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La atención mutua que la danza y la filosofía se han prestado desde principios del siglo XX, solo muy
difícilmente podrá recuperar la gran deuda existente en este ámbito. Puesto que durante mucho tiempo,
la danza estuvo en gran medida ausente de la estética, la teoría artística y la filosofía. Y esto, además,
siendo el movimiento una cuestión eminentemente filosófica. Al fin y al cabo, es la capacidad de
movimiento, de auto movimiento, lo que diferencia de manera esencial lo vivo y orgánico de lo no
orgánico e inanimado. Si el movimiento se declara como fundamento de una manifestación artística,
como lo ha hecho el modernismo, entonces aflora la pregunta sobre la esencia del movimiento.
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El antagonismo entre forma y movimiento, ese movimiento contra el pensamiento estático e
impregnado de concepto, como el que emerge en la danza, es el punto ciego de la filosofía. El
movimiento siempre se aparta de su propia afirmación, la que al mismo tiempo siempre es reafirmada
cada vez que éste se realiza: alejándose de la afirmación de la forma. ¿Pero como podría haber un
encuentro entre la mente y algo tan procesual, performativo e indeterminado como el movimiento?
¿Cómo se puede llegar a un concepto certero, cómo se puede llegar desde el objeto de contemplación a
su comprensión?
El acento en el ahora
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En todo caso, lo estático y permanente de los conceptos no puede captar por sí solo lo que se mueve,
menos lo que se mueve vivamente. Por ello, el antropólogo Helmuth Plessner desarrolló una nueva
teoría que intenta oponer el devenir y el proceso de lo vivo a la generalidad ontológica. En su obra
fundamental Die Stufen des Organischen und der Mensch (Las etapas de lo orgánico y del ser humano
(1928), el autor despliega un complejo análisis del devenir y el cambio, como una condición necesaria
para la forma viva, según el cual, el ser de una cosa está "esencialmente destinado a la transición hacia
nuevos estados". Y a esa "transición pura", Plessner se refiere, como si hablara de la danza: sería "el
devenir, aquella unión del todavía no y del ya no más", que "carece aún de la acentuación en el ahora".
Para esa "acentuación en el ahora", se ha generalizado desde hace algún tiempo el concepto de lo
performativo. Pero lo performativo no es solo el proceso vital o la danza, sino la sociedad por
antonomasia. Solo en el hacer se realiza el potencial del saber o del poder. Por lo mismo, el
conocimiento ya no puede ser definido en primer término como lógico o categorial, sino como
dinámico: conocimiento en el momento. No es casual que la adaptación de situaciones a modalidades
de conocimiento y, al revés, de modalidades de conocimiento a situaciones se haya transformado en
una preocupación central del quehacer de la danza contemporánea.
Ventaja de la danza
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De esta manera, la danza está en ventaja frente a la Filosofía como constata Véronique Fabri en su
estudio Danse et philosophie: une pensée en construction (Danza y Filosofía: un pensamiento en
construcción, 2007). Puesto que en el contexto de la nueva filosofía, vale poner la mirada en la
construcción que constituye una unidad a partir de elementos dispares sin exigirle un valor de
eternidad; se trata de una "construcción que funciona sin sistema". La danza no persigue la obra en
sentido material, como artefacto reproducible y duradero, sino, como "aquello que auténticamente se
trasforma [...] y se abre a todas las transformaciones posibles."“
Quizá por ello el resultado final de la danza es tan a menudo desatendido. Puesto que sus obras no son
tales y sus revelaciones solo provisionales; pero su potencialidad es superior a todo concepto. Y los
cuerpos también.
Franz Anton Cramer
es investigador en danza y periodista. Desde 2007 dirige el área de proyectos "Kulturerbe
Tanz/Patrimonio danza" para Tanzplan Deutschland.
internet-redaktion@goethe.de