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Esto es así tanto que el siglo de yo, del individual, nos revela uno de esos secretos
maravillosos que cuando uno los descubre y entiende ya nada, para bien o para mal,
vuelve a ser lo mismo. Es una puerta abierta al conocimiento sociológico profundo. Este
además es un secreto realmente demoledor: allá donde se crees que una persona libre
puede tomar siempre sus propias decisiones libremente, lo que hay en realidad es una
persona cuyas decisiones, en un buen porcentaje de ocasiones, no son más que el fruto
de una serie de ideas que otras personas han pensado previamente.
No por azar, claro, sino para que este individuo piense, sienta y actúe conforme a
lo que esas otras personas esperan de él. Y lo esperan no por capricho, sino para
que sus privilegios sociales no desaparezcan, y sus intereses, políticos y
económicos, no dejen nunca de satisfacerse. Para que, en definitiva, se convierta
en un fiel siervo de su poder.
“El siglo del individualismo”, aunque suene duro decirlo, esto muestra que,
estamos lejos de ser tan libres como se cree, estamos tan cerca de ser un esclavo
al servicio de unos amos con nombres y apellidos que de ser un sujeto
verdaderamente libre