926). Estudios sobre los contratos de trabajo, Santiago: Apostolado de la Prensa.

259
Hombres del Metal

North, D. (1990). Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Cambridge: Cambridge
University Press.
Offe, C. (1992). La sociedad del trabajo, Madrid: Alianza Editorial.
Pinto, J. (1998). Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera. El ciclo del salitre y la configuración de las
identidades populares, Santiago: Ediciones Universidad de Santiago.
Polanyi, K. (2004). La gran transformación, México: Fondo de Cultura Económica.
Vial, G. (1981). Historia de Chile, Santiago de Chile: Editorial Portada.
Yáñez, J.C. (2000). La Oficina del Trabajo (1907-1924), Mapocho, N°48.
Yáñez, J-C. (2003). Estado, consenso y crisis social. El espacio público en Chile: 1900-1920, Santiago de
Chile: Ediciones Dibam.
Yáñez, J.C. (2007). Las Bolsas de Trabajo: Modernización y control del mercado laboral en Chile (1914-1921),
Cuadernos de Historia, N°26..
Yáñez, J.C. (2008). La intervención social en Chile y el nacimiento de la sociedad salarial. 1907-1932,
Santiago de Chile: Editorial Ril.

260
TRABAJADORES FISCALES, ORGANIZACIÓN E IDENTIDAD:
LAS NUEVAS PREGUNTAS
Azun Candina P.*

Las investigaciones sobre la asociatividad de los trabajadores chilenos durante el siglo XX han sido
sólidas y enriquecedoras, pero quizás no lo suficientemente diversas. La historia social ha aportado
numerosos y significativos trabajos sobre la politización de la clase obrera en Chile, identificando
organizaciones y liderazgos, sistematizando la información existente sobre sus confl ictos y develando
así una historia que de otra manera quizás aún permanecería oscura o indefi nida a nuestros ojos . Sin
embargo, queda aún mucho por decir sobre esa formación de una conciencia de clase y sus peculiaridades
en Chile y sobre las relaciones no solamente de confl icto, sino también de negociaciones y acuerdos
entre distintos actores sociales y políticos, y sobre los pliegues, heterogeneidades y contradicciones que
se esconden tras las grandes definiciones de trabajadores, asalariados u obreros.
Dentro de ello, los asalariados del Estado (los trabajadores fiscales o semifiscales) han quedado un
poco al margen de las tendencias dominantes en la investigación histórica sobre estas materias. No han
tenido, al parecer, el fulgor heroico y atrayente de los obreros del salitre o el carbón, no han despertado
la admiración o el rechazo profundo que suelen levantar las elites, o no han intrigado a los cientistas
sociales y sus teorías de la ‘clase revolucionaria’, como lo hicieron en su momento las movilizaciones
de pobladores urbanos o estudiantes, tan poco clásicas y predecibles en su desarrollo. Parecieron
ser un grupo poco emocionante; solo las bisagras y tuercas grises en la maquinaria del inabarcable
Estado, como alguna vez ellos mismos, depresivamente, se definieron. Pero los trabajos presentes en
el taller “Condiciones de Vida y Representaciones en trabajadores ferroviarios y metalúrgicos en Chile,
1900-1930” iluminan en parte los procesos de constitución de su asociatividad y aun más allá: de una
identidad propia que se define por sus mismas actividades y por las relaciones con otros.
En primer lugar, es interesante denotar las continuidades que se hacen evidentes al leerlo. A
comienzos del siglo XX parece estar en formación el patrón de lo que serán las organizaciones y
movilizaciones de los obreros y empleados públicos en las décadas siguientes, y eso bien se nota en
este estudio sobre los trabajadores ferroviarios. Es posible detectar la noción de un Otro; el Patrón/
Empleador, en este caso el Estado, encarnado en lo concreto por los gobiernos de turno y los directivos de
las empresas. También, la definición de un Sí Mismo o Nosotros, que correspondería a los trabajadores
de dichas empresas. La piedra angular de una identidad colectiva (y potencialmente política) ya está
puesta, entonces: un Nosotros definido por una actividad que se percibe como influenciada o manejada
por Otros con los que hay que relacionarse en términos de confl icto o negociación.
En ese marco empiezan a perfi larse las demandas centrales hasta hoy en el movimiento sindical u
organizacional de los trabajadores estatales: el aumento o mantenimiento de los salarios, la necesidad
de una carrera funcionaria independiente de los vaivenes y simpatías de los jefes de turno, la necesidad

*Magíster en Historia, candidata a Doctora en Historia. Departamento de Cs. Históricas - Universidad de Chile
acandina@uchile.cl

261
Hombres del Metal

de recibir capacitación en el empleo y también de crear mecanismos de protección, en términos de salud


o retiro. Asimismo, parecen ya estar iniciándose otras demandas que cobrarán más fuerza avanzado el
siglo XX: el convencimiento de que los trabajadores estatales no solo deben ser ‘mejor tratados’ por su
Patrón (Estado-Gobiernos), sino que tienen el derecho a participar en las decisiones de las empresas
públicas y a generar opinión y planes sobre la marcha de los asuntos nacionales.
Asimismo, se perfi lan confl ictos y debates que también han tenido una larga permanencia. Optar
por el enfrentamiento directo e ideológico o una actitud más conciliadora y cooperativa; las tensiones
entre obreros y empleados; la convicción de que la unidad es la clave del éxito y las dificultades para
conseguirla y mantenerla, y la acuciosa necesidad de obtener logros concretos para legitimar las
organizaciones. Son gentes pragmáticas, estos trabajadores: no parecen creer en la solidaridad por
la solidaridad o la unidad por la unidad. Estas solo logran consolidarse cuando se obtienen logros
concretos en el mejoramiento de la calidad de vida: salarios, retiro, seguridad, educación.
El reconocimiento de estas continuidades nos plantea también, entonces, nuevas preguntas, en el
sentido de cómo podemos o es necesario enfrentarlas desde la disciplina histórica. Una pregunta que
deberíamos hacernos es examinar los supuestos que asumimos al estudiar los movimientos obreros y
sus luchas. Uno de ellos --acaso el más poderoso-- es el de avance, en el sentido de una lógica evolutiva
de la organización sindical y gremial. Los primeros organizadores de asociaciones de trabajadores
públicos, influidos por las ideas mutualistas y también marxistas y anarquistas, asumieron que el
avance era la mayor meta de la organización de los trabajadores; desde la explotación a la liberación,
desde el autoritarismo a la democracia, desde la pobreza al bienestar, desde el gobierno de la oligarquía
al gobierno de los trabajadores. Por organización se entendió y connotó como positiva la formación
de asociaciones (ya que no podían legalmente crear sindicatos, en el caso de los trabajadores de los
servicios públicos) con directivas elegidas y representativas y que reuniesen la mayor cantidad de
afi liados posibles, para presentar demandas concretas a los patrones. La ‘unidad de los trabajadores’,
a nivel local, nacional y ojalá internacional y mundial, fue uno de los objetivos últimos y más loables
del organizarse. Fue entendida, mayoritariamente por los liderazgos político-sindicales, no solo como
un camino, sino como la sola ruta válida y eficiente para el cambio social y político y la liberación de
los trabajadores de la explotación. La figura de estarse moviendo-hacia, con el uso de términos como
ruta, camino, horizonte, futuro, habla casi por sí misma.
Creo que los historiadores, a menudo, hemos adoptado implícita o explícitamente los mismos
supuestos a la hora de analizar los movimientos de trabajadores, y no solo los fiscales. Hemos
estructurado nuestros trabajos y su misma narrativa en base al cumplimiento o no cumplimiento
de dicho objetivo, bajo la idea de ruta, o de sus fases o etapas; hemos hablado de evolución cuando
las organizaciones, sus afi liados y sus movilizaciones aumentan, y de involución o retroceso cuando
ello disminuye. Hemos asumido, entonces, quizás sin una mirada suficientemente crítica o rigurosa,
la doctrina evolutiva postulada por las dirigencias de las mismas organizaciones, al menos en su
discurso público.
La pregunta que me interesa dejar planteada es hasta qué punto, precisamente, esa doctrina
evolutiva, ese enfoque del avance nos ha impedido ver o estudiar con mayor profundidad otros aspectos

262
Dossier

de las organizaciones de trabajadores, de su formación de identidades y de sus lógicas internas de


funcionamiento. En el caso de los trabajadores fiscales, por ejemplo, es posible detectar bastante a
menudo que la participación en las movilizaciones se produce para la obtención de logros concretos
(condiciones de trabajo, reajuste salarial, rechazo a una ley) y no necesariamente los afi liados buscan
así ‘avanzar’ hacia la unidad nacional de los trabajadores, la intervención de la empresa estatal, o el
derrocamiento de las autoridades. Las reivindicaciones --y sus movilizaciones asociadas-- se justifican
en sí mismas, sin una lógica de toma del poder, por usar un término manido pero apropiado en este
contexto. Asimismo, gran parte de estas movilizaciones parecieron basarse en la autodefinición
como clase media, o como grupos que, por su tipo de trabajo y por las responsabilidades que asumen,
deberían serlo; es decir, no desde una identidad de clase obrera, sino desde una identidad que --como
proyecto-- busca precisamente distanciarse y dejar atrás la dureza de la vida obrera, su trabajo rudo,
su overol y su casco, para reemplazarlos (ojalá para siempre) por el traje y la corbata del empleado y del
directivo, del profesional más respetado y prestigiado socialmente. No es a una cultura popular a lo
que aspiran, no es a la glorificación de sus orígenes obreros y campesinos, sino justamente al abandono
de ellos. No necesariamente desprecian a los obreros y a los campesinos, ni se niegan a la alianza con
ellos, pero no es lo que quieren ser.
Desde allí, no sorprende que a menudo la ‘unidad de los trabajadores’ haya sido a veces un objetivo
tan difícil de lograr, aun dentro de un mismo gremio o empresa. En la práctica, aquellos que no la
han sacralizado como principio (y aun algunos que sí lo han hecho) a menudo se descolgaron de ella,
prefirieron negociar por su cuenta y así, obstaculizar el avance del movimiento social o sindical. Pero,
¿era su objetivo obstaculizar ese avance?, ¿se trataba de una lógica que compartían o rechazaban,
o hacia la cual eran indiferentes? Antes de calificarlos como reformistas o revolucionarios, o como
leales o traidores a las luchas obreras, habría que preguntarse e investigar, desde los sujetos mismos,
qué buscaban efectivamente al movilizarse o al decidir no hacerlo, o al estar dispuestos a participar
en ciertas actividades y no en otras. Cuando no lo hacen, ¿es porque todavía no han desarrollado una
conciencia de clase (otra vez, la lógica evolucionista) o porque optaron por otras rutas que consideraron
más eficientes para lograr ciertos objetivos? Y aun más allá, ¿cuál es la relación entre los avances de la
movilización y sus conquistas? Hay cierta estructura épica instalada en la retórica política de la acción
sindical y asociativa, que los historiadores (al menos en parte) hemos compartido.
Creo que estas preguntas (como ocurre con la mayoría de las preguntas en la disciplina histórica)
se han vuelto más pertinentes en los últimos años de lo que podrían haber sido hace décadas, es decir,
antes de la crisis del Estado de Bienestar y de las grandes expectativas revolucionarias. La lectura
heroica de los movimientos de trabajadores, basada muchas veces en la retórica heroica de los mismos
movimientos sindicales y sus líderes, tenía mucho que ver, podríamos postular, con la confianza en
un futuro de ‘pleno empleo’ o de ‘gobierno de los trabajadores’ como realidades posibles y alcanzables.
Lo central era, entonces, estudiar y analizar cómo se iba hacia allá, o cómo se estaba retrasando
la llegada a esas metas. Hoy, donde el horizonte de un futuro de leche y miel para los trabajadores
parece más una nostalgia (dolorosa por definición) que una promesa del futuro, no es de sorprenderse
que aparezca el interés por desmenuzar con más cuidado y atención la historia concreta de esas
organizaciones, por precisar qué era lo que específicamente buscaban para sí mismas, y en qué medida

263
Hombres del Metal

compartían o utilizaban (o ambos) los lenguajes de la revolución o del consenso, del nacionalismo o el
internacionalismo, de los partidos políticos o de la autonomía sindical. Quizás hoy lo más importante
sea profundizar no tanto si eran la punta de lanza de este proyecto o el otro, o qué tan avanzados
estaban, sino quiénes efectivamente eran, y qué buscaban, y por qué.
Es mi opinión que ese estudio de las organizaciones y de la identidad por sí mismas tiene hoy y
en los años que vengan, tendrá mucho que aportar a un conocimiento más cabal de la historia social,
cultural y política del siglo XX. Es posible que nos sorprenda; es posible que nos encontremos con que el
pasado no fue tan distinto al presente, por ejemplo. Las lecciones que de eso podemos extraer (más allá
de la acumulación de conocimiento para la academia) pueden ser muy valiosas. Cuando estudiamos
las organizaciones y las actividades de los trabajadores y empleados fiscales, no nos encontramos,
a menudo, con ‘jóvenes idealistas’, ni con ‘reventones populares’, sino con estrategas fogueados en
las luchas políticas, con líderes persistentes e informados sobre la realidad económica y social del
país, con sujetos que hablan desde dentro del aparato estatal y de sus intrigas y negociaciones cuasi
palaciegas. Conocerlos y aprender de ellos es una tarea no solo académica, sino una recuperación de
nuestra historia reciente, con la que, como disciplina, estamos en deuda.

264
ALGUNAS CONSIDERACIONES A TENER EN CUENTA EN EL
ANÁLISIS HISTÓRICO ECONÓMICO SOBRE LA RENTA,
EL INGRESO Y EL CONSUMO291
Felipe Abbott B.*

I.- Si bien la función de consumo fue una importante innovación introducida a la teoría económica
por John Maynard Keynes en su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicada en 1936292,
va a ser Milton Friedman, quien en el año 1957 publicó lo que muchos consideran su obra maestra:
Teoría de la función de consumo293 , quien desarrollará plenamente en toda su potencialidad esta teoría a
través del concepto de renta permanente.
Este es un gran libro de investigación sobre análisis microeconómico, donde el profesor de la
Universidad de Chicago señala que el consumo de una persona está condicionado por el flujo de renta
que el sujeto cree que puede disponer en forma permanente, sin afectar al valor actual de sus ingresos
a lo largo de toda su vida. A través de este estudio, Friedman desarrolla una teoría sobre el consumo en
base a una sólida evidencia empírica, colocando en el tapete la idea de que el consumo de las personas
no solo depende de su nivel de ingresos corrientes, sino que también de su nivel de riqueza, al plantear
la hipótesis de que los individuos generalmente mantienen una relación constante entre su consumo y
su renta permanente, esta última determinada por la riqueza y otros factores. Con esta innovación en
la teoría económica, Friedman entrega una visión más amplia de lo que constituyen los ingresos y lo
que determina la capacidad de consumo de las personas en una sociedad moderna, donde el autor sitúa
su estudio. Con ello, obviamente, dio un matiz a la posible utilización de este concepto.
II.- Es importante que la historia económica sea capaz de recoger los conceptos que ha desarrollado
la teoría económica de manera de potenciar el análisis historiográfico. Uno de ellos es el concepto de
“ingreso”. Cuando hablamos de ingresos, necesariamente nos referimos a la capacidad de gasto que posee
una persona o una familia medida en unidades monetarias a través del tiempo. Y cuando hablamos
de la capacidad de gasto, necesariamente estamos hablando de la capacidad de “consumo”, que puede
ser defi nido como el proceso o acto por el cual los agentes económicos obtienen utilidad o satisfacción
de sus necesidades294 . Desde el punto de vista económico y material, entonces, manteniendo todo lo
demás constante, como por ejemplo los precios, a mayor ingreso las personas y las familias poseerán
un mayor nivel de consumo.

291
Nuestro objetivo es aclarar algunos conceptos económicos, dar una perspectiva de análisis y su utilización para el
análisis histórico. En buen castellano, se trata de simplificar los argumentos y no de lo contrario.
* Prof. de Historia Económica. Universidad Diego Portales. felipe.genio63@hotmail.com
292
Vs. John Maynard Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Editorial F.C.E., México, 1945. Un buen
y breve resumen se puede encontrar en Phyllis Deane y Jessica Kuper, Eds., Vocabulario Básico de Economía, Editorial
Crítica, Barcelona, 1992, p. 224 y 225.
293
Vs. Milton Friedman, Teoría de la función de consumo, Editorial Alianza, Madrid, 1973.
294
Manuel Ahijado y Mario Aguer, Diccionario de Economía y Empresa, Ediciones Pirámide, Madrid, 1996, p. 130.

265
Hombres del Metal

Las personas y familias que disponen de una mayor capacidad de consumo en el tiempo pueden
adquirir una mayor cesta de bienes y con ello satisfacer de mejor forma casi todas las necesidades
materiales de su existencia y, en algunos casos, hasta adquirir bienes o servicios que pueden satisfacer
necesidades espirituales, como puede ser un libro o música. Es decir, el nivel de ingresos afecta la
calidad de vida295, de tal manera que podemos decir que un buen nivel de ingresos es una variable
necesaria para tener una buena calidad de vida, pero no suficiente. Tal como dice el refrán popular, “el
dinero no hace la felicidad, pero puchas que ayuda”.
Ahora bien, ¿de qué depende la función de consumo? La función de consumo expresa la dependencia
funcional del consumo respecto de las variables consideradas como influyentes sobre el nivel de gastos
que realizan los individuos o familias en consumos, como la renta, la riqueza y el tipo de interés296 . Aquí
definimos la renta como un excedente obtenido por un factor de producción por encima del ingreso
mínimo necesario de tal manera de inducir a que este factor permanezca en esa función y en esa
industria y no en otra 297. El nivel de renta de una persona proviene de la escasez del factor, como
de su aporte al proceso productivo medido como productividad marginal (Pmg) y valor agregado.
Por ejemplo, si la mano de obra fuera un bien escaso y el mercado demandara una gran cantidad de
trabajadores, entonces esta subiría de precio debido a su escasez frente a la necesidad de ella. A su vez,
si esta mano de obra fuera capaz de producir bienes escasos y de alto valor o producir muchos bienes
por hora trabajada, su aporte al proceso productivo sería alto y, por tanto, su nivel de ingresos. Se diría
que es una mano de obra con alta productividad, entendida como la cantidad de bienes que es capaz de
producir un trabajador por hora laborada.
Si vemos la renta como un promedio individual genérico, entonces, hablamos de la famosa renta o
ingreso per cápita. ¿Qué es eso? Solo un promedio que refleja si una sociedad es más rica que otra, pero
no refleja si en esa sociedad hay una óptima distribución del ingreso298 . Si analizamos los niveles de
ingreso per cápita de las sociedades temporalmente, observamos que los ingresos de las personas están
constantemente fluctuando a través del tiempo (históricamente), ya sea al alza o a la baja. Esto hace
que los consumos y, por tanto, la adquisición de bienes y servicios fluctúen. Entonces, habrá momentos

295
Este es un concepto de carácter cualitativo y cuantitativo. Tiene que ver, por ejemplo, con los niveles de satisfacción
que alcanzan las personas con sus libertades y con el logro de ciertas metas cuantitativas desde el punto de vista social,
como el tener altos ingresos per cápita, gran nivel de educación y una mayor esperanza de vida. Dentro de la histo-
riografía de América Latina, podemos nombrar el libro de Rosemary Thorp, Progreso, pobreza y exclusión: Una historia
económica de América Latina en el siglo XX, especialmente su apéndice estadístico p. 377 y 381 y el artículo de César
Yánez, El nuevo cálculo del Indice de Desarrollo Humano en el informe del PNUD 1999, su impacto en América Latina y su
evolución histórica secular desde 1900, en Revista Instituciones y Desarrollo N° 4, 1999. Para un desarrollo completo de
este concepto ver Martha Nussbaum y Amartya Sen, La calidad de vida, Editorial F.C.E., México, 1996.
296
Phyllis Deane y Jessica Kuper, Eds., op. cit., p. 224 y 225. En matemáticas, la relación del valor de una variable con
el valor de otras variables se expresa en términos de una función. De tal manera que formalmente podemos decir que
Y es una función de X si para cualquier valor que pudiera asignarse a X, es posible determinar un valor para Y. En este
caso: consumo = renta + riqueza + interés.
297
Manuel Ahijado y Mario Aguer, op. cit., p. 560 y s.
298
Su distribución determina los niveles de riqueza o de pobreza de las personas. Este tema se puede asociar a las
condiciones de vida de las personas, que en el caso de Chile está ligado historiográficamente al tema de la “cuestión
social”.

266
Dossier

en que los ingresos de las personas subirán constantemente y con ello sus niveles de consumo, y
habrá otros momentos en que pasará todo lo contrario. Los primeros serán momentos de auge o boom,
asociados a un mayor consumo o satisfacción de las necesidades, y los segundos, a momentos de crisis o
depresión, asociados a momentos de menor consumo o satisfacción de las necesidades. Tanto los booms
como las crisis son fenómenos históricos que en general han sido profundamente estudiados299.
Para el caso chileno, son pocos los estudios que presentan largas series de ingreso per cápita
desarrolladas de manera sistemática, como es el caso de las obras de Angus Maddison300, Rolf Luders
y otros301, Juan Braun y otros302, André Hofman303 y Erik Haindl 304 .
Las personas con altos ingresos son ricas, porque los altos ingresos determinan un mayor nivel
de riqueza en una persona 305, pero ¿qué es la riqueza?, ya que es uno de los elementos que afectan la
función de consumo. La riqueza es cualquier cosa u objeto (e incluso para algunos cualquier servicio
potencial) que tenga un valor en el mercado y que puede intercambiarse contra dinero. Mientras que la
riqueza es un concepto stock, la renta es un concepto flujo306 . Stock es una cantidad dada (magnitud) de algo
que tiene un valor en el mercado en un momento dado y flujo es una corriente de ingresos por período
de tiempo. Este flujo es igual al de un río. A veces el río tiene la corriente con un gran caudal por un
tiempo determinado y a veces no. Con los ingresos pasa lo mismo.

299
Por ejemplo, están los estudios de Charles Klindeberger, La crisis económica de 1929 – 1939, Editorial Crítica, Barce-
lona, 1985; Peter Temin, Lecciones de la Gran Depresión, Editorial Alianza, Madrid, 1995; Angus Maddison, Dos Crisis:
América y Asia 1929-1938 y 1973-1983, Editorial F.C.E., México, 1988 y para el caso de Chile, Sebastián Saez, La econo-
mía política de una crisis: Chile 1929 – 1929, en Notas Técnicas N° 130, CIEPLAN, mayo, 1989; Manuel Marfán, Políticas
reactivadoras y recesión externa: Chile 1929 – 1938, en Estudios CIEPLAN N° 12, mayo, 1984 y Hernán Cortés Douglas,
Lecciones del pasado: Recesiones económicas en Chile 1926 – 1982, en Cuadernos de Economía N° 63, PUC, agosto, 1984,
solo por nombrar algunos.
300
Nos interesa solo su obra mayor como: Historia del Desarrollo Capitalista. Sus fuerzas dinámicas. Una visión de largo
plazo, Editorial Ariel, Barcelona, 1991; La Economía Mundial en el Siglo XX: Rendimiento y Política en Asia, América Latina,
la URSS y los países de la OCDE, Editorial F.C.E., México, 1992; La Economía Mundial 1820 – 1992. Análisis y estadísti-
cas, Ediciones Perspectivas OCDE, 1997 y La Economía Mundial. Una perspectiva milenaria, Ediciones Mundi-Prensa,
Barcelona, 2002.
301
Rolf Luders et al., Economía Chilena 1810 – 1995: Evolución Cuantitativa del Producto Total y Sectorial, Documento de
Trabajo N° 186, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile, diciembre, 1996 y Rolf Luders et. al.,
Economía Chilena 1810 – 2000. Producto total y sectorial: Una nueva mirada, Documento de Trabajo N° 315, Instituto de
Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile, enero, 2007.
302
Juan Braun et. al., Economía Chilena 1810 – 1995. Estadísticas Históricas, Documento de Trabajo N° 187, Instituto
de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile, enero, 1996.
303
Cuyo libro ha sido publicado solo en inglés, The Economic Development of Latin American in the Twentieh Century,
Elgar, Cheltenham, 2000.
304
Erik Haindl, Chile y su desarrollo económico en el siglo XX, Editorial Andrés Bello, Santiago, 2007.
305
Este tema de la riqueza medida monetariamente ha sido tocado por Sergio Villalobos, Origen y ascenso de la bur-
guesía chilena, Editorial Universitaria, Santiago, 1987 y también por Ricardo Nazer Ahumado, La fortuna de Agustín
Edwards Ossandon 1815 – 1878, en Revista Historia, N° 33, 2000.
306
Manuel Ahijado y Mario Aguer, op. cit., p. 569.

267
Hombres del Metal

Si una persona tiene altos ingresos en el tiempo, suponiendo que es capaz de administrarlos
correctamente, entonces tendrá un alto poder adquisitivo (capacidad de compra de bienes y servicios) y
por ello será capaz de acumular una gran cantidad de diversos tipos de bienes. Estos formarán parte
de su patrimonio, o sea, de su riqueza. En efecto, si una persona le da un valor monetario a cada uno de
los bienes de que dispone y que ha logrado acumular a través del tiempo, y también a sus capacidades
laborales, todos estos valores sumados conjuntamente serán parte de su riqueza en un sentido amplio.
Además, la riqueza, en el caso de los bienes, es en gran parte traspasable de una generación a otra
(heredable), como puede ser una propiedad, ropa o un piano. Ahora bien, hay bienes que son capaces
de generar ingresos, como una propiedad en arriendo, una vaca por su leche o por sus terneros, una
gallina por sus huevos, etc. y otros bienes que no, como un florero, una mesa, etc., pero que, sin
embargo, pueden ser vendidos a un precio dado en el mercado o empeñados en una Caja de Crédito
Popular. También podemos considerar ciertas habilidades adquiridas, como saber coser, cocinar, dar
masajes, cuidar niños, etc. Incluso podemos considerar la red de relaciones sociales de una persona (red
de solidaridades-como el compadrazgo) como un activo económico, es decir, como algo que es capaz de
generar ingresos. Este puede ser un contacto, un amigo, a través del cual se puede obtener un trabajo
que dé ingresos307. Pero, ¿por qué es importante tener claro qué es la riqueza en un análisis? Porque los
ingresos no solo se generan a través del trabajo, sino también a través de la riqueza que ha sido capaz
de acumular una persona a través del tiempo, y son precisamente estos dos elementos los que permiten
mantener el consumo. Por ejemplo, una persona puede disponer de los ingresos que le brindan su
trabajo como obrero ferrocarrilero y la renta (arriendo) de una propiedad heredada o adquirida. Puede
ser el caso de que no tenga trabajo, por lo que no tenga ingresos, pero esto no significa necesariamente
que esté en la pobreza, porque puede apelar al arriendo de la propiedad que ha heredado o a vender
algún(os) bien(es) con que cuenta. Lo anterior significa que si bien no dispone de un ingreso laboral
a causa de su situación de cesantía, sí puede disponer de otros ingresos fruto de su riqueza, lo que
obviamente hará que pueda seguir consumiendo por un tiempo, pero en forma de una menor cesta de
bienes y servicios. ¿Pero qué pasa si esta persona no es rica y tampoco puede disponer de un trabajo
como fuente de ingresos? Puede ocurrir que si esa persona tiene como activo el respeto de las demás
personas de su medio social, la confianza de los otros, porque se es una persona noble y cumplidora,
entonces, es posible que esa persona sea sujeto de crédito a través de un libro de raya en un almacén de
barrio. También puede ocurrir que disponga de una amplia red de solidaridades a través de mutuales,
sindicatos, asociaciones, redes de asistencias estatales, si las hay, amigos y familia vista en sentido
extenso, a través de los lazos sanguíneos y políticos. Esto hace que un sujeto cualquiera disponga de
otros activos que pueden generar, tal vez precariamente, un nivel de consumo mínimo, suficiente para
capear la situación de cesantía que se está viviendo en un momento dado, de tal manera que durante
un tiempo su consumo no sea igual a cero.

307
Sobre el tema vs. el excelente libro de Igor Goicovic Donoso, Relaciones de solidaridad y estrategias de reproducción
social en la familia popular del Chile tradicional (1750-1860), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid,
2006, donde toca las formas en que las familias populares lograron subsistir y desarrollarse a través de mecanismos
como la colaboración, el apoyo mutuo en circunstancias difíciles, la entrega de bienes en préstamo y las asistencias
personales.

268
Dossier

El tipo de interés en está ecuación esta relacionado con la cantidad de dinero que se debe pagar a raíz
de una deuda contraída, lo que supone una salida de dinero, o el pago que se obtiene por una deuda o
depósito de dinero que se nos debe, lo que supone una entrada de dinero. Ambos elementos influyen
en el nivel de consumo, porque en el primer caso disminuyen la capacidad de adquirir bienes en este
presente y en el otro caso incrementan la capacidad de adquirir bienes. Ahora bien, cuando hablamos
de interés debemos ver si nos referimos a un tipo de interés nominal o real. ¿Cuál es la diferencia
entre ambos? Que en el primer caso se refiere al porcentaje que, por acuerdo, debemos pagar sobre
la cantidad de dinero que hemos recibido prestada y en el segundo caso, a ese porcentaje le debemos
restar el nivel de infl ación, de tal manera que interés nominal menos infl ación es igual a interés real.
III.- Entonces, como hemos visto, desde un punto de vista de la satisfacción material de la
existencia 308 , el consumo depende de: la renta vista como los ingresos obtenidos fruto de un trabajo +
la riqueza, entendida como todos aquellos activos que nos permiten generar consumo + los intereses,
ya sea como prestatario o prestamista. Es decir, estos son los elementos a tener en cuenta para
determinar el nivel de ingreso (Y) y con ello, en principio, la capacidad de consumo (C) de una persona
o una familia, por tanto, Y = C.
Como ya lo señalamos, desde el punto de la satisfacción de las necesidades materiales de la
existencia, el ingreso es el que nos permite consumir una cesta de bienes valoradas monetariamente
y con ello mantener un estándar de vida, visto como un valor de referencia que se considera aceptable
o satisfactorio en términos de cumplimiento de necesidades materiales de la existencia y que puede
ser calculado en una determinada cantidad de dinero. Si conceptualizamos de esta manera el
problema, entonces, dos son las preguntas que debemos responder: ¿cuánta es la cantidad de dinero
que necesitábamos para mantener un determinado estándar de vida en Chile a fi nes del siglo XIX y
comienzos del siglo XX? y ¿cuáles son los medios de que disponemos para satisfacer esas necesidades?
Necesidades de bienes y servicios que tienen un precio en el mercado.
También podemos agregar las siguientes preguntas: ¿qué pasaba con el nivel de gasto (consumo)
frente a algún tipo de percance económico, como una crisis, una alta infl ación o una eventual cesantía?
y por el contrario: ¿qué pasaba con el nivel de gasto (consumo) en un momento de auge económico?
Se trata de reconstruir el poder adquisitivo de las personas en un momento dado, es decir, de ver la
evolución de su capacidad de compra (consumo) a través del tiempo, considerando que este es un
fenómeno eminentemente dinámico309.

308
Para los que razonablemente indagarán sobre el alcance de este razonamiento, reconozcamos que aunque no solo
de pan vive el hombre, también de pan.
309
Esto lo podemos ver a través de las curvas de Engel (Ernst Engel), que consisten en un gráfico donde en el eje verti-
cal se coloca la variable ingresos y en el eje horizontal la variable consumo. Manteniendo los precios constantes (fijos),
Engel demostró empíricamente que a mayor ingreso, el consumo de bienes formales (básicos) se estanca, aumentando
el consumo de bienes más caros o de lujo. También demostró que a mayor ingreso, hay ciertos tipos de bienes que se
dejan de consumir y son sustituidos por otros, por lo que los denominó bienes inferiores o sustitutos baratos. Aquí la
inferioridad se relaciona con el nivel de ingresos y no con el bien, por lo que si los ingresos bajan, estos bienes volverán
a ser demandados. En principio, las elecciones de consumo están limitadas por el ingreso y los precios a través de la
llamada restricción presupuestaria.

269
Hombres del Metal

Lo interesante de los trabajos aquí presentados es que en base a una sólida evidencia empírica
dentro de un estudio de casos, se trató de dar respuesta a las preguntas planteadas. Así los capítulos
2, 4 y 6 de este libro vienen a dar una visión analítica de corte cuantitativo sobre los niveles de ingreso
y consumo en los trabajadores metalúrgicos y ferroviarios entre los años 1880 y 1930. Lo interesante
del análisis de caso es que se realiza en base a datos reales y no nominales. ¿Qué quiere decir esto?
Que en el caso de la renta, hablamos de ingreso real (Yr), ingreso menos inflación y renta real (Rr)310,
que es la capacidad de adquisición de bienes y servicios de una determinada suma de dinero o renta
monetaria 311 (Ym), teniendo en cuenta los precios de los bienes y servicios, y permite calcular la
capacidad de consumo real (Cr), o sea, la capacidad adquisitiva “verdadera”, por decirlo de alguna manera,
que tuvieron los obreros y empleados ferrocarrileros durante los años señalados. Evidentemente esto
de por sí constituye un gran paso en la historiografía de la cuestión social en Chile. Un gran paso,
aunque no el final del camino.

Referencias bibliográficas
Ahijado, M. y M. Aguer (1996). Diccionario de Economía y Empresa, Madrid: Ediciones Pirámide.
Braun, J. et. al. (1996). Economía Chilena 1810–1995. Estadísticas Históricas, Documento de Trabajo N°
187, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Cortés, H. (1984). Lecciones del pasado: Recesiones económicas en Chile 1926–1982, en Cuadernos de
Economía N° 63, PUC.
Deane, P. y J. Kuper. (1992). Vocabulario Básico de Economía, Barcelona: Crítica.
Friedman, M. (1973). Teoría de la función de consumo. Madrid: Editorial Alianza
Goicovic, I. (2006). Relaciones de solidaridad y estrategias de reproducción social en la familia popular del
Chile tradicional (1750-1860), Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Haindl, E. (2007). Chile y su desarrollo económico en el siglo XX, Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello.
Hofman, A. (2000). The Economic Development of Latin American in the Twentieh Century, Cheltenham:
Elgar.
Keynes, J.M. (1945). Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, México: F.C.E.
Klindeberger, Ch. (1985). La crisis económica de 1929–1939, Barcelona: Crítica.
Lüders, R. et al. (1996). Economía Chilena 1810 – 1995: Evolución Cuantitativa del Producto Total y Sectorial,
Documento de Trabajo N° 186, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile.

310
Para diferenciarla del ingreso.
311
Es la suma de dinero poseída por un(os) consumidor(es). Si no hay ahorro, la renta monetaria es igual al valor de
los bienes y servicios demandados, en Manuel Ahijado y Mario Aguer, op. cit., p. 561.

270
Dossier

Lüders, R. et. al. (2007). Economía Chilena 1810–2000. Producto total y sectorial: Una nueva mirada,
Documento de Trabajo N° 315, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de
Chile.
Maddison, A, (1988). Dos Crisis: América y Asia 1929-1938 y 1973-1983, México: F.C.E.
Maddison, A, (1991). Historia del Desarrollo Capitalista. Sus fuerzas dinámicas. Una visión de largo plazo,
Barcelona: Ariel.
Maddison, A. (1992). La Economía Mundial en el Siglo XX: Rendimiento y Política en Asia, América Latina,
la URSS y los países de la OCDE, México: F.C.E.
Maddison, A. (1997). La Economía Mundial 1820 – 1992. Análisis y estadísticas, Paris: Ediciones
Perspectivas OCDE.
Maddison, A. (2002). La Economía Mundial. Una perspectiva milenaria, Barcelona: Ediciones Mundi-
Prensa.
Marfán, M. (1984). Políticas reactivadoras y recesión externa: Chile 1929 – 1938, en Estudios CIEPLAN
N° 12.
Nazer, R. (2000). La fortuna de Agustín Edwards Ossandon 1815–1878, Historia, N° 33.
Nussbaum, M. y A. Sen. (1996). La calidad de vida, Editorial, México: F.C.E.
Temin, P. (1995). Lecciones de la Gran Depresión, Madrid: Alianza.
Thorp, R. (1997). Progreso, pobreza y exclusión: Una historia económica de América Latina en el siglo XX,
Washington, D.C.: BID.
Sáez, S. (1989). La economía política de una crisis: Chile 1929 – 1929, en Notas Técnicas N° 130,
CIEPLAN.
Villalobos, S. (1987). Origen y ascenso de la burguesía chilena, Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
Yáñez, C. (1999). El nuevo cálculo del Indice de Desarrollo Humano en el informe del PNUD 1999, su impacto
en América Latina y su evolución histórica secular desde 1900, Instituciones y Desarrollo N° 4.

271
EN BÚSQUEDA DE LOS IMAGINARIOS SOCIALES Y POLÍTICOS DE
LOS TRABAJADORES MANUALES EN
LOS COMIENZOS DEL SIGLO XX
M. Eugenia Horvitz V.*

Como sabemos, buena parte de la historiografía, decidida a develar las resistencias de los
trabajadores manuales en el siglo XIX y comienzos del XX, puso el acento, no solo en Chile, en
mostrar sus capacidades de organización, esfuerzos, realizaciones y saberes expresados a través de
revistas, folletos, libros, iconografía. La mayor parte de los historiadores pioneros en esta búsqueda
investigaron desde la década de 1940, produciéndose una pletórica bibliografía en los años sesenta.
Los autores se comprometían con el “uso público de la historia” en épocas de cambios revolucionarios
que se querían y parecían no solo necesarios, sino posibles. Se trataba de escudriñar en la genealogía
del “movimiento obrero”, colocando en el espacio público lo que el poder había sumergido, entregando
una historia nueva, potente, sobre todo una memoria colectiva con el fin de contribuir a subvertir el
orden constituido y realizar una revolución liberadora.
Se unía en el debate historiográfico la problemática del sentido histórico del capitalismo, que dio
para muchos trabajos particularmente sobre América Latina, Asia y África; es decir, para los territorios
sometidos al imperialismo. Es notable que la mayoría de estos debates se introdujeron con extensos
marcos teóricos, los más numerosos procedentes del marxismo, que en realidad surgían de lecturas
inacabadas o de tomas de posición en el presente para afirmar la legitimidad de los proyectos políticos
destinados a lograr los cambios deseados. En medio de la polémica se habían olvidado textos de Marx
de gran importancia, que ponían el acento en la transición al capitalismo, en procesos largos y de gran
complejidad que vale la pena recordar porque adquieren una potencia, una especial relevancia para
encarar los imaginarios políticos y sociales de los trabajadores en los comienzos del siglo XX en Chile.
Marx, en el manuscrito llamado Capítulo inédito de El Capital, datado entre 1861 y 1863, reflexiona
sobre la complejidad de la transición al capitalismo que habría estado representada por las relaciones
dialécticas entre distintos modos de producir y diversas formas de trabajo, que en primera instancia
tendieron a “subsumir formalmente” el proceso de trabajo y, subraya Marx, “el trabajador pasa a estar bajo
la vigilancia y, por tanto, bajo el mando del capital y o del capitalista. El capital se torna capacidad de mando…”
El autor hace referencia tanto a los sistemas de cooperación simple o extensa para la producción de
mercancías a granel, como también al trabajo a domicilio que realiza un grupo familiar o un taller
artesanal; pero lo que interesa en el camino de esta reflexión es la relevancia del control y del mando,
que merecen ser comprendidas en las contradicciones cotidianas que se presentan entre el saber hacer,
la libertad y la dignidad del sometido y el ejercicio del poder del sometedor.

* Dra. Historia Económica y Social – U. de Paris I, Panthéon-Sorbonne. Directora del Dpto. de Cs. Históricas
mhorvitz@uchile.cl

272
Dossier

En el proceso de avance y dominio del capitalismo, explica el autor, se realiza “la subsunción real de
trabajo al capital” cuando los avances tecnológicos —fuerzas productivas— pasan a someter el trabajo
vivo: “En el autómata y en la maquinaria movida por él, el trabajo del pasado se muestra en apariencia como
activo por sí mismo, independientemente del trabajo vivo, subordinándolo y no subordinado a él: el hombre de
hierro contra el hombre de carne y hueso. La subsunción de su trabajo al capital —la absorción de su trabajo
por el capital—, algo que pertenece a la esencia de la producción capitalista, se presenta aquí como un factum
tecnológico. El edificio está terminado. El trabajo muerto está dotado de movimiento y el trabajo vivo no es más
que un órgano consciente suyo”312.
Esta breve ilustración de una propuesta de Marx para la reflexión y comprensión de procesos
históricos de múltiples creaciones, duración y representación ha llevado a diferentes investigadores
a preguntarse por el origen del capitalismo y su seguimiento en diversas situaciones históricas, como
se puede constatar en los trabajos en la década de 1950 de Maurice Dobb, para Inglaterra; Takahashi
para Japón; Pierre Vilar para Cataluña o, en el decenio siguiente Fernand Braudel y más recientemente
Immanuel Wallerstein, en que este último pone el acento en las transformaciones de la familia, el
sexismo, la ruptura de los lazos comunitarios que se va produciendo a medida que van siendo arrasadas
las distintas formas de producción de los bienes individuales y sociales para ser subordinadas por el
sistema capitalista y su correlato visible, el mercado. En esta historiografía, más allá de las diferencias,
se ha hecho hincapié en el rol de las políticas de Estado, que favorecen o impiden el desarrollo del
capitalismo.
Sin embargo, lo que nos interesa subrayar en estos textos de Marx es el análisis sobre el proceso
concreto del “sometimiento del trabajo vivo”, develando la esencia del modo capitalista de producción
y de la enajenación individual y social que es su corolario, con el objetivo central de lograr la toma
de conciencia de los trabajadores para realizar la Revolución, como se expresa en los textos políticos
del autor, entre los que ha sobrevivido por más de 150 años El Manifiesto Comunista. El impacto de la
investigación sobre el capitalismo y sus múltiples transformaciones ha sido de menor envergadura que
el proyecto político y sus distintas interpretaciones, pero parece interesante cuando se trata de buscar
y comprender los imaginarios y comportamientos de los trabajadores, volver a una fuente teórica
que puede entregar algunas sugerencias para comprender las relaciones entre las transformaciones
económicas en la transición al capitalismo y las representaciones culturales de los sujetos históricos
que, por cierto, requieren una lectura considerando sus diversidades y las capacidades de los poderes y
saberes para mantener, como propone el autor,“ el fetichismo de la mercancía”.
En el caso de Chile, en las obras de Carmagnani, Salazar, Cavieres, Ortega, Grez, entre otros,
aparecen con claridad en el período que nos interesa una variedad de formas de producir y de
trabajadores que concurren al mercado en condiciones distintas de sometimiento a la hegemonía del
capital, ya sea que se trate de los “salariados mineros”, los grupos constituidos en extensión en las
salitreras, los obreros de los ferrocarriles, los metalúrgicos, los artesanos independientes pero que
vendían su saber-hacer para cubrir las necesidades de las grandes manufacturas, las costureras y
bordadoras por su cuenta o que formaban los primeros talleres de confección y los niños cristaleros.
312
Karl Marx. La tecnología del Capital (Extractos del Manuscrito 1861-1863). Editorial ITACA, México, 2005. Pp.19-
57.

273
Hombres del Metal

Esta realidad movediza y variopinta también lo era cuando se producía la rebelión, o la capacidad
de defenderse de la precariedad formando mutuales, asociaciones cooperativas, sindicatos que
probablemente se afincaban en la unidad que posibilitaba la cooperación para producir. Estas
comunidades se manifestaban culturalmente; elaboraban revistas, folletos, informativos de carácter
cultural o político y, desde luego, escribían sus peticiones y les dieron otro colorido a sus vidas en
los cantares, el baile y el teatro. Estas manifestaciones las conocemos, seguramente en un mínimo
porcentaje, porque eran los productos del mundo social marginado no solo por su exclusión política sino
porque sus expresiones desbordaban y contradecían el modelo de sociedad, exhibían la incivilidad.
En estas condiciones cabe preguntarse de dónde y cómo se forjaron sus representaciones
colectivas, que requieren ser analizadas e interpretadas en su carácter múltiple. Podría ser que los
escritos provenientes de los trabajadores, sus emblemas y fotografías, nos permitieran una primera
aproximación, considerando que son los testimonios más directos con que se cuenta y que también
ofrecen la otra mirada sobre los poderes y saberes vigilantes y castigadores, fueren estos autónomos o
directamente de las manos del Estado que los propietarios habían establecido.
El análisis de la construcción de los discursos de los trabajadores, en la polifonía de los ejemplos
que van aflorando, transparenta el mundo de las representaciones de estos colectivos entre los autores,
sus lectores y sus escuchas, sin dejar de lado la contraposición entre esos grupos y las elites en el poder.
Desde este enfoque aparecen con claridad los aportes de la teoría de la historia cultural que, como
la concibe Chartier, “al trabajar en las luchas de representación, cuya postura es el ordenamiento, y por lo
tanto la jerarquización de la estructura social en sí, la historia cultural se aparta sin duda de una dependencia
demasiado estricta con relación a una historia social dedicada al estudio de las luchas económicas, pero también
regresa sobre lo social ya que fija su atención sobre las estrategias simbólicas que determinan posiciones y
relaciones y que construyen, para cada clase, grupo o medio un ser percibido constitutivo de su identidad”313 .
Esta dialéctica en la construcción de las identidades en pugna entre códigos y signos permite
visualizar el entramado de las representaciones culturales. Los discursos desde el poder, las
acciones represivas que conocemos sobradamente, pero menos sabemos de los escritos, emblemas,
imágenes fotográficas de los trabajadores que expresaban sus identidades en el presente y las dejaban
para la posteridad. ¿Cómo leerlas y comprenderlas? ¿Cuáles eran “las estrategias simbólicas” para
autorrepresentarse? Lo que se avista con claridad es el enfrentamiento por signos interpuestos, la
pugna en el espacio público por enclaves de poder, las tomas de posición política de mayor o menor
envergadura. En los textos que conocemos desde Luís Emilio Recabarren, o los contenidos en las
revistas de los metalúrgicos presentadas en este libro, no solo se explora la contradicción social y
política más importante: ganancia versus explotación, precariedad de la vida y fulgor capitalista;
también se trata de construir una potencia interna relativa a los valores apropiados por las elites,
como son la familia, la educación y la templanza. Estamos frente a la subversión del “hombre de
carne y hueso contra el hombre de hierro”, o contra la sumisión al poder —como lo expone Marx. A este
respecto, las propuestas de Eric Hobsbawm o Edward Thompson adquieren especial importancia,
cuando el primero nos entrega distintos estudios sobre Gentes poco Corrientes o Thompson sugiere

313
Roger Chartier. El mundo como representación. Gedisa, España, 2002. Pp. 57.

274
Dossier

como interpretación del comportamiento rebelde la concepción de “la economía moral de la multitud”,
refiriéndose a los trabajadores en el siglo XVIII en Inglaterra. Estos estudios abren nuevos enfoques
para percibir de mejor modo las manifestaciones de los distintos actores que, como sabemos, no solo
se expresaron para encarar el presente sino para vislumbrar un futuro distinto. También estos autores
presentan “las vigilancias y castigos” en estas comunidades para los que se contraponen a los valores
y unidad del grupo, a sus “costumbres en común”, en la sugerente aproximación de Thompson. Desde
esta perspectiva se podrían interpretar más acabadamente las rebeliones de la época de transición
al capitalismo y sus proyectos revolucionarios, que llevaban a forjar debates o antagonismos pero
también a acciones mancomunadas que eran vistas con preocupación, incluso con temor por las elites
de la época 314 .
En este libro, el trabajo de Ximena Cortés tiene la extraordinaria virtud de incursionar en estas
temáticas a través de la lectura e interpretación de las revistas de los metalúrgicos, mostrando los
códigos, signos y emblemas de esos trabajadores organizados, sin dejar de lado la toma de posición
política y los empeños por posicionarse en el espacio público. Además, tiene la capacidad de dejar ver
las contradicciones en los programas de acción y subraya, en contra de las verdades recibidas, cómo
los autores en El metalúrgico se felicitan por la independencia económica que adquieren algunos de sus
socios para establecer sus propios talleres, esperando que sean justos como patrones. Igualmente, se
oponen a las subvenciones estatales por el mal uso que pudieren hacer los obreros de tales subsidios al
gastarlos en “la mala vida”. También, la revista se encarga de exponer los nombres de los socios que han
incumplido con los valores de la organización. En síntesis, expone la complejidad de las concepciones
y comportamientos de estos movimientos sociales.
Ni héroes ni villanos estos trabajadores metalúrgicos, más bien sujetos históricos cuya memoria
vale la pena rescatar en el sentido de su época y avanzar en la comprensión de la capacidad, muy
particular en Chile, de estas variadas “gentes poco corrientes” que exigieron sistemáticamente sus
reivindicaciones y establecieron organizaciones sociales y políticas. Parece necesario sobrepasar las
explicaciones más fáciles sobre este período, basadas en las herencias potenciadas por la emigración o
que ponen el acento en las diferenciaciones político-ideológicas, a fin de encaminar el análisis hacia los
intersticios que van apareciendo entre las ideas y la acción, las experiencias de triunfos y derrotas que
probablemente constituyeron la potencia y la permanencia de los movimientos sociales.
Por otra parte, para avanzar en el conocimiento de los imaginarios sociales y políticos de los
trabajadores manuales, se necesitaría explorar otras claves teóricas que permitieran hacerse de
un bagaje que no desconociera las transformaciones económicas, la traslación campo-ciudad, las
experiencias distintas de los trabajadores en el asentamiento del capitalismo para dar cuenta de los
cambios en los códigos culturales, las aproximaciones políticas, los comportamientos y las prácticas
314
E. Thompson. Costumbres en Común. Barcelona, 1995. Parece necesario recordar una de sus reflexiones: “Del
mismo modo que el capitalismo (o el mercado) rehizo la naturaleza y la necesidad humana, también la economía política y su
antagonismo revolucionario llegaron a suponer que este hombre revolucionario era para siempre. Nos encontramos a finales
del siglo, en un momento en que esto debe ponerse en duda. Jamás volveremos a la naturaleza humana precapitalista, pero
un recordatorio de sus otras necesidades, expectativas y códigos puede renovar nuestro sentido de la serie de posibilidades de
nuestra naturaleza”. P. 28.

275
Hombres del Metal

rebeldes, teniendo siempre presente que se están redescubriendo formas de expresión que no son
simples genealogías de movimientos sociales unilineales, a pesar de la permanencia en el tiempo largo
de las prácticas de acción política y de capacidad de organización, puesto que las reivindicaciones y
proyectos han ido cambiando con la misma velocidad que las formas de sumisión y enajenación del
“trabajo vivo”.

Referencias bibliográficas
Marx, K. (2005). La tecnología del Capital (Extractos del Manuscrito 1861-1863). México: Editorial
ITACA.
Chartier, R. (2002). El mundo como representación. Barcelona: Gedisa.
Thompson, E.P. (1995). Costumbres en Común. Barcelona: Crítica.

276
INDUSTRIA, SALUD Y SALUBRIDAD: LA VISIÓN ORIGINAL SOBRE
LAS CONDICIONES DE VIDA DE LA CLASE OBRERA
Mauricio Folchi D.*

Durante la primera mitad del siglo XIX se produjo en Inglaterra una marea de denuncias sobre las
consecuencias sociales del maquinismo, del sistema fabril y de todo aquello que hoy consideramos
componentes esenciales del proceso de industrialización y del desarrollo económico moderno. Dichas
denuncias, aunque apuntaban al modelo económico en su conjunto, se centraban en las condiciones
laborales y vitales de la clase obrera.
Los cuestionamientos provenían de los propios trabajadores, pero también de un segmento
de la intelectualidad especialmente sensible frente a los problemas derivados del proceso de
industrialización. Este cúmulo de denuncias constituyen el primer discurso sobre las condiciones de
vida de la clase obrera: un discurso espontáneo e integral, carente de los contenidos programáticos
que encontraremos en los años posteriores. Es la época del socialismo utópico, del higienismo y del
movimiento estético; todos ellos paradigmas extraordinariamente críticos con la sociedad industrial
que, junto a las expresiones más tempranas del movimiento obrero, impulsaron las primeras reformas
laborales en Inglaterra: la reducción de la jornada, las restricciones al trabajo infantil, el derecho al
descanso, etc.
El texto que mejor condensa este discurso original sobre las condiciones laborales y vitales de
los trabajadores es, nada menos, que el célebre ensayo de Frederic Engels: La condición de la clase
obrera en Inglaterra, publicado originalmente en alemán, en 1845. En este trabajo Engels desarrolla
una exhaustiva descripción de las condiciones de vida de los obreros británicos, sobre la base de sus
propias observaciones y de informes firmados por médicos, párrocos, funcionarios y reporteros. Este
texto puede considerarse el mejor referente del discurso sobre la condición de la clase obrera británica
durante la Revolución Industrial, antes que se produjera la articulación política del movimiento obrero
en su versión clásica, que, como es sabido, centrará su atención en la cuestión de la explotación, el
antagonismo de clases y en el reconocimiento de los derechos políticos de los trabajadores. Antes de
que cristalizara el discurso programático sobre la clase obrera, coherente con la estrategia y objetivos
de los partidos y movimientos sociales que emergieron desde este sector social, nos encontramos
con este discurso que nos sorprende con un enfoque integral, centrado en la salud física y moral de
los trabajadores, el cual da buena cuenta del conjunto de transformaciones y problemas asociados al
proceso de industrialización.
Proponemos como ejercicio rescatar algunos elementos de juicio que en esos años se pusieron sobre
la mesa y reintroducirlos, hasta donde sea posible, en una renovada agenda de investigación sobre la
historia de las condiciones de vida de la clase obrera. La tesis básica de aquel discurso era que el modelo
económico que se imponía, basado en el progreso técnico, la división del trabajo y la competencia, se

* Doctor en Historia Económica. U. Autónoma de Barcelona. Subdirector Dpto. Cs. Históricas, Universidad de Chile.
mfolchi@u.uchile.cl

277
Hombres del Metal

traducía en un empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera y en un deterioro


severo de su salud física y moral. Para todo ello había indicadores que pueden rastrearse en contextos
históricos similares.

Las condiciones de vida de la clase obrera ca. 1840, según Engels


Engels describe un panorama sobrecogedor. Masas de gente viviendo en la más absoluta miseria en
todas las ciudades británicas en proceso de industrialización: Londres, Dublín, Edimburgo, Glasgow,
Liverpool, Bristol, etc. En todos estos lugares el autor pinta el mismo cuadro: una gran masa de
familias pobres formadas por trabajadores industriales mal pagados o desempleados a causa del propio
desarrollo industrial, carentes de recursos suficientes para procurarse adecuadamente los medios de
vida fundamentales: alimentación, vestuario y vivienda.
“Las viviendas de los obreros están generalmente mal agrupadas, mal construidas, mantenidas en
pésimo estado, mal ventiladas, son húmedas y malsanas; los inquilinos están encerrados en el más
estrecho espacio […]; los trajes de los obreros son, generalmente miserables y con muchísimas roturas;
los alimentos son malos, frecuentemente casi incomibles y también, al menos por períodos, insuficientes,
de modo que en la mayoría de los casos el obrero sufre hambre” (Engels, 1965: 88).

A este paquete de carencias se añadía el hecho de vivir en barrios que—dicho en términos


modernos— tenían unos índices de calidad del ambiente deplorables. Engels, como muchos
intelectuales de su época, se muestra muy crítico de las ciudades industriales y en particular de los
barrios obreros, insalubres a su juicio, por sus malos o inexistentes sistemas de abastecimiento de agua
y saneamiento, por la contaminación del aire, por las inmundicias que acumulaban, y por la estrechez
de sus calles, que impedían una adecuada ventilación. De los barrios pobres de Dublín, por ejemplo,
dice que “son los más feos y repugnantes del mundo […], son extensísimos, y la suciedad, la inhabitabilidad
y el abandono de las casas superan toda imaginación” (ib: 53). De la ciudad de Preston afirma que “un
agua negra, que no se sabe si es un torrente o una larga serie de charcas hediondas, transcurre por la ciudad y
contribuye a apestar el aire, ya de por sí impuro” (ib: 62). Afirmaciones muy similares hace de muchas otras
ciudades, como Edimburgo, cuyas calles tenían “una capa de suciedad estancada y un olor nauseabundo”
(ib: 55), Bradford, que “en los días de trabajo está cubierta por una nube gris de humo” (ib: 59) y, por
supuesto, de la ciudad industrial más importante de la época: Manchester.
“A diestro y siniestro, una cantidad de pasajes cubiertos conducen de la calle principal a numerosos
patios, y si se camina se cae en una inmundicia y una nauseabunda suciedad inigualables […]. Abajo
corre, o mejor dicho, está estancado el Irk, un río estrecho y negro como el betún, hediondo y lleno
de desechos y detritos […]. En tiempo seco, sobre esta ribera queda una serie de cenagales fangosos,
nauseabundos, verdosos, de cuyo fondo salen continuamente burbujas de gas miasmático y se desprende
un olor insoportable […]. Por todos lados, montones de desperdicios, desechos, inmundicias; charcas
hediondas en vez de desagües, y un olor que haría insoportable la vida en semejante barrio a cualquier
persona medianamente civilizada.” (ib: 67-68).

278
Dossier

Este conjunto de circunstancias materiales y ambientales se traducían, según Engels, en un


deterioro severo y progresivo de la salud del proletariado industrial. La falta de una alimentación
adecuada y suficiente no podía “sino producir numerosísimas enfermedades” (ib: 22). La imposibilidad
de adquirir ropa de lana y franela hacía que los obreros estuvieran, en el mejor de los casos, vestidos
de forma poco adecuada para “el aire húmedo de Inglaterra, que más que ningún otro, por sus repentinos
cambios, produce enfriamientos” (p. 82). Las viviendas pequeñas donde las familias de la clase obrera se
hacinaban, a menudo húmedas y mal ventiladas, llenas de suciedad, constituían verdaderos focos de
enfermedades como el tifus, “consecuencia directa del estado pésimo de las habitaciones en lo que se refiere a
la ventilación, gran humedad y falta de limpieza” (ib: 109).
Por otra parte, la calidad del medio ambiente era considerada —en consonancia con las ideas
etiológicas de la época— un factor decisivo en el estado de salud de las personas. En medio de una gran
ciudad, entre calles y patios emparedados, que interceptan toda corriente de aire, “todas las materias
animales y vegetales putrefactas producen gases sumamente nocivos para la salud, y si estos gases no tienen
ningún escape libre, deben, por consecuencia, infestar la atmósfera. Las inmundicias y charcas, que existen en
los barrios obreros de las grandes ciudades, producen las peores consecuencias para la salud pública, porque
exhalan los gases portadores de las enfermedades, y lo mismo debe decirse de la evaporación de los fluidos
pestilentes” (ib: 108). Este era el caso de Huddersfield, donde: “calles enteras, muchas callejuelas y patios
no están pavimentados, ni provistos de cloacas u otros desagües; que toda clase de residuos, inmundicias y
desechos yacen amontonados en putrefacción y fermentación, y que en todas partes se acumulan charcas de
agua estancada; que, en consecuencia, las habitaciones adyacentes son necesariamente sucias y malas, de
manera que en tales lugares se producen enfermedades y está amenazada la salud de toda la ciudad” (p. 60).
Los barrios obreros eran, por supuesto, los que tenían las peores condiciones dentro de las ciudades
industriales, los que estaban más expuestos “a exhalaciones miasmáticas, con gas hidrógeno sulfurado, que
dejan un depósito muy nocivo a la salud” (ib: 59), por lo cual se pensaba que eran “la fuente de aquellas terribles
epidemias de fiebre que de esos lugares esparcen la desolación” (ib: 57).
En el mismo sentido, la mala calidad del ambiente dentro de las fábricas se consideraba también
un factor determinante en la mala salud de los obreros.
“Tenemos suficientes testimonios para poder afirmar que los males leves, hinchazón de las articulaciones
de los pies; debilidad y dolores en las piernas, en las costillas y la espina dorsal; venas varicosas; úlceras
en las extremidades inferiores; debilidad general, especialmente debilidad del bajo vientre, tendencia al
vómito, falta de apetito alternada con hambre agudísima; mala digestión, y de ahí hipocondría; males de
pecho como consecuencia del polvo y de la mala atmósfera de las fábricas, etc., se presentaban en todas
las fábricas y en los individuos que […] trabajaron de doce a trece horas diarias como máximo” (ib: 173)

Sobre estas condiciones generales que determinaban la mala salud de los obreros, Engels subraya
la situación de ciertos trabajadores que, por su actividad, estaban propensos a desarrollar patologías
específicas: tisis y asma entre los mineros; espaldas deformadas, adelgazamiento, tos y asma entre
las jóvenes empleadas en la fabricación de sombreros; graves enfermedades del estómago y de los
intestinos, “constipaciones inveteradas” y parálisis en los obreros de la vajilla; asma, escrofulosis y
deformaciones de la espalda entre los trabajadores de las fábricas de encaje; tisis, enfermedades al

279
Hombres del Metal

hígado y muerte prematura en las fábricas de herramientas; debilitamiento y dolores del pecho entre los
trabajadores del vidrio; etc. Además de esto, Engels describe toda clase de dolencias, desfiguraciones y
“constituciones debilitadas” en los trabajadores de prácticamente todas las industrias, a consecuencia
de las malas posturas que debían adoptar y a la gran cantidad de horas que debían permanecer de
pie. A lo cual se añadían los numerosos accidentes producidos en las industrias, con su consiguiente
reguero de mutilaciones y muertes.
Según Engels, el estado de cosas descrito había: “reducido a los trabajadores a un estado en que
no pueden gozar de buena salud ni vivir mucho; que destruye pedazo a pedazo, de a poco, la vida de esos
trabajadores, y los conduce a la tumba antes de tiempo” (ib: 107). Entre este grupo social se encontraba
“la gente menos sana, menos bien constituida y menos fuerte […], son casi todos débiles […], flacos, pálidos,
consumidos por la fiebre […]. Sus debilitados cuerpos no están en condiciones de resistir las enfermedades, y son
atacados siempre. Por esto los obreros envejecen prematuramente y mueren jóvenes” (ib: 115).
La mala salud de la clase obrera se veía reflejada, argumenta Engels, en los elevados índices de
morbilidad y mortalidad de este sector social, y en su corta esperanza de vida. Este era el caso de los
mineros del norte de Inglaterra, que vivían en promedio hasta los 47 años, diez años menos que la
población masculina de Suecia (ib: 235). Un dato más específico que aporta es el de los trabajadores de
Sheffield que realizaban el pulido de piezas de metal, entre los cuales “los que pulen a seco, llegan a penas
a los 35 años; los que pulen con líquido, rara vez a 45” (ib: 200).
Asimismo, con muy buena intuición, Engels llama la atención sobre otro indicador de las malas
condiciones de la clase obrera: la estatura. Así, por ejemplo, señala que los jóvenes trabajadores de
Leeds eran bastante pálidos y poco robustos, “excepcionalmente chicos para su edad” (ib: 160); y que la
pequeñez y endeble estatura de los obreros de las fábricas de Manchester “sorprende a la mayor parte de
los forasteros” (p. 161). En esta ciudad los reclutas alcanzaban difícilmente una estatura de 5 pies y ocho
pulgadas, que era una estatura habitual en las zonas agrícolas (ib: 162). El mismo fenómeno observa
entre los mineros. Los del estaño, en Durham, a consecuencia de “la falta de oxígeno, la cantidad de polvo,
de humo, de anhídrido carbónico y de gas sulfúreo en la atmósfera de las galerías” eran “pequeños de estatura”
(ib: 234); como asimismo los mineros del carbón y del hierro en Escocia, quienes estaban sometidos a
una “fatiga exorbitante”, a consecuencia de la cual “la estatura permanece detenida; casi todos los mineros
tienen cuerpos mezquinos” (ib: 237).

De vuelta a la visión original: una agenda de investigación


El texto de Engels toca muchos otros temas de interés que no es posible recoger aquí, como la
dinámica del mercado de trabajo en un proceso de industrialización y la evolución de los salarios en
relación con el progreso técnico; el deterioro de la “salud moral” de los trabajadores; las transformaciones
culturales desencadenadas por lo anterior, etc. Tampoco es posible efectuar aquí un análisis crítico de
la visión planteada por Engels sobre las condiciones de vida de la clase obrera, ni de las relaciones
de causalidad que él establece para explicarlas. El objetivo de recuperar este texto es, sencillamente,

280
Dossier

rescatar un buen número de indicadores que al iniciarse el proceso de industrialización estaban sobre
la mesa, y preguntarnos si es posible rastrearlos empíricamente y aplicarlos al caso chileno.
Al poner el acento en la salud de la clase obrera, el texto de Engels nos sugiere indagar en la
dirección de lo que, en lenguaje moderno, podríamos llamar «indicadores secundarios» de calidad de
vida. Cualesquiera que sean las condiciones primarias (entre las cuales estaría el nivel de ingreso),
estas deberían reflejarse en la salud de los trabajadores. En este sentido, el estudio sistemático de la
esperanza de vida y de las tasas de morbilidad y de mortalidad pueden resultar muy representativas.
Mientras las condiciones de vida sean deficientes, estos indicadores serán consecuentemente bajos; y
si estos mejoran, será, sin lugar a dudas, fiel reflejo de una mejora en la calidad de vida de la población
estudiada. Desgraciadamente, la demografía histórica —por lo demás, muy poco desarrollada en nuestro
país— no ha hecho grandes esfuerzos por diferenciar socialmente estos indicadores. Normalmente
estos se refieren a ámbitos geográficos definidos (países, regiones o áreas), pero no a sectores sociales
concretos. La razón de esta omisión es, probablemente, la gran complejidad metodológica que plantea
este tipo de estudios, como queda demostrado en trabajos como los de Galloway (1985), Schellekens
(2001) o Sanz y Fariñas (2002), los cuales, no obstante, ofrecen buenas perspectivas para la realización
de este tipo de estudios históricos en nuestro país.
Otro indicador indirecto de la calidad de vida de los discutidos en el texto de Engels es la estatura.
Como es sabido, existe un máximo potencial biológico al cual las sociedades, a medida que mejoran
sus condiciones de existencia, se van aproximando a lo largo del tiempo. No obstante, esta tendencia
al alza presenta fluctuaciones dependiendo de las condiciones de alimentación y salud general a las
que estén sometidos los individuos, especialmente en dos momentos clave de su desarrollo: la primera
infancia y la adolescencia. Esto es lo que estudia la antropometría histórica (Fogel et al, 1990). Las
contribuciones hechas recientemente desde esta perspectiva han venido a dar nuevo aire al debate
sobre la calidad de vida durante la industrialización británica, demostrando que la altura cayó en
la segunda mitad del siglo XVIII y en el curso del siglo XIX, con intensidades y ritmos diferentes
según los países y las regiones y que, por lo tanto, las primeras etapas de la industrialización fueron
negativas en cuanto a calidad de vida (aunque ello no concuerde con lo que digan las series de salarios
reales). Esta es la principal conclusión de los trabajos de Komlos (1998); Steckel y Floud (1997);
Martínez Carrión y Pérez Castejón (1998), entre otros. Martínez Carrión (1994; 2005) ha indagado
también en las diferencias regionales y sociales en España, y lo mismo ha hecho Quiroga (2001; 2002),
acercándose de esta manera, metodológicamente, al enfoque que aquí sugerimos en un contexto
histórico más cercano al nuestro. Los archivos chilenos que contienen la información necesaria para
realizar este tipo de estudios están esperando a los historiadores que se atrevan a familiarizarse con
una metodología tan compleja como fructífera.
El problema de la alimentación es también un tema desafiante. Por una parte, puede considerarse
un indicador primario de calidad de vida, puesto que una dieta adecuada es lo que permite elevar
los estándares de salud. Pero, por otra parte, dado que un mayor ingreso permite a las familias
alimentarse de mejor manera, debería considerarse un indicador secundario. Para mayor complejidad,
la alimentación es un aspecto del bienestar humano condicionado culturalmente, de tal manera que
todo cambio histórico en la dieta de la población bien puede deberse tanto a un cambio cultural como

281
Hombres del Metal

económico, y lo mismo cabría decir de la ausencia de cambios. Con todo, no puede desconocerse que la
dieta es un componente fundamental del bienestar material de la población, decisivo en su estado de
salud y que, por lo tanto, merece ser estudiada, a pesar de las dificultades que presenta. Existen muy
buenos estudios que se han hecho cargo de este desafío para el caso español, que, hasta cierto punto
puede considerarse cercano al nuestro. Cussó (2002; 2005), Nicolau y Pujol (2004), Cussó y Garrabou
(2007) aplican una metodología que perfectamente podría aplicarse en el caso chileno.
La vivienda obrera es un tema que ha despertado mucho interés entre los historiadores del mundo
occidental, especialmente con relación a la cuestión del “acceso”, entendido como un problema social y
económico; por lo tanto, una cuestión de legislación o subsidios e inversión pública. Pero en su relación
con la calidad de vida y la salud de los moradores, es un tema que ha sido muy poco explorado todavía.
Los trabajos de Hidalgo et al. (2005; 2007) y Folchi (2007) dan los primeros pasos en esta dirección
para el caso chileno.
Algo similar habría que decir del problema de la calidad del ambiente en las ciudades —y en
particular de los barrios obreros— que tanto alarmaba a Engels. Aunque la relación entre medio
ambiente y salud aceptada hoy no sea la misma que existía en tiempos de Engels, esta no puede
soslayarse como componente de la calidad de vida. Desde esta perspectiva, este tema ha sido bien
estudiado durante los últimos años en muchas ciudades con un pasado industrial importante, por
historiadores como Joel Tarr (1996; 2003); Martin Melosi (1980; 2000; 2004), Susan Strasser (1999)
y Michelle Allen (2008), entre otros. En Chile se ha hecho muy poca investigación en esta línea.
Los trabajos de Patricio Gross y Armando de Ramón (De Ramón y Gross 1982; 1983); (De Ramón,
Gross y Vial, 1984), así como el de Langdon (1984) son, probablemente, los que más avanzan en esta
dirección.
Un camino que, sorprendentemente, ha sido muy poco explotado por los historiadores es el de las
enfermedades profesionales y de la salud laboral en general, que, como vimos, era un asunto acuciante
para los primeros críticos de la sociedad industrial. No es el caso evaluar si los juicios de Engels en
esta materia eran acertados o no. Lo que no merece duda es que la seguridad y salud laboral de los
trabajadores es un asunto que compromete su calidad de vida. La más clara excepción a esta falta
de atención es el caso de los trabajadores del sector minero, cuya salud sí ha despertado el interés
de los historiadores (Menédez Navarro, 1996), (Menéndez y Rodríguez, 2006), (McIvor y Johnston,
2007), (Nadin, 2006), (Mills, 2005), Perchard (2005), entre los cuales hay también una chilena: Ángela
Vergara (2002; 2005), quien ha estudiado el problema de la silicosis en Poterillos, reconstruyendo el
debate suscitado en torno a esta patología desde comienzos del siglo XX hasta su reconocimiento como
una enfermedad profesional y social con derecho a indemnización a mediados del siglo XX.
Como puede apreciarse en este rápido resumen, el estudio de las condiciones de vida de la clase
obrera se nos presenta como un tema de investigación abierto a diversas aproximaciones, todas ellas
igualmente válidas y necesarias. Nuestro desarrollo económico ha seguido una trayectoria muy
diferente a la de los países industrializados; no obstante, las condiciones de vida de la clase obrera
han despertado la misma preocupación y encendido las mismas batallas. No cabe duda de que los

282
Dossier

historiadores chilenos tenemos por delante muchas horas de trabajo y de debate apasionado sobre
estas cuestiones, tan sensibles y centrales en nuestro desarrollo histórico.

Referencias bibliográficas
Allen, M. (2008). Cleansing the City: Sanitary Geographies in Victorian London, Athens: Ohio University
Press.
Cussó, X. (2002). Alimentación y nutrición de las clases trabajadoras en el primer tercio del siglo XX en
España, IX Simposio de Historia Económica, Bellaterra.
Cussó, X. (2005). El estado nutritivo de la población española, 1900-1970: análisis de las necesidades y
disponibilidades de nutrientes, Historia agraria: Revista de agricultura e historia rural, Nº 36,
329-358.
Cussó, X. y R. Garrabou (2007). La transición nutricional en la España contemporánea: las variaciones en el
consumo de pan, patatas y legumbres (1850-2000), Investigaciones de historia económica: revista de
la Asociación Española de Historia Económica, Nº 7, 69-100.
De Ramón, A. y P. Gross (1982). Calidad ambiental urbana. El caso de Santiago de Chile en el período 1870
a 1940, Cuadernos de Historia, Nº 2, 141–165.
De Ramón, A., Gross, P. y E. Vial, (1984), Imagen ambiental de Santiago 1880-1930, Santiago de Chile:
Ediciones Universidad Católica de Chile.
Engels, F. (1965), La condición de la clase obrera en Inglaterra, Buenos Aires: Editorial Futuro.
Fogel, R. W. et al (1990). Cambios seculares en la estatura y la nutrición en Estados Unidos y Gran Bretaña,
en Rotberg y Rabb (comps.), El hambre en la historia, (271-311), Madrid: Siglo XXI.
Folchi, M. (2007). La higiene, la salud pública y el problema de la vivienda popular en Santiago de Chile
(1843-1925)”, R. Loreto López (coord.), Perfi les habitacionales y condiciones ambientales.
Historia urbana de Latinoamérica, siglos XVII-XX (360-385), México: Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades - Universidad Autónoma de Puebla.
Galloway, P. R. (1985). Annual Variations in Deaths by Age, Deaths by Cause, Prices, and Weather in London
1670 to 1830, Population Studies, vol. 39, Nº 3, 487–505.
Gross, P. y A. de Ramón (1983). Santiago en el período 1891-1918: desarrollo urbano y medio ambiente,
Documento de Trabajo, Nº 131, Santiago de Chile. Instituto de Estudios Urbanos, Pontificia
Universidad Católica de Chile, vol. I.
Hidalgo D., Errázuriz, T. y R. Booth (2005). Las viviendas de la beneficencia católica en Santiago.
Instituciones constructoras y efectos urbanos (1890-1920), Historia, Nº 38, Vol. II, 327-366.

283
Hombres del Metal

Hidalgo D., Errázuriz, T. y R. Booth (2007). De la limpieza corporal a la regeneración moral: higienismo y
catolicismo social en la planificación de los primeros conjuntos habitacionales para obreros en Chile,
Mapocho, Nº 61, 193-214.
Komlos, J. (1998). Shrinking in a growing economy? The mystery of physical stature during the industrial
revolution, Journal of Economic History, vol. 58, Nº 3, 779–802.
Langdon, M. E. (1984). Condiciones de higiene pública en Santiago de Chile hacia 1910”, en J. P. Barrán, et
al., Sectores populares y vida urbana, Buenos Aires: CLACSO, 67–76.
Martínez, J.M. y Pérez, J.J. (1998). Height and standards of living during the industrialization of Spain: the
case of Elche”, European Review of Economic History, vol. 2, 201–230.
Martínez, J.M, (1994). Stature, welfare and economic growth in nineteenth century Spain: The case of
Murcia, en J. Komlos (ed.), Stature, living standards, and economic development. Essays in
anthropometric history, Chicago: Chicago University Press, 76–89.
Martínez, J.M. (2003), “Biología, historia y medio Ambiente. La estatura como espejo del nivel de vida de la
sociedad española”, Ayer, Nº 46, Naturaleza y confl icto social, 93–122.
Martínez, J. M. (2005). Estatura, salud y nivel de vida en la minería del sureste español, 1830-1936”,
Revista de Demografía Histórica, vol. 23, Nº 1, 177–210.
McIvor, A. y R. Johnston, (2007). Miners’ Lung: A History of Dust Diseases in British Coal Mining, London:
Ashgate.
Melosi, V. (1980). Pollution and reform in American cities: 1870-1930, Austin: University of Texas Press.
Melosi, V. (2000). The Sanitary City: Urban Infrastructure in America from Colonial Times to the Present,
Baltimore: Johns Hopkins University Press.
Melosi, V. (2004). Garbage in the cities: Refuse Reform and the Environment, Pittsburg: University of
Pittsburgh Press.
Menédez, A. (1996), Un mundo sin sol. La salud de los trabajadores de las minas de Almadén, 1750-1900,
Granada: Universidad de Granada-Universidad Castilla la Mancha.
Menéndez, A. y E. Rodríguez (2006). Higiene contra la anemia de los mineros. La lucha contra la
anquilostomiasis en España (1897-1936)”, Asclepio: Revista de historia de la medicina y de la
ciencia, Vol. 58, Fasc. 1, 219–248.
Mills, C. (2005). A hazardous bargain: occupational risk in Cornish mining 1875-1914”, Labour History
Review, vol. 70, Nº 1, 53–71.
Nadin, J. (2006). Lancashire mining disasters: 1835–1910, Phillimore: Barnsley, Wharncliffe.
Nicolau, R. y J. Pujol (2004), Urbanización y consumo: la ingesta de proteínas animales en Barcelona durante
los siglos XIX y XX, Documents de Treball Universitat Autònoma de Barcelona. Unitat d’Història
Econòmica, Nº 24, 34 pp.

284
Dossier

Perchard, A. (2005). The mine management professions and the dust problem in the Scottish coal mining
industry, c. 1930-1966, Scottish Labour History, vol. 40, 87–109.
Quiroga, G. (2002). Estatura y condiciones de vida en el mundo rural español, 1893-1954”, en J.M. Martínez
(ed.), El nivel de vida en la España rural, siglos XVIII-XX, Alicante: Publicaciones de la Universidad
de Alicante, 461–495.
Quiroga, G., (2001). Estatura, diferencias regionales y sociales y niveles de vida en España (1893-1954),
Revista de Historia Económica, vol. XIX, Nº 1, 175–200.
Sanz, A. y D. Fariñas, (2002). Infancia, mortalidad y niveles de vida en la España interior. Siglos XIX y XX, en
J.M. Martínez (ed.) El nivel de vida en la España rural, siglos XVIII-XX, (359-404).
Schellekens, J. (2001). Economic Change and Infant Mortality in England, 1580-1837”, Journal of
Interdisciplinary History, vol. 32, Nº 1, 1-13.
Steckel, R. y R. Floud. (1997). Health and Welfare during Industrialization, Chicago: Chicago University
Press.
Strasser, S. 1999), Waste and Want: A Social History of Trash, New York: Metropolitan Books.
Tarr, J. (2003), Devastation and Renewal: an Environmental History of Pittsburgh and its Region, Pittsburg:
University of Pittsburgh Press.
Tarr, J. (1996). The Search for the Ultimate Sink: Urban Pollution in Historical Perspective, Akron: University
of Akron Press.
Vergara, Á. (2002). Por el derecho a un trabajo sin enfermedad: trabajadores del cobre y silicosis. Potrerillos:
1930-1973, Pensamiento Crítico, Nº2, s/p.
Vergara, Á. (2005). The Recognition of Silicosis: Labor Unions and Physicians in the Chilean Copper Industry,
1930s–1960s, Bulletin of the History of Medicine, vol. 79, 723–748.

285
CLASE OBRERA, GÉNERO Y FAMILIA
DISCURSOS, REPRESENTACIONES Y VIDA COTIDIANA
Carla Peñaloza P.*

La labor del historiador es, afortunadamente, inagotable en la medida en que siempre surgen
nuevos temas de interés, y que el presente nos plantea nuevas preguntas que a su vez han generado
nuevos planteamientos teóricos en su intento por responderlas. De este modo siempre podemos
revisitar, o mejor aún, llegar por primera vez a sujetos y momentos históricos que antes habían pasado
desapercibidos.
Es el caso del estudio presentado por Rodrigo Jofré, “Representaciones de Género en los trabajadores
ferroviarios y metalúrgicos, 1917-1925”.
Bien sabemos que el movimiento obrero de principios de siglo ha sido estudiado, de manera
destacada, por los historiadores sociales, cuya escuela se remonta a los días de Hernán Ramírez
Necochea, Fernando Ortiz o Julio César Jobet. Pero bien sabemos también que aún son numerosas las
interrogantes y las miradas que podemos posar sobre aquella época y sobre aquellos sujetos.
El mérito de Jofré es precisamente ese y en un triple sentido. En primer lugar hace un estudio
que nos devela un sector que hasta ahora no había sido estudiado en su particularidad como lo son
los obreros ferroviarios y metalúrgicos. Por otra parte, utiliza dos herramientas teóricas que han
significado un gran aporte a la investigación historiográfica en las últimas décadas, como son los
conceptos de representación y género.
Precisamente la fuente empleada para la realización de este estudio es la prensa, En ese sentido el
autor dice que, “Anderson ha demostrado “la importancia que el capitalismo impreso” ha tenido en la
formación de ‘comunidades imaginadas’”, y si bien Anderson estaba pensando más bien en la idea de
nación, es perfectamente aplicable a la configuración de clases sociales o gremios. A mi juicio es una
idea correcta al mismo tiempo que plantea un desafío no siempre sencillo de superar para el historiador
y que es de alguna manera la dificultad misma del trabajo de las representaciones culturales.
En el caso descrito, es decir la prensa obrera, al mismo tiempo que nos muestra la mentalidad
del grupo que escribe y a quien se dirige el periódico en cuestión, sus formas de representarse
culturalmente y autopercibirse entre ellos y en relación con los “otros”, también nos habla de lo que
no son pero quisieran ser, llegando incluso a ocultar cómo se ven para mostrarnos cómo quisieran ser
vistos. Sin duda, que ambos componentes en definitiva conforman una cultura determinada y que real
o soñada, existe en el imaginario de los sujetos que componen el grupo, por lo tanto tiene existencia,
históricamente hablando.

*Candidata a Dra. Historia de América, U. de Barcelona. Centro de Estudios de Género y Cultura, U de Chile.
carlamilar@gmail.com

286
Dossier

Sin embargo, no es fácil, pero sí necesario, distinguir ambos planos, y en ese sentido no podemos
perder de vista que la prensa obrera siempre tuvo un carácter moralizante y pedagógico, que intentaba
modelar conductas, más que reflejar los comportamientos cotidianos. No obstante, es a partir de
la observación de estas preocupaciones que podemos descubrir la vida del día a día. Por eso resulta
tan importante, al utilizar fuentes como la prensa, no hacerlo de manera literal, sin la suspicacia y
sospecha necesaria que debe caracterizar al trabajo historiográfico. Dicho de otro modo, es relevante
para llegar a buen puerto poder distinguir entre discurso, representaciones y vida cotidiana.
Por otra parte, es sumamente relevante que el autor haya utilizado la perspectiva de género en su
investigación, pues, salvo excepciones, son escasos los estudios al respecto en nuestra historiografía,
salvo que se refieran específicamente a la historia de las mujeres, como una sub-especialidad de la
historia y confundiendo de paso género con mujeres, como si fueran sinónimos.
Por otra parte, a mi juicio se ha asumido tanto por parte de los estudios de género como por
los historiadores sociales el prejuicio de que la clase obrera ha sido y será clásicamente machista
por esencia. La riqueza de entrecruzar estos estudios radica precisamente en desbaratar estos
esencialismos, porque a veces nos encontramos con sorpresas. En primer lugar habría que establecer
que las primeras y más importantes organizaciones de mujeres en nuestro país nacieron en el seno
del movimiento obrero, en una relación de compromiso mutuo entre estas y sus compañeros varones.
Significativa fue, por ejemplo, la visita de la “librepensadora” Belén de Sárraga a nuestro país en
más de una ocasión, invitada por la recién formada FOCH (Federación Obrera de Chile) y elogiada por
el propio Recabarren en notas de prensa y poemas.
Sin duda que llama la atención que el movimiento obrero no hubiese planteado un modelo de
familia radicalmente distinto al hegemónico y que en algunos aspectos siguiera ese mismo patrón.
Sin embargo es necesario señalar que para la época, tras las forzosas migraciones campo-ciudad, la
mayoría de las familias estuvieron encabezadas por mujeres, que debieron instalarse solas, mientras
los hombres seguían buscándose la vida en el campo. De tal modo, la constitución de una familia
obrera era una aspiración. Por primera en su vida y la de sus antepasados el recién estrenado obrero
podía compartir un techo con su mujer y sus hijos. La familia, no olvidemos, no había sido hasta
entonces una realidad para los más pobres. En ese sentido no podemos mirar esta problemática con los
ojos de hoy, sin ponernos en los zapatos de los de entonces.
Por otra parte, no podemos pasar por alto lo que refleja la prensa de la época estudiada en este
trabajo, en cuanto a que la “familia obrera” se pensaba a sí misma como un modelo mejorado de la
familia tradicional, en tanto no padecía o no debía padecer de los vicios de la oligarquía. Creo que aquí
se refleja muy claramente lo que comentábamos al comienzo. La prensa da cuenta del “deber ser” de su
autopercepción y de las condiciones materiales de los trabajadores y sus familias.
La prensa obrera recalca la importancia de la familia, pero no como un fin en sí mismo, sino
como medio para evitar los males que afectaban al proletariado de la época desde la perspectiva de los
trabajadores organizados, como el alcoholismo, el ocio, o la desidia ante la organización. En este punto
la mujer jugaba un rol de suma importancia, pero que, y en esto discrepo con el trabajo presentado, no

287
Hombres del Metal

tiene que ver con perpetuar los roles tradicionalmente asignados a ella, sino como parte del motor de
la organización obrera. El alcoholismo, por tomar un ejemplo, era efectivamente un problema social
de importancia dentro de la clase trabajadora, y eso afectaba la vida familiar, pues traía consigo en la
mayoría de los casos, violencia intrafamiliar. De ese mismo modo operaba la ”toma de conciencia” de
los trabajadores frente a su propia explotación”. Si uno revisa, por ejemplo, los escritos de Luis Emilio
Recabarren, verá que son muy claros al respecto. Del mismo modo, hubiese sido muy enriquecedor
haber contrastado la prensa revisada con los periódicos de mujeres obreras, que no fueron pocos en
la época y que dan cuenta de la realidad material en que vivía la clase trabajadora así como de sus
aspiraciones de un futuro mejor.

Referencias bibliográficas
Gaviola, E. (2007). Queremos votar en las próximas elecciones. Santiago de Chile: LOM.
Peñaloza, C. (2008). De lo privado a lo público o el relato de un cuerpo en disputa. Patrimonio Cultural, n°
48.
Salazar, G. (1992). La Mujer del “bajo pueblo en Chile: Bosquejo histórico, Proposiciones, n° 21.

288

S-ar putea să vă placă și