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Consulta
FAO/OMS de expertos. (Estudio FAO Alimentación y
Nutrición - 57)
M-80
ISBN 92-5-303621-4
© FAO 1997
Indice
Capítulo 1
Introducción
Conclusiones y recomendaciones generales de la Consulta
Introducción
Conclusiones y recomendaciones generales de la Consulta
Introducción
Los lactantes deberían alimentarse con la leche materna siempre que sea
posible.
Los individuos que llevan a cabo una vida sedentaria no deberían consumir más
del 30 por ciento de su energía en forma de grasas, especialmente si éstas son
ricas en ácidos grasos saturados que proceden fundamentalmente de fuentes
animales.
Los ácidos grasos saturados - láurico, mirístico y palmítico - elevan los niveles de
colesterol y de las lipoproteínas de baja densidad (LDL) en el suero. El ácido
esteárico no eleva los niveles séricos de colesterol o de LDL, aunque presenta
otros efectos sobre la salud, hasta ahora indefinidos. El ácido linoleico,
poliinsaturado, reduce moderadamente los niveles de colesterol y de LDL en el
suero. El ácido oleico, monoinsaturado, presenta un comportamiento neutro
respecto a las LDL, pero incrementa moderadamente el nivel de las lipoproteínas
de alta densidad (HDL). El consumo de colesterol en la alimentación aumenta los
niveles séricos de colesterol y de LDL, pero la magnitud de este aumento es muy
variable.
Los consumidores deberían sustituir con aceites líquidos y grasas blandas (esto
es, aquellas que se mantienen blandas a temperatura ambiente) las grasas duras
(más sólidas a temperatura ambiente), con el fin de reducir tanto los ácidos grasos
saturados como los isómeros en trans de los ácidos grasos insaturados.
Las técnicas de elaboración y refinado que se utilizan para eliminar o reducir las
características negativas de los aceites comestibles también pueden conducir a la
pérdida de varios componentes nutritivamente útiles, como los antioxidantes y los
carotenoides. Sin embargo, los productores pueden minimizar dichas pérdidas
utilizando unas técnicas adecuadas de elaboración, refinado y almacenamiento, y
se les invita a hacerlo así.
A personas en que dicha relación sea superior a 10:1 debería estimularse a que
consuman alimentos ricos en n-3, como hortalizas de hoja verde, legumbres,
pescado, y mariscos.
Acidos grasos
Los ácidos grasos más abundantes presentan cadenas lineales con un número par
de átomos de carbono. Existe un amplio espectro de longitudes de cadena, que
varían entre un ácido graso de la leche con cuatro átomos de carbono, y los ácidos
grasos de algunos aceites de pescado, con 30 átomos de carbono. Son frecuentes
los ácidos grasos con 18 átomos de carbono. Los dobles enlaces situados en la
cadena de carbonos o los sustituyentes de la misma se designan químicamente
asignando al carbono del grupo carboxilo la posición 1. Así, los dobles enlaces del
ácido linoleico le proporcionan el nombre químico sistemático de ácido 9,12-
octadecadienoico. Una abreviatura taquigráfica para designar el ácido linoleico
sería 18:2 (18 átomos de carbono: dos dobles enlaces). Su último doble enlace se
encuentra a seis átomos de carbono del metilo terminal, una característica
importante para algunas enzimas. Este ácido se considera un ácido graso n-6
ó 6 (Figura 2.1). En este informe se utilizará la nomenclatura n-6.
En el Cuadro 2.1 se presenta el nombre común (vulgar), el nombre químico
sistemático y la abreviatura de varios ácidos grasos de la dieta. Los dobles enlaces
de los ácidos grasos están en configuración cis. El primer miembro de la serie n-6
de los ácidos grasos es el ácido linoleico, y el primer miembro de la serie n-3 es el
ácido -linolénico (ácido 9, 12, 15-octadecatrienoico). Los ácidos grasos
poliinsaturados n-6 y n-3 presentan dobles enlaces en cis separados por grupos
metileno. Un doble enlace puede cambiar de configuración cis a
trans (isomerización geométrica), o bien puede desplazarse a otra posición de la
cadena de carbonos (isomerización posicional), según se ilustra en la Figura 2.2.
El perfil de un ácido graso en trans es similar al de un ácido graso saturado. Como
resultado de ésto, los ácidos grasos en transpresentan puntos de fusión más
elevados que sus isómeros en cis. El isómero en trans puede considerarse como
un intermedio entre el ácido graso insaturado en cis original, y un ácido graso
completamente saturado.
CUADRO 2.1
Algunos ácidos grasos de los alimentos
Componentes no glicéridos
La creciente constatación de la importancia de los componentes no glicéridos de
los ácidos grasos, algunas veces denominados «constituyentes menores», obligó a
incluir este tema en la consulta de expertos. Los componentes no glicéridos sólo
son componentes menores en lo que se refiere a su concentración con respecto a
los triacilglicéridos. La nueva información sobre estos constituyentes de las grasas
procede de las mejoras en la capacidad de analizarlos y de los estudios de sus
propiedades.
Los aceites vegetales y los productos elaborados con ellos contienen normalmente
grandes cantidades de tocoferol, especialmente los isómeros , y . Además,
algunos aceites vegetales, especialmente el aceite de palma (Qureshi et al.,1991a)
y el aceite de salvado de arroz (Rogers et al., 1993), son fuentes muy ricas de
tocotrienoles con una débil actividad como vitamina E, pero que actúan como
antioxidantes y proporcionan estabilidad contra la oxidación.
Otros componentes
Los ácidos grasos libres y los monoglicéridos son absorbidos por los enterocitos de
la pared intestinal. En general, los ácidos grasos con longitudes de cadena
inferiores a 14 átomos de carbono entran directamente en el sistema de la vena
porta y son transportados hacia el hígado. Los ácidos grasos con 14 o más átomos
de carbono se vuelven a esterificar dentro del enterocito y entran en circulación a
través de la ruta linfática en forma de quilomicrones. Sin embargo, la ruta de la
vena porta también ha sido descrita como una ruta de absorción de los ácidos
grasos de cadena larga (McDonald et al.,1980). Las vitaminas liposolubles
(vitaminas A, D, E y K) y el colesterol son liberados directamente en el hígado
como una parte de los restos de los quilomicrones.
Las lipoproteínas de baja densidad (LDL) son los productos finales del
metabolismo de las VLDL. Su núcleo está formado principalmente por ésteres de
colesterol y su superficie sólo presenta un tipo de apolipoproteína, apoB. Cerca del
60-80 por ciento del colesterol plasmático es transportado por las LDL. Los valores
medios de LDL varían entre distintas poblaciones debido a factores genéticos y
ambientales, siendo sin embargo la alimentación el principal factor determinante de
estos valores.
Las lipoproteínas de alta densidad (HDL) transportan el 15-40 por ciento del
colesterol del plasma. Probablemente se forman en el torrente circulatorio a partir
de precursores generados en el hígado y en el intestino. La principal
apolipoproteína de las HDL es apoA-1. En los seres humanos, las LDL conducen
el colesterol al hígado, y las HDL pueden transferirlo a otras partículas LDL
lipoproteicas. Existen pruebas de que las HDL protegen activamente las paredes
de los vasos sanguíneos (Consenso del NIH, 1993). No se sabe si la manipulación
de los niveles de HDL a través de la alimentación afecta al desarrollo de la
aterosclerosis.
Los primeros miembros de cada familia de ácidos grasos (ácidos oleico, linoleico
y -linoleico) compiten por la misma 6-desaturasa, cuya velocidad de conversión
aumenta con el número de dobles enlaces. Esta enzima limitante de la velocidad
se encuentra bajo el control de muchos factores dietéticos y hormonales (Brenner,
1989; 1990), y se cree que es importante en la síntesis de 22:6 n-3. Este tipo de
efecto puede explicar por qué las ingestiones elevadas de ácido linoleico reducen
el nivel de 22:6 n-3. De un modo similar, la actividad 5-desaturasa está modulada
por factores dietéticos y hormonales. Los miembros C20 y C22 de las familias n-6 y
n-3 pueden inhibir antes la desaturación en la secuencia de la conversión de los
ácidos grasos (Fisher, 1989).
El ácido graso n-3, ácido docosahexanoico (ADH, 22:6), está presente en grandes
concentraciones en el sistema nervioso central, en las membranas celulares y en
el sistema visual (Tinoco, 1982; Neuringer et al., 1984; Bourre et al., 1989). Más
adelante en este informe se discutirá el papel del ADH para tener una función
neuronal óptima y agudeza visual, relacionándolo con las primeras etapas del
desarrollo.
Funciones biológicas
Formación de los eicosanoides. Los ácidos grasos n-6 y n-3 que forman parte
de los fosfolípidos de membrana ejercen un control metabólico a través de su
papel de precursores de los eicosanoides. Estos compuestos altamente activos de
20 átomos de carbono son liberados en cantidades muy pequeñas para actuar
rápidamente en su entorno inmediato. Tras ser degradados enzimáticamente, los
productos derivados de los eicosanoides que se encuentran en la orina son un
índice de la producción corporal.
Efectos sobre otros parámetros. Los ácidos grasos n-3 parecen afectar a
muchos otros procesos, como la producción de citoquinas y de otros factores. Las
citoquinas son una familia de proteínas producidas y liberadas por las células
implicadas en los procesos inflamatorios y en la regulación del sistema inmunitario.
Incluyen las interleukinas y los factores de necrosis tumoral. El mecanismo
mediante el cual los ácidos grasos n-3 afectan a la síntesis de las citoquinas no
está claro, pero algunos estudios han demostrado un efecto sobre los niveles de
ARNm, lo que sugiere un nivel de acción pretraslacional.
Los efectos de los ácidos grasos sobre la expresión de genes que codifican
enzimas que intervienen en el metabolismo de los lípidos, así como sobre la
expresión de genes que actúan en la regulación del crecimiento celular (genes de
respuesta temprana inmediata) representan un importante aspecto adicional en los
papeles biológicos de los ácidos grasos poliinsaturados. Parece que los ácidos
grasos pueden interaccionar con un grupo de proteínas receptoras nucleares que
se unen a ciertas regiones del ADN, alterando por tanto la transcripción de los
genes reguladores.
Gran parte de la literatura relacionada con los ácidos grasos de cadena larga n-3
trata sobre dosis farmacológicas o se refiere a las lipoproteínas y su relación con
las enfermedades coronarias del corazón. Se deben estimular otros estudios
clínicos y metabólicos adicionales.
Dentro de cada uno de estos dos grupos económicos, existen grandes diferencias
en la disponibilidad total de grasas según regiones y países. Países como
Rwanda, Camboya y Bangladesh disponen de menos de 20 gramos por persona y
por día, mientras que Irlanda, Dinamarca, Luxemburgo y Bélgica tienen más de
170 gramos por persona y por día (Id.).
CUADRO 4.2 - Grasas totales disponibles por persona y por día y relación
media de grasas/energía en 165 países (1988-90)
Dentro de las regiones en desarrollo, las tasas de aumento han variado (Cuadro
4.1). En 1961, la disponibilidad de grasas del Lejano Oriente era inferior a la de
Africa. Desde entonces, la disponibilidad ha aumentado sensiblemente, y ahora es
mayor que en Africa. La disponibilidad de grasas en Oceanía ya era elevada en
1961, y el aumento ha sido menor. Hace 30 años, la disponibilidad de grasas en
Africa era baja, y su aumento ha sido bajo.
Ingresos. El primer factor que explica estos cambios son los ingresos, indicador
básico del desarrollo económico. La disponibilidad de grasas animales y vegetales
está estrechamente relacionada con los ingresos (Perissé, Sizaret y François,
1969). En la Figura 4.2 se ilustra la influencia del Producto Interno Bruto (PIB) per
capita en la disponibilidad de los alimentos en 134 países.
En los países cuyos ingresos están comprendidos entre 150 y 350 dólares de
EE.UU. anuales se ha producido un aumento constante de la disponibilidad de las
grasas. En los países cuyos ingresos anuales per capita se encuentran entre 350 y
7 000 dólares de EE.UU. se ha producido un sensible aumento de la grasa total
disponible, mientras que en los países cuyos ingresos por persona son de
alrededor de 7 000 dólares de EE.UU., la disponibilidad de grasas se ha mantenido
en los mismos niveles. En los países cuyos ingresos per capita son inferiores a 7
000 dólares de EE.UU., el consumo tanto de grasas animales como vegetales ha
aumentado en tasas similares. Por encima de los 900 dólares de EE.UU., la
disponibilidad de grasas animales ha aumentado rápidamente. En realidad, la
disponibilidad de grasas vegetales disminuye cuando los ingresos per capita
sobrepasan los 7 000 dólares de EE.UU. Las encuestas sobre el consumo de
alimentos confirman esta tendencia, especialmente en países como Bangladesh
(Hassan y Ahmad, 1992) o el Brasil [Instituto Brasileiro de Geografía e Estadistica
(IBGE), 1978], en los que el PIB per cápita es bajo. En estos países, la pobreza es
el principal factor que limita el consumo de grasas, especialmente las de origen
animal.
FIGURA 4.2 - Grasas disponibles según los ingresos per capita de 134 países
(1989)
Los análisis de los datos sobre el consumo de grasas revelan que en la mayoría de
los países desarrollados, las personas pertenecientes a los grupos
socioeconómicos más bajos consumen más alimentos grasos (Departamento de
Salud de Nueva Escocia, 1993). Los estudios muestran que los hombres
consumen más ácidos grasos que las mujeres, y que los jóvenes comen más
alimentos grasos que las personas de edad (Hulshof et al., 1991; Read et
al., 1989; Popkin, Haines y Patterson, 1992; Departamento de Salud de Nueva
Escocia, 1993).
Según las Hojas de Balance de Alimentos de la FAO (FAO, 1993b), las grasas
visibles aportan cerca de la mitad de la grasa disponible en el mundo (Cuadro 4.3).
Además, los aceites de origen vegetal aportan un porcentaje considerablemente
mayor de grasas visibles que los de origen animal. El porcentaje de grasas visibles
de origen animal es superior en los países desarrollados, excepto en América del
Norte (Canadá y Estados Unidos de América). Según los datos relativos a 165
países, la disponibilidad de grasas animales ha disminuido o se ha mantenido en el
mismo nivel en 102 países. En los Emiratos Arabes Unidos, Noruega, Finlandia,
Reino Unido, Irlanda, Canadá, Australia, Dinamarca, Estados Unidos de América y
Países Bajos, se ha reducido el consumo de grasas animales. Esta tendencia se
hace más acusada a finales de los años ochenta. Por el contrario, el aumento
mayor (de 8 a 17 gramos por persona y por día) se ha registrado en los países de
Europa oriental, Cuba, Bélgica, Luxemburgo, Italia, Francia y Cabo Verde.
CUADRO 4.3
Contribución de grasas y aceites según grupos de alimentos en 1990
A nivel mundial, en 1990 las fuentes vegetales aportaron 24 gramos de aceite por
persona y por día, mientras que los animales proporcionaron 6 gramos de grasa
visible por persona y por día. De los 165 países, todos excepto 12 experimentaron
aumentos en la disponibilidad de aceites vegetales a partir de 1961 (FAO, 1993).
En 1990, 65 países disponían de más de 30 gramos de aceite vegetal por persona
y por día, y otros 6 países (Malasia, Túnez, España, Italia, Israel y Grecia)
disponían de más de 60 gramos por persona y por día. En la Figura 4.4 se muestra
el cambio en la disponibilidad de aceites vegetales en distintas regiones del
mundo.
Conclusión
En los países en desarrollo, las familias rurales, que con frecuencia son los
miembros más pobres de la sociedad, tienen una alimentación con bajo contenido
de grasas, debido a sus bajos ingresos y a su limitado acceso a aportes
diversificados de alimentos. La desnutrición constituye un problema crucial y el
aumentar la cantidad de energía disponible debe constituir una prioridad. Las
grasas y aceites juegan un papel fundamental para conseguir este aumento. Sin
embargo, en los países en desarrollo las políticas diseñadas para favorecer este
aumento pueden constituir un factor de riesgo para las poblaciones urbanas, que
tienen una alimentación con exceso de grasas.
Los países más desarrollados han conseguido niveles de consumo de grasas muy
elevados. Algunos de estos países muestran una tendencia a disminuir el consumo
de grasas, fundamentalmente de grasas visibles de origen animal, que son ricas
en ácidos grasos saturados. Esta nueva tendencia está ligada a las políticas
aplicadas por los países más desarrollados (especialmente América del Norte y
Europa septentrional), que pretenden mejorar los modelos de consumo actuales,
especialmente reduciendo los consumos de ácidos grasos saturados y
aumentando los de ácidos grasos poliinsaturados. En estos países, las grasas
visibles proporcionan más de 70 gramos por persona y por día. Las políticas
destinadas a mejorar la calidad de las grasas y aceites pueden ser eficaces con la
colaboración de las industrias alimentarias.
Extracción. En la extracción del aceite, las semillas molidas se mezclan con agua
caliente y se hierven para permitir que el aceite flote y sea recogido. Las semillas
molidas se mezclan con agua caliente para hacer una pasta que se amasa a mano
o a máquina hasta que el aceite se separa en forma de emulsión. En la extracción
del aceite de maní, se suele añadir sal para hacer que las proteínas coagulen y
favorecer la separación del aceite.
Las frutas oleaginosas, como la aceituna y la palma, deben tratarse tan pronto
como sea posible. La palma se esteriliza como primer paso de la elaboración. Los
tejidos adiposos y las materias primas procedentes del pescado (esto es, el cuerpo
o el hígado) se derriten durante las primeras horas haciéndolos hervir para destruir
las enzimas y evitar el deterioro del aceite.
1aetapa Desgomado con agua para eliminar los fosfolípidos fácilmente hidratables y los
metales.
a
2 etapa Adición de pequeñas cantidades de ácido fosfórico o cítrico para convertir los restantes
fosfolípidos no hidratables (sales de Ca, Mg) en fosfolípidos hidratables.
3aetapa Neutralización de los ácidos grasos libres con un ligero exceso de solución de
hidróxido sódico, seguida de la eliminación por lavado de los jabones y de los
fosfolípidos hidratados.
a
4 etapa Blanqueo con tierras minerales naturales o activadas con ácido para adsorber los
compuestos coloreados y para descomponer los hidroperóxidos.
a
5 etapa Desodorización para eliminar los compuestos volátiles, principalmente aldehídos y
cetonas, con bajos umbrales de detección por el gusto y el olfato. La desodorización es
fundamentalmente un proceso de destilación con vapor que se lleva a cabo a bajas
presiones (2-6 mbares) y elevadas temperaturas (180-220 °C).
Isomerización cis-trans. Uno de los parámetros más sensibles que se utiliza para
detectar los cambios químicos resultantes de unas condiciones de elaboración
severas es la isomerización cis-trans, especialmente en el ácido linoleico. El
estudio más completo realizado sobre este tema ha sido el de Eder (1982), que
investigó con varios aceites la formación de isómeros geométricos a escala de
laboratorio, planta piloto, y de producción. A escala de laboratorio, con aceite de
soja sin blanquear a 240 °C, la formación de los isómeros C18:3 (determinada por
GLC) era insignificante (menos del 1 por ciento, incluso después de 5 h, frente al 3
por ciento a 260 °C). En la Figura 5.2 se describe el contenido total de
isómerostrans (determinado por espectroscopia de infrarrojos) en diversos aceites
desodorizados en equipo de acero inoxidable a escala de planta experimental. Los
datos muestran un fuerte efecto de la temperatura, especialmente entre 240 y 270
°C, y confirman la tendencia general. Esto es, incluso en aceites altamente
insaturados que contengan ácido linoleico, la formación de isómeros en trans es
lenta en las condiciones recomendadas para la desodorización/refinado químico
industrial (por ejemplo, 250 °C como máximo). En conclusión, en la gama de
temperaturas de 240-250 °C, la cantidad de ácidos grasos en trans que se forman
a partir de los aceites insaturados es de alrededor del 1 por ciento o menos por
hora. Este dato concuerda con los que se han considerado anteriormente (Rossel,
Kochhar y Jawad, 1981; Jawad, Kochhar y Hudson, 1983b). Calentar los aceites al
aire, en condiciones de fritura simulada, ha conducido a tipos similares de ácidos
grasos isomerizados (Grandgirard, Sebedio y Fleury, 1984; Grandgirard y Juillard,
1987; Sebedio, Grandgirard y Provost, 1988).
Pérdidas físicas
El -caroteno del aceite de palma es otro componente valioso que debe tenerse
en cuenta en el proceso de refinado. Se están diseñando procesos especiales de
retención. Los aceites de oliva y de sésamo se utilizan sin refinar, ya que los
consumidores cuentan con su sabor específico.
FIGURA 5.3 - Reducción del contenido de tocoferol (A) y esterol (B) del aceite
de soja durante el blanqueo y tratamientos térmicos intensos (tiempo = 2
horas)
K3 K2 K1
18:3 18:2 18:1 18:0
Otras consideraciones
Conclusiones
Aceites de cocina
El principal uso del aceite en la cocina es la fritura, donde funciona como medio
transmisor de calor y aporta sabor y textura a los alimentos. Uno de los requisitos
del aceite de cocina es que sea estable en las condiciones verdaderamente
extremas de fritura por inmersión, esto es, altas temperaturas y humedad. En
general, en la fritura el aceite debe mantenerse a una temperatura máxima de 180
°C. Si se fríen los alimentos a una temperatura demasiado baja, éstos atrapan más
grasa. El agua, que es aportada por los alimentos que se fríen en el aceite,
aumenta la disociación de los ácidos grasos que se produce durante el
calentamiento. La hidrólisis genera un aceite de baja calidad con un punto de
humo más bajo, un color más oscuro y un sabor alterado. Durante el
calentamiento, los aceites también polimerizan, generando un aceite viscoso que
se absorbe fácilmente por los alimentos y que genera un producto grasiento.
Cuanto más saturados (sólidos) sean los aceites, más estables son frente a la
disociación oxidativa e hidrolítica, y menos fácil es que polimericen.
Los alimentos que se fríen y almacenan antes de comerlos, como por ejemplo los
aperitivos, requieren un aceite aún más estable. Los aceites mas saturados
mejoran la estabilidad, pero si la grasa de freír es sólida a temperatura ambiente
se generará una desagradable superficie dura, indeseable en algunos productos
fritos. Cuando los aceites se usan continuamente, como en los restaurantes, se
necesita una grasa de freír que sea muy resistente. En estos casos se emplean
mantecas más sólidas que maximicen la estabilidad de la grasa durante muchas
horas de fritura.
Los aceites de fritura obtenidos a partir del girasol y de cártamo presentan menor
estabilidad dado su alto contenido en ácidos grasos poliinsaturados y su bajo
contenido de -tocoferol; sin embargo, los aceites de cártamo y de girasol de
plantas mejoradas genéticamente, con un alto contenido de ácido oleico, son
aceites adecuados para freír.
Margarinas
Las margarinas deben tener una cierta estructura cristalina para mantener una
consistencia semisólida a temperatura ambiente y a la temperatura de frigorífico.
Se requiere que se derritan rápidamente a la temperatura corporal, por lo que la
margarina se derretirá rápidamente en la boca sin dejar una sensación pegajosa.
El ácido oleico se derrite a 16 °C, mientras que el ácido elaídico se derrite a 44 °C,
por lo que la presencia de algunos isómeros en trans puede elevar
considerablemente el punto de fusión y la estabilidad de un producto. Las
margarinas en barra contienen un 10-29 por ciento de ácidos grasos
en trans, mientras que las margarinas en tubo tienen 10-21 por ciento de ácidos
grasos en trans. Además de la hidrogenación parcial, la consistencia adecuada de
una margarina puede conseguirse mezclando grasas duras y blandas. Los
productos para untar que contienen menos grasas, por ejemplo, del 40 por ciento o
del 60 por ciento, tienen menos ácidos grasos en trans.
Las longitudes de los ácidos grasos y sus posiciones en la estructura del glicerol
determinan el tipo de cristal que se forma. Los triglicéridos de una grasa
determinada o de un aceite solidificado siempre forman el mismo tipo de cristales,
excepto cuando se añaden otros ingredientes para alterar la formación del cristal.
Para elaborar una margarina con una estabilidad ' mejorada, es necesario
disponer de varios triacilglicéridos con ácidos grasos de distintas longitudes de
cadena. El aceite de semilla de palma y el de semilla de algodón hidrogenado
contienen una cantidad apreciable de C 16:0 y pueden añadirse a otros aceites
para mejorar la estructura '.
Grasas de repostería
Las grasas de repostería son grasas semisólidas que proporcionan una textura
tierna a los productos horneados, favorecen la aireación de los productos
fermentados, y promueven una textura y sabor agradables. Cubren las proteínas
del gluten de la harina que impiden el endurecimiento. Por el contrario, en
productos levantados con levadura, es conveniente la dureza para proporcionar
una textura masticable. En productos cuyas características estén entre las de los
panes y las de los pasteles, como los buñuelos, la manteca modifica el gluten y
añade riqueza al producto. En los productos horneados, se emplea la grasa de
repostería concretamente para fermentar, añadir cremosidad y lubricar. En
alcorzas y rellenos, ayuda a formar pequeñas burbujas de aire que crean una
estructura ligera y suave. Estas grasas se emplean como grasas estables de freír
que proporcionan un medio de calentamiento, y su estructura cristalina carece de
importancia.
Los requisitos de las grasas que tienen propiedades para la repostería dependen
específicamente de los alimentos en que se utilicen. Las grasas de repostería para
hornear deben tener una gama plástica la más amplia posible, esto es, la
característica de fusión debe mantenerse constante en una determinada gama de
temperaturas, a menudo 24-42 °C. Esta característica permite que la grasa se
manipule fácilmente sin que se derrita a temperatura ambiente y favorece su
capacidad de mezcla. Se puede conseguir una amplia gama plástica mezclando
una partida parcialmente hidrogenada con un aceite completamente hidrogenado,
como el de soja (cristal ) o el de semilla de algodón y el de palma (cristal '). Se
suele preferir el cristal ' porque proporciona una textura más cremosa.
El principal uso de los aceites para ensaladas es en los aliños. Los aliños
tradicionales para ensaladas, algunos de los cuales son emulsiones, consisten en
un sistema bifásico de aceite y agua con un 55-65 por ciento de aceite. El aceite
de las ensaladas recubre sus ingredientes, distribuyendo el sabor del aliño que
mejora el gusto de la ensalada. Otro uso importante de los aceites para ensaladas
es en las mayonesas y aliños espesos para ensaladas, que contienen
respectivamente un 80 y un 35-50 por ciento de aceite. El aceite de la mayonesa
es lo que le confiere viscosidad, mientras que en los aliños espesos ayuda a
modificar la sensación de la pasta de almidón en la boca, y espesa el producto.
Conclusión
Los datos obtenidos en los experimentos realizados con animales sugieren que la
nutrición precedente y posterior al nacimiento presenta importantes efectos en la
composición lipídica del cerebro y sobre el aprendizaje (Galli y Socini, 1983). Las
carencias específicas de ácidos grasos n-3 influyen en la integridad neurológica
(Budowski, Leighfieid y Crawford, 1987) y afectan selectivamente al aprendizaje y
a la capacidad visiva (Wheeler, Benolken y Anderson, 1975; Lamptey y Walker,
1976; Bourre et al., 1989; Yamamoto et al., 1987). Los estudios realizados con
primates no humanos confirman que la carencia de n-3 disminuye el desarrollo de
la función retinal y de la agudeza visual (Neuringer, Anderson y Connor, 1988;
Connor, Lin y Neuringer, 1990).
Estudios recientes han reproducido estos resultados en niños, indicando que los
ácidos grasos n-3 son esenciales y que es necesario incluir ácido
docosahexanoico (ADH) en los alimentos para lactantes (Birch et al., 1992, 1993a,
b; Carlson et al.,1993a, b; Uauy et al., 1990; Uauy, Birch y Birch, 1992). Aunque no
existen estudios similares con el ácido araquidónico, los datos experimentales
sugieren que los niveles bajos de ácido araquidónico se asocian a un crecimiento
prenatal lento (Crawford et al., 1989; Leaf et al., 1992) y postnatal en los niños
prematuros (Carlson et al., 1992). Por tanto, el ácido araquidónico debe
considerarse un nutriente esencial durante las primeras etapas del desarrollo
debido a que se encuentra en la leche humana (Sas et al., 1986; Koletzko, Thiel y
Abiodun, 1992) junto con el ADH; la interacción entre las familias n-3 y n-6; las
funciones específicas del ácido araquidónico en la función neural y vascular; el
papel de sus eicosanoides en la regulación celular.
Con los lactantes nacidos a término no se han realizado los mismos tipos de
pruebas controladas y al azar que se han realizado con los niños prematuros. Sin
embargo, los estudios preliminares en los que se comparan lactantes nacidos a
término alimentados con leche materna con aquellos que se habían alimentado
con preparados de bajo contenido de ácido linolénico, sugieren que el cerebro de
los lactantes nacidos a término también puede responder a las influencias
nutritivas externas (Birch et al., 1993b; Gibson et al., 1993). Los datos sobre la
composición del cerebro permiten comparar a los niños alimentados con leche
materna con los que se han alimentado con preparados y proporcionan pruebas
adicionales de la influencia de los ácidos grasos en el cerebro en desarrollo de los
lactantes nacidos a término (Farquharson et al., 1992).
Aunque existe una relación entre la nutrición materna y el peso del recién nacido
(Caan et al., 1978), las causas del bajo peso al nacer dependen de muchos
factores, entre los que se incluye: bajo aporte calórico, escaso aumento del peso
durante el embarazo, bajo peso antes del embarazo, pequeña estatura, y
enfermedades (por ejemplo, malaria) (FAO/OMS, 1992). En los países
desarrollados, fumar supone un factor adicional. Algunos nutrientes, con
independencia de que se fume, se relacionan con pesos inferiores a los 3,0 kg
(Doyle et al., 1990). Los datos retrospectivos sugieren que la nutrición fetal
determina el riesgo de diabetes no dependiente de insulina y de enfermedades
vasculares en etapas ulteriores de la vida (Barker et al., 1993). Este concepto se
ve apoyado por los datos relativos a las carencias de ácido araquidónico, ADH y
vitamina A en la circulación de los recién nacidos con bajo peso al nacer (Ongari et
al., 1984; Crawford et al., 1989, 1990; Carlson et al., 1992; Leaf et al., 1992), así
como por los datos de patologías vasculares en la placenta de recién nacidos de
bajo peso al nacer (Althabe, Laberre y Telenta, 1985; Winick, 1983).
Micronutrientes y acumulación de grasas. En muchos países en desarrollo,
predomina todavía la carencia de vitamina A. En estas circunstancias, es
importante que el consumo de grasas y de vitaminas liposolubles sea suficiente y
se deben hacer esfuerzos para aumentar el porcentaje de la energía alimentaria
que procede de las grasas hasta al menos el 20 por ciento en mujeres en edad
fértil. Esta estrategia debería contribuir también a asegurar un aporte adecuado de
ácidos grasos esenciales y de vitaminas liposolubles.
La grasa corporal juega un papel especial, puesto que las mujeres con una
alimentación de bajo contenido en grasas y en calorías, así como las atletas con
entrenamientos intensos pueden no concebir, o bien puede ponerse en peligro el
desarrollo embrionario y fetal de su descendencia (Frisch, 1977). El depósito de
grasas de la madre durante la concepción puede ser importante para sus
respuestas hormonales y para la nutrición del embrión. Igualmente, proporcionará
las bases para la acumulación y utilización subsiguiente de las grasas durante el
embarazo (FAO/OMS, 1978). Para asegurar una preparación nutritiva adecuada,
las mujeres no deben someterse a un régimen de adelgazamiento, de bajo
contenido de calorías o de grasas durante los tres meses que precedan a la
concepción. El consumo de calorías y de nutrientes debe ser suficiente para
satisfacer las recomendaciones generales para el primer trimestre de gestación,
mientras que el consumo de ácidos grasos esenciales debe ser similar al que se
mencionará más adelante para el embarazo, a fin de asegurar una calidad
adecuada de las reservas de grasa. Se debe prestar atención a la necesidad de un
nivel nutricional adecuado en lo que se refiere a calorías, vitaminas, minerales y
oligoelementos antes de la concepción.
Esta recomendación supone que existe una adecuada conversión de los ácidos
grasos esenciales maternos en sus correspondientes ácidos grasos
poliinsaturados de cadena larga. Sin embargo, los estudios recientes sugieren que
durante el embarazo se produce una relativa carencia de los ácidos grasos
poliinsaturados n-3 de cadena larga (Holman, Johnson y Ogburn, 1991). Las
correlaciones existentes entre el ácido araquidónico y el peso del recién nacido, y
entre el ADH y la edad de gestación (Leaf et al., 1992) concuerdan tanto con el
indicador de la madurez como con el consumo de ADH. Hay datos que indican la
relación existente entre el consumo abundante de pescado con embarazos más
largos, mayores pesos al nacer, e incidencia reducida de nacimientos prematuros.
Un estudio realizado con aceites de pescado indica que los ácidos grasos
poliinsaturados n-3 son importantes (Olsen et al., 1992). Si estos datos se
confirmaran, podrían indicar la necesidad de suministrar el ADH preformado para
ayudar a prevenir los nacimientos prematuros y la hipertensión relacionada con el
embarazo (OMS, 1985a).
Medianas y gamas
Europa (14 estudios) Africa (10 estudios)
Acidos grasos totales (% p/p)
Saturados 45,2 (39,0-51,3) 53,5 (35,5-62,3)
Monoinsaturados 38,8 (34,2-44,9) 28,2 (22,8-49,0)
AGPI n-6 + n-3 13,6 (8,5-19,6) 16,6 (6,3-24,7)
n-6 AGPI (% p/p)
C18:2n-6 11,0 (6,9-16,4) 12,0 (5,7-17,2)
C20:2n-6 0,3 (0,2-0,5) 0,3 (0,3-0,8)
C20:3n-6 0,3 (0,2-0,7) 0,4 (0,2-0,5)
C20:4n-6 0,5 (0,2-1,2) 0,6 (0,3-1,0)
C22:4n-6 0,1 (0,0-0,2) 0,1 (0,0-0,1)
C22:5n-6 0,1 (0,0-0,2) 0,1 (0,1-0,3)
n-6 totales LCP 1,2 (0,4-2,2) 1,5 (0,9-2,0)
AGPI n-3 (% p/p)
C18:3n-3 0,9 (0,7-1,3) 0,8 (0,1-1,44)
C20:5n-3 0,2 (0,0-0,6) 0,1 (0,1-0,5)
C22:5n-3 0,2 (0,1-0,5) 0,2 (0,1-0,4)
C22:6n-3 0,3 (0,1-0,6) 0,3 (0,1-0,9)
n-3 totales LCP 0,6 (0,3-1,8) 0,6 (0,3-2,9)
Fuente: Adaptado de Koletzko, Thiel y Abiodun, 1992.
Varios estudios sobre los índices bioquímicos del nivel de ácidos grasos
esenciales han documentado el efecto de la adición de ácidos grasos
poliinsaturados de cadena larga en la alimentación (Koletzko et al., 1989;
Carlson et al., 1992; Uauy, Birch y Birch, 1992; Makrides et al., 1993). Si se añade
ácido araquidónico y ADH, puede mejorarse el descenso postnatal del nivel en el
plasma sanguíneo. Si se complementa con aceite marino (AEP/ADH = 2:1), se
corrige el nivel de ácido araquidónico, que según se había visto en un estudio,
afectaba negativamente al crecimiento (Carlson et al., 1992). Existe una prueba
convincente de que la complementación con ADH procedente de aceite marino
mejora el desarrollo de los bastoncillos fotorreceptores y de la agudeza visual,
medida de la respuesta del receptor a la luz, así como el de la corteza, asociada
con la capacidad cognoscitiva de integrar la información (Uauy et al., 1990; Uauy,
Birch y Birch, 1992; Birch et al., 1992; Carlson, 1993a). La preocupación inicial
(Carlson et al., 1992) consistente en que el crecimiento lento, asociado con el
aceite marino, iba unido a una disminución del nivel de ácido araquidónico, ha
desaparecido utilizando un aceite marino con bajo contenido de AEP con una
relación AEP/ADH de 1:10. Esto no compromete el aumento de peso, y tiene como
resultado un aumento del índice de desarrollo mental de Bayley a los 12 meses
(Carlson et al., 1993b). Los estudios de seguimiento realizados durante ocho años,
en los que se comparaban niños prematuros alimentados con leche materna en
biberón con otros alimentados con preparados mostraron un CI ocho puntos
inferior en estos últimos (Lucas et al., 1992).
Niños nacidos a término. Siempre que sea posible, la mejor fuente para la
alimentación del lactante es la leche humana. Teniendo en cuenta este hecho, los
programas de educación y de atención en salud deberían promover activamente la
alimentación con leche materna. Además, dadas las interacciones nutritivas a largo
plazo con la madre, incluso antes de la concepción, y sus profundas
consecuencias en la salud pública, deberían emprenderse programas similares
para las mujeres antes de la concepción, y durante el embarazo y la lactancia.
Dichos programas mejorarán la salud materna, el desarrollo fetal, y la salud
neonatal.
Cuando se comparan niños nacidos a término que mueren por causas sin explicar,
los niños que se habían alimentado con fórmulas de leche carentes de ácido
araquidónico y de ADH presentaban bajos niveles de ADH en la corteza cerebral, y
niveles de ácido docosapentanoico n-6 (un índice de carencia de ADH) mayores
que los de los niños alimentados con leche materna (Farquharson et al., 1992). Tal
como lo demuestran ahora los datos de los niños pre-término, es más ventajoso
tanto para el bastoncillo fotorreceptor como para la función neural un aporte
complementario con ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga n-3; parece
oportuno aportar tanto ácido araquidónico como ADH ya preformado en los
preparados de leches para niños nacidos a término en proporciones similares a las
de la leche materna de mujeres omnívoras bien nutridas. En los niños nacidos a
término, el aporte por kg de peso corporal debe sumar 600 mg de ácido linoleico,
50 mg de ácido linolénico, 40 mg de ácido araquidónico y ácidos grasos n-6
asociados, y 20 mg de ácido docosahexanoico. Aunque todavía no se dispone de
datos de pruebas controladas realizadas al azar con niños nacidos a término, se
sugiere este aporte para aprovechar cuanto sea posible todo el potencial genético
de desarrollo visual y neurológico.
Fuentes
Los patrones de peso para una población dada pueden establecerse dividiendo
una muestra grande de la población según la distribución normal de sus pesos en
relación con sus alturas. La dificultad inherente a este planteamiento consiste en
que se asume que los pesos medios son pesos sanos. Un enfoque alternativo para
determinar los patrones de pesos sanos consiste en utilizar pesos corporales
asociados con el menor riesgo global de enfermedad. En algunos estudios
prospectivos, la menor tasa de mortalidad se asociaba con un IMC próximo a 22
(Manson et al., 1987; Garrison y Kannel, 1993).
Algunos estudios (Garn et al., 1986; Johnston y Mack, 1978; Melbin y Vuille, 1976),
basándose en las. condiciones de peso de la infancia o de la adolescencia, han
calculado el riesgo relativo de que al llegar a la edad adulta se esté en la categoría
superior de peso. Cuando se compararon los jóvenes de menor peso con los más
pesados, éstos tenían 1,6-2,5 más posibilidades de que al llegar a adultos tuvieran
sobrepeso. Sin embargo, la investigación de los Estudios Longitudinales de
Harvard sobre Salud y Desarrollo Infantil realizada durante 50 años descubrió que
el IMC de las mujeres durante la niñez no tenía prácticamente ninguna relación
con su IMC cuando alcanzaban la edad mediana (Casey et al., 1992). Había mayor
correlación entre los IMC de las mujeres en la adolescencia y los de las mujeres de
50 años, aunque seguía siendo baja. El hecho de que no se pudiera demostrar el
efecto del sobrepeso en la adolescencia sobre la mortalidad de las mujeres adultas
puede deberse a esta baja correlación. Por otra parte, en los hombres la
correlación entre el IMC de la niñez o de la adolescencia y el IMC a los 50 años
era mayor, pero la continuación del peso de la niñez y de la adolescencia en la
vida adulta sigue siendo de un orden bajo (Borkan et al., 1986).
Los niños de las familias en que uno o los dos progenitores tienen sobrepeso
corren mayor riesgo de ser adultos obesos. Si estos niños son considerablemente
obesos durante los años escolares, puede ser aconsejable un programa de
prevención. Así, llevar a cabo una vigilancia continua en los niños y adolescentes
puede ayudar a identificar a los que están expuestos a este riesgo, y se les puede
ayudar mediante un servicio preventivo.
El sobrepeso y la distribución de las grasas son útiles para hacer pronósticos sobre
la mortalidad prematura y los riesgos de contraer enfermedades del corazón,
hipertensión, diabetes mellitus no dependiente de insulina, enfermedades de la
vesícula biliar y algunos tipos de cáncer. Sin embargo, si la grasa corporal fuera
por sí sola el principal factor de riesgo relacionado con la mortalidad prematura, se
podría concluir que las expectativas de vida de las mujeres obesas fuera más baja
que la de los hombres obesos. Generalmente no sucede así, y ahora se reconoce
que es la distribución de la grasa, fundamentalmente el aumento de la grasa
abdominal y visceral, lo que sirve para hacer pronósticos sobre los riesgos de la
salud relacionados con la obesidad. Por ejemplo, un aumento de más de 5 kg de
peso en las mujeres durante su vida adulta puede comportar poco riesgo adicional,
sobre todo si el peso que se añade se localiza en la región femoral. En la mayoría
de los hombres, cualquier aumento de peso que se produzca después de los 20
años aumenta el riesgo, ya que esta grasa se deposita normalmente como grasa
abdominal y visceral.
En los estudios epidemiológicos, se ha visto que la relación entre los datos del IMC
y los riesgos de contraer una determinada enfermedad sigue una línea curva, que
se describe normalmente como curva en J o en U. Ello indica que la mortalidad y la
morbilidad tienden a aumentar a medida que el IMC toma valores superiores a 25
o cae por debajo de 18,5.
Las estadísticas de los seguros de vida de los Estados Unidos muestran que el
exceso de peso está relacionado con el aumento de las tasas de mortalidad.
Basándose en los datos de 1979 (Society of Actuaries and Association of Life
Insurance and Medical Directors of America, 1980), se observa que a un peso
corporal que se encuentra un 10 por ciento por encima del peso medio
corresponde un aumento del 11 por ciento de exceso de mortalidad en los
hombres, y del 7 por ciento en las mujeres. Si el peso corporal se encuentra un 20
por ciento por encima de la media, el exceso de mortalidad aumenta al 20 por
ciento en los hombres y al 10 por ciento en las mujeres. Por el contrario, las tasas
mínimas de mortalidad, tanto para hombres como para mujeres, se presentan en
aquellos individuos que se encuentran aproximadamente un 10 por ciento por
debajo del peso medio.
Se han publicado más de seis estudios que muestran que la adiposidad central se
relaciona directamente con el aumento de la mortalidad, así como con el riesgo de
desarrollar enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus y ataques cardíacos
(Lapidus et al., 1984; Larsson et al., 1984; Donahue et al., 1987; Ducimetiere,
Richard y Cambien, 1986; Stokes, Garrison y Kannel, 1985). Entre los quintiles
superiores de grasa corporal central, el riesgo relativo de infarto de miocardio era
8,2 veces superior al del quintil más bajo. En el caso de los ataques cardíacos y de
la mortalidad en general, el riesgo relativo era 3,8 y 2,8 veces superior en las
personas del quintil superior en comparación con las del quintil más bajo.
Perder y ganar peso, los llamados ciclos de peso, también puede ser peligroso.
Los datos del Estudio de la Compañía de Gas y Electricidad de Chicago (Hamm,
Shekelle y Stamler, 1989) mostraron que las personas que ganaban y perdían
peso corrían un riesgo de muerte por enfermedades cardiovasculares
significativamente mayor que el grupo de personas que no variaban de peso. Más
recientemente, se utilizaron los datos del estudio Framingham para mostrar que a
los cambios sensibles de peso correspondía una mayor probabilidad de mortalidad
(Lissner et al., 1991). Se insta a interpretar con cautela los datos relativos a los
ciclos de peso como causa de cambios perjudiciales.
Diabetes mellitus. Más del 90 por ciento de todos los diabéticos padecen una
diabetes mellitus no dependiente de insulina (DMNDI). Por otra parte, el aumento
excesivo de peso, así como el sobrepeso, son los principales factores nutricionales
que aumentan el riesgo de desarrollar DMNDI. La importancia del peso corporal se
demuestra por los bajos niveles de DMNDI existentes durante la Segunda Guerra
Mundial y durante los períodos de hambruna. La DMNDI es prácticamente
inexistente en individuos con un IMC igual o inferior a 20. Un IMC de 35 multiplica
por 8 el riesgo de DMNDI en comparación con un IMC de 25.
El estudio de San Luis Valley en los Estados Unidos de América aportó algunos
datos que apoyan la hipótesis de que una alimentación rica en grasas y baja en
carbohidratos aumentaba el riesgo de contraer diabetes no dependiente de
insulina (Marshall, Hamman y Baxter, 1991). Este estudio contenía análisis
realizados con personas sin ninguna historia precedente de diabetes. Tras un
ayuno de 24 horas se procedía a la prueba de tolerancia a la glucosa. Se observó
que un consumo elevado de grasas comportaba un empeoramiento de la
tolerancia a la glucosa, pero esto podría ser el resultado de un aumento de peso.
Causas de obesidad
Los ácidos grasos son los componentes alimentarios que liberan la mayor cantidad
de energía durante la oxidación de los lípidos. El glicerol, con el que están
esterificados la mayoría de los ácidos grasos, es una molécula con tres átomos de
carbono y tres de oxígeno. Aunque el glicerol constituye el 10 por ciento en peso
de los triglicéridos, aporta sólo el 5 por ciento de su energía. Los ácidos grasos de
los alimentos aportan el mayor valor energético con interés nutricional.
Durante muchos decenios se ha empleado el factor 8,37 para convertir los gramos
de grasas de los cereales, frutas y hortalizas en calorías (Merrill y Watt, 1955). La
precisión de este número de tres dígitos carece de garantías, sobre todo teniendo
en cuenta su origen.
A finales de siglo, Atwater propuso factores para estimar el valor energético de los
nutrientes. El calor de combustión de los triglicéridos se empleó con extractos de
varios alimentos, pero para los cereales, frutas y hortalizas el valor «supuesto o
calculado» que se dio fue de 9,30 calorías por gramo. Merrill y Watt (1955)
copiaron este dato de una tabla creada en 1900 por Atwater y Bryant. Merrill y Watt
escribieron: «Para la grasa que se encuentra en los cereales y otras fuentes
vegetales, Atwater consideró que la digestibilidad aparente era del 90 por ciento, y
hemos seguido con esta teoría. Se supone por lo tanto que el factor energético de
las grasas en los alimentos vegetales es de 8,37 calorías por gramo».
Como Atwater había utilizado un coeficiente de digestibilidad del 95 por ciento para
la mantequilla, se aplicó también a las grasas separadas de origen vegetal. Así, el
cálculo para las grasas y los aceites propiamente dichos era el 95 por ciento de
9,30 u 8,84 calorías por gramos. Estos factores se basan en una larga historia de
suposiciones. Las correcciones relativas a la digestibilidad no son adecuadas para
las grasas y aceites normalmente consumidos, y el factor de 9 para convertir
gramos de todas las grasas alimenticias en calorías es el más adecuado y
coherente.
Queda por investigar el valor de estos tipos de productos, ya sea para reducir el
consumo total de energía, o como ayuda en el tratamiento o prevención de la
obesidad, o para modificar un tipo de grasa alimentaria. La evaluación de los
sucedáneos de grasas debe incluir los efectos en la alimentación total y la
redistribución de los micro y macronutrientes (Rolls y Shide, 1992). Tal vez sea
inadecuado extrapolar a partir de los estudios animales, ya que los seres humanos
pueden elegir sustituciones a partir de una gran variedad de alimentos.
Conclusiones
Desde los años cuarenta y cincuenta los estudios poblacionales, así como las
comparaciones entre distintas culturas, proporcionaron pruebas abundantes de
que los niveles elevados de colesterol en el suero comportan un mayor riesgo de
ECC (Levy et al., 1979; Anderson, Castelli y Levy, 1987; Committee on Diet and
Health, 1989; Pooling Project, 1978). Otros estudios recientes, como el Multiple
Risk Factor Intervention Trial (Stamler, Wentworth y Neston, 1986) realizado en los
Estados Unidos de América ha mostrado una relación constante, gradual y
estadísticamente significativa entre los niveles de colesterol sérico y las tasas de
mortalidad por edades al cabo de seis años, debidas a ECC tanto en personas con
hipertensión como en personas con tensión normal, y tanto en fumadores como en
no fumadores. No se pudo identificar un nivel umbral por debajo del cual el
colesterol no influyera sobre el riesgo. Análogamente, en una población china que
en general tenía bajos niveles de colesterol en el suero, se encontró una relación
estadística significativa entre el colesterol sérico y la mortalidad por ECC (Chen et
al., 1991), lo que indica que cualquier aumento del colesterol en el suero aumenta
el riesgo de ECC. Estudios de varios países, como el Seven Countries Study
(Keys et al., 1986; Keys, 1970) también mostraron un aumento gradual del riesgo
de contraer ECC a medida que aumenta el nivel de colesterol en el suero. Estas
asociaciones entre niveles séricos de colesterol se relacionan en primer lugar con
niveles bajos de las lipoproteínas de baja densidad (LDL), los principales
portadores de colesterol en la sangre.
Acidos grasos poliinsaturados. Sustituir los ácidos grasos saturados tanto por
ácido oleico como por ácido linoleico baja los niveles de colesterol en el suero. En
muchos estudios específicos no fue posible determinar si lo que producía la
reducción del colesterol sérico era la adición del ácido oleico y/o linoleico, o la
disminución de la ingestión de ácidos grasos saturados. Las ecuaciones
predictivas atribuyen los cambios del colesterol sérico a cambios en los ácidos
grasos saturados y poliinsaturados, mientras que se ha observado que el ácido
graso monoinsaturado (oleico) tiene un comportamiento neutro (Keys, Anderson y
Grande, 1957; Hegsted et al., 1965; Mensink y Katan, 1992; Hegsted et al., 1993)
o un menor efecto en la disminución del colesterol (Mensink y Katan, 1992).
AEP y ADH. En los últimos años, la constatación de que las poblaciones que
consumen pescado presentan una incidencia baja de ECC ha despertado gran
interés por los aceites de pescado, que son las principales fuentes de ácido
eicosapentanoico (AEP) y de ácido docosahexanoico (ADH) (Dyerberg et
al., 1978). Aunque este hecho es bastante controvertido, el consumo de estos
aceites parece tener relativamente poco efecto en los niveles de las LDL y de las
HDL (Leaf y Weber, 1988). Los datos epidemiológicos indican que existe un claro
efecto protector que probablemente se debe a los efectos que produce en los
mecanismos trombóticos o inmunológicos más que en las lipoproteínas séricas.
Muchos de los datos experimentales se basan en los regímenes alimentarios en
que los aceites de pescado eran la principal mente de grasa, y no es probable que
los resultados puedan extrapolarse a los niveles normales de consumo. Este, por
supuesto, no es el caso de los resultados epidemiológicos.
Las lipoproteínas de baja densidad (LDL) transportan la mayor parte del colesterol
y se identifican como la principal causa de aterosclerosis. Los efectos de los
diversos ácidos grasos y del colesterol alimentarios en los niveles de LDL son
generalmente paralelos a los anteriormente descritos para el colesterol sérico total
(Mensink y Katan, 1992; Hegsted et al.,1993). Los ácidos grasos saturados,
supuestamente los ácidos láurico, mirístico y palmítico, elevan los niveles de LDL;
el ácido linoleico baja los niveles de LDL; y el ácido oleico parece tener un
comportamiento neutro o lo rebaja ligeramente con respecto a los hidratos de
carbono. Recientemente se ha sugerido que las LDL oxidadas son la principal y
quizás la causa de la aterosclerosis. Las LDL oxidadas son más fácilmente
captadas por los monocitos que dan lugar a la placa aterosclerótica.
Algunos estudios sugieren que varios antioxidantes limitan el desarrollo de la
aterosclerosis en los animales y en el hombre (Steinberg et al., 1989; Frei, England
y Ames, 1989; Jialal, Vega y Grundy, 1990; Riemersma et al., 1991). A la vitamina
E, los carotenoides y la vitamina C se les ha prestado una atención especial, pero
también pueden ser eficaces otros antioxidantes (Bjorkhem et al., 1991). Se han
asociado los consumos elevados de vitamina E con una reducción del riesgo de
las enfermedades coronarias del corazón tanto en hombres (Rimm et al., 1993)
como en mujeres (Stampfer et al.,1993). Así, para evaluar el riesgo relativo de
enfermedad, deben tenerse en cuenta la ingestión y los niveles circulantes de éste
y quizás de otros antioxidantes. Posiblemente esto irá cobrando importancia a
medida que se vaya progresando en este campo. No se dispone de datos
suficientes que indiquen la importancia relativa de los niveles circulantes de LDL
en comparación con los niveles de antioxidantes. Esto no quita valor a los datos
convincentes de que los niveles elevados de LDL constituyen un grave riesgo de
ECC.
Los efectos de los ácidos grasos en trans ya se han discutido en este informe. Los
datos disponibles indican que la respuesta de las lipoproteínas séricas frente a los
ácidos grasos monoinsaturados en trans es similar a la que se da frente a los
ácidos grasos saturados. Todavía queda por aclarar si presentan efectos
específicos sobre las HDL, como indican los estudios de Mensink y Katan (1990), o
no (Judd et al., 1994).
Conclusión
Existen numerosos datos que apoyan la conclusión de que los niveles elevados de
colesterol en el suero y las LDL constituyen el principal riesgo de aterosclerosis y
de enfermedades coronarias del corazón. El grado de riesgo puede modificarse
con varios antioxidantes e interacciones complejas entre el grado de la
aterosclerosis, trombótica y fibrolítica, y la reactividad vascular.
En general, los estudios metabólicos sobre los efectos de las grasas y del
colesterol alimentarios en los lípidos y las lipoproteínas del suero concuerdan con
los estudios epidemiológicos y de intervención, y con las tendencias observadas a
lo largo del tiempo en varias poblaciones. Cada tipo de estudio concluye que las
modificaciones de la alimentación que reducen los niveles de colesterol y de LDL
en el suero disminuyen el riesgo de ECC.
Los ácidos grasos en trans son ácidos grasos insaturados que tienen al menos un
doble enlace en configuración trans. Los ácidos grasos en trans más frecuentes
son los monoinsaturados, pero también pueden encontrarse isómeros
diinsaturados con configuraciones cis, trans o trans, cis. En los ácidos grasos
monoinsaturados en trans procedentes de aceites parcialmente hidrogenados, el
doble enlace tiende a distribuirse normalmente entre las posiciones 9 y 11, con una
gama de 5 a 15 (Dutton, 1979; Marchand, 1982).
Las fuentes más frecuentes de ácidos grasos isoméricos son las margarinas y
grasas de repostería que contienen aceites de pescado o vegetales parcialmente
hidrogenados. Los productos lácteos y la carne de los rumiantes adquieren sus
ácidos grasos isoméricos en el proceso de hidrogenación que se da en el rumen,
donde las bacterias realizan una fermentación anaerobia. En la grasa de la leche,
puede haber un doble enlace en trans entre las posiciones 6 y 16, con preferencia
por la posición 11. Los ácidos grasos en trans representan aproximadamente el 5
por ciento del total de los ácidos grasos en productos de vacunos y ovinos,
mientras que en las grasas hidrogenadas comercialmente pueden representar más
del 50 por ciento (Gurr, 1990).
Al examinar las primeras publicaciones, se puede ver que muchos resultados que
inicialmente se atribuyeron a los ácidos grasos en trans se debían en realidad a
una deficiencia de ácidos grasos esenciales (Beare-Rogers, 1983; Gurr, 1983). Los
ácidos grasos monoinsaturados isoméricos, así como los ácidos grasos saturados,
tienden a ocupar la posición 1 de los fosfoglicéridos animales, y los ácidos
poliinsaturados la posición 2. Los estudios sobre el modelo general de los ácidos
grasos en los constituyentes de la membrana concluyen que, con los ácidos
poliinsaturados adecuados, los ácidos monoinsaturados en trans no se acumulan
en la posición 2 de los fosfoglicéridos ni afectan a la producción de eicosanoides.
Una tasa de 2 en por ciento de energía de ácido linoleico en la alimentación es
suficiente para evitar el efecto en la síntesis de eicosanoides (Zevenbergen y
Haddeman, 1989). Cuando se alimentaban ratas con grandes dosis de ácidos
grasos en trans, la evaluación del contenido de ácido linoleico necesario para
prevenir cambios metabólicos dio la cifra de 5 por ciento en grasa o de 2 en por
ciento de energía (Verschuren y Zevenbergen, 1990). Un contenido suficiente de
ácidos grasos esenciales es, sin embargo, crítico para evitar los efectos
específicos de los ácidos grasos isoméricos.
Estudios en el hombre
El otro gran estudio con dietas a base de preparados líquidos que contenían
colesterol se realizó en los Estados Unidos de América con presidiarios que en su
mayoría eran negros y procedentes de centros urbanos. La grasa de las dietas que
contenían un 34 por ciento de ácidos grasos monoinsaturados en trans dio
resultados diferentes de la grasa control, con un alto contenido de ácido oleico
(Mattson, Hollenbach y Kligman, 1975). Un estudio posterior realizado a
estudiantes universitarios indicaba que el aceite de soja ligeramente hidrogenado
era menos eficaz que el aceite de soja sin hidrogenar para reducir el colesterol
total y el de las proteínas de baja densidad (Laine et al., 1982).
Aunque las grasas que se emplearon en este estudio eran grasas isomerizadas
catalíticamente más que hidrogenadas comercialmente, contenían los isómeros
en trans que son frecuentes en los regímenes alimentarios «occidentales». La
mayor diferencia entre las grasas del ensayo y las de los regímenes alimentarios
de los Estados Unidos de América pareció ser un isómero posicional en cis con un
doble enlace en la posición 8 (Mensink y Katan, 1991).
Un estudio realizado en los Estados Unidos de América comparó los ácidos grasos
saturados, el ácido oleico, y dos niveles (3,8 y 6,6 de energía) de isómeros
en trans (Judd et al., 1994). Todas las dietas conteman al menos un 10 por ciento
de energía de ácidos grasos saturados: ácidos láurico, mirístico y palmítico, y un 3
por ciento de energía de ácido esteárico. El ácido linoleico se mantuvo en un 6 por
ciento de energía de la dieta. El experimento, estrictamente controlado, mostró
diferencias en los efectos de los ácidos grasos monoinsaturados en cis y
en trans, incluso cuando constituían menos del 4 por ciento de energía. Tras seis
semanas con las dietas de ensayo, las dietas «moderadamente trans»,
«trans altas» y saturadas elevaron los niveles de colesterol. En consonancia con
los resultados de Mensink y Katan (1990), una dieta que contenía ácidos grasos
en trans elevaba el colesterol de LDL y la apoproteína B, y reducía el colesterol de
HDL y, en menor grado, la apoproteína A-1, en comparación con la dieta oleica. Se
observaron cambios estadísticamente significativos con niveles menores de
aporte, puesto que la dieta saturada elevaba tanto el colesterol de LDL como el
colesterol de HDL. La relación entre colesterol de LDL y HDL era menos favorable
con la dieta del 6,6 por ciento de energía de ácidos grasos entrans que con la dieta
saturada. La dieta que contenía el 6,6 por ciento de energía de ácidos grasos
en trans, en comparación con las otras dietas estudiadas, elevaba también el nivel
de triacilglicéridos en la sangre. Aunque los cambios globales eran pequeños, los
ácidos grasos en trans y los ácidos grasos saturados presentaban efectos algo
similares.
FIGURA 10.1 - Influencia de los ácidos grasos en trans sobre los niveles de
colesterol de las LDL y HDL
La margarina con aceite de maíz hidrogenado que se había utilizado para sustituir
al aceite de maíz sin hidrogenar en una dieta diseñada para reducir el colesterol
plasmático produjo menos reducción del colesterol total, del colesterol de LDL y de
la apoproteína B, pero no hubo diferencias en el colesterol de HDL ni en la Lp(a)
(Lichtenstein et al., 1993). Las dietas eran ya de contenido bajo en ácidos grasos
saturados y en colesterol.
Embarazo y lactancia
Conclusiones
En los estudios metabólicos controlados en los que se emplea ácido oleico como
referencia, los ácidos grasos en transprocedentes de aceites parcialmente
hidrogenados elevan el colesterol de LDL del plasma de forma similar a lo que se
observa con los ácidos grasos saturados. Sin embargo, a diferencia de los ácidos
grasos saturados, los ácidos grasos entrans no elevan el colesterol de HDL del
plasma, y pueden bajar esta fracción lipídica en comparación con el ácido oleico.
Así, el cociente entre colesterol total y HDL parece ser más desfavorable con los
ácidos grasos en trans que con cantidades equivalentes, ya sea de ácido oleico o
de ácidos grasos saturados. En dos estudios, los ácidos grasos saturados
aumentaron los niveles de lipoproteína (a), otro factor de reconocida importancia
en las enfermedades coronarias del corazón.
Epidemiología
Los datos recopilados por la OMS sobre incidencia del cáncer o mortalidad por
éste se han clasificado por edades y normalizado (Kurihara y Aoki, 1984; Parken et
al., 1992), y después se han comparado con los datos de consumo aparente de
grasas recopilados por la FAO (FAO, 1980b). Los datos de consumo aparente de
las grasas no tienen en cuenta los desechos y los primeros datos, expresados
como gramos consumidos por personas y por día, sobreestimaron mucho el
consumo efectivo. Sin embargo, cuando se expresa el contenido de grasas como
porcentaje de la energía total, los valores se aproximan al consumo habitual y
muestran una fuerte correlación positiva con la mortalidad por cáncer.
Estudios de intervención
En las pruebas clínicas, los participantes son asignados al azar a un grupo «de
control» o un grupo «de tratamiento»; al grupo «de tratamiento» se le asesora
sobre la alimentación o el tratamiento adecuado, y al grupo «de control» se le dan
consejos generales. Los grupos son objeto de seguimiento a lo largo del tiempo
para determinar la observación de las disposiciones dietéticas y en quién se
desarrolla la enfermedad. Muchos consideran este método como un medio
adecuado para probar la eficacia de la alimentación o de otros métodos de
tratamiento o prevención de la enfermedad. Sin embargo, los problemas de las
pruebas de intervención alimentaria son enormes. Los grupos deben ser grandes,
y los estudios son intensivos, caros, y deben prolongarse durante largos períodos
de tiempo. Un importante problema consiste en la evaluación de las distintas
prácticas alimentarias dentro de los grupos, especialmente cuando, en muchos
casos, el público en general está recibiendo los mismos consejos que el grupo de
tratamiento. Como se prevé que la enfermedad se desarrolle en relativamente
pocas personas, se debe identificar la alimentación de las personas para averiguar
el grado de observancia de las disposiciones dietéticas en aquéllas en las que se
desarrolla o no la enfermedad. Los actuales métodos de evaluación de la ingestión
muestran desviaciones respecto a los aportes energéticos descritos, al parecer
independientemente de la metodología empleada (Livingstone et al., 1990;
Schoeller, 1990; Black et al., 1993). Es claro que los participantes en los grupos de
tratamiento se encuentran bastante presionados, por lo que describen patrones de
consumo que se aproximan a las instrucciones. En los intentos sobre ensayos en
gran escala de regímenes alimentarios de bajo contenido de grasas los
participantes en los estudios describieron aportes energéticos excesivamente
bajos, lo que plantea dudas sobre la fiabilidad de los datos de consumo de
alimentos (Henderson et al., 1990; Hunninghake et al., 1993). Estos datos parecen
confirmar la conclusión de que cuantos más consejos reciban los grupos, menos
fidedignos se hacen los datos sobre consumo de alimentos (Mertz, 1992). Se pone
en duda, por tanto, la utilidad o factibilidad de los ensayos de intervención para
probar los efectos de la alimentación en la incidencia de las enfermedades.
Los estudios con animales indican también que los materiales no lipidícos influyen
en la incidencia del cáncer. Las ratas que se alimentaron con piensos comerciales
presentaron menos tumores que las que se alimentaron con alimentos purificados
con un contenido lipídico similar (Carroll, 1975; IP, 1987). Se tiene cada vez más
datos de que las dietas ricas en fibra, frutas y verduras reducen el riesgo de cáncer
en los seres humanos (National Research Council, 1982, 1989; Ziegler, 1989;
Block, Patterson y Subar, 1992; Sandler et al., 1993; Hunter et al., 1993). Los
experimentos con animales han permitido identificar varios agentes anticancerosos
en las sustancias naturales (Birt y Bresnick, 1991; Wattenberg, 1992). Una
reducción del consumo de grasas produce normalmente un aumento del consumo
de constituyentes no grasos de la alimentación. Así, la diferencia en cuanto a la
incidencia del cáncer y de la mortalidad en las poblaciones que consumen
alimentos con alto o con bajo contenido de grasas puede deberse a otros
componentes de la alimentación que no sean las grasas. Sin embargo, los
estudios realizados para observar los efectos de las grasas alimentarias usando
dietas purificadas implican claramente a las grasas.
Muchos han sugerido que el balance energético es más importante que el nivel de
grasas alimentarias (Boutwell, 1992; Pariza, 1988; Welsch, 1992) puesto que el
efecto estimulante de los regímenes alimentarios ricos en grasas puede corregirse
con una restricción calórica. Sin embargo, el grado de la restricción calórica
impuesta en la mayoría de los estudios experimentales no es realista en el caso de
los seres humanos. La obesidad se relaciona frecuentemente con el aumento del
riesgo del cáncer mamario (Dao y Hilf, 1992), sobre todo cuando la grasa está más
localizada en la parte superior del cuerpo (Ballard-Barbash et al., 1990; Schapira et
al., 1990). Se ha descrito que las atletas delgadas corren un riesgo bajo de
padecer cáncer mamario (Frisch et al., 1992). Se ha sugerido que esto podría estar
relacionado con la capacidad del tejido adiposo de convertir los andrógenos en
estrógenos. En los animales, se ha descrito que el ejercicio puede tanto inhibir
como aumentar el cáncer mamario, dependiendo de su intensidad y duración
(Thompson, 1992).
El estímulo del cáncer de colon mediante las grasas podría deberse a un aumento
de la secreción de los ácidos biliares, y podría estar mediado por la proteína kinasa
C y/o la ornitoína descarboxilasa. El hecho de que los aceites de pescado no
estimulen el cáncer de colon puede relacionarse con los efectos sobre la
producción de eicosanoides. Se ha visto que los inhibidores de la prostaglandina
inhiben la carcinogénesis de colon (Reddy, 1992).
Muchos de los primeros estudios con animales se ocuparon del cáncer de piel, y
mostraron que existía relación con las grasas de la alimentación. En un modelo se
describió que, contrariamente a los resultados obtenidos en el cáncer mamario,
existía una relación inversa entre ácido linoleico y cáncer de piel (Fischer et
al., 1992). El cáncer de piel puede inhibirse también mediante una restricción
calórica (Birt et al., 1993).
Conclusión
Los metabolitos del ácido araquidónico (AA) intervienen en el control del sistema
inmunitario. Los metabolitos del ácido araquidónico (AA), las prostaglandinas (PG),
el ácido hidroxieicosatetraenoico (HETE) y los leucotrienos (LT) son producidos
por las células mononucleares de la sangre periférica humana (CMSP) y por los
esplenocitos del ratón en respuesta a los estímulos de los mitógenos o de los
antígenos. También inhiben la subsiguiente proliferación de las células T. De
manera similar, la inhibición in vitro de las PG aumenta la proliferación de las
células T. Las respuestas inmunitarias celular y humoral se producen bajo el
control negativo de las PG. In vitro, la PGE2 inhibe la proliferación de las células T.
(Goodwin, Messner y Peake, 1974; Webb, Rogers y Nowowiejiski, 1980; Rola-
Plaszczynski y Lemaire, 1985; Metzger, Hoffeld y Oppenheim, 1980; Fisher y
Bostic-Bruton, 1982; Muscoplat, Rakich y Thoen, 1978), la producción de
linfoquinas (Gordon, Bray y Morley, 1976), la generación de células citotóxicas
(Plaut, 1979), y la actividad de las células asesinas naturales (AN) (Roder y Klein,
1979).
Los escasos estudios realizados sobre los efectos de las grasas de la alimentación
en la respuesta inmunitaria humana han sido estudios epidemiológicos
retrospectivos. Los estudios de exploración sobre la esclerosis múltiple (EM), una
posible enfermedad autoinmunitaria desmielinizante con cambios de lípidos
(Bornstein, 1973), sugieren que se deba a carencia de los AGPI (Bernsohn y
Stephanides, 1967; Mertin y Meade, 1977). Un estudio mostró que los pacientes
con EM tenían menos ácido linoleico de lo normal en los lípidos de sus linfocitos, y
que los pacientes de EM complementados con aceite de cártamo durante dos años
presentaban recaídas menos frecuentes y menos graves que los complementados
con aceite de oliva (Millar et al., 1973). Otro estudio mostró que los linfocitos de
pacientes con EM daban respuestas mitogénicas inferiores que los individuos de
control, y que la complementación con aceite de semillas de prímula (que contiene
un 8 por ciento de ácido oleico, un 75 por ciento de linoleico, y un 9 por ciento
de -linoleico C18:3n-6) durante 85 días mejoraba la respuesta mitogénica (Offner,
Konat y Clausen, 1974).
Conclusión
Los estudios realizados con animales o cultivos de tejidos, así como los realizados
con los seres humanos, indican que tanto el nivel como el grado de saturación de
los lípidos de la alimentación influyen en las respuestas inflamatorias e
inmunológicas. La naturaleza del efecto depende del tipo de ácido graso, la edad,
el antioxidante y el estado de salud de la persona. Algunos de estos cambios
inmunológicos están relacionados con efectos clínicos beneficiosos, como la
reducción de la citoquina proinflamatoria con los AGPI (n-3) marinos. Otros pueden
ser perjudiciales, como la disminución de la función de intermediario de las células
T producida por los AGPI (n-3) marinos en la gente de más edad.
Acidos grasos
Las pruebas controladas realizadas para examinar los efectos de varios ácidos
grasos monoinsaturados de la alimentación no mostraron efectos significativos
(Mensink, Janssen y Katan, 1988; McDonald et al., 1989).
Acidos grasos n-3. El efecto de los ácidos grasos n-3, principalmente de los
ácidos eicosapentanoico (AEP) y docosahexanoico (ADH), se ha examinado en
muchos estudios experimentales. Las discrepancias en las observaciones sobre la
presión sanguínea se pueden deber a la complejidad de los mecanismos de
regulación. La síntesis de las prostaglandinas vasodilatadoras, como la
prostaciclina y la PEG2 así como de los constrictores como el tromboxano A2 y el
leucotrieno B2 queda suprimida como consecuencia de la producción de tres series
de eicosanoides. El tromboxano A3 de los ácidos grasos n-3 no es tan activo como
la serie 2 de los eicosanoides. El efecto de los ácidos grasos n-3 en la presión
sanguínea se debe, sin embargo, al balance entre los eicosanoides
vasodilatadores y vasoconstrictores en la pared vascular y en el riñon (Yin, Chu y
Beilin, 1992; Shimokawa et al., 1987; Lorenz et al., 1983; Beilin, 1992).
Conclusión
Vitaminas liposolubles
Sin embargo, la elaboración de los aceites comestibles hace que con frecuencia se
eliminen totalmente los carotenoides presentes en el aceite bruto. Por ejemplo, el
aceite de palma bruto, una fuente rica en carotenoides (500-700 ppm) puede
perderlos todos en el proceso de refinado. Sin embargo, se pueden utilizar
técnicas suaves para elaborar el aceite de palma bruto que permiten conservar la
mayor parte de los carotenoides a la vez que se eliminan los ácidos grasos libres y
los peróxidos perjudiciales. El aceite de palma rojo resultante, con un alto
contenido de carotenoides, puede convertirse en un importante componente
dietético en la lucha contra la carencia de vitamina A en muchos países en
desarrollo, y debe apoyarse su utilización.
Ubiquinonas
No se sabe si la ubiquinona Q9 es biológicamente activa en los seres humanos,
pero la ubiquinona Q10 actúa como transportador de electrones en las
mitocondrias. La ubiquinona Q10, junto con el -tocoferol, parece proteger las
lipoproteínas de baja densidad frente a la oxidación (Tribble et al., 1994).
Antioxidantes
Tocotrienoles
Fitosteroles
Los esteroles de las plantas no son bien absorbidos por los seres humanos, y
pueden inhibir la absorción del colesterol y de los ácidos biliares. Pueden ejercer
efectos apreciables sobre los niveles de colesterol de las LDL, incluso con
consumos relativamente bajos (Grundy y Mok, 1977; Lees et al., 1977;
Heinemann, Leiss y von Bergmann, 1986). Aunque no se ha establecido el
principal mecanismo de acción de los fitosteroles, pueden influir sobre la
solubilización de las micelas de colesterol (Child y Kuksis, 1986), así como la tasa
de síntesis y degradación del colesterol (Bober, Akerlund y Bjorkhem, 1989; Ikeda
y Sugano, 1983; Heinemann, Leiss y von Bergmann, 1986; Heinemann et
al., 1991).
Los alimentos con alto contenido de poliinsaturados podrían contener al menos 0,6
mg equivalentes de tocoferol por cada gramo de ácidos grasos poliinsaturados.
Pueden ser necesarios niveles superiores en el caso de las grasas ricas en ácidos
grasos que contienen más de dos dobles enlaces.
Aplicación del etiquetado nutricional. Hay que hacer notar que el etiquetado de
los alimentos puede ser cuestionable o irrelevante en determinadas circunstancias.
En concreto, la etiqueta no será rentable ni apropiada cuando el principal problema
de salud pública sea la falta de alimentos suficientes, donde los niveles educativos
no sean los adecuados para permitir a los consumidores leer o comprender dicha
información, y donde los métodos de empaquetado y distribución de los alimentos
excluyan el empleo de etiquetas sobre o cerca de ellos. Sin embargo, es probable
que en muchos países haya algunos sectores de la población que podrían
beneficiarse de la información sobre los componentes lipidícos de los alimentos.
En estos casos, los países deben considerar la necesidad de proporcionar los
medios para un etiquetado adecuado y su presentación de acuerdo con las
directrices y orientaciones existentes.
A medida que los esfuerzos relacionados con el etiquetado de los alimentos han
ido evolucionando, se han ido estableciendo distintas orientaciones y requisitos
legales. Esto plantea dificultades a la hora de desarrollar y armonizar las listas con
información nutricional que tienen amplias aplicaciones internacionales. Esto
incluye consideraciones tales como el número de idiomas que se deben utilizar en
la etiqueta; si la información se debe expresar cuantitativamente, con símbolos, o
empleando términos como «alto», «medio», o «bajo»; y si la información nutricional
se expresa en cantidades por 100 gramos de alimento o por dosis (raciones)
específicas. A medida que sigan aumentando las pruebas científicas que
relacionan el contenido de nutrientes de los alimentos con las condiciones de
determinadas enfermedades crónicas, la política sanitaria y las orientaciones
dietéticas públicas pueden modificarse y variar de un país a otro. Aunque dichas
situaciones son con frecuencia inevitables, está claro que una mayor congruencia
en las orientaciones sobre el etiquetado de los alimentos reducirá las barreras que
impiden promover la armonización internacional y mayores beneficios para los
consumidores.
Preocupaciones
Conclusiones
Deberían respaldarse los esfuerzos en materia de etiquetado nutricional, tanto
voluntario como obligatorio, de los alimentos en general, y de los componentes
lipídicos en particular. Estas sugerencias generales nacen de los considerables
datos que vinculan las grasas alimentarias con las enfermedades crónicas, y de las
recomendaciones sanitarias relativas a los niveles convenientes de los
componentes grasos de la alimentación humana.