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Ya he advertido reiteradamente la inclusión indispensable de estas referencias económicas en

el tema que se está

tratando, y ésta es una de ellas.

Ya se ha hablado de la permeabilidad de la alta clase porteña que mantiene el control de la


Sociedad Rural. José

Luis Imaz (Op. Cit.) nos revela cómo la Generación del 80 frustró sus posibilidades de burguesía
expansiva en la constitución

de una sociedad de ricos dependientes. Pero se trata de los hechos visibles correspondientes a
momentos críticos de la

economía.

Más profundo y permanente es el proceso realizado a través de la imposición de pautas de


prestigio social que van

incorporando las nuevas promociones enriquecidas a la alta clase, disciplinándolas como


consecuencia a la política de los

propietarios de la tierra, tal vez sustituyendo, simplemente, a los tronados con los nuevos.
También se ha visto cómo la

Sociedad Rural es el instrumento de esta captación desde la calidad social se obtiene, como se
ha dicho, llevando el toro del

ronzal. El método es además paulatino y evita bruscas transiciones en el ascenso. La condición


de estanciero, cabañero, no

se adquiere en un día; requiere un lento aprendizaje en que se va haciendo también el


aprendizaje del estilo y las pautas de

la sociedad a que los nuevos aspiran a acceder.

Imaz, estudiando la composición de los dirigentes de la Sociedad Rural, clasifica seis grupos
que marcan el proceso

histórico de incorporación a la Sociedad Rural y que termina por ser el de la incorporación a la


alta clase.

a) El elenco estable tradicional constituido por los propietarios de más antigua data; b) los que
ascienden desde la

inmigración radicada en la provincia de Buenos Aires (Galli, Campion, Duggan, Harriet, Genoud,
etc.); c) estancieros

regionales de la provincia de Buenos Aires, pero de menor resonancia; d) los provenientes de la


industria, el transporte y
servicios (Fano, Mihanovich); f) profesionales, especialmente abogados (Busso, Satanovsky).

Imaz señala la particularidad para los dos grupos últimos, en los que la actividad rural es nueva.
En los otros casos,

las actividades iniciales de los fundadores de las familias, en su totalidad inmigrantes, han
estado directa o indirectamente

vinculados al campo. Los dos últimos casos ya señalan concretamente la desviación de la


burguesía hacia actividades rurales

y marcan los puntos de partida más lejano de la peligrosa desviación para el desarrollo
capitalista del país, que entraña el

hecho de que a medida que el capitalismo nacional se consolida, abandone su camino de


promoción de la potencia para

enquistarse y ponerse al servicio de su condición dependiente.

Respecto de todos estos grupos que ya han adquirido status, Imaz dice que ya están
identificados como miembros

de la clase alta, a pesar del origen diferente; en el primero la situación está dada por la
antigüedad en la propiedad de la

tierra; en los demás el reconocimiento proviene de otras constantes, y las señala:

Habiendo sus padres adquirido campo, tras haber recibido en Buenos Aires una educación
primaria y secundaria

"que se debe", si han sido profesionales —abogados -mejor— y mantenido y acrecentado sus
relaciones, si han aceptado y

compartido las pautas del grupo -más prestigioso tras frecuentar determinados círculos,
pueden obtener un reconocimiento

en paridad.

Una vez ocurrido, todas las diferencias están borradas. E inconscientemente la propiedad de
sus tierras se retrotrae

a épocas anteriores a las reales. De ahí la confusión; "buscadores de prestigio", terminan por
ser identificados con la

aristocracia tradicional.

Al ser asimilados y reconocidos, se les crea una nueva mentalidad de "status" y siendo su
empeño mayor,

poseyendo como todas las burguesías en ascenso fortuna para dedicarla al lujo ostensible,
culminan su ascenso como
cabañeros. Es ahí precisamente donde se produce la identificación en el más alto grado.
Reconocidos dentro del grupo,

buscan sobre todo ser reconocidos por los que están, fuera del grupo. Al pasar a compartir
ciertas pautas de las familias

tradicionales —en cuya elaboración no intervinieron, creen en ella con la fe de los conversos, y
tanto más desean

exteriorizarlas cuanto más ajeno fue su origen.

Me contaba un industrial lo que le ocurrió con un colega suyo, ya novísimo y poderoso


estanciero. En una reunión

de empresarios, este personaje insistía constantemente en hablar de los "negros",


terminología completamente extraña a su

nivel industrial; parecía obsesionado con un tema que ya está normalizado en la actividad
empresaria, desde que no hay

cuestiones con los trabajadores aislados y todos los problemas se resuelven a nivel Sindicato-
Empresa-Secretaría de

Trabajo. El industrial del cuento tiene más de mil obreros y sus oyentes creían que se refería a
ellos, cuando descubrieron

que estaba hablando de los seis o siete peones que tiene en el campo; entonces todos sus
oyentes soltaron la carcajada, tan

visible era que se inventaba el mínimo problema para ponerse a tono con las pautas nuevas, a
que creía obligarlo su

condición de ganadero.

Del mismo calibre es otro que cree repetir las pautas, haciendo que cuando llega a la estancia,
lo reciba todo el

personal, como ha visto en alguna película inglesa. Conozco otro, que al serme presentado, me
dio tres tarjetas,

correspondiente cada una a la dirección de sus respectivas estancias. Este es un ex empleado


de banco y las estancias son

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LA BÚSQUEDA DEL PRESTIGIO Y EL MEDIO PELO

El motor que dinamiza a la gente del "medio pelo" es la búsqueda del prestigio.
Desde que Vance Packard popularizó la terminología en su análisis de la sociedad

norteamericana, ésta se suele emplear un poco peyorativamente, de lo que resulta que la

búsqueda de prestigio acarrea desprestigio.

En mi análisis "medio pelo" quiero dejar aclarado que no es el hecho de la búsqueda de

prestigio lo que motiva el ridículo de su equívoca situación.

Este surge en el caso de que la búsqueda no tiende a la afirmación de la personalidad

de sus componentes que aspiran a un positivo status de ascenso; nace de la simulación de

situaciones falsas que obligan a ocultar la propia realidad de los componentes (en unos, la

deficiente situación económica; en otros, la carencia de los elementos culturales que

caracterizan el status imitado) y de la consiguiente adopción de pautas pertenecientes a otro

grupo en que pretenden integrarse.

No es ni más ni menos que la situación pintada por Lucio López en "La gran aldea"

(Ed. La Nación - 1909) al describir un baile de negros: "esos snobs de medio pelo son
codiciados

de la mujer. Para datos más precisos vive en Pergamino, pero descuento que dentro de poco se
enterrará en la avenida del

Libertador, si no me lee a tiempo.

Esto no quiere decir que a la larga no resulten buenos estancieros. Recuerdo que, hace años,
viajando a Lincoln,

me senté en el comedor con dos panaderos amigos del pago. En seguida ocupó el asiento
vacante un joven minuciosamente

vestido de ganadero: botas de polo, breeches impecables, etc., etc.; lo que en el fútbol se llama
un Gath y Chaves, como ya

se sabe, siempre resulta un "pata dura".

Mis compañeros lo "calaron" enseguida y empezaron a tirarle de la lengua. Entró a hablar de la


estancia, no

dejando ostentación ni disparate por decir. Era el hijo de un comerciante poderoso y bajó, muy
ufano, en una estación del

trayecto.

No había terminado de descender, cuando mis amigos "le bajaron la caña" con su jocoso
comentario de vieja clase
y de "entendidos". Tres o cuatro años después, me encontré con los dos estancieros, en otro
tren, y ahora se les llenaba la

boca hablando de la eficiencia de aquel Gath y Chaves como productor, que ahora era su
maestro. Se quedaron azorados

cuando les recordé el episodio anterior.

Es que el burgués incorpora a la producción rural su capacidad de innovación y su mentalidad


mucho más moderna

que la de los viejos. Lo recuerdo para que se vea que tengo presente las dos caras de la misma
moneda. Sólo que al país le

hacen más falta como burgueses que como señores, porque la dosis que tenemos de éstos, es
excesiva para nuestra salud

económica.

Siendo yo Presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires y Maroglio Presidente del
Banco Central, me

señaló la conveniencia de no facilitarle recursos a los industriales para la compra de campo; mi


criterio era coincidente, pero

señalé entonces que este nuevo aporte al medio rural, concretándonos exclusivamente a él,
significaba un empuje hacia la

modernización.

Los recuerdos, son como la hilacha del poncho; se tira de una y el poncho se viene detrás en
hebras. Uno último

para terminar.

A un poderoso industrial metalúrgico se le había negado un crédito, el hombre era peronista y


quiso hacer valer la

condición, cosa que no le sirvió; entonces se movió a través del sindicato porque se trataba,
según él, de ampliar la

producción y con ella la ocupación; del sindicato la vieron a Evita y por Evita llegaron, obreros y
patrón, a verlo a Miranda.

Yo presencié la escena: obreros y empresario estaban unidos en la demanda del crédito, hasta
que Miranda, con

aquella agilidad mental y sentido de la oportunidad que tenía, le dijo al empresario: Usted, don
Fulano, es un industrial de
raza; ya lo era su padre y su empresa tiene una larga tradición en la metalurgia. Usted no es un
mercachifle o un comerciante

apresurado metido a industrial, como tantos otros a que el país tiene que recurrir para acelerar
su transformación. Y usted

necesita ese crédito porque ha distraído fondos de su empresa para hacerse estanciero,
presionado por su mujer y sus

hijos... A usted no se lo puede perdonar, precisamente porque es un industrial de veras.

Ahí mismo se acabó la confraternidad obrero-patronal; aquellos se le echaron encima...

Creo que esta anécdota no está demás, aunque sólo sea para comprobar que el asunto lo
silbamos de memoria.

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por el prestigio social que rodea sus nombres". Se trata de los "morenos" que prestan servicio

como ordenanzas en las grandes reparticiones públicas, y que repiten en su propio medio y

ceremoniosamente, los modales que han aprendido mientras están con las bandejas delante
de

sus jefes. Hay aquí esa puntillosidad, esa preocupación por evitar las gafes, ya referida citando

a Mujica Láinez en su "Bomarzo", y que para los Orsini subsistiría aun en esos recién llegados

que son los Farnesios. Entre esos dos extremos, Farnesios y "morenos" ordenanzas, lo que

caracteriza la falsedad de la situación es que no afirma el status propio, sino la falta de uno

auténtico y con sus propias pautas.

La búsqueda del prestigio está consustanciada con

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