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Inteligencia ética para la vida cotidiana

(Diana Cohen Agrest, Editorial Sudamericana, Bs. As., 2006, pp. 164-166).

Conocidos, colegas y amigos del alma.

La amistad es una de las experiencias más ricas que pueden ser vividas. Pero no hay una
única clase de amistad, pues es un vínculo que puede encarnarse en figuras diversas. Por empezar,
muchos piensan que quien cuenta con un amigo no sólo se asegura momentos agradables
compartidos con otro sino que, además, tiene siempre a su disposición a alguien que lo escucha y lo
comprende. Otros tantos piensan que, en un amigo, se encuentra una fuente de ventajas mutuas.
Pero también están aquellos que se hallan convencidos de que junto a un verdadero amigo, en
compañía de un amigo “íntimo”, nace la posibilidad de encontrarse a sí mismo y, por esta vía, de
elevarse como persona.
Estas distinciones no son nuevas. Aristóteles amaba las taxonomías, y aspiraba a la
ordenación sistemática de las cosas del mundo.
Tanto es así que tenía (felizmente) una especie de manía de clasificar absolutamente todo.
Y en Ética Nicomáquea (Libro VIII, 2) hasta clasificó las clases de amistad según el objetivo que
cada una de ellas persiguiera: la amistad basada en el placer; la amistad que persigue la utilidad o el
provecho mutuo; y la más excelsa (perfecta) de todas, la mistad fundada en el carácter (su forma de
ser).
La más simple descansa en el placer que cada uno encuentra en compañía del otro.
Característica de los niños con sus compañeros de juego, en la adultez se continúa con las
relaciones amigables con conocidos o con quienes se participa de una actividad o de la práctica de
un deporte; un tercer tiempo de tenis, de fútbol o de rugby es un momento amistoso que
compartimos con estos camaradas circunstanciales. Estas relaciones contingentes y temporarias, se
establecen tan fácilmente como se disuelven, y difícilmente perduran a lo largo el tiempo. Por
cierto, el placer mutuo es un factor indispensable en toda amistad, y a veces es el único. Cuando la
amistad descansa exclusivamente en el placer mutuo que cada uno obtiene de la presencia del otro,
una vez que cambian las circunstancias y que, con ellas, cesa el placer de reunirse, esa amistad no
tiene nada que la sostenga. Es el fin –uno de los menos traumáticos, por cierto– de la amistad.
Aristóteles cree que, pese a no ser profunda ni duradera, se trata de una forma genuina de amistad.
Para Montaigne (escritor y filósofo francés, 1533-1592), más escéptico en lo que concierne a los
vínculos humanos, las formas inferiores no son amistades genuinas. A lo sumo, según cree,
constituyen una especie de pseudo-amistad.
La amistad que persigue la utilidad o la ventaja recíproca nace entre quienes, además del
placer de la mutua compañía, comparten ciertos intereses comunes, tales como acontece con los
socios comerciales, con los compañeros de la escuela o del trabajo. En estos casos, cada uno
encuentra que el otro conviene a sus propios intereses, y se forma un vínculo en el cual, en palabras
de Aristóteles, “el amigo no es amado por lo que él es”. Uno podría sentirse tentado a decir que no
se trata de una genuina amistad, desde el momento en que ese vínculo no expresa un amor real,
excepto el amor a sí mismo. Pero a modo de respuesta, se puede afirmar con Aristóteles que es
mejor para todos que uno se ame más a sí mismo, porque lejos de oponerse a una verdadera
amistad, el amor a sí mismo es una condición necesaria para poder amar a otro.
La tercera clase de amistad –la amistad virtuosa, en la cual el amigo es amado como tal– se
encamina hacia su fin último que no es sino el afecto recíproco entre seres superiores, dotados con
inteligencia, sensibilidad y nobleza. La amistad virtuosa se funda en la excelencia humana que cada
uno percibe en el otro. Es la más excelsa de todas, porque se siente amistad hacia el otro por lo que
el otro es. Y es tan pero tan pura que ella desafía el paso del tiempo, pues sólo puede ser destruida
con la muerte. Aristóteles, citando a Homero, declara que “dos amigos son seres que caminan
unidos” (Ilíada, X, 224), fortaleciéndose en esa compañía su capacidad de pensar y obrar.

1
Esta clasificación puede resultarle a algunos muy exigente o demasiado puntillosa; pero sin
lugar a dudas, no es una taxonomía vacía, ni pasada de moda: una cosa son los conocidos; otra los
colegas y los camaradas; y otra muy distinta, los amigos del alma. Así pues, no es ocioso detenernos
a pensar qué grado de amistad nos une a todas aquellas personas que, a menudo y
despreocupadamente, calificamos de amigos.
Se trata, al fin de cuentas, de una suerte de ejercicio de autenticidad, arriesgándonos, por
qué no, a redimensionar nuestros vínculos con los otros.

2
ACTIVIDADES.

A. Valerio Máximo nos transmite una anécdota de Alejandro Magno que muestra la gran
personalidad del conquistador.

Alejandro Magno, rey de Macedonia, después de la famosa batalla en que derrotó a las
más escogidas tropas de Darío, bañado de sudor a causa del caluroso viaje a través de Cilicia,
sumergió su cuerpo en el río Cidno, famoso por la limpidez de sus aguas y que atraviesa la ciudad
de Tarso. Inmediatamente después, agarrotados los nervios por el repentino contacto con agua
helada y embotadas las articulaciones de sus miembros, ante la consternación de todo su ejército,
fue transportado a su campamento que se hallaba en la ciudad más cercana. Yacía enfermo en
Tarso y la esperanza de una inminente victoria se hacía dudosa a causa de su mala salud.
Así pues, reunidos los médicos, buscaban con sumo cuidado los remedios para salvarlo.
Cuando se pusieron de acuerdo acerca de una poción determinada y el médico Filipo, su amigo y
compañero, la preparó con sus propias manos y la alargó a Alejandro, llegó una carta, remitida por
Parmenión, en que se le advertía al rey que tomara toda clase de precauciones respecto a los
engaños de Filipo al que se acusaba de haberse vendido a Darío por dinero. El rey la leyó y, sin
vacilación alguna, se tomó toda la medicina. Después le dio a leer la carta a Filipo.
A cambio de esta firme confianza en su amigo, los dioses inmortales le concedieron la más
digna recompensa, ya que no permitieron que por una falsa noticia rechazara el remedio que
debía salvar su vida.

Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, III, 6, 3 ext.

Responder:

1) ¿Por qué Alejandro bebe su medicina sin vacilar?

2) ¿Es la de Alejandro y Filipo una amistad virtuosa? ¿Por qué?

3) ¿Cuál (crees que) fue la recompensa que obtuvo Alejandro en premio a la confianza en su amigo
médico?

4) ¿Podría extraerse una enseñanza de esta anécdota?

5) ¿Confiarías en un amigo aun cuando todos los que te rodeasen te dijeran que va a traicionarte?

3
B. El mitógrafo Higino nos ofrece una extraordinaria historia de amistad en la isla de Sicilia.

En Sicilia, el tirano Dionisio era sumamente cruel y mataba a sus ciudadanos con torturas.
Mero quiso matar al tirano, pero los guardias lo sorprendieron armado y lo condujeron ante el rey.
Al ser interrogado, respondió que quería matar al rey y el rey mandó crucificarlo. Mero le
pidió un permiso de tres días para casar a su hermana y entregó al tirano a su amigo y compañero
Selinuntio como garantía de que volvería al tercer día.
El rey le concedió el permiso para casar a su hermana y dijo que si él no volvía en el día
fijado, Selinuntio sufriría su castigo y Mero quedaría libre.
Habiéndose casado su hermana, Mero regresaba, pero una repentina tempestad y la lluvia
hicieron crecer un río de tal modo que no podía ser vadeado o cruzado a nado. Mero se sentó en
la orilla y comenzó a lamentarse de que su amigo moriría en su lugar.
Cuando Dionisio ordenó que Selinuntio fuera crucificado, porque había llegado la hora
sexta del tercer día y Mero no se presentaba, Selinuntio replicó que aún no se habían cumplido los
tres días. Al llegar la hora novena, el rey ordenó que Selinuntio fuera conducido a la cruz.
Cuando se lo llevaban, finalmente Mero, después de cruzar el río, llegó a la vista del
verdugo y gritó desde lejos: "Detente, verdugo. Aquí estoy como prometí". Cuando se le comunicó
al rey lo sucedido, ordenó que ambos fueran conducidos a su presencia, perdonó la vida a Mero y
pidió que lo aceptaran como amigo.

Higino, Fábulas, 252, 3-8.

Responder:

1) ¿De qué manera se manifiesta la virtud de la amistad entre Mero y Selinuntio?

2) ¿Por qué Dionisio abandona su intención de crucificar a cualquiera de los dos?

3) ¿Cuál es el motivo por el cual Dionisio cambia su decisión y solicita la amistad de Mero y
Selinuntio?

4) ¿Qué consecuencia tuvo la fidelidad de Mero?

5) Inventa una historia en la que la vida de un amigo depende de tu fidelidad. Para ello, podés
cambiar el lugar y la época, y añadir los detalles que considerés oportunos.

6) ¿Serías capaz de realizar una acción semejante a la de estos amigos? ¿Te viste alguna vez en una
situación en la que la salvación de un amigo de un apuro dependiera de vos?

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