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No hay liderazgo sin conflicto y cuando el líder evita enfrentarlo, o permite que
éste se expanda, el ambiente de trabajo se deteriora. Esta realidad es común en
las organizaciones por lo que conviene reflexionar sobre cuáles son sus causas,
consecuencias y posibles soluciones.
1.- Actuar cuanto antes. No conviene dejar que las diferencias se resuelvan
solas, pues la tensión puede escalar hasta salirse de control.
2.- Entablar un diálogo franco. Detrás de todo conflicto hay una comunicación
deficiente. Conviene ser transparentes y evitar los mensajes, correos o emisarios
que sólo confunden más.
5.- Definir reglas claras. Un líder asegurará que todos tengan muy claras las
conductas deseables. Por ejemplo, promover que las diferencias se enfrenten
oportunamente, de la manera correcta y sin dejarlas crecer. Asimismo, todos
sabrán cuáles son las conductas indeseables, por ejemplo, gritar, ofender, insultar
o faltar
al respeto.
9.- No tomar nada personal. Lo más difícil es dejar fuera las posiciones
personales y las rencillas. En nuestro país tendemos a ser muy "sentidos" ante
cualquier desaire, crítica o reprimenda. El problema de quienes acumulan agravios
sin manifestar abiertamente su descontento, es que buscarán la oportunidad de
una revancha.
Todo se resume en una sola cosa: aplicar la prudencia de maneta que la razón,
las virtudes, yla madurez prevalezca frente a los intereses personales. Un líder
prudente sabe cuándo buscar la armonía y cuándo es necesaria cierta
confrontación: sabe apretar, pero con algodones; reúne la sensibilidad de un
diplomático y la firmeza de un coronel.