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Ese día yo estaba feliz, todos los niños sonreían sintiendo mi felicidad;
además, sentía que todos los esfuerzos de muchos años se concretaban
allí en ese día tan feliz, a pesar de que el cielo estaba gris, muy gris, como
si presagiara el momento más angustioso para mi pueblo.
Era la hora, creo que la 1.19, y todo comenzó a temblar: la tierra, el aire,
las paredes, el techo, nosotros... Y seguía temblando horriblemente, creo
que mis brazos crecieron, porque abracé a todos los niños, todos me
cupieron en mis manos y todos se pegaron a mi cuerpo.
Creo que pude con todos, porque a todos los cargué y hechos todo un
racimo de terror nos salimos al patio; les dije que nos tomáramos de las
manos para sentirnos y les dije: “no vamos a gritar”, Yo sentía que todo el
mundo temblaba, oía gritos desgarradores haciendo coro con el rugido de
la tierra. Luego todo cesó, y la primera persona que entró fue una madre;
apenas vio a su hijo se desmayó. Todos estábamos bien, auxilié a las
madres que estaban angustiadas y nos tocábamos para sentir que
estábamos bien.
Eso me dio fuerzas, pues pensé que mi hija era muy valiente; todos
estábamos bien, luego me di cuenta de la casa: la terraza se cayó y
aplastó todo y, claro, se apachurró la ebanistería. Todo desapareció, al
igual que cuatro cuadras más alrededor. Ya no había nada que hacer,
entonces comencé a auxiliar a la gente.
Los llantos se prolongaban con las sirenas y la noche llegó muy pronto,
luego vino la lluvia como un copioso llanto de la naturaleza. Comenzamos
a remover los escombros para armar algún techo. Yo no sentía la lluvia,
pues el dolor de adentro y afuera era más fuerte. Los escombros
continuaban cayendo porque muchos edificios se derrumbaron en pie y se
negaban a caer definitivamente; la gente corría arrastrando su dolor, luego
oímos gritos y disparos y así fue toda la noche.
Todo esto colmó mis fuerzas y me dije: hay que trabajar con la gente,
tenemos que salir de los escombros y hacer una nueva vida, y comencé a
impartir orientaciones, todos me obedecían, me consultaban, me volvieron
líder. Conseguimos panela y hacíamos olladas de agua de panela para
todos, buscábamos los más necesitados y los más tristes y como que esto
fue devolviéndoles la fuerza y la esperanza de que podríamos transformar
los escombros en una nueva vida.
Consultemos y debatamos
Hace unos años nuestro país fue sacudido por un desastre natural. Y muchas
familias perdieron a sus seres queridos, sus casas y sus bienes. Sin embargo,
debido a que la comunidad fue capaz de organizarse y a que recibió mucha
solidaridad de todos fue posible la recuperación de esa importante zona del
país. Los jóvenes también fueron muy solidarios en la recuperación después de
la tragedia.
Cuando una persona decide hacerse padre, la primera motivación que debe
sustentar esa decisión debe ser la necesidad de dar, de compartir, de
sacrificarse, en otras palabras, de trascender los intereses individuales para
dar y generar con el otro, con los otros. Con estas bases en la formación de la
familia se dan los primeros pasos en consolidar relaciones solidarias,
fraternas y justas a través de la formación de la solidaridad, la participación
y la ciudadanía en los hijos/hijas.
Con frecuencia los padres piden en forma autoritaria a sus hijos ayuda en
las actividades de la casa como contraprestación a los esfuerzos y
sacrificios que ellos hacen para el bienestar de los hijos. Cuando se
plantean estas exigencias como quien debe pagar una deuda, no se fomenta la
ayuda; de hecho se niega y se confunde la ayuda con la retribución o el pago,
pues esta debe surgir del deseo y la alegría de dar, de servir, de sintonizarme
con las necesidades y el mundo del otro, por lo cual la solidaridad surge de
forma espontánea cuando se vive dentro de ella.
Comprometámonos y evaluemos