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La religión en el hombre

El hombre admite una cierta relación con la divinidad, no en virtud de su origen


primitivo, sino de su racionalidad, además tiende natural y espontáneamente a ser
religioso, hay en su mente y en sus conocimientos una cierta conciencia de su origen y
de su destino último. Es por eso que el hombre ha expresado y expresa su ser religioso
de diferentes maneras, desde los inicios de la historia hasta nuestros días; estas
expresiones se ofrecen mediante creencias y comportamientos religiosos como son las
oraciones, sacrificios, cultos, penitencias, meditaciones y los demás ritos presentes con
diversos matices en todas las religiones. Todas estas conductas se originan en el ser
natural-religioso del hombre. Esta religiosidad natural está presente inclusive en los
ateos y en quienes niegan la existencia de una vida después de la muerte; solo que en
tales casos expresada negativamente; además esta religiosidad es uno de los distintivos
esenciales que lo diferencian al hombre de los animales y otros seres. Entonces,
podemos afirmar con toda certeza que una característica del hombre es la de ser un
ser religioso, de esto cabe preguntarse: ¿Por qué el hombre es un ser religioso?, ¿Qué
es lo que hace que éste busque relacionarse con una divinidad?, ¿Es razonable tender
hacia Dios?, ¿Es importante para la vida del hombre satisfacer esta tendencia natural?

El hombre puede conocer a Dios de diversos modos. En primer lugar, por las solas fuerzas de la
razón: a) modo precientífico o espontáneo; y b) de modo científico o filosófico. Por medio de
una deducción espontánea, todos los hombres pueden llegar al conocimiento de Dios. Este
primer grado de conocimiento, imperfecto, es suficiente en su orden: la humanidad, a lo largo
de los siglos, siempre ha tenido una cierta noción de Dios. El segundo modo natural de conocer
a Dios es el constituido por las elaboraciones científico-filosóficas, que no todos los hombres
llegan a realizar. Se trata de un conocimiento, ciertamente válido, que llega a conocer a Dios
como causa primera de los entes y lo que eso lleva consigo, es decir, una serie de perfecciones
y atributos. Es claro que no se trata de un conocimiento exhaustivo, pues no se llega a conocer

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lo que es Dios en sí mismo. Ciertamente, con este conocimiento se conoce del absoluto más lo
que no es que lo que es, pues Dios excede infinitamente a nuestros conocimientos. En segundo
lugar, el hombre puede conocer a Dios de modo sobrenatural, es decir, de un modo que excede
las fuerzas de la razón humana. El modo sobrenatural de conocer a Dios es de dos tipos: a) por
la fe, y b) por visión. La fe proporciona un conocimiento de Dios mucho más alto que el que
aporta la razón natural, ya que le conocemos a Dios mucho más por la manifestación que ha
hecho de sí mismo por medio de la Revelación. Y conocer a Dios por visión es conocerlo cara a
cara, por experiencia: tal como es en sí mismo (visión beatífica o experiencia mística).

Ciertamente la vía filosófica o metafísica hacia Dios es el máximo conocimiento natural o


racional que del Absoluto puede alcanzar el hombre; y en eso consiste su grandeza; su miseria
radica en que como Dios excede completamente a todo lo que nuestro entendimiento pueda
comprender, lo que podemos conocer de Dios es muy escaso. Pues el entendimiento humano
no puede llegar naturalmente hasta su sustancia, ya que el conocimiento en esta vida tiene
origen en los sentidos y, por lo tanto, lo que no cae bajo el poder de los sentidos no puede ser
aprehendido por el entendimiento humano sino en cuanto es deducido de lo sensible. Pero,
aunque el hombre no pueda conocer por su razón la esencia de Dios, porque excede su
capacidad, debe aplicarse al conocimiento de las cosas inmortales y divinas tanto como pueda,
puesto que el conocimiento imperfecto de Dios confiere al hombre una gran perfección, ya que
su razón se perfecciona más conocimiento las ultimas causas, en lo que consiste la sabiduría.

El hombre es un ser religioso por naturaleza, porque llega a preguntarse por el significado de
todo, porque se abre a lo trascendental; así llega al nivel de profundización que denominamos
religioso.

La idea de trascendencia o de religiosidad, entendida en un sentido amplio como una posición


intelectual frente a lo trascendente, ya sea tanto de aceptación como de rechazo, resulta ser
privativa y exclusiva de lo humano. Solamente el ser humano se plantea e interroga por lo
trascendente, aún cuando sea para rechazar su existencia.

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Hasta el ateísmo más extremo es una posición frente al misterio de lo trascendente. No hay en
el animal nada que se asemeje, ni tan siquiera remotamente, o en mucho menor grado, a las
formas más primitivas de magia, superstición o esoterismo, que en cambio acompañan
siempre a los restos biológicamente reconocibles sin duda como humanos, aún cuando sean
primitivos.

Por ello, la citada definición del hombre como animal "racional" merecería reconsiderarse. Si se
entiende la racionalidad como la capacidad del pensamiento para operar lógicamente, u
obtener conclusiones nuevas a partir de datos preexistentes. Pero si en cambio retomamos el
sentido griego original, según el cual el hombre tendría la característica de "racional" por el
hecho de su participación con el "logos", esto es, la "razón universal", las definiciones se nos
presentan de una forma bien distinta.

Desde este último punto de vista es notable la analogía existente con la idea bíblica,
ampliamente explicada en San Agustín, que concibe al hombre como "imago Dei".
Precisamente en eso consiste la religión, utilizada siempre en sentido amplio, que es la "re-
ligación", el acto de "volver a ligar" al hombre con la trascendencia, lo sobrenatural o la
Divinidad, característica aparentemente única y exclusiva del ser humano con conciencia
adecuada.

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