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Teorias de las interacciones de dolezel:

Discurso:

Son los pensamientos ordenados y estructurados, que transmiten una ideología o ideas, a
través de un sistema de signos.

Actos de habla:

Se entiende por acto de habla la unidad básica de la ​comunicación​ lingüística, propia del
ámbito de la ​pragmática​, con la que se realiza una acción (orden, petición, aserción,
promesa...).
Esta forma de concebir el lenguaje parte del filósofo británico J. L. Austin, quien en la década
de los 40 expuso en sus clases sus investigaciones pragmáticas en torno a la lengua,
recogidas luego en su obra póstuma de 1962. El término fue acuñado posteriormente por un
discípulo suyo, el filósofo J. Searle, quien perfeccionó y consolidó dicha teoría.
Según Austin, al producir un acto de habla, se activan simultáneamente tres dimensiones:

● Un acto locutivo (el acto físico de emitir el ​enunciado​, como ​decir, pronunciar,​ etc.).
Este acto es, en sí mismo, una actividad compleja, que comprende, a su vez, tres
tipos de actos diferentes:

○ acto fónico: el acto de emitir ciertos sonidos;


○ acto fático: el acto de emitir palabras en una secuencia gramatical
estructurada;
○ acto rético: el acto de emitir las secuencias gramaticales con un ​sentido
determinado.

● Un acto ilocutivo o intención (la realización de una función comunicativa, como


afirmar, prometer, ​etc.)
● Un acto perlocutivo o efecto (la (reacción que provoca dicha emisión en el
interlocutor, como convencer, interesar, calmar, etc.)

De este modo, al emitir un enunciado como ​[te prometo que lo haré] e ​ stamos, por un lado,
diciendo algo (acto locutivo); prometiendo una acción (acto ilocutivo) y provocando un efecto
(convencer de la promesa al interlocutor).
Según esta teoría, los enunciados sirven no sólo para expresar proposiciones con las que
describir, constatar, en suma, decir algo, sino también para realizar acciones lingüísticas muy
diversas en ​contexto​, por ejemplo, dar una orden o hacer una promesa. La realización de
tales actos está sujeta a un conjunto de reglas convencionales, cuya infracción afectará
directamente a los efectos comunicativos del acto. Searle propuso una tipología de dichas
condiciones; éstas se refieren a las circunstancias y al papel de los participantes del acto de
habla, a sus intenciones así como a los efectos que pretenden provocar. Son las llamadas
condiciones de felicidad. Así, por ejemplo, para prometer algo a alguien, hay que ser sincero,
dirigirse a un destinatario interesado en la realización de esta promesa, no prometer algo
imposible de cumplir o cuyo cumplimiento, por el contrario, resulta evidente, etc.
Searle agrupa los actos de habla en cinco categorías: los actos de habla asertivos dicen algo
acerca de la realidad: ​[el teatro estaba lleno];​ los directivos pretenden influir en la conducta
del interlocutor: ​[no te olvides de cerrar con llave];l​ os compromisivos condicionan la ulterior
conducta del hablante: ​[si tengo tiempo pasaré a saludarte];​ en los expresivos el hablante
manifiesta sus sentimientos o sus actitudes: ​[lo siento mucho, no quería molestarle]​ y los
declarativos modifican la realidad ​[queda rescindido este contrato].
En una primera versión de su teoría, Searle establece una relación directa entre la forma
lingüística de una expresión y la fuerza ilocutiva del acto de habla que se realiza al emitirla
(siempre que ello se dé en las condiciones apropiadas); así, por ejemplo, con un imperativo
se estaría dando órdenes, y con una interrogativa, solicitando información. Posteriormente,
observa que en muchas ocasiones se da una discrepancia entre la forma lingüística y la
fuerza ilocutiva: con una pregunta puede estar haciéndose una sugerencia, o dando un
mandato. Ello lo lleva a establecer el concepto de acto de habla indirecto, para referirse a los
casos en que el significado literal no coincide con la fuerza ilocutiva o intención, como ocurre
ante un enunciado del tipo ​[¿puedes cerrar la ventana?],​ donde bajo la pregunta se esconde
una intención de petición. Si se respondiera literalmente a este enunciado, la respuesta
podría ser un ​[sí, puedo].​ En cambio, al formularla, lo que esperamos es que el interlocutor
cierre la ventana.
En la didáctica de las lenguas la teoría de los actos de habla ha servido de base para las
propuestas de enseñanza comunicativa. Los ​programas nociofuncionales​ elaborados en esta
metodología se construyen sobre las ​nociones​ y las ​funciones​, conceptos que se inspiran en
los actos de habla.

Otros términos relacionados


Enfoque comunicativo​; ​Enunciado​; ​Forma-función​; ​Interacción​; ​Lengua en uso​; ​Negociación
del significado​.

Bibliografía básica
1. Bertuccelli, M. (1993). ​Qué es la pragmática.​ Barcelona: Paidós, 1995.
2. Escandell Vidal, M.ª V. (1996). ​Introducción a la pragmática.​ Barcelona: Ariel
Lingüística.
3. Slagter, P. (1979). ​Un Nivel Umbral.​ Estrasburgo: Consejo de Europa.

Bibliografía especializada
1. Austin, J. L. (1962). ​Cómo hacer cosas con palabras.​ Barcelona: Paidós.
2. Blum-Kulka, S. (1999). «Pragmática del discurso». En Van Dijk, T. A. ​El discurso
como interacción social,​ vol. 2, Barcelona: Gedisa, pp. 67-100.
3. Kasper, G. y Blum-Kulka, S. (comps.) (1993). ​Interlanguage Pragmatics.​ Nueva York:
Oxford University Press.
4. Searle, John (1969). ​Actos de habla.​ Madrid: Cátedra, 1980.

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Libertad:

El primero de estos casos, la ​libertad genitiva​, o ​libertad de​, expresa ante todo la
idea de libertad como competencias del sujeto, como atributos del ​yo —sea el yo del
autor, del lector o del intérprete—, al contener el conjunto de potencias (poder),
facultades (saber) y voliciones (querer) que le capacitan para hacer, o no hacer, algo
en el contexto de la escritura, lectura o interpretación de una obra literaria. Lo que
enfatiza la libertad genitiva son las cualidades del sujeto en tanto que emanan del
propio sujeto. La fuerza de la libertad está, en este caso, en las fuerzas materiales de
que dispone una persona: sus posibilidades físicas, sus competencias cognoscitivas,
sus recursos volitivos. La libertad genitiva representa una concepción positiva de la
libertad, en la medida en que, al ejercerla, el escritor, el lector o el intérprete, afirman
sus posibilidades de ejecutar acciones y operaciones, y también una concepción
negativa, en tanto que no actúen allí donde querrían hacerlo y no pueden (desajuste
entre las modalidades volitiva y potencial), o cuando podrían actuar, pero carecen de
voluntad o valor suficiente para intervenir (desajuste entre las modalidades potencial
y volitiva), entre otras combinaciones posibles. En caso de servirse solamente de
recursos orales, sus posibilidades de preservación literaria se reducen
considerablemente. Entre otras alternativas está el hecho de que pueda ser invadida
o intervenida por una cultura más potente (​etic)​ , o por un observador externo, sea en
funciones de antropólogo, sea en funciones de colonizador, capaz de reconocer como
literarios los materiales antropológicos (​emic​) de la cultura examinada o intervenida.
El ejemplo más común es el de la denominada Literatura Comparada, ejercitado
como la intervención de un sistema literario (​etic)​ en otro (​emic​), con el fin de
establecer una ​relación crítica entre los materiales literarios de una y otra
literatura​[5]​.

Los límites de la libertad literaria genitiva son los límites de las competencias y
capacidades personales de los autores, lectores e intérpretes de las obras literarias,
que siempre estarán determinadas no sólo por sus propias aptitudes, sino también
por las estructuras de las sociedades políticas en las que operan, bien escribiendo y
publicando obras literarias, bien formándose como lectores, a partir de los sistemas
educativos y culturales que hagan posible su alfabetización y su formación
intelectual, bien ejercitando la interpretación crítica y la transducción de los
materiales literarios, a través de instituciones académicas que faculten la enseñanza
de la literatura, dispongan la formación de nuevos docentes y críticos, y autoricen sus
poderes públicos, esto es, su competencia en la aprobación o desautorización de tales
o cuales autores y obras en los programas docentes y educativos. La máxima libertad
pertenecerá no sólo al máximo saber, sino sobre todo al máximo poder (no es más
libre quien más sabe, sino quien más puede). He aquí el núcleo de la libertad literaria
genitiva, cuyo espacio genuino es, en el ámbito de los materiales literarios, la lucha
del individuo —autor, lector o intérprete— por hacerse un hueco, por ocupar un
lugar, por ser operativo, dentro de las estructuras del Estado y del Mercado, los
cuales impondrán sus límites y ofertarán sus posibilidades al concepto genitivo de
libertad literaria, confiriendo a autores, lectores y críticos, una intencionalidad
proléptica, que habrá de determinar no sólo el sentido y la finalidad de sus acciones
(publicar, leer, analizar públicamente), sino también, y sobre todo, el destino de cada
una de ellas (el éxito comercial, la fama póstula, la entrada en el canon…). Y no es
posible eludir aquí el hecho fundamental de carecer de libertad literaria genitiva, es
decir, de no tener acceso a una formación lingüística, cultural, literaria. Nacer
condenado a vivir en un ​tercer mundo semántico,​ por el hecho de pertenecer a una
clase social baja, de haber nacido mujer, o de ser adscrito a una etnia a la que se le
niegan derechos políticos fundamentales, tiene como consecuencia bien conocida la
negación de toda libertad posible en el terreno de las actividades literarias. En este
sentido cabría hablar no de una literatura silenciada —aquella que ha sido escrita y
resulta censurada o destruida, como la que podemos atribuir hoy día a Hipatia de
Alejandría—, sino de una ​literatura abortada,​ es decir, una literatura a la que se le
ha negado ​a priori toda posibilidad de existencia, porque sus potenciales autores,
lectores o intérpretes, jamás han tenido opción de serlo, desde el momento en que su
libertad literaria genitiva ha sido absolutamente anulada. Como ha señalado
claramente Gustavo Bueno (1996), lo contrario de la libertad no es el determinismo,
sino la impotencia.

2. En el segundo caso, la ​libertad dativa​, o ​libertad para​, implica e integra la libertad


genitiva, es decir, en primer lugar, la cual imprime a la libertad una dimensión
teleológica, de cuyo éxito o fracaso dependerán futuras condiciones evolutivas, en las
que, como destinatarios, pueden estar implicados tanto sujetos humanos (nuevos
autores, lectores e intérpretes) como objetivos operatorios (la aparición de nuevas
obras literarias que recogen y objetivan influencias de obras anteriores); y, en
segundo lugar, como se acaba de sugerir, implica también la acción literaria de una
obra que, como texto, es susceptible de establecer relaciones intertextuales con el
conjunto de obras que, anteriores y posteriores a ella, forman parte de la Literatura
como sistema. En el primer caso, hablaremos del ​finis operantis de la libertad
literaria dativa, es decir, de las intenciones prolépticas y teleológicas de autores,
lectores y críticos —la ​intentio auctoris,​ tal como la denominaban los formalistas del
New Criticism— ​ , mientras que en el segundo caso se hablará del ​finis operis ​de la
libertad literaria dativa, esto es, de los logros, repercusiones e influencias alcanzadas,
geográfica e históricamente, por la obra literaria, como texto, respecto a otras obras
literarias efectivamente existentes.

3. El tercer caso es el de la ​libertad ablativa​, o ​libertad en,​ la cual implica e integra


las dos anteriores, esto es, la libertad genitiva de los agentes literarios y la libertad
dativa de las consecuencias operatorias de su acción, que, en términos de libertad
ablativa, resulta contextualizada o circunstancializada en una codeterminación de
fuerzas, las cuales actúan materialmente sancionando y clausurando el estado de las
operaciones literarias previamente ejecutadas. La libertad literaria ablativa, o
libertad en​, representa siempre una concepción negativa de la libertad, porque en
todo contexto en el que se manifieste la libertad esta habrá de enfrentarse a fuerzas
negativas, resistencias dialécticas que autores, lectores e intérpretes, por una parte, y
obras literarias, por otra, habrán de sortear y de sufrir. La libertad ablativa
representa el espacio de la confrontación, los límites de la libertad genitiva —los
límites del poder, de la necesidad, de la capacidad de intervención, del saber— y la
comprobación de las consecuencias de la libertad dativa —los resultados de éxito o
fracaso, el poder, la influencia, las ventas, el canon—, el grado de inmunidad frente a
la resistencia que hay que superar, es decir, el precio del ejercicio de la libertad, el
coste de la acción, la hipoteca de los hechos. En una palabra: el número y el coste de
las bajas. La libertad ablativa es, en suma, una expresión acaso oximorónica, que
remite sin duda a los cércenos que han de padecer los materiales literarios. Hablar de
libertad ablativa es en cierto modo hablar de ablación de la libertad. La libertad
literaria equivale en estos casos, dada la codeterminación de fuerzas que actúan y
operan en el contexto, a la afirmación de determinaciones exteriores —como la
censura, por ejemplo—, a la implantación de imposiciones que coaccionan a
escritores, lectores e intérpretes, limitando sus atributos genitivos y sus
consecuencias dativas, desde los derechos de propiedad intelectual hasta la
exaltación propagandística, el silencio editorial o el destierro político.

La libertad ablativa supone el cierre, el corte, el cercén, de las libertades genitiva y


dativa. Ante los materiales y agentes literarios, el Estado se constituye
legislativamente en la principal institución ablativa de la libertad, sea desde el punto
de vista de los autores, séalo desde el de los lectores. De cualquier modo, los criterios
para regular los derechos de ​copyright en el ​maremagnum de internet siguen siendo
a diario objeto de disputa, al menos en el momento de escribir estas líneas. De nuevo
el Estado y el Mercado, la sociedad política y la sociedad mercantil, son las figuras
estructurales más importantes en la sanción de la libertad literaria ablativa. Las
instituciones públicas y las ventas codeterminan el éxito, el fracaso, o la evolución
más o menos influyente de una obra literaria, la fortuna de su autor o incluso el
poder efectivo de sus posibles lectores e intérpretes. El fracaso del Cervantes
dramaturgo solo fue reinterpretado desde la perspectiva del mundo académico a lo
largo de la segunda mitad del siglo XX, mas nunca por el público español del Siglo de
Oro, ni tampoco por el contemporáneo, pese al puntual éxito de la puesta en escena
de ​La gran sultana en 1992 de Adolfo Marsillach. El explícito rechazo del público
ovetense de 1884 a la publicación de ​La Regenta induce a su autor a escribir una
obra tan particular como ​Su único hijo​, que nunca logró recuperar el desafecto
perdido por parte de sus contemporáneos vetustenses. A Flaubert se le abre un
proceso judicial como consecuencia de la inmoralidad de su ​Madame Bobary.
Sin duda alguna la censura es una de las figuras más explícitas de la libertad literaria
ablativa. La censura de autores, de obras, de lectores y de intérpretes, con el fin de
asegurar un determinado tercer mundo semántico, es una realidad más o menos
presente en todo tiempo y lugar literarios. Un hecho ha de quedar claro: la censura la
ejerce siempre el intérprete o transductor, es decir, aquel ser humano que, como
agente literario, actúa como sujeto operatorio en nombre de una institución política
(Estado, Universidad, Academia…), o de un gremio o grupo social (​lobby,​ etnocracia,
partido político, orden religiosa, secta, grupo de investigación, revista científica o
académica, etc…), que le faculta o le autoriza oficialmente a ejercer la censura, y que
pone a su disposición los medios materiales y formales para llevarla a cabo.
En suma, la censura es una práctica que puede funcionar como un atributo del lector
—quien interpreta para sí—, o como un “derecho” del intérprete o una “exigencia” del
transductor —quien interpreta para los demás—, esto es, de un censor dotado de
competencias propias y específicas por una sociedad política estatalmente articulada
e ideológicamente definida. En consecuencia, la censura es la supresión objetiva de
Ideas y Conceptos que los seres humanos se imponen entre sí, según el grado de
poder (política) y de saber (sofística) que detenten en sus relaciones sociales e
históricas, y de acuerdo con un sistema normativo ideológicamente codificado.

La práctica de la censura institucional se sitúa en el sector normativo del eje


pragmático del espacio estético. Pero además de la ​censura normativa o
institucional, esto es, la ejercida por entidades políticas, estatales, o institucionales,
del tipo que sea, cabe hablar de una ​censura autológica,​ que es la que el ser humano
se impone a sí mismo —comúnmente llamada autocensura—, y de una ​censura
dialógica​, que es la que el grupo, el gremio, o cualquier sociedad gentilicia, impone
moralmente al individuo en ella integrado. Así pues, cabe hablar de tres tipos de
censura, según la ejerza el individuo sobre sí mismo (​censura autológica o
autocensura), el grupo sobre el individuo (​censura dialógica​), y una institución
política (o académica), cuya máxima expresión es el Estado, en las sociedades
políticas (o la Universidad, en las sociedades académicas), sobre el individuo
(​censura normativa o canónica). La primera es una censura psicológica, la segunda
es una censura gregaria, y la tercera es una censura política. Ningún ser humano
puede vivir al margen de estas tres formas de censura.
Pongamos un ejemplo de censura normativa o institucional, el que afectó a la
interdicción de ​La saga/fuga de J.B. de Gonzalo Torrente Ballester. El 12 de junio de
1972, en edición impresa, se presentó la novela a la censura para su examen. El
resultado se tramita al día siguiente, 13 de junio, y reza de esta manera:

En suma, libertad genitiva es la libertad de que disponen autores, lectores e


intérpretes a la hora de actuar y relacionarse entre sí y con las obras literarias.
Libertad dativa sería la que esos mismos agentes literarios d ​ esarrollan para
conseguir tales o cuales logros materiales. Por último, libertad ablativa será aquella
que limita las libertades genitiva y dativa de los objetos y sujetos literarios, es decir,
la libertad que contrarresta las acciones (desde el punto de vista de su grado de
posibilidad, conocimiento y volición) y los objetivos de los agentes y materiales de la
literatura​. Sólo cuando se proyecta una acción (libertad dativa) de la que el sujeto se
siente capaz (libertad genitiva) se podrá advertir con precisión las trabas que
impiden ejercerla (libertada ablativa). Incluso cabe hablar de tales obstáculos, es
decir, de la ablación de la libertad, como de un despliegue de dificultades objetivas
que ​se ​objetivan precisamente por el hecho mismo de ejercer la libertad (genitiva)
con fines prolépticos o intencionales (dativa). Es, pues, evidente, que la libertad
ablativa se manifiesta en el proceso de vencer o dominar las trabas y dificultades
inherentes a todo ejercicio de libertad, el cual, al brotar del sujeto y pretender fines
objetivos, califico respectivamente de genitivo y de dativo. Si la libertad (genitiva) de
un individuo nos impide hacer lo que las leyes nos permiten (es decir, amenaza
nuestra propia libertad genitiva), podremos resistirla contando con la ayuda del
Estado, el cual en este caso ejercerá para nosotros una libertad dativa, y para el
individuo que nos oprime una libertad ablativa. En consecuencia, en las sociedades
civilizadas no cabe hablar propiamente de Libertad al margen del Estado. Es obvio
que el Estado libera (dativamente) al ser humano de las amenazas que serían
inevitables en el “estado de la Naturaleza”, y que de forma simultánea le impone
(ablativamente) unos límites que recortan y organizan sus formas de conducta, de tal
forma que el resultado es un sistema de deberes y derechos objetivados en un
ordenamiento jurídico. Todo lo cual supone una Razón social y política de ser, es
decir, una educación, un Estado y un gobierno ​libremente elegido, es decir, una
Democracia, fuera de la cual no cabe, en rigor, hablar de libertad política. La
Literatura no puede existir sin libertad, lo que equivale a afirmar que la Literatura no
puede existir, al igual que tampoco el ser humano, al margen del Estado.

Esquema:

Página 1:

Título: La configuración de la libertad como un acto discursivo en ​Se acabó el tiempo ​de
Manuel Corleto.

Resumen:

Abstract (Resumuen en ingles)

Palabras clave: Libertad, Acto de habla, Discurso, Manuel, Corleto, Interacción, Poder.

Página dos para adelante:

Introducción

Subtítulo uno: La libertad como la acción inconmensurable: Analizar e interpretar la libertad


como un acto de habla - que configura el discurso- que es incalificable y cómo afecta a otros
elementos a través de las configuraciones de libertad de Jesús. G maestro.
Subtitulo dos: La libertad la acción que destruye la interacción: Analizar como la libertad
acaba con las relaciones de poder dentro de una sociedad, establecidas en base a la teoría
de interacción de dolezel.

Conclusiones:

Bibliografía:

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