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“La virtud, o más bien las virtudes (pues hay varias, y no podrían reunirse todas
en una sola ni contentarnos sólo con una de ellas) son nuestros valores morales, si se
quiere, pero encarnados en la medida de lo posible, vividos, en acto…” (Comte-
Sponville, 2005:14)
La virtud ética. Es el ejercicio de los valores éticos viviendo una vida moral en
equilibrio, conquistando las áreas viciosas de nuestra personalidad,
sometiendo nuestras pasiones y actuando cada día sin excesos, pero sin
ausencia de valor.
La virtud ética es un acto y se muestra en hábitos.
“Es necesario no conformarse, como hemos hecho hasta ahora, con afirmar que
la virtud es un hábito o forma de ser, sino que es necesario afirmar también de
manera específica cuál es esta forma de ser.
[…] todo hombre instruido y racional hará esfuerzos por evitar los excesos de
toda clase, ya sean en más, ya sean en menos; tan sólo debe ir en busca del justo
medio y preferirlo a los extremos. Pero éste no es sencillamente el medio de la cosa
misma, sino que es el medio con relación a nosotros.
Me refiero aquí a la virtud moral, puesto que ella es la que involucra a las
pasiones y a los actos del hombre, y es en nuestros actos y en nuestras pasiones donde
se producen ora el exceso, ora el defecto, ora el justo medio. Como, por ejemplo, en
Con las pasiones sucede absolutamente lo mismo que los actos: pueden fallar
por exceso o por defecto, o dar con el justo medio. Pero consideremos que en las
pasiones y en los actos es donde se manifiesta la virtud, y para las pasiones y los actos
el exceso en abundancia es una falla; el exceso en carencia es asimismo censurable;
solamente el término medio es digno de alabanza, porque sólo él se encuentra en la
exacta y justa medida, y estas dos condiciones constituyen el privilegio de la virtud.
De modo tal que la virtud es una especie de medio ya que el medio es el fin que ella
busca constantemente.
Puede resultarnos fácil entender que la ausencia de una virtud es un defecto, pero
más complejo de comprender resulta que un exceso de virtud también lo sea.
Podríamos pensar que no debíamos tener límites para el amor, para la veracidad, para
la justicia. La idea que quiere expresar Aristóteles es que, al salirnos de la línea de
equilibrio hacemos un uso incorrecto de lo que antes llamábamos virtud, y ese uso
incorrecto es lo que convierte a ese exceso en ausencia de virtud.
Por ejemplo, la confianza significa “tener fe en algo o alguien”, es una virtud que
solemos aplicar teniendo fe en las personas, en nuestras amistades y en nuestras
relaciones. La confianza es la virtud y se encuentra en el equilibrio; en el extremo de
carencia se encuentran, por ejemplo, muchas formas de suspicacia: sospechar
constantemente de los demás, de sus palabras y sus intenciones. Algunas personas,
con poco desarrollo de la confianza, son suspicaces hasta con las personas que les han
demostrado ser confiables toda una vida, son suspicaces inclusive cuando existe la
evidencia científica de un hecho, del cual siguen dudando todavía. En el extremo
opuesto de la carencia, en el exceso de confianza, se encuentran variadas formas de la
ingenuidad, como un uso irracional de la confianza: confiar en momentos en que no
corresponde hacerlo. Para el caso, usted puede confiar en que su pareja es leal con
usted, usted le otorgará su confianza porque usted está en equilibrio en su virtud. Pero
usted se vuelve suspicaz cuando sospecha –infundadamente- de sus acciones y
movimientos en todo momento y lugar, cuando le corroen los celos ¡incluso por que se
encuentre pensativa!, duda todo el tiempo de su fidelidad sin contar con indicios para
ello. Pero en el lado contrario, también pierde la virtud de la confianza siendo ingenuo
cuando ha tenido evidencias tangibles de su infidelidad y sigue confiando en que su
pareja será leal manteniendo como amistades a sus amantes.
Desde luego, esta misma posición aristotélica se aplica respecto al resto de las
virtudes éticas como, por ejemplo:
Así como estos ejemplos, podríamos extendernos con cada una de las virtudes,
que no es el caso por ahora, aunque valdría mucho el esfuerzo personal de cada quien
si acometiera esta tarea para hacer más exquisito este aprendizaje.
Para aplicar esta enseñanza que nos deja Aristóteles, y cultivar la virtud hasta su
excelencia (areté) habría que revisar, sensata y concienzudamente, cuál es la virtud que
hay que aplicar en cada situación de la vida. Es por ello que él distingue entre las
virtudes éticas –como los ejemplos revisados- y las virtudes dianoéticas –sabiduría y
prudencia-. Toda virtud ética va a aparejada con la virtud dianoética, de otro modo no
podría haber sido tal.
Resumiendo, cada virtud tiene un campo de acción y cuando aplica uno la virtud
fuera de ese campo de acción ésta se vuelve un defecto, por falta de conciencia. Si su
hijito está jugando con su dedito, tratando de insertarlo en la toma de corriente
eléctrica, usted tiene que aplicar la disciplina y llamarlo con firmeza, darle una orden
severa. Si usted se comporta amoroso y bonachón envía un mensaje poco claro y puede
generar que, en un descuido su hijo se electrocute. Su inconsciencia y candidez tendría
las más graves consecuencias. El campo de acción en ese momento no debía ser la
dulzura o ternura, tenía que ser el rigor. Pero si su hijo ya creció, y está inaugurando su
adolescencia sufriendo el término de su noviazgo, tratarlo con rigor seguramente sería
una opción insensata, pues la dulzura y el cariño otorgarán mejores resultados para
tratar la dolorosa situación.
Distinguir cuál es la virtud que debe estar en juego en cada momento no puede
ser un criterio acomodaticio, a conveniencia de nuestros intereses ególatras, debe
primar la sabiduría y el discernimiento ético, pues no se trata de ver qué es lo que nos
conviene, sino qué es lo más adecuado, virtuoso y justo en cada caso y en cada
momento: actuar con criterios sabios.
Bibliografía
Vázquez Castillo, H. M. (2019). La teoría de la virtud de Aristóteles. (2ª ed.). Manuscrito inédito,
Academia de Posgrados, Universidad Albert Einstein, México.
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