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¿Quieres que hablemos?

Solo le sucede a niñas

Juana Rosa seguía inmóvil en la última fila del salón de noveno grado.
La clase entera se había detenido. Había un silencio de cementerio. La
niña parecía fundida en la estructura de la silla.

Todos los ojos estaban sobre ella: ¡Juana Rosa Aguilar, es su última
oportunidad! Si no se levanta y viene al tablero la mando a rectoría y
tiene usted un cero para todo el bimestre.

Y nada, Juana Rosa no se movía. El profesor echaba furia por la boca,


tiró la tiza al suelo y salió del salón. La clase estaba paralizada, se
sentía en el ambiente el miedo a la expulsión. Pablo, el amigo
inseparable de Juana Rosa, le mandaba miraditas desde el otro extremo
del salón, miraditas de coraje y de compañía.

Súbitamente se abrió la puerta y apareció el rector ya contagiado por el


virus de la indignación, acompañado del adolorido profesor: Alumna
Aguilar, ¡salga inmediatamente y me acompaña a rectoría! ¡Es una
orden, señorita!

No me voy a levantar, dijo la niña, más con voz de desconsuelo que de


rebeldía.
No sea soberbia, señorita Aguilar. Le doy su última oportunidad, y la
clase entera es testigo.
¡Me acompaña a rectoría o la expulso del plantel!
¡No, no me levanto!

Ya en la consulta donde se remite a los estudiantes descalificados,


Juana Rosa me lo contó: no podía pararme, lo hice cuando todos los
estudiantes se marcharon a sus casas, y solo quedaban Pablo y mis
padres, que llegaron horrorizados. Cuando no quedaba otra alma en el
colegio, entonces me paré de la silla, me voltee la falda hacia delante
para ocultar la gran mancha con mis libros, y ya era de noche. Con esa
vergüenza no me hubiera parado ante mis compañeros, ¡ni porque me
mataran! Estaba menstruando. No me importó la expulsión ni la fama de
rebelde y terca que me quedó, pero no pasé esa humillación.
Reflexionemos y compartamos

 ¿En nuestra adolescencia, cómo era la comunicación con nuestros


padres?
 Ante un problema con su hijo, quién toma la iniciativa para dialogar?
 ¿Cuál fue la última vez que abrazó y le dijo a su hijo adolescente que lo
quiere?

Consultemos y debatamos

La comunicación es la manera como los seres humanos se mantienen


interconectados entre sí. Toda forma de relación entre los humanos se hace
mediante la comunicación. Es imposible no comunicarse. El ser humano es el
único ser sobre el planeta que posee dos formas de comunicación: la verbal
y la gestual o sea la no verbal. Los silencios, las palabras, los gestos de la
cara, el movimiento del cuerpo, la risa, el tono de la voz, los suspiros y hasta la
ropa son diferentes formas de comunicación.

La comunicación verbal se refiere a las palabras que se pronuncian, el tono


y la forma en que se expresan los mensajes y la comunicación gestual o sea
la no verbal se refiere tanto a los innumerables signos que se expresan con
los gestos y movimientos corporales como también al contenido de la
comunicación en el contexto de la relación interpersonal. Por medio de los
mensajes que comunicamos y recibimos, vamos creando relaciones específicas
con los demás.

El niño desde el nacimiento es un gran lector de la comunicación gestual.


El recién nacido puede leer el estado de ánimo de la madre o del padre por
medio de la piel y, poco a poco, y a medida que crece, va interpretando los
gestos, los silencios y la risa de los seres que lo acompañan. Se puede decir que
los niños hasta los doce años son unos excelentes lectores de la comunicación
no verbal. Cuando la madre o el padre expresan verbalmente una emoción y
con el lenguaje gestual se contradicen, producen confusión en el niño.

Una comunicación sana es aquella en la que hay congruencia entre las


palabras y los gestos, es decir, pienso como siento y actúo según mis
pensamientos. Una madre que se encuentre triste y lo muestra en la expresión
de su cara confunde a su hijo al afirmarle que se encuentra feliz.

Es importante que los padres conozcan y tengan en cuenta otras formas


de expresión de sentimientos de los jóvenes su ropa, su forma de caminar,
el grupo de amigos, la música preferida, los grafitis, los silencios, las
expresiones verbales, los tatuajes y muchos otros símbolos.

La comunicación es más que un intercambio de palabras, es un espacio de


respeto, confianza, y empatía, en el que se interconectan sentimientos,
emociones e ideas. Por ello, para que se establezca una buena comunicación el
clima de relación debe ser agradable, sincero y armónico. Cuando me comunico
estoy expresando sueños, esperanzas, afectos y desafectos.

El adolescente tiene dificultades para poner en palabras todo el mundo


interior que posee. Muchas veces siente mucho y expresa poco. Tienen
muchos sentimientos y emociones nuevas, pero un mundo que les asusta y
una familia que muchas veces les juzga hacen que se sientan poco atraídos por
comunicarse de la manera como lo hacían en la niñez. El adolescente prefiere
callar lo que siente que decirlo a personas que lo vayan a vulnerar.

El adolescente experimenta cambios muy notorios en su cuerpo, en su


desempeño social, en sus sentimientos y pensamientos, volviéndose muy
variable en su estado anímico, un crítico de la religión, de la política y, además,
con la tarea de descubrir quién es, rompiendo el vínculo o lazo emocional que lo
une a su familia. Estas tareas necesitan un gran tiempo de silencio exterior y
mucho sonido interior. Por esto, el muchacho se encierra en su cuarto por
largas horas, a escuchar música o sencillamente a pensar.

Esta conducta asusta mucho a los padres que sienten que su hijo está
callado y muchas veces la interpretan como falta de amor o rebeldía por
parte del joven. En cambio, los adolescentes conversan mucho con sus
amigos. El teléfono es un buen medio para hacerlo. Tardan horas hablando, lo
que contrasta con los grandes silencios con los adultos. Por lo anterior es
necesario saber que el chico o la chica necesita a su grupo para lograr su
más difícil tarea: la de saber quién es él, lo que en gran parte se logra
hablando.

Los padres y adultos significativos deben expresar sus propios


sentimientos y hablar con el chico sin juzgarlo y sobre todo aprendiendo a
escuchar, sin establecer interrogatorios, que lo distancien. Es preciso
hablar con el muchacho términos que rompan un buen proceso de
comunicación, tales como: tú siempre, tú nunca, siempre lo mismo, etcétera. Los
padres y adultos deberán aprender las tareas y características del adolescente
para entenderlo y, sobre todo, comprender sus silencios o sus frases cortas.

El adolescente está en plena construcción de su identidad, de saber quién


es, esto lo vuelve inseguro y vulnerable a la crítica. Una buena forma de
llegar al chico es estar conectado con él; así les dirá a sus padres cuando los
necesita cerca y cuando prefiere mantenerse alejado. Muchos muchachos
llegan del colegio, apenas saludan, y se encierran en su cuarto. Se debe
aprender de esta conducta, en lugar de cuestionarla.

A toda costa los padres deben evitar cantaletear al adolescente, para lo


cual se debe recordar que los sentimientos pocas veces se piensan y con
dificultad se ponen en palabras. Cuando un padre le pregunta a su hijo ¿qué
te pasa? le está agregando una carga más al posible problema que pueda tener.
Lo más probable es que el chico no sepa qué le pasa, sólo se siente triste,
abatido, inseguro, molesto, confundido.

Una mejor forma es decirle que lo sienten triste o pensativo y que si


quiere hablar están allí para ayudarlo. Muchas veces es suficiente que él
perciba que estamos cerca y que lo acompañamos. Para llegar hasta el
adolescente es necesario ser un adulto auténtico, para lo cual es preciso
expresar los sentimientos de miedo, duda, confusión, alegría, etcétera, y no
mentir, porque ello lesiona la confianza y los vínculos o lazos afectivos que se
puedan establecer en este momento.

Los padres deben ser lo suficientemente respetuosos para que los hijos, en
el momento que lo requieran, hablen espontáneamente y puedan llegar hasta
donde ellos quieran, sin presionarlos para que relaten más. Deberán ser muy
pacientes para esperar el momento en el que los chicos decidan continuar
su relato.

Cuando un padre amonesta o sanciona a su hijo debe tener en cuenta la


reflexión por parte del muchacho y abstenerse de herir su integridad, con
frases que lo dañan, lo descalifican y alejan mucho más.

Como siempre una comunicación auténtica es de doble vía, debemos callar y


escuchar y luego hablar. Los padres y los hijos podemos entonces contar
nuestros sueños, nuestros temores, nuestras dificultades.

Un mundo sordo, de gente que no escucha, requerirá mayor expresión en los


adolescentes. Es necesario construir espacios en los que los jóvenes tengan
participación libre, desprevenida y digna, sin que se sientan marginados.
Hay que crear para ellos espacios en el colegio, en la calle, en la comunidad, en
la prensa local.

Ante un conflicto por determinada actitud y conducta se deberán tener en


cuenta algunos aspectos: los padres al hablar con el chico deben describir
precisamente la conducta que se supone inadecuada, así como expresar los
sentimientos generados por ella, señalando sus consecuencias. Por ejemplo,
cuando un chico llega en la noche después de la hora acordada se le debe decir
algo como tu llegada tarde me parece un comportamiento inadecuado, sentí
miedo, porque siento que te expones a la inseguridad de la ciudad.

Si tenemos la costumbre de tener de tiempo en tiempo conversaciones


familiares, en estas reuniones todos los miembros de la familia deben saber
qué ocurre en la vida familiar y participar también de las posibles soluciones.

El adolescente requiere una familia consistente, que le ame, le ponga


límites, le respete, le ayude en sus momentos difíciles, esté con él siempre
y que aunque se equivoque, le apoye. Necesita una familia que de verdad
se comunique con él.
Comprometámonos y evaluemos
 Procuremos crear un espacio de confianza y respeto en la familia, como
garantía para una adecuada comunicación
 No juzguemos a nuestro hijo
 Aprendamos a dialogar y escuchar, al ritmo que nuestros hijos deseen
 Seamos pacientes con nuestro hijo adolescente
 Tengamos con nuestros hijos una comunicación afectiva permanente, de
doble vía
 No usemos palabras ni actitudes que hieran a nuestros hijos. Ambos
debemos usar los mensajes adecuados
 Expresemos nuestros sentimientos ante determinada situación
 Propiciemos espacios para hablar oportuna y sinceramente con nuestros
hijos adolescentes.
 Seamos congruentes entre nuestro lenguaje verbal y el gestual, entre
nuestras palabras y nuestros actos
 Aprendamos a leer los sentimientos, experiencias y símbolos no verbales que
emite nuestro hijo adolescente

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