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COMPROMISO CULTURAL CRISTIANO Y

ECOLOGÍA
Palabras claves:
Ética, orientación, aislamiento, asimilación, activismo, imposición, argumentación,
excluir, incluir, satanización, cultura, mito del buen salvaje, ambigüedad, mandato
cultural, panteísmo, inmanencia, trascendencia, teoría Gaia, gnósticos, Platón,
materialismo, alarmismo, calentamiento global, nueva creación, utopía, paraíso,
naturaleza, dominio, reposo.

Objetivo:
Involucrar al estudiante en la reflexión documentada alrededor de las problemáticas
más significativas que afectan al mundo moderno desde el punto de vista de la ética
cristiana y en la acción consecuente, comprometida y responsable que sea más
conveniente y eficaz en el momento que le ha tocado vivir, combatiendo así los pecados
de omisión de los que la iglesia ha sido culpable a este respecto, en particular en lo
concerniente a las causas ecológicas y el cuidado o mayordomía que el ser humano
está llamado a ejercer sobre la creación y la naturaleza para salvar su responsabilidad
ante Dios al respecto.

Resumen:
La iglesia ha asumido tradicionalmente posturas extremas igualmente inconvenientes
en cuanto a su grado de compromiso con la cultura secular y las problemáticas que
afectan a la generalidad del mundo, errando el camino a la hora de asumir su
responsabilidad ante Dios en estos asuntos, pretendiendo aislarse por completo de
ellos o involucrándose en ocasiones tan de lleno que hace del cristianismo un simple
activismo social que no se diferencia del activismo secular al respecto. Se requiere,
pues, de la iglesia una participación en estas problemáticas que no se limite a la
oración pasiva ni a la imposición del punto de vista cristiana sobre los demás desde
posiciones de fuerza, sino que, además de la evangelización, emprenda un discipulado

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sobre sus miembros que los capacite también para argumentar de manera calificada
sobre estos asuntos trazando cursos de acción recomendables para todos ellos, en
particular en lo que tiene que ver con la responsabilidad ecológica del cristiano,
tradicionalmente dejada de lado por malentendidos alrededor de ella, pero que debe
reasumirse con firme resolución desde posturas auténticamente bíblicas que muestran
la ecología como una de las labores características de la actividad cristiana.

1. Compromiso cultural cristiano: ¿Dónde detenerse?

Esta es una materia de ética cristiana aplicada. Porque la reflexión ética del cristiano,
si bien tiene unos fundamentos teológicos y filosóficos que se verán de manera
metódica en la materia de Ética Integral correspondiente al curso de Teología del
Verbo del programa de Facter (octavo semestre); no puede sin embargo esperar a
comprender estos fundamentos para comenzar a aplicarse a las problemáticas
globales específicas que afligen en mayor o menor grado al mundo de hoy y ante las
cuales los cristianos no podemos “pasar agachados”, sino que, por el contrario,
deben generar preocupación, reflexión y participación decisiva en el análisis y
solución de las mismas, habilitados y asistidos para ello como lo estamos por Dios
mismo a través de su revelación en la Biblia, último tribunal de apelación para dirimir
discusiones y encuadrar las posibles soluciones a las problemáticas en cuestión.

Ahora bien, el cristianismo no provee por lo pronto soluciones definitivas a las


problemáticas socialmente compartidas por la humanidad y ni siquiera señala un
único curso de acción posible ante todas ellas. Pero sí nos orienta con suficiencia
para asumir y salvar de la mejor manera la responsabilidad individual que nos
concierne en este estado de cosas, aportando favorablemente, si no para su solución
definitiva, por lo menos para su mejoría. No podemos pasar por alto que la
esperanza cristiana a la que hemos sido llamados no tiene que ver únicamente con
la eternidad, sino también con este tiempo. El apóstol Pablo nos dice: “Si la
esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más
desdichados de todos los mortales” (1 Cor. 15:19), llamando así nuestra atención al
hecho de que nuestra esperanza no se limita a esta vida, sino que en virtud de la

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resurrección de Cristo trasciende los asuntos de este mundo hacia la eternidad. Pero
al mismo tiempo da por sentado que la esperanza cristiana también alimenta
nuestras expectativas para esta vida temporal y no sólo para la eternidad.

Por eso, lo primero que debemos tratar de establecer antes de abordar


problemáticas específicas es ¿hasta dónde podemos comprometernos los cristianos
en la resolución de los problemas que afectan al mundo y a la iglesia junto con la
humanidad de la que todos formamos parte? ¿Ordena o prohíbe la Biblia este
compromiso? Al mismo tiempo, de permitirlo u ordenarlo ¿establece límites para el
mismo? Todo esto es lo primero que debemos considerar enseguida.

1.1. Aislamiento o asimilación

En los dos extremos del espectro se encuentran dos tipos de actitudes opuestas
y enfrentadas entre sí: el aislamiento y la asimilación. Así, pues, por una parte,
amplios sectores de la iglesia cristiana evangélica de hoy han optado por aislarse
de todas estas problemáticas, consideradas como propias del mundo, de modo
tal que comprometerse de algún modo en su resolución implicaría participar de
las cosas mundanas y pecaminosas que terminarían así contaminando a la
iglesia. Pero por otra parte, otro sector de la iglesia procedente de los reductos
más liberales de la misma han reaccionado a ello promoviendo un activismo
social en el que el cristianismo queda prácticamente reducido a participar en las
causas sociales, desechando todas aquellas prácticas religiosas de carácter
eclesiástico que, como por ejemplo la oración, definen a la iglesia eliminando así
los linderos que la distinguen y separan del mundo.

En contra de ambos extremos hay que decir que a pesar de que la Biblia declara
que los creyentes no son del mundo, al mismo tiempo afirma que están en el
mundo. Y lo están no para confundirse o asimilarse al mundo, sino para
distinguirse en él siendo la luz del mundo y la sal de la tierra. Y ser la luz del
mundo implica alumbrar al mundo, por lo cual el aislamiento absoluto, además
de ser imposible, es contrario a la voluntad de Dios, pues sería como encender
una luz para colocarla debajo de un cajón y no en la repisa para que alumbre a

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todos. Por lo tanto el compromiso social es algo que nos concierne. Sobre todo
porque el énfasis en la evangelización y en la predicación de la justificación por
la fe característico de las iglesias protestantes evangélicas desde la Reforma no
puede olvidar que, si bien la buenas obras por sí solas llevan a la muerte si no
están precedidas por la fe, la fe también está muerta sin obras que la sigan (St.
2:14, 17). El servicio y la acción social forman entonces una parte importante de
la práctica cristiana, sin perjuicio de la evangelización sino más bien como
complemento natural de ella.

1.2. Problemáticas complejas: ¿resolver o amansar?

Ahora bien, uno de los factores que puede llegar a intimidar e inhibir la
participación de la iglesia en la resolución de las problemáticas que afectan al
mundo en la actualidad es la evidente complejidad de esas problemáticas.
Complejidad que no sólo nos obliga a pensar concienzudamente, asumiendo una
correcta y bien documentada perspectiva bíblica, sino también a documentarnos
igualmente en relación con las situaciones actuales en las que pretendemos
intervenir para que no lo hagamos de manera simplista e ingenua. Después de
todo el ser humano es la realidad más compleja y paradójica de la creación de
Dios. Es en sí mismo un microcosmos que, en virtud de la imagen y semejanza
divinas plasmadas en él (Gén. 1:26), contiene lo mejor y más sublime del universo,
pero al mismo tiempo, por causa de la caída en pecado (Gén. 3:6-7), contiene
también lo peor y más bajo del mismo. Todos estos elementos se hallan
inseparable y caóticamente unidos en la existencia humana de modo que no se
equivocó Pascal cuando se refirió así al género humano: “¿Qué quimera es, pues,
el hombre? ¡Qué novedad, qué monstruo, que caos, que motivo de contradicción,
qué prodigio! ¡Juez de todas las cosas, imbécil gusano de la tierra, depositario de
la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y oprobio del Universo!”. No
es de extrañar entonces la complejidad de las problemáticas que afectan al
mundo y a la cultura humana, agravada sensiblemente por el hecho de que la
Biblia nos revela la existencia de Satanás y sus demonios quienes se hallan en
pie de guerra contra Dios y la humanidad en general, contribuyendo así aún más

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a la complejidad de las problemáticas actuales.

Sin embargo, esto no debe intimidarnos sino más bien estimularnos a la reflexión
profunda y la participación calificada, pues no en vano la Biblia afirma que
nosotros “tenemos la mente de Cristo” (1 Cor. 2:16) o, como lo expresó C. S.
Lewis: “La persona que está intentando de corazón ser un cristiano pronto
descubrirá que su inteligencia se ha afilado”. Con todo, esa paradójica condición
humana a la que no escapamos tampoco los cristianos debe llevarnos a ser
cautos en nuestras expectativas y a no pensar que, por haber sido redimidos,
nos encontramos ya por encima de estas problemáticas, pues éstas pueden
afectarnos a todos y con frecuencia nosotros también podemos estar
contribuyendo inadvertidamente a ellas. Debemos suscribir entonces lo dicho por
Nicolás Gómez Dávila en el sentido de que: “La sabiduría no consiste en resolver
problemas sino en amansarlos”. Al amparo de esta realidad y de la esperanza
que suscribimos según sea la postura que asumamos en relación con el milenio
(que será abordada también en la materia de escatología de este mismo curso)
los posmilenialistas piensan y se esfuerzan tal vez de manera loable pero
ingenuamente optimista en resolver todos los problemas pensando que la iglesia
logrará este cometido algún día antes del regreso de Cristo. Los amilenialistas
piensan más bien que los problemas, en realidad, ya están resueltos desde la
primera venida de Cristo, aunque la evidencia al respecto en la experiencia
humana sea más bien contradictoria y esté muy lejos de ser concluyente. Y los
premilenialistas, si bien reconocemos de manera realista los problemas y
creemos que éstos únicamente se resolverán de manera definitiva con la
segunda venida de Cristo, a la sombra de esto podemos renunciar de manera
irresponsable a siquiera intentar amansarlos de algún modo antes de su regreso.
Por eso, todos los cristianos independiente de la postura y convicción interior
que suscriban en relación con los eventos de los últimos tiempos deben ser
conscientes de los problemas que afectan al mundo aún después de la primera
venida de Cristo y del deber que la iglesia tiene de intentar resolverlos, para
lograr siquiera amansarlos haciéndolos más llevaderos, aunque no logre

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finalmente resolverlos hasta que Cristo vuelva. Después de todo, la Biblia da por
sentada la existencia de problemas antes y también después de Cristo. Sin
embargo, señala también que el temor de Dios y la conducta que de él se deriva
ayuda a amansarlos de tal modo que no nos quiten el sueño. La inquietud
expresada por el Señor sobre si hallaría fe en la tierra a su regreso, tiene que ver
con encontrar a la iglesia trabajando con fe para amansar los problemas en
todos los frentes (Lc. 12:43), con plena confianza en que el Señor finalmente los
resolverá en su regreso (Lc. 18:8), reconociendo, entre tanto, lo siguiente:
“Francamente, »mientras más sabiduría, más problemas; mientras más se sabe,
más se sufre.»” (Ecl. 1:18).

1.3. Imposición activa u oración pasiva

Establecido lo anterior la pregunta que surge es: ¿cómo debemos contribuir a


amansar estos problemas? ¿Imponiendo ruidosamente nuestro punto de vista al
mundo siempre que tengamos oportunidad, aprovechando incluso el hecho de
ser mayoría siempre que esto sea posible? O más bien orando silenciosamente
por estos problemas a la espera de que Dios intervenga. De nuevo, estos son los
dos extremos del espectro, ambos igualmente equivocados. Ni la imposición por
la fuerza de las mayorías ni la oración silenciosa y la espera pasiva son maneras
correctas de influir constructivamente en la resolución de las problemáticas
sociales. Se da por descontado que la oración siempre será necesaria, pero
adicional a ella debemos recurrir a la fuerza de los argumentos. Keneth A. Myers
señalaba que: “El desafío de vivir con la cultura popular bien puede ser tan serio
para los cristianos modernos como la persecución y las plagas fueron para los
santos de siglos pasados”. En efecto, si bien es cierto que el espíritu de amor
cristiano debe manifestarse en una actitud considerada hacia la cultura y hacia
las creencias de los demás que se tome por lo menos el trabajo de escuchar,
conocer y tratar de comprender antes de siquiera entrar a rebatir, renunciando al
mismo tiempo a imponer nuestras ideas por la fuerza; eso no significa que
tengamos que hacer concesiones a la cultura popular sacrificando en el proceso
nuestro punto de vista. El cristiano maduro debe, pues, estar en condiciones de

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identificar, valorar y rescatar todos los aportes positivos que cada cultura puede
hacer al entendimiento de la verdad (1 Tes. 5:21), pero sin sacrificar en el
proceso la singularidad del cristianismo como tal, en cuanto éste registra y
divulga de manera única la revelación que Dios hace de sí mismo con miras a la
salvación de los hombres. Con mayor razón si consideramos que muchas
expresiones culturales actuales son de carácter contracultural, fomentando
evidentes anti-valores que terminan a la larga destruyendo los logros y las
instituciones más apreciadas de las sociedades que las consienten. Hay que
volver entonces a la fuerza de los argumentos, debatidos más que discutidos 1,
en un espíritu de amor y respeto en pro de la gloria de Dios, del bien común, de
la dignidad humana y de la calidad de vida de la persona, en consonancia con la
voluntad de Dios expresada en su Palabra.

1.4. Argumentación cristiana y alianzas estratégicas

La argumentación del cristiano debe, por supuesto, apoyarse en la Biblia y en un


conocimiento amplio y correcto de ella, pero también debe estar en condiciones
de argumentar apelando a la buena ciencia y la buena filosofía mostrando la
conexión natural que se da entre la verdad revelada en la Biblia y la verdad
descubierta por la experimentación científica, por las observaciones metódicas
de las ciencias humanas y por una rigurosa reflexión racional, corroboradas a su
vez por la experiencia humana. La evangelización y el testimonio personal
seguirán siendo las formas prioritarias de influir constructivamente con el
evangelio en la cultura, puesto que nada puede ser más transformador que la
acción regeneradora y renovadora del Espíritu Santo sobre el convertido y la
comprobación de sus bondades en la vida de los que se acogen a él, pero la
conversión sólo es el punto de partida de un proceso por el cual la iglesia debe
discipular y educar a los creyentes para que renueven su mente adquiriendo una
verdadera cosmovisión cristiana y un criterio maduro y bíblicamente ilustrado
para argumentar persuasivamente a favor de la implementación de la ética

1
Alguien decía que la diferencia entre una discusión y un debate es que la discusión es un
intercambio de ignorancias, mientras que el debate es un intercambio de inteligencias.

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cristiana en el mundo.

En este propósito podemos incluso hacer alianzas estratégicas en asuntos de


interés común con los no cristianos. Solemos citar con frecuencia Mateo 12:30:
“El que no está de mi parte, está contra mi…” para excluir a los no cristianos,
pasando por alto el elemento de inclusión que podemos encontrar en las
versiones de Marcos y Lucas: “El que no está contra nosotros está a favor de
nosotros” (Mr. 9:40; cf. Lc. 9:50). Es decir que, al margen de que profesen o no
el cristianismo, todos los que de algún modo defienden, promueven e incluso
sufren por la justicia, por la verdad, por la libertad, por el amor o, en síntesis, por
la dignidad humana, están aún sin saberlo sirviendo a los intereses de
Jesucristo, aunque lo hagan finalmente en perjuicio propio, pues sabemos que
estas obras por sí solas no les garantizan el favor de Dios con miras a la
salvación, sino que esto sólo se obtiene por medio de la fe en Él. Al fin y al cabo:
“… nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad” (2 Cor.
13:8).

1.5. Satanización de la cultura

Al final, todo se reduce a entender la relación que el cristianismo tiene con la


cultura. Por cierto, esta relación no es una discusión reservada al campo
académico, pues la relación entre cristianismo y cultura pasa por asuntos tan
cotidianos y debatidos de la práctica cristiana como, por ejemplo, establecer si el
baile, la música secular, las bebidas alcohólicas así como los avances
tecnológicos todos ellos productos culturales están permitidos o prohibidos
para los creyentes. De hecho un buen número de iglesias fundamentalistas y
legalistas condenan a ultranza los señalados aspectos de la cultura secular
calificándolos como pecaminosos, aislándose entonces del mundo para no
contaminarse con estas actividades presuntamente “mundanas”. Hay incluso
denominaciones que han llegado a prohibir la asistencia de sus miembros a las
salas de cine debido supuestamente a que esto equivaldría a sentarse en “silla
de escarnecedores”, actividad censurada en el salmo 1:1 tal como se lee de

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manera literal en la traducción de la Biblia conocida como Reina Valera del 60.

Pero más allá de estas interpretaciones descabelladas y extremas de las


Escrituras que no dejan de causar hilaridad a los sectores educados de la
sociedad secular en el mejor de los casos, cuando no contribuyen más bien a
desprestigiar a la iglesia ante sus ojos de manera gratuita reforzando ese
equivocado cliché que considera al cristianismo como una doctrina de fanáticos
ignorantes y desadaptados, lo cierto es que la relación entre cristianismo y
cultura subsiste como una relación problemática y algo accidentada a lo largo de
la historia.

Para entender mejor el meollo del asunto debemos comprender primero qué es
la cultura, palabra conocida, llevada y traída por muchos, pero poco
comprendida. Tal vez la mejor y más escueta definición de cultura corre por
cuenta de Ortega y Gasset quien se refirió a ella como todo aquello de artificial
que hay en el hombre. Es decir, todo aquello que no nos viene dado en la
naturaleza virgen, sino que implica un trabajo por parte del ser humano que
aporte un valor agregado a lo que la naturaleza provee. La ropa, por ejemplo,
para no ir tan lejos, es cultura, puesto que la naturaleza nos arroja desnudos al
mundo. Toda construcción humana producto del trabajo y la creatividad del
hombre es, pues, cultura. Y la verdad es que los ataques contra la cultura no
provienen únicamente de toldas cristianas en particular sus sectores más
fundamentalistas y legalistas sino también del pensamiento secular. Así, en la
edad moderna Rousseau puso de moda la idea de que el retorno del ser humano
a vivir de manera sencilla en contacto con la naturaleza era la solución a toda las
problemáticas generadas por la cultura humana en el complejo contexto de la
sociedad, a través de su conocida frase: “El hombre nace puro, pero la sociedad
lo corrompe”.

De este modo, la cultura adquiere ribetes problemáticos y hasta malévolos en los


tiempos en que vivimos, pues se le considera la fuente de la corrupción del
individuo, de donde hoy por hoy el término “artificial” con el que Ortega y Gasset

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definió a la cultura es visto con sospecha pues está muy devaluado al
contrastarlo con lo “natural” que ha sido a su vez exaltado y sobrevalorado.
Basta observar como la publicidad exalta lo natural como si lo artificial fuera
malo por sí mismo en un velado regreso al panteísmo2 de muchos pueblos
paganos de la antigüedad, como si de este modo se quisieran expiar en algo los
excesos y abusos culturales en los que han incurrido las grandes civilizaciones,
tanto modernas como antiguas, a lo largo de la historia.

Para reforzar esta imagen negativa de la cultura, grupos sectarios como los
Testigos de Jehová y otros similares logran cautivar a sus oyentes vendiéndoles
la idea de un futuro reino de Dios descrito e ilustrado con imágenes paradisíacas
de un mundo en total contacto con la naturaleza en donde el león habita
pacíficamente con el cordero y el niño de brazos juega con la serpiente
imágenes bíblicas que suscribimos, por supuesto para proceder luego a ubicar
al ser humano mismo vestido prácticamente con taparrabos y viviendo en
cuevas, pues los edificios y el cemento en general, así como las comodidades, la
tecnología y toda la infraestructura urbana y global de comunicaciones y
transporte construida por el hombre estaría mandada a recoger. El llamado “mito
del buen salvaje”3 cobra fuerza ya no sólo en medios cristianos, sino también en
el campo secular.

1.6. La ambigüedad de la cultura

Lo cierto es que bíblicamente hablando la cultura no es buena ni mala por sí


misma, sino ambigua, es decir que combina lo mejor y lo peor del ser humano.
Pero al mismo tiempo la cultura es algo ineludible a lo que no podemos
sustraernos con todo y lo ambigua que pueda ser, pues de intentar hacerlo de

2
Concepción de Dios que lo identifica con el universo y la naturaleza de tal manera que la
naturaleza es Dios y Dios es la naturaleza, sin que haya una diferencia o distinción entre ambos.
3
La creencia de los europeos en la bondad inherente a muchas de las comunidades primitivas
nativas de América y otros lugares colonizados que viven de manera sencilla, en contacto directo
con la naturaleza y sin toda la presuntamente cuestionable parafernalia cultural asociada a las
grandes civilizaciones. Este mito fue recreado recientemente en la película Apocalypto por el
director Mel Gibson, quien contrasta en ella al “buen salvaje” con los perversos y crueles
representantes de la civilización azteca.

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manera por demás infructuosa, el remedio termina siendo peor que la
enfermedad. Entre otras cosas porque Dios ordenó al ser humano hacer cultura
cuando, aún antes de la caída en pecado de nuestros primeros padres, lo puso
“… en el Jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidará” (Gén. 2:15). Después
de todo cultivar y cuidar los recursos naturales no es más que hacer cultura de la
manera ordenada. No en vano la palabra “cultura” proviene etimológicamente
del verbo “cultivar”. Debido a lo anterior la tradición cristiana reformada se
refiere a este versículo bíblico complementado por Génesis 1:28-29 como “el
mandato cultural” que todos debemos obedecer al margen de que la caída en
pecado haya llegado a hacer de la cultura algo ambiguo y en muchos casos
perverso que en vez de cultivar y cuidar se dedica más bien a cultivar, explotar y
desvirtuar los lineamientos éticos seguros revelados por Dios al hombre en la
Biblia, dentro de los cuales deberíamos ejercer nuestra actividad cultural. La
cultura no es, entonces, lo opuesto a la naturaleza, sino su complemento que
debería llevarla a su punto más elevado, pero no para la auto exaltación del
hombre, sino para la glorificación de Dios. Dicho de otro modo, la cultura bien
entendida no está en contra de Dios y la naturaleza, sino que la cultura es lo
natural en el hombre si de obedecer a Dios se trata.

1.7. Redimiendo la cultura

A la vista de ello, lo que el cristiano debe entonces hacer no es desechar la


cultura, sino redimirla, pues para esto se encarnó Dios como hombre en la
persona de Cristo: para redimir a la humanidad junto con todas sus
construcciones culturales encauzándolas de nuevo en la dirección correcta que,
lejos de promover la auto exaltación del hombre, honre más bien a Dios
promoviendo su gloria. Así, pues, no debemos rendirnos a las aplicaciones
culturales y tecnológicas censurables, sino más bien contrarrestarlas mediante
aplicaciones responsables en el espíritu de lo dicho por el apóstol cuando nos
exhorta en estos términos “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el
mal con el bien” (Rom. 12:21) y nos recomienda también someterlo todo a

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prueba aferrándonos a lo bueno (1 Tes. 5:21).

Finalmente, para aterrizar este tema de nuevo en la vida diaria del creyente a
manera de ilustración y fácil ejemplo en conexión con lo ya mencionado en
relación con el baile y la música; hay situaciones de nuestra tradición cultural
que no son en sí mismas pecaminosas y son moralmente indiferentes y por eso
no se pueden condenar sin más, relacionadas con actividades como el baile y la
bebida, tales como un coctel de trabajo, un brindis por los novios o por la
quinceañera, un vals con alguna de las dos, novia o quinceañera, etc. Pero si
estas situaciones culturales se terminan forzando hasta los límites en que estas
conductas son aceptables desde la perspectiva del evangelio, pueden
representar ya terreno peligroso para el creyente por el potencial cada vez mayor
que pueden llegar a adquirir para inducirlo al pecado. Esto no significa que sea lo
mismo beber algunas contadas, inofensivas e incluso reconfortantes copas de
vino como aperitivo o acompañante al almuerzo o en un evento social como de
hecho lo hacían y lo continúan haciendo los judíos hasta hoy desde mucho antes
de la época del Señor Jesús, sin que Él los condenara en su momento a
embriagarse y perder la sobriedad necesaria de la vida cristiana.

De igual modo, no es lo mismo bailar animada y alegremente en una celebración


social con el cónyuge respectivo o con buenos amigos y sin ninguna malicia, a
hacerlo en una oscura discoteca con actitudes sensuales y con propósitos de
seducción y conquista sexual. Asimismo, la música secular no es mala por sí sola
sino únicamente en la medida en que una significativa proporción de canciones
seculares (pero no todas ni mucho menos), hacen en algunos casos apología de
valores contrarios a la moral y a la ética cristianas. Valga decir que en las bodas
judías, cuya celebración duraba siete días, existían danzas colectivas en las que
muy seguramente el mismo Señor Jesucristo participó si tenemos en cuenta que
su primer milagro fue en unas bodas en donde se hallaba como invitado, las de
Caná, y consistió precisamente en transformar el agua en vino, acción que
hubiera estado fuera de lugar si el Señor condenara el vino de manera absoluta.

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Por eso no se puede ser dogmático a este respecto y pretender fiscalizar de una
forma a la postre inútil todas las actividades culturales de este tipo que el
creyente emprenda; sino que hay que ilustrarlo, advirtiéndole sobre los posibles
excesos en que puede llegar a incurrir y dejar que cada uno ejerza su libertad
cristiana de manera responsable y a conciencia bajo su propia cuenta y riesgo y
bajo la mirada y la guía atenta del Dios que todo lo ve.

2. Ecología: El compromiso del cristiano con la creación material

La ecología parece ser una ciencia de hoy que emerge sin relación alguna con el
cristianismo histórico, hallándose con frecuencia enfrentada a él. Pero esa es una
percepción muy superficial y equivocada, tanto de lo que es la auténtica ecología
como de lo que es el auténtico cristianismo. Si bien es cierto que la ecología se ha
erigido en nuestros días bajo presupuestos contrarios a la doctrina cristiana, eso no
significa que la ecología como tal sea censurable si se encauza dentro de las pautas
reveladas en las Escrituras para su sano y provechoso desarrollo. Por eso
identifiquemos en primer lugar cual es la ecología cuyos presupuestos o postulados
básicos debemos denunciar y combatir desde la óptica cristiana escritural.

2.1. Los peligros de la ecología secular

El pastor Darío Silva-Silva se refiere bien a esa sospechosa ecología secular en


algunos de sus libros, en los que advierte: “A riesgo de que ecólogos bien
intencionados… se disgusten conmigo, debo decir que en la actualidad se está
utilizando hábilmente la dramática devastación de la naturaleza por el hombre,
para llamar a éste a una relación profunda con aquella… No puede desconocerse
que, con el pretexto ecológico, se está llevando al hombre hacia un panteísmo
científico. La adoración de la naturaleza es una forma rudimentaria de la idolatría,
porque cree que aquella es Dios, que la criatura es el mismo Creador”. Así, pues, el
panteísmo, una concepción pagana de Dios, es el aspecto verdaderamente
peligroso y censurable que se encuentra detrás de la ecología secular. A este
panteísmo se refiere con mayor detalle Darío Silva-Silva así: “El nuevo panteísmo…
pretende que el Cosmos es un cuerpo infinito del cual Dios es el Espíritu; por lo

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tanto, todas las cosas, y nosotros mismos, formamos parte de la divinidad”
procediendo a hacer enseguida una aclaración que debería resultar más que obvia:
“Pero Dios es una Persona, un Individuo independiente de su propia creación”,
como lo señaló en su momento con claridad diáfana el apóstol Pablo a los filósofos
estoicos y epicúreos de la antigua Atenas: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que
hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por
hombres, ni se deja servir por manos humanas, como si necesitara de algo. Por el
contrario, él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas” (Hc. 17:24-
25).

Esta precisión, que en teología da lugar a un atributo de Dios designado como


“trascendencia” ya considerada y explicada junto con los demás atributos divinos
en el módulo de Teología Básica no obra en perjuicio del atributo complementario
asignado a Dios en la Biblia y designado a su vez en teología con el nombre de
“inmanencia”, al cual alude también el apóstol Pablo después de afirmar su
trascendencia, así: “Esto lo hizo Dios para que todos lo busquen y, aunque sea a
tientas, lo encuentren. En verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros,
puesto que en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hc. 17:27-28).
Indudablemente, en Él vivimos, nos movemos y existimos, pero esto no significa
que criatura y Creador sean idénticos eliminando la trascendencia de Dios a
favor de su inmanencia. Después de todo, como continúa diciéndolo Darío Silva-
Silva: “En ningún lugar la Biblia dice que somos parte de Dios, átomos o moléculas
de Dios, como el neo-panteísmo lo pretende; sino sus criaturas, pero que moramos
en El. Y, por supuesto, el habitante no es la casa”.

Pero no es solamente que la ecología tal y como se entiende hoy parta de


postulados equivocados, sino que también trae consecuencias prácticas
contrastantes que dejan todo que desear desde el punto de vista de la ética
cristiana, a las cuales también hace alusión el autor que venimos citando: “Hoy
resulta que es más importante un árbol que un hombre, y Brigitte Bardot se
conmueve de las focas árticas, y no de los niños que mueren de hambre y frío bajo

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los puentes de nuestras ciudades. Madres pordioseras paren en las alcantarillas, y
la gata de ojos fosforescentes lo hace en sofisticada clínica felina de la city
londinense”. Si bien estas ofensivas actitudes no caracterizan necesariamente a
todos los ecologistas seculares, si es uno de sus brotes más extremos que hacen
carrera en las sociedades de hoy y que, como tales, deben ser censurados

Una de las formulaciones científicas más elaboradas que apunta y sustenta de


algún modo esta ecología panteísta es la llamada “teoría Gaia” de James Lovelock,
que afirma que la tierra (Gaia) es un organismo vivo que autorregula sus funciones
con el fin de facilitar la vida, teoría que con algunas modificaciones posteriores ha
llegado a adquirir tal respetabilidad que es suscrita por un buen número de
científicos de renombre de variadas disciplinas. En el contexto de la teoría Gaia tal y
como se entiende hoy se afirma que cuando las formas de vida que habitan el
planeta tierra, entre las cuales sobresale la especie humana en particular, no
mantienen con Gaia una relación armónica de mutuo beneficio, Gaia puede
volverse contra ellas para destruirlas, lo cual explicaría el incremento de catástrofes
naturales que se verifica actualmente en el mundo. De la mano de esta teoría los
antiguos mitos precolombinos sobre Pachamama o la madre tierra parecen
adquirir de nuevo vigencia.

2.2. Malentendidos de la ecología cristiana

Una vez identificadas las formas cuestionables que la ecología adquiere podemos
ya ocuparnos de la auténtica ecología cristiana que de cualquier modo demanda
del creyente un compromiso firme y serio para promover el cuidado de la
naturaleza. No olvidemos que el ya citado “mandato cultural” que justifica la
actividad cultural del hombre no se limita a ordenar al hombre cultivar los recursos
naturales provistos por Dios en la creación, sino también cuidarlos, es decir,
cultivarlos responsablemente, lo cual va en línea con la consciencia que hoy se
fomenta en cuanto al carácter limitado de los recursos naturales (como por ejemplo
los combustibles fósiles) y el concepto actual de desarrollo sostenible.

En realidad, el automarginamiento culpable de los cristianos en relación con los

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temas ecológicos no obedece del todo a la reacción contra el panteísmo que suele
acompañar a la actual ecología. Sus orígenes son mucho más antiguos y hunden
sus raíces en el pensamiento griego de personajes como los antiguos gnósticos
que se infiltraron en la iglesia a finales del siglo I y durante el siglo II de nuestra era
hasta ser plenamente identificados y expulsados de ella y, posteriormente, a través
del pensamiento de Platón introducido en la teología cristiana por el gran teólogo
Agustín de Hipona, quien llevó a cabo una síntesis entre Platón y el cristianismo que
llegó a dominar el pensamiento cristiano durante casi toda la edad media. Así,
pues, ciertos aspectos del pensamiento de los gnósticos rechazado en principio por
la iglesia, llegó después a colarse oficialmente en ella gracias a la acogida que
Agustín dio a Platón, quien quedó así avalado por el bien ganado prestigio universal
del famoso teólogo de Hipona. En consecuencia, de la mano del pensamiento
procedente de los griegos que consideraban que el espíritu es bueno y la materia
mala (gnósticos), o por lo menos que la realidad material percibida por los sentidos
es inferior y menos real que la realidad intangible e inmaterial del mundo puro de
las ideas (Platón); los cristianos terminaron menospreciando sutilmente la creación
material de Dios y desentendiéndose en buena medida de ella, en contravía con lo
revelado en la Biblia cuando afirma tajantemente que cuando Dios miró todo lo
que había hecho, es decir su creación material debidamente concluida:
“consideró que era muy bueno” (Gén. 1:31), añadiendo luego que: “Dios hizo
todo hermoso en su momento” (Ecl. 3:11). El mundo material es, entonces, parte
de la buena creación de Dios. Y este punto ciego en la visión de la iglesia abonó
en ella el terreno para que con el tiempo fuera germinando la ausencia de una
auténtica conciencia ecológica.

De este modo, para muchos cristianos enfocados casi exclusivamente en el


mundo del espíritu parecería que nos encontramos ante una disyuntiva que
consistiría en que si elegimos la materia tendríamos que renunciar al espíritu y si
elegimos el espíritu tendríamos que hacer lo propio con la materia. Por supuesto,
puesto ante esta falsa disyuntiva el creyente opta usualmente por escoger el
espíritu por encima de la materia, la cual resulta degradada y pierde su

16
importancia a los ojos de estos cristianos. Como resultado de ello la resurrección
del cuerpo y la renovación de este mundo material anunciada por Dios en su
Palabra para los últimos tiempos deja de ser un motivo que guíe la acción de
estos creyentes.

En efecto, parecería que para muchos creyentes inadvertidamente influenciados


por el pensamiento griego de los gnósticos y de Platón la meta de la vida
cristiana es alcanzar tan sólo la inmortalidad del alma y no la resurrección del
cuerpo. En consecuencia, es obvio que para quien aspira únicamente a disfrutar
de la inmortalidad del alma, la materia termina siendo algo irrelevante e
indiferente en el mejor de los casos, porque en el peor se convierte incluso en un
obstáculo que habría que remover. El mundo material deja de ser uno de los
auténticos intereses del cristiano o pasa a estar en el último lugar de sus
prioridades y la ecología cristiana es una de las grandes damnificadas.

Más allá de estas equivocadas interpretaciones, lo cierto es que los cristianos


podemos y debemos abrazar tanto la materia como el espíritu, colocados ambos
en su justo lugar y proporción. La idea de que tenemos que elegir entre los dos
es un falso dilema. No es eso lo que Cristo requiere de quienes creemos en Él. Él
únicamente nos pide que pongamos nuestra vida en la relación adecuada y
correcta, tanto con la materia como con el espíritu. Porque el hecho de que en el
evangelio el mundo espiritual tenga prioridad no significa que debamos ignorar o
menospreciar impunemente el mundo material. Por eso, el cristiano que honra el
mundo del espíritu tal como éste se nos revela en la Biblia descubrirá que al
hacerlo terminará indefectiblemente incorporando y dignificando a la materia,
confiriéndole un significado más elevado que el reconocimiento excluyente y
desmedido que reclama para ella el materialismo ateo a lo Marx, y promoviendo
entonces una verdadera y bien fundamentada ecología cristiana.

Nos permitimos citar una vez más un par de párrafos del pastor Darío Silva-Silva
que ilustran bien y de una manera coloquial la importancia de la materia en la
historia que da pie a las creencias cristianas. Dice nuestro aludido autor que: “El

17
Dios-Hombre tuvo un cuerpo tomado del polvo del planeta; y, en su tránsito
terrenal, fue ministrado por la Naturaleza: cierto fenómeno astronómico (Kepler
afirma que fue una ‘nova’), anunció su nacimiento; la mula y el buey calentaron
sus primeras horas con un vaho amoroso en el pesebre; por medio del oro, el
incienso y la mirra le rindieron adoración los sabios de Oriente; el agua lo
empapó en el bautismo, el olivo dio el aceite para su unción, el trigo produjo el
pan que simboliza su cuerpo, y la vid, el vino que recuerda su sangre. Los ramos
recién cortados entretejieron la ‘alfombra roja’ para su entrada triunfal a la
santa ciudad, el burro prestó sus lomos para transportarlo, el espino sirvió para
confeccionar su corona, el árbol donó la materia prima para su cruz, el hierro
proporcionó los clavos para sus manos y sus pies, así como la lanza que hirió su
costado, y, transitoriamente, la roca le sirvió de sepulcro; el cordero entregó su
carne para su póstuma cena, y el pescado dio la suya para su primer desayuno
como resucitado”. Como puede verse con esta rápida relación, la materia juega
un insoslayable e importante papel en la vida cristiana.

2.3. Ecología cristiana comprometida pero no alarmista

Habiendo justificado la necesidad de una auténtica ecología cristiana hay que


marcar algunas diferencias adicionales entre ella y la ecología secular. La
primera es que la ecología cristiana no puede dejarse arrastrar por el excesivo
alarmismo que caracteriza a la ecología secular. En especial en temas tales
como el del calentamiento global. El mismo Lovelock, con todo y proponer la
teoría Gaia, le bajaba el tono al grado de responsabilidad que asignaba a la
especie humana en el actual calentamiento global señalando cómo, a lo largo de
la historia del planeta, ya ha habido otros ciclos similares de calentamiento y
enfriamiento cuando la especie humana aún no habitaba este planeta o estaba
todavía muy lejos de poseer la tecnología necesaria para generar algún impacto
perceptible y significativo en su medio ambiente para bien o para mal. En el
mismo orden de ideas Álvaro Vargas Llosa sostiene que: “Reflexionar y discutir
acerca del calentamiento global es algo bueno… Pero generar una psicosis a
partir de investigaciones que están aún en pañales… es quizás el peor caso de

18
‘balas amigas’ jamás producido por la mala conciencia occidental”

En efecto, la mala conciencia occidental considera “políticamente incorrecto”


desestimar la supuesta gravedad del calentamiento global y la determinante
culpa que le cabe al ser humano por esta situación. Los “profetas del desastre”
están a la orden del día poniendo sobre nuestros hombros, además de nuestras
culpas ya cotidianas, una culpa ecológica adicional demasiado pesada para
poder sobrellevarla, pues cualquier medida cautelar que podamos implementar
hoy4 para tratar de evitar los escenarios apocalípticos anunciados y explotados
por Hollywood, no dejan de ser más que frustrantes “paños de agua tibia” ante la
dimensión del desastre inminente. Y si bien es cierto que, como ya se dijo, la
responsabilidad ecológica está incluida dentro del mandato cultural dado por
Dios al hombre en el Edén cuando lo comisionó: “… para que lo cultivara y lo
cuidara” (Gén. 2:15); también lo es que el mundo no se acabará por el
irresponsable ejercicio de la voluntad humana que explota de manera no
sostenible los recursos naturales, ni tampoco se arreglará de manera definitiva
ni siquiera con las más perfectas y recomendables medidas cautelares que
llevemos a cabo con esmero ambas presuntuosas afirmaciones del humanismo
secular. Por eso, sin perjuicio de nuestros esfuerzos en este último sentido,
debemos entender que muchos desastres naturales como los huracanes,
inundaciones y demás imputados en muchos casos al calentamiento global y,
por ende, a la irresponsabilidad humana, escapan en gran medida a nuestra
responsabilidad individual y son y seguirán siendo un producto de la Caída en
pecado, no sólo del hombre (Gén. 3:17-18), sino de los ángeles, trayendo como
consecuencia lo revelado por el apóstol Pablo: “La creación aguarda con
ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración.
Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero
queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la

4
Tales como clasificar las basuras, no contaminar, no usar productos en aerosol, racionar el agua y
la energía eléctrica y otras medidas menores, que por costos, son tal vez las únicas que estamos
en condiciones de implementar en los países tercermundistas, por contraste con el primer mundo
que es sobre el papel, si hemos de creer a los “profetas del desastre”, el principal responsable
del llamado “efecto invernadero” que presuntamente da origen al calentamiento global.

19
corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de
Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores
de parto” (Rom. 8:19-22), aligerando en algo el peso de nuestra culpa personal,
pues es la voluntad de Dios y no la humana la que marca el final de este mundo:
“Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. En aquel día los cielos
desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por
el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada. Ya que todo será
destruido de esa manera, ¿no deberían vivir ustedes como Dios manda,
siguiendo una conducta intachable y esperando ansiosamente la venida del día
de Dios? Ese día los cielos serán destruidos por el fuego, y los elementos se
derretirán con el calor de las llamas” (2 P. 3:10-12) y también es su voluntad la
que dará inicio al mundo renovado: “Pero, según su promesa, esperamos un
cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 P. 3:13).

2.4. La ecología cristiana y la nueva creación

Sin embargo, debemos tener en cuenta que esta gloriosa “ecología” escatológica
que se realizará en toda su plenitud al final de los tiempos ya ha comenzado hoy
en nosotros. Porque como lo dijera el teólogo José Miguez Bonino: “La vida en la
fe se ubica en un nuevo proyecto total, la nueva creación”. Así es. Veámoslo con
más detalle: La Biblia afirma que Jesucristo es “… el primogénito de toda
creación” (Col. 1:15), es decir Aquel que tiene la primacía sobre toda creación y
no simplemente sobre la creación, en singular. Porque en la Biblia se nos revela
también que no existe una sola creación, sino dos: la vieja creación narrada en el
primer capítulo del Génesis (Gén. 1:1-2:4), que por causa del pecado humano se
vio frustrada y quedó sometida a la corrupción y el irreversible deterioro que
experimentamos y lamentamos desde entonces, cuya descripción en la Biblia ya
hemos citado (Gén. 3:17-19; Rom. 8:19-23), que se hace incluso evidente para
la ciencia en la entropía5; y la nueva creación inaugurada con la resurrección de

5
Nombre que recibe la segunda ley de la termodinámica que, en términos sencillos y populares,
afirma lo que la experiencia humana cotidiana confirma: esto es, que dejado a su suerte, todo
tiende al desorden y al deterioro.

20
Cristo –“… el primogénito de la resurrección” (Col. 1:18)– con un cuerpo
inmortal, glorioso e incorruptible que no padece, por lo tanto del deterioro al que
se halla sometida la vieja creación.

Pero Cristo no sólo inaugura en sí mismo la nueva creación, sino que marca el
camino que debemos seguir todos los que deseemos participar de ella. En
efecto, la fe que comenzamos a ejercer en el acto de conversión a Cristo nos
introduce desde ya en la nueva creación inaugurada con su resurrección: “Por lo
tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha
llegado ya lo nuevo!” (2 Cor. 5:17). Una nueva creación de la que nuestro cuerpo
aún no participa, sometido como se encuentra todavía al deterioro y corrupción
propios de la vieja creación caída, pero de la cual nuestro ser interior
eficazmente redimido ya participa efectivamente (2 Cor. 4:16; cf. Pr. 4:18; Jn.
1:16; 2 Cor. 3:18; Col. 3:10; Tito 3:5), a la espera del momento en que Cristo
regrese y la vieja creación ceda paso de lleno a la nueva, caracterizada por ese
cielo nuevo y esa tierra nueva mencionada por el apóstol Pedro en los pasajes ya
citados de su segunda epístola, en los cuales “no habrá muerte, ni llanto, ni
lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir…” (Apo. 21:4-
5) y en los que a su vez disfrutaremos –una vez hayamos experimentado la
resurrección de los muertos– de cuerpos inmortales e incorruptibles (1 Cor.
15:52-55), a semejanza de Cristo.

No obstante, mientras llega este momento culminante y final de la historia


humana, los creyentes debemos ser conscientes de la gran amplitud e
inimaginables posibilidades que abarca el proyecto total de vida al que la fe nos
da entrada, justificando de sobra la prioridad que Pablo le da a la nueva
creación: “Para nada cuenta estar o no estar circuncidados; lo que importa es
ser parte de una nueva creación” (Gál. 6:15). Por todo lo anterior, la ecología
cristiana no debe esperar el cumplimiento de estas promesas al final de los
tiempos para comenzar a operar, sino que debe hallarse en ejercicio desde el
mismo momento en que un ser humano experimenta la conversión a Cristo e
ingresa así en la nueva creación y se convierte entonces en un ecologista

21
cristiano comprometido también con el cuidado de su entorno y del medio
ambiente en general. De lo contrario, con nuestra pasividad también
quedaremos implicados en la acusación de Emile Cioran cuando dijo: “El hombre
no sólo no merece el paraíso, sino que lo saquea y lo destruye…”.

2.5. Las utopías y el paraíso terrenal

Después de todo, a la vista del actual estado de cosas en nuestro entorno, el


restablecimiento del paraíso terrenal ha sido el propósito de muchas de las
empresas humanas a través de la historia, y en especial de las numerosas
utopías de la modernidad que han pretendido establecer el reino de Dios en la
tierra mediante iniciativas autónomas y esfuerzos netamente humanistas y
secularistas, desligados por completo de Dios que es justamente Aquel que
define y le da nombre a este reino. Estos intentos, a pesar de estar en principio
bien motivados, siempre concluyen de manera nefasta precisamente por excluir
a Dios del proceso, pues pretender establecer un reino prescindiendo del Rey es
incurrir de entrada en una contradicción de términos. Y la iglesia tiene
responsabilidad en ello, pues como lo señala de nuevo el pastor Darío Silva-Silva:
“la esperanza cristiana ha sido abandonada en manos de sectarios, fanáticos y
lunáticos apocalípticos, sin ningún recurso práctico para los problemas
humanos”, y por eso: “sus seguidores viven expuestos al resurgir de las utopías,
una de las tendencias más perniciosas del quijotismo humano y que sólo son
caricaturas del Reino de Dios”.

Pero si bien “paraíso” es un término con connotaciones, por lo pronto, más


celestiales y espirituales que terrenales (Lc. 23:43; 2 Cor. 12:4); no excluye
necesariamente las condiciones terrenales ideales evocadas por el Jardín del
Edén del Génesis. Y en la medida en que el reino de Dios ya está entre o dentro
de nosotros: “No van a decir: "¡Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!" Dense cuenta de que
el reino de Dios está entre ustedes” (Lc. 17:21), los cristianos debemos procurar
instaurar en la sociedad de la que formamos parte, las condiciones de “justicia,
paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17), que caracterizan al reino de

22
Dios, recordando no obstante que éstas no alcanzarán nunca la plenitud que
sólo podrán adquirir por fin en la consumación de los tiempos, cuando
Jesucristo, el Rey mismo, destruya lo imperfecto y corruptible y cree lo perfecto e
incorruptible, inaugurando formalmente ese cielo nuevo y esa tierra nueva ya
mencionados en los que habitará la justicia, otorgando a los suyos de nuevo el
inmerecido y perdido derecho de acceder al paraíso: “… Al que salga vencedor le
daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Apo.
2:7)

2.6. El cristiano y la naturaleza

Mientras ese momento llega, la ecología cristiana se encuadra en el cuidado de


la naturaleza y en el respeto a ella, puesto que como lo dijo Francis Bacon: “A la
naturaleza no se la vence sino obedeciéndola”. En efecto, la naturaleza posee
leyes dadas por Dios que no pueden violarse impunemente. La ciencia las
estudia para luego servirse selectivamente de ellas para beneficio propio; pero
aún así tiene que enfrentar los indeseables y dolorosos efectos colaterales que el
uso y abuso de la naturaleza ha traído sobre el género humano. La naturaleza
siempre pasa cuenta de cobro de manera inapelable cuando se le falta al
respeto, dándole así la razón a los aspectos de la teoría Gaia que hablan sobre
las represalias que Gaia tomaría sobre quienes la atacan. Sin embargo, los
cristianos no debemos nunca olvidar que no se trata propiamente de Gaia o de la
naturaleza, puesto que por encima de ella se encuentra Dios, el creador de la
misma y quien diseñó las leyes que la rigen (Gén. 1:1). Así, pues, mientras la
ciencia se refiere tan sólo a la “naturaleza” como una realidad dada, impersonal
e inapelable; los creyentes apelan más bien a Dios como creador de la
naturaleza, un Dios personal que no ha renunciado nunca a su dominio
providente sobre ella, puesto que: “Él [es decir, Cristo] es anterior a todas las
cosas, que por medio de él forman un todo coherente” (Col. 1:17). Dios no se ha
ausentado de su creación, sino que la sustenta y le sigue brindando toda la
coherencia que posee como un todo, sin que el pecado de sus criaturas logre
malograr significativamente esta coherencia más allá del daño que infligimos a

23
nuestro entorno inmediato que más temprano que tarde se vuelve contra
nosotros. De hecho, la armonía manifiesta que aún se puede apreciar en la
naturaleza a pesar de los efectos que la caída ha tenido sobre ella pasa por el
hecho de que aún la criatura o el ser más modesto tienen un lugar y un papel
que cumplir dentro de ella, contribuyendo así a su grandeza y óptimo
funcionamiento. Y si bien la caída trajo una significativa y dolorosa dosis de
hostilidad de la naturaleza hacia el ser humano y viceversa, de tal modo que las
plagas, los parásitos, las bacterias y los virus parecen ser salidas en falso de la
naturaleza que deberían ser eliminadas; lo cierto es que ya se ha establecido
que, de lograr erradicarlas del todo, los efectos colaterales de ello llegan a ser
más graves y perjudiciales para nuestro entorno y la supervivencia de nuestra
especie que los problemas que se pretenden resolver al eliminarlos. Así, pues, el
problema del mal y del dolor en el mundo no es un argumento lo suficientemente
sólido como para pasar por alto la armonía que subyace en toda la naturaleza y
que otorga a sus creaciones más modestas su correspondiente honor y dignidad.

Pero si a la naturaleza no se la vence sino obedeciéndola, con mayor razón la


única manera de salir triunfantes cuando estamos frente a Dios es rindiéndonos
a Él en la persona de Cristo. La moralidad que todo ser humano posee en mayor
o menor grado como dotación recibida de Dios en virtud de su imagen y
semejanza plasmada en cada uno de nosotros (Gén. 1:27; Rom. 2:14-15),
incluye aquella que se extiende hasta nuestra responsabilidad ecológica, de
donde los pecados no sólo los cometemos contra Dios, contra nuestro prójimo y
contra nosotros mismos cuando dañamos de manera autodestructiva nuestra
propia naturaleza humana individual, sino que los pecados también podemos
llegar a cometerlos de manera directa contra la naturaleza y la creación y Dios
también nos pedirá cuenta de ello, como sucede, por ejemplo, con las prácticas
homosexuales, respecto de las cuales la Biblia declara: “… las mujeres
cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza.
Asimismo los hombres... y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su
perversión” (Rom. 1:26-27). No olvidemos que el dominio que el ser humano

24
recibió sobre la creación (Gén. 2:18-30; Sal. 8:3-8) nunca ha dejado de ser un
dominio delegado del que finalmente tendremos que dar cuenta. Después de
todo: “Del SEÑOR es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo
habitan” (Sal. 24:1) y su dueño pide cuentas de ella y castiga a los
administradores o mayordomos infieles que en vez de cultivarla y cuidarla, la
explotan y la destruyen: “… pero ha llegado tu castigo, el momento de juzgar a
los muertos… y de destruir a los que destruyen la tierra.»” (Apo. 11:18).

2.7. El dominio del ser humano

Esta precisión es necesaria puesto que, aún en ciertos círculos cristianos se


argumenta que el dominio sobre los animales y la naturaleza en general
otorgado por Dios al hombre lo autoriza para destruirla y ese es un
entendimiento muy equivocado y sacado de contexto de lo que significa
verdaderamente el dominio humano sobre la naturaleza. Ahora bien, como lo
expresa Gary North: “El hombre tiene que ejercer dominio. Es parte de su
naturaleza hacerlo”. En efecto, ejercer dominio es propio de la condición humana
con la que Dios nos dotó desde que fuimos creados. Tanto así que ejercer
dominio, más que una necesidad del género humano, es una obligación de cuyo
cumplimiento tendremos que dar cuenta. Porque el dominio humano es un
dominio relativo y no opcional en la medida en que nos ha sido delegado y
ordenado al mismo tiempo por Dios, que es quien en última instancia ejerce el
dominio absoluto sobre su creación por medio de su Hijo Jesucristo (Jn. 13:3; 1
Cor. 15:24, 27-28; Fil. 2:9-11; Efe. 1:20-22). El ser humano nunca puede, pues,
ceder ni eludir la obligación de ejercer dominio que le ha sido delegada por Dios,
pero debería haber ejercido este dominio de acuerdo con las pautas justas
establecidas por Aquel que le otorgó esta facultad y le pedirá cuentas de la
misma en su momento. Nuestro fracaso consiste, precisamente, en que al
ejercer el dominio al que hemos sido llamados, hemos desechado las justas y
constructivas pautas reveladas por Dios para ello y hemos permitido que sea el
pecado quien ejerce su dominio opresivo y destructivo sobre nosotros para
nuestro propio perjuicio, el de nuestros allegados y el de nuestro entorno vital,

25
dándole de paso ocasión a Satanás para ejercer a su vez un dominio de hecho
sobre la humanidad caída que queda así –aún sin proponérselo expresamente–
al servicio de su ancestral rebelión contra Dios condenada también al fracaso. La
fe en Cristo tiene el potencial de revertir favorablemente este estado de cosas
(Rom. 6:14; Col. 1:13), facultándonos en primer lugar para no dejarnos dominar,
sino, por el contrario, comenzar a ejercer un dominio eficaz sobre los apetitos de
nuestra propia naturaleza pecaminosa y, de manera consecuente, llegar a
ejercer también un constructivo dominio sobre nuestro entorno en preparación
para ese momento en que participemos del cumplimiento de lo anunciado por el
apóstol Juan en el libro del Apocalipsis: “De ellos hiciste un reino; los hiciste
sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra.»” (Apo. 5:10).
Nuestra preparación para reinar con Cristo sobre la tierra requiere así que nos
entrenemos ahora asumiendo nuestra responsabilidad ecológica en la tierra,
para poder ejercerla luego con Él sobre toda la tierra renovada y recreada en su
regreso.

2.8. Conclusiones finales

Finalicemos este capítulo dejando que sea Darío Silva-Silva, nuestro pastor
presidente, quien concluya lo expuesto con las siguientes ideas extractadas de
algunos de sus libros:

Todo el planeta Tierra, en el plan divino, está sometido a una predestinación del
regreso, a un volver a ser lo que Dios quiso que fuera, y que se frustró con la
caída. Después de la catástrofe edénica, el proto-evangelio [Gén. 3:15] ya nos
anuncia una escatología que, a través del Dios Humanado, trae a la tierra las
claves que aseguran la plena restauración del propósito divino para el hombre.

La naturaleza también está incluida en el plan escatológico, pues la naturaleza


es con el hombre porque la naturaleza es para el hombre. Ahí tenemos la
ecología cristiana.

Todo cristiano debe defender el entorno que Dios nos regaló en su infinita

26
misericordia, pues es un crimen de lesa humanidad destruir los recursos
naturales. Oramos y actuamos por la recuperación de los ríos y los bosques,
como administradores y no destructores de la creación material de Dios, que
evidencia ante nuestros ojos asombrados Su Poder y Majestad y que, también
recibirá redención.

En las Sagradas Escrituras Dios entrega al hombre el señorío sobre todas las
especies zoológicas y vegetales, lo cual indica que debe cuidar de ellas para
preservarlas y mejorarlas, nunca para demeritarlas. Ecología cristiana.

Y no sobra mencionar algo que si no estuviera ordenado en la ley mosaica,


debería de todos modos caerse de su propio peso, a lo cual hace referencia final
el pastor Darío Silva-Silva así:

LA NATURALEZA DEBE REPOSAR. Un tema como para los ecólogos. Digamos con
claridad, de una vez por todas, que hay también ecología cristiana, aunque
casi toda la ecología actual sea pagana, orientada por la Nueva Era.

Durante seis años sembrarás tus campos, podarás tus viñas y cosecharás sus
productos; pero llegado el séptimo año la tierra gozará de un año de reposo
en honor al Señor. No sembrarás tus campos. Ni podarás tus viñas; no
segarás lo que haya brotado por sí mismo ni vendimiarás las uvas de tus
viñas no cultivadas. La tierra gozará de un año completo de reposo. Sin
embargo, de todo lo que la tierra produzca durante ese año sabático, podrán
comer no sólo tú sino también tu siervo y tu sierva, el jornalero y el residente
transitorio entre ustedes. También podrán alimentarse tu ganado y los
animales que haya en el país. Todo lo que la tierra produzca ese año será sólo
para el consumo diario. Levítico 25:3-7.

Una orden expresa de Dios a los israelitas que, de haberse cumplido, habría
hecho inocua la nueva ciencia que llaman ecología. ¿Qué fue lo que realmente
pasó? La tierra nunca reposó. El Señor ordena seis años continuos de labores;
pero el hombre, la bestia y la tierra tienen que descansar el séptimo año. Es

27
reposo para la tierra. Los animales podrán comer libremente, no serán
obligados a trabajar durante todo ese año. De alguna manera, los judíos
trajeron esa costumbre a occidente y, en cierta medida, se está practicando:
Las personas que dirigen grandes compañías o empresas descansan el
séptimo año. El famoso año sabático. Observemos el principio bíblico: Cada
seis días, un día; cada seis años, un año. Los grandes ejecutivos dedican el
año sabático a vacaciones, viajes y cursos, o para escribir algún libro. Esta
costumbre moderna está manteniendo un principio bíblico. Los sociólogos, los
ingenieros industriales, los sicólogos, los jefes de personal, hablan hoy de este
asunto. Y es absolutamente necesario que volvamos al principio bíblico para
darle calidad a la vida humana. Por supuesto, no es prudente en sociedades
como la nuestra la práctica del año sabático. ¿Se imaginan lo que pasaría?
Todos se volverían sabatistas, tomarían de a tres meses durante varios años
para completar su año sabático, y cosas así. Somos sinuosos por naturaleza.
Esto ha traído como consecuencia, en la cultura occidental, que el hombre
debe reposar las vacaciones anuales. Y está bien que así se haga, porque la
suma de tales vacaciones le puede dar a usted, en el tiempo prudente, un año
sabático de manera exacta. La observación pertinente es: el reposo está
establecido por Dios para el individuo y para la naturaleza. Cada seis días, un
día. Cada seis años, un año. Como la Biblia nos enseña claramente, el
reposo es personal y natural.

¿Puede haber ecología cristiana? La hay. Es más, debe haberla. Francisco de


Asís era un buen ecólogo, y hablaba con naturalidad del ‘hermano sol’ y la
‘hermana luna’ y hasta el ‘hermano lobo’, pero nunca se le ocurrió rendirles
culto.

Nunca debe olvidarse lo que dice Pablo en su lenguaje siempre actualista… La


Naturaleza… será regenerada junto con el nuevo cuerpo de la nueva alma del
nuevo espíritu del nuevo hombre en la nueva tierra y el nuevo cielo donde el
único Dios-Hombre, que es totalmente espiritual y totalmente natural, reinará

28
por los siglos de los siglos. Amén.

Cuestionario de Cristianismo Contemporáneo

1. ¿Qué puede esperarse del cristianismo en relación con las problemáticas


socialmente compartidas por la humanidad?

2. ¿Qué actitudes se encuentran en los extremos del espectro en cuanto al grado de


compromiso que los cristianos deben asumir en la resolución de los problemas que
afectan al mundo y a la iglesia?

3. ¿Qué relación deberían guardar en la iglesia el servicio y la acción social con el


evangelismo?

4. ¿A qué se debe que las problemáticas que afectan al mundo sean tan complejas?

5. ¿Por qué no debemos dejar intimidarnos por la complejidad de las problemáticas


que afectan al mundo y qué podemos esperar de nuestra participación en su
resolución?

6. ¿Cuáles son los dos extremos del espectro en cuanto a las maneras en que la
iglesia puede contribuir a resolver los problemas sociales?

7. ¿Cuál es la manera más conveniente y bíblicamente recomendable en qué


podemos influir constructivamente en la resolución de los problemas del mundo?

8. ¿Qué lugar ocupa la argumentación en la estrategia de la iglesia para influir en la


resolución de los problemas sociales?

9. ¿Qué características deben reunir los argumentos de los cristianos para ser
pertinentes y eficaces en la resolución de los problemas que afectan a la
humanidad en la actualidad?

10. ¿A qué se debe que la relación del cristianismo con la cultura haya sido
problemática y accidentada a lo largo de la historia?

29
11. ¿Es el origen de la cultura algo malo o bueno?

12. En una palabra ¿qué es lo que el cristiano debe hacer con la cultura?

13. ¿Cuál es el aspecto más censurable y peligroso que se encuentra detrás de la


ecología secular?

14. ¿Cuáles son los atributos de Dios que deben balancearse adecuadamente para no
ceder a los peligros que subyacen en la ecología secular?

15. ¿Cuál es la razón histórica de fondo que fomenta y explica en buena medida el
automarginamiento culpable de los cristianos en relación con los temas ecológicos?

16. ¿Qué diferencia se debe marcar entre la ecología secular y la ecología cristiana en
relación con el calentamiento global?

17. Sin perjuicio del activo ejercicio de la responsabilidad ecológica por parte del
cristiano ¿cuáles son las dos afirmaciones contrarias pero igualmente presuntuosas
del humanismo secular en relación con la ecología que el cristiano debe corregir?

18. ¿Qué es lo que Cristo ya inició con su resurrección y de lo cual ya hemos comenzado
a participar los creyentes desde el momento de la conversión que nos impulsa a su
vez a actuar desde ya con conciencia ecológica?

19. ¿De qué manera debe ejercer el hombre su dominio sobre la naturaleza para
hacerlo de manera responsable y provechosa para todos?

20. ¿Cuáles son las características que debemos recordar en relación con el dominio
ejercido por el hombre sobre la naturaleza para que logre ajustarse a la Biblia?

21. ¿Cuál es la actividad que ejerceremos con Cristo a partir de su regreso y por toda la
eternidad que nos debería estimular a asumir desde ahora nuestra responsabilidad
ecológica con toda la seriedad del caso como entrenamiento para lo que nos
espera?

22. ¿Cuál es esa consideración ecológica ordenada en la Biblia que se debería caer de

30
su peso y que de haberse cumplido hubiera hecho en gran medida inocua a la
ecología actual?

Recursos Adicionales:
Diapositivas Compromiso cultural cristiano y la Ecología

Bibliografía Básica:
Compromiso cultural cristiano y la ecología.pdf

Bibliografía complementaria:
Stott John R. W., La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos, Libros Desafío,
Grand Rapids, 1999

Stott John R. W., Los problemas que los cristianos enfrentamos hoy, Vida, Miami, 2007

Criterios de Evaluación:
Capacidad de determinar el grado de compromiso requerido por parte del cristiano en
cuanto a su participación en la cultura secular, así como la manera más adecuada y
eficaz de manifestar este compromiso para el tratamiento de los problemas que afectan
al mundo de hoy, comenzando por el compromiso ecológico que concierne a cada
cristiano, sorteando los peligros de la ecología secular y corrigiendo los malentendidos
históricos al respecto en el pensamiento cristiano

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