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EL IMPACTO DE LA NUTRICIÓN Y LA ACTIVIDAD FÍSICA EN

LA FUNCIÓN COGNITIVA Y EL RENDIMIENTO ACADÉMICO

Paulina Correa PhD y Raquel Burrows MD


Unidad de Nutrición Pública
Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos
Universidad de Chile
EL IMPACTO DE LA NUTRICIÓN Y LA ACTIVIDAD FÍSCA EN LA FUNCIÓN
COGNITIVA Y EL RENDIMIENTO ACADÉMICO

(MATERIAL PARA EL ALUMNO)

OBESIDAD INFANTO-JUVENIL: EPIDEMIOLOGIA, FISIOPATOLOGIA, DIAGNOSTICO


Y ENFRENTAMIENTO TERAPEUTICO

Secretaría de Extensión

Paulina Correa y Raquel Burrows


Unidad de Nutrición Pública
Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos
Universidad de Chile

1
EL IMPACTO DE LA NUTRICIÓN Y LA ACTIVIDAD EN LA FUNCIÓN COGNITIVA Y EL RENDIMIENTO
ACADÉMICO©

Paulina Correa y Raquel Burrows

2016

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1. Introducción

El cerebro humano representa entre el 0.8% y 2% del peso corporal total. Sin embargo, su consumo

de energía, en forma de oxígeno y glucosa, en relación al resto del cuerpo equivale al 20%. El papel

central de la nutrición en el funcionamiento cerebral y en la expresión óptima del potencial

cognitivo ha sido ampliamente documentado en la literatura científica, sobre todo, el efecto de los

déficits nutricionales. A medida que la dieta occidental y el sedentarismo se han instalado en todas

las sociedades, ha empezado a crecer el interés por conocer cómo el consumo de grasas saturadas

y azúcares refinados (Gómez-Pinilla 2008; Kanoski y Davidson 2011) y la inactividad física (Hillman,

Erickson et al. 2009; Gómez-Pinilla y Hillman 2013) interfieren en los procesos fisiológicos de los

que dependen la formación de la memoria y la capacidad de aprendizaje.

La segunda sección de este documento analiza la evidencia más reciente sobre el impacto

de la dieta occidental en estructuras y funciones cognitivas relacionadas con la memoria y el

aprendizaje. La sección tercera revisa la literatura que documenta el efecto de este tipo de dieta

sobre diversas medidas del rendimiento académico. La cuarta sección está dedicada a examinar el

impacto del ejercicio y el sedentarismo en la función cognitiva, seguido del efecto sobre medidas

de rendimiento académico (sección quinta). Como no podía ser de otro modo, cerramos el capítulo

discutiendo el potencial de esta evidencia en la promoción de estilos de vida saludable (sección

sexta).

2. Dieta occidental, memoria y aprendizaje

La ingesta excesiva de carbohidratos refinados y ácidos grasos saturados se ha relacionado con un

peor rendimiento cognitivo en todos los grupos de edad, incluidos niños y adolescentes. Estos

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macronutrientes debilitan la plasticidad sináptica y la neurogénesis en estructuras fundamentales

del cerebro, como el hipocampo y la corteza prefrontal medial, alterando los procesos de

aprendizaje y memoria. Además, la exposición a alimentos de alta densidad energética reduce los

niveles hipocampales de factor neurotrófico derivado del cerebro (FNDC), una proteína que

estimula la supervivencia, crecimiento y diferenciación de las neuronas (Cordner y Tamashiro 2015;

Beilharz, Maniam et al. 2015).

Los trastornos de aprendizaje y memoria también están relacionados con otras

alteraciones de la función cerebral, por ejemplo, niveles anormalmente elevados de citoquinas pro-

inflamatorias (p.e. TNF-α, PCR, IL-6, IL-1β) y mayor exposición a estrés oxidativo. Se han

reportado, asimismo, cambios en la permeabilidad de la barrera hematoencefálica, dificultando el

paso de nutrientes y péptidos específicos hacia las estructuras cerebrales relacionadas con la

memoria y el aprendizaje (Kanoski, Zhang et al. 2010).

También se han descrito efectos indirectos del consumo excesivo de azúcares simples y

grasas saturadas sobre estructuras implicadas en la memoria. La resistencia a la insulina, inducida

por una ingesta excesiva de azúcares simples, reduce los niveles de FNDC hipocampal y atrofia las

terminaciones dendríticas (Stranahan, Norman et al. 2008). Mientras que niveles séricos

anormalmente altos de leptina (hiperleptinemia), que resultan de una acumulación excesiva de

tejido adiposo, limita el potencial para la plasticidad sináptica y el tráfico de neurotransmisores en

el hipocampo, y puede ser responsables de deficiencias en la consolidación de la memoria

(Valladolid-Acebes, Fole et al. 2013).

El impacto de una dieta no saludable sobre las habilidades cognitivas es acumulativo y se

mantiene en el tiempo, como sugiere la evidencia de estudios longitudinales. En el Reino Unido, el

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Estudio Longitudinal Avondale de Padres e Hijos (ALSPAC por sus siglas en inglés) mostró que las

prácticas alimentarias no saludables en los primeros 24 meses de la vida tienen una asociación

positiva y duradera con el coeficiente intelectual evaluado en la niñez y la adolescencia (Smithers,

Golley et al. 2013). Del mismo modo, en niños de Nueva Zelanda, Theodore, Thompson et al. (2009)

hallaron una relación positiva entre las capacidades cognitivas a los 7 años y los patrones dietarios

a los 3.5 años. Finalmente, en Australia el estudio de cohorte Raine mostró que los niños que

tuvieron una dieta acorde a las guías alimentarias durante los primeros tres años de vida obtuvieron

mejores resultados en pruebas que evaluaban habilidades verbales no verbales a los 10 años

(Nyaradi, Li et al. 2013).

3. Dieta y rendimiento académico

Si la exposición permanente a grasas saturadas y azúcares simples tiene un efecto sostenido sobre

las funciones de memoria y aprendizaje, tarde o temprano esto interferirá en la capacidad de niños

y adolescentes para rendir en el colegio.

El ya referido estudio ALSPAC ha podido mostrar que el consumo regular de alimentos

identificados como comida ‘chatarra’ durante la infancia y la niñez impacta negativamente en el

rendimiento en pruebas estandarizadas que se aplican en el sistema educativo británico en la pre-

adolescencia y adolescencia, lo que refuerza la idea de un efecto a largo plazo de la nutrición sobre

la capacidad cognitiva (Feinstein, Sabates et al. 2008). Sigfúsdóttir, Kristjánsson et al. (2007) y

Kristjánsson, Sigfúsdóttir et al. (2010) relacionaron la ingesta alimentaria y el rendimiento

académico en estudiantes islandeses de 1° y 2° medio. Observaron que el rendimiento en lenguaje,

matemáticas y lenguas extranjeras se asoció negativamente a los hábitos alimentarios. En

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Noruega, Øverby, Lüdemann et al. (2013) documentaron que la ingesta excesiva de alimentos que

son parte de una dieta no saludable aumentó el riesgo de dificultades académicas en matemáticas

en estudiantes de enseñanza media.

En Chile, hay estudios que muestran que los niños en edad escolar que consumen alimentos

poco saludables en la colación tienen un rendimiento más bajo en Matemáticas y Lenguaje en

comparación con los estudiantes que consumen colaciones saludables. Al margen del sexo, nivel

socioeconómico, estado nutricional y nivel de excelencia académica del colegio, la colación no

saludable redujo significativamente el rendimiento académico en las pruebas SIMCE, aplicadas en

4° y 8° básico (Correa, Burrows et al. 2015). El consumo de alimentos no saludables a la hora de la

colación está muy extendido en los estudiantes chilenos. Hay una exposición permanente a un gran

número de alimentos no saludables, por lo que la colación representa una parte considerable de la

ingesta energética diaria. La mayoría suele comprar alimentos en el kiosco de su colegio todos los

días, casi siempre snacks dulces y salados, bebidas azucaradas y helados.

Resultados de un estudio retrospectivo que evaluó la calidad de la dieta en adolescentes

chilenos de nivel socioeconómico medio-bajo y bajo, confirmaron que hay una relación positiva

entre la calidad de la dieta a los 16 años y la nota promedio al egresar de la enseñanza media, al

margen del estado nutricional, el sexo, y el nivel educativo de la madre. Lo mismo se pudo observar

en relación al rendimiento en la Prueba de Selección Universitaria (PSU) de Matemática y Lenguaje

(Correa, Burrows et al. 2016). En estos mismos adolescentes se observó, además, que la calidad

nutricional de la colación se relaciona positivamente con la propensión a concluir la enseñanza

media y a rendir las pruebas de acceso a la universidad (Correa, Rodríguez et al. 2016).

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Otros estudios han examinado el impacto de la dieta sobre otras variables que inciden en

el rendimiento académico. En Noruega, un estudio transversal en adolescentes de 14-15 años

mostró que el consumo de dulces y chocolates de 4-6 veces por semana aumenta el riesgo a tener

problemas disciplinarios un 81% y el consumo de bebidas azucaradas de 1-3 veces por semana lo

aumenta un 73%. Mientras que el consumo pescado de 1-3 veces por semana y de frutas al menos

dos veces al día redujo dicho riesgo (Øverby y Høigaard 2012). Siempre en Escandinavia, otro

estudio transversal encontró que en jóvenes islandeses de 1° y 2° medio el consumo de frutas y

verduras al menos tres veces por semana se correlacionó a mejoras en la autoestima y a una mejor

conducta dentro del aula. En cambio, el consumo excesivo de alimentos como papas fritas,

hamburguesas, hot-dogs y gaseosas azucaradas se correlacionó negativamente con estos dos

aspectos (Lien, Lien, et al. 2006). En EEUU, la ingesta diaria de gaseosas azucaradas se asoció a un

mayor riesgo de problemas de rendimiento académico en estudiantes de enseñanza media (Park,

Sherry et al. 2012).

Otros trabajos han abordado este tema analizando el efecto protector que tiene el

consumo de alimentos específicos sobre el rendimiento académico. Por ejemplo, la ingesta diaria

de lácteos, vegetales y frutas se asoció a mejores notas en estudiantes canadiense de enseñanza

básica (MacLellan, Taylor et al. 2008). El consumo diario de frutas y bayas ricas en antioxidantes

(p.e. frutillas, moras y arándanos) se relacionó con mejores resultados académicos en adolescentes

noruegos, independiente del estado nutricional (Stea y Torstveit 2014). Lo mismo se observó en

estudiantes suecos que consumían pescados con elevado contenido de ácidos grasos omega-3 (p.e.

sardinas, salmón, atún y jurel), al menos dos veces por semana (Kim, Winkvist et al. 2010).

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4. Actividad física, aprendizaje y memoria

Las técnicas de neuroimagen (RNM, RNMf y TAC, entre otras) han permitido mostrar en humanos

lo que ya se ha había observado en estudios en animales en relación a los efectos del ejercicio sobre

la función cognitiva. El aumento de la actividad y aptitud física se han asociado con incrementos

del flujo sanguíneo y oxigenación cerebral, lo que se correlaciona con un mayor volumen del

hipocampo, y una mejor expresión hipocampal de neurotrofinas que favorecen la potenciación a

largo plazo (PLP) (Chaddock, Erickson et al. 2010; Gomez-Pinilla y Hillman 2013), un proceso que

ha sido caracterizado como fundamento neurofisiológico de la consolidación de la memoria y el

aprendizaje. También se ha relacionado el ejercicio con un mayor volumen de la materia gris y

blanca en la corteza prefrontal (Chaddock, Pontifex et al. 2011), que se asocia a un mejor control

inhibitorio, flexibilidad cognitiva y memoria de trabajo, y a mejores índices neuroeléctricos,

incluyendo velocidad de procesamiento cognitivo.

Hay al menos tres vías por las que el ejercicio contribuiría a mejorar la consolidación de la

memoria. Lo hace, por ejemplo, a través de un aumento de la neurogenesis. Modelos animales y

humanos han mostrado que la formación de nuevas neuronas se incrementa después de la

exposición crónica al ejercicio, al margen de la edad (Chaddock, Erickson et al. 2010). Segundo, el

ejercicio crea un entorno favorable para la PLP, que se caracteriza por ser una forma de plasticidad

sináptica que implica el desarrollo de nuevas sinapsis y una mayor funcionalidad de las sinapsis ya

existentes en el hipocampo. El ejercicio permite un incremento estable y duradero en las respuestas

post-sinápticas en las neuronas del giro dentado y de las capas de interneuronas gabaérgicas CA1

y CA3 (Gomez-Pinilla y Hillman 2013). Diferentes métodos para medir las funciones de memoria y

las puntuaciones en estas tareas se correlacionan bien con un mejor rendimiento del hipocampo.

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Por último, la exposición crónica al ejercicio aumenta las concentraciones hipocampales de

factores neuroprotectores (FNDC) y otros factores de crecimiento (p.e. IGF-1, NFG y FGF-2) que

mejoran la neuroplasticidad (Chaddock, Erickson et al. 2010; Gomez-Pinilla y Hillman 2013). Es

importante tener en cuenta que las estructuras cerebrales implicadas en el aprendizaje y la

memoria, aunque más complejas, funcionan como el músculo esquelético. Es decir, para mejorar

la función (esto es, aumento de la memoria y el aprendizaje), los periodos de estimulación deben ir

seguidos de un periodo de recuperación en el que las proteínas asociadas con el aprendizaje y la

consolidación de la memoria puedan ser sintetizadas.

Aunque la relación entre actividad física y función cognitiva se ha estudiado principalmente

en adultos, investigaciones en niños y adolescentes confirman los beneficios cognitivos en estos

grupos de edad, incluso, en funciones que son dominio de la corteza prefrontal. En adolescentes

españoles del estudio AVENA se ha documentado una asociación positiva entre las habilidades

verbales, numéricas y de razonamiento y subcategorías de actividad física, por ejemplo, deporte

extracurricular (Esteban-Cornejo, Gómez-Martínez et al. 2014). Del mismo modo, en adolescentes

de Finlandia, el tiempo de pantalla excesiva se correlacionó negativamente con la memoria de

trabajo y la flexibilidad cognitiva (Syväoja H, Tammelin et al. 2014). En preadolescentes del estado

de Illinois (EEUU), episodios agudos de ejercicio de intensidad moderada a vigorosa se asociaron

con un mejor control inhibitorio (Hillman, Pontifex et al. 2009).

5. Efectos del ejercicio sobre el rendimiento académico

La evidencia anterior ha llevado a varios autores a dar un paso adelante y examinar la asociación de

la actividad física con el rendimiento académico. Una de las principales conclusiones de estos

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estudios es que más horas de actividad física no pone en riesgo el rendimiento de los estudiantes y

que, de hecho, lo favorece.

Sigfusdottir, Kristjánsson et al. (2007) encontraron una correlación positiva entre el

rendimiento académico en lenguaje y matemáticas y las horas dedicadas a actividad física en

estudiantes de Islandia de enseñanza media. En Chile, estudiantes de Santiago de 4° y 8° que

destinaban al menos 4 horas semanales a la práctica de ejercicio programado (Educación Física y

deporte extraprogramático) duplicaban la probabilidad de obtener un rendimiento avanzado en las

pruebas SIMCE de Lenguaje, Matemáticas y Ciencias Naturales, comparado con estudiantes que

destinaban 1.5 horas semanales a este tipo de actividad física (Burrows, Correa et al. 2014; Correa,

Burrows et al. 2014). Bass, Brown et al. (2013) y Rauner, Walters et al. (2013) observaron que

adolescentes de EEUU con mejor condición cardiorespiratoria, evaluada a través del programa

Fitnessgram, tenían mayor probabilidad de obtener resultados satisfactorios en pruebas

estandarizadas aplicadas para evaluar la calidad de la educación a nivel regional. Estudios de

intervención confirman el efecto positivo del ejercicio en los resultados académicos descritos por

la investigación observacional. En adolescentes del sur de España, se observaron efectos positivos

en las calificaciones escolares cuando se incrementó la cantidad e intensidad de la clase de

Educación Física (Ardoy, Fernández-Rodríguez et al. 2014).

Hay trabajos que se han interesado por estudiar la relación entre actividad física y otras

variables académicas que trascienden el ámbito estricto de las calificaciones. La mayoría se han

realizado en países con elevado nivel de desarrollo o que destinan importantes recursos a políticas

sociales a través de los llamados Estados del Bienestar. Un estudio en 7,000 adolescentes de

Finlandia de ambos sexos, con edades comprendidas entre los 15 y 16 años, encontró que los

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adolescentes físicamente más activos eran significativa y doblemente más propensos a tener

planes futuros incluyendo planes de acceso a la educación superior que los adolescentes inactivos

(Kantomaa , Tammelin et al. 2010). En Alemania, un estudio longitudinal con datos de la Encuesta

de Condiciones de Vida en niños y adolescentes encontró que quienes autoreportaron la práctica

de actividades deportivas al menos tres veces por semana aumentaban al doble la probabilidad de

concluir la enseñanza media y de obtener un título universitario, independiente de la edad y la

situación familiar (Pfeiffer y Corneliβen 2009). En población afroamericana adolescente de 14 años

se observó que la participación regular en actividades deportivas en el colegio y en competencias

interescolares se asociaba significativamente, duplicando la probabilidad de tener planes de cursar

estudios superiores (Hawkins y Mulkey 2005). Otro trabajo en adolescentes de EEUU, de niveles

socioeconómicos vulnerables, mostró que la práctica regular de deporte extraprogramático

evaluada en 8° básico estaba asociada a una mejor percepción del colegio como un elemento

importante para el futuro, a mayores niveles de autoestima, y a una mayor capacidad para hacer

resiliencia tres años después cuando los participantes cursaban 3° medio (Fredricks y Eccles 2008).

Otros trabajos han evaluado la relación de la conducta académica con el sedentarismo y

estilos de vida inactivos. En Francia, un estudio transversal en adolescentes de 13 años observó que

la ausencia de ejercicio regular aumentaba significativamente el riesgo de repetir curso y triplicaba

el riesgo de manifestar intenciones de abandonar el sistema escolar a los 16 años (Chau y Baumann

2012). En Brasil, se midió cómo evolucionaba el tiempo de pantalla en adolescentes de 11 a 15 años

de edad. Se observó que el 74% de los sujetos mostraron incrementos en el tiempo destinado a

este tipo de actividades de gasto mínimo y el 37% eran participantes que habían mostrado una

mayor propensión al fracaso escolar (Dumith, Garcia et al. 2012).

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6. Implicaciones para la promoción de estilos de vida saludables

En EEUU, el Centro para Control y Prevención de Enfermedades ha destacado el potencial de la

relación entre estilos de vida saludable y rendimiento académico en la mejora de las estrategias de

promoción de salud, ya que por diversas razones el rendimiento académico genera un mayor

interés que la salud a largo plazo (Centers for Disease Control and Prevention 2009, 2013). El

rendimiento académico refleja las expectativas de los padres respecto al lugar donde quieren

insertar a sus hijos en la jerarquía social. Por lo tanto, es un concepto altamente valorado. El

Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de 2012 mostró que los

adolescentes chilenos de 15 años rinden muy por debajo del promedio de la Organización para la

Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en matemáticas, lectura y ciencias (Programme for

International Students Assessment 2014). Por otra parte, entre un tercio y la mitad de los

estudiantes chilenos está en la categoría de rendimiento inferior en estos contenidos, muy por

encima de las tasas promedio de la organización (20%). El mismo estudio muestra que una

proporción sustancial de los padres chilenos (80%) espera que sus hijos obtengan un título

universitario. Sin embargo, entre los estudiantes que no logran alcanzar el nivel básico de

desempeño en estas áreas, la mayoría tiene dificultades en el acceso, persistencia y finalización de

estudios superiores (Hakkarainen, Holopainen et a. 2013).

En adolescentes chilenos, los hábitos de ingesta alimentaria y actividad física están muy

deteriorados. La Encuesta Nacional de Consumo Alimentario (Ministerio de Salud 2015) muestra

que si bien sólo el 7% de los adolescentes de 14-18 años tiene una dieta considerada poco saludable,

el 90% requiere cambios en la composición de la dieta. La misma encuesta informa que los

adolescentes reportan un mayor consumo de grasas saturadas, azúcares simples, bebidas y

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refrescos azucarados y un menor consumo de frutas y verduras respecto a otros grupos de edad de

la población chilena. Por otro lado, la Encuesta Global de Salud Escolar 2013 muestra que el

porcentaje de alumnos que destina una hora al día a la práctica de ejercicio cada día de la semana

es inferior al 15% (Ministerio de Salud 2014). Estos datos coinciden con los que informa la prueba

SIMCE de Educación Física. La evaluación aplicada a estudiantes de 8° básico en 2012 reveló que

un 92% de los adolescentes presenta deficiencias en los aspectos estructurales de la condición física

(funcionamiento de musculatura y articulaciones), y un 70% debe mejorar en los aspectos

funcionales (rendimiento cardiovascular y potencia aeróbica) (Ministerio de Educación 2013). Estos

datos sugieren que los niños y jóvenes chilenos podrían estar teniendo dificultades para expresar

en plenitud su potencial cognitivo y académico.

Por último, lejos de estigmatizar ciertos alimentos, estos hallazgos debieran ser vistos

como una ventana de oportunidad para impulsar el desarrollo de productos alimentarios reducidos

en grasas saturadas y azúcares refinados y ricos en aquellos nutrientes que favorecen la función

cognitiva y mejorar el rendimiento académico. El cambio de hábitos alimentarios es más probable

que se produzca si hay una oferta amplia, atractiva y asequible de alimentos saludables, que

además puedan favorecer el bienestar de las personas incluso más allá de la nutrición.-

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