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CIUDAD DE PÁNICO

Paulo Virilo
1.Hoy la televisión hace una puesta en continuado de las imágenes aterradoras, “estado de sitio”
del espíritu del telespectador, cuyo resultado más evidente es la escalada de esa psicosis que
afecta a las poblaciones de la era de la globalización.
A falta de una escritura del desastre fácilmente comprensible para todos, los medios de
telecomunicación de masas toman nuestras emociones y miedos como rehenes desde el 11 de
septiembre de 2001.
El espectador es sometido, ya no a imágenes estereotipadas, sino a la alucinación colectiva de una
imagen única, teatro óptico de un panorama terrorista giratorio. Eso que el autor llama
“iconoclasticismo de la presentación en tiempo real”, que supera de aquí en más al antiguo
iconoclasticismo de la representación en el espacio real, de las imágenes pintadas o esculpidas.
Síntoma pánico de un verdadero “acordonamiento del imaginario”, la fiebre que afecta hoy en día
a las mentalidades es el primer signo característico de una forclusión temporal de esta experiencia.
Ese “gran encierro” de una información “metageofísica” convertida en planetaria.
En efecto, el miedo como ingrediente básico de lo “fantástico” ha sido usado para la
administración del miedo público, abusando de las “armas de comunicación masivas” cuyo arsenal
no cesa de desarrollarse gracias a los avances tecnológicos.
La ilusión óptica perdura gracias a la ausencia de un enemigo declarado, no solamente han
desaparecido Bin Laden y Saddam Hussein, sino incluso el carácter de esas “armas de destrucción
masiva”, pretexto del desencadenamiento de la guerra preventiva estadounidense.
2. Las ciudades pánico, como New York tras la caída del World Trade Center, Bagdad después de
la caída de Saddam Hussein, y hasta Hong Kong tras las amenazas de la neumonía atípica por la
que se levantaban barricadas en las aldeas, señalan mejor que todas las teorías urbanas sobre el
caos, el hecho de que la “catástrofe más grande del siglo XX ha sido la ciudad, la metrópolis
contemporánea de los desastres del progreso”.
El “espacio crítico” domina el espacio público de los límites del derecho y las leyes.
Proliferan Estados cada vez más débiles que desaparecen en su agrandamiento externo y su
reducción interna. La descentralización y la fractalización (en el mundo nunca nada está entero),
es el futuro de todas las tentativas de la globalización. De hecho, la fractura y fragmentación son
las consecuencias inducidas de la presión y la comprensión de aquello que se pretende “completo
o acabado”. De ahí esta exclusión que marca la culminación fatal de toda forclusión, ayer
totalitaria, mañana globalitaria.
Ha llegado el tiempo de la declinación del Estado-nación y el comienzo de un repliegue sobre la
metrópolis, en ciudades privadas y enclaustradas como pretexto de inseguridad social.
Lo mismo ocurre en el subcontinente latinoamericano, donde las pandillas asolan las ciudades,
cuando no son los paramilitares o las fuerzas armadas supuestamente revolucionarias. Esto
refuerza la urgencia de un cerco, de un campo encerrado, y un Estado policíaco en el que se
privatizan las “fuerzas del orden”, como se han privatizado las empresas públicas.
“La ciudad futura no será entonces más que el agrandamiento solemne de una cámara de
tortura”, anunciaba en 1924 Pierre Mac Orlan.
Ahora no es la policía la que no se atreve a intervenir en ciertos “barrios sensibles”, sino el ejército
quien se retira de la ciudad.
A la criminalidad de las mafias se suma la de las bandas urbanas, donde el crimen se incrementa
sistemáticamente; tortura civil que sin embargo no parece inquietar a aquellos que denuncian,
con razón, las abominaciones de la tortura militar en otros países.
A esto se suman tentativas, como por ejemplo, la de la construcción en Dubai de un archipiélago
artificial de islas con barrera protectora.
Forclusión, exclusión. A la hiperconcentración se agrega no sólo el hiperterrorismo de masas, sino
también una delincuencia pánica que reconduce la especie humana a la danza de la muerte de los
orígenes, convirtiendo la ciudad en un blanco para todos los terrores.
Es e la ciudad, y en ninguna otra parte más, donde se ha probado en el siglo XX esta “guerra contra
los civiles” que ha sucedido progresivamente.
Hoy el terror se genera incluso por el accidente de un corte eléctrico generalizado, ejemplo de esa
hiperfragilidad del progreso técnico de nuestras sociedades.
Además, se genera el acostumbramiento al crimen contra la humanidad, que se ve por ejemplo
con el desarrollo de un nuevo tipo de “turismo de guerra”. Esto completa el exhibicionismo
sedentario de la televisión y de sus atrocidades reiteradas.
La Argentina, por ejemplo, se ha convertido en un destino muy atractivo para ver de cerca los
violentos contrastes de uno de los países más desigualitarios del planeta.
Así, a lo largo de toda la última década del segundo milenio se ha unido a la forclusión instantánea
una exclusión duradera y en vías de generalización, donde los flujos de inmigración son el signo
anunciador del estallido de la burbuja de la globalización.
Finalmente, la comprensión temporal de las telecomunicaciones interactivas ha prefigurado
ampliamente los perjuicios de una saturación espacial y demográfica de nuestras aglomeraciones
metropolitanas.
El espacio geofísico no es insuficiente para la humanidad, es el “tiempo”, el espacio-tiempo
mategeofísico de las transmisiones instantáneas y de los transportes, el que se ha vuelto ilusorio
por su delirio de emancipación terrestre hacia un mundo virtual, “sexto continente”. Esa inercia
polar que la aceleración de lo real provocará fatalmente.
Lamentablemente se reduce este planeta a nada, es decir, a algunas ciudades atrofiadas que se
creen el epicentro del mundo cuando no son más que ciudadelas perdidas, blancos de guerra, ya
que el espacio geoestratégico en el que evolucionaban la defensa y el derecho de las naciones se
ha reducido.
Tanto el Estado como el mundo de los negocios y de la guerra, se encuentran en un estado
angustiante de espera del gran accidente, de ese “colapso global” que no dejará de venir un día u
otro.
En efecto, cuando ya nadie posea domicilio, cuando todos seamos externalizados, es el mundo el
que se volverá completamente aterrorizante.
La palabra “distracción” es la que corresponde a ese “militarismo teatral” que hemos evocado, en
el que EEUU juega al matamoros mientras el mundo implosiona en silencio.
A esto sucedería la invención estadounidense de un poderoso ejército anti-pánico, que ampliaría
el principio de defensa nacional a defensa civil. Por ejemplo, en Irak, tras el cese de hostilidades,
enviaron a la guardia nacional de Florida para reestablecer el orden en Bagdad, lo que anuncia
este ejército anti-pánico del que muchos estadounidenses son partidarios.
Vasto programa “hiperpolicíaco” en el que la cuestión del “estado de excepción” sería formulado
a escala mundial.
Decididamente, el tercer milenio comienza como un engaño visible, una distracción que ha
desviado la atención de un caos que se anuncia duradero, con el surgimiento de un desequilibrio
terrorista que mañana afectará al orden internacional y la paz civil, fundamento de cualquier
democracia.

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