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PRESENTADO A:
OBED GÓNGORA
2019
ADORANDO DE VERDAD
Esa ignorancia es muy grave si tomamos en cuenta que el Señor puede ser
adorado en vano (Mt. 15:8-9) e incluso ser profundamente ofendido con nuestra
adoración; como nos enseña la historia bíblica en los casos de Nadab y Abiú, de
Uza o de Saúl, entre otros.
¿Cómo es ese Dios al cual adoramos y qué significa adorarle? ¿Podemos suponer
que cada cristiano debe determinar el qué y el cómo de la adoración confiando en
alguna especie de “intuición espiritual”? En la Palabra de Dios encontramos
enseñanza clara y explícita sobre la adoración para que no tengamos que
depender de nosotros mismos.
Hay dos palabras hebreas que son las que se usan más frecuentemente para
hablar de la adoración en el AT. La primera es abodah la cual señala el servicio
que rinde un esclavo (del hebreo ebed). Esta es la palabra que se usa en Éxodo
1:14 para hablar de la dura servidumbre a la que estaban sometidos los israelitas
en Egipto, y es la que se usa invariablemente en el Pentateuco para el servicio en
el santuario. Así que en el meollo de esta palabra está la idea del servicio sumiso
que rinde un vasallo a su soberano.
No obstante, hay una diferencia fundamental entre el servicio que los israelitas
debían llevar a cabo en Egipto cuando eran esclavos de Faraón y el servicio que
los sacerdotes y levitas rendían a Dios en el santuario. En la época antiguo
testamentaria había dos clases de siervos o esclavos: los que servían por
obligación y los que lo hacían voluntariamente. Estos últimos eran aquellos que,
habiendo cumplido sus seis años de esclavitud, decidían quedarse con sus amos
(Ex. 21:5-6). Éste es el tipo de servicio que los creyentes ofrecen a Dios al
adorarle, un servicio voluntario; pero no podemos olvidar que esta palabra indica
el servicio sumiso que el vasallo rinde a su señor.
Los que tradujeron el AT del hebreo al griego en el segundo siglo a.C., la versión
que conocemos como la LXX, usaron dos palabras griegas para traducir abodah y
que luego fueron usadas por los escritores del NT. Una es latría y su forma verbal
latrevo, la cual era usada en el idioma griego para señalar cualquier tipo de
servicio, como por ejemplo el servicio de una madre que cuida de sus hijos. Esta
es la palabra que Pablo usa en Romanos 12:1 para resaltar el servicio que los
cristianos rinden a Dios al presentar sus cuerpos en sacrificio vivo.
Pero al mismo tiempo debe ser una adoración gozosa porque reconoce la realidad
del perdón y la nueva relación que ahora tenemos con Dios por causa de Cristo.
LA VERDAD HECHA PERSONA (Jn. 1:47)
Jesús cuando se encontró con Natanael lo definió como “un verdadero israelita en
quien no hay falsedad”. La cara contrapuesta es encontrarnos con personas que
engañan y mienten (Jn. 2: 23-25).
Vivimos tiempos donde muchas veces parece que las cosas están fuera de
control. Hay voces de todo tipo, ya sean de políticos, religiosos, periodistas,
educadores, profesionales y muchos más. La información que recibimos, como la
manipulación de la misma; la falta de veracidad en los ámbitos del poder crea
confusión, luchas y distorsión de la realidad. Lo realmente cierto es que la
pobreza, inseguridad y la pérdida de valores nos golpean a diario. No se mira lo
que hay que ver. La gente se encuentra como ovejas sin pastor (Ez. 34:1-6), (Mc.
6:34).
El salmo 12 nos habla de personas de labios lisonjeros, que no han sido fieles y
sinceros. Gente que vive con doblez y mentira (Sal 12:1-2). Por lo general son
personas que dicen una cosa con su mente y sus labios, pero en su corazón
tienen otra cosa. Son aquellas personas que tienen un discurso oficial pero no
real. Según las circunstancias, la palabra puede jugar determinado papel para
engañar al prójimo. La palabra de los mentirosos inventa y deforma la realidad.
Muchos tienen un poder de confusión. Con la mentira nos engañamos a nosotros
mismos y al prójimo.
Implica vivir una vida de amor (Ef. 5:2). El apóstol Pablo escribe: “El amor es el
cumplimiento de la ley” (Ro. 13:8). “El hombre nuevo es el hombre que ama, el
que ha sido libertado para una existencia creadora al servicio de los demás”. “El
amor se define como la inquebrantable disposición a acudir al “servicio” del otro,
sin preguntarse quién es ni si tiene culpa, sino considerando su necesidad. Para
ser más precisos, no se trata simplemente de ofrecer un servicio o una ayuda, sino
de la entrega de uno mismo, de una total solidaridad que no repara en el costo”.
Nuestra esperanza y oración es la misma que la del salmista: “Tú, Señor, nos
protegerás; tú siempre nos defenderás de esa gente, aun cuando los malvados
sigan merodeando, y la maldad sea exaltada en este mundo” (Sal. 12:7). Ante la
injusticia Dios nos dice: “Voy ahora a levantarme, y pondré a salvo a los oprimidos,
pues al pobre se le oprime, y el necesitado se queja” (Sal. 12:5). “Porque él no
desprecia ni tiene en poco el sufrimiento del pobre; no esconde de él su rostro,
sino que lo escucha cuando a él clama” (Sal. 22:24).
Finalmente, nuestro horizonte exige una respuesta y compromiso. Tiene que ver
con la necesidad de las naciones. El salmo 22 es el salmo de la cruz que retrata la
realidad humana con total crudeza en medio de sus quejas y un lamento
descarnado. En este contexto es interesante observar que se contempla la
necesidad de las naciones. Se menciona con sentido profético a las etnias: “Se
acordarán del Señor y se volverán a Él todos los confines de la tierra; ante Él se
postrarán todas las familias de las naciones, porque del Señor es el reino; Él
gobierna sobre las naciones” (Sal. 22:27-28).
Hay una preocupación por la gente que habita en ellas. En medio de una situación
donde no hay estabilidad, tranquilidad y prosperidad, el salmista nos propone que
se puede y se debe proclamar un mensaje de esperanza. Implica construir una
realidad diferente. Dios es el que da vida a las naciones. El sufrimiento y el dolor
pueden convertirse en canales significativos para llevar a cabo una tarea
misionera. Será un testimonio poderoso donde Dios puede y quiere obrar en
medio de ese contexto. Nuestro desafío como creyentes en Jesucristo es cumplir
nuestras promesas, “…ante los que te temen cumpliré mis promesas” (Sal. 22:25).
Natanael podría llegar a un verdadero conocimiento de Jesús si lo buscaba con
corazón, sinceridad, sin doblez o engaño. Quizás estaría meditando y orando
debajo de una higuera (Jn.1:48). Nosotros al igual que Natanael somos desafiados
por el Señor (Jn. 1:50), para estar en su seguimiento y vivir con integridad. Tal vez
Jesús nos diga: “Aquí tienen a una verdadera persona, en quien no hay falsedad”.
Que Dios nos ayude en esto.
RESPIRANDO POR GRACIA
Para muchas personas la vida ha sido injusta con ellas, porque lo que han sufrido,
según ellas, no lo han merecido; y lo bueno que sí merecen, no se les ha
otorgado. Gran parte de la humanidad vive engañándose a sí misma creyendo que
son dignas de mérito alguno; incluso hay quienes día a día se esfuerzan
trabajando duro y sacrificando muchas cosas para merecer algo mejor de lo que
ya tienen.
También hay otra palabra que es “mérito”, de la cual se dice que es la acción o
conducta que hace a una persona digna de premio o alabanza, o derecho a
reconocimiento debido a las acciones o cualidades de una persona. Después de
realizar este estudio y profundizar en la Palabra de Dios me di cuenta que la
palabra “mérito” ni siquiera debería existir, porque toda ella le atribuye gloria al
hombre y no a Dios.
Es por esta misma razón que todo creyente debe ser muy consciente de esta gran
verdad, teniendo en cuenta que la razón de todo lo que tiene y lo que no tiene, es
Dios.
Empezaremos por decir que el hombre no merece absolutamente nada bueno, por
la sencilla razón de que él no hace nada. Es Dios quien hace todo por el hombre
capacitándolo de fuerza y de inteligencia para que pueda cumplir con sus
actividades diarias y sin la intervención de la providencia de Dios, el hombre no
podría si quiera hacer algo.
Lo primero que el Señor les recuerda y con lo cual a su vez los confronta, es que
era Él, Dios, quien iría al frente de ellos, superando cada obstáculo y peleando
cada batalla que enfrentarían. Realmente es Dios quien lucha por nosotros. Cada
problema y cada dificultad por la que pasamos, se convierten en eso; batallas y
obstáculos que muchas veces nos hacen dudar del poder de Dios.
El pueblo de Israel tenía una tarea humanamente imposible (Dt. 9:1-2). Debían
cruzar el río Jordán que para esa época se desbordaba (Jos. 3:14-17); tenían que
pelear contra naciones más numerosas y más poderosas que ellos; tenían que
entrar a conquistar ciudades grandes con murallas que llegaban hasta el cielo y
por último, debían enfrentar a hombres más altos y más fuertes que ellos. Así es
como el Señor muestra su poder y su gloria. Y así es como lo ha venido haciendo
desde que el hombre fue creado por Él. ¿Qué puede merecer el hombre que sea
bueno, si es Dios quien hace todo por él?
Ningún hombre sobre la faz de la tierra merece algo bueno, debido a que todo
hombre está incapacitado por sí mismo para hacer algo bueno que merezca algo
bueno. La única forma de hacer algo bueno es por medio de la obra del Espíritu
Santo quien nos capacita para hacer buenas obras; y nuevamente vemos a Dios
detrás de todo. Sin Dios el hombre no puede hacer nada bueno (Rom. 3:12).
Lo otro, es que a pesar de ser alcanzados por el Señor, aún seguimos pecando,
porque aún tenemos la naturaleza pecaminosa; pues hemos sido librados del
poder del pecado mas no de la presencia del pecado (Ecl. 7:20).
Si todo esto te ha parecido fuerte y complicado de asimilar, no porque no sea
entendible, sino por la dureza de la misma verdad, entonces lo que viene a
continuación te parecerá inconcebible.
El hombre no merece ni la vida misma. Nadie pudo haber hecho algo bueno que
mereciera recibir la vida, ya que nadie existía antes de ser concebido. Si
existimos, si fuimos creados y formados no es por mérito alguno de nosotros; la
razón nuevamente es Dios (Is. 43:7). Todo lo que existe, incluyéndonos, es para
gloria y honra de Dios. Es por esto, que si estás respirando, no es porque lo
merezcas; es por gracia.