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Universidad Externado de Colombia
POLIS
27 DE AGOSTO DE 2015
En un primer periodo, entre los años sesenta y comienzos de los ochenta, las guerrillas
registraron una expansión casi nula y su accionar armado se circunscribió a zonas
rurales apartadas.
En un segundo periodo, entre comienzos de los años ochenta y 2002, la guerrilla tuvo
una vertiginosa expansión territorial que le permitió contar con un dispositivo mediante el
cual rodeó los principales centros político-administrativos del país, sin que su presencia
en zonas petroleras, mineras, de cultivos ilícitos y con importante actividad agropecuaria
se redujera.
En el tercer periodo, que corresponde a los últimos doce años, la violencia desatada por
los grupos paramilitares, por una parte, y la ofensiva de las Fuerzas Militares, por otro
lado, han llevado a las guerrillas a replegarse y disminuir su accionar armado. Los grupos
alzados en armas han tenido un enorme retroceso que hoy se expresa en la imposibilidad
de salir de la situación de repliegue y de aquí su inclinación hacia un escenario de
superación del conflicto mediante la negociación.
En esta primera etapa, entre los años sesenta y setenta, las guerrillas tuvieron una
expansión muy lenta y su accionar armado se circunscribió a zonas rurales apartadas.
El ELN había sido prácticamente diezmado en Anorí (Antioquia), a finales de 1973, en
tanto que las FARC apenas comenzaban a recuperarse de una operación militar en la
que estuvieron a punto de ser aniquiladas al poco tiempo de fundadas[1]. Por su parte,
el EPL mostraba hacia finales de la década un desgaste en su esquema de «guerra
popular prolongada» [2].
En una segunda etapa, a principios de los años ochenta, época en la cual el M-19 tenía
gran protagonismo, las FARC y el ELN empezaron a registrar una muy fuerte expansión
territorial. En este cambio, que comúnmente se ha atribuido al proceso de paz llevado a
cabo en la administración de Belisario Betancur (1982-1986), tuvo que ver la adopción
por parte de la guerrilla de nuevas estrategias y la disponibilidad de los recursos para
implementarlas.
Las acciones armadas que las guerrillas venían realizando en forma conjunta empezaron
a disminuir en los primeros años de la década de los noventa, lo cual puso de presente
la pérdida de importancia de la CGSB en el campo militar. Sumado a lo anterior, la
desmovilización del M-19, el EPL, el Quintín Lame y el PRT hizo que las FARC tuvieran
el predominio frente al ELN en el escenario de la confrontación.
Tal como se puede apreciar más adelante (gráfico 1), las FARC registraron su mayor
crecimiento entre 1995 y 2002. En este lapso consolidaron su presencia en el sur del
país y en el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) utilizaron tácticamente las
negociaciones del Caguán para avanzar hacia el Pacífico, escenario donde aumentaron
su protagonismo armado.
Si bien el manejo que las FARC les dieron a las negociaciones del Caguán corresponde
a su viejo anhelo de mostrarse como un «Estado en formación», cabe destacar su gran
incapacidad para aprovechar políticamente el proceso de paz para convocar a la opinión
pública en torno a las transformaciones que pudieran presagiar una evolución hacia el
socialismo (Pécaut, 2008, pp. 61 y 111).
La experiencia del Caguán permitió evidenciar que lo que realmente interesaba a las
FARC era avanzar en su proyecto militar, por lo que las negociaciones de paz se
concibieron como un medio para ampliar su dominio territorial y la oportunidad de
agudizar las contradicciones que condujeran al colapso de las
instituciones.
En cuanto al ELN, que tuvo su mayor crecimiento a partir de 1985, empezó a ser
impactado en los años noventa por los grupos paramilitares o de autodefensa, que poco
a poco consiguieron romper su retaguardia. El grupo guerrillero perdió la hegemonía en
una franja del territorio que abarca desde el nororiente antioqueño hasta el departamento
de Norte de Santander, así como en Barrancabermeja, Cúcuta y Medellín. A lo anterior
se debe agregar la desarticulación de las estructuras urbanas de la Costa y el Valle del
Cauca, así como de los frentes Héroes de las Bananeras y Astolfo González, con
presencia en Magdalena y Urabá, respectivamente, como consecuencia de la
desmovilización de una disidencia en 1994, la Corriente de Renovación Socialista (CRS).
El declive del ELN se comenzó a expresar a partir de 2001 en la reducción del número
de integrantes del grupo armado (gráfico 1). El debilitamiento de esta guerrilla ha sido
resultado no solamente del impacto de las autodefensas, del incremento de la capacidad
ofensiva del Ejército, de los errores en su accionar y de la resistencia en principio a
derivar provecho de los cultivos ilícitos, sino también de la fuerte tensión entre lo político
y lo militar. El estancamiento militar del ELN ha dado paso a una mayor atención a la
actividad política y a una propuesta de paz ligada a mecanismos de participación
social[4].
La decisión del gobierno de Uribe Vélez, en sus dos administraciones, de lograr la derrota
de las FARC, llevó al grupo alzado en armas a retomar los comportamientos propios de
la guerra de guerrillas y a optar por el repliegue y el descenso de su operatividad a escala
nacional. Las FARC optaron por recurrir a estas tácticas para garantizar su
supervivencia, y de aquí la manifiesta prioridad que el grupo guerrillero ha dado a los
corredores estratégicos, las áreas con recursos económicos y las zonas de frontera con
los países vecinos.
Pese a que se han afectado los elementos esenciales que se deben tener para que un
ejército pueda existir y operar, es preciso reconocer que las FARC han podido garantizar
la operatividad de algunas de sus estructuras, mediante la flexibilización y la autonomía,
hasta cierto grado, del comando, control y comunicaciones.
Mediante lo que se ha denominado Plan Renacer, las FARC lograron elevar su accionar
desde el 2009, lo cual contrasta con el descenso registrado en los combates por iniciativa
de las Fuerzas Militares[5]. Ante la contundencia de las operaciones de las Fuerzas
Militares, las FARC han reaccionado incrementando las acciones que requieren muy bajo
esfuerzo en su ejecución, fundamentalmente para aliviar la presión que se ejerce contra
los mandos de la organización. La disminución en los combates no puede interpretarse
como una reducción en la capacidad militar del Estado. Cabe señalar que en los últimos
años ha habido una mayor concentración del esfuerzo militar en los objetivos de alto
valor, por lo que no tiene sustento el planteamiento de que en los últimos años haya
disminuido el esfuerzo militar contra la guerrilla.
A pesar de que en el primer gobierno de Santos hubo un repunte de las acciones de las
FARC, esto ha puesto al descubierto la pérdida de iniciativa militar de la guerrilla, en
lugar de mostrar al grupo irregular fortalecido y reactivado. En efecto, el hecho de utilizar
minas y francotiradores comprueba su actitud de repliegue y de defensa, razón por la
cual no se puede hablar de fortalecimiento y reactivación militar de las FARC si lo que
refleja la situación actual es lo contrario, es decir, la pérdida de capacidad ofensiva del
grupo guerrillero, que trata desesperadamente de garantizar la supervivencia de su
retaguardia.
Las FARC están en su punto históricamente más bajo en acciones de alto esfuerzo
militar, las cuales han desaparecido casi por completo (gráfico 2). Y por otro lado,
recurren principalmente a acciones que demandan muy bajo esfuerzo militar, como la
activación de explosivos, la quema de vehículos y los sabotajes contra la infraestructura.
Este tipo de actos representó el 60 % de la actividad armada de las FARC en 2012,
modus operandi que se ha concentrado en zonas periféricas del país, lejos de los centros
regionales y las ciudades intermedias[6]. No cabe duda de que la negociación que el
gobierno de Santos ha emprendido con las FARC es resultado de lo acontecido durante
esta tercera etapa del conflicto.
Con su reelección, el presidente Santos recibió un mandato para finalizar las
negociaciones de paz abiertas con las FARC, a las que, ahora, se suma el ELN. Si bien
la negociación con este último grupo es un imperativo de paz, sus líderes parecen
empeñados en imponer una negociación sin condiciones, cuando las FARC accedieron
a cumplir protocolos y reglas específicas para iniciar las conversaciones[7]. En todo caso,
Santos tendrá que sacar adelante las negociaciones con estas dos guerrillas para
ponerle fin a un conflicto que ya suma cinco décadas.
Referencias
Aguilera, M. (2006). ELN: entre las armas y la política. En F. Gutiérrez (coord.), Nuestra
guerra sin nombre: transformaciones del conflicto en Colombia (pp. 209-266). Bogotá:
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) y Grupo Editorial
Norma.
Pécaut, D. (2008). Las FARC, ¿una guerrilla sin fin o sin fines? Bogotá: Grupo Editorial
Norma.
Villarraga, Á. & Plazas, N. (1994). Para reconstruir los sueños: una historia del EPL.
Bogotá: Fundación Progresar.
[1] En desarrollo de una operación militar contra un destacamento bajo el mando del
segundo comandante de la organización, Ciro Castaño, quien había avanzado del Tolima
al Quindío, departamento este último donde la guerrilla no tenía ninguna tradición, las
FARC perdieron un elevado número de sus miembros y el 70 % de sus armas (Pécaut,
2008, p. 42).
[2] Los conceptos maoístas sobre guerra popular prolongada, tomando como centro de
gravedad las zonas marginadas para cercar desde el campo las ciudades, implicaban
tomar en la práctica el área rural, no necesariamente las zonas de mayor desarrollo. Así
mismo, se enfatizaba en la idea de formar un ejército de combatientes profesionales
proyectados a convivir y combatir en los grandes centros agroindustriales e incluso en
los grandes centros industriales urbanos.
[4] A partir del 13.º pleno de la organización, celebrado en 1994, se llevó a cabo una de
las primeras discusiones en torno a la paz y en 1996 se planteó la propuesta de la
«Convención Nacional» como una posibilidad de integrar a diversos sectores de la
sociedad en un diálogo nacional de paz. Las manifestaciones y actos hacia la paz, aun
cuando no produjeron resultados, se expresarían en el encuentro de Puerta del Cielo y
los diálogos en Maguncia durante el gobierno de Ernesto Samper, el acuerdo para
obtener una zona de encuentro en el gobierno de Andrés Pastrana y las conversaciones
en La Habana con el gobierno de Álvaro Uribe (Aguilera, 2006, pp. 260-262).
[5] El Plan Renacer comprende los lineamientos de las FARC en su enfrentamiento
contra el Estado en las circunstancias del escenario de guerra. Dentro de estos
lineamientos hay que destacar los siguientes: evitar enfrentamientos directos con las
Fuerzas Militares; recurrir a la siembra de minas antipersona; atacar en tropas pequeñas
para facilitar la huida, y fabricar morteros artesanales.
[6] Según un estudio de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), las acciones de las FARC
se dividen en tres categorías: acciones que demandan alto esfuerzo militar, como
ataques a poblaciones y bases militares; mediano esfuerzo, como hostigamientos y
emboscadas y bajo esfuerzo militar, como ataques contra la infraestructura y la
detonación de explosivos.