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EL AMOR ES UN VIAJE

Hugo Giovanetti Viola

1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

In memoriam Laura Etorena

Pero para las lágrimas de amor, / los luceros son lindos pañuelitos / lilas, / naranjos,
verdes, / que empapa el corazón. / Y si hay ya mucha hiel en esas sedas, / hay un cariño que no nace
nunca, / que nunca muere, / vuela otro gran pañuelo apocalíptico, / la mano azul, inédita de Dios!

CÉSAR VALLEJO

De una sola manera se puede probar que se cree: sufriendo por la propia fe. Y la intensidad de la fe
solamente se manifiesta por la intensidad de sufrir por ella.

KIERKEGAARD
El escarabajo hacer rodar su bola, y en la bola nace la vida como efecto del trabajo indiviso de su
concentración espiritual. Ahora bien, si aun en el estiércol puede nacer un embrión que muda sus cáscaras,
¿cómo no podría, si concentramos en ello el espíritu, engendrar también un cuerpo la morada de nuestro
Corazón Celestial?

C. G. JUNG

Yo tengo guardado mi dolor en un lugar seguro. No dejes que se te apague el corazón.

JUAN RULFO

Después que acompañé a Loreley hasta la casa me escapé para Atlántida y al llegar me
metí en el boliche donde atracan los ómnibus de COPSA y pedí una grapa con limón.
Mientras estaba terminando la sexta o la séptima apareció Pochocho y puso cara de padre:

-Me parece que vas a precisar a alguien que te remolque, poeta.

Y le hizo una guiñada al cantinero:

-Mirá que este botija escribe como los ángeles pero tiene quince años, Yuanín. Y un
corazón muy frágil. No le vendas veneno.

Al gordo le importaba un carajo todo y no me acuerdo si discutieron o se putearon ni


quién pagó las grapas. Pochocho tuvo que arrastrarme como a un soldado agonizante y sé
que por el camino le expliqué que al salir de Porto Alegre Loreley me había agarrado la
mano en la oscuridad del ómnibus y estuve en el paraíso durante diez minutos.

-Bueno, me alegro mucho. Pero largá el chivo de una vez -se le dulcificaron los bigotazos
a mi primer profesor de literatura mientras me sostenía la frente en el baldío estrelladísimo
donde me quedó colgando nada más que el hilo indestructible y fosforecente del alma.
Entonces Pochocho me acompañó hasta casa y encontré a mis padres y a mi hermano
tomando el fresco en la hamaca del porche pero seguí de largo sin hablarles y me encerré
en mi cuarto a releer los poemas que había escrito en Porto Alegre.

El más herido se llamaba I’m sorry por la canción de Brenda Lee, y fue garabateado tres
días antes de que me viniera el cólico y se me desbocara la taquicardia paroxística: De
pronto y agua, mar grande, mar / sin agua, que había sido mar, para pensarlo. // Un
librito en el agua, un / pobre libro que había sido de uno, de / sí mismo, bueno, el / libro
en un mar grande. // Cayó y no más alturas, no / más Dios compañero, cuadrilátero, en
/ su tapa redonda. Había sido / bueno. / No más cruces a las calles cuidando su mentira,
/ no más preocupaciones para ella, ni / dolores. / Mar grande, el sereno congratulario
de papel / perdió mucho, que / había sido mucho. // En las noches nocturnas en el fondo
/ allá de su mar grande, / juegan y se ríen, y / su mentira usa ventilación y compermiso.
// Su suerte juega a los dados, media muerta / mientras no más lentes con cruces
prestados, / ni más miradas francas, ni / celos financieros con el pecho desnudo. // Si
queda algo, estará / escondido en su pobre fondo de mar grande. / Lo que va a ser de él,
/ yo, / lo lamento. / I’m sorry.

Entonces apagué la luz y me tiré a llorar frenéticamente en la cama hasta que aparecieron
ellos y no tuve necesidad de explicarles que Loreley acababa de dejarme después de tres
días de noviazgo.

-¿Y ahora qué hacemos? -dijo mi madre en el pasillo.

-Lo dejamos llorar.

-¿Y si llamamos por teléfono a la muchacha?

-¿Pero vos estás loca?

Y la verdad es que ella estaba volviéndose loca desde que mi padre se descuidó y la dejó
embarazada por segunda vez, pero en aquel momento fue la única capaz de comprender
que Dios acababa de soltarme la mano.

2
A Loreley Rial la conocí en un cumpleaños de quince que se festejó exactamente un año
atrás en el club bancario que queda en la rambla y Larrañaga. Bailamos nada más que una
pieza y yo había tomado demasiada sidra para darme cuenta de que conquistar a aquella
morochita era tan imposible como robarle el resplandor a Venus.

-Pero si me tomás ese alfil perdés la dama -me avisó mi padre al otro día en el porche del
chalé de Atlántida, justo cuando pude ver un relámpago entreabriendo el horizonte marino
y supe de repente que la muchacha con la que había bailado I’m sorry estaba condenada
a transformarse en la mujer de mi vida.

-Siempre pierdo la dama -murmuré.

-Es que vos atacás sin pensar demasiado.

Y esa noche volví a escribir un poema después de cuatro años y cuando le mostré el
mamarracho becqueriano a mi padre él disimuló la alarma levantándose para rastrear
Veinte poemas de amor y una canción desesperada y me lo alcanzó sonriendo:

-¿Por qué no te aggiornás con esto, Cleanto?

Pochocho vivía todo el año en Atlántida y de vez en cuando caía a jugar al ajedrez
tomando grapa con pasas en el porche, además de acompañarnos a los campamentos
artiguistas que hacíamos casi todos los fines de semana en las Ánimas o el Arequita o el
Penitente.

-Pa. Así que te zampaste un libro en dos meses -comentó otro domingo tormentoso,
mientras vichaba la edición artesanal de un desahogo nerudiano muy chirle que titulé con
un verso de Rilke. -Che, Salomón: ¿vos leíste a un peruano que se llama César Vallejo?

-No -dejó de arrimarle brasas a los chorizos y al pulpón mi padre. -No me suena ni el
nombre.

-Para mí ese es el genio sudamericano de este siglo. Murió en el 38 y nunca le batieron el


parche como a Neruda, aunque también era bolche. Pero un bolche cristiano. Yo tengo la
primera edición de la poesía completa que publicó Losada y al final hay una especie de
epitafio que le dictó a la esposa cuando estaba muriéndose: Cualquier causa que tenga
que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios.

Y entonces a mi padre se le hincharon los ojazos color uva chinche y me sentí


horriblemente interpelado cuando murmuró:

-A mí me gustaría que me pusieran eso en el epitafio.

Pochocho hizo como que no lo había escuchado y me devolvió la edición engrampada de


Todo ángel es terrible sin hacer ningún comentario, pero se peinó los mostachos con un
entusiasmo contagioso:

-¿No querés que te preste a Vallejo, Cleanto?

Yo me parecía bastante al Flaco Cleanto de la revista Lunes aunque me salían granos


hasta en la nariz discepoliana, aparte de que las ortodoncias de aquella época eran una
especie de cobertura medieval muy ridícula. Pero cuando en el próximo asado mi guía
literario me puso las poesías completas del Cholo en la mano sentí como si alguien me
estuviera armando Poeta Andante desde el más allá y le di un beso a la tapa.

Nosotros vivíamos en Punta Gorda y pasábamos el verano en Atlántida porque mi padre


era carpintero y agarraba trabajos a domicilio, lo que le permitía vivir con una libertad
que terminó por enloquecer completamente a mi madre. Yo le llevaba cinco años a mi
hermano José y fui al anexo del Liceo 10, que funcionaba en la rambla de Malvín. El liceo
15 de Carrasco recién fue habilitado en el sesenta y pico, y a mí tampoco me hubiese
gustado mezclarme con la pitucada.

-Bueno. Arriba todo el mundo -levantó la persiana mi madre un lunes de marzo de 1963:
-Hay una sorpresa para cada uno.

Y nos mostró dos carísimos busitos de ban-lon que nos había comprado para estrenar el
primer día de clase, aunque mi hermano todavía iba a la escuela y usaba túnica. Pero ella
era así: te imponía los rituales de lucimiento para comerte mejor.
-Qué te parió. Qué lindo que estás -me despidió en la puerta, frente a las dos hileras de
agapantos lilas y blancos que llegaban hasta la calle: -Quisiera ser ella.

A mí se me llenó ipsofactamente de mariposas el chakra ventral donde toda la vida se me


apelotonaron los gases, aunque recién pude entender del todo quién era ella cuando llegué
a la esquina de Michigan y la rambla y vi a Loreley charlando con el Gato Roux en la
puerta del liceo. La despampanante y diminuta morocha aindiada de catorce años había
hecho los tres primeros años en el turno de la mañana antes de pasarse al Intermedio, y
como nos listaban por orden alfabético nos tocó compartir un pupitre en el fondo del
salón: Rabí y Rial juntos, por lo menos pasándose ferrocarriles en los escritos.

-Qué lindo buso que tenés -me contempló de golpe cuando salimos al primer recreo.

Y a mí me fue imposible explicarle el mecanismo del ritual de estrenos importantes


inventado por mi madre, pero sentí que ya tenía que agradecer para siempre aquel frescor
que amieló su voz ronca.

-Vive cerca de casa -me contó el Gato mientras me acompañaba hasta Punta Gorda para
armar un picado en la cantera del Parque Baroffio. -El domingo la vi salir del cine con
unos pantalones de pana ajustadísimos y una blusita rosada que te volvía loco, porque se
le transparentaba el sutien. En el barrio le dicen Mambita. Iba abrazada con un rebotero
de Unión Atlética que tiene como veinte años.

Yo ya hacía un mes y medio que me pasaba leyendo a Vallejo y aquella noche se me


alborotó volcánicamente el mariposerío y vomité de un tirón una especie de réquiem
anticipado en el cuaderno:

Lo que crispa y ausenta, lo que hace llorar / a la chacra involucrable de la deserción. /


Lo que yo. // Hoy estoy mucho más claro de mí mismo. / Me entiendo autómata, portón,
/ y me hablo. Quiero, quiero mucho. / Parece como si me hubieran escrito, / desde la
incomprensión, para matarme. / Parece una ciudad, / un dolor de cifras campesinas, / mi
ancestralidad de cifras de cuchillo, / mis cifras propias de ratón. / Hoy quiero muchísimo,
y aún creo / que mi amor bajando de Dios / no alcanzaría a llenar el pocillo / de estos
amigos tan violentos y humanos. // Lo que crispa y ausenta, lo que hace llorar / a la
chacra involucrable de la deserción. / Lo que yo.

4
Aquel fin de semana acampamos en el Penitente y mientras fogonéabamos les leí el
poema a mi padre y a Pochocho, que se quedaron fumando callados durante tanto rato
que casi arranco la hoja para escracharla entre las brasas.

-Ta lindo -se le satinaron los ojos a mi hermano, que tenía diez años y obviamente no
pudo haber entendido más que las frases Hoy estoy mucho más claro de mí mismo, Quiero
muchísimo, Mi amor bajando de Dios y Lo que hace llorar.

-¿Podés leerlo de nuevo? -sacó una botellita de grapa con pasas Pochocho.

Y ahora mi padre me ofrecía una piedad muy húmeda y sentí que la ortodoncia me
agarrotaba la humillación como una especie de cota de espinas.

-Mirá vos. Por fin volviste a hacer poesía potable -sonrió después que releí el réquiem. -
¿Te acordás cuando me mostraste los primeros versos que le escribiste a esa gurisa que
te tiene tan loco? Pensé que te habías tarado.

Entonces hubo una carcajada general y Pochocho sondeó la imponente noche sin luna y
murmuró:

-Estoy seguro de que al Cholo le debe haber gustado mucho esto que le plagiaste.

Y mientras sacaba de un bolso el tablero portátil y las piezas de ajedrez recitó


caricaturizando el tremendismo de María Casares:

-Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado,


mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso; / no hallar fuera del bien centro
y reposo, / mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, / enojado, valiente, fugitivo, /
satisfecho, ofendido, receloso; / huir el rostro al claro desengaño, / beber veneno por
licor süave, / olvidar el provecho, amar el daño, / creer que un cielo en un infierno cabe,
/ dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe.

-¿Góngora? -apostó deslumbradamente mi padre.


-No, botija. Lope. Conseguile a Jerónimo Amor divino amor humano, un disco que grabó
una fabulosa actriz gallega que fue la amante oficial de Camus.

-Y qué diferencia hay entre el amor divino y el humano -le preguntó José, que estaba
haciendo la catequesis y tenía novias en la escuela desde Jardinera.

-Ninguna -alzó su dama blanca mi padre para sostenerla un momento recortada sobre el
resplandor del fogón.

-No entiendo.

-No hay que entenderlo -terminó de acomodar sus piezas Pochocho. -Eso se sabe y punto.
Tu hermano ya lo sabe.

Y yo no dije nada, pero me acordé del trasluz que le veía en la mirada y el pelo a Loreley
y sentí que era cierto.

-Dicen que el hombre no es hombre / mientras que no oye su nombre / de labios de una
mujer. / Puede ser -volvió a imitar a María Casares mi profesor de literatura. -Eso es
Machado, botija.

-Ya sé. Ya sé, campeón -se hizo el ofendido mi padre.

Y clavó los ojos húmedos en el estrellerío.

A Mambita le festejaron los quince años el 1º de junio en el hotel Oceanía y yo no fui al


liceo porque estuve todo el día con treinta y ocho y medio de fiebre, aunque no acepté
acostarme ni siquiera para dormir la siesta.

-Sí. Yo sé que por ella es capaz de agarrarse una pulmonía -puso voz de mártir mi madre
cuando empezó a llover y terminaron discutiendo a los gritos en la cocina. -Y al final la
que lo tiene que cuidar soy yo, si es que no hay que internarlo. Acordate que todavía no
sabemos por qué le vienen las taquicardias.

-Dale, vestite rápido que yo te llevo en taxi -apareció mi padre en el living después de
clausurar la pelea con un portazo. -Ah. ya estás vestido.

-Y tiene una pinta bárbara -me señaló la corbata a rayas mi hermano, aunque yo me sentía
un payaso con dos granos purulentos en la nariz y cuando cruzamos General Paz me puse
a recitar Decoración heráldica igual que si rezara.

-Mirá que el divino Julio era capaz de meter tanto güevo como el Negro Jefe -se bajó
primero mi padre para abrir el paraguas. -¿Te vengo a buscar a la una o a las dos?

Pero yo salí corriendo hacia el edificio con forma de barco que se recortaba sobre las
acollaradas luciérnagas de la rambla y ni siquiera le hice adiós con la mano.

-Estás muy elegante -sonrió Loreley, que usaba un escotadísimo traje blanco de
entulamiento nupcial y se había parado a saludar a cada uno de los invitados que entraba
hecho una sopa.

-Gracias -fingí toser para taparme los granos mientras pensaba que jamás iba a volver a
ver una belleza tan impresionante en toda mi vida.

Aquella noche tomé mucha sidra, y es posible que ya tuviera cuarenta de fiebre cuando
pasaron I’m sorry y saqué bailar a la Dama del Cosmos recordando el acápite de Góngora
que utilizó Herrera y Reissig en Decoración heráldica:

-Señora de mis pobres homenajes, / débote amar aunque me ultrajes.

Ella usaba unos tacos muy altos pero yo igual le llevaba una cabeza y de golpe empecé a
rezar casi en secreto:

-Soñé que te encontrabas junto al muro / glacial donde termina la existencia, / paseando
tu magnífica opulencia / de doloroso terciopelo oscuro. // Tu pie, decoro del marfil más
puro, / hería, con satánica inclemencia, / las pobres almas, llenas de paciencia, / que aún
se brindaban a tu amor perjuro. // Mi dulce amor, que sigue sin sosiego, / igual que un
triste corderito ciego, / la huella perfumada de tu sombra // buscó el suplicio de tu regio
yugo, / y bajo el raso de tu pie verdugo / puse mi esclavo corazón de alfombra.

Y cuando terminamos de bailar la canción de Brenda Lee donde una muchacha le pide
perdón a un ex-novio hecho pedazos a Loreley se le rizó la sonrisa bermellón para
murmurar:

-Gracias.

Al final me agarré una gripe de pecho que me duró dos semanas y después supe que
contagié a media clase, aunque a mi Dama la dejé tatuada con una adoración delirante
que nadie más podría volver a ofrecerle en la vida y eso ni lo discuto.

La religiosidad de mi padre era paradojalmente judía, porque sus oraciones preferidas


siempre fueron los salmos pero admiraba a Jesús con la devoción revolucionaria de San
Esteban. Y cuando Pochocho leyó la primera insufrible traducción de The catcher in the
rye retitulada El cazador oculto y Jerome David Salinger se hizo famoso en todo el
mundo, no podía creer que mi padre también se llamara Salomón.

-Vas a tener que tomar mucha sopa para arrimarle la bocha a tu tocayo personal y de
genealogía -me provocaba, y no se equivocó.

Una tarde mi madre me fue a buscar al liceo para acompañarme a una consulta que tenía
con el cardiológo y como Loreley vivía en Nuevo Malvín tomamos el mismo ómnibus y
después que ella se bajó en Hipólito Yrigoyen y Rivera comentó:

-Es linda, la chinonguita. Bueno, a los quince años cualquiera es linda. Aunque a mí no
me los festejaron con tanto aspaviento.

-Entonces el día que estrené el buso de ban-lon y dijiste que querías ser ella estabas
adivinando, nomás -empecé a destrozarme una especie de grano-garbanzo hasta hacerlo
sangrar. -Yo pensé que ya la habías visto cuando hicimos la cola para anotarnos en el
Intermedio.
-Yo lo único que le escuché decir a tu padre es que le escribiste una poesía después de
sacarla a bailar en un cumpleaños de quince. Y enseguida me di cuenta que estabas
engualichado, aunque no me imaginaba que la afortunada fuera tan oscurita. No se te
ocurra decirle que sos medio judío, por Dios. Y dejate quieto ese grano que se te va a
infectar.

Entonces me secó la nariz con un pañuelo murmurando:

-La Virgen cura a los niños / con salivilla de estrella.

Un hombre que iba en el pasillo del ómnibus quedó encandilado con el terciopelo celestial
que pareció reflotarle intacto a mi madre desde los tiempos en los que todavía acampaba
con nosotros y leíamos a Lorca en la sierra de las Ánimas.

-Anoche releí las dos cartas que me escribiste para mi cumpleaños en quinto y en sexto -
se arregló el moño ella, suspirando. -El liceo te cambió mucho. Me acuerdo que cuando
tomaste la comunión y bajaste del altar caminando con los ojos cerrados yo le dije a tu
padre que parecías un ángel y el guarango hizo uno de esos comentarios de sabelotodo
que usa para enamorar a las clientas.

-Qué dijo.

-Todo ángel es terrible, me dijo.

-Pero eso es un verso precioso de Rilke, mamá.

-¿Y qué le ven de precioso?

No supe contestarle. Y esa tarde el médico me mandó hacer un electrocardiograma para


poder diagnosticar si las taquicardias paroxísticas supraventriculares que se me
desbocaban de vez en cuando eran psicosomáticas o patológicas, y mientras esperábamos
el ómnibus mi madre suspiró con una terribilità oracular:

-Ahora lo único que falta es que la chinonga te parta el corazón, mijito.


7

Al otro día encontré en la puerta del liceo a las dos mejores amigas de Loreley con cara
de velorio y supe que a ella se le había muerto la abuela del alma.

-Fue un infarto fulminante. Y te aseguro que la quería más que a la madre -me contó
Rosana Toledo, que era vecina del Gato Roux en la Plaza de los Olímpicos. -Mambita
está deshecha. Hoy le vamos a llevar unas flores a la casa. ¿Querés venir?

La familia Rial acababa de llegar del entierro, y cuando nos sentamos en el living tuve la
sensación de que Loreley había llorado tanto que ya no le quedaba una sola gota de niñez
en la mirada mora.

-Y pensar que en el Oceanía tu abuela estuvo bailando toda la noche -se le sentó al lado
Susana para frotarle la espalda. -¿Qué edad tenía la Chimba?

-Sesenta. Y dice mamá que nunca la vio enferma.

Yo no pude dejar de mirarle el escote a Loreley y ahora sentí que aquellos pechos de
perfección brigittebardotesca por los que jamás me masturbé se le habían transformado
en corazones tristes.

-Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! -murmuré como si se me escapara un
efluvio de aflixión del Cholo. -Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos / la
resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Entonces mi Dama pareció besar el aire con los indefensos labios despintados:

-Mi abuela creía en Dios. Y en la Virgen.

-Qué bien que recitás, Jerónimo -se limpió los mocos llorosos Muriel Fernández. -
Mambita me contó que mientras bailaban en el cumpleaños vos le fuiste secreteando una
poesía divina.
-Lo que pasa es que Cleanto tenía cuarenta de fiebre y se había tomado cuarenta copas de
sidra -trató de distender la conversación el Gato, aunque nadie se rio. -A mí lo que me
encantó fue ese verso que habla del odio de Dios. Bueno, por algo soy asquerosamente
ateo y me acabo de afiliar a la Juventud Comunista.

-César Vallejo era católico y comunista -ladró la voz que hablaba desde mis tripas.

-¿Y vos cómo podés hablar de Dios si sos judío? -me acusó con una uña muy pinchuda
Rosana Toledo.

-¿Pero a vos no te da la cabeza ni para entender que los judíos también creen en Dios,
enferma? -le mostró dos paletas más soberbias que burlonas el Gato a su vecina. -Al que
no se bancan ni en pedo es a Jesús.

-Mi padre es judío y cree en Jesús -se me deben haber puesto colorados hasta los granos
por traicionar las instrucciones racistas de mi madre.

En aquellos tiempos los muchachos saludábamos a las amigas nada más que oralmente,
pero esa tarde Loreley nos despidió besándonos la cara a todos y al llegar a casa le escribí
un poema con un final digno del salmo 21:

-Cuando salimos con tu dolor a cuestas las calles nos llevaban hacia ninguna parte.

Y al otro día mi padre me felicitó diciéndome que acababa de arrimarle la bocha al


mismísimo Cholo.

En la década del sesenta existían nada más que cuatro años de secundaria
complementados por dos de Preparatorios, y se nos ocurrió armar un grupo de viaje como
despedida liceal y para empezar a recaudar fondos organizamos un baile en el hotel
Oceanía. En la parte del edificio art-decó bifrontal que daba hacia la rambla funcionaba
la boîte Chez Carlos, a la que la propaganda televisiva le llamaba la curva del ensueño.
Y lo terrible fue escuchar a Muriel y a Rosana comentando que el padre de Loreley era
amigo del dueño de aquel tugurio chic donde a veces contrataban hasta a Pedrito Rico y
que a ella la habían llevado y bailó toda la noche con el hijo del magnate, que tenía un
Impala mariposa y casa en Punta del Este. Aquello me mató.

El baile a beneficio de 4º H se hizo durante las vacaciones de julio y con lo recaudado


pudimos diseñar lo que ya se había decidido que iba a ser un viaje de una semana a Porto
Alegre en enero del 64. Y al otro día los responsables de la organización tuvimos que
volver al Oceanía porque sobraron varios cajones de cerveza y en esos casos la Norteña
te mandaba un camión para recogerlos.

-No estaría mal brindar -sacó una navaja-destapador el flaco Silvera mientras
esperábamos en el salón invadido por la luz blanca de una tarde todavía otoñal, y
empezamos a abrir chopitos con el Gato hasta que las muchachas nos pidieron que
paráramos porque se iba a armar lío.

A mí nunca me gustó la cerveza y mucho menos tibia, pero vacié no sé cuántas botellas
y nunca pude saber cómo hice para que termináramos bajando solos con Loreley por la
escalinata llena de álamos que une la calle Mar Ártico con la curva del ensueño y después
recorriéramos la rambla durante quince cuadras hasta subir por Hipólito Yrigoyen y llegar
a su casa cuando ya estaba oscuro.

Una cosa de la que me acuerdo con total claridad fue haberle recitado las primeras estrofas
de Bordas de hielo a la altura de la Playa de los Ingleses:

-Vengo a verte pasar todos los días, / vaporcito encantado siempre lejos… / ¡Tus ojos
son dos rubios capitanes; / tu labio es un brevísimo pañuelo / rojo que ondea en un adiós
de sangre! // Vengo a verte pasar; / hasta que un día, / embriagada de tiempo y de
crueldad, / vaporcito encantado siempre lejos, / ¡la estrella de la tarde partirá!

Y el borracho era yo aunque la que se reía era ella, y mientras íbamos llegando a la esquina
de Michigan creo que le dije algo así como que era capaz de besar toda la vereda de
enfrente para que en un solo viaje al liceo se le pasara el dolor que sentía por la muerte
de la abuela y los ojazos se le llenaron de un resplandor de altar.

Me acuerdo que al volver cruzando la plaza Fabini de Nuevo Malvín me tuve que
esconder a desagotar la vejiga entre los árboles, y después tomé un ómnibus en la esquina
del cine Maracaná y cuando llegué a casa ya estaba sobrio y la llamé enseguida por
teléfono para disculparme.
-Fue un honor -se le aterciopeló la ronquera a mi Dama, antes de premiarme con la
profecía más equivocada que coseché en mi vida: -Estoy segura de que vas a encontrar
muchas mujeres que te quieran de veras.

El electrocardiograma me lo hicieron esa misma semana y me diagnosticaron una


patología congénita llamada Sindrome de Wolf-Parkinson-White, que bien pudo haber
sido el tipo de malformación que mató a Julio Herrera y Reissig. Pero eso nunca lo
sabremos. Yo por lo menos estoy escribiendo esta historia después de haber cruzado los
cincuenta años y según dice José hoy en día tengo serias posibilidades de acceder a
curarme con un cateterismo electro fisiológico.

Y el último domingo de esas vacaciones de julio fuimos a la matiné del cine de Atlántida
con mi hermano y al volver conmovidísimos por La princesa que quería vivir nos
quedamos estaqueados en el porche mientras mi madre rugía:

-Está engualichado por una chinonga que a los quince años anda loqueando en Chez
Carlos, Salomón. Él mismo me lo contó. La guacha se cree que es Audrey Hepburn y es
más parda que la Virgen de Guadalupe.

-Entonces debe ser una belleza de altar -escuchamos el chasquido del encendedor Zippo
cerrado con violencia por mi padre. -¿Y yo acaso no soy aindiado?

-¿Vas a seguir fumando hasta que te venga un cáncer, dueño del mundo?

-Basta, mi amor. Ya deben estar por llegar los chiquilines.

-Mirá, te prohíbo terminantemente que me sigas diciendo mi amor. Porque si me quisieras


de verdad te habrías puesto un condón en vez de embarazarme como un violador y hoy
yo no sería una vaca. Y vos meta campamento artiguista de convivencia purificadora y
además engualichando a cada clienta mal cojida que termina por mandarte cartitas
románticas.
-Hace mucho tiempo que tendrías que haber ido a un psiquiatra, Odette. Esto va a terminar
muy mal.

Y en ese momento mi hermano se secó la cara y le agarré la mano gelatinosa para


llevármelo de allí pero no hubo manera.

-Soy como el agua que se derrama -se puso a teatralizar mi madre el único salmo que
había memorizado en los tiempos cuando nos acompañaba a los campamentos: -Mis
huesos están dislocados. / Mi corazón es como cera / que se derrite dentro de mí. / Tengo
la boca seca como una teja; / tengo la lengua pegada al paladar. / ¡Me has hundido hasta
el polvo de la muerte!

Ahora José se había tapado la cara con las dos manos y después que hubo un rato de
silencio me decidí a entrar.

-¿Y? -prendió otro Sinniko mi padre mientras ella cocinaba picando algo con golpes
histéricos. -Dicen que Audrey Hepburn actúa como una diosa. ¿Qué le pasa a tu hermano?

José había entrado a encerrarse en nuestro cuarto dando un portazo y entonces mi padre
se dio cuenta de que acabábamos de escucharlos y yo tuve ganas de arrancarme de cuajo
el corazón y ponerlo debajo de un zapato.

Esa noche nosotros comimos refuerzos en el cuarto y enseguida que apagué la portátil mi
hermano murmuró:

-Te prometo que voy a estudiar medicina para poder curarte.

10

En agosto compramos un tocadiscos portátil para ponerlo como premio de una rifa que
vendíamos ofreciendo bonos cuádruples, además de organizar una función a beneficio de
4º H en el cine Maracaná con dos películas muy taquilleras: Millonario de ilusiones y La
princesa que quería vivir.
Yo traté de sentarme lo más cerca que pude de Loreley y al final de la película de Frank
Sinatra nos cruzamos en un pasillo y ella empinó la boca para elogiarme el pullover
blanco que me tejió mi madre, así estrenaba algo en el beneficio. Entonces nos pusimos
a conversar sobre las rifas que se estaban vendiendo bárbaro en el hall del cine y de la
cantidad de gente que había venido.

-Ojalá que la segunda película me guste tanto como a vos -me toreó cuando se apagaron
las luces y yo aproveché para sentármele al lado. -Dicen que la actriz ganó el Globo de
Oro y el Oscar.

-Es que se los merece -me sentí mucho menos feo en la oscuridad donde los ojazos de
Mambita parecían haberse llenado de noctilucas.

-Para mí que lo que te gustó más que la película fue la actriz.

-Puede ser.

-¿Y por qué no le dedicás una poesía? El Gato me contó que empezaste a escribir cuando
tenías cinco años.

Yo no le contesté, pero ver a Audrey Hepburn y a Loreley Rial al mismo tiempo durante
una hora y media me desencadenó un bombardeo de extrasístoles peor que una
taquicardias.

-Dios mío -murmuró ella, cuando Gregory Peck se aleja para siempre de la mujer de su
vida balanceándose con las manos en los bolsillos, mientras parece sentir que lo único
que importa en este mundo es haber visto el reino.

-¿Te gustó?

-Es media triste.

-Pero es divina.

-Sí. ¿Y ella te gusta más que yo, poeta?


Esta vez no le contesté, porque en ese momento nos llamaron Rosana y Muriel desde el
pasillo para que fuéramos a hacer las cuentas.

-Nos estamos llenando de guita, camaradas de 4º H -se acercó el Gato haciéndome una
guiñada y sonriéndome aparte. -Qué mal acompañado que estuviste, Cleanto. Pero me
parece que hoy no vas a poder escoltarla hasta la casa porque en la puerta la está esperando
el rebotero de Unión Atlética. Pa, Te pusiste más blanco que el pullover.

-¿Vamos a tomarnos unas grapas, loco? -atiné a triturarme dos granos igual que si fueran
chinches.

-¿Te gustan con limón? Ojo que te están sangrando los garbanzos, tovarich. Mirá: ya te
manchaste el pullover y todo.

-Me alegro -vi a mi Dama abrazándose en la vereda con un galán jopeado a lo Presley y
esa noche volví a casa borracho y mi madre me juró que nunca más iba a tejerme nada.

11

Al otro día del beneficio en el Maracaná Muriel y Rosana me pidieron que las ayudara a
preparar un escrito donde teníamos que resumir la más grandiosa aventura de Don
Quijote, y cuando entraron a mi cuarto un domingo muy gris me encontraron escuchando
la canción del disco simple que complementaba al tema principal de Millonario de
ilusiones.

-Ah. Esa también me encanta -suspiró la vecina del Gato que se había enterado recién a
los quince años de que los judíos creían en Dios. -¿Y de qué habla la letra? Yo en inglés
soy muy burra.

-Lo principal que dice es Todas mis mañanas te pertenecen -se acercó al escritorio
señalando el cuaderno azul titulado Poesías Muriel. -¿No me lo prestás por unos días,
Jerónimo? Yo te prometo no mostrárselo a nadie.
Y como el peor defecto de mi infantilismo es el sí fácil, se lo dejé guardar enseguida en
el bolso.

Después les leí el capítulo XVII de la Segunda Parte de Don Quijote donde se cuenta la
felizmente acabada aventura de los leones y al final Rosana se levantó para señalar un
papelito que yo tenía escrito a mano y tachuelado en la cabecera de la cama desde que
Pochocho y mi padre fogonearon en el Arequita analizando una frase que siempre me da
ganas de llorar:

-Tú a pie, tú solo, tú intrépido, tu magnánimo.

-Lo que a mí me cuesta entender es eso de que Don Quijote era un cuerdo loco y un loco
que tiraba a cuerdo -clavó una uña bordó Rosana en los apuntes que había estado
tomando mientras yo les intercalaba comentarios explicativos a la lectura.

-Es que eso es lo que le pasa a cualquier ser humano que acomete a cada paso lo imposible
-levanté un brazo a lo predicador. -A mí los que me importan más son Jesús, Artigas,
Vallejo y Obdulio Varela.

-¿Vos sabías que a Mambita le hizo mucho bien lo que le recitaste en la casa? -se desvió
del tema Muriel y yo me acordé del rebotero de Unión Atlética y los gases apelotonados
me desencadenaron unos bombazos que casi me hacen entrar en pánico.

-¿Te sentís bien, Cleanto? -se alarmó tragicómicamente Rosana. -Estás más pálido que
chorizo de puchero.

Entonces les recité el soneto de Lope de Vega con el apasionamiento de María Casares y
Muriel murmuró:

-Por qué habrá que sufrir tanto.

-Mi padre dice que eso es lo único que le da sentido a la vida: transformar el dolor en oro.

-¿Y después que lo transformás te sentís bien de bien?

-Preguntale a Don Quijote lo que sintió cuando el león se fue al mazo.


-¿No querés venir a casa el domingo que viene a jugar al rummy y nos seguís recitando
esas cosas divinas? -se entusiasmó Rosana.

-Bueno, en el rummy soy un crack. Porque cuando era muy chico y mi viejo se iba a
acampar yo tenía que jugar todo el fin de semana con mi madre para que no llorara.

12

Al otro domingo fui a jugar al rummy con las muchachas y llevé el disco Amor divino
amor humano que me regaló mi padre cuando volvimos del Penitente. Yo ya me había
aprendido de memoria el long-play entero, y todavía sigo imitando la entonación de María
Casares al salmodiar de golpe algún poema genial en mi casa o en la calle. No se te borra
nunca.

La otra invitada especial era una preciosa prima de mi Dama que se llamaba Jazmín, y les
ganamos dos canastas seguidas a Susana y a Muriel.

-Pa. Vos para el rummy sos tan bueno como Mambita -aplaudió la chiquilina que también
hubiera sido xenobofizada por mi madre como una chinonga. -Porque este juego no es
nada más que una cuestión de suerte.

-Yo pienso que la suerte no existe -rechacé un pedazo de torta marmolada para que no se
me quedaran migas metidas en la ortodoncia. -¿O te creés que Gregory Peck encuentra a
Audrey Hepburn dormida en un banco de la calle por casualidad?

-Bueno, pero al final tiene muy poca suerte con ella -se le mojó la bobera a Rosana. -A
mí me hizo sufrir esa película

-Mi padre piensa que todo está escrito -me acerqué al tocadiscos sacando el long-play del
sobre ilustrado por una gran mano en alto. -Y que el periodista y la princesa se salvaron
la vida mutuamente.

-¿Que se salvaron la vida? -se frunció Jazmín.


-Sí. Porque atreverse a adorar es algo más terrible que decidirse a abrir una jaula con
leones. Y a veces Dios te ayuda y podés ver lo eterno. No hay otra salvación.

-¿Pero entonces cuál sería la diferencia que existe entre el amor divino y el amor humano?
-señaló la tapa del disco Muriel.

-Eso mismo se lo escuché preguntar mi hermano hace poco, en el Penitente. Y tanto mi


viejo como un profesor de literatura que acampa con nosotros le contestaron que son la
misma cosa.

Y mientras ellas intercambiaban un desconcierto mudo puse la púa en el surco donde la


actriz gallega recita un párrafo del Cantar de los cantares y expliqué:

-¿Ves? Esto es una parte de un libro de la Biblia pero está intercalado en la segunda cara
del disco, la del amor humano. Porque te hace sentir que el Amado y la Amada son
humanos y divinos al mismo tiempo.

Esa noche Muriel me acompañó hasta la parada del ómnibus para devolverme el cuaderno
azul a solas y de repente dijo:

-¿Sabés que tus poesías me encantaron pero no cumplí con la promesa de no dárselas a
leer a nadie?

-No importa. Es un honor, igual.

-Lo que pasa es que Loreley me pidió para leerlas juntas y al llegar al poema donde pusiste
Cuando salimos con tu dolor a cuestas las calles nos llevaban hacia ninguna parte dijo
que no debía ser nada difícil enamorarse de tu enloquecimiento.

Y esa noche también volví borracho a casa pero fue por salir a festejar la noticia del reino.

13
En setiembre se organizó un campeonato de rummy en el liceo y ganó el 4º H del
Intermedio, representado por Loreley y yo. Éramos una pareja invencible, y el último
domingo de las vacaciones de primavera jugamos un torneo interliceal en un country de
Solymar que jamás he dejado de contemplar enamoradamente cuando paso en el ómnibus.

-La gran joda es que hoy vienen mis viejos y todo -gruñó Mambita después que llegamos
en una bañadera alquilada por 4º H al balneario que parecía invadido por el oro de Mozart.

-¿Y tu novio?

-No me hables de esa bestia -sacó una petaca para retocarse el maquillaje, y recién en ese
momento me di cuenta de que la chiquilina que yo veía habitada por Nuestra Señora ni
siquiera era virgen. -Bueno. Ahora concentrate, Cleanto. Mirá que ya se corrió la bola de
que nosotros somos los number one y siempre hay envidiosos que van a tratar de jodernos.
Aunque ganar la copa no es lo que más importa, de últimas. Mi abuela Chimba siempre
decía que en este mundo ya estás cumplido con aprender a pisarle la cabeza al diablo.

El campeonato se jugó con el sistema de los mundiales de fútbol, y entre las once de la
mañana y las cinco de la tarde barrimos con la serie y los octavos y los cuartos y la
semifinal sin complicarnos demasiado.

-Me vino el chucho, poeta -se abrazó de golpe a sí misma Loreley después que comimos
algo y nos acomodamos en la mesa enmantelada para empezar a jugar la final contra el
liceo Rodó.

-Tranquila -le tiré un beso tratando de disimular mi adoración.

Y en ese momento me sentí taladrado por una fosforecencia que nos llegaba desde la
primera fila de los espectadores y no pude creer que fueran los ojazos de Mimosa, como
le decían a la madre de Mambita. El padre era un hombrón amulatado que a esta altura
nos contemplaba con el mismo cariño distraído que yo había visto dedicarle a su esposa
y a su hija en el cumpleaños del Oceanía. Pero aquella mujer de facciones hermosas y
caderas ya agigantadas por los cuarenta años irradiaba una perversidad idéntica a la de mi
madre.

-Perdón -empezó a ponerse muy ronca Loreley cada vez que elegía mal un descarte, cosa
que a lo sumo le pasaba una vez por partido.
Los muchachos de la clase ya estaban alarmados y yo recién en 1972 pude entender lo
que le pasó a mi Dama aquella tarde, cuando mi padre me explicó que en Reikiavik Bobby
Fischer tuvo que pedir un cambio de sala porque sentía que los asesores soviéticos de
Boris Spassky lo estaban hipnotizando.

-Dios -murmuró de golpe mi pobre pobrecita, y automáticamente nos trenzamos las


piernas invisibilizadas por el mantel y durante media hora repechamos la paliza hechos
un solo cuerpo hasta forzar tres alargues y terminar perdiendo apenas por tres puntos.

Al final todo 4º H nos aplaudió como si estuviéramos levantando la copa y Mimosa vino
a felicitarnos con un orgullo alfilerado y estoy seguro de que Loreley nunca tuvo bien
claro desde donde le llegó el resplandor viperino que acabábamos de aplastarle a Satanás.

14

El Gato Roux era el único compañero que conocía el diagnóstico de mi cardiopatía


congénita y el acoplamiento tentacular secreto que tuvimos con Loreley durante la final
del campeonato de rummy. Eso se lo conté en la Sierra de las Ánimas, cuando nos
acompañó por primera vez a un campamento artiguista de convivencia purificadora.

Mi padre vertebraba aquellas peregrinaciones en base a tres consignas: No fallar, no


quejarse y De lo bueno poco. Y durante varias décadas fue capaz de guiar a gente de todo
tipo hacia una especie de transfiguración grupal que desembocaba en la comunión con
el verdor salvaje y los pozos azules y los cielazos que transformaron al mismísimo Artigas
en un Hombre Nuevo capaz de diseñar una comunidad digna de la mejor historia del
planeta. Quien lo probó, lo sabe. Porque cuando la espiral ascendente nos transportaba a
todos a una Más Dimensión como la que respiraron Jesús y Pedro y Juan en el Tabor no
había quien no sintiera que la fe en el trasluz misterioso que nos trasciende a todos es
absolutamente invencible.

-Pa. Esto es divino, loco -se le doraron las pecas al asquerosamente ateo Lenin Josef
Roux mientras churrasqueábamos aquella noche con mi padre y Pochocho.
-¿Le contaste a tu amigo tu aventura con el Pato Donald goleador? -nos sirvió dos
chorizos picados en una tabla el hombre de bigotazos novecentistas. -¿Vos juntaste esas
figuritas, tovarich?

-¿Tas loco? -saltó el Gato. -Mi viejo era tan estalinista que además de ponerme Lenin
Josef de nombre ni siquiera me dejaba tomar Coca-Cola. Y decía que aquel álbum era un
gambito sucio que hicieron los yanquis aprovechando la euforia de Maracaná.

-Bueno -se rio mi viejo. -No estaba muy equivocado.

-Pero la cosa es que yo me hice amigo de Salomón gracias a que una tarde recorrí
Atlántida con el altoparlante a todo trapo y cuando Jerónimo escuchó El último organito
cantado por Edmundo Rivero sintió que Dios le estaba hablando y se puso a perseguirme
con un monopatín, disfrazado de Llanero Solitario -me zarandeó los rulos Pochocho como
si yo todavía tuviera cinco años. -Al principio me imaginé que el gurí venía enganchado
por la propaganda del álbum de Donald, pero lo que le importaba a él era la voz del cielo.

-Es que era la primera vez en mi vida que escuchaba un altoparlante -le aclaré al Gato,
reventándome un grano-garrapata. -Aunque todavía sigo pensando que aquella tarde Dios
me mandó un mensaje.

Entonces mi padre largó una especie de ladrido y se taponeó el llanto agarrándose la cara,
mientras los demás nos mirábamos asustadísimos.

-Tengo la pena de una sola pena / que vale más que toda la alegría -me animé a
murmurar, pensando en mi madre y en Mambita al mismo tiempo. -Un amor me ha dejado
con los brazos caídos / y no puedo tenderlos hacia más. / Ayer, mañana, hoy / padeciendo
por todo / mi corazón, pecera melancólica, / penal de ruiseñores moribundos. / Me sobra
corazón. / Hoy, descorazonarme, / yo el más corazonado de los hombres, / y por el más,
también el más amargo.

-Basta. Tu espejo es ese -gritó mi padre, señalando el gigantesco amanecer lunar.

15
Mi madre y Mimosa se conocieron en un picnic bailable que organizamos en el country
de Solymar un domingo de noviembre. Las mujeres prepararon pizzas y tortas que se
vendían a beneficio del grupo de viaje, y ya ese mediodía empezamos a usar
irresponsablemente el tocadiscos portátil que habíamos comprado como premio de la rifa.
Me acuerdo que la gran novedad fue el estreno de una de las peores porquerías que
desafinó Palito Ortega en toda su vida: Estamos tristes. Y sin embargo nosotros nos
retorcíamos twisteando locos de la vida entre una avalancha de luz vanghogiana que
terminó por transformar al balneario en una especie de trigal eterno.

-Me parece que alguien te precisa -me hizo una seña el Gato cuando terminamos de
comer, y vi los pantalones blancos ajustadísimos y la blusa con rayas azules de Mambita
recortados sobre los pinos que circunvalaban el country. -Te está junando a vos, Cleanto.

Y recién mientras recorría los diez o veinte o metros que nos separaban me di cuenta de
que mi Dama había roto con el novio.

-¿Te gusta mi peinado? -se acomodó los alones de la remodelada melena azabache.

Y seguimos alejándonos entre los pinos como si bogáramos en la dimensión desconocida


de una serie televisiva que se había puesto de moda y de golpe ella curvó la turgencia
bermellón:

-Recitame algo lindo.

Y esa vez no imité a María Casares mientras exhalaba con un manso fervor Alma
venturosa:

-Al promediar la tarde de aquel día, / cuando iba mi habitual adiós a darte, / fue una
vaga congoja de dejarte / lo que me hizo saber que te quería. // Tu alma, sin
comprenderlo, ya sabía… / Con tu rubor me iluminó al hablarte, / y al separarnos te
pusiste aparte / del grupo, amedrentada todavía. // Fue silencio y temblor nuestra
sorpresa; / mas ya la plenitud de la promesa / nos infundía un júbilo tan blando, / que
nuestros labios suspiraron quedos… // Y tu alma estremecíase en tus dedos / como si se
estuviera deshojando.

Y enseguida desembocamos en una calle de tierra rosada y a Loreley se le puso muy


áspera la ronquera:
-Antes que nos mudáramos a Nuevo Malvín se me murió una perra que se llamaba
Chimba, igual que mi abuela. Nunca nadie me quiso como ellas. ¿Por qué nos odia Dios?

-Mi padre dice que Vallejo escribió ese verso porque lo había aplastado un dolorazo. Y
que cuando estás así no te das cuenta de que Dios es el único ladrón dueño de lo que roba.

-¿Y ahora yo qué hago con el dolor a cuestas, como vos me escribiste en tu poesía?

-Ese verso es nada más que una glosa de García Lorca, Mambi. Pero teneme fe que yo
voy a hacerte horas de oro.

Y esa noche mi madre me contó que la clase quedó paralizada cuando nos vieron
caminando juntos, y que hasta Mimosa le hizo una guiñada cómplice. Yo creo que fue
porque las brujas saben mejor que nadie que los enganches romeojulietescos no tienen
porvenir.

16

Mi padre era carpintero y lustrador, y había trabajado en la casa de Eduardo Díaz Yepes
cuando estaba terminando el Monumento a los Caídos en Acto de Servicio de la Armada
que se colocó en el lomo de la Plaza Virgilio en noviembre de 1960. Ya se cumplían tres
años, y mi hermano tenía que hacer un trabajo para la escuela recopilando datos sobre el
que hoy es considerado el máximo ícono escultórico del Uruguay.

-Lo mejor es que hables con el propio Yepes -agarró la cámara de fotos mi padre, eufórico.
-Pero primero vamos a verla bien y después yo te llevo a conocerlo. Podés hacer un
trabajo precioso.

Al llegar a la rambla encontramos al Oceanía horizontalmente incendiado por lo que


nosotros llamábamos la hora mágica, aunque yo no pude olvidarme de que en aquella
curva del ensueño Loreley había bailado toda la noche con el hijo pituco de un magnate
de mierda.
-Odio a Chez Carlos -me consolé contemplando la escalinata empenachada de álamos por
donde había bajado borracho haciendo reír a mi Dama. -Mirá la propaganda: en diciembre
vuelven a traer al putazo de Pedrito Rico.

Mi padre me ignoró entreparándose para señalarle a mi hermano el uroboro de hierro que


coronaba el lomo de la Punta Gorda:

-¿Ves, José? No te olvides de poner que la primera maqueta de esta Lucha se le ocurrió a
Yepes cuando los fascistas lo llevaron preso en España. Y como cada tanto venían a
buscar a uno para fusilarlo él se concentraba igual que un faquir hasta que se sentía
invisible. Y venció. Y yo creo que venció porque los asesinos le vieron el alma enamorada
de la vida. ¿Entendés? Y a eso el diablo le tiene mucho miedo.

Después repechamos un caminero de tosca color geranio y mientras divisábamos toda la


rambla sobredorada por el estuario la adoración empezó a purificarme y al contemplar la
sombra compacta que proyectaba el Oceanía sobre la calle Mar Ártico proferí, con el
jadeo de la Casares:

-No me tienes que dar porque te quiera / porque aunque lo que espero no esperare / lo
mismo que te quiero te quisiera.

Entonces mi padre se puso a fotografiar desde distintos ángulos el gigantesco


trenzamiento-casamiento del hombre con sus pulsiones arquetípicas, hasta que a José le
reverberó la profundidad celeste heredada de mi madre y dijo:

-¿Pero qué significa esa estrella de mar que hay arriba del todo?

-Lo mejor sería preguntárselo a Yepes -se contorsionó mi viejo para enfocar el ojo-sol del
luchador. -Aunque yo creo que esa estrella representa el triunfo total del héroe: el hacer
entrar el paraíso a este mundo. Claro que para llegar a esa iluminación tenemos que tomar
mucha sopa, muchachos.

-Sí -me junó de reojo mi hermano. -Vendría a ser como cuando la princesa que quería
vivir y el periodista se dan el último beso. Te dan ganas de llorar pero es algo divino.

Entonces me ericé.
-Puede ser -imitó a la Casares mi viejo, sin tristeza.

17

El próximo picnic-bailable lo organizamos en el bosquecito de la Plaza Virgilio una tarde


que decidimos hacernos una rabona grupal porque era la última semana de clase y ya ni
siquiera pasaban lista. Seguíamos usando el tocadiscos portátil comprado como premio
para la rifa con total irresponsabilidad, porque no nos importaba literalmente nada más
que consagrar la explosión total de la primavera.

Y un rato antes de enterarnos de que habían asesinado a John Fitzgerald Kennedy


Mambita abandonó el jolgorio para caminar sola hasta la fuente amiboidal que rodea el
monumento de Yepes y le alcanzó con ordenarse un alón azabache torciendo apenas el
perfil para que yo supiera que me necesitaba.

-Qué te pasa -me acerqué a las zancadas hasta cubrirla con mi sombra, y no me sentí feo.

-Todo lo que me dijiste sobre esta escultura me hizo acordar a lo que para mí hubiera sido
el paraíso -demoró en responder con la tristeza entreazulada por la inmensidad del
estuario. -¿Te das cuenta que vos sos medio judío y tomaste la comunión y a mí no me
dejaron disfrazarme de novia de Jesús?

-¿Tus padres?

-En mi casa manda nada más que la bruja. ¿Sabías que es una maestra vareliana rabiosa?

-No -disimulé la indignación lamiéndome una encía lastimada.

-Lo que pasa es que a ella tampoco la dejaron tomar la comunión. Mi abuelo era un
anarquista fanático de Batlle y Ordóñez y no hubo caso. Aunque Chimba por lo menos
me acompañaba a la iglesia cuando mis compañeras se casaban con Dios.

-Bueno -señalé la estrella que coronaba la Lucha. -Yo me aburrí mucho haciendo la
catequesis. Y a mi hermano le está pasando lo mismo.
-¿Pero no me dijiste que tenés fe? -se metió en el sol mi Dama, ajustándose la blusa donde
se le transparentaban los pezones aciruelados enloquecedoramente.

-Yo tengo fe porque mi padre me leía los Salmos y el Sermón de la Montaña cuando tenía
cuatro años. Y también me leía a Herrera y Reissig y a García Lorca y a Nicolás Guillén.
Los aprendí a recitar antes de saber leer y escribir.

-A veces me das miedo.

-A mí lo que me da miedo es que vengas a bailar a Chez Carlos. Sos demasiado chica
para meterte en ese mundo. Y demasiado linda.

-Capaz que Dios me odia por eso.

-¿A vos te parece que Dios puede odiar a Nuestra Señora, Mambi?

Y en ese momento el Gato se nos acercó corriendo:

-Asesinaron a Kennedy, loco.

Aquella tarde volvimos todos muy callados al liceo y parecía que el mundo entero estaba
triste, aunque no era por Kennedy.

-Es que del imperialismo podés esperar cualquier cosa -suspiró Lenin Josef Roux cuando
nos sentamos frente a dos grapas en la cantina del Unión Atlética.

Y yo tuve necesidad de escaparme de este infierno estrellado por primera vez en mi vida.

18
Pochocho Rígoli había nacido en Rivera y era fanático de la bossa-nova y de Guimarâes
Rosa, un genio que yo leí por primera vez traducido al español en el 68. Todavía guardo
el ejemplar de Primeras historias que editó Seix Barral, totalmente subrayado y releído
muchas veces desde que cumplí los veinte.

-Escuchen esta definición -nos desafió una noche en el parrillero de casa, versionando
como pudo una prosa por momentos casi tan complicada como la de Finnegans’s Wake.
-La vida de un ser humano entre otros seres humanos, es imposible. Lo que vemos es
apenas milagro salvo mejor razonamiento.

-¿Imposible? -se le hinchó un asombro hosco a mi padre.

-Yo lo que les digo a mis alumnos es que hacer arte de verdad es casi imposible, por
ejemplo -se retorció los bigotes como un dandy novecentista Pochocho. -Pero es posible.

-Claro. Siempre que nos caiga del cielo -me animé a agregar.

-Ese razonamiento me gusta más -se acercó a contemplar una gigantesca magnolia recién
abierta mi viejo. -Y que me perdone Guimarâes Rosa, pero yo pienso que no tendríamos
que usar la palabra milagro. Es como si desmereciéramos a la mano azul, inédita, de Dios.
Porque si la esperamos siempre aparece. Y triunfa. Aunque nos crucifiquen.

-Suscribo -brindó mi profesor de literatura, besando la flamante edición de Primeras


historias que acababa de comprar en Porto Alegre.

Y de golpe me acordé que aquella misma noche los padres de Loreley habían sido
invitados a ver al putazo de Pedrito Rico en la putísima Chez Carlos y que mi Dama podía
terminar apretando con el hijo del magnate puntaesteño y sentí que el mariposerío ventral
me formaba un remolino motorizado por los bombazos.

-Yo te consagro Dios porque amas tanto; / porque jamás sonríes; porque siempre / debe
dolerte mucho el corazón -empecé a frotarme la tetilla izquierda por abajo de la camisa.

-¿Te sentís bien? -trató de disimular la alarma mi padre.

-¿Pero cómo querés que se sienta si está encajetado hasta las patas? -se volvió a poner los
lentes para buscar otro párrafo de Primeras historias Pochocho. -Mirá, aquí está
perfectamente descrito lo que le pasa a Cleanto: Aquel pobre hombre descorazonaba. Y
tenía miedo y tenía horror -de tan nuevamente humano. Aquel hombre apiadaba
diferentemente -fuera de la provincia humana.

Y durante un rato nos quedamos contemplando las prodigiosas magnolias que empezaban
a abrirse, porque aquel diagnóstico de mi adoración que yo ahora estoy copiando del
subrayadísimo ejemplar de Seix Barral parecía haber sido dictado por las estrellas.

-¿Pero te sentís bien, en serio? -insistió mi viejo, apoyándome una manaza con olor a
goma laca sobre el hombro.

-La verdad es que estoy apiadando diferentemente -hice un esfuerzo sobrehumano para
levantarme de la silla de jardín y sonreírle con fe.

Entonces él me abrazó como si me prepararse para caminar por arriba del agua, mientras
murmuraba su koan preferido del Negro Jefe:

-No te olvides que con la celeste en el pecho somos doble hombres, Cleanto.

19

Loreley se fue a examen en literatura y me pidió que la ayudara a prepararse durante un


glorioso fin de semana, y el lunes a mediodía la esperamos con el Gato y las amigas
íntimas en la puerta del edificio principal del Liceo Vaz Ferreira igual que si estuviera
compitiendo en una Olimpíada. Salvó con sobresaliente, por supuesto. Y a la salida
Muriel nos sacó una foto y todos pidieron una copia de aquel testimonio verdaderamente
anti-telenonovelesco donde la muchacha más linda del liceo y el muchacho más feo del
mundo ni siquiera se atrevían a agarrarse la mano.

Después la acompañé hasta la casa y nos sentamos en el murito de la parada del ómnibus
a esperar el 77 porque yo tenía hora con el dentista y de golpe mi Dama sonrió como un
verdugo de buen corazón:

-Estoy segura de que vas a ser un gran poeta, Jerónimo.


-Gracias -le contemplé la turgencia de la boca y los pezones con un deseo tan voraz y tan
extramundano que suspiró encogiéndose como si la estuviera violando el Espíritu Santo.
-Pero lo que yo no querría ser nunca es tu amigo, Mambita.

-Qué pena. ¿Y cuando vayamos juntos al Dámaso cómo vamos a hacer para no ser
amigos?

No supe qué contestarle.

-Acordate que en Nochebuena quedamos en encontrarnos un rato con los muchachos en


el portón de casa.

-Ah. Pensé que ibas a pasarla bailando en Chez Carlos con tu nuevo galán.

-No. Ahora el ratonero anda con Marly Vieira, esa brasilera que aprendió a cantar llorando
como un cocodrilo para lucirse en la televisión.

Y de repente sacó del bolso el pequeño álbum donde en aquel tiempo se estilaba
despedirse de los compañeros a fin de año y puso una uña en la cuarteta de Andrés Eloy
Blanco que yo le había estampado: No sé si me olvidarás / ni si es amor este miedo; / yo
sólo sé que te vas / yo sólo sé que me quedo.

-¿Qué quisiste ponerme con esto? -se le crispó una miseria de amor tan indefensa que no
tuve más remedio que acariciarle el dedo, mientras trataba de disimular una erección
monstruosa.

Esta vez tampoco supe qué contestarle, y para peor la contorsión hizo que el testículo
derecho empezara a zafárseme del escroto.

-Yo no muy buena para la poesía -retiró la mano Mambita de abajo de mi dedazo mojado
como un falo- pero siento lo mismo que vos. Y no sé bien lo que es. ¿A qué hora tenés
que estar en el dentista?

-A las dos.
-Pobrecito. Odio que te torturen con esas latas.

-Señora de mis pobres homenajes, / debote amar aunque me ultrajes -me paré
metiéndome la mano en el bolsillo para destrancarme el testículo. -Ahí viene el 77.

-Gracias por el examen, Cleanto. Me encantó Garcilaso.

-Salid sin duelo, lágrimas, corriendo -le sonreí desde la calavera.

20

El 12 de enero de 1964 el grupo de 4º H se reunió a mediodía en la Estación Central para


viajar por tren hasta la frontera Río Branco-Yaguarón, desde donde tomaríamos un
ómnibus directo a Porto Alegre.

Yo llevaba en el bolso de mano un cuaderno verde que titulé Cantos del viaje. Lo recuperé
providencialmente el verano pasado revolviendo el papelerío que acumulo desde hace
décadas y eso fue lo que me decidió a novelar de una vez por todas la tragicómica historia
de mi iniciación mística.

Antes de revisar los veintidós desahogos que fui descerrajando a vuela pluma durante una
semana encontré en el reverso de la tapa dos líneas impuestas en secreto por la mujer de
mi padre: Un beso grande… / Mami.

Lo que significaba que en Porto Alegre la cuestión de vida o muerte era apoderarme de
mi otra ella para siempre. O kaput.

Y según consta en la bitácora del primer texto, a las 14:15 ya había garabateado un
esperpento vallejiano del que vale la pena transcribir tres estrofas: Hubo estación atrás
de mi mano. / Mi madre con los ojos llenos de pájaros, / la inocencia de mi hermano /
encaramándose en la ventanilla, / la sutileza dulcísima y violenta / de mi progenitor, / el
encumbramiento sencillo y vertical / de la estación, en ruedas de presencia, / este campo
que mueve su cola frente a mí / como una cucaracha complaciente / verde y apurada. //
Santa Rosa grita la voz del guarda. / Las madres acompañantes sonríen / y de todos / se
cuelga en el techo / algo así como una partida de naipes, / procreada, empirista /
sentimental cuando es noche, / invisible también, llenos los naipes / por una mal
disimulada célula nerviosa / envuelta en papel de chocolate. // Dios no sonríe, porque le
duele una pestaña. / Nuestra humanidad colgada e importante / que llevamos en las
valijas / atestadas de beligerancias / le causa la paráfrasis sentida / del esperar y ver
cómo de muchas manos evidentes / se escapan treintaicuatro palomas / de guantes
dedalíticos, transportadores / de puentes y vías férreas, / trasquilando / la tremenda,
santísima ilusión / de la verdad con cruz de barco, / músculo de viajero, mango y risa. /
Miro pasar, y sigo, un tren.

Una de las dos madres acompañantes del grupo era la matrona apodada Mimosa. Y
durante las interminables horas de tren en las que yo le fui mostrando a Loreley cada uno
de los textos que me fluían con fuerza de extrasístoles, la mujer draconífera me junaba la
nariz como si no pudiera creer que a aquel pendejo a quien su hija consideraba un poeta
le brotaran sin parar granos tan asquerosos.

-Fijate -me animé a rozarle la cintura a mi Dama mientras cruzábamos caminando el


puente fronterizo antes que amaneciera del todo: -Ese es el color del paraíso.

Y ella contempló el raso todavía estrellado que ardía sobre el horizonte de Yaguarón y
avanzamos varios metros con mi antebrazo todavía apoyado en su alma.

-Precioso -sonrió.

-La mano azul, inédita de Dios -agregué, contorsionándome para disimular una erección
volcánica.

21

Ya habíamos hecho reservaciones para alojarnos en el hotel Vitoria, que estaba instalado
en un antiguo pero prolijo edificio de tres pisos de la zona portuaria. A mí me tocó
compartir un cuarto con el Gato y el flaco Silvera, y la primera noche Lenin Josef Roux
organizó una especie de bombardeo terrorista tirando por uno de los pozos de aire los
cuatro gigantescos pedazos de torta pascualina casera que me había contrabandeado mi
madre en la valija.
Los proyectiles de espinaca y huevo duro cayeron en el comedor del primer piso, aunque
al otro día desayunamos sin haber sido descubiertos y ahora casi todos hacíamos idioteces
como untar las bananas con una pasta de atún que venía entubada igual que un dentífrico
o ponerle mermelada a las paltas y dejar enchastrados los manteles y el piso sin terminar
de comer nada, además de babearnos pedorreando para aguantar la risa.

Las madres acompañantes fingían ignorarnos desde otra mesa donde le metían cuchillo
y tenedor al fiambre y a los ananás junto con Werther Halewicz, un alcahuete educado y
mitómano que inventaba historias de su infancia en el ex-Imperio Austro-Húngaro y era
aplaudido por el insaciable arribismo social de Mimosa.

Mambita, Muriel y Rosana hacían rancho aparte disfrutando de nuestra barbarie sin el
menor disimulo. Y ya en los primeros paseos que hicimos por la ciudad mi Dama volvió
a aceptar que en cada cruce de calle o en la mitad de los gentíos mi adoración se le
enroscara en la cintura con suavísima ciencia.

-Te la estás apretando, hijo de puta -le resplandecieron las paletas al Gato cuando nos
escapamos después de cenar a tomar cerveza en un carrito callejero. -¿Y no se te para?

-Horrible. Vivo en palo. Aunque jamás me pajeo pensando en ella.

-¿No querés que te preste el suspensor que uso para jugar en el Unión? Yo a veces me lo
pongo en los bailes, y eso te disimula mucho el bulto.

-¿Y para qué lo trajiste?

-Por si hay baile, boludo. Pero igual te lo presto.

A esa altura ya estábamos bastante borrachos, y de golpe mi amigo suspiró contemplando


un gajo de luna que parecía hamacarse sobre los ultramodernos edificios gaúchos:

-Qué divina que es la vida, tovarich. Che, tené cuidado con el brasilero rubio que nos
registró en el mostrador del hotel. Creo que es hijo del dueño. Y mirá que las pendejas
quedaron bizcas con él y el loco no parece ningún manco.

-¿El que se llama Pablo? -sentí una puntada en la tetilla izquierda. -Pero ese tipo debe
tener cerca de treinta años
-Y eso es lo que las enloquece más a ellas, boludo. Mirá: aquella barra de porteños que
va cruzando la plaza se vino a Porto Alegre nada más que para ver jugar a Pelé contra el
Gremio, el jueves. Hoy de tarde me crucé con ellos en la peatonal y ya estaban en pedo
gritando A cojer que se acaba el mundo.

A mí eso me causó gracia y asco al mismo tiempo, y nos tomamos dos cervezas más y
volvimos al hotel berreando Uruguayos campeones.

22

Al otro día Loreley amaneció engripada y de tarde tenía mucha fiebre, aunque Mimosa y
la otra señora acompañante igual salieron de compras y nos quedamos a cuidarla con
Muriel y Rosana.

Yo me senté en la cama y puse el brazo derecho del otro lado del colchón, como si le
estuviera fabricando un puente protector al cuerpito que transpiraba bronquíticamente
bajo la sábana floreada.

-Mirá -me reí de golpe. -Te apareció la dueña.

Y mi brazo avanzó casi hasta su cintura sin necesitar que el suspensor recién estrenado
me disimulara la menor excitación sexual.

-¿Lo qué? -se emocionó Rosana, poniendo cara de estar viendo una de las telenovelas
argentinas de Nené Cascallar.

-Es que desde que cruzamos el puente en la frontera empecé a verle aparecer una dueña
a Mambita -expliqué, sudando mucho. -Eso le pasa al personaje de Nuestro hombre en
La Habana, una película que dieron el año pasado en Atlántida.

-Che, capaz que esta vez el contagiado por mi fiebre sos vos -largó una carcajada
cavernosa mi Dama. -¿Y cómo es la película?
-Es una policial bastante buena. Pero lo que me encantó es que el espía siente que su hija
está habitada de a ratos por una especie de dueña que representa a la Virgen.

En ese momento llegó Mimosa y le aguanté la fosforecencia alfilerada sin sacarle el brazo
de encima a su nena, hasta que tuve que levantarme para que le tomaran la fiebre.

-Ojo que esa bruja te odia, Cleanto -murmuró Muriel mientras bajábamos a cenar junto
con Rosana.

-¿Querés que te regale Pernigotti por la noticia? -me hice el guapo, aunque tuve necesidad
de frotarme el pecho al bajar cada tramo de la escalera.

-¿Por casualidad el año pasado no viste Un overol blanco en Canal 4? -se le satinó un
sentimentalismo muy dulce a Rosana. -Trabajaban Beatriz Taibo y Atilio Marinelli.

-Yo no miro esas novelas.

-Esta empezó divina, porque él era un mecánico que se vestía de blanco y ella lo amaba.
Pero el final fue horrible. ¿Vos podés creeer que Beatriz Taibo siente que el pobre obrero
es inferior a ella y se va con un millonario de mierda?

-Ta -la frenó Muriel. -No te sigas masoqueando con eso.

-Es que Cleanto me hizo acordar a la última escena. Porque ella se quedaba mirando una
foto enmarcada de Atilio Marinelli vestido con el overol blanco y parecía como si tuviera
una dueña en los ojos. Pero ya era muy tarde. Y a mí me hizo sufrir más que La princesa
que quería vivir, te juro.

-Bueno -suspiró Muriel. -Por lo menos encontró a alguien que la quiso de veras. ¿Qué te
pasa, Jerónimo?

-Nada -me senté aplastándome una especie de garbanzo-tercer ojo. -Es que a veces siento
que casi nadie entiende que Dulcinea era tan verdadera como cualquier mujer carnal y
que Don Quijote no hubiese podido existir sin ella. Y eso me parte el alma.
23

El segundo escándalo se desencadenó en la pieza de dos muchachos que también jugaban


en los menores de Unión Atlética y habían armado una partida de póker con Halewicz.

-Pero qué divino que estás, gordito -melodizó un chiflido el Gato cuando descubrimos el
insólito pijama amarillo con pintas azules que usaba Werther. -Vos más que un
descendiente del Imperio Austro-Húngaro parece que tuvieras sangre extraterrestre. Les
trajimos cerveza fría, imberbes.

Y como todos se asustaron por el contrabando alcohólico destapó tres botellas y las puso
arriba de las barajas imitando la euforia de Fidel Castro:

-Hoy 4º H va a asaltar este Palacio de Invierno que es el hotel Vitoria, camaradas. Y meta
quilombo que se acaba el mundo.

-Yo no tomo -frunció el perfil gringo de labios muy carnosos Werther. -Porque le tengo
miedo al perro-chancho interior.

-¿Lo qué? -se agarró la barriga para carcajear Lenin Josef Roux.

-El Innere Schweinnehund. Son dos palabras que usan en Viena para nombrar al diablo
que se te aparece después del primer trago -se irguió el gordo empiyamado como una
odalisca.

-Pero andá a cantarle a Gardel y a Magaldi y al Führer, fachito. ¿Vamos a dedicarle la


copla que le compusimos a la hinchada de Malvín, Bachicha?

Y berrearon desaforadadamente:

-La vaca / parió al ternero / por el aujero de más abajo. / Carajo / pobre ternero / si no
se agacha / lo caga entero.
Entonces se abrió la puerta con prepotencia de allanamiento y mientras el dueño del hotel
entraba a las zancadas seguido por su hijo Pablo tuvimos tiempo de escondernos en un
ropero con el Gato y escuchar la amenaza de expulsión inmediata.

-Pa, ni Chaplin inventa eso -aplaudió el flaco Silvera cuando volvimos al cuarto a
escenificar el desastre. -Quiere decir que nos salvamos en el anca de medio piojo de que
nos echaran a todos.

-Sí. Y lo peor es que adentro del ropero yo no podía parar de reírme y Cleanto se tiraba
brutos pedos agarrándose las manos igual que si rezara y eso me hacía más gracia. Parecía
una de esas viejas que usan trapos negros en la catedral.

-Es que estaba rezando -murmuré.

-Andá a cagar -se tiró un pedo el flaco.

No quise contestarle. Y cuando ya amanecía y empezaron a sonar las campanas de la


iglesia que había atrás del hotel me desperté a garabatear un esperpento totalmente
sonámbulo:

Por un momento, / se me ven atadas las dos manos / como con una cinta de platino
simpático. // Por un momento, creo que tengo las manos algo así / como sonajeadas,
temblantes, milagrosas / vueltas del todo su perfil hacia como se reclinan / todos. / Por
un momento, se me hace vacío en el vaso, / en la tinta, en el cortador de las inoperancias,
/ en el futuro, / frente a mí, por un momento / y sonrío.

24

Ese mediodía las señoras acompañantes les pidieron disculpas al dueño del hotel y el
grupo se comprometió a no armar más relajo y después salimos a recorrer el Parque
Farroupilha, que es el pulmón céntrico de Porto Alegre.

Todavía guardo una foto en blanco y negro donde aparecemos juntos con Mambita en
una de las chalanas que se alquilaban en un lago artificial mucho más cristalino que la
ciénaga del Parque Rodó, y lo primero que me viene a la cabeza es la reverberación
insoportablemente hermosa de los jacarandás rebrillando como una zarza bíblica entre la
media tarde.

-En este momento parecés el ángel que descubrió Moisés escondido en el fuego que nunca
se apaga -no me dio vergüenza mostrarle mi sonrisa latosa a Loreley.

-Pa. ¿No seré un demonio disfrazado de ángel como el de la canción de Johnny Tedesco?

-Todo ángel es terrible.

-¿Y mi dueña es terrible?

-No. Tu dueña es como una ventana por donde yo veo a Dios -solté uno de los remos para
frotarme el pecho.

-¿Es verdad que estás enfermo del corazón?

-Un poco. Sufro de taquicardias paroxísticas supraventriculares. La primera me vino


cuando tenía cinco años en Atlántida. Y capaz que algún día van a tener que operarme.
Todavía no están seguros.

-Pobrecito. Y yo que te hago sufrir.

-A ver. Pongan caras de Romeo y Julieta para la foto -nos gritó el Gato enfocándonos
desde otra chalana donde venían desafinando canciones del Club del Clan con el flaco
Silvera.

-A mí lo único que me hace sufrir es que te arregles con cualquier tarado -seguí remando
a través del gran reflejo lila.

En aquel tiempo se usaba el verbo arreglarse en lugar de ennoviarse. O en todo caso,


arreglarse significaba algo mucho menos importante que ennoviarse.

-Y sin embargo yo no quisiera que te sigas confundiendo conmigo -se le apagó de golpe
el encanto a mi Dama. -Nosotros no somos ni vamos a ser nada más que amigos, Cleanto.
-Ya te dije que amigo tuyo no voy a ser nunca, Mambi.

Entonces ella me taladró con una gelidez idéntica a la de la madre y enseguida se puso
unos lentes negros carísimos que le había regalado Mimosa y ya no hablamos más.

-Mañana vamos a Caxías -me comentó el Gato aquella noche, cuando empezábamos a
emborracharnos en el carrito. -Pa, loco. Estás medio muerto.

-Es que acaban de pegarme un balazo de amor -me sentí un pobre perro embobado con la
luna.

-¿No querés ir a hacértela chupar? Ayer los porteños me pasaron la dirección de un queco
donde dicen que se coje un kilo.

Entonces sentí que se me clavaba un arponazo en la cueva del mariposerío y terminé


largando un chivo espumoso en la vereda.

25

Y aunque mi asalto al cielo ya se estaba convirtiendo en una misión casi tan imposible
como el Maracanazo, al otro día Loreley me buscó para que nos sentáramos juntos
durante el viaje a Caxías do Sul y le mostré el poema que había sangrado aquella
madrugada.

-I’m sorry -se enmascaró con los lentes nuevos que llevaba encaramados sobre las
crenchas muy lacias. -Igual que la canción de Brenda Lee.

-La que bailamos juntos en tu cumpleaños. ¿Te acordás?

-Bailé mucho ese día -mintió ella. -¿Cómo voy a acordarme?


Y me devolvió el cuaderno sin hacer ningún comentario. Aunque esta vez tuve la
sensación de que mi Dama estaba sufriendo tanto como yo.

-Yo lo único que entiendo de I’m sorry es el título -comentó recién cuando empezamos a
caracolear por los desfiladeros de la carretera montañosa. -Para el inglés soy más burra
que para la química. Ya sabés que si no fuera por tus ferrocarriles también me hubiera ido
a examen.

-Es una letra triste pero linda -contemplé uno de los cientos de pueblitos que
resplandecían en los valles infaltablemente coronados por una parroquia.

-Bueno, pero igual prefiero no saber lo que dice -fingió bostezar ella, reclinando su
asiento. -¿No me guardás los lentes en tu bolso hasta que lleguemos? Anoche casi no
pude dormir y el canasto lo tiene mamá.

Cuando llegamos a Caxías Mambi se había dormido de verdad, y al bajarnos frente a la


empinada blancura de la catedral neogótica sonrió insoladamente:

-¿Querés que entremos, Cleanto?

Entonces nos separamos del grupo para subir al templo y al darnos cuenta que en el altar
mayor Nuestra Señora ocupaba un lugar más importante que el de su Hijo Loreley me
hizo señas de que le alcanzara los lentes y de golpe murmuró:

-Ojalá yo pudiera llegar a quererte como si fuera Ella, Jerónimo.

Y dos hilos de plata le rielaron por el rostro hasta invadirle la blusa donde los pechos se
le transparentaban como corazones.

-Pa. ¿Te dijo eso? Me parece que ahora te está dando entrada en serio, loco -se frotó las
manos el Gato aquella noche en un restaurant que le habían recomendado los porteños. -
¿Querés que brindemos con una caipiriña o una caipiroska?

-¿Cuál es la diferencia?

-Que una se hace con cachaça y otra con vodka.


-Elegí vos.

-Pero me extraña, tovarich. Yo siempre voy a elegir el combustible de la madre patria.

Y después de tomarnos cuatro o cinco faroles azucarados que me hicieron alucinar con el
posible sabor de los pezones de mi Dama volvimos al hotel cantando Aquellos ojos verdes
a lo Nat King Cole y al llegar al Vitoria me di cuenta que la luna ya estaba casi llena y
grité:

-Dios te salve.

26

Al otro día me desperté con una resaca espantosa y cuando apareció la mucama que el
Gato había bautizado la Choncha me sentí conmovido por la humanidad entera y le
dediqué una página fechada el 18 / 1 / 64:

La limpiadora arregla el cuarto. / Por mi silencio pasa un aire sencillo, bueno, / enfermo
de sencillo. // La limpiadora me quiere mucho. / Encuentra detrás de la cama rollos de
papel / y los aquieta con la vista. / La limpiadora es una mujer. / Es una mujer a la que
no le falta sensación, / es una mujer sofisticada de tan simple, / es una mujer en toda su
extensión, / sin preocuparse por sacarse trocitos. / Veo a la tierra en cada ojo suyo, / y
en cada manera de caminar, un poco vieja. / Me estremezco cuando me mira, / por si
supiera lo que escribo. // A la limpiadora en este momento, / se sitúa la vida, y yo la amo.

Lo terrible fue que al volver del baño no encontré en mi bolso los lentes negros de
Mambita y tampoco pude recordar si me los había encomendado en el ómnibus la tarde
anterior. Entonces salí corriendo y mientras bajaba el segundo tramo de la escalera
haciendo cábalas pareadas me crucé con Muriel.

-Pa -se le desorbitó una admirable alarma a mi amiga-alcahueta. -¿Y el Gato no se


acuerda?

-Es que ya deben salido a joder por ahí con Silvera.


-Yo a Loreley la vi un momento en el desayuno y me parece que las cosas andan peor que
nunca con la madre. Dejame ir a averiguar cómo viene la tormenta.

Yo desayuné nada más que una jarra de jugo para amansarme el reflujo y como Muriel
no aparecía subí a los saltos hasta el segundo piso tratando de empezar cada tramo de la
escalera con el pie izquierdo y terminarlo con el pie derecho y al llegar a la pieza de las
Rial oí chillar a Mimosa:

-Es un degenerado. Un borracho degenerado. Y te manosea a toda hora lo más campante.


Parece que se pusiera pañuelos como los toreros pero es porque siempre anda en palo.

-Qué ordinaria que sos.

-Y vos sos una puta. Y lo más seguro es que hayas perdido los lentes en el viaje por
andarle pidiendo al granujiento que te los cuidara.

Y yo seguía rezando como si se me hubiera desbocado una locomotora cósmica.

-¿Pero no escuchaste lo que acabo de explicarle a Muriel? -se sonó la nariz


cavernosamente mi Dama. -Debo haberlos dejado en el baño de la estación de Caxías
porque vos andabas con el bolso y no tenía donde carajo ponerlos. Y además él no me
manosea. Me acaricia como un ángel guardián. ¿Entendés? A vos papá nunca te acaricia.

-¿Cómo un ángel?

Entonces volví a salir corriendo y al llegar a mi cuarto encontré al Gato preparando unas
caipiroskas y cuando se enteró del quilombo que se había armado con los lentes negros
no lo podía creer:

-¿Pero no te das cuenta que los perdiste vos y Mambita está mintiendo para salvarte de la
horca, boludo? ¿No te acordás que anoche hasta te los pusiste en el restaurant cuando te
atacó el perro-chancho interior y te los tuve que sacar porque parecías Pedrito Rico?

27
-Fue un boleto: lo arreglé todo haciéndole una sola seña a escondidas de Mimosa -me
explicó Muriel cuando le agradecí la intervención providencial en la cueva draconífera. -
Y Mambita enseguida inventó una historia para convencer a la vieja de que se le habían
perdido a ella porque lo último que quiere en la vida es lastimarte.

La pieza que compartía mi amiga-alcahueta con Rosana quedaba justo enfrente de la de


Loreley, y después que tuvo que salir un momento para pedirle una toalla a la Choncha
pude ver perfectamente a través de las ventanas mal cerradas que mi Dama estaba
cambiándose y cuando se empezó a desabrochar el sutien di vuelta la cara sudando hielo.
Nunca supe por qué.

Esa noche fuimos a ver el partido que jugaba el Gremio local contra al Santos de Pelé,
todos menos las señoras acompañantes y Halewicz.

-Mejor. Que se dediquen al rummy -se dejó rozar la cintura desahogadamente Mambita
y yo volví a caminar rengueando porque ahora la erección ya había empezado a mojarme
el suspensor, aunque me sentía el guardián más feliz del universo.

Ganó el Santos 3 a 1. Estábamos en una de las tribunas de atrás de los arcos, y con los
muchachos no podíamos creer cómo jugaba aquella delantera vestida de blanco.

-Carajo -se euforizó el Gato, que siempre supo mucho de fútbol. -Qué divina que es la
vida. Mirá, hoy están los cinco: Dorval, Mengalvio, Coutinho, Pelé y Pepe. Y pensar que
dos de ellos ni siquiera son titulares en el Scratch verde-amarelo.

Cuando salimos se armó una avalancha bárbara y tuvimos que refugiarnos con el grupo
en una especie de cobertizo quinchado que separaba a los cubículos donde se vendían las
entradas. Quedamos apretados prácticamente a oscuras unos contra otros para que no nos
aplastaran y durante esos minutos le enlacé toda la cintura a Mambita y ella se me recostó
en el hombro con un jadeo tan indefenso que me hizo sentir que estaba mucho más
desnuda que si estuviera desnuda.

-No me tienes que dar porque te quiera -terminé murmurando con la ortodoncia enredada
en sus crenchas- porque aunque lo que espero no espero no esperara / lo mismo que te
quiero / te quisiera.
Y de golpe tuve que ladearme para disimular los corcovos de la eyaculación y ella apenas
roncó:

-Pobrecito. Mi poeta.

El semen se me quedó entreverado en el suspensor y mientras volvíamos al Vitoria no


parecía que me hubiese meado ni nada, y de lo único que me acordaba era de la
penetración de los testículos blancos en los arcos mientras Pelé saltaba igual que si
estuviera festejando un triunfo santo en un mundo de mierda.

-Hoy prefiero no chupar, tovarich -le avisé al Gato, recogiendo la jabonera y el toallón
para ir a ducharme al baño colectivo.

-Ta bien. Descansá, macho -me mostró las paletas con una dulcísima amistad Lenin Josef
Roux. -Y no te olvides de lavarme el suspensor y dárselo a secar a la Choncha, porque
mañana mismo vas a volver a precisarlo.

28

El viernes empezó el desastre, porque Pablo nos había programado una visita a una boîte
tipo Chez Carlos que quedaba a la vuelta del hotel y hasta las señoras acompañantes se
emperifollaron a todo trapo para la farra. Pero Mambita ahora parecía una puta cara, y me
di cuenta con horror que su dueña acababa de abandonarla.

-¿Te convenciste que están todas meadas con Pablo? -me comentó el Gato mientras
entrábamos a un primer piso donde se bailaba sobre una gran tarima fluorescente. -Esto
es el capitalismo asqueroso, guacho. El verdadero amor se ahogó en la sopa, la panza es
reina y el dinero es Dios.

-Pero Jesús nunca va a valer lo mismo que el ladrón -me hice sangrar un grano que me
goteó sobre la corbata rayada.

Aquella fue la única vez en todo el viaje que Loreley me hizo sentir que el demonio era
yo, y después que se pusieron a bailar cheek to cheek con el brasilero rubio me abrí paso
hasta el ascensor sin explicarle nada a nadie y al llegar al hotel vomité un poema titulado
Pablo:

Pablo nos mira. / De su humo cafeíno emerge / mi violenta secreción y fluidez. // Hay
revuelo mientras nos parece / una cosa en la otra, apretada y siniestra. // Sentimos
cincelado el cinturón, / a lo largo de la voz y la enfermedad, / corremos y nos afanamos
/ tomando pastillas para recibirnos. // Nos queremos más que nosotros. // Parécenos
importante la simiente y barbuda, / parécenos de poca sociedad. / En el zapato de la luz
duermen las repicancias. / Cuando te miro entran en bandadas / palomitas hoteleras a
descansar / en el patio del fondo de la risa. // Pablo nos mira. / Iré con su humo / a
buscarte con los brazos del Cholo en cruz, / compraré de tu fácil, la ascensión, lo infinito
/ las casas, la frescura, la timidez, / mi alma, / el brazo en tu cintura. // Pablo es un
hombre solamente.

Y entonces me acordé de un párrafo del libro de Guimarâes Rosa que nos versionaba
Pochocho, aunque recién cuando salió la edición de Seix Barral pude memorizarlo tal
cual es:

-De eso, ustedes no querrán saber, son endiabladas confusiones, de eso ustedes no saben.
Y, si, ¿para qué? Si nadie entiende a nadie; y nadie entenderá nada, jamás; esta es la
práctica verdad.

Hasta que una fulguración ovoidal que ascendía sobre la iglesia de enfrente me hizo
recordar a mi padre llorando a lo perro en la Sierra de las Ánimas y recién ahora puedo
darme cuenta que se le estaba adelantando trece años a Borges:

Hay tanta soledad en ese oro. / La luna de las noches no es la luna / que vio el primer
Adán. Los largos siglos / de la vigilia humana la han colmado / de antiguo llanto. Mírala.
Es tu espejo.

Y en ese momento aparecieron el Gato y Silvera corriendo y demoraron un rato en


atreverse a contarme que al llegar de la boîte Mambita había vuelto a salir sola con Pablo
y una especie de arponazo del Capitán Ahab me hizo aullar tan enloquecidamente que los
vidrios temblaron.

29
El médico de urgencia que llamaron desde el hotel me diagnosticó un cólico acelerador
de una taquicardia paroxística panicosa, y hasta que no me inyectaron un sedante
recomendándome ingerir nada más que agua hervida durante ocho horas mi corazón se
podía ver saltar como un sapo electrizado.

-Te acordás del cuento que te hizo Pochocho en la Sierra de las Ánimas sobre la tarde que
me puse a perseguir en un monopatín a un altoparlante que pasó haciendo propaganda de
Donald Goleador -le pregunté al Gato, mientras me frotaba la tetilla con un pañuelo
mojado en agua colonia.

-Sí. Pero ahora tratá de dormirte, Cleanto -se miró de reojo con Silvera el tovarich, que a
partir de aquel viaje se volvería uno de esos amigos irreversiblemente incondicionales
más acá o más allá de las veces que los veas y de lo que compartas con ellos.

-La primera de estas taquicardias me vino aquella noche -necesité seguir contando. -Y mi
madre me sostuvo en brazos hasta que llegó el doctor del Policlínico de Atlántida,
frotándome con un pañuelo como si el agua colonia fuera la salivilla de estrella que usa
la Virgen para curar a los niños en el romance de Lorca. Y se ve que cuando armamos la
valija donde encontré la torta pascualina también me puso este frasco. Ella sabía
perfectamente lo que me iba a pasar.

-Bueno, pero vamos a cerrar la ventana que ya está aclarando -se impacientó Lenin Josef
Roux.

Y recién a al recibir una carta desde Barcelona en el 73 supe que lo primero que había
hecho el Gato al darme la noticia de la aventura de Mambita fue pararse adelante de la
ventana por si se me ocurría dar un salto mortal y decirle Ahí te quedas al mundo, al estilo
Miguel Hernández.

-¿Vos sabías que en la segunda parte del Quijote hay un capítulo donde llegan al Toboso
y el Caballero de la Triste Figura le pide a Sancho que vaya a buscar a Dulcinea y cuando
le trae a una paisana que jiede a ajo y tiene lunares bigotudos se arrodilla y la reverencia
como si estuviese frente a un altar? -sentí que me empezaba a hacer efecto el sedante y se
me desparramó una especie de verborragia masoquista mientras me imaginaba a Loreley
chuponeando con el hotelero.

-Yo del Quijote no sé un carajo -suspiró el tovarich, con más bronca que lástima. -Y
dormite de una vez, por Dios.
-Pero escuchá lo que le dice el Caballero de la Triste Figura a su Dama. Es grandioso.

-A mí las Damas que se dejan manosear y después te eligen de blanco para balearte me
chupan un huevo, loco. Recitáselo a ella cuando vuelvas a verla, si eso te sirve de algo.
Pero por hoy alcanza.

Y fue también a través de la carta llegada desde Barcelona en el 73 que supe que mi amigo
había mandado ampliar la foto que nos sacó Muriel en el liceo Vaz Ferreira el día del
examen de literatura para tacharle la cara a Mambita y que cuando le preguntaban qué
significaba aquel borrón gruñía:

-Es la devolución de un balazo de amor.

30

-¿Y qué le dice Don Quijote a la labradora? -quiso saber mi hermano en el campamento
que hicimos a la semana de mi vuelta, cuando yo ya contaba los episodios de aquella love
story que terminó con un final tan lacrimógeno como el de Un overol blanco.

-Don Quijote se arrodilla frente a su Dulcinea transformada en un bagre-sapo con papada


y le reza la declaración de amor más tremenda que se conoce en la historia de la literatura
-le contestó Pochocho, arrimándose a las brasas para prender un Richmond. -Dale,
Cleanto. Hacésela escuchar, como dicen los guitarristas.

Y de golpe me sentí trasladado en carne y alma a la mesa del hotel donde desayunamos
con Mambita al otro día del patatús y declamé, atragantado por los bombazos:

-Y tú, ¡oh estremo del valor que puede desearse, término de la humana gentileza, único
remedio de este afligido corazón que te adora!, ya que el maligno encantador me
persigue, y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para sólo ellos y no para otros ha
mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si
ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestigio, para hacerle aborrecible a
tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión
y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago, la humildad con que mi alma te
adora.

-¿Y le dijiste todo eso a tu novia en público? -se le sobredoró el asombro a mi hermano.

-Todavía no era mi novia.

-Cervantes sabía muy bien lo que cuesta dejar de querer a alguien -chistó mi padre, que
fue capaz de a aguantar cinco años más el infierno matrimonial. -¿Vos conocés la glosa
que le hizo Guillén en décimas a una cuarteta de Andrés Eloy Blanco, Pochocho?

-Creo que no.

-Están en El son entero. Jerónimo se las sabe de memoria desde que tiene cuatro años -
me apoyó una manaza en el hombro para que completara el numerito. -Dale, campeón.

-Como la espuma sutil / con que el mar muere deshecho, / cuando roto el verde pecho /
se desangra en el cantil -desenrollé los versos que elegí para despedirme de Loreley en
la esquina de Candelaria y la plaza Fabini- no servido, sí servil, / sirvo a tu orgullo no
más, / y aunque la muerte me das, / ya me ganes o me pierdas / sin saber que me recuerdas
/ no sé si me olvidarás. // Flor que sólo una mañana / duraste en mi huerto amado / del
sol herido y quemado / mi cuello de porcelana: / quiso en vano mi ansia vana / taparte
el sol con un dedo; / hoy así a la angustia cedo / y al miedo la frente mustia… / No sé si
es odio esta angustia / ni si es amor este miedo. // ¡Qué largo camino anduve / para
llegar hasta ti, / y qué remota te vi / cuando junto a mí te tuve/ / Estrella, celaje, nube, /
ave de pluma fugaz, / ahora que estoy donde estás, / te deshaces, sombra helada: / ya no
quiero saber nada; / yo sólo sé que te vas. // ¡Adiós/ En la noche inmensa, / y en alas del
viento blando, / veré tu barca bogando / la vela impoluta y tensa. / Herida el alma y
suspensa, / te seguiré, si es que puedo; / y aunque iluso me concedo / la esperanza de
alcanzarte, / ante esa vela que parte, / yo sólo sé que me quedo.

Entonces mi hermano se puso a llorar.

31
Durante las interminables horas de ayuno donde tuve que zamparme dos jarras de agua
tibia cayó a ofrecer su solidaridad casi todo 4º H, aunque ni las señoras acompañantes ni
mi Dulcinea desbarrancada se dignaron abajarse a contemplar al torero con cuernos.

-Mambi está peor que vos -trató de disculparla Muriel, que se turnaba con Rosana en
atenderme mejor que si fueran enfermeras profesionales. -Tiene una gastroenterocolitis
terrible.

-Dios mío -sacudió una mueca ojicerrada la vecina del Gato. -Y se pasa mirando el álbum
donde le escribiste No sé si me olvidarás como si fuera Beatriz Taibo acordándose del
overol de Atilio Marinelli.

Eso me hizo reír.

-¿Sabés que el gordo Werther quedó impresionadísimo con el cuento que nos hiciste de
tu primera taquicardia? -me obligó a terminar otro vaso de la repugnante agua hervida
Muriel. -Creo que él perdió a la madre cuando era muy chico. En Viena.

Eso me puso triste.

-¿No te fijaste que a la estación fue a despedirlo nada más que el padre?

Y al rato llegó Halewicz con un cuadro en la mano y después de sentarse en la cama de


enfrente dijo:

-¿Cómo te sentís?

-Bien. El perro-chancho no pudo con mi Negro Jefe interior -metaforicé sin acordarme
de que Werther no sabía un carajo de fútbol. -Y la transfiguración de Dulcinea en una
Aldonza Lorenzo adicta a las boîtes tampoco.

Por supuesto que esta última referencia la captó al vuelo y enseguida se puso granate,
cosa que siempre le pasaba cuando mentía demasiado:

-Mimosa y Chela te mandan muchos saludos. Quedaron preocupadísimas.


-Me imagino -les hice una guiñada a Muriel y a Rosana, que tuvieron que salir del cuarto
taponeándose la risa.

Entonces el muchacho más ancho que gordo desenvolvió una imagen de la Pietà que
rebrillaba tridimensionalmente y dijo sin tristeza:

-¿No fue así como te sostuvo tu mamá cuando te vino la primera taquicardia? Este cuadro
lo compramos con mi padre en El Vaticano y yo siempre viajo con él pero quisiera
regalártelo. Te va a ayudar, Jerónimo.

Y me lo puso delicadamente entre las manos que olían a agua colonia y aunque esa
escultura nunca me emocionó demasiado comprendí que cualquier ser humano es capaz
de hacer milagros cuando se necesitan, y siempre por sorpresa.

-¿Por qué no se la regalás a tu mamá? -sonrió Werther, parándose con una especie de
orgullo marcial.

Y se fue casi sin escuchar mi desconcertado agradecimiento.

-¿Y vos todavía te creíste que lo compró en El Vaticano? -se puso muy nihilista el Gato
aquella noche. -Esto es algún regalo que le hicieron al padre, boludo.

Pero yo estaba tan feliz que no pude enojarme.

32

-A mamá le encanta ese cuadro que le trajiste -comentó mi hermano después que el
réquiem de Guillén lo hizo moquear conmovedoramente. -Dice que ahora siente que
empezaste a quererla de nuevo.

Y yo estuve a punto de murmurarle a Pochocho La mujer de mi padre está enamorada de


mí, pero me callé a tiempo.
Entonces se me escapó un pedo tremendo y mi viejo se puso a agitar la humareda del
asado con una especie de brazo-parabrisas:

-Respiren hondo muchachos, que así lo acabamos pronto.

-Pa -carcajeó Pochocho. -¿Te acordás que el primer pánico te vino por las puntadas que
te provocaban estos pedasos apelotonados?

-Sí. Para mí los gases son peores que los granos. Y eso que no sangran ni largan pus -me
preparé un pan con panceta ya completamente alegre.

-Es que él no come. Devora -pisó una zona de hielo muy frágil mi viejo. -Le pasa lo
mismo que en el ajedrez. Ataca sin pensar. Y dos por tres tenés que avisarle que va a
perder la dama. Aunque me parece que en este viaje a Porto Alegre la ganó.

Y fue en ese momento que me pregunté por primera vez cómo podían vivir los demás
muchachos sin haber conquistado a la dueña de Loreley Rial.

-¿Pero por qué decís que el gordo Werther hizo un milagro cuando te regaló ese cuadro?
-insistió mi hermano, enganchado por el único tema que le interesaba de la catequesis. -
Es un milagro raro.

-Es que si no se le hubiera ocurrido regalarme esa Pietà yo no me le habría declarado


nunca a Mambita.

-No entiendo.

-Vos te acordás de aquella película que vimos en Atlántida junto con La princesa que
quería vivir? -me tocó patinar sobre la zona de alto riesgo a mí. -¿La que se llamaba
Nuestro hombre en La Habana?

-Claro -se le llagó la inocencia celeste a José, que aquella noche había escuchado la
espantosa discusión sobre el segundo embarazo de mi madre y jamás pudo perdonarla del
todo.
-Bueno, a mí esa Pietà me hizo entender que lo único que me importaba de Mambita era
la Virgen que a veces le podías ver adentro. Igual que lo que le pasaba a la hija del espía
en la película. ¿Te acordás? Y además me di cuenta que la noche que mamá me frotó la
taquicardia con agua colonia también se había transformado en la Virgen durante un rato.

Entonces Pochocho sacó la grapa con pasas y el ajedrez de la mochila y nos quedamos
escuchando nada más que los grillos y la ventolera de las quebradas.

Mi madre nunca dejó de tener en la cómoda aquella imagen de fluorescencia


tridimensional que le traje de Porto Alegre, y veinticinco años después una vecina la
encontró ahorcada en el dormitorio de su apartamentito y sentí la obligación de sentarme
en el borde de la cama a sostener su cadáver durante mucho rato como si fuera el Hijo
que había vuelto a quererla.

33

El domingo me levanté muy temprano y anoté en el cuaderno verde:

Dios en mí. / Por todos. / Regulador. / Aminorable. / Dios.

Y mientras bajaba al comedor haciendo la infaltable cábala de empezar cada tramo de la


escalera pisando con el pie izquierdo para poder terminarlo con el pie derecho, canté el
último hit de Enrique Guzmán que todavía me alborota el mariposerío ventral como si
fuera un himno dedicado a la Sulamita bíblica:

-Yo no quiero ser de los que dicen te recuerdo pero soy / lo soy. / Yo no quiero ser de los
que lloran por tu ausencia pero soy / lo soy. / Y no me da vergüenza que tú sepas que te
quiero porque es / amor tan grande / que dondequiera que tú vayas mi amor te seguirá a
ti. // Tú estarás con él y me verás reír a mí yo sé que sí / lo sé. / Oirás palabras que yo
siempre te decía a ti yo sé que sí / lo sé. / Y si algún día quieres regresar no tardes vida
mía / déjame enseñarte / que si alguien te ha querido y por siempre te ha de amar ese soy
yo / lo soy / lo soy / lo soy.

El comedor estaba vacío y me morfé dos platazos de jamón con ananá tranquilo hasta que
aparecieron Mambita y la madre, y ella se separó enseguida de la bruja para venir a
acompañar a su ángel guardián cornudo.
-Te curaste -pregunté.

Y de golpe se le llenó la mirada de noctilucas y le pedí que no se asustara de lo que iba a


escuchar y recé casi en secreto la declaración de amor del Toboso.

-¿Tan fea me ves? -se le puso muy húmeda la ronquera a mi Dama.

-Quiero que seamos novios, Mambi. ¿Vos querés?

Y ahora me acuerdo de Isaak Babel, que en Caballería roja cuenta la historia de un


tovarich que no acepta desahuciar a una yegua: Languideciente, el caballo fija en Diakov
su ojo profundo y hundido y lame de su palma roja alguna orden invisible. Al momento,
el animal exánime siente la confiada fuerza que emana de aquel Romeo radiante y joven,
pese a sus canas. Moviendo la cabeza y resbalando con sus patas temblorosas, sintiendo
el toque imperativo e impaciente de la fusta en el vientre, logra levantarse, por fin, con
cautela. Y entonces todos vemos la delgada mano de Diakov acariciar la sucia crin del
bicho y la fusta pegarse con un gemido al flanco sanguinoliento. Temblando con todo el
cuerpo, la yegua consigue mantenerse en cuatro patas sin apartar de Diakov sus ojos
temerosos y enamorados, como si fuera un perro. -Como ves, es un caballo -dice Diakov,
y agrega suavemente: -Y tú, mi viejo, lo estabas maldiciendo.

-¿Novios? -se le crispó la turgencia bermellón a Loreley.

Y en aquel momento Mimosa le hizo una seña perentoria para que se le acercara y la
dueña de Mambita murmuró muy cohibida:

-¿Te acordás que esta noche vamos a comer ravioles al restaurant italiano del morro que
nos recomendó el padre de Werther?

-No. Nadie me dijo nada.

-Bueno, dame tiempo hasta esta noche para contestarte -se fue balanceándose mucho mi
Dama, aunque no me excitó.
34

Interrumpo el hilo principal de esta historia porque anoche apareció mi hermano en el


chalé familiar de Atlántida donde estoy viviendo desde que me jubilé por mi catastrófica
inestabilidad cardíaca y hablamos de Mambita.

-Acabo de terminar el capítulo 33 de una novela donde me decidí a contar el viaje a Porto
Alegre -le serví un jaibol sin hielo. -Y quedé muy eufórico.

-Pa. Por fin te decidiste a meterle el diente a eso -puso el electrocardiógrafo sobre la
mesada del parrillero José, que siempre me visita vestido con el uniforme blanco de
guardia como si fuera un ángel. -Y supongo que ahora te van a acusar más que nunca de
hacer novelas teológicas, igual que al hijo de Salomón Salinger.

-Mejor. Ya sabés que a mí esa acusación me chupa un huevo, igual que al ilustrisimo San
Jerry de los Glass.

-La divina Mambita. ¿Sabés algo de ella?

-Hace poco me dijeron que se casó con un militante sindical que está desaparecido y tiene
un hijo médico. ¿Vos te acordás de aquella canción de Brenda Lee que se llamaba I’m
sorry?

-Claro -se levantó para contemplar una enorme magnolia recién abierta José.

-¿Pero alguna vez le prestaste atención a la letra?

-Más o menos.

-Es una muchacha que le está pidiendo perdón a alguien por haberlo abandonado -me
preparé el segundo y último whisky que me permitía tomar mi hermano cada noche. -Y
le dice que ella estaba ciega y no pudo darse cuenta de que el amor podía ser tan cruel.
-¿Pero lo quería o no lo quería?

-Claro. Aunque evidentemente era un amor imposible. Que casi siempre es el mejor amor.
¿Por qué no cortás esa Magnolia de la Más Dimensión para llevársela a Brenda?

-Me da pena cortarla. Y no entiendo muy bien eso del mejor amor.

-Bueno, yo pienso que la única salvación verdadera es la que nos cae del cielo. Hace años
que me sé de memoria aquel párrafo supremo de Guimarâes Rosa que nos leyó Pochocho:
Hecho, hecho, la vida se decía, en sí, imposible. Así, ya me había parecido. Entonces,
ingente, universalmente, era preciso, sin cesar, un milagro: que es lo que siempre hay,
en el fondo, de veras. Loreley no tendría que haberme pedido perdón en la plaza Fabini.
Porque la que permitió que llegara el milagro fue ella y no yo.

-¿Te parece?

-Es que por eso necesité escribir esta novela. Para demostrar que la Comedia existe porque
cuando Beatrice tenía dieciocho años le abrió el cielo de golpe a Dante nada más que
saludándolo. Era un amor prohibido. Los dos tenían una pareja ya elegida por la familia.

Entonces José fue hasta la cocina a buscar un cuchillo y un florerito para desgajar la
gigantesca inmaculación y murmuró:

-Mi mujer anda como el culo. Cada vez peor.

-La flor la va a ayudar.

-Tomate un tercer jaibol -se persignó mi hermano.

35
El restaurant italiano quedaba en la zona del Morro da Glória, y fuimos antes que
oscureciera porque Pablo nos advirtió que andar muy tarde por esa zona podía ser
peligroso.

-Pero mirá quién habla de peligroso -empinó unas paletas burlonas el Gato, y yo cambié
de tema porque nada más que el recuerdo de la aventura de Mambita con el hotelero me
provocaba náuseas ipsofactamente.

Ya era voz corrida en el grupo de que Loreley iba a contestarme aquella noche, y hasta
Mimosa me miraba con más asco que nunca porque el diablo siempre es el primero en
adivinar el triunfo del Espíritu. Pero yo tenía tanto miedo o tan poca fe que antes de salir
del Vitoria nos tomamos dos gigantescas caipiroskas con Lenin Josef Roux y cuando nos
subimos a la bañadera que alquilamos para ir hasta el morro ya estaba bastante borracho.
En el restaurant armamos un conciliábulo aparte con Muriel y Rosana, en una mesa desde
donde pudimos contemplar un crepúsculo granate coronando el lucerío de Porto Alegre
y su gran puente espejado sobre la Lagoa dos Patos.

-Dios -murmuró mi Dama, con los ojazos abrasados por el amor vivo.

Y después del postre las muchachas fueron al baño y yo me reventé compulsivamente un


grano y Loreley estropeó su pañuelito secándome la sangre igual que mi mamá.

-Sos terrible, Cleanto. No se puede contigo -bajó el rostro turgente hacia sus pechos y a
mí casi se me zafa un testículo del suspensor. -Mi respuesta es que quiero. Pero lo único
que te pido es que nadie sepa que somos novios. La mayoría ya está pensando que nos
arreglamos, pero esto es diferente.

-En qué sentido.

Y algo me encandiló como si se hubiera abierto una ventana en el universo para que Ella
pudiera explicarle a su Hijo:

-Lo que te pido es que no andemos a los besos ni nada de esas cosas.

-¿Y cuando saliste con Pablo le pediste lo mismo?


Entonces su dueña me volvió a encandilar con la mansedumbre intacta y pasarían años
antes de que yo encontrara relatada por Isaak Babel la inefabilísima boda que estábamos
viviendo: Que el caballo se haya caído no significa nada. Si un caballo se cae y vuelve a
levantarse, sigue siendo un caballo. Si, por el contrario, no se levanta, entonces no se
trata de un caballo. Pero a esta hermosa yegua la voy a levantar yo en un momento. -Oh,
Señor! ¡Madre mía de la misericordia! -exclamó el mujik levantando los brazos al cielo.
¿Cómo va a poder levantarse este pobre animal? Si se está muriendo, la infeliz. -Estás
ofendiendo al caballo, compadre -responde Diakov con un tono de profunda convicción.
-Estás blasfemando, pura y simplemente.

-Perdoname -sonreí sintiendo que me importaba un carajo que la ortodoncia pudiera estar
manchada por el tuco de los ravioli. -Soy un celoso histérico.

Y al salir del restaurant para subir a la bañadera estuvimos a punto de cruzar mal un
semáforo y en lugar de rozarle la cintura le clavé el brazo sobre los hombros como a una
esposa y ella no protestó.

36

Vuelvo a interrumpir el hilo principal de esta historia porque anoche José me visitó otra
vez, aunque sin el uniforme de ángel. Le conté que acababa de terminar un capítulo más.

-Pa. ¿Otro? -se dio cuenta enseguida de que el Johnny Walker estaba casi vacío.

-Es que después del tercer jaibol el inconsciente me mandó tantos fuegos no-artificiales
que el 35 se escribió solo. Y creo que quedó bien de verdad.

-Bueno, pero dale suave al elixir del diablo.

-Okey -le hice la venia.

-Mirá que tenés que irte mentalizando para el cateterismo.


-¿Podemos cambiar de tema? ¿Cómo está Brenda?

-¿Podemos cambiar de tema? -se preparó un jaibol con más tristeza que avidez José. -
Mirá que hoy me largué hasta Atlántida nada más que para contarte que esta mañana
conocí al hijo de Mambita en el sanatorio. Es cirujano, y lo llaman el clon de Brad Pitt.
Hablamos muy poco rato, pero me preguntó si era pariente tuyo.

-No se puede creer. ¿Justo cuando estoy por terminar la novela?

-El fanático de las sincronías sos vos. Lástima que el facherito me cayó como el culo, y
después supe por un colega que es un terrible padrillo y chupa a lo bobo. Pero me dio la
impresión de que te conoce muy bien. Loreley le debe haber hablado mucho de vos. Y
además no pienso que tu Dama sea ninguna yegua, aunque parece que terminó
completamente alcohólica. Dicen que antes de que los milicos se llevaran al marido se
enteró que el hombre nuevo bolche mantenía a una mina y a un hijo paralelos.

-Pobrecita -se me desbocó la arritmia. -Menos mal que la pude adorar como Dios manda.

-¿Te acordás cuando pregunté en el campamento qué diferencia había entre el amor divino
y el amor humano?

-Sí. Y papá y Pochocho te contestaron que no había ninguna.

-Porque Brenda estos días sigue emperrada con que ya no nos queremos y yo pienso que
el problema es que ella renunció a creer en la cosa.

Ahora se había agarrado la cara y me paré para prensarle los rulos rubios igual que si
tuviera diez años:

-¿Y vos te olvidaste que mi ex-esposa me quiso cobrar derechos de autor porque los
finlandeses me tradujeron un libro dedicado a sus tetas?

-Carajo. Me parece estar viéndole el estrabismo de víbora.


-¿Y te olvidaste de que el alcoholismo compulsivo se me destapó cuando empecé a
sentirme peor que un chiquilín chiquito viendo a su madre ahorcada?

Entonces José largó una especie de llanto-ladrido idéntico a los que se le escapaban de
vez en cuando a mi padre:

-Menos mal que a Mambita no se la comió el diablo, por lo menos. Por algo se acuerda
tanto de vos.

-Y a papá y a nosotros tampoco se nos apagó el corazón, loco.

-¿No le puedo llevar otra magnolia a Brenda a ver si el diablo la deja en paz de una vez?

-Bueno. Capaz que todavía no es tarde -mentí piadosamente.

37

Además de tener el defecto infantiloide del sí fácil siempre fui un extravertido hiperlábico
incurable, y la noche de los ravioli terminamos festejando el noviazgo con el Gato y ya
en el primer brindis mi amigo se emocionó:

-Esta es una fazaña digna de un verdadero Poeta Andante, macho. Así que devolveme el
suspensor porque ya no vas a tener problemas con la exhibición monstruosa de la poronga.

Y esta vez me prohibí detallarle las condiciones de trato platónico que me había impuesto
mi Beatrice-Dulcinea, porque podrán llamarme bocabierta o barriga fría o estómago
resfriado pero siempre fui absolutamente incapaz de denigrar a la gracia de inmaculación
que purifica al mundo. Me lo enseñó mi padre.

Al otro día nos fuimos del Vitoria después de cenar, y ya a las 7:25 había anotado en el
cuaderno una bitácora que titulé PORTO ALEGRE, 20: Aquí se va a quedar lo de los días.
/ Lo que fue de una semana / la falange más violenta y tersada / de mi vida. // Aquí van a
quedar hombres y yo me pregunto / cómo seguirán siendo cuando yo me escabulla? / de
qué color será su sangre de todos los días? / cómo podrán vivir? / Ahora amo hasta los
ceniceros del hotel. / Amo a mi familia que voy a volver a ver / dentro de poco. // Amo a
lo que me hizo reír y llorar, / doler, desmenuzar. / Amo a la cama, a mi reloj, / a los
discos de abajo, / a este cuarto pequeño donde me divertí. // Dios me lo dio todo. / Fue
una máquina magnífica, / digestiva, ordenada, trabajada. // La noche amanece en mi
estómago. / Ahora quiero a la vida mucho más, / y estoy más triste. // Vida.

La ubicación en el ómnibus no fue muy complicada de trampear, y además ya la habíamos


ensayado en el viaje al restaurant del morro de la gloria. Muriel se sentaba con Mambita
y yo con Rosana, y de golpe empezaban a preguntarse cosas a través del pasillo y
trocábamos de asiento para que ellas pudieran conversar más tranquilas. A esta altura
Mimosa ya no tenía más remedio que hacerse la boba y yo le mostraba a Loreley mis
poemas nuevos y ella me los devolvía con menos apasionamiento que si estuviéramos
jugando al rummy, aunque sin molestarse.

-Te regalo ese gajo de luna menguante color champán -murmuré cuando ya íbamos
terminando de cruzar el puente que sobrevuela la desembocadura del río Guaiba. -¿No
parece una media medalla?

Y mi Dama sonrió divertida porque La media medalla era el nombre de una de las
canciones que puso de moda el Club del Clan, un programa televisivo porteño liderado
por Palito Ortega.

-Gracias, mi poeta -se acomodó para dormir y me di cuenta que era la primera vez que
iba a escucharla respirar en una especie de oscuridad nupcial y moví apenas los labios
para rezar sin ruido: -Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta mía,
porque mi cabeza está llena de las gotas de la noche.

Y mientras el ómnibus terminaba de cruzar el puente para incrustarse en el azulísimo


telón del estrellerío Loreley me agarró un rato la mano con suavidad de novia y durante
diez o quince minutos tuve la seguridad de que todo el amor de todos los corazones del
mundo era absolutamente inmortal y el paraíso se abrió.

38
Volvimos directamente en un solo viaje de ómnibus y a las 10:55 de la mañana del 21 / 4
/ 64 clausuré los Cantos del viaje con un texto sin título: Mi flor de un día trata de dormir.
// Su alcance, unido a mi desarreglada belleza / cuando la miro / hace del cáliz una cruz.
// En su copa de árbol verdecina / están edificando ranchitos y de yerba / para albergar
la dulzura infinita, / senil, de Dios, / de mí. // Transcurre un auge invertebrado afuera /
de los montes y sol, / y me pregunto / en qué lugar su manso despertar / tendrá penumbra
donde abrir los pájaros? / de qué me serviría en este momento / adosarle una mano al
cielo inocuo? / para qué tantas largas, / si mi flor, me quiere.

Y cuando ya estábamos en pleno rambla de Montevideo cantando a coro la popularísima


Media novia del rebautizado Palega Ortito por el Gato Roux traté de entrelazarle la mano
a Loreley pero ella se zafó fulminándome de reojo.

Las familias nos estaban esperando en la pasiva encolumnada de la esquina de Sarandí y


Juncal, y nosotros volvimos a Punta Gorda en la camioneta de Pochocho y lo primero que
hice fue sacar del bolso la Pietà tridimensional explicándole a mi madre que era un regalo
del gordo Werther y ella hasta lagrimeó:

-Pero qué caballero que es Halewicz. Y estoy segura de que no se debe emborrachar como
ese Gato que te pone tan loco. Recién estuvimos charlando con el padre y parece un buen
hombre. ¿Vos sabías que la madre de Werther vive en Viena y ni siquiera lo crió?

-A mí Muriel me dijo que se había muerto cuando él era muy chico -me ericé.

-Bueno, pero aquí lo que todos estamos esperando saber es cómo le fue de amores a
Cleanto -me hizo una guiñada a través del espejo retrovisor Pochocho.

-¿Pero no ven que se le pusieron lindos hasta los granos? -me acarició el bozo la mujer
de mi padre. -Ahora que tenés dragona oficial hay que afeitarse, zorrito con bigotes.

Y cuando mi hermano me preguntó si me había arreglado con Loreley le mostré una


ortodoncia resplandeciente murmurando:

-Más que eso.

-Cristo -sonrió mi viejo. -Así que la cosa viene con Maracanazo y todo.
-¿No viste que la chinonga tenía la cola más parada que Marta Gularte? Y la cogotuda de
Mimosa ni siquiera me vino a saludar. No me gusta esa gente.

-Basta, Odette.

-Yo lo único que hago es defender el corazón de mi hijo.

Entonces mi padre me hizo una seña para que no le diera pelota y mi hermano me premió
con una admiración celestísima:

-¿Escribiste muchos poemas?

-Veintidós -saqué el cuaderno verde del bolso.

-Y además me imagino que tuviste que usar el agua colonia -se puso casi contenta la
mujer confesa de mí. -Te apuesto a que por lo menos tuvo una taquicardia, Salomón.

Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que
empiece a nevar, pensé horrorizadamente. Y recién pude volver a seguirla queriendo
veinticinco años después, cuando apareció ahorcada.

39

Esa misma tarde nos fuimos para Atlántida y llamé a Loreley tres veces por larga distancia
hasta que a medianoche ya no me atendió ella sino la bruja, explicándome filosamente
que la nena dormía. Y al otro día fue Mambita la que llamó primero, y después que me
puse histérico porque iba a ir sola a la playa me pidió que pasara a buscarla por la casa a
las cinco de la tarde.

Cuando llegué a la esquina de Hipólito Yrigoyen y Rivera mi media novia me estaba


esperando enmascarada por los lentes negros de la madre y supe que eran las cinco en
sombra en todos los relojes. Entonces caminamos hasta la plaza Fabini y nos paramos
frente a un jardín de la calle Candelaria que nunca más dejé de contemplar desde los
ómnibus como si fuera el Gólgota.

-Lo lamento -se recostó de golpe mi Dama sobre una verja llena de rosas blancas. -Lo
lamento muchísimo. Pero me porté como una idiota y no me di cuenta de que el amor
podía ser tan cruel. Y aunque vos me dijiste que la juventud siempre se equivoca eso no
te alivia el sufrimiento. Perdoname, por favor. Pero el amor es ciego y yo estaba
demasiado ciega para ver lo que hacía.

-¿Quién te tradujo tan bien esa canción? -me pareció escuchar la maravillosa ronquera de
Brenda Lee flotando entre el perfume de la plaza.

-Mi prima Jazmín. Y hoy me la aprendí de memoria en la playa. I’m sorry, mi poeta. So
sorry. No podemos seguir juntos.

-Es que no tengo nada que perdonarte -traté de sonreír. -¿Entonces vos pensás que me
tendría que anotar en el IAVA y no en el Dámaso? No voy a soportar verte todos los días.

-Eso decidilo vos -se enderezó con los pechos más erectos que las rosas.

-Bueno, antes de despedirnos quisiera recitarte una glosa que hizo Nicolás Guillén con la
cuarteta de Eloy Blanco que te puse en el álbum.

-Dale-se miró el reloj Loreley, y me la imaginé cazando hombres en bikini y tuve la


paranoica sensación de que ya la debía estar esperando algún rebotero jopeado a lo
Presley para pudrirle el alma.

-Es un poema precioso -se le entristeció el bermellón turgente después de escuchar las
décimas. -Pero me hace sentir piedad.

-La pietà es una forma suprema de la adoración -se me calmó la arritmia porque de golpe
me sentí literalmente muerto y abandonado por Dios y por la dueña de Mambi, que ahora
ni siquiera podía entrever atrás de los putos lentes negros de Mimosa.

-¿Volvés a Atlántida, Jerónimo?


-Sí. Te acompaño a tu casa y sigo hasta Avenita Italia a esperar algún COPSA.

-No tomes mucho -ordenó como una esposa cuando nos despedimos para siempre sin
rozarnos ni siquiera una mano.

Y a los pocos días Rosana le contó al Gato que aquella noche Mambita había llorado peor
que cuando murió Chimba y que la madre invitó a cenar a Werther como si recibiera a un
príncipe austro-húngaro y nos emborrachamos cagándonos de risa en la cantina del Unión
Atlética.

40

Mi hermano me pidió para leer los 39 capítulos que llevaba terminados y anoche nos
tomamos no sé cuántos jaibols evaluando los dos posibles títulos elegidos para esta
novela: Todo ángel es terrible y El amor que no se ahogó en la sopa.

-Al primero lo encuentro muy abstracto y al segundo muy áspero -se pellizcó la papada
gredosa José, que siempre tuvo bruta pinta a pesar de la gordura. -¿Te acordás de la última
frase que nos dijo papá en el sanatorio antes de entrar en coma?

-¿La del viaje?

-Sí. Dijo: El amor es un viaje hacia el oro que existe adentro del dolor.

Mi viejo había vuelto a casarse muy feliz, y después de enviudar psicosomatizó


fulminantemente un cáncer tiroideo y se fue de este infierno estrellado con total
mansedumbre.

-Es que él terminó siendo tan junguiano que a la muerte la llamaba la gran aventura -
retuve un trago largo abajo de la lengua para emborracharme más rápido. -Y sabía
perfectamente que la cruz es el lugar donde se brilla mejor.
-Y además se pasó la vida entera haciendo acampar a la gente en el paraíso, como cuando
Mambita te dio la mano en el puente de Porto Alegre.

-No te enojes, José -me acerqué a una Magnolia de la Más Dimensión acordándome del
resplandor que aureolaba a mi Dama en el Oceanía la noche que bailamos I’m sorry. -
Pero no pienso hacerme el cateterismo.

-Ya tuviste dos infartos -se levantó para vaciar la botella mi hermano. -Y en este momento
no podés sobrepasar las 130 pulsaciones. ¿Entendés a lo que me refiero?

-Es que ya ni tengo ganas de mojar el bizcocho.

Y después de quedarnos escuchando un rato los grillos José ladró uno de esos llantos
volcánicos típicos de los Rabí:

-¿Sabés que a veces sería capaz de acompañar a los familiares de los desaparecidos
llevando un cartel con la cara de Brenda, loco?

Eso me hizo sudar hielo. Pero igual me animé a arrastrar la lengua imitando a la Casares:

-Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón
clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón
y el mar.

Entonces José fue hasta el jardín por el caminero del costado y al volver traía las manos
en los bolsillos y se balanceaba igual que Gregory Peck en la escena final de La princesa
que quería vivir.

-Es un viaje -mostró los dientes con dulzura. -El amor es un viaje.

-Ta. Creo que ese va a ser el título de la novela -me entusiasmé. -No tiene mucho gancho,
pero dice lo justo.

-¿Y qué pensás poner en el último capítulo?


-Voy a contar esto que está pasando aquí, en este momento.

-¿No es muy triste?

-No. Porque Ella está aquí -señalé el resplandor de la Magnolia.

EPÍLOGO PARA ESCANDALIZAR

por Senel Rabí / O.C.D.

Mi tío, Jerónimo Rabí (1948 / 2003) no llegó a ver publicada esta novela.

El amor es un viaje fue terminada dos años antes de su muerte, en 2001, y finalmente el
título Todo ángel es terrible se utilizó en una selección póstuma de sus poemas que
apareció en México a principios de 2004, prologada por Saúl Ibargoyen.

Una tarde de noviembre de ese año, cuando yo todavía cursaba el postulantado en el


convento carmelita descalzo San José de la Montaña, recibí una llamada de Jazmín Rial,
prima hermana de Loreley, para pedirme un ejemplar de algún libro de mi tío.

Nunca supe cómo me localizó, pero me quedó muy claro que Mambita estaba agonizando
en un sanatorio céntrico y necesitaba acariciar algún libro de Cleanto.

Más allá de lo que dice la vox populi, las iglesias uruguayas viven con las finanzas en
rojo, y ese día me autorizaron para llevarle a la amigovia liceal de mi tío el único ejemplar
que me quedaba de la antología mexicana, aunque tuve que pedalear hasta el centro
porque no pude conseguir ninguna camioneta del convento y había paro de transporte.

Montevideo estaba carnavalizada por el más gigantesco festejo electoral que hubo jamás
en nuestro país, y esa noche le entregué el poemario a la mujer de la vida de Jerónimo,
que agonizaba casi completamente sola.
Todavía tenía la lucidez intacta, y durante los últimos tres cuartos de hora de su existencia
terrestre conversamos sobre el cuasi romance que vivieron con mi tío en 4º año de liceo.

Ella recordaba con total exactitud, además, el viaje al Brasil que hicieron en enero del 64,
y lo último que dijo antes de morir fue que cuando le dio la mano a Jerónimo en la
oscuridad del ómnibus que abandonaba Porto Alegre se sintió una novia de verdad.

Y dejó de respirar con los ojazos inolvidablemente avitralados.

Me costó mucho arrancarle el libro de las manos para volver hasta Carrasco en bicicleta,
y no me sentí triste.

Me resultaba tan terrible como prodigioso haber comprobado de golpe que tanto mi tío
como su amada inmortal nunca pudieron curarse del alcoholismo compulsivo que los
embrujó después de la segunda mitad de la vida, y que tampoco ninguno de los dos volvió
a sentirse arcoíricamente adorado por una pareja.

Cuando Loreley me preguntó cómo le había ido a Jerónimo con las mujeres contesté que
pudo morir amando, aunque siempre fue un hombre muy bravo de entender. Sólo eso. No
era el momento de contar que después de escribir su última novela tuvo un insólito
romance platónico con una vecina infectada de sida que conoció en Atlántida.

A la mujer-muchacha llamada Tatiana le habían pronosticado muy poca sobrevida, y


después que a mi tío se le reventó el corazón por haberla literalmente violado en el chalé
contiguo al nuestro, ella vivió cuatro años más y tuvo tiempo de reconciliarse con el
horror del mundo y morir enamorada del atardecer. Hay testigos del milagro.

Ni mi madre ni mi hermana pudieron perdonarle al místico enfermo de la familia haberse


suicidado de esa manera, pero mi padre y yo pensamos que en realidad dio la vida para
purificar un alma a la fuerza. Porque la verdadera fe nunca va a ser decente. Y Jerónimo
Rabí siempre fue un ángel violador de los desesperados. Quien lo probó, lo sabe.
Cuartel artiguista de la Calle Lepanto / 2019.

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