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Nota de autor;
Desde la era primitiva, se ha visto cómo aquel homínido1 forjó una nueva forma de
vida, o dicho de otra manera, adoptó por una necesidad misteriosa la respuesta de bajar de los
árboles e ir cruzando los caminos y valles poniéndose en pie (Mosterín, 1941, p.107) , y que
ciertamente ha ido teniendo cambios notables hasta llegar al hombre de hoy, debido a una
necesidad fundamental, la de reencontrarse con su ser, con aquello que lo hizo particular a las
demás especies y organismos. Está bien decir que ha sido todo un conjunto de valores y
cambios, pero ciertamente, todos movidos bajo la evolución y mejora de la especie humana.
Ante una realidad como esta, dice Coreth que el hombre entonces aparece con una
capacidad de “conocimiento de sí mismo y porque el hombre se caracteriza por la conciencia
y la comprensión de sí mismo” (1980, p.31) Siendo así, se evidencia entonces que, ante esta
pregunta, aparece una preocupación de gran nivel en el hombre, y es el considerarse un
misterio, un problema, un enigma. Ciertamente, en este acontecer es donde se manifiesta que
él es el objeto más digno de estudio, pero a veces, pierde la actitud de investigar su ser y su
sentido auténticos (Buber, 1982, p.11)
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Dicho de un primate: Que se caracteriza por su aspecto antropomorfo y por no tener cola, y a cuya familia
pertenecen el hombre y otras especies como el chimpancé, el gorila y el orangután
(https://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=homínido)
Las relaciones, influencers en la pregunta existencial del hombre.
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Momentos de conciencia plena sobre sí son los que llevan a determinar que “el
hombre es comprendido desde el mundo, pero el mundo no es comprendido desde el hombre”
(Buber, 1982, p.25), pues es evidente, que siendo él un enigma para sí, siente que todo lo que
se encuentra a su alrededor sigue siendo también un enigma y un misterio más por resolver.
Se podría decir entonces, que el hombre lo primero que hace es tratar de responderse a sí
mismo qué es y cómo será en otro momento de su existencia. Seguramente, se va notando
una posición de individualismo que llevaría a pensar en que “…también nosotros lo llevamos
todo potencialmente en nosotros” (Buber, 1982, p.33) desconociendo una realidad que más
adelante se verá, la necesidad de tratar y comprender las demás cosas que hacen parte de la
mansión y lugar en la que se vive.
En la antigüedad, por ejemplo, se tenía una concepción tranquila a cerca del concepto
del hombre, pues parecía que él, “poseía una imagen de sí mismo tranquila y nada
problematizadora” (Beorlegui,2009,p.46), con lo que se puede decir, que la preocupación por
este interrogante no se enmarcaba en qué era lo que lo componía, sino más bien, en una
cuestión de por qué existir y para qué.
Por el contrario, como dirá Beorlegui 2009, el hombre actual es considerado para sí
mismo un problema, y se empieza a comprender así, cuando se sitúa en un entorno
desarrollado y problematizado:
Por tanto, entonces, el hombre andará sumergido en una cantidad de preguntas; andará
navegando por el mar de la incertidumbre y quizás de la desilusión por considerarse nada más
y nada menos que un ser misterioso y quizás contradictorio, pues, ha visto que todos los
acontecimientos de su vida han ido cambiando sobremanera y se encuentran hasta el tope de
los interrogantes.
En línea con ello, se puede decir ahora que el hombre es víctima de un invento
reciente, que se halla en vías de desaparecer. Ya Foucault en el año 1971 nos comunicaba el
fúnebre anuncio de que el hombre ha muerto (Beorlegui, 2009, p.40) y seguramente seguirá
muriendo, pues, su concepto ha ido cambiando rotundamente y ya no es considerado como
aquel ser que necesita comunión con otros, sino que en su raciocinio puede delimitar su vida
y su razón de ser.
Pero ante una línea de pensamiento como esta, se podría tener en cuenta que “todo
depende esta vez de saber que la grandeza del hombre surge de su miseria…” (Buber, 1982,
p.33) y precisamente es allí donde a través de los golpes y batallas que va encontrando y
enfrentando la figura del que realmente es la presencia viva de un Absoluto. Es pues, natural
ese temor de atreverse a contradecir y buscar la verdadera sabiduría que lleva al encuentro
definitivo con la propiedad del ser y con aquel sentido enigmático que le da un tinte de
propiedad al hombre porque las variables y factores de la vida van cambiando a la medida en
que él mismo puede indagar y contestar.
Como menciona Buber, 1982, el fuerte individualismo de cada época muestra ahora
que hay una corriente contraria a ello y que le da otro fundamento al existir del hombre, el
colectivismo que es la “última barrera que el hombre ha puesto para perjudicar el encuentro
consigo mismo” p.81. Esto es, que, si el hombre mantenía una preocupación excesiva por
descubrir la respuesta a su interrogante, su pasión y forma de vida individual dejará
lentamente de primar en él, y su vida, tomará otro sentido más común y compartido. Pero
hay un gran problema en este pensamiento de colectivismo e individualidad, pues visto así, el
colectivismo puede convertir al hombre en un instrumento, objeto y herramienta para
convertir otra clase de realidades según conveniencias y estructuras de beneficio, cuando en
realidad lo que importa siempre es dejar que el ‘sujeto’ intervenga con su cualidad por
excelencia, la de ser ‘alguien’ y no simplemente ‘algo’. (Gevaert,2008, p.60)
Es entonces en la sociedad, donde el hombre realmente encuentra su sentido y
fundamento, es en el compartir con los otros donde hace que él descubra su razón de estar y
convivir con otros seres que de una u otra manera le aportan a su crecimiento integral y
racional. “Ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo de la existencia humana: la
relación con los otros sujetos constituye y forma parte de la definición del hombre”
(Gevaert,2008, p.44).
comunión y responder a la llamada que estos hacen para mostrarse como alguien ante otro
sujeto, para cumplir los prototipos de vida y construcción de mundo.
Es fundamental reconocer que, aunque es un hombre que existe con y para los demás
y que fundamenta su existencia en y con ellos, en algún momento, sus relaciones no van a
significar más que crisis y desasosiego en el sentido de que las diferencias y las relaciones
intrapersonales van llevando un derrotero que egocéntricamente va buscando un bien propio
y subjetivo: el de ser en sí y querer llegar a una plenitud.
Dice Edith Stein: “El mundo del hombre es un mundo social, en el que cada uno
desempeña su papel determinado, y frecuentemente incluso más que un papel” (2007, p.35);
con relación a ello, ¿cuál será entonces el papel determinante del hombre participado por lo
Absoluto, y de aquel ser social por naturaleza?
Las relaciones, influencers en la pregunta existencial del hombre.
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Es precisamente, el de saber comportarse con aquellos seres con los que da plenitud a
su existir y caminar, es ser consciente de que a pesar de que tiene un modo de ser propio e
individual, es partidario de que es creador de historia, de cultura y de buenas relaciones. Es
tener en cuenta de que su vida es entonces “una vida en comunidad y un proceso
recíprocamente condicionado” (Stein, 2007, p.36)
Con esta concepción, se dice entonces que el hombre, como creador de cultura “tiene
que hacerse, pues, su mundo, en el que pueda sentirse seguro, como en su casa.” (Beorlegui,
2009, p.410). De esta manera, se entiende pues, que es él quien construye en primer lugar su
integralidad, y en segundo lugar su campo de crecimiento, es decir, el mundo; en
consecuencia, se convierte en un ser que debe actuar ya sea en defensa de sus derechos, o en
responsabilidad con sus deberes para con la sociedad de la que hace parte.
Sin duda alguna, aparece lo que va a terminar de integrar al menos una parte
fundamental del hombre, la libertad. Precisamente, entendida como la “convicción
individualizada que conlleva al ejercicio racional de los pensamientos, no arbitraria, no
insensible de la naturaleza humana, sino como autodeterminación positiva de actuar de una u
otra forma” (Perez, 2012), en otras palabras, como el acto de hacer una u otra cosa bajo el
propio dominio y determinación e incluso, con toda disposición para decidir.
En línea con ello, es pertinente hacer mención del ‘libre albedrío’ como aquel
“proceso que nosotros mismos hemos de realizar y desarrollar activamente y desde nuestro
propio ser” (Coreth, 1980, p.136) para actuar y deliberar qué es aquello que hace bien o
perjudica nuestra existencia. Así, dice Guillén, sabremos que la preocupación del hombre por
definirse y verse cuestionado es por saber que lo único que posee es su vida, que se halla
instalado como ser viviente y que cada experiencia marcará para bien, o para mal, el curso de
su existencia. (2006, p.26)
“El mundo del hombre es un mundo espiritual pluriforme, constituido por personas
individuales y por comunidades, por formas sociales y por obras del espíritu. En él está el
Las relaciones, influencers en la pregunta existencial del hombre.
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Referencias
Beorlegui, C. (2009). Nosotros: urdimbre solidaria y responsable. Bilbao: Editorial Deusto
Buber, M (1982). ¿Qué es el hombre? Bogotá: Editorial Maser
Guillén, G. V. (2006). Pensar sobre nosotros mismos. Bogotá: Editorial San Pablo