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La construcción de la abyección morisca: el ahormante de la colonialidad

The construction of the Morisc abjection: the maker of coloniality


Fernando Limeres Novoa.
Centro Investigador: OITSMO Centroamérica. CLACSO. Consejo Latinoamericanos de
Ciencias Sociales
Codirector Academia Aberta
Universidad de procedencia: Universidad de Buenos Aires. UNED
Dirección postal: Ameneiral 12, 1º izquierda, Bertamiráns, Amés, A Coruña. España.
Correo electrónico:fernandolimeres@yahoo.es

Este artículo postula como tesis la función del ahormante de la colonialidad. Constituye
una función discursiva propia del género crónicas históricas y de Indias en el contexto del
Renacimiento español, cuyo marco de significación es la difusión de la ideología imperial
española desde mediados del siglo XV hasta finales del siglo XVI. Es decir, desde que los
Reyes Católicos emprenden la conquista de Granada (1482-1492) hasta el periodo en
que el imperio, según convención histórica, alcanza su máxima expansión, 1580-1640.
Se examinará su funcionamiento en la narrativa histórica sobre la Rebelión de las
Alpujarras. Este conflicto tuvo lugar en España entre los años 1568 y 1571 bajo el reinado
de Felipe II. El casus belli fue la resistencia morisca a la Pragmática Sanción de 1567 que
imponía su aculturación fundamentada en el discurso dogmático del integrismo católico
de la época que funcionaba en clave política para afianzar la cohesión social del reino.
Conflicto calificado por henry Kamen como la guerra más salvaje del siglo.
Se analizará su funcionamiento en: “Historia de la Rebelión y Castigo de los Moriscos
del Reino de Granada” de Luis del Mármol Caravajal, esto es, la focalización discursiva de
los moriscos en el texto mediante el análisis de discurso operado desde una hermenéutica
decolonial. Como consecuencia del procedimiento anterior se establecerá la ideología que
subyace a todo el texto.
La metodología empleada es el análisis de discurso y la hermenéutica decolonial.
Palabras clave: rebelión, Granada, narrativas historiográficas, alteridad,moriscos,
ideología, guerra santa.

This article postulates as a thesis the function of the colonial saver. It constitutes a
discursive function of the historical and Indian chronicles genre in the context of the
Spanish Renaissance, whose framework of significance is the diffusion of the Spanish
imperial ideology from the mid-fifteenth century to the late sixteenth century. That is, since
the Catholic Monarchs began the conquest of Granada (1482-1492) until the period when
the empire, according to historical convention, reaches its maximum expansion, 1580-
1640. Its operation will be examined in the historical narrative about the Alpujarras
Rebellion. This conflict took place in Spain between 1568 and 1571 under the reign of
Philip II. The casus belli was the Moorish resistance to the Pragmatic Sanction of 1567
that imposed its acculturation based on the dogmatic discourse of Catholic
fundamentalism of the time that functioned in a political key to strengthen the social
cohesion of the kingdom. Conflict qualified by Henry Kamen as the wildest war of the
century.
Its operation will be analyzed in: “History of the Rebellion and Punishment of the
Moriscos of the Kingdom of Granada” by Luis del Mármol Caravajal, that is, the discursive
focus of the Moriscos in the text through the analysis of discourse operated from a
decolonial hermeneutic. As a consequence of the previous procedure, the ideology that
underlies the entire text will be established.
The methodology used is discourse analysis and decolonial hermeneutics.
Keywords: rebellion, Granada, historiographic narratives, alterity, Moors, ideology, holy
war.

1. El ahormante de la colonialidad: definición, características, funcionamiento.

“Ni el imperialismo ni el colonialismo son simples actuaciones de acumulación y


adquisición. Ambos cuentan con el apoyo, y a veces con el impulso de impresionantes
formaciones ideológicas que incluyen la convicción de que ciertos territorios o pueblos
necesitan y ruegan ser dominados, así como nociones que son formas de conocimientos
ligadas a tal dominio”. E. W Said.

“(…) y dueños de Roma y la espada de César, nos declaramos los dueños del mundo.
Sin embargo, nuestra conquista no ha acabado aún, está todavía en su etapa inicial, falta
mucho para verla concluida: la tierra ha de sufrir aún durante mucho tiempo”. Fiodor
Dostoiesvki “El gran Inquisidor”.

El ahormante de la colonialidad es más que un lugar de enunciación que condiciona los


diferentes planos discursivos de su enunciado, por sobre los tópicos del género. Supone
la narrativa de una ideología que legitima una razón de estado cuyo arranque es la
Monarquía Autoritaria y su proyecto de unificación peninsular. Empleamos “razón de
Estado” con la significación que le asigna Foucault: “La razón de Estado no es un arte de
gobernar según leyes naturales o humanas. No necesita respetar el orden general del
mundo. Se trata de un gobierno en consonancia con la potencia del Estado. Es un
gobierno cuya meta consiste en aumentar esta potencia en un marco extensivo y
competitivo”. (Foucault, 1991, p: 127). Así un gobierno tal como el que plantea Foucault
para alcanzar su meta necesita servirse de narrativas autotélicas que representen el
discurso que legitime su praxis. Es decir, se sirve de una relato de las razones que
justifican su hegemonía; relato en el que se mezclan los subgéneros argumental y
propagandístico.
El ahormante produce una conversión de la significación textual, dado que en virtud de
su marcas enunciativas, el discurso se torna de referencial a referido; esto es, la
designación narrativa de una serie de acontecimientos presenta una importancia
secundaria frente a los procedimientos textuales que guían la lectura de ese verosímil
inteligible hacia una determinada e interesada codificación ideológica por lo que el
discurso presenta como su dominante la explicitación lingüística de su ideología por sobre
el relato de los hechos. Es decir que si se tuviese que representar espacialmente ambas
funciones se podría decir que la función 1 horizontal o fáctica concerniente a la narración
se subordina a la función 2 vertical o ideológica que formula una determinada concepción
interpretativa sobre los mismos. En este sentido, el ahormante funciona como un
marcador en los planos macro y micro textuales; planos macro: diégesis general,
estructura, organización partes-todo, funciones de los actantes, predicados asignados en
los planos descriptivos de las etopeyas, etc; plano micro: nivel léxico-semático; nivel
sintáctico; ambos planos conforman la unidad discursiva. Pero además de determinar la
materia verbal, valiéndose por ejemplo de procedimientos textuales que tornan verosímil a
lo imaginario; configura bajo una simulacro epistémico los mitemas de un discurso
mitológico insitucional/político/religioso; procura tácitamente un específico efecto de
lectura; por esta razón, no solo evidencia un intención comunicativa determinada sino que
esta intención comunicativa se vuelve un propósito de proselitismo, de adoctrinamiento
sobre cómo debe entenderse la rebelión de los moriscos y cuál era el rol que tenían en la
lucha además de enemigos de un orden inmanente y cuál será su rol como derrotados.
Por otra parte, un aspecto de su significación es coincidente con la categoría de
“colonialidad” de Quijano o “encubrimiento del otro” de Dussel puesto que el ahormante
como en los casos anteriores produce un discurso que no solo estigmatiza la otredad
colectiva sino que esa estigmatización es condición para su subalternización.
Subalternizar es construir la ficción del otro en términos antagónicos con un “nosotros” del
que forma parte la voz subalternizadora; es decir, encubrirlo para adecuar su rol
económico según los intereses del estado y de la iglesia confundidos con mayor o menor
vehemencia desde la centralización política de la Monarquía Autoritaria de los Reyes
Católicos. Fernando e Isabel por ejemplo, “(…) en el reino de Granada y en las Indias
tenían el privilegio de proveer todos los cargos eclesiásticos del reino”. (Merriman, 1965,
p.118). Además, la colonialidad no solo ha constituido la categoría principal que ha
permitido asignar roles económicos en América; permitiendo la consolidación del
capitalismo mundial; la colonialidad, a nuestro juicio, comienza a funcionar a partir de la
Rebelión de las Alpujarras (1568-1571); sobre los mismos moriscos; aprovechando un
secular encono social.
Volviendo al ahormante, este evidencia la ambigüedad discursiva de conceptos como
“realidad” y “ficción”, dado que torna verosímil mediante mecanismos textuales-
discursivos, lo ficcionalizado. Lo construido verbalmente como artilugio discursivo ya se
postula como carente de referencia, el texto es lo real y debe ser leído e interpretado
como de modo acrítico como una palabra cuya legitimidad ahormada es tan contundente
que no necesita constatación. De esta manera, el artificio discursivo que promueve remite
a un concepto de realidad ideologizado determinado por la historia y por la cosmovisión
oficial de la monarquía y su imperativo de acrecentamiento del poder. Por consiguiente, el
ahormante funciona como un modelizador pre y posdiscursivo, un configurador de los
diversos predicados de la colonialidad asignados a una comunidad concebida como
“exótica” y por ende, antagónica. Su “exotismo” que no es tal es su diferencia y su
resistencia a la imposición de una homogeneidad cultural amparada en la aceptación del
catolicismo, auténtica condición de ciudadanía del reino.
En términos textuales, las crónicas presentan protocolos de lectura que las constituyen
como textos ficcionales desde la perspectiva coetánea y porque como toda obra literaria
son “ (…) un objeto semiológico, un texto comunicativo al que subyace un sistema lógico
que lo hace inteligible”. (García Berrio, A. y Vera Luján, A, 1977: 231). Y Porque las
narrativas historiográficas renacentistas españolas no dejan de ser narrativas del poder en
tanto encubren la materialidad de sus intereses con una suerte de discurso épico-
idealizante, en todo caso, son acríticas, en tanto su axiología es de signo positivo,
autorreferencial-proselitista, puesto que en tanto afirma un sistema político-teológico que
legitima y explica el contenido referido de su discurso, denigra la otredad; confinando a los
otros/as bajo la determinación inexorable y prejuiciosa de un discurso que justifica desde
la privación/prohibición de su cultura hasta su genocidio. De este modo, el ahormante
funciona específicamente desde la historiografía oficial de la rebelión morisca hasta los
textos de la colonización y conquista de América; diarios, narrativas historiográficas,
probanzas de méritos, cartas, etc. Constituye por una parte, una escritura del imperativo
monárquico sobre el sentido trascendente que da cuenta de su expansión y por otra, la
organización discursiva de una cosmovisión discursiva monológica (Bajtín) que no acepta
réplicas o disensos. De aquí que sus relatos presenten un valor ejemplarizante, “Rebelión
y Castigo..” se titula el texto de Mármol Caravajal; similar a las coordenadas de pecado y
penitencia del sermón religioso divulgativo. Las textualidades americanas tendrán
parecidas modulaciones y finalidades. En este aspecto, la “Relación de las cosas de
Yucatán” constituye un buen ejemplo de las operaciones discursivas del ahormante. Este
opera en contextos intratextuales pero no exclusivamente porque puede definirse como
una sistema de determinación de los sentidos de los textos en dos planos: bajo los
parámetros intratextuales de su significación pero de igual modo, en el plano de la
designación, en relación con sus referentes extratextuales. (Coseriu). Por ende, establece
unidades que son, en términos discursivos, signos que operan como eufemismos o
paráfrasis de una totalidad histórica referida en la escritura pero subjetiva y por tanto,
inconclusa puesto que la operación de una hermenéutica decolonial siempre percibirá en
sus procedimientos narrativos, descriptivos o en sus marcas de enunciación, la ausencia
de los otros por debajo de la superficie discursiva de su denigración; esto es, la praxis de
una lectura crítica que interprete a contracorriente de las verdades formuladas del texto no
puede dejar de orientar sus hipótesis de lectura para señalar la omisión de las voces de la
otredad, cuyo mismo silenciamiento es por demás significante y condiciona la significación
interpretativa promovida por la omnisciencia institucionalizada de la voz textual
hegemónica. Así el ahormante tematizado será “eurocentrismo” (Samir Amin) o
“Orientalismo” en el siglo XVIII en el contexto de la epistemología colonial inglesa (E.
Said). Ya que el ahormante constituye un procedimiento de las narrativas eurocentricas-
coloniales propias de la modernidad signada por la acumulación capitalista que en el
contexto inmediato justifica un proceso histórico de sojuzgamiento de la otredad condición
sine die de aquella al tiempo que en contextos diferidos difunde un imaginario que
posibilita el sometimiento en el tiempo. Pues además, el ahormante confirma y remite a
una concepción sociológica de la lengua ya que sostenemos con Voloshinov que “El
enunciado es un fenómeno social” y que los discursos se constituyen como “signos
ideológicos” representantes de los tópicos ideológicos de una especificidad histórica
determinada, fundamentados desde la perspectiva sociolingüística en una ideología de
clase que determina la morfología, el sentido y la finalidad de los discursos y que una
clave interpretativa de las textualidades históricas de la conquista inter y extrapeninsular
es analizarlas como expansiones discursivas funcionales a un discurso ideológico
particular cuya praxis remite a una “razón de Estado” colonialista; dado que siguiendo al
teórico ruso la lengua es manifestación ideológica: “Las condiciones de la comunicación
verbal, sus formas y sus métodos de diferenciación, son impuestas por los requisitos
económicos y sociales de un período dado”.(Voloshinov, 1976, p. 154).
Ahora bien, si el mensaje enunciado por el ahormante expresa un discurso filoimperial
en su contexto inmediato cuya cohesión es consecuencia de la identificación de los
enemigos; en un contexto diferido contribuye a la persistencia de un imaginario social
contra una comunidad percibida como una otredad a la que no se puede incorporar por
diversas razones; articuladas en prejuicios de época, particularmente urdidos por una
concepción religiosa integrista.
El término “ahormante” proviene de la lingüística generativa chomskyana Denominado
también “diagrama arbóreo” o “marcador sintagmático”. En ambos casos alude al
procedimiento empleado para representar la estructura sintagmática de la oración. Sin
embargo, en el contexto de las narrativas historigráficas, no solo determina los niveles
sintagmáticos y oracionales, sino los diversos componentes del discurso.
Según el Diccionario de la Real Academia, “ahormar” significa:“1. tr. Ajustar algo a su
norma o molde.2. tr. Amoldar, poner en razón a alguien. 3.tr. Equit. Excitar a la caballería
suavemente con el freno y la falsa rienda para que coloque la cabeza en posición
correcta. 4. tr. Taurom. Hacer pr medio de la muleta u otras suertes, que el toro se coloque
en posición conveniente para darle la estocada”. En las cuatro acepciones, el verbo
conserva su transitivdad, esto es, la relación de determinación semántica que recibe su
complemento. De modo que “ahormar” es ajustar, dar forma, imponer un patrón
establecido. En tanto que para Francisco Rodríguez Perera, en su “Aportación al
vocabulario” “ahormar significa dar a algo su conformación adecuada”. En tanto que
diversas fuentes proponen la relación sinonímica del termino con: “amoldar, adaptar,
moldear, acomodar, conformar, etc”.
En primer lugar, la primera instancia textual que recibe la determinación del ahormante
es el género. De manera que, las propiedades genéricas, discursivamente
institucionalizadas, se combinan en un proceso de adaptación que el mismo ahormante
instituye a partir de su intención comunicativa. Por lo que los parámetros genéricos son
convenciones elásticas; dado que sus propiedades se adaptan en un proceso que el
ahormante produce. De este modo, el ahormante funciona como un dispositivo regulador
intra y extratextual ya que su procura promover cierto efecto de lectura, es decir, se trata
de instituir una determinada jerarquía interpretativa, una lectura canónica por sobre las
múltiples posibles, normativizada desde el propio contenido narrado y por los modos de
formulación del mismo. Pero además, en el plano textual funciona como un polimarcador
en los planos oracional, léxico, y en las diversos fragmentos que componen la estructura
diegética, esto es, la historia narrada. Sin embargo, la acción sobre los niveles discursivos
del ahormante no supone que el discurso ideológico sea omitido. En la obra de Luis del
Mármol Caravajal, por ejemplo, los fragmentos de discurso ideológico directo, es decir,
sin modalización, son frecuentes y posicionados en espacios importantes respecto del la
interpretación histórica que se pretende difundir.
Desde la perspectiva de la retórica, se puede afirmar que el ahormante está presente
en la inventio, organiza la disposición de los materiales tanto como en el ornato si lo
hubiere y opera en la actio, dado que es un principio o patrón composicional-semántico
por una parte, y por otra, una mise en scène que asegura en términos pragmáticos la
intelección de los efectos de sentido de la interpretación que el propio texto
institucionaliza. De modo que, en definitiva, el ahormante es un “disciplinador” de los
diferentes niveles que conforman la materialidad discursiva así como la postulación
específica de su significado a posteriori. Así marca, configura, ordena, jerarquiza e impele
el discurso a fin de que comunique un determinado efecto de sentido en los lectores. Esto
es supone el despliegue sobre los materiales lingüísticos de una estrategia de
comunicación ideológica que jerarquiza una única interpretación posible. Siguiendo con el
aspecto pragmático de esta tipología textual, el ahormante de la colonialidad constituye la
función que induce una transformación de una cadena de enunciados A a una
interpretación de lectura B. A pesar del esquematismo de la afirmación anterior, esta
interpretación inducida constituye la finalidad más importante del funcionamiento del
dispositivo de ahormación. La transformación anterior es una función dado que resulta
determinada o inducida por el efecto de lectura global del texto, como ya veremos. De
esta manera, se complementan dos momentos, ambos concurrentes ara la construcción
interpretativa de los lectores: la significación intratextual, procedente de la organización
morfológica del discurso: léxica, sintagmática, oracional y finalmente discursiva y la
designación inducida y extratextual en la operación del lectura, aunque esta última con
matices. Ya que siguiendo a Eco en “Lector in Fabula”, esa operación de lectura con la
que concluye el proceso comunicativo del texto ya esta implícita, en el propio discurso que
adapta su mensaje en la procura de un lector determinado que produzca una lectura
específica previamente contextualizada. Contextualizada significa que los parámetros
cognitivos del discurso ya se encuentran en él: declarados, referidos, vinculados con otros
discursos que operen como fenómeno de autoridad argumental, etc. En el texto de Luis
de Mármol Caravajal, por ejemplo, la victoria sobre la insurrección morisca es narrada
como continuidad histórica de la Conquista de Granada por los Reyes Católicos, ambos
hechos históricos no solo son complementarios en la vinculación ideológica que les otorga
la instancia narrativa sino que además suponen hechos de una diacronía histórica que no
solo es humana sino que, fiel al teocentrismo medieval, tan presente en todo aquel
periodo como en el Milenarismo del año 1000, lee los acontecimientos sociales como
epifenómenos de una teleología divina; amparada dicha lectura por la intertextualidad con
la Biblia entendida a partir de la exégesis de la patrística medieval. En consecuencia, la
función de ahormación reduce la comunicación; los lectores deja de serlo porque en
definitiva operan como replicantes que en mímesis discursiva reproducen una verdad
histórica dogmática contenida en la escritura. Porque, debido a su modelización, el texto
se proclama equivalente a la realidad, en consecuencia, el ahormante opera reduciendo la
comunicación dado que cualquier lectura crítica, transversal o indisciplinada resulta
abolida. De aquí que el empleo de los procedimientos lingüísticos de aumento de la
verosimilitud de la narración histórica sean profusos para construir una verdad textual que
no solo es histórica sino además y fundamentalmente, divina. Dicha verdad impone sus
propios consensos, protocolos de lectura e interpretación. En esta dirección y en términos
semióticos, la función de ahormación supone el despliegue de un proceso de codificación
de la alteridad en los términos de la propia cultura; entiéndase la cultura teocéntrica del
integrismo católico específica del reinado de Felipe II. Por ende, la otredad morisca es
construida como un reverso antagónico que es necesario erradicar porque su subversión
no solo ataca un orden político particular, sino que va en contra de un ordenamiento
divino, de aquí que uno de los calificativos mas frecuentes sea el de “infieles” que no solo
opera como calificación sino que ya en su misma acepción está implícita su condición
pecaminosa, su natural inclinación a la impiedad. De modo que esta formulación en todo
caso será negativa pero esa negación de los otros supone matizar su rol antagónico. Ser
enemigos de la fe no implica solo enemistad, fundamentalmente religiosa, pero también
política y social sino que ya en su semantismo contiene su infravaloración. Los moriscos
reactualizan en el siglo XVI el discurso artistotélico clásico contra el bárbaro puesto que
como los bárbaros del siglo IV a. C representan no solo una inferioridad cultural,
axiológica, sino una inferioridad que para el discurso de la ortodoxia católica del Siglo XVI
es fundamentalmente ontológica. Por otra parte, “morisco” en la diacronía lingüística
surge como adjetivo no como sustantivo; esta confusión gramatical es clave en el
encubrimiento de esa comunidad secularmente arraigada en la península; de acuerdo con
Emilio González Ferrín:

Morisco equivale a moruno, y no a moro. Nació como adjetivo: ropa morisca, costumbre morisca; es
decir, propia de moros; de esos moros que había aquí antes y ahora están ahí enfrente. La distinción no es
baladí, sino que expresa a la perfección el modo en que España tomó por sustantivo un adjetivo. Y, al
expulsar a los moriscos, creyó desustantivarse al extirparse un adjetivo. ¿Por qué lo hizo -renegar de Al
Ándalus?. Probablemente, por mero desconocimiento de la realidad continuista de la historia. También
porque podía hacerlo; porque podía permitirse renegar. Como el licenciado que reniega d ellos estudios que
lo convirtieron en tal. De nuevo: ¿por qué lo hizo -expulsar a los moriscos, y a los judíos?. Quienes saben

más, plantean sesudas razones de Estado homogéneo, (...) . (González Ferrín, 2007: 518).

En síntesis, la operación de ahormante radica en conceder entidad lingüístico-textual a


la colonialidad. En otras palabras, la colonialidad necesita del ahormante para formularse;
necesita legitimidad escrita; no solo en las pragmáticas reales sino en textos escritos por
intelectuales orgánicos que refieran la legitimidad imperial bajo discurso histórico, por una
parte y por otra, que legitimen la colonialidad morisca, que oscila históricamente entre su
aculuración, su esclavitud y su expulsión.
Ahora bien, es pertinente alcanzado este punto preguntarse ¿porqué el ahormante
codifica su discurso ideológico sobre el discurso histórico con mayor frecuencia que en
otros discursos en los que procura idénticas finalidades? Los trabajos de H. White
contestan en parte esta pregunta; dando cuenta de la organización discursivo-ideológica
como componente importante en las narrativas históricas; pero ya el Barthes oscilante
entre estructuralismo y postestructuralismo había calado con profundidad en la
construcción ideologizada del texto histórico: “En el discurso histórico de nuestra
civilización, el proceso de significación intenta siempre “llenar” de sentido la Historia: el
historiador recopila menos hechos que significantes y los relaciona , es decir, los organiza
con el fin de establecer un sentido positivo y llenar así el vacío de la pura serie”. ( Barthes,
1988, p. 174). “El sentido positivo” de Barthes, desde la perspectiva de una hermenéutica
decolonial, no solo atañe a la sistematización de las series fácticas para otorgarles
inteligibilidad narrativa en una operación estructural-constructiva, sino que se vincula con
la significación ideológica con la que el ahormante, en términos de su ideología,
construye el sentido general de esos hechos que el narrador refiere. Por consiguiente, el
ahormante, en primer lugar, procura legitimar el colonialismo al que apoyará en los
términos que dicte la colonialidad en los textos. En este aspecto, instituye un subgénero
literario de temática diversa pero cuyos discursos convergen en constituirse como
narrativa filoimperial. Los relatos parten de un a priori: la disimetría ontológica entre la
civilización a la que el narrador pertenece y cuyo discurso también puede entenderse
como discurso civilizador más allá de sus diferentes modulaciones: religiosa, cultural,
política, etc. Esa voz narrativa traza una división bajo cuyos parámetros se acciona el
sentido del texto: una dicotomía entre un “nosotros” que monopoliza la palabra en la
enunciación exclusiva de un discurso monológico y un “ellos” objetivado dado que en
raras oportunidades aparecen como discurso propio en los textos; objeto de las
predicaciones y atribuciones del narrador; no sujetos porque carecen de discurso propio;
siempre referidos y referentes de una construcción artificial e instituida como verdadera en
los textos. Por lo que son ya sujetos coloniales en su propia construcción discursiva de
una verdad textual que se esfuerza en desplegar, instituir, verosimilizar y naturalizar su
negación. Puesto que su lógica que no es solo textual sino histórica elabora predicados
antitéticos; esgrime como posible, lo imposible y pretende lógico, lo absurdo, desde la
hermenéutica decolonial el resultado es la construcción de fábulas deconstruidas hoy, en
tanto en su contexto de enunciación funcionaron como vox dei que funciona bajo el
imperativo de una razón de Estado que procura cristianizar a los moriscos, exterminarlos
o extirparlos del territorio como si fuesen una especie exógena o invasora.
La función de ahormación actúa de acuerdo con la concepción del sentido de Frege:
el discurso resultante resulta integrado por la referencia; objeto transtextual aludido y un
sentido, el modo de formulación lingüística del objeto referido. (Frege, 1892, p. 9). Es
decir, dos componentes, el primero de carácter semántico y el segundo de naturaleza
formal. Pero además, esa intersección discursiva reenvía al locus enunciativo que
subyace al texto y que denominamos “función ahormativa o ahormante” y que asimismo
es parte del significación, son categorías universales a las que el discurso reenvía puesto
que ha sido determinado, “ahormado” por estas. Constituye la tercera dimensión de la
significación de acuerdo con Deleuze:

Debemos reservar el nombre de significación para una tercera dimensión de la proposición: se trata esta
vez de la relación de las palabras con conceptos universales o generales y de las relaciones sintácticas con
implicaciones en ese concepto. Desde el punto de vista de la significación, consideraremos siempre los
elementos de la proposiciones como “significando” implicaciones de conceptos que pueden remitir a otras
proposiciones, capaces de servir de premisas de las primeras. La significación se define por este orden de
implicación conceptual en el que la proposición considerada no interviene sino como elemento de una
“demostración”, en el sentido más general del término, sea como premisa, sea como conclusión.”

(Deleuze, G, 2016: 41).

De este modo, en principio, el ahormante determina los enunciados y los enunciados


reenvían a él mediante la implicación conceptual que expresan; de este manera, mediante
la praxis hermenéutica decolonial se puede reconstruir todo un meta discurso ahormativo
que subyace el texto analizado. Puesto que la colonialidad como fenómeno histórico ha
de formularse discursivamente. En este sentido, en primer lugar, el ahormante procura
legitimar el colonialismo al que apoyará en los términos que establezca la coloniliadad.
Como se afirmo anteriormente, explicita una narrativa filoimperial. Construye un relato
artificioso que establece la disimetría ontológica entre culturas y civilizaciones
fundamentado en la ortodoxia de un discurso religioso. Los parámentros que emplea son
diversos pero tópicos, es decir que se reiteran en una red intertextual durante los siglos
XV, XVI hasta mediados aún del siglo XVII. En este aspecto, el ahormante establece de
inscripción de esta asimetría: los otros son metaforizados como la barbarie que necesitan
ser redimidos por la civilización; o son los herejes o infieles cuya impiedad necesita
corregirse. El ahormante enfatizará o disminuirá la focalización discursiva en relación con
la necesidad de verosimilitud narrativa. En consecuencia, el ahormante constituye una
codificación que formula una determinada significación camuflada de objetividad pero que
sin embargo remite a una lugar de la enunciación no solo subjetivo o particular, sino
articulado como prejuicio.
Por otra parte es relevante la categoría de “colonialidad” o “colonialidad del poder”,
según Aníbal Quijano puesto que alude al patrón estructural de poder en el contexto de la
modernidad. Su surgimiento y consolidación de acuerdo con la crítica se vincula con la
invasión de América y su incorporación al mercado mundial como suministrador de
materias primas cuya extracción se realiza con trabajo esclavo o semiesclavo a partir de
la segunda mitad del siglo XV, sin embargo, es posible demostrar la acción de la
colonialidad en la península ibérica en el contexto del sometimiento granadino por los
Católicos y luego, en las diversas narraciones de la rebelión de las Alpujarras.
Entre ambos procesos, a saber, la conquista de América y la represión sobre la
colectividad morisca existen en el contexto de las narrativas filoimperiales que ambos
procesos históricos han producido numerosos puntos de contacto, analizados por la
crítica histórica principalmente. En este aspecto, uno de los tópico de convergencia es la
colonialidad. En efecto, la colonialidad, definida por Quijano constituye uno de los
elementos constitutivos del patrón de poder capitalista a nivel mundial. Se articula a partir
de la asociación entre un sistema de dominación constituido por un entramado de
relaciones sociales intersubjetivas, efectuada en la clasificación racial de la población
mundial y un mecanismo de producción que consiste en los diversos modos de
expropiación del trabajo. En este aspecto, la subalternización de la derrota de los
moriscos supuso por una parte, la pérdida de su entidad comunitaria basada en sus
bienes y oficios, en sus tierras, en su cultura, su autonomía lingüística, su religión y por
otra, la expulsión y la esclavitud. De este modo, subalternizar previa resignificación y
estigmatización del colectivo, implicó tanto en el caso morisco como en el caso americano
redirigir su funcionamiento comunitario en beneficio de la monarquía española y la iglesia.
Lo anterior fue resultado de la violencia y la estigmatización colonial coetánea y luego
presente en la narrativas historiográficas posteriores, ya que todo imperio, de acuerdo con
Said, necesita una narrativa fundacional, una narrativa épica que construya y legitime sus
instituciones contra un enemigo: ese enemigo en España ya desde “La Reconquista” ha
sido la población islámica: Al-Ándalus, Reino Nazarí de Granada y los moriscos de Las
Alpujarras. En este contexto, una divergencia respecto del concepto de colonialidad;
mientras que para Quijano el componente fundamental de la misma es la raza ya que en
función de la cual se distribuirán roles sociales; en el caso morisco, el componente de la
colonialidad no es la raza sino la religión católica; y esto se constata en la serie literaria
que analizaremos; por una parte, la religión católica es para la monarquía española, en
sus diversas dinastías, Católicos, Austrias, Borbones, uno de los componentes en el que
se formula la razón de Estado estudiada por Foucault y por otra, es el componente
fundamental que inscribe el “nosotros” de los textos frente a la otredad infiel, islamizada,
secular enemigo del catolicismo integrista, señalado en los moriscos. De este modo, la
colonialidad se convierte en el contenido semántico fundamental del ahormante. Pero, en
rigor lo anterior ¿qué significa? Significa que la colonialidad en función ahormativa
determina como locus textual la perspectiva narrativa de los textos, el contenido narrado,
su organización discursiva, la descripción y narración de los hechos, las descripciones de
los actantes prosopografías y etpopeyas en disposición maniquea contrapuntística pues
efectivamente los actores en estos relatos se clasifican en paladines del imperio y la fe y
sus enemigos; asimismo, determina las modalidades oracionales predominantes, el
repertorio léxico que focaliza la otredad, el para qué se cuenta u efecto ulterior de lectura,
esto es, se establece un control de la recepción discursiva de los lectores. Por
consiguiente, en general, el ahormante establece textos y lecturas monológicas porque
estas últimas ya están institucionalizadas en la formulación lingüística del discurso. Así el
mecanismo del ahormante otorga coherencia al texto a partir de la inscripción paulatina en
los enunciados de los atributos de su ideología colonialista; por lo que las narrativas
resultantes configuran una apologética historizada. Esta apologética instituye
verosimilitudes o universos narrativos en apariencia construidos con el método epistémico
correspondiente pero no es un propósito científico que impele su enunciación sino un
imperativo de dominación y expansión política al que hay que atribuir la auténtica autoría
de este clase de escrituras. Así este discurso, mecanismo enunciativo de poder en función
metonímica artificial pasa a referir la historia misma del estado en la persona del Rey:
Felipe II y sus paladines, en el caso morisco, Juan de Austria. Para lo anterior, la
coherencia textual reduce las anomalías, postula isotopías estilísticas que produzcan
enunciados naturalistas que reduzcan al mínimo la capacidad inferencial de los lectores;
que simulen que el texto y el contexto son entidades equivalentes. De esta manera, el
texto reprime sus propias disonancias porque en las narrativas historiográficas sobre los
moriscos la palabra es verbum dei; entidad comunicativa e imperativa, omnisciente y
omnisapiente; no existen ambigüedades ni duplicidad semántica. Ya que si el texto
reduce la comunicación a su reverso dogmático y monológico es porque el ahormante
obtura todo doble sentido respecto a los hechos que narra; de resultas que la narración se
convierte en logocéntrica en la acepción derridiana: la escritura disimula su subjetividad,
su condición tentativa e inconclusa para totalizar lo real y reproducirlo sin relativismos en
un discurso que cifra su filiación con el poder en la representación infravalorativa de los
otros.

2. “Historia de la Rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada” de Luis de


Mármol Caravajal o la contrahistoria de una resistencia.

Las narrativas históricas sobre las minorías musulmanas focalizan tres episodios: en
primer término, la guerra de Granada, (1568-1570), la guerra más cruel del siglo, según
el historiador Henry Kamen, la conversión forzosa de los granadinos (1500-1501), y por
último, la expulsión de los moriscos de la península (1609-1610). Caro Baroja valora la
labor historiográfica de Hurtado de Mendoza por encima de la de Mármol Caravajal:
Frente a su obra, la de Luis del Mármol Caravajal (150?-1600?), publicada en 1600 y escrita antes,
resulta humilde de porte. Algunos han defendido la tesis de que este escritor y soldado la escribió como
encargo, para deshacer el efecto que producía la lectura, en copias manuscritas y casi clandestinas, de la
obra de Don Diego, que no salió impresa hasta 1627. No hay pruebas de ello. Lo que es evidente es que
Mármol no pudo observar las cosas desde el ángulo superior que las veía aquel, aunque dice esto es es
bien significativo con relación a las disposiciones que ocasionaron el levantamiento: “Verdaderamente fue

cosa determinada de arriba para desarraigar de aquella tierra la nación morisca”. (Baroja, Julio Caro,
1976: 260-261).
La cita de Baroja expresa una de las causas que generaron la rebelión y no es
inverosímil pensar en la veracidad de la afirmación de Mármol dada su posición
preeminente en las instituciones del reino. Sin embargo, considerar la rebelión morisca
como artificial y exclusivamente producida desde el estamento cortesano es otro modo de
subestimación de una población que había sufrido una presión y vigilancia constantes.
Pero además de consignar el casus belli, la obra de Mármol Caravajal expresa la tensión
permanente que representaba la comunidad morisca para la élite gubernamental; y el
modo en que sus intelectuales orgánicos formulan dicha tensión. Para A. Domínguez Ortiz
y B. Vicent en su “Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría marginada”
constituye el historiador más relevante de la Guerra granadina por su minuciosidad
descriptiva de los múltiples aspectos abordados. Sin embargo, su escrupulosidad
historiográfica expresa la versión oficial de los hechos; la defensa de la actuación de
Felipe II y la consideración despectiva de los moriscos como “moros” que no se han
integrado en la religión católica y que han perdido la lealtad debida al rey. En este
aspecto, su discurso es el discurso de la corona. Para Mármol, los mudéjares insurrectos
en 1501 ya habían elegido el camino de la confrontación con el poder real y con la iglesia
debido a la fidelidad a sus costumbres: esto es principalmente a su religión y su lengua.
Por tanto, para la perspectiva sesgada de Mármol, la integración fue imposible. En línea
con lo anterior, el historiador construye su narración como una apología de la política de
los Austrias, enmarcado en un sentido providencialista del estado y de la sociedad en el
que se une la política real con los designios divinos. En contraposición, los moriscos
rebeldes son herejes, infieles, impiadosos, falsarios desde la perspectiva ahormativa del
narrador quien apoyará cada decisión real de represión cultural y física.

2.1 El discurso histórico se ficcionaliza desde el título


Las funciones de los títulos textuales son diversas y complejas; fueron estudiadas
por Barthes, Lotman y Derrida. Su función primaria es denominativa-distintiva; un nombre
que distingue la individualidad de la especie; la segunda función es indicativo-simbólica;
dado que sintetiza la macroestructura conceptual que contiene el núcleo de sentido de
todo el discurso y la representa en una acción semántica de naturaleza metonímica. En
cuanto a la significación, predomina una operación denotativa sobre la connotación sin
embargo, en textos en los que la ideología del autor interviene en los diversos planos
discursivos como las narrativas historiográficas sobre la insurrección morisca; el signo-
título expresa mucho más de lo que de el contenido formulado en su denotación postula al
vincularlo con los otros títulos integrantes de la serie literaria de pertenencia. En tanto que
de Mármol Caravajal titula “rebelión”, Pérez de Hita y Hurtado de Mendoza titulan
“guerra”. Para el análisis, la distinción de ningún modo resulta baladí, dado que la
nominación remite a una estrategia de significación por parte del autor; en otras palabras;
el ahormante ya funciona formulando una primera marca de sentido que establece un
modo de relación de la instancia de enunciación respecto del enunciado. Ahora bien,
desde el punto de vista semántico, la distinción entre “rebelión” y “guerra” es clara pero
además es tarea de historiadores reflexionar sobre la pertinencia de una u otra
denominación referida a la insurrección de los moriscos; fuera de la interpretación
histórica, lo que nos importa aquí es llamar la atención sobre esta contraposición porque
presenta consecuencias de sentido en la concepción de uno y otros respecto de el mismo
acontecimiento histórico que relatan; dado que la significación de un discurso se halla en
el modo cómo la intención comunicativa organiza sus discurso. En efecto, siguiendo los
postulados del Borges de “Pierre Menard autor del Quijote” en función de esta diferencia
un lector desprevenido podría preguntarse si del Mármol Caravajal narra los mismos
hechos que Hurtado de Mendoza o Pérez de Hita. Lo cierto es el contexto del título
constituye la primera instancia, el primer espacio enunciativo donde funciona la función de
ahormación. Desde la perspectiva etimológica, “rebelión” proviene del latín “rebellio,
rebellionis”, formada a partir del lexema “bellum”, guerra; el prefijo “re”, establece un
movimiento regresivo, intensivo, contrario a; dado que el rebelde se vuelve contra un
poder establecido de cualquier naturaleza. De modo que, la ahormación en el historiador
granadino opta por enfatizar la naturaleza rebelde del movimiento morisco frente al poder
monárquico; por otra parte, establece la disimetría entre ambos contendientes; pero
además, existe otro movimiento; el componente ejemplar en el título acerca
estilísticamente el texto de del Mármol a las narrativas ejemplarizantes del teocentrismo
medieval. El título formulado como un sintagma nominal bimembrado no solo consigna la
rebelión sino también su punición: “Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del
reino de Granada” funciona en este aspecto como una advertencia en su contexto
inmediato y consigna un castigo que es ejemplar y ha sido efectuado por el poder real y
remite como se ha dicho antes a una concepción del teocentrismo medieval; ahora
presente en el poder real para el que toda culpa conlleva una expiación. Porque la
rebelión no solo es una falta de lealtad al rey sino un pecado al desconocer la función
vicaria de lo divino que ostenta el poder real.
Por otra parte, en el título se formula el género en el que se inscribe el texto;
analizadas sus propiedades anteriores, para del Mármol Caravajal la historia no es
simplemente un ámbito de conocimiento ni un subgénero narrativo; puesto que retoma
además la concepción clásica del “Historia magistrae vita” de Cicerón; en este aspecto, su
narración expresa un valor pedagógico, una moraleja que el narrador explicitará al final de
su relato. En consecuencia, en el nivel formal del título se pueden analizar estas dos
direcciones del significado: en primer lugar una referencia prospectiva al contenido
discursivo pero también una referencia retrospectiva hacia la perspectiva previa,
pretextual con la que el autor compone su texto; es en este punto en el proceso de
comunicación en el que interviene el ahormante para constituir lingüísticamente la
ideología subyacente.

2.2 Prólogo y epílogo: protocolos ideológicos de escritura y de lectura

Prólogo y epílogo constituyen dos subgéneros literarios de gran importancia en el


renacimiento; no solo se establecen a partir del tópico de la humilitas autoral ni del
encomio del mecenas noble; en términos éticos, emparentando sus virtudes con
personajes mitológicos o en relación con paradigmas de la pietas cristiana; no solo son
signos vicarios de referencia: anticipación y conclusión; sino que asimismo con frecuencia
explicitan la ideología que determina todo el texto, constituyen una intromisión ideológica
pre y posnarrativa cuya función es además formular un protocolo de interpretación del
texto. Así se puede hablar de una función narrativa y una función prologal tanto como
epilogal; de acuerdo con Genette: la segunda es contrafáctica; contrarreferencial;
intratextual y postextual porque el prólogo determina los parámetros contextuales que
enmarcan el relato; el epílogo refiere la materia narrada y traslada su marco interpretativo-
cognitivo a los lectores; en consecuencia, para lo anterior, ambos textos enuncian los
elementos que conforman la ideología a través de la cual el autor concibe su escritura.
Ideología que la función ahormativa plasmará en los distintos planos textuales.
Luego de emplear el tópico de la filiación o símil clásico para su propia historia; del
Mármol Caravajal formula mediante la función de ahormación la categoría sobre la que se
sostiene todo su discurso ideológico y postula un pretexto para relatar la historia y un
modo de entenderla. De este modo, no relatará acontecimientos relevantes para la vida
del reino sino “la gloria de los fieles cristianos”; su ideología católica destaca un elemento
de entre el abigarrado conjunto narrativo que le otorga un sentido trascendente: “Cuanto
a mí, fue fruto voluntario que, imitando á la madre tierra quise dar con más cuidado y
diligencia que si me fuera encomendado, movido de natural obligación, y con celo casi
envidioso de la gloria de los fieles cristianos que derramaron su sangre y padecieron
martirio por nuestro Redentor, merecieron”. (del Mármol Caravajal, 2004, p: 30).

Es general en el discurso prologal renacentista, que el uso de la primera persona


destaque por su humildad, declaración de impericia y un pedido exculpatorio a los lectores
por lo anterior; tal procedimiento remite a los clásicos latinos, paradigmas de la escritura
renacentista; a este respecto, son numerosos los ejemplos; sin embargo, el historiador
granadino se aparta del procedimiento anterior y revela el imperativo que motivo su
escritura. La narración histórica se convierte en “fruto voluntario”, metáfora que connota la
intención de la escritura como ofrenda, homenaje, la función ahormativa selecciona el
recurso adecuado para la intención que se pretende comunicar-. No trabajo, labor o tarea
sino “fruto”; palabra de connotación religiosa; de procedencia bíblica, y luego difunda por
sermones y exégesis bíblicas desde la Edad Media. La naturaleza voluntaria de este fruto
se refuerza por la “natural obligación” que impele a su autor. La principal implicación
interpretativa de lo anterior es que se siente en deuda con aquellos que dieron su vida por
la fe: “ (…) y con celo casi envidioso de la gloria de los fieles cristianos que derramaron
su sangre y padecieron martirio por nuestro Redentor, merecieron”. En tanto “los fieles
cristianos” dan testimonio de su fe, es decir, son mártires del siglo XVI del mismo modo
que en tiempos paleocristianos; la escritura de su historia se convierte en una ofrenda por
una parte y por otra, a su modo, un testimonio también, de la entrega de los primeros. Lo
anterior en cuanto al contenido de la cita; reforzado por su configuración sintáctico-léxica.
A saber: el párrafo se inicia con un sintagma extraoracional que topicaliza toda la oración,
dada su posición extraoracional, esto es, fuera de su conformación sintáctica;
inmediatamente se ubica la denominación “fruto” para su obra; seguidamente, se
establece una oración compleja subordinada adjetiva que categoriza, especifica la índole
de ese fruto; en segundo lugar, una oración comparativa intensiva destaca la intención
autoral en su elaboración: “(…) quise dar con más cuidado y diligencia que si me fuera
encomendado, (...)”. Mientras que finalmente, la última oración profundiza en la naturaleza
religiosa de su motivación que convierte su escritura en un reflejo de la gloria de los
mártires cristianos en el contexto de la insurrección morisca. De modo que la cita define
tanto la motivación de la escritura, como su finalidad y resultado. Por tanto, desde la
función ahormativa el centro del que parte la historia de del Mármol Caravajal es el dogma
católico que establece una motivación ejemplar y ejemplarizante de todo el contenido
textual; presente asimismo en la condición binaria del título: mientras los mártires tendrán
la recompensa de la vida eterna, por esto, el narrador se nos muestra casi envidioso de
su destino; el sino morisco es el castigo; por un “crimen” que antes que político es
religioso: “fruto”
El fragmento anterior presenta tres niveles de ahormación, organizados en los
correspondientes planos discursivos desde el locus de enunciación del integrismo
religioso del autor: el primer nivel de ahormación es el léxico: “fruto”, “cuidado y diligencia”
“gloria”, “fieles cristianos”, “derramaron” (verbo que merecería un análisis más detenido
dada su importancia en la significación general), “sangre”, “padecieron”, “martirio”,
“merecieron”; el segundo nivel de ahormación es el sintáctico: empleo de modalidades
oracionales enunciativas, con incisos categorizadores participiales y subordinadas
adjetivas de relativo; el tercer nivel es el de la significación discursiva que refiere a la
motivación de la escritura; presente en los niveles de su enunciado pero además en el
significado que dicha motivación tiene para el propio autor. De este modo, la
determinación léxica, sintáctica, semántica y en un plano general, discursiva es
consecuencia de la función de ahormación que determina los procedimientos mediante
los cuales la ideología extraverbal o locus de enunciación autoral configura el texto. Pero
además, en términos pragmáticos, el sentido del fragmento convoca como “implicatura” a
los enemigos de la fe: los moriscos cuya “crueldad” es el agente de la persecución de los
cristianos. Es interesante llegados a este punto, como la ideología del Mármol Caravajal
realiza en su estrategia narrativa la transformación de los perseguidores en perseguidos;
de los victimarios, en víctimas.
En función de la cohesión discursiva, el prólogo se complementa con un epílogo sobre
el final del capítulo VIII del libro X:

(…) y desta manera, habiendo sido la mudanza de aquel reino el quicio sobre el que toda España dió la
vuelta, y héchose la guerra por la religión y por la fe, el premio de los trabajos y de tanta sangre cristiana
como en ella se derramó, fue desterrar la nación morisca que había quedado en él.
(…) Harto más debes, Granada, a estos católicos príncipes que a los que edificaron tus primeros
fundamentos; que no han sido mayores los trabajos bélicos que has padecido que la paz cristiana de que al
presente gozas mediante felice gobierno del cristianísimo rey don Felipe, su biznieto, que extirpando la
herejía, que había quedado en los corazones de os nuevamente convertidos de moros en tu reino, te ha
dejado en nuestros tiempos al cristianísimo rey don Felipe, su hijo, libre y desembarazada de aquella
nación, para que mejor te goces con el pueblo cristiano. Dios, por su misericordia, que tanto bien y merced
te ha hecho guarde, ampare y defienda tan esclarecido príncipe, y tu noble y virtuosa república conserve”.
(2/Ibídem, 2004: 271).

El fragmento comienza con un sintagma extraoracional de función mostrativa: “Y


desta manera”, el enunciado será una mostración que lleva las marcas de la subjetividad
de la enunciación, es decir, el narrador toma distancia sobre lo narrado para asignarle su
interpretación. Ahora la interpretación no solo configura la narración sino que se
constituye en el texto mismo. Es en este momento en donde la función de ahormación
explicita mediante sus operaciones discursivo-estilísticas sobre el léxico, la sintaxis y el
contenido textual la ideología que subyace a todo el texto. El modo de referir los
acontecimientos del narrador más que categorizarlos define su ideología. Reenvía al
locus enunciativo que mediante la ahormación configura todo el texto.
Las marcas de su subjetividad son vehemente dado que no solo necesita que el lector
entienda el significado global del texto sino además, necesita que sus enunciados sean
creídos dado que la razón histórica que ha determinado el triunfo cristiano es
primeramente divina.
La función de mostración es la función características de los pronombres; operan lo
que Bhüler denominó “demostratio ad oculos”, es decir, se señala el contenido referido;
esta es la función de “y desta manera” presenta el contenido subsiguiente y e instituye
una conclusión respecto del relato.
“(…) habiendo sido la mudanza de aquel reino el quicio sobre el que toda España dio la
vuelta, y héchose la guerra por la religión y por la fe, el premio de los trabajos y de tanta
sangre cristiana como en ella se derramó, fue desterrar la nación morisca que había
quedado en él”.
La modalidad de este fragmento es enunciativa; afirma el acontecimiento relatado,
mediante una expresión hiperbólica que denota el significado subversivo de la rebelión de
los moriscos: (…) habiendo sido la mudanza de aquel reino el quicio sobre el que toda
España dio la vuelta”. A continuación se consigna la causa de la guerra en un sintagma
bimembrado: “(…) héchose la guerra por la religión y por la fe, (...)”. La causa para el
autor es una sin embargo necesita expresarla mediante la duplicación de la misma idea
para enfatizar el contenido comunicado. Con lo que se confirma que el orden de lo
interpretado prevalece sobre el orden de lo narrado.
La constante apelación a ”los premios y castigos” remite a una ideología que se funda
en el antagonismo “moriscos contra cristianos”; es desde este binarismo dialéctico que
reúne dos términos opositivos cuyo enfrentamiento desde la perspectiva del narrador
conlleva como consecuencia el destierro de los moriscos. El destierro es establecido
como “premio” categorizar de este modo en vez de denominarlo “triunfo” o “victoria”
constituye un ejemplo de ahormación léxica. El premio ha sido “pagado” con sangre
cristiana, la única que cuenta po eso es referida, no la morisca. Para el narrador el
enfrentamiento constituye una una guerra santa y como tal sin cuartel; su ideología
emparenta con el concepto de cruzada medieval; ambos son funciones culturales del
discurso teocéntrico que se reedita en la España de Felipe II. La inquina contra los
moriscos se explica por esta concepción radical y radicalizada del integrismo católico
durante el siglo de la insurrección y por supuesto más allá. Los moriscos se vuelven una
anomalía para el imperio en tanto y en cuando su adhesión al cristianismo ha sido
superficial mientras que en la intimidad se prolonga la fidelidad a su religión, el Islam. De
este modo, la guerra de las Alpujarras vista desde el bando vencedor es una guerra
cultural, en la que la dimensión religiosa otorga fundamento a las narrativas historiográfica
antimoriscas, cánon en el que la obra del Mármol Caravajal ocupa una posición central.
De este modo, la coexistencia es imposible ya que ni los moriscos se muestran suficiente
y verdaderamente cristianos ni la la ortodoxia monárquico religiosa puede tolerar un
multiculturalismo cuya mera existencia es entendida como disidencia en un contexto
inmediato lo que equivale a decir una insurrección en latencia casi a punto de estallar.
La segunda parte de la cita, expresa el tópico de la deuda, común en este tipo de
textos filoimperiales en los que los sometidos son deudores para la concepción
hegemónica; del mismo modo, por ejemplo, se refirió Diego de Landa en su “Relación de
las cosas de Yucatán” respecto de la deuda impagable que habían contraído los mayas
con la corona española; primero por la evangelización y segundo por el progreso que la
colonización significó para su sociedad.
La personificación de la ciudad de Granada mediante la segunda persona del
singular al inicio y el empleo del vocativo, enfatiza en términos simbólicos la expresión de
la deuda. Si existe una razón semántica, esto es, de cohesión discursiva y de
potenciación comunicativa del mensaje expresado es el recurso a la personificación.
Emplear la personificación sobredimensiona la obligación de la deuda contraída por la
comunidad; el narrador la recuerda de modo enfático. Pero además la deuda es
formulada en una oración comparativa de superioridad que es un modo también de
calibrarla en términos hiperbólicos; pero no solo se alude al deudora, Granada sino
también a los acreedores. Los Austrias. De este modo, la función de ahormación
convierte y representa la relación metropoli-colonia en un vínculo económico de
naturaleza imperativa dado que el deudor: la ciudad de Granada con el poder monárquico
una gran deuda según la perspectiva del narrador; la razón de esta deuda es la paz que
es entendida como gozo y no es de cualquier naturaleza, sino que es la paz cristiana,
lograda mediante el esfuerzo de la corona y su feliz gobierno. Pero la paz es
consecuencia de la derrota morisca, representada mediante una locución: “(…) extirpando
la herejía, (...)”. Una locución constituye una frase hecha cuyos constituyentes léxicos y
contenidos se encuentran previamente fijados provenientes de la discursividad
inquisitorial. Desde la perspectiva etimológica, según Corominas, el verbo “extirpar”
procede del latín exstirpare; compuesto de la preposición ex (fuera de) y del sustantivo
stirps, stirpis cuyo significado es cepa, raíz, planta, retoño y en sentido figurado, origen,
raza, familia. Significa quitar, suprimir, acabar y desarraigar, esto es, arrancar de raíz
una planta o árbol.
El papa Inocencio IV promulga la bula Ad extirpanda en 1252; difundiendo el empleo
del verbo en los ámbitos intelectuales del alto clero. En el texto, el papa autorizada el
empleo de la tortura para lograr que los herejes delataran sus cómplices. Por lo que el
problema morisco es desde la ideología del narrador una herejía cuyo procedimiento
codificado por la inquisición es la “extirpación”; en este plano de significación el rey
necesita ser representado como un paladín del cristianismo cuyo máximo triunfo es haber
derrotado a los moriscos no solo en el plano militar, sino en el cultural-religioso, en el
plano íntimo de sus creencias: “(…) extirpando la herejía, que había quedado en los
corazones de los nuevamente convertidos de moros en tu reino (...)”. Así es el rey “don
Felipe” que obtiene desde el texto un triunfo espiritual; de aquí que integre el apelativo
“católicos príncipes” con el que el narrador denomina a los Austrias ya que el orden
político terrestre es reflejo para la concepción cristiana del orden celestial, cuyo punto de
arranque es la Civitas dei agustianiana. En efecto, la filiación cristiana de los reyes, se
refuerza con el superlativo “cristianísimo” para padre e hijo. Por lo que el cristianismo en
este contexto, no es solo un modo de estar en el mundo; no es simplemente una
configuración política en el caso de España, es precisamente el fundamento que legitima
la institución de la monarquía y los reyes son cristianísimos porque precisamente han
salvaguardado al erradicar a los moriscos el fundamento que le otorga legitimidad a su
poder; lo anterior explica el énfasis, la insistencia del narrador en el empleo de fórmulas
que le recuerden al lector que los reyes han actuado en defensa de la religión y por tanto,
son en este aspecto, vicarios del poder de Dios al preservar un orden social que se
organiza aun en el siglo XVI en un vehemente teocentrismo que la guerra de las
Alpujarras estimula, explicita y finalmente produce su desborde. Un producto de ese
desborde es el estilo que define a la propaganda histórica de del Mármol Caravajal.
La última parte del párrafo retorna el diálogo imaginario con la ciudad: “(...) libre y
desembarazada de aquella nación, para que mejor te goces con el pueblo cristiano. Dios, por su
misericordia, que tanto bien y merced te ha hecho guarde, ampare y defienda tan esclarecido príncipe, y tu

noble y virtuosa república conserve”. La significación del fragmento se inicia con dos adjetivos;
más bien, dos “subjetivemas” en la terminología del análisis del discurso; puesto que
constituyen marcas de la subjetividad de la enunciación; la función ahormativa no solo
determina la selección del repertorio léxico posible, sino que determina además, como en
este ejemplo, su colocación en el contexto oracional; en este sentido, la anteposición de
los calificativos en posición absoluta pues abren el discurso, enfatiza su sentido no solo
respecto del sustantivo al que acompañan sino en relación con el desarrollo oracional
posterior. De modo que en este caso, el narrador vuelve a invertir los términos de la
realidad histórica en función del contenido que necesita comunicar: ya no son los
moriscos quienes habían perdido la libertad de su cultura, religión, lengua, vestimenta en
sucesivas pragmáticas, sino es la ciudad de Granada la que yacía esclavizada bajo su
dominio más imaginario que real; formulado, como se ve, en razón de un imperativo de
sentido en la construcción discursiva antes que atendiendo a la realidad constatable en
los cronistas coetáneos. Su colofón representa un poder bifronte encargado de la
preservación de la ciudad: atendiendo a la jerarquía: Dios y el rey: el primero ya ha
obrado dado que “(…) tanto bien y merced te ha hecho (...)” este sintagma coordinado
que desdobla para enfatizar la acción divina en “bien” y” merced” concordados con un
verbo en perfecto que refiere por supuesto a la derrota morisca; por lo que se reitera la
idea que antes que humana, la derrota de los moriscos es opera dei. Mientras que la
función del rey es la de ejecutor de ese poder divino: por este motivo el rey es
“esclarecido” en este contexto, el término no significa “ilustre” o “famoso” sino “iluminado”
en razón de su etimología latina. Con sentido metafórico, “iluminado” por la luz divina, es
decir, que ha entendido la función que Dios le ha concedido como protector de las
instituciones de la ciudad.
Por otra parte, la correlación en el empleo de las fórmulas verbales es consecuencia
del proceso de ahormación; en la primera parte, por su naturaleza narrativa, predominan
las formas de pasado; en tanto que la ideología del discurso reactualiza la formulación de
su temporalidad dado que en relación con la afirmación de la deuda de la ciudad, la
narración cesa y se articula el uso del presente como presente de estado, atemporal
focalizando la condición deudora de la ciudad. Así, en este contraste entre lo sucedido
ideologizado y el presente condicionado por la deuda; se resalta la obligación de la
ciudad, tornándose para el lector en un imperativo.

3. Núñez Muley: la voz de la contrahistoria en la historia

Pese a la estrategia narrativa configurada mediante el proceso de ahormación; la obra


del historiador granadino contiene en uno de sus componentes discursivos un significado
clave para realizar una “lectura contranormativa”, es decir, una lectura crítica que
desmonte el artificio discursivo mediante el cual al autor del texto instituye una
determinada interpretación del levantamiento morisco como la única posible. Para esto, el
análisis interpreta a contracorriente el sentido instituido del texto; a partir de las
vacilaciones de significación que el texto establece en su propio discurso. En este
aspecto, el monólogo del narrador se interrumpe a partir de la inclusión de otra voz que
impugna la misma narración. Nos referimos al Memorial de Agravios redactado por
Francisco Nuñez Muley y citado en el capítulo IX del Libro Segundo. De este modo, la voz
de la otredad interpela y condiciona la totalidad de sentido que el texto promueve. Será la
única vez que el narrador introduzca la voz de los otros en la continuidad monologada de
su discurso. Y es precisamente el contenido del texto de Nuñez Muley que legitima la
interpretación de la historia del historiador granadino como una crónica de la resistencia;
la resistencia morisca frente al avasallamiento de su cultura. En definitiva, la palabra de
Nuñez Muley impugna la legitimidad ética de todo lo que el narrador refirió previamente.
Y al impugnar su palabra, impugna la palabra del rey y de la iglesia porque el narrador
escribe desde estas dos instancias. Ya que su discurso es también el discurso autoritario
de la monarquía y la ortodoxia católica. En efecto, Nuñez Muley subvierte/pervierte el
monólogo del narrador; constituye una filtración de una voz insumisa incrustada en el
contexto mismo de la narración del poder dado que el oprimido puede configurarse como
sujeto al expresarse en primera persona y dejar de ser un objeto referido por el discurso
de los poderosos; esa es la razón de su poder subversivo frente a la dogmática de la
concepción oficial de la historia; lógica subversiva al plantear una contraversión, una
metahistoria paralela mediante la formulación de sus propios enunciados. De este modo,
la responsabilidad de la narración de la historia se constituye en un espacio bifronte que
opera como foco de tensión textual: por una parte, la versión oficial del narrador y por
otra, la versión morisca, representada por Nuñez Muley. En este aspecto, al disputar el
espacio de sentido de la voz narrativa hegemónica e instaurar un contrarelato su palabra
es disrruptiva; funciona como un hiato entre lo dicho previamente y lo que ulteriormente se
postulará; por eso desde nuestra lectura se constituye como el punto axial que organiza la
totalidad textual. Nuñez Muley recupera y expresa las omisiones del narrador oficial. De
modo que Nuñez Muley representa uno de los modos de la contrahistoria del texto al
introducir el alegato de los vencidos; el otro modo sigue siendo el análisis de la función de
ahormación.

4. Colonialidad y guerra religiosa: la construcción textual de la alteridad morisca: una


alteridad a conquistar

“Historia de la Rebelión y Castigo de los moriscos del Reino de Granada” ha sido


escrita en 10 libros de extensión irregular. Pese a que el título alude a la insurrección
granadina; el libro 1 luego de una descripción histórica del territorio, las ciudades, y el
relieve al modo de una introducción clásica, el narrador relata la conquista granadina por
parte de los Reyes Católicos y la conversión de los moriscos al catolicismo. La victoria es,
según la concepción providencialista del narrador, parte de un plan divino por lo que como
testimonio de su devoción, por consejo de varios religiosos; los monarcas se
comprometen a perseguir al Islam:

Cuando los Reyes Católicos hubieron ganado la ciudad de Granada y los lugares de aquel reino,
algunos prelados y otras personas religiosas les pidieron con mucha instancia que, pues nuestro Señor les
había hecho tan señaladas mercedes en darle una victoria como aquella, como celosos de su honra y gloria,
diesen orden en que se persiguiese con mucho calor en desterrar el nombre y seta de Mahoma de toda
España, mandando que los moros rendidos que quisiesen quedar se bautizasen, y los que no quisiesen
bautizarse vendiesen sus haciendas y se fuesen a Berbería. (…) Porque era cierto que jamás los naturales
del tenían paz y amor con los cristianos, ni perseverarían en lealtad con los reyes, mientras conservasen los

ritos y cerimonias de la seta de Mahoma, que les obligaba a ser crueles enemigos del nombre cristiano” . (3/
Ibídem, 2004: 59).

La lógica de la narrativa histórica impone la interpretación retrospectiva porque en rigor


la sucesión cronológica de los acontecimientos se organiza como relación causal. En
consecuencia, la lucha de liberación de los moriscos que el narrador denomina “rebelión”
se vincula con el antecedente de la conquista de Granada. Esta más que una disputa por
el control político y económico del territorio constituye un conflicto religioso; una cruzada
porque el Islam es para el narrador la razón de la discordia entre musulmanes y
cristianos. Sobre el final del fragmento, la función ahormativa determina el sintagma final:
“(…) crueles enemigos del nombre cristiano”. Constituye un ejemplo sobre como el
ahormante determina los contenidos del discurso. En todos los casos, la naturaleza
réproba de los moriscos sera hiperbolizada. La magnificación de su maldad es paralela a
la heroicidad cristiana en una formulación maniquea que los describe como puntos de una
tensión que no tiene otro modo de resolverse que mediante la violencia. “Crueles
enemigos” funciona como hipérbole mediante la adjetivación epitética “crueles” que reitera
un rasgo de significado ya contenido en el semantismo del nombre al que acompaña. La
lógica dicotómica con la que el narrador describe los dos bandos de la confrontación
elabora es de tal fuerza que los conceptos antitéticos son complementarios dado que la
denigración morisca en manifestación en unidades textuales supone el correlato de elogio
a los protagonistas del bando cristiano en grado similar. Se puede afirmar que en el relato
de los hechos los moriscos se encuentran focalizados desde y a partir de un infraplano
aunque los adjetivos infravalorativos que se les adjudican se reiteran en todo el texto la
consecuencia en sus etopeyas son idénticas; en tanto que los personajes cristianos
ocupan un plano superior vinculada con los grados más altos de una escala axiológica en
cuyo pináculo destaca la fe en Cristo.
En relación con el desarrollo ulterior de la diégesis, el fragmento opera un juicio que
anticipa la confrontación futura: la condición de musulmanes de los moriscos “jamás” les
hará vivir en paz con los cristianos ni mucho menos ser leales vasallos del rey; el narrador
precisa una conducta y una causa de esa conducta que se repetirá nuevamente en la
insurrección de las Alpujarras. El artificio consiste en adjudicar idéntico rasgo en
circunstancias diversas; porque en el caso morisco su “maldad” es ahistórica asume una
configuración similar a pesar del tiempo que media entre ambas.
El fragmento se cierra con un enunciado atributivo: “son crueles enemigos del nombre
cristiano”. La afirmación es resultado de la función ahormativa; constituye un rasgo de
estilo; podría integrarse en un soneto de Quevedo o en un dístico de Lope; sin embargo la
función de la metáfora no es estética sino ideológica: los moriscos no son simplemente
enemigos del rey, de las instituciones del reino, o de los cristianos; se configuran como
“enemigos del nombre cristiano” lo que en este contexto significa que su enemistad es
paradigmática; hiperbólica; en términos de la tragedia griega en su glosa aristotélica
establece una hybris, es decir, “desmesura” tal y como la efectúan Antígona o Edipo. Esta
construcción metafísica del morisco es artificial aun cuando la ideología que imprime en la
función ahormativa estos predicados no lo sea. Pero además, en la reiteración de este
modo de representación de la otredad no es ya simplemente un otro antagonista sino un
ser monstruoso desde la perspectiva del narrador que a fuerza de su reiteración en la
temporalidad histórica que el texto despliega pierde su condición artificial y asume por el
contrario, un aspecto verosímil porque la cognición del lector no descompone el texto en
unidades mínimas de significación para su análisis sino que su interpretación atañe a la
generalidad discursiva, esto es, a lo que se cuenta sistematizado en lo que se puede
denominar “anécdota” no en los detalles constructivos que remiten a lugar de la
enunciación que encuentra en el ahormante la operación de representar al morisco como
entidad trans y subhumana. Sin embargo, para el narrador, el problema morisco no es
solo religioso o político sino también lingüístico, dado que su alejamiento del estudio
gramatical de su lengua torna confusas sus interpretaciones de los textos: “La lengua
árabe es tan equívoca que, muchas veces una misma cosa, escrita con acento agudo o
luengo, significa dos cosas contrarias; y lo mesmo hace estando escrita con un acento y
con una ortografía en diversas oraciones; y no es de maravillar que los moriscos, que no
usaban ya los estudios de la gramática árabe, sino era á escondidas, leyesen y
entendiesen una cosa por otra.” (4/ Ibídem, 2004: 63).
Desde Platón y Aristóteles, el lenguaje es considerado la consecuencia primaria de
la racionalidad humana; para los anteriores, desde etnocentrismo lingüístico, el dominio
del griego ático hablado y escrito discriminaba los civilizados de los bárbaros. La misma
voz griega barbaroi aludía a la naturaleza cacofónica de los balbuceos de las leguas
bárbaras frente a la precisión lingüística y la eufonía del griego clásico. El narrador en
este fragmento retoma esa tradición en la que la alteridad se cimenta en un alterlinguismo
entendido como sinónimo de estulticia e inhumanidad. De este modo, los moriscos son
estultos no solo porque hablan otra lengua sino porque además malintepretan su lengua
materna; reemplazando las reglas gramaticales y semánticas por una hermenéutica
popular y por ende, errónea. Su pensamiento es equívoco, consecuencia de un
malentendido semántico. Por tanto, una implicación del enunciado es que si piensan mal,
necesariamente actuarán mal. Así la construcción del despropósito lingüístico de los
moriscos se convierte en una propiedad más de la construcción artificial de un otro en el
discurso que se integra en la tradición de denigración contra el colectivo cuyos ejemplos
son profusos en textos de la literatura popular y culta del Siglo de Oro. Así la figura del
morisco no solo es antagónica con el cristiano sino asimismo con los personajes
idealizados del romanticismo de la novela morisca del renacimiento. Los moriscos de del
Mármol Caravajal constituyen la antinomia perfecta y al constituir el contrapunto
intertextual con estos personajes estereotipados pero de signo positivo da cuenta de la
transformación operada en un imaginario que va desde la figura de un cortesano islámico
nimbado con el poder seductor de su exotismo, caso de los Abencerrajes y concluye en
los moriscos vengativos que construye el narrador de “Historia de la Rebelión y Castigo...”
Asimismo, el ahormante determina varios niveles semánticos en el empleo de la voz
“moriscos”. El nivel que denominaremos 1 constituido por la misma introducción en el
texto de la denominación “moriscos” que es un vocablo peyorativo que ya era común de
acuerdo con la critica en la segunda década del siglo XVI para denominar a los
musulmanes conversos de Granada. Su carácter converso esta recogido en el significado
recogido por el Diccionario de Covarrubias: “Son los convertidos de moros a la Fe
Católica, y si ellos son católicos, gran merced les ha hecho Dios y a nosotros también”.
(Covarrubias, 2017: 765). Y continuación, el nivel 2, esto es, el empleo del vocablo en su
contexto enunciativo.
Uno de los efectos del análisis del texto es la evidencia de que su autor concibe la
narración de su historia desde una significación conceptual previa. La constatación de lo
anterior es que en el plan narrativo, en primer lugar, el narrador relata la caída del reino de
Granada en poder de los Reyes Católicos. ¿Por qué lo hace? El acontecimiento anterior
supone un antecedente de la lucha morisca; pero no incide como causa eficiente en la
Rebelión de las Alpujarras. El nexo entre ambos desde la organización narrativa es que
ambos sucesos presentan para el narrador idéntica significación; en consecuencia; su
vínculo es de naturaleza ideológica, no histórica: ambos enfrentamientos constituyen
episodios parciales de un encono recíproco de significación religiosa. Porque el concepto
de la historia que emplea del Mármol Caravajal es un concepto providencialista. En este
sentido, Dios no solo interviene en la historia humana sino que constituye su hacedor
primario: “En este tiempo pues que los moros tenían más necesidad de conformidad,
permitió Dios que sus fuerzas se disminuyesen con división, para que los Católicos Reyes
tuviesen más comodidad en hacerles guerra”. (5/ Ibídem, 2004: 45).
Los moriscos no son en el texto gente confiable; nunca se han han convertido con
sinceridad al cristianismo: su principal crimen para el narrador es “faltar a la fe” y cultivar
una vida hipócrita ya que en la intimidad familiar prolongaban su culto religioso y en la
publica simulaban aceptar los preceptos católicos. En tanto la monarquía española desde
Carlos V a Felipe introducen una política de aculturación: “(…..) resolvieron en que pues,
los moriscos tenían baptismo y nombre de cristianos, y lo habían de ser y parecer,
dejasen el hábito y la lengua y las costumbres de que usaban como moros, y que se
cumpliesen y ejecutasen los capítulos de la junta que el emperador don Carlos había
mandado hacer en el año 26”.(6/ Ibídem, 2004: 67).
Por otra parte, el narrador construye la crueldad de los moriscos de dos modos. Dado
que el texto no narra enfrentamientos bélicos, lo que si multiplica es la narración de actos
de crueldad morisca contra gente indefensa por una parte, estas víctimas q se convierten
en mártires del cristianismo ayudados por familiares que les infunden valor para aceptar
morir por Cristo y por otra, la repetida narración del escarnio morisco sobre símbolos
religiosos del cristianismo. De manera que los dos principios rectores de la construcción
ficcional de los moriscos son la crueldad y la impiedad: dos facetas del encono al
cristianismo. Además, su modo de configuración textual es melodramático; en este tipo de
episodios son los únicos en los que el narrador introduce la palabra morisca para agregar
a la violencia del episodio, la violencia de su discurso: “(…) el hereje traidor le hizo dar
con una suela de una alpargata sucia en la boca y muchos palos y puñaladas en la
corona, y escarneciéndo dél, decía: “Perro, di agora la misa; que lo mesmo hemos de
hacer del Arzobispo y del Presidente, y hemos de llevar sus coronas a Berbería”. (7/
Ibídem, 2004: 109).

5. Conclusiones

1.El ahormante de la colonialidad se establece como un procedimiento que parte del


locus enunciativo de los diferentes subgéneros narrativos del siglo XVI que describen la
alteridad; plasma en los textos los atributos de la ideología que los concibe como
subalternos.
2. Los procedimientos de ahormación se plasman en el léxico, en el modo sintáctico-
oracional y que focalizan la alteridad morisca y en la manera en que esta configuración
textual se vincula en el texto mediante la relación parte-todo. La ideología a la que remiten
se convierte en la perspectiva constructiva del narrador sobre los moriscos: los representa
desde el integrismo católico español del siglo XVI. Esta ideología los concibe como
enemigos de la fe, desleales con la monarquía, hipócritas, dada la falsía de su conversión
al catolicismo, proclives a ejercer la violencia no solo contra los cristianos sino contra los
símbolos del catolicismo. En consecuencia, dada su condición de inadaptados a la
sociedad en la que viven deben ser erradicados. Al hacerlo, con el favor divino, la
monarquía cumple su función de preservar un orden social que es trasunto de un orden
divino, puesto que la historia es concebida desde una concepción providencialista.
2. El ahormante ha funcionado en el texto como un modus, es decir, un mecanismo de
concepción y expresión de la ideología de la colonialidad plasmada en una determinada
configuración lingüística, en sus dimensión discursivo-semántica, esto es, en la
formulación del significado de la alteridad en los planos de significación y de designación.
3. Desde la perspectiva macrotextual, su acción se ha establecido en todos los planos del
texto. Pero en particular ha operado en la selección de los contenidos de la diégesis, esto
es, en el ordenamiento de la estructura externa e interna del relato, en la descripción de la
naturaleza irredenta de los moriscos; desde este punto de vista, el primer plano discursivo
focaliza la acción de los moriscos solo para justificar la punición católica.
4. Por lo anterior el ahormante opera como un nexo entre los tópicos ideológicos de su
autor y la organización discursiva. Mientras que en el efecto de lectura funciona como un
discurso legitimador de la colonialidad aplicada a los moriscos. La legitimación ha
funcionado en diversos planos, en primer lugar el espiritual, en segundo el político-
institucional y en tercer lugar en el legal. Lo anterior es el principio que guía la narrativa
del autor, no importa tanto narrar de modo verosímil sino formular un relato que legitime el
proceder de la monarquía con este colectivo: la razón histórica ocupa un segundo plano
respecto de la razón ideológica.
5. La colonialidad ha supuesto en el texto la subalternización de los moriscos; es decir, su
alteridad es configurada como una antinomia irreductible respecto de los cristianos.
6. El funcionamiento del ahormante en el caso de la narrativa de del Mármol Caravajal ha
requerido una hermenéutica decolonial que en su práxis discursiva detecte los
procedimientos textuales que caracterizan a la ideología subyacente que lo produjo.
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