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Daniel Bello (Editor)

MANUAL DE RELACIONES
INTERNACIONALES
Herramientas para la comprensión de la disciplina
Estudios políticos
Manual de Relaciones Internacionales: herramientas
para la comprensión de la disciplina
RIL editores
bibliodiversidad
Daniel Bello

Manual de Relaciones
Internacionales: herramientas
para la comprensión
de la disciplina
327 Bello, Daniel.
B Manual de Relaciones Internacionales/
Daniel Bello. -- Santiago : RIL editores, 2013.

318 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-284-976-0

1 Relaciones internacionales.

Manual de Relaciones Internacionales:


herramientas para la comprensión de la disciplina
Primera edición: abril de 2013

© Daniel Bello, 2013


Registro de Propiedad Intelectual
Nº 226.955

© RIL® editores, 2013


Los Leones 2258
cp 7511055 Providencia
Santiago de Chile
Tel. Fax. (56-2) 22238100
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Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

*NQSFTPFO$IJMFr1SJOUFEJO$IJMF

ISBN 978-956-284-976-0

Derechos reservados.
Índice

Presentación
Esteban Valenzuela y Daniel Bello ........................................................9

Capítulo i
El estudio de las Relaciones Internacionales
Isaac Caro, Isabel Rodríguez ..............................................................11

Capítulo ii
Análisis histórico: la evolución de la sociedad
internacional entre los siglos XX y XXI
Shirley Götz Betancourt ..................................................................... 33

Capítulo iii
Teoría de las Relaciones Internacionales:
del Primer al Tercer debate
Isabel Rodríguez ........................................................................ 85

Capítulo iv
Nuevas corrientes en la teoría de las
Relaciones Internacionales
Mónica Salomón ...................................................................... 127

Capítulo v
Temas y procesos del sistema internacional
Isaac Caro ............................................................................... 167

Capítulo vi
Economía política global I
José Miguel Ahumada, Armando Di Filippo ................................. 209
Capítulo vii
Economía política global II
José Miguel Ahumada, Armando Di Filippo ................................. 255

Capítulo viii
La cooperación internacional: su importancia para América Latina
y el Caribe
Cristina Lazo ........................................................................... 299
Presentación

Desde que surgió, en la segunda década del siglo XX, la disciplina


de las Relaciones Internacionales fue ampliando progresivamente
sus márgenes y estableciendo nuevas fronteras a medida que, en el
marco de los sucesivos debates que se desarrollaron en su seno, se
fueron incorporando problemáticas emergentes o antes desatendi-
das, reconociendo a nuevos actores como protagonistas del acon-
tecer internacional y considerando nuevas perspectivas de análisis.
Los estudios que centraban la atención en la interacción entre
Estados y tenían como principales preocupaciones la soberanía, la
seguridad nacional y las relaciones de poder, fueron complemen-
tados por aquellos que centran la mirada en los distintos agentes
nacionales y transnacionales –Estados, organizaciones, empresas,
personas, culturas, religiones–, que interactúan en el mundo globa-
lizado. Los marcos interpretativos realistas fueron confrontados y
enriquecidos por otros liberales, marxistas, feministas, neorrealistas,
neoliberales, etcétera. De este modo, la disciplina de las Relaciones
Internacionales fue ganando en diversidad y amplitud al tiempo
que consolidaba su autonomía.
Hoy en día la disciplina abarca una gran variedad de temáticas
que son estudiadas desde múltiples perspectivas teóricas, las que
se nutren y obtienen sus herramientas metodológicas de distintas
ramas de las ciencias sociales y humanas, como la ciencia política,
la sociología, la historia, la economía y el derecho.
El manual que aquí presentamos tiene como principal objetivo
dar cuenta de la evolución de la disciplina, desde su origen hasta
la actualidad, exhibiendo y analizando los sucesivos debates teó-
ricos que se llevaron a cabo en el proceso, y mostrando cómo fue
desarrollándose y transformándose en el afán de interpretar los

9
Presentación

vaivenes del escenario internacional. Se propone también estudiar


la evolución del sistema internacional, sus transformaciones y las
dinámicas –sociales, políticas y económicas– que propulsaron y aún
propulsan tales procesos de cambio. Complementando lo anterior,
el libro incorpora una revisión detallada de la Economía Política
Global, área de estudio que centra los esfuerzos en tratar de entender
la relación existente entre sistema político mundial y economía, y
en explicar las asimetrías en la distribución de recursos políticos y
económicos en el plano global. Finalmente, se examinan las distintas
modalidades de cooperación internacional, cómo fueron progresan-
do en el tiempo, y particularmente, el rol que juega y la importancia
que adquirió la cooperación sur-sur, en América Latina y el Caribe.
Creemos que esta obra será de gran utilidad para todos quienes
quieran adentrarse en el campo de las Relaciones Internacionales
y para quienes quieran o precisen adquirir las herramientas nece-
sarias para estudiar y comprender aquello –sumamente diverso y
dinámico– que acontece en el ámbito internacional.
Este libro tendrá por complemento la obra Manual de Ciencia
Política: herramientas para la comprensión de la disciplina, que pu-
blicaremos próximamente. Ambos trabajos han sido desarrollados
en el marco del convenio de colaboración entre el Departamento
de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad
Alberto Hurtado y RIL editores.

Esteban Valenzuela
Director del Departamento de Ciencia Política y
Relaciones Internacionales
Universidad Alberto Hurtado

Daniel Bello
Editor

10
Capítulo I
Relaciones Internacionales
Isaac Caro
Isabel Rodríguez

I. Nacimiento y desarrollo de las


Relaciones Internacionales

Los inicios y la consolidación de las Relaciones


Internacionales como disciplina científica

No existe acuerdo sobre qué es el conjunto de fenómenos conocidos


como «Relaciones Internacionales». Si se tratase de un objeto de
estudio definido y determinado, entonces se podría proponer una
definición comúnmente admitida y respetada por la comunidad
científica. Sin embargo, la experiencia demuestra que las «Relaciones
internacionales» son de tal complejidad que se pueden entender de
múltiples maneras. Las definiciones varían de un actor a otro hasta
el punto que no es posible acuerdo alguno sobre la delimitación del
campo de investigación (Merle 1993).
Siguiendo a Aron (1959), podemos señalar que las relaciones
internacionales son fenómenos sociales, y, por lo tanto, no tienen fron-
teras trazadas en lo real; ellas no son y no pueden ser materialmente
separables de otros fenómenos sociales. Al mismo tiempo, las relaciones
internacionales son por definición las relaciones entre naciones, entre
unidades políticas. Sin embargo, hay que preguntarse si cabe incluir en
las relaciones entre unidades políticas las relaciones entre individuos que
pertenecen a esas unidades. ¿Dónde comienzan y dónde terminan las
unidades políticas, esto es, las colectividades políticas territorialmente
organizadas? Resulta difícil responder esta pregunta (Aron 1959).
El término «Relaciones Internacionales» puede ser definido
para identificar todas las interacciones entre actores basados en el

11
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

Estado más allá de las fronteras estatales, y en este sentido, debe


ser distinguido del de «política exterior» y «política internacional»
&WBOT/FXOIBN
&MBOÃMJTJTEFMBTBDDJPOFTEFVO&TUBEP
hacia el entorno y las condiciones externas –principalmente domés-
ticas– bajo las cuales esas acciones están formuladas, constituye
esencialmente un campo que se conoce como «política exterior». La
concepción de esas acciones como parte de un aspecto de las gestio-
nes de un Estado y las reacciones y respuestas por otros constituye
lo que se denomina «política internacional», que es el proceso de
interacción entre dos o más Estados. El término «relaciones inter-
nacionales», en cambio, se refiere a todas las formas de interacción
entre miembros de sociedades separadas, lo que incluye el análisis de
políticas externas o procesos políticos entre los Estados, y también
todas las facetas de las relaciones entre sociedades distintas (sindi-
catos internacionales, Cruz Roja Internacional, turismo, comercio
internacional, valores y ética internacional) (Holsti 1994).
En otras palabras, las relaciones internacionales comprenden
tres formas diferentes de interacciones: a) las que se dan entre Es-
tados; b) las que tienen lugar a nivel no estatal o transnacional, que
sobrepasan las fronteras nacionales; c) las que tienen que ver con
el funcionamiento del sistema internacional, siendo sus principales
componentes los Estados y también las sociedades (Halliday 2002).
Las relaciones internacionales, en cuanto disciplina científica,
tiene sus inicios en la Primera Guerra Mundial. Un ímpetu importan-
te se produjo cuando Estados Unidos (EUA) emergió como potencia
mundial a partir de 1914. Entonces, se desarrolló una dicotomía
entre los idealistas, que compartían la visión del Presidente de Esta-
EPT6OJEPT 8PPESPX8JMTPO TPCSFMBOFDFTJEBEEFDSFBSVOB-JHB
de las Naciones, y los políticos realistas, que bloquearon la entrada
de Estados Unidos en esta organización mundial. Los historiadores
diplomáticos buscaban las «causas» y los «orígenes» de la Gran
Guerra de 1914-1918, en tanto que otros historiados exploraban
el fenómeno del nacionalismo. Aparecieron escritos especializados
en diversas áreas, como problemas de seguridad, guerra y desar-
me, imperialismo, diplomacia y negociación, equilibrio de poder,
aspectos geográficos del poder mundial, factores económicos, todo

12
El estudio de las Relaciones Internacionales

lo cual se tradujo en un importante desarrollo de esta disciplina


(Dougherty 1993).
No obstante lo anterior, los fundamentos históricos de las re-
laciones internacionales están en otras disciplinas más antiguas que
han contribuido a su desarrollo, como son la historia diplomática,
el derecho internacional, la ciencia política y la sociología (Arenal
1994: 59). Hasta 1914, los teóricos de las relaciones internacionales
suponían que la estructura de la sociedad internacional era inaltera-
ble y que la división del mundo en Estados soberanos era necesaria
y natural. El estudio de las relaciones internacionales consistía casi
enteramente en la historia diplomática y el derecho internacional
(Dougherty 1993).
Después de la Segunda Guerra, EUA se autoproclamó responsa-
ble de la paz, de la prosperidad, de la existencia misma de la mitad
del planeta. Occidente no había conocido algo parecido desde el
Imperio Romano. EUA era la primera potencia auténticamente mun-
dial, puesto que la unificación planetaria de la escena diplomática
no tenía precedente. Las relaciones internacionales se convirtieron,
entonces, en un objeto de disciplina universitaria. Los especialistas
de relaciones internacionales querían tener proposiciones generales,
crear un cuerpo de doctrina, desarrollar y consolidar una nueva
disciplina (Aron 1959).
En consecuencia, terminada la Segunda Guerra Mundial, el
estudio de las relaciones internacionales estuvo organizado y desa-
rrollado en las universidades estadounidenses, especialmente dentro
de los departamentos de ciencia política. Sin embargo, el modelo
del sistema político nacional no puede extenderse al reino interna-
cional, porque no hay autoridad efectiva a nivel mundial. Hoy en
día, las relaciones internacionales abarcan el funcionamiento de las
empresas multinacionales, las balanzas comerciales, las comunica-
ciones satelitales, la contaminación ambiental, el fundamentalismo
religioso, los juegos olímpicos (Dougherty 1993), todo lo cual va
mucho más allá del ámbito de la ciencia política.
En consecuencia, así como el realismo político, paradigma
dominante durante la Guerra Fría, consideraba a las relaciones in-
ternacionales como una parte más o menos autónoma de la ciencia
política, otro enfoque clásico es el que considera a las relaciones

13
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

internacionales como sociología internacional. Este enfoque ha sido


menos frecuente que el político, cobrando una especial fuerza solo
en los últimos tiempos y, muy particularmente, durante el escenario
de pos Guerra Fría. En esto ha tenido un papel especial el propio
desarrollo de la sociología, los profundos cambios experimentados
por la sociedad internacional y la creciente conciencia de que es
necesario romper con el planteamiento exclusivo de la ciencia po-
lítica y del paradigma estatocéntrico, que considera a los Estados
como actores principales, centrales y omnipresentes en el sistema
internacional (Arenal 1994).
En este sentido, «globalización» es el nuevo término para de-
signar los dramáticos cambios que ocurren en la naturaleza de las
relaciones internacionales a partir de la última parte del siglo XX,
puesto que este concepto enfatiza un contexto global más que uno
nacional (Youngs 2002). Hablar de globalización en las relaciones
internacionales implica adoptar un aproximación societal a los
asuntos mundiales. La tradición estatocéntrica ha estado más orien-
tada hacia la discusión sobre el poder de los Estados que hacia los
temas de desigualdad que trascienden las fronteras de los Estados.
El giro conceptual hacia la globalización, en cambio, se basa en
desarrollos sustantivos, relacionados con un número creciente de
actores e influencias no estatales, como instituciones internacionales
(Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio), ONGs y
movimientos sociales de mujeres, medio ambientales, antinucleares,
etcétera (Youngs 2002).
Globalización significa «los procesos en virtud de los cuales los
Estados nacionales soberanos se entremezclan con actores transna-
cionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones,
identidades y entramados varios» (Beck 1998). Esto implica la
ausencia de un Estado mundial, más concretamente una sociedad
mundial sin Estado mundial y sin gobierno mundial. La pluridimen-
sionalidad de la globalización en las relaciones internacionales se
manifiesta en los siguientes factores (Beck 1998):

rCreciente intercambio internacional, carácter global de la red de


mercados financieros y del poder cada vez mayor de las multi-
nacionales.

14
El estudio de las Relaciones Internacionales

rRevolución de las comunicaciones.


rPolítica mundial policéntrica: cada vez hay más actores transna-
cionales que tienen mayor poder.
rPobreza global: aumento de la pobreza y de los niveles de des-
igualdad social.
rDeterioro medioambiental y cambio climático.
rConflictos transculturales, ya sean étnicos, religiosos o culturales.

En este sentido, podemos señalar que estamos en presencia de


una sociedad global, la que se ramifica en muchas dimensiones, no
solo económicas, y se entremezcla con el Estado nacional, existiendo
una multiplicidad de círculos sociales, redes de comunicaciones,
relaciones de mercado y modos de vida que traspasan las fronteras
territoriales del Estado nacional1.

El objeto de estudio y los niveles de análisis


de las relaciones internacionales

Siguiendo a diversos autores (Ortiz 2000; Arenal 1994; Bull


2005), podemos señalar que la sociedad internacional, un concepto
sociológico que tiene contenido político, jurídico y económico, es
el objeto de estudio de la disciplina de Relaciones Internacionales.
Esta sociedad internacional es un ente complejo que está formado
por un conjunto de relaciones que se componen a partir del accionar
externo de los Estados-naciones, y también de acciones individuales
y colectivas, de particulares o entidades de esos Estados-naciones,
que tienen una significación internacional (Ortiz 2000).
La idea de sociedad internacional es diferente tanto del Estado
soberano como de una comunidad mundial (concebida como uto-
pía futura). La sociedad internacional tiene existencia real, supone
acciones y acuerdos voluntarios, lo que no ocurre con la idea de
comunidad (Bull 2005; Ortiz 2000). He aquí una diferencia básica
entre comunidad y sociedad, la que proviene de la sociología: existen
formaciones sociales de cariz emocional, basadas en el sentimiento,
en el seno de las cuales los individuos se conocen personalmente y
participan mutuamente en sus vidas privadas. Se trata de Gemeins-

1
Para profundizar en este tema, ver el capítulo V de este manual.

15
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

chaften, grupos primarios o comunidades. En contraste, existen


formaciones sociales basadas en intereses utilitarios, en que sus
miembros son conocidos impersonalmente, y se comparte con ellos
su vida externa o pública de un modo contractual. Estos grupos son
Gesellschaften, grupos secundarios o sociedades (Töennies 1887).
En el ámbito de los estudios internacionales, Hedley Bull
(2005), uno de los primeros y principales defensores del concepto
de «sociedad internacional» en las relaciones internacionales, señala
que esta existe cuando un grupo de Estados, conscientes de ciertos
intereses y valores comunes, forman una sociedad en el sentido que
ellos conciben la existencia de un conjunto de reglas comunes en
sus relaciones con otros y las comparten trabajando en instituciones
comunes. La idea de sociedad internacional, agrega Bull, siempre
ha estado presente en el sistema internacional moderno.
Ahora bien, siguiendo a Arenal (1994), cabe preguntar si da-
das las características que presenta el medio internacional puede
hablarse realmente de la existencia de una sociedad internacional.
La persistencia de este problema deriva de que la noción de socie-
dad está determinada por el paradigma del Estado y es el modelo
de sociedad estatal el que se toma como referencia para afirmar o
negar el carácter societario o no de un fenómeno social. La sociedad
internacional de nuestros días no es exclusivamente interestatal sino
también transnacional. Cuatro son las características básicas en
orden a establecer el alcance de la sociedad internacional (Arenal
1994: 431-432):

1. La existencia de una pluralidad de miembros.


2. Un grado de aceptación de reglas e instituciones comunes.
3. La existencia de un elemento de orden.
4. El hecho de que estas relaciones sociales configuran un todo
complejo que es más que la suma de sus partes.

Esta realidad implica un variado elenco de actores, que van


desde los Estados, las organizaciones internacionales, las empresas
transnacionales, los movimientos de liberación, hasta el individuo,
pasando por clases sociales. Esta sociedad internacional es una so-
ciedad compleja cuyos rasgos más sobresalientes son: una sociedad

16
El estudio de las Relaciones Internacionales

universal o planetaria, heterogénea y compleja, interdependiente y


global, políticamente no estructurada (Arenal 1994: 432).
En cuanto a los niveles de análisis de las relaciones interna-
cionales, podemos señalar que los Estados son el tipo de entidad
más importante, pero esto no niega que su comportamiento pueda
ser influenciado de manera importante por las características del
líder individual o por la estructura del sistema internacional. En
consecuencia, podemos distinguir varios niveles en los cuales podría
centrarse el estudio de las relaciones internacionales (Holsti 1994;
Dougherty 1993):

Individuos. La mayoría de los teóricos internacionales rechaza


la noción de que los individuos son agentes internacionales. Sin
embargo, los liberales clásicos señalan que el individuo debe ser el
fundamento de cualquier teoría social, dado que solo los individuos
son reales, mientras que la sociedad es una abstracción. Los espe-
cialistas en el campo de la historia, la política y las relaciones inter-
nacionales prestan atención a los líderes que han jugado un papel
en la escena mundial (Dougherty 1993). Si estudiamos la política
internacional concentrándonos en las acciones de los individuos, el
nivel de análisis se enfocará en las ideologías, motivaciones, valores
o idiosincrasias de aquellos que toman las decisiones (Holsti 1994).
Naciones-Estados. Los teóricos realistas suscriben el enfoque
centrado en el Estado y se ocupan en especial de la acción de los Es-
tados y de los gobiernos. Morgenthau (1948) realiza el primer estudio
sistemático de política internacional, el primer intento de abordar las
relaciones internacionales como disciplina autónoma. Propone seis
principios de una teoría realista de la política internacional que dicen
relación con la existencia de leyes objetivas, el concepto de interés
definido como poder, los contextos cultural y político del interés
nacional, el significado moral de la acción política, la inexistencia de
leyes morales universales y las diferencias entre el realismo y otras
escuelas, en especial con la escuela «legal-moralista».
Actores transnacionales. Esta categoría incluye a grupos trans-
nacionales y organizaciones no conformadas por Estados, esto es,
todas las entidades –políticas, religiosas, económicas– que operan
transnacionalmente, pero no tienen a gobiernos o a sus represen-

17
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

tantes formales como miembros. Ejemplos: la Iglesia Católica, la


Organización Sionista Mundial, los partidos comunistas, las em-
presas multinacionales, los movimientos de liberación nacional, los
grupos terroristas internacionales, los fundamentalismos religiosos.
Sistema internacional. En el nivel más abstracto, llegamos al
sistema internacional o global, que contempla sistemas centrados
en la totalidad más que en las partes que los componen. El modelo
sistémico conduce a generalizaciones amplias acerca de cómo se
comportan normalmente todos los Estados. En períodos anteriores
era posible reconocer sistemas internacionales parciales (por ejem-
plo, las ciudades-estado griegas); en cambio ahora es posible hablar
de un «sistema global» (Holsti 1994). Los sistemas internacionales
son el aspecto interestatal de la sociedad al que pertenecen las
poblaciones, sometidas a soberanías distintas. La sociedad transna-
cional se manifiesta por los intercambios comerciales, migraciones
de personas, creencias comunes, organizaciones que sobrepasan las
fronteras; se trata de ceremonias y procesos abiertos a los miembros
de todas estas unidades (Aron 1959).

Uno de los defensores más decididos de la teoría de sistemas


es Marcel Merle, al sostener que el análisis sistémico permite
establecer un plano en donde se distinguen diferentes niveles de
actividad (nacional, subnacional, supranacional) «y las relaciones
que se establecen entre ellos, así como las acciones y las reacciones
mutuas de los subsistemas y del sistema global». Al mismo tiempo,
este análisis, en lugar de forjar una nueva filosofía de la historia o
de refugiarse en abstracciones y generalizaciones, incita a la multi-
plicación de los estudios de casos, a la búsqueda de la especificidad
en las situaciones particulares. (Merle 1994: 561).
Para designar el estado de las relaciones internacionales, algunos
autores –dice Merle– hablan de «sociedad internacional» y de «comuni-
dad internacional». Sin necesidad de referirse al debate sobre la diferen-
cia entre solidaridad mecánica (similitud de los miembros individuales
de una sociedad, importancia de una conciencia colectiva producto de
las similitudes humanas) y solidaridad orgánica (diferencias entre los
individuos, producto de la división social del trabajo), basta constatar
que no hay sociedad donde no exista una ley admitida y respetada. Por

18
El estudio de las Relaciones Internacionales

lo tanto, el autor francés concluye que si no hay derecho internacional,


no hay sociedad internacional; si no hay sociedad, tampoco puede haber
comunidad, «puesto que ésta supondría un acuerdo previo sobre unos
valores comunes para el conjunto del género humano». En cambio, el
término «sistema» subraya «la existencia de un ‘conjunto de relaciones’,
sin prejuzgar sobre el grado de solidaridad alcanzado por las partes en
sus relaciones mutuas» (Merle 1994: 563).
En esta misma línea, al igual que los analistas de sistemas,
algunos neomarxistas sostienen que las estructuras y los procesos
globales (capitalistas o no) predominan sobre las de los Estados, por
lo cual solo el sistema global es un objeto que merece investigación
seria. Esta es la posición de Wallerstein (1997), quien postula que
vivimos en un sistema-mundo moderno que se originó en el siglo XV,
y que desde finales del siglo XIX alcanzó una expansión a todo el
globo, con lo cual se produjo otro cambio cualitativo: por primera
vez existió en el planeta un único sistema histórico.
El énfasis en el sistema internacional como principal unidad de
análisis se caracteriza por destacar las conexiones entre sociedades
y sugerir que los temas políticos y de seguridad están inmersos en
estructuras socioeconómicas mayores. Este modelo establece que la
principal característica del sistema mundial es la unidad, no política,
sino social; todas las sociedades están interconectadas y estamos
encaminados a la formación de una sociedad mundial genuina. Los
patrones sociales (estructura familiar, hábitos de consumo, estilos de
vida) son cada vez más similares. Los grandes temas de la agenda
global incluyen: preservar el medio ambiente, terminar con la explo-
tación de las mujeres, reducir el crecimiento poblacional, desmantelar
los complejos militares, redefinir el desarrollo (Holsti 1994).

ii. Las relaciones internacionales en


américa latina y chile

América Latina

El estudio de las Relaciones Internacionales como disciplina en


América Latina se inicia en los años 60 y se consolida recién en los
80. Anteriormente, la mirada de las relaciones internacionales de

19
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

la región había estado determinada por su inserción internacional,


por lo que los énfasis estaban puestos en la historia diplomática,
el derecho internacional y la incorporación a instituciones inter-
nacionales. En efecto, después de la Primera Guerra Mundial, los
países de la región comienzan su ingreso a la Sociedad de Naciones.
Luego, vendrá la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra
Fría, periodo en el cual las relaciones internacionales de la región se
centrarán casi exclusivamente con Estados Unidos de América. En
general, la evolución del tema internacional responde a la historia
latinoamericana de independencia y proceso de consolidación de la
soberanía de los Estados, buscando legitimización y reconocimiento
internacional como forma de evitar cualquier intervención externa.
Un hito en este proceso es la creación de la Comisión Econó-
mica para América Latina y el Caribe (CEPAL) a inicios de los años
50, institución que se ubicó en Santiago de Chile y que se dedicó a
analizar la posición de América Latina en el sistema internacional
poniendo especial atención al problema del subdesarrollo económi-
co, siendo la primera en realizar reflexiones y análisis sistemáticos
que luego implicarán importantes insumos para el desarrollo teórico
local. Otras instituciones que reforzarán este impulso de formación
de espacios académicos para la disciplina serán el Centro de Estudios
Internacionales del Colegio de México creado en 1960, el Instituto
de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile creado en
1966, y más adelante, concretamente en la década del 70, el Pro-
grama de Estudios Conjuntos sobre las Relaciones Internacionales
de América Latina (RIAL), que se erigió, a partir de su creación en
1977, en una importante asociación de centros académicos dedica-
dos a promover la enseñanza e investigación en el área.
En general, podemos señalar que en los años 70, los países de
la región comenzaron a dejar el «aislamiento» para integrarse al
sistema internacional. Hay una clara relación entonces entre el sur-
gimiento de la disciplina y los cambios producidos en la orientación
externa de América Latina. Según Tickner (2002: 88), es posible
visualizar tres nuevos indicadores en la década del 70: primero, que
la mayor parte de las personas que se dedican a estudiar Relaciones
Internacionales son académicos y no únicamente diplomáticos o
miembros del estamento militar; segundo, los supuestos teóricos y

20
El estudio de las Relaciones Internacionales

metodológicos que rodean el análisis internacional se hacen más


explícitos; y tercero, el interés por crear una teoría que explique
los problemas de la región fue en aumento. Como Colocrai (1992)
también explica, esta evolución positiva hacia la constitución de
la disciplina en la región se puede seguir a partir de los temas que
protagonizan los estudios internacionales:

«Entre 1940 y 1960 predominaron los enfoques


jurídicos-normativos, la historia diplomática, y la pers-
pectiva geopolítica. A partir de los setenta los enfoques
geopolíticos cobraron más significado en tanto discursos
aptos para consumo por parte de los regímenes militares.
A partir de los ochenta, y entrando en los noventa, se evi-
dencia una mayor riqueza conceptual no solamente por la
producción local sino por el crecimiento de la disciplina
a nivel internacional» (Merke 2005: 14).

En consecuencia, hay lo que podemos llamar una tradición


latinoamericana en Relaciones Internacionales que deriva del de-
sarrollo de espacios propios de reflexión y de desarrollo teórico.
Ciertamente, se han tomado elementos de la tradición europea y
norteamericana, pero como coinciden diversos autores en precisar
(Heraldo Muñoz, Luciano Tomassini, Arlene B.Tickner, Gustavo
Lagos, Celso Lafer, Manfred Wilhelmy, Francisco Orrego, Walter
Sánchez entre otros.), no hay una réplica exacta, sino un híbrido
que tiene particularidades y características propias.
Veamos a continuación el contenido de esa tradición latinoa-
mericana cuyo objetivo permanente es reducir su dependencia no
solo económica sino también política e intelectual de la escuela
estadounidense y británica. Al respecto, es importante mencionar
que inicialmente hay una prevalencia de un enfoque estatocéntrico
que se detalla en estudios sobre equilibrios de poder, política ex-
terior, conflictos regionales, integración regional y organizaciones
internacionales. Esta tendencia inicial marcó una línea de trabajo
que pondrá el foco en estudiar países de otras áreas geográficas
con quienes desarrollamos relaciones políticas y económicas como
son EUA y Europa. Al punto que, como señala Orrego (1980: 14),
«en América Latina se sabe e investiga notablemente más sobre los

21
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

países desarrollados que acerca de América Latina misma, o acerca


de otros países o zonas en desarrollo como África o Asia». Quizás
esto ha variado en los últimos años cuando Asia se posiciona como
un centro fundamental para la región. No obstante, actualmente
esto tampoco es equilibrado en toda la zona y la enseñanza e in-
vestigación sobre Asia se produce precisamente en los países con
mayores relaciones comerciales con esa región, como son México,
Brasil, Chile y Perú. De ellos, el caso de México es paradigmático ya
que cuenta en el Colegio de México con un Centro de Estudios de
Asia y otro de estudios sobre África del Norte, impartiendo incluso
doctorados en tales temas, siendo una experiencia única en la región.
En cuanto al desarrollo teórico, destacan las escuelas de la
dependencia y el estructuralismo. En ellas se sale del paradigma
estatocéntrico y se incorpora a nuevos actores no estatales, como
son las clases sociales, las empresas transnacionales, las organiza-
ciones regionales, y se le da protagonismo al tema del desarrollo
económico. Como Tickner (2002: 13) señala, «en América Latina
los programas se estructuran en base a los temas económicos,
sociales y de gobernabilidad» y de ninguna manera los proble-
mas de la guerra y la paz son protagónicos; aquí no prima la
anarquía internacional, sino la jerarquía y el lugar desfavorable
que ocupamos en esa jerarquía, de ahí que el tema de soberanía
es relevante pero solo en función de la jerarquía. Como también
explica Heraldo Muñoz (1980: 86):

«no sería aventurado sostener que mientras un posible


paradigma de los estudios internacionales en los países
desarrollados podría girar en torno al concepto de ‘guerra’
o ‘conflicto’, el cimiento de un posible paradigma latino-
americano tendría que ser el concepto de ‘desarrollo’».

El estructuralismo de la CEPAL y la teoría de la dependencia son


las primeras formulaciones teóricas propiamente latinoamericanas
que se enuncian buscando respuestas a los problemas locales, con-
cretamente, desarrollo e inserción internacional. En primer lugar, la
propuesta de la CEPAL se centró en analizar los efectos del sistema
capitalista de intercambio que producía «relaciones asimétricas
entre los grandes países del centro y las naciones de la periferia»

22
El estudio de las Relaciones Internacionales

5JDLOFS
"MSFTQFDUP DPNPFYQMJDB'JTIMPX 

citado por Tickner (2002: 48):

«La concentración de la producción para la exporta-


ción en el área de bienes primarios se identifica como la
causa principal de los términos de intercambio desiguales
experimentados por los países latinoamericanos, dada la
demanda inelástica de los productos primarios en térmi-
nos tanto de los precios como de los ingresos».

Para solucionar lo anterior, el estructuralismo propone el mode-


lo conocido como «industrialización por sustitución de importacio-
nes», que consistía en producir en la región bienes manufacturados
para no importarlos desde el centro, para lo cual se necesitaba un
rol más activo del Estado en el proceso productivo. Sin embargo, en
los años 50 y 60, esta receta cepalina tendrá varios desajustes que
llevaron a nuevos análisis. Entre los desajustes estuvo «el debilita-
miento del sector agrícola, una menor capacidad de absorción de
mano de obra, crisis e inflación» (Tickner 2002: 48).
En segundo lugar, de gran relevancia fue el desarrollo de la teo-
ría de la dependencia que buscó explicar las causas de la condición
de subdesarrollo de la región recogiendo los planteamientos de la
CEPAL, las ideas del marxismo –concretamente la idea de imperia-
lismo–, además de los enfoques estadounidenses de las teorías de
la modernización. Estas últimas focalizaban el análisis en los valo-
res, instituciones y actitudes como las causas que en una sociedad
tradicional producen el subdesarrollo y, a partir de ello, se trazaba
un camino lineal que llevaba a adquirir valores occidentales para
pasar a una sociedad moderna (Tickner 2002: 48).
Entre los autores de la teoría de la dependencia destacan André
Gunder Frank, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto y Helio
Jaguaribe. Frank (1977) «argumenta que el subdesarrollo no es una
condición precapitalista propia de las sociedades tradicionales, sino
más bien una consecuencia necesaria del capitalismo en sí» (Tickner
2002: 49). Es decir, hay un centro y una periferia en todos los países,
el problema adicional a ello es que hay alianzas entre los «centros»,
incluyendo las élites de la periferia, dinámica de relaciones que
frena los beneficios de las sociedades en su conjunto. La solución

23
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

para Frank será la revolución armada, la liberación nacional y el


desarrollo socialista. Por su parte, Cardoso y Faletto, interpretan el
diagnóstico de Frank como un «desarrollo dependiente asociado» y
explican que el desarrollo no es necesariamente algo incompatible
con situaciones de dependencia (Tickner 2002: 49). Sin embargo,
para Frank, el desarrollo estará siempre ligado a los intereses ca-
pitalistas del centro y sus clases dominantes, haciendo persistir los
problemas de la desigualdad y exclusión. Por ejemplo, luego de la
etapa de industrialización por sustitución de importaciones en los
60, Theotonio dos Santos (1970) describía que dicha etapa era un
nuevo periodo de dependencia porque se estaba a merced de la in-
versión extranjera. En general, los autores mencionados colocaron
las causas de los efectos de la articulación desigual centro-periferia
en decisiones externas a los países y en factores globales.
Interesante es el trabajo de Helio Jaguaribe (1979) que pre-
cisamente sale de estas determinantes externas para explicar el
subdesarrollo y se centra en el concepto de «autonomía nacional»,
cuyo contenido es «la existencia de recursos humanos y materiales
adecuados que están determinados en parte por el grado de cohesión
socio-cultural que existe en un país determinado» (Tickner 2002:
52), a lo que se suma la capacidad de hacer frente a las amenazas
externas. Es lo que Robert Jackson (1993: 26-31), citado por Tickner
(2002: 53), define como «la capacidad del Estado de suministrar
bienes políticos y sociales a su población local, así como su habilidad
para desarrollarse con otros Estados de una manera recíproca». En
consecuencia, con esas capacidades se puede modificar la condición
de subdesarrollo. No obstante, los autores también explican que
la debilidad interna de los Estados latinoamericanos se produce en
parte por las condiciones internacionales, en palabras de Tickner,
«la manera en que los países periféricos se insertan en el sistema
internacional condiciona el proceso de construcción del Estado de
tal forma que la debilidad del Estado es un resultado probable»
(Tickner 2002: 55).
Juan Carlos Puig (1980: 126) explica la construcción de los Es-
tados latinoamericanos bajo el concepto de «autonomía periférica»,
análisis que va a primar en los años 80, siendo un pilar fundamental
de la política exterior de los países de la región, en cuya construcción

24
El estudio de las Relaciones Internacionales

lineal el autor identifica cuatro etapas: dependencia paracolonial,


dependencia nacional, autonomía ortodoxa y autonomía secesio-
nista (1980: 149-155), que son explicadas de la siguiente forma:

«La dependencia paracolonial se caracteriza por un


patrón de inserción internacional similar al de una colo-
nia, en el sentido de que la inserción es una función de
las orientaciones del centro (…). La dependencia nacio-
nal (…) surge cuando los grupos que ejercen el poder a
nivel nacional racionalizan su condición de dependencia
e intentan elevar al máximo los beneficios derivados de
esta situación. Cuando grupos dominantes en la periferia
tratan de aprovecharse de las debilidades identificables en
el centro a fin de lograr que este acepte la autonomía de
la periferia en cuestiones no estratégicas, el resultado es la
autonomía heterodoxa. En contraste con el mantenimien-
to de vínculos con el centro al tiempo que se ejerce una
autonomía limitada, la autonomía secesionista entraña
actos de desafío internacional, con los que la periferia
rompe todos sus nexos con el centro» (Tickner 2002: 57).

En los años 90, el esfuerzo en la región por crear una teoría


alternativa en Relaciones Internacionales va a recaer en el realismo
periférico, siendo Carlos Escudé un autor que destaca por proponer
el concepto (1980: 154-156) que se explica al adoptar el enfoque
clásico realista pero centrado en el ciudadano y no en los Estados.
Sus premisas básicas son:

1. El concepto del interés nacional (al estilo de Morgenthau) debe


definirse en términos de desarrollo económico centrado en el
bienestar de la ciudadanía.
2. Los países periféricos deben eliminar las confrontaciones polí-
ticas con las potencias del centro en aquellos casos en que las
políticas de estas no afecten directamente los intereses materiales
del país en cuestión.
3. Los países periféricos deben evitar confrontaciones improduc-
tivas con las grandes potencias, incluso cuando tales confronta-
ciones no generan costos inmediatos.

25
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

4. Los países periféricos deben evitar enfoques de política exterior


«idealistas» pero costosos.
5. Los países periféricos deben examinar las ventajas de aliarse con
el poder dominante o con una coalición de grandes potencias
(Tickner 2002: 59).

Desde el realismo también destacan los estudios en la región


desde la geopolítica, con temas como conflictos territoriales, interés
nacional, seguridad nacional, capacidad militar, todos ellos analiza-
dos en el marco de una actitud defensiva hacia el sistema interna-
cional. Indudablemente, influyeron las aproximaciones teóricas de
militares y el surgimiento de la doctrina de la seguridad nacional
en los años 70 y 80.
Por último, también en los 90, en el marco de una oleada de
integración regional que configura el regionalismo abierto que
postula la CEPAL en la región, consistente en la conformación de
bloques regionales estilo Comunidad Andina y Mercosur entre
otros, se va configurando una literatura centrada en el análisis de
la integración como estrategia de inserción internacional y como
forma de alcanzar el crecimiento y desarrollo (Rodríguez 2009:
104). Como explica Tomassini:

«El desarrollo de los países latinoamericanos ha tenido


lugar en condiciones de una integración creciente en el
sistema económico internacional. Lo anterior debe ser
entendido en el contexto de las grandes opciones que,
en esta materia, enfrentan los países en desarrollo y los
latinoamericanos en particular» (1980: 109).

Las Relaciones Internacionales en Chile

Es común en América Latina que se reemplace el nombre de


la disciplina Relaciones Internacionales por «Estudios Internacio-
nales». Con ello se ha buscado abarcar de forma amplia el ámbito
de lo internacional. Entonces, por ejemplo, se enseña en programas
bajo este nombre, además de Relaciones Internacionales, derecho
internacional, ciencia política, historia, economía internacional.
No obstante, se mantiene y se comparte la premisa en la región de

26
El estudio de las Relaciones Internacionales

que los estudios internacionales constituyen un campo académico


autónomo que merece ser estudiado desde un punto de vista inter-
disciplinario. A su vez, debemos considerar que en Chile lo común
es que los académicos dedicados a los estudios internacionales ten-
gan un origen profesional diverso –cientistas políticos, sociólogos,
abogados, entre otros– lo que determina una mayor sensibilidad a
la amplitud disciplinaria que se reconoce bajo el nombre «estudios
internacionales». Esto se refuerza, según explica Heraldo Muñoz
(1980: 14), por la falta de un mercado profesional especializado, que
solo en un tiempo reciente ha mostrado indicadores que plantean
la necesidad de especialistas en el área.
En Chile, el primer centro en ser creado (en 1966) dedicado
al área de Relaciones Internacionales fue el Instituto de Estudios
Internacionales de la Universidad de Chile, el cual implementó un
postgrado en Estudios Internacionales –vigente hasta hoy– que
fue el único en su tipo hasta la década del 2000. También Chile, al
igual que Brasil y México, se caracteriza por tener una Academia
Diplomática como espacio de formación para diplomáticos en los
temas internacionales, llamada Academia Diplomática de Chile
Andrés Bello, creada en 1954.
Posteriormente, en 1973 se crea, en el marco del Instituto de
Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica, un progra-
ma en Relaciones Internacionales, pero que cierra en 1975 y es
repuesto en 1982 solo en modalidad de Mención como parte del
Magíster en Ciencia Política, programa vigente hasta hoy. Se crea
también, en los años 80, la Escuela Latinoamericana de Ciencia
Política (ELACP) de FLACSO, que sin impartir programas de en-
señanza académica, destacó por sus programas de investigación en
Relaciones Internacionales. También podemos mencionar como
centros de investigación en este periodo, la Corporación de Inves-
tigaciones Económicas para América Latina (CIEPLAN), el Centro
Universitario de Desarrollo Andino (CINDA) y la Corporación de
Promoción Universitaria (CPU)2. Asimismo, FLACSO destaca hasta
2
En general en los años 80, estas instituciones de investigación y docencia
en Chile tuvieron un diálogo fluido y enriquecedor con el Programa de
Estudios Conjuntos sobre las Relaciones Internacionales de América
Latina (RIAL) que se ubicó en Argentina y que comenzó a publicar infor-
mes anuales sobre las relaciones internacionales de la región. Destaca en

27
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

la actualidad con sus programas de investigación en el área. En el


año 2003, el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de
Santiago abre un Magíster en Política Exterior y al año siguiente un
Magíster en Estudios Internacionales. Anteriormente, el año 1998,
el mismo Instituto había iniciado un Doctorado en Estudios Ame-
ricanos que entre sus cuatro especialidades tiene una en Relaciones
Internacionales, lo que se mantiene hasta hoy.
Por lo tanto, en Chile, inicialmente la enseñanza de las Relacio-
nes Internacionales se concentró únicamente a nivel de postgrado
y solo en la Universidad de Chile y la Universidad Católica. Esto
contrasta enormemente con la realidad de Brasil, México y Argen-
tina, donde los programas son numerosos, variados e incluyen el
pregrado. En Chile, recién en el año 2003 se crean dos pregrados
en el área; uno es el de la Facultad de Humanidades de la Univer-
sidad de Santiago como carrera de Estudios Internacionales con
tres especializaciones: Política Comparada, Comercio Internacional
y Seguridad Global, y el otro, es la carrera de Ciencia Política y
Relaciones Internacionales del Departamento de Ciencia Política
y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado,
teniendo una malla que se reparte entre estas dos disciplinas y que
se refleja en sus dos especializaciones: Gobierno y Gerencia Pública
y Relaciones Internacionales.
Entre las instituciones académicas especializadas en Relaciones
Internacionales que imparten pregrados, postgrados o diplomados
y que a la vez poseen revistas científicas de difusión destaca: el Ins-
tituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile con la
Revista Estudios Internacionales, la Academia Nacional de Estudios
Políticos y Estratégicos (dependiente del Ministerio de Defensa) con
la Revista Política y Estrategia, el Instituto de Ciencia Política de
la Pontificia Universidad Católica con su revista Ciencia Política la
que incorpora trabajos en Relaciones Internacionales, la Academia
Diplomática con la Revista Diplomacia, el Instituto de Estudios
Avanzados de la Universidad de Santiago con la revista electrónica

el RIAL la participación de dos chilenos, Luciano Tomassini y Heraldo


Muñoz. También, en el mismo periodo, el Programa de Política Exterior
Latinoamericana (PROSPEL) comenzó a publicar un volumen anual sobre
las políticas exteriores de los países de la región (Tickner 2002: 65).

28
El estudio de las Relaciones Internacionales

Estudios Avanzados, el Instituto de Estudios Internacionales de la


Universidad Arturo Prat con la Revista Si Somos Americanos, y el
Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la
Universidad Alberto Hurtado con la revista Encrucijada Americana.
Otras instituciones con programas especializados son el Centro de
Estudios Internacionales de la Universidad del Desarrollo y el Ins-
tituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Viña del
Mar. Por último, mencionar a la CEPAL, que continúa siendo una
organización que aporta con sus investigaciones y estudios sobre
las relaciones internacionales de los países de la región.

29
Isaac Caro · Isabel Rodríguez

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El estudio de las Relaciones Internacionales

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31
Capítulo II
La evolución de la sociedad
internacional entre los
siglos xx y xxi1
Shirley Götz Betancourt

i. Marco teórico conceptual

Desde su emergencia a comienzos del siglo XX, la trayectoria cien-


tífica de las Relaciones Internacionales está signada por la dificultad
en determinar y definir un objeto de estudio comúnmente aceptado
por toda una comunidad científica, por la imposibilidad de consen-
suar un único marco teórico y metodológico para el análisis e inter-
pretación de la realidad internacional, así como por arribar a una
común denominación para la propia disciplina (Barbé 1989: 173).
Esta falta de unanimidad se ve retratada nítidamente en las
distintas posiciones que supone el esfuerzo de conceptualizar la
realidad internacional. Cada una de las perspectivas analíticas
guarda correspondencia no solo con el objeto de interés científico
al que se aboca la disciplina de las Relaciones Internacionales, sino
que también con el marco teórico y metodológico a través del cual
se acomete su estudio.
La posición dominante sostenida por las corrientes realistas2 y
liberal-institucionalistas, de raíz norteamericana, deposita su mira-

1
La elaboración de este trabajo contó con la colaboración de Cristóbal
#ZXBUFST FO TV SFEBDDJÓO Z EF 'FMJQF $SPXIVSTU  FO MB SFDPQJMBDJÓO
bibliográfica, ambos estudiantes de la carrera de Ciencia Política y
Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado y ayudantes
de la cátedra de Introducción a las Relaciones Internacionales. Agradezco
sus aportes, comentarios y críticas.
2
Para esta corriente doctrinal existe una identificación entre las relacio-
nes internacionales y las relaciones interestatales, núcleo de la política

33
Shirley Götz Betancourt

da en las unidades y en la estructura de una realidad internacional


anárquica que debe su carácter a la ausencia de una autoridad
superior. Aun cuando existen claras diferencias en las derivaciones
que alcanzan los argumentos teóricos realistas, en los que se sos-
tiene la inevitabilidad de los conflictos entre los actores del sistema
internacional dada la naturaleza anárquica de la realidad interna-
cional, y los argumentos liberales, que reconocen las posibilidades
de cooperación que se establecen entre distintos actores aún en
un ambiente de anarquía, ambas posiciones refutan la existencia
de elementos societarios o comunitarios como caracteres propios
de la realidad internacional. Como lo argumenta Rafael Calduch:

«Todas estas formulaciones doctrinales comparten


el supuesto de considerar al Estado como sociedad re-
ferencial para determinar las relaciones internacionales
de las que no lo son. En este sentido, una relación social
se considera internacional porque es interestatal o, al
menos, porque transciende de algún modo el contexto de
la sociedad referencial: el Estado» (Calduch 2001: 11).

Una perspectiva diferente desarrollada por los estudios euro-


peos, principalmente ingleses y españoles, presupone al estudio de
las relaciones internacionales un objeto más amplio, dinámico y
complejo, conceptualizado en la noción de sociedad internacional.
La sociedad internacional corresponde a un tipo particular de
sociedad, constituida por una pluralidad de miembros, diferentes
por naturaleza e importancia, que mantienen entre sí relaciones
estables que les permiten crear una trama compleja de relaciones,
definida por el bajo nivel de integración de sus elementos y por
la amplia autonomía de los mismos, ante la ausencia de un poder
común que regule sus relaciones (Barbé 1989: 180).
De acuerdo a Celestino del Arenal (2005), con el concepto de
sociedad internacional se hace referencia a tres realidades sociales
que coexisten e interactúan de modos diversos a lo largo de la his-

internacional, por un doble motivo. En primer lugar, por cuanto ambas


son abordadas desde la perspectiva política que domina el horizonte de
las preocupaciones y de la temática de los realistas. En segundo término,
porque únicamente los Estados monopolizan el poder y disponen de los
medios para utilizarlo en el interior y hacia el exterior (Calduch 2001: 8).

34
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

toria. Estas tres realidades corresponden a: 1) El sistema de comu-


nidades políticas, o sistema político-diplomático, constituido por las
vinculaciones que se establecen entre los Estados y organizaciones
internacionales; 2) El sistema transnacional estructurado por las
vinculaciones entre actores de naturaleza no estatal y trasnacional,
entre los que se destacan empresas transnacionales, organizaciones
no gubernamentales, fuerzas religiosas, grupos étnicos y naciona-
les, cárteles del narcotráfico, grupos terroristas, entre otros; y 3)
La sociedad humana configurada a partir de las relaciones que se
establecen entre los seres humanos, más allá de las comunidades
políticas y actores transnacionales y subnacionales. No obstante
que estas tres realidades configuran un todo social, es el sistema
político-diplomático el que confiere a toda sociedad internacional
sus rasgos definitorios. En el argumento del catedrático español:

«El sistema político-diplomático, debido al poder


sobre todo político y militar de las comunidades políti-
cas correspondientes y de lo manifiesto y decisivo de su
actuación internacional, especialmente de las grandes
potencias, continúa desempeñando un papel fundamental
en la conformación de las principales estructuras y diná-
micas constitutivas de la sociedad internacional» (Del
Arenal 2005: 463).

El concepto de sociedad internacional es dinámico, cambiante y


se encuentra sujeto a cambios y determinaciones históricas. Los au-
tores que afirman la existencia de la sociedad internacional plantean
que, desde sus orígenes en el siglo XVII, esta se ha hallado sometida
crecientemente a procesos de ampliación, en cuanto al número y tipos
de actores que la integran, de expansión, en cuanto a la inclusión e
integración de todas las regiones del planeta, y de mutación, en cuanto
a la naturaleza misma de la sociedad internacional (Truyol 2008: 24).
Es por ello que, desde una perspectiva histórica, no pueda hablarse
de una única sociedad internacional sino de diversas sociedades in-
ternacionales, que van desde la sociedad de Estados europeos, nacida
al alero de la paz de Westfalia en 16483, a una sociedad internacional

3
La Paz de Westfalia, suscrita en 1648 al término de la Guerra de los Treinta
Años, constituye el hito de origen del sistema de Estados Modernos. El

35
Shirley Götz Betancourt

de alcance mundial, en estado de gestación a partir de la vorágine de


transformaciones desatadas a partir de la globalización, la mundia-
lización y el término de la bipolaridad estratégica de la Guerra Fría.
El vector fundamental del proceso de transformación de la
sociedad internacional lo ha constituido la sociedad europea de
Estados, por cuanto fue a partir de su expansión geográfica, eco-
nómica y cultural que vastas regiones fueron incorporadas a la
vida internacional. El peso sustantivo que ejerció la sociedad inter-
nacional europea en la transformación hacia una sociedad global
es reconocido por historiadores e internacionalistas, como se deja
entrever en el siguiente párrafo:

«Que esta acción emprendedora haya tenido, en un


principio, por resultado la sumisión total de los mundos
nuevos y la sumisión parcial o mediatización de los
mundos antiguos (…); que haya desembocado, pues, en
cualquier caso en una hegemonía de Europa, extendida
luego a Occidente, que haya resultado necesario el contra-
golpe de dos guerras mundiales y de una descolonización
más o menos libremente aceptada; estos son hechos que
no solo no disminuyen, desde el punto de vista histórico,
el papel desempeñado por Europa en este proceso, sino
que precisamente le confieren su significación objetiva»
(Truyol 2008: 27).

Ante la dificultad que supone la comprensión de la sociedad


internacional, en tanto realidad social y objeto de estudio de las
Relaciones Internacionales, los teóricos de la disciplina han recu-
rrido a la formulación de diversos conceptos, criterios e instrumen-
tos analíticos que permiten dar cuenta, en términos simples, de la
complejidad de esta realidad internacional, en consideración a la
multiplicidad de actores y relaciones que la componen.
Un primer criterio corresponde al de la periodicidad, el que se
configura a partir de la evolución histórica que experimenta toda
sociedad internacional. Aunque la consideración de una división
temporal resulta fundamental en el campo de las relaciones in-

Imperio Universal desaparece y en su lugar se constituyen un conjunto


de Estados soberanos que no reconocen poder superior a ellos y que son
esencialmente iguales en derecho.

36
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

ternacionales, resulta llamativo que en la literatura clásica de este


campo de estudio no se efectúe una referencia específica o se dote
de un valor analítico a la periodización de los procesos y fenómenos
internacionales. Reafirmando la importancia del criterio de perio-
dicidad, Rafael Calduch argumenta:

«La sociedad internacional experimenta también


alteraciones irreversibles en sus estructuras fundamen-
tales, que observadas retroactiva o proyectivamente nos
señalarán los procesos generales de cambio, evolutivos o
degenerativos, que afectan a la existencia misma de la so-
ciedad internacional en su totalidad» (Calduch 2001: 24).

Un segundo criterio corresponde al de orden internacional, en-


tendido como el conjunto de normas y reglas adoptadas en el seno
de una sociedad internacional, a través de las cuales se busca regular
su funcionamiento, seguridad y estabilidad (Pereira 2009:52). Todo
orden internacional descansa sobre la base de tres pilares: en primer
lugar, valores y principios dominantes que actúan como marco de
referencia para los actores internacionales; en segundo lugar, una
configuración determinada de posiciones y fuerzas que conlleva a
una jerarquización de los actores que, por lo general, es asumida
por los miembros de la sociedad internacional; y, en tercer lugar,
mecanismos e instituciones que regulan la dinámica del propio orden
internacional (Barbé 1989; Pereira 2009).
Valiéndose de los criterios reseñados anteriormente, periodici-
dad temporal y orden internacional, este capítulo tiene por propó-
sito mostrar la evolución que ha tenido la sociedad internacional
entre los siglos XX y XXI, distinguiéndose tres tipos de sociedades
internacionales: 1) La Sociedad Internacional de Transición que se
desarrolla entre los años 1900 y 1945; 2) La Sociedad Internacional
de Guerra Fría que va desde 1945 a 1990; y 3) La Sociedad Inter-
nacional Contemporánea de post Guerra Fría.
Resulta importante señalar que con el ejercicio que se desarrolla
en las páginas sucesivas no se tiene la pretensión de efectuar una
cronología y descripción histórica detallada de eventos y sucesos,
sino más bien está orientado a proporcionar, a cualquier lector
apasionado de los asuntos internacionales, ciertas claves para la

37
Shirley Götz Betancourt

comprensión de los cambios que se constatan en la realidad inter-


nacional en el transcurso del siglo XX y comienzos del siglo XXI.
De igual modo, es probable que algunos expertos no concuerden
con la periodización o con el tratamiento dado a ciertos elementos
inherentes al carácter de las sociedades internacionales analizadas;
sin embargo, las tipificaciones realizadas no deben asumirse como
categorías definitivas, en tanto solo representan marcos generales
de aproximación y de comprensión ante la naturaleza cambiante
que presenta la sociedad internacional en su devenir.

ii. La evolución de la sociedad internacional


entre los siglos xx y xxi

La Sociedad Internacional de Transición (1900-1945)

Fin del orden internacional decimonónico (1900-1914)

El período comprendido entre 1900 y 1914 evidencia, a la


vez, los últimos vestigios del orden internacional instaurado en el
Congreso de Viena de 1815 y los primeros atisbos del siglo que se-
ría recordado por la voracidad de sus conflictos y por los notables
avances técnicos que se desarrollarían en su marcha.
Estos fueron, además, los últimos años en que Europa gozaría de
una posición central en el seno de la sociedad internacional. Hasta
entonces, los actores extra-europeos poseían escasa capacidad para
influir en la definición de las normas y valores internacionales, ya
sea porque se encontraban en pleno proceso de conformación, como
los Estados latinoamericanos, o sostenían posiciones tendientes
al auto-aislamiento, categoría en la que se inscribían países como
Estados Unidos y Japón.
Habría que recordar que el orden internacional instaurado por
el Congreso de Viena de 1815, tras las guerras napoleónicas, tuvo
por objetivos la reorganización del territorio continental europeo
y la contención de los movimientos liberales, fuertemente influidos
por los ideales de la Revolución Francesa. Sin embargo, a partir de
la década de los setenta del siglo XIX, este orden comenzó a verse
desafiado por la emergencia de una Alemania unificada (1871) en

38
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

pleno corazón territorial de una Europa dominada por los viejos


imperios centrales. Bajo el liderazgo del canciller Otto von Bismarck,
el nuevo Imperio Alemán buscó afianzar su influencia en la política
internacional europea lo que, en términos prácticos, implicó la ins-
tauración de una nueva dinámica en las relaciones de Europa. Para
inicios del siglo XX, Alemania había modificado sustantivamente
el equilibrio del poder europeo por medio del despliegue de una
acelerada política de industrialización, orientada primariamente al
fortalecimiento de su poder bélico, así como por el afianzamiento de
una posición central en las relaciones entre las potencias, sustentada
en una red de alianzas continentales.
Considerando que el sistema político-diplomático europeo
carecía de un organismo multilateral que asegurara la estabilidad
del continente y la solución pacífica de los conflictos entre las po-
tencias, ante la alteración de los equilibrios imperantes suscitada
por la política alemana, los Estados europeos establecieron un
imbricado sistema de alianzas (secretas y públicas) con el fin de
asegurar sus intereses y preservar, en la medida de lo posible, la paz
y la estabilidad del continente.
El primer sistema de alianza, conocido como la Entente Cor-
diale, fue constituido por los imperios «tradicionales» (Gran Bre-
taña, Rusia y Francia) y su accionar se orientó a la preservación
del status quo internacional, a fin de asegurar la conservación de
su superioridad de poder. En respuesta, las potencias «emergentes»
(Alemania, Italia y Austria-Hungría) conformaron la Triple Alianza,
que aspiraba a una modificación del status quo, de manera tal de
alcanzar la supremacía en la sociedad internacional. A este tenso
panorama se agregó el que las potencias, bajo la idea si vis pacem
para bellum (si quieres paz, prepara la guerra), se embarcasen en
una carrera armamentista sin precedentes, inaugurando el período
conocido como la «Paz Armada» (1870-1914).
En el período de la «Paz Armada», previo al estallido de la
Primera Guerra Mundial, la inestabilidad alcanzada en el sistema
europeo fue de tal magnitud que cualquier incidente, por mínimo
que fuese, podía activar el complejo sistema de alianzas establecido
entre los Estados europeos. El asesinato del heredero de la corona
austro-húngara, Archiduque Francisco Fernando, a manos de Ga-

39
Shirley Götz Betancourt

vrilo Princip, miembro de la organización separatista serbia «Mano


Negra», fue la pieza que desencadenó el efecto dominó del sistema de
alianzas4. Lejos de constituir un suceso político relevante per se, fue
un hecho que, sin buscarlo, desencadenó la Primera Guerra Mundial.
En efecto, si bien «desde hacía muchos decenios no era infrecuente
el asesinato de un personaje público» (Kennedy 2004:332), hacia
1914 «cualquier enfrentamiento entre los bloques (…) los situaba
BMCPSEFEFMBHVFSSBv )PCTCBXN

Al estallar el conflicto, los líderes políticos y militares de las
potencias europeas estimaron que la guerra sería una como tantas
otras y que su duración, particularmente por los avances técnicos
y militares, sería más corta que lo común. Empero, tal apreciación
se vería muy pronto refutada por la cruda y descarnada realidad.
La Primera Guerra Mundial (1914-1919), o la «Gran Guerra»
como la denominaron sus contemporáneos, fue un enfrentamien-
to, hasta entonces, único en su tipo. Esta conflagración enfrentó a
prácticamente todos los países europeos, su escenario de batalla
trascendió las fronteras del viejo continente, movilizó a sociedades
enteras y sus traumáticas consecuencias afectaron tanto a la propia
población europea como a diversos pueblos del mundo. Tal y como
MPFYQPOF)PCTCBXN

«(la Guerra) marcó el derrumbe de la civilización


(occidental) del siglo XIX. Esta civilización era capitalista
desde el punto de vista económico, liberal en su estruc-
tura jurídica y constitucional, burguesa por la imagen
de su clase hegemónica característica y brillante por los
adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el cono-
cimiento y la educación, así como del progreso material
y moral. Además, estaba profundamente convencida de
la posición central de Europa, cuna de las revoluciones
científica, artística, política e industrial, cuya economía
había extendido su influencia sobre una gran parte del
mundo, que sus ejércitos habían conquistado y subyu-
gado, cuya población había crecido hasta constituir una

4
Las presiones independentistas de grupos eslavos en la región de Los
Balcanes constituían un factor de tensión para el imperio austrohúngaro,
particularmente por el respaldo que los pueblos eslavos recibían por parte
de Rusia.

40
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

tercera parte de la raza humana (…) y cuyos principales


Estados constituían el sistema de la política mundial»
)PCTCBXN


Concluido el conflicto, la sociedad internacional comenzaría


paulatinamente su tránsito desde una sociedad internacional de
matriz exclusivamente europea hacia una sociedad internacional
verdaderamente mundial.

El orden en la Sociedad Internacional de Transición:


De la Sociedad de Naciones a la Segunda Guerra
Mundial (1919-19145)

A consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la fisonomía


de la sociedad internacional se vio profundamente alterada. La
HVFSSBTFQVMUÓFMTJTUFNBEFFRVJMJCSJPFVSPQFPXFTUGBMJBOPZ FO
su lugar, se emplazaron los cimientos de una sociedad en camino
a su plena internacionalización. Asimismo, el conflicto modificó
sustancialmente los roles directivos del sistema, a causa no solo
del hundimiento de cuatro grandes imperios –austrohúngaro, ruso,
alemán y otomano– sino también de la eclosión de nuevas potencias
extraeuropeas, particularmente Estados Unidos y Japón. Por último,
la incorporación de Estados Unidos a la contienda implicó, más allá
del resultado de la misma, una modificación sustancial en las bases
sobre las cuales se erigiría el nuevo orden internacional.
El rol que asume Estados Unidos en la construcción del nuevo
PSEFOJOUFSOBDJPOBM MJEFSBEPQPSTVQSFTJEFOUF8PPESPX8JMTPO 
se arraiga en valores y concepciones propias a la identidad nor-
teamericana:

«Portadores de una noción renovadora y revolucio-


naria de las relaciones internacionales, fundada en el
liberalismo, la democracia y el capitalismo, su propuesta, a
diferencia de los postulados tradicionales de la diplomacia
europea, planteaba una global e inédita refundación de
los cimientos de la vida internacional (…) amparado en
la experiencia histórica y los valores institucionales de la
sociedad norteamericana, la extraversión de aquel modelo
de relaciones sociales internacionales y la implicación de

41
Shirley Götz Betancourt

Estados Unidos en las mismas solo sería posible en un


mundo donde reinase la paz. Un nuevo orden al que habría
que llegar mediante un Covenant, un pacto solemne y casi
religioso, por el cual los Estados se comprometiesen a
respetar y asumir aquellas premisas» (Pereira 2009:324).

&MQSPHSBNBEFQB[FMBCPSBEPQPSFMQSFTJEFOUF8PPESPX8JM-
son, conocido como el «Programa de los Catorce Puntos», contenía
una serie de principios sobre los que se habría de erigir el nuevo
orden y regular la convivencia en la sociedad internacional. Entre
estos principios, destacaban la supresión de barreras comerciales,
libertad de mares, reducción de armamentos, diplomacia abierta
y principio de autodeterminación de los pueblos. No obstante, el
más significativo de los principios contenidos en el programa decía
relación con la conformación de una organización internacional que
velase por la paz y seguridad internacional.
Inaugurada la Conferencia de Paz en París, en enero de 1919,
el Consejo Supremo de las potencias vencedoras adoptó una reso-
lución en la que afirmó que el mantenimiento de la paz exigía la
creación de una Sociedad de Naciones, con el propósito de promo-
ver la cooperación internacional, asegurar el cumplimiento de las
obligaciones internacionales y procurar poner límites a la guerra.
El Tratado constitutivo de la Sociedad de Naciones (Covenant),
firmado en 1919, fue incluido en cada uno de los Tratados de Paz
suscritos en el marco de la conferencia por los Estados vencidos
y en él se establecía como fundamento el principio de seguridad
colectiva, base sobre la cual se instituiría un orden internacional
más estable, justo y equilibrado.
El nuevo orden internacional creado en Versalles y nucleado en
torno a la Sociedad de Naciones contenía en sí mismo una extrema
fragilidad, tal y como lo expone José Luis Neila:

«En el epicentro del nuevo sistema internacional, la


Sociedad de Naciones, que iniciaría su andadura en 1920,
estaba llamada, en principio, a constituirse en el foro
esencial de la vida internacional y en el principal baluarte
para la salvaguardia de la paz. Sin embargo, los valores
y procedimientos de la Sociedad tuvieron que competir
con la ambigüedad de sus miembros, especialmente las

42
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

grandes potencias, que jugando la carta de Ginebra no tu-


vieron escrúpulos en recurrir de forma permanentemente
a las prácticas diplomáticas tradicionales, condicionando
la actividad y la credibilidad de la Sociedad» (Pereira
2009:302).

En consecuencia, y pese a las razones que llevaron a su consti-


tución, desde su entrada en funcionamiento la Sociedad de Naciones
comenzó a exhibir importantes fisuras. En primer lugar, la autoex-
clusión de Estados Unidos, como resultado de la no ratificación de
los Tratados por parte del Senado norteamericano, sumando a la
exclusión que afectó a Rusia, Alemania, y al resto de las potencias
derrotadas, restó a actores internacionales relevantes de la nueva
institucionalidad internacional. Lo anterior determinó que la or-
ganización asumiese un carácter esencialmente europeo, minando
su aspiración universalista, y durante mucho tiempo configurara
una especie de club de los vencedores, dominado por Francia y
Gran Bretaña. A estas debilidades fundacionales, se sumarían otras
vinculadas a las estipulaciones normativas del propio texto, tales
como el requisito de unanimidad, la carencia de una fuerza militar
propia, la carencia de sanciones obligatorias en caso de violación
a la seguridad colectiva. La suma de estas debilidades y fisuras del
sistema de seguridad colectiva, consagrado en la constitución de
la Liga de Naciones, condujo al fracaso de la organización para
prevenir actos de agresión entre sus miembros (Francia en el Rhur
o Japón en Manchuria) y a la inoperatividad para alcanzar acuer-
dos en el marco de las Conferencias de Desarme. Tales condiciones
fueron resquebrando el edificio de la paz, el que quedará sitiado a
partir de los envites que se manifestarán desde la propia estructura
del sistema.

«La asociación genética de la Sociedad de Naciones a


los tratados de paz la situó en el epicentro de otra de las
líneas de tensión fundamental, la dialéctica entre defen-
sores del statu quo –potencias vencedoras– y los Estados
revisionistas, inconformes con el Diktat de la paz, caso de
alemanes, austriacos, húngaros y búlgaros, o insatisfechos
con el botín de la victoria, como a corto y medio plazo
pondrían de manifiesto Italia y Japón» (Pereira 2009:343).

43
Shirley Götz Betancourt

La ansiada garantía de paz refrendada por los Acuerdos de Ver-


salles, pero establecida sobre bases en extremo frágiles, se exhibiría
como una ilusión quebrantada por la fuerza de los acontecimientos
internacionales de la posguerra que se desatarían a partir de la
década del treinta.

a) El primero de estos acontecimientos correspondería a la crisis


económica que estalla en octubre de 1929. La crisis iniciada en
MBCPMTBEFWBMPSFTEF/FX:PSLTFFYUFOEJÓSÃQJEBNFOUFBUPEBT
las economías capitalistas, alcanzando una magnitud desoladora
para vastos sectores de la población mundial en un lapso muy
breve de tiempo. La gran depresión devino prontamente, ade-
más, en una crisis política. La democracia se vio acorralada por
los impactos de la crisis, en la medida en que las instituciones
políticas se mostraron incapaces de responder a las demandas
acuciantes de un población devastada, primero por el conflicto
y luego por la depresión, favoreciendo el establecimiento de
regímenes autoritarios y totalitarios en esta sociedad en crisis.
b) El segundo acontecimiento corresponde al surgimiento de los
fascismos en Italia, Alemania y otros Estados europeos. Será
principalmente la experiencia nacionalsocialista alemana y su
agresiva política exterior, que cuestionaría los acuerdos suscritos
en el marco de la paz de Versalles, el factor decisivo para el grave
desequilibrio que azotó las bases del orden establecido.

Los últimos años del período de posguerra se caracterizaron


por la creciente ruptura del orden establecido en Versalles, orden
que se quiebra definitivamente tras el estallido de la Segunda Guerra
Mundial a partir de la invasión alemana a Polonia en 1939.
Con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la fisonomía de
MB4PDJFEBE*OUFSOBDJPOBMDBNCJBSÎBEFàOJUJWBNFOUF&SJD)PCTCBXN
retrata el carácter singular que trasuntaría a esta coyuntura y el que
tendría hondas repercusiones en la configuración del orden que se
establecería tras el término de esta segunda conflagración mundial:

«Solo la alianza –insólita y temporal- del capitalismo


liberal y el comunismo para hacer frente a ese desafío
permitió salvar la democracia, pues la victoria sobre la

44
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

Alemania de Hitler fue esencialmente obra (no podría


haber sido de otro modo) del Ejército Rojo. Desde una
multiplicidad de puntos de vista, este período de alianza
entre el capitalismo y el comunismo contra el fascismo
–fundamentalmente en la década de 1930-1940– es el
momento decisivo en la historia del siglo XX. En muchos
sentidos es un proceso paradójico, pues durante la mayor
parte del siglo –excepto en el breve período del antifas-
cismo– las relaciones entre el capitalismo y el comunismo
se caracterizaron por un antagonismo irreconciliable»
)PCTCBXN


La Sociedad Internacional de Guerra Fría (1945-1990)

Al concluir la Segunda Guerra Mundial en 1945 el panorama


humano, social, político y económico era dantesco. El drama hu-
mano se expuso en toda su magnitud con los millares de muertos,
heridos, desaparecidos y desplazados5, y se agudizó frente a la trágica
realidad de ciudades arrasadas y devastadas, economías en ruinas,
infraestructuras viales y comunicacionales destruidas y servicios
básicos incapaces de atender las demandas de una población asolada
por la destrucción circundante.
La historia conceptúa a la Segunda Guerra Mundial como la
mayor catástrofe sufrida por la humanidad, tanto por sus daños
en términos humanos y materiales como por el impacto moral
que supuso, para las concepciones civilizadoras, la realidad de
los campos de concentración. Con la Segunda Guerra Mundial se
vieron sepultadas todas las certezas sobre las que descansaba la
civilización europea y, con ello, el mundo conocido hasta entonces
cambió irreversiblemente (Pereira 2009: 443).
Al concluir la segunda Guerra Mundial tuvo lugar una recon-
figuración del mapa político en todos aquellos espacios geográficos
en los que se desplegó el conflicto, principalmente en el centro y
este de Europa. A estos cambios se aunaron las transformaciones
que se desatan en el marco de la descolonización en Asia y África,
producto de la decadencia de las potencias europeas, en un proceso
5
Las cifras arrojadas por la guerra son dramáticas, cincuenta millones de
muertos, tres millones de desaparecidos, treinta y cinco millones de heridos
y cincuenta millones de desplazados.

45
Shirley Götz Betancourt

de redefinición de fronteras que se verá permeado por la pugna entre


Estados Unidos y la Unión Soviética en la determinación de áreas
de influencia durante los años de la Guerra Fría.
De igual modo, el panorama político se modificó sustancial-
mente. A la caída de las monarquías, se sumó la irrupción de las
fuerzas progresistas y de izquierda moderada en los gobiernos de
la Europa occidental, mientras que en los países del Este de Europa
bajo ocupación soviética, se producía el ascenso del comunismo,
primeramente en la forma de coaliciones de izquierda dominadas
por los comunistas y posteriormente en la instalación de dictaduras
comunistas sometidas al control de la Unión Soviética.

2.1 Establecimiento del Orden internacional de Guerra Fría

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), junto con implicar


catastróficas pérdidas, se expuso como la fuerza supresora del orden
que rigió la Sociedad Internacional de Transición y como la matriz
de un nuevo orden que configurará los rasgos fundamentales de la
Sociedad Internacional de Guerra Fría (1945-1990). En palabras
de Esther Barbe:

«La Segunda Guerra Mundial supuso, en términos


de orden, la globalización del sistema. Desde 1945, y a
diferencia de lo que ocurría antes, el orden internacional
se globalizó. Se pasó de un sistema mundial en términos
geográficos, pero hecho a la medida de Europa en térmi-
nos de orden, a un sistema realmente mundial» (Barbe
2007: 22).

El orden internacional de Guerra Fría se caracterizó por cuatro


condiciones estructurales, algunas de las cuales se atisbaban antes
del estallido de la guerra, mientras que otras se perfilaron en total
magnitud en los años inmediatamente sucesivos (Pereira 2009: 471):

a) En primer lugar, la enorme devastación provocada por la guerra


entrañó la pérdida de la centralidad ostentada por Europa hasta
entonces y puso fin al ciclo expansivo europeo iniciado en los albores
de la modernidad. Las tradicionales potencias europeas (Gran Bre-

46
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

taña, Francia, Alemania, Austria Hungría) se vieron desbordadas y


sustituidas del centro de la vida internacional por nuevas potencias
surgidas desde la periferia del sistema de Estados europeos.
b) En segundo lugar, los Estados Unidos y la Unión Soviética se
consolidaron como las superpotencias del sistema internacio-
nal, con capacidad de decidir las normas y estructura del orden
internacional (Conferencias de Teherán 1943; Yalta, Potsdam y
San Francisco 1945) y de actuar directivamente en los asuntos
de la política mundial sobre la base de visiones y valores absolu-
tamente antagónicos. Por una parte, Estados Unidos se presentó
como un Estado que defendía el «mundo libre» y sus valores más
representativos: la democracia, los derechos de los ciudadanos,
el libre mercado y la libertad; valores amenazados por la Unión
Soviética y el comunismo. Por su parte, La Unión Soviética se pre-
sentó como el «primer Estado socialista del mundo», amenazado
y cercado permanentemente por el imperialismo agresivo que el
capitalismo y la burguesía internacional trataban de derribar y,
por lo tanto, al que había que defender y salvaguardar.
c) En tercer lugar, el viejo orden eurocéntrico y multipolar, basado
en un complejo sistema de equilibrio de poder, se vio desplazado
por un orden internacional bipolar que, a diferencia de ordenes
anteriores, se basó en la enemistad ideológica de los dos polos de
poder y se erigió sobre la base de las nuevas capacidades nuclea-
res y estratégicas de las dos potencias en pugna. La bipolaridad
del orden de guerra fría se cimentó con la paulatina división de
Europa y el establecimiento de una política de bloques, entre el
Bloque Oeste, liderado por Estados Unidos y conformado por las
democracias capitalistas, y el bloque Este, liderado por la Unión
Soviética e integrado por los Estados comunistas de la Europa
del Este (Pearson 2004).
d) Por último, la disolución de los viejos imperios coloniales
europeos y la extensión del sistema de Estados como modelo
de organización para los pueblos independizados del espacio
afroasiático, durante el proceso de descolonización, consagraron
la mundialización de la sociedad internacional y la inserción de
todo el planeta en el orden internacional configurado en los años
de Guerra Fría (Truyol 2008:89).

47
Shirley Götz Betancourt

2.1.1. La preparación del nuevo orden internacional

El orden internacional de Guerra Fría fue concebido y delineado


por las potencias aliadas, antes de la derrota total de la Alemania
nazi y de la rendición incondicional del Imperio nipón tras el lan-
zamiento de las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y
Nagasaki en octubre de 1945. Empero, el triunfo aliado no tuvo
como corolario la realización de una reunión o conferencia destinada
a establecer un acuerdo de paz consensuado entre los vencedores (a
la usanza de lo que fueron los Tratados firmados en Versalles tras el
término de la Primera Guerra Mundial). La alianza de guerra pierde
su sentido en los momentos en que culminan las operaciones bélicas.
De este modo, los acuerdos alcanzados en el marco de las grandes
conferencias celebradas por los líderes aliados en el contexto del
conflicto6 constituyen dispositivos sustitutorios, ante la inexistencia
de una paz formal refrendada por los actores de la contienda, con
miras a establecer un nuevo orden internacional (Barbe 2007: 238).

a) La Carta Atlántica (1941). La convicción sobre el fracaso del


sistema de seguridad colectiva persuadió a los aliados anglo-
sajones a suscribir un nuevo acuerdo, amplio y general, para
garantizar la seguridad. Este es el origen de la «Carta Atlántica»
suscrita por Churchill y Roosevelt en 1941, en la que se trazaría
el rumbo de las negociaciones venideras sostenidas por los países
aliados. Entre los puntos más importantes consignados en dicho
documento está el rechazo a las modificaciones territoriales
impuestas, el derecho de cada pueblo a elegir su sistema de go-
bierno, la colaboración económica y la libertad de circulación
marítima, el establecimiento de una paz duradera y la creación
de un sistema de seguridad colectivo.
b) La Conferencia de Teherán (1943). Esta conferencia fue el marco
en el que por primera vez se reunieron los tres líderes aliados,

6
La etapa de posguerra estuvo fuertemente influenciada por el carácter de
los compromisos alcanzados en cada una de las conferencias o cumbres
sostenidas entre los líderes de las grandes potencias que integraban la
Gran Alianza. En el total de catorce conferencias realizadas entre 1941 y
1945, los recursos de la guerra y las condiciones de la paz fueron objeto
de tratamiento.

48
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

Churchill, Stalin y Roosevelt. Aunque en la cita no se logró el


objetivo de establecer las coordenadas sobre el futuro de Ale-
mania, los líderes aliados concordaron sobre la necesidad de
instituir una nueva organización internacional que reemplazase
la fenecida Sociedad de Naciones. El encuentro sirvió además
para delinear el campo de acciones futuras, con la concreción de
una política de cooperación entre norteamericanos y soviéticos
para la etapa de posguerra. Comenzaba a proyectarse un mun-
do compartido entre dos en el cual los Estados europeos solo
parecían tener reservado un papel secundario.
c) La Conferencia de Yalta (Febrero de 1945). Durante la realiza-
ción de este encuentro aparecen las primeras fisuras entre los
líderes aliados7. En Yalta, los tres grandes, Churchill, Stalin y
Roosevelt, se comprometieron por medio de la «Declaración
de la Europa Liberada» a coordinar sus actuaciones y a prestar
ayuda conjunta a los pueblos europeos para la celebración de
elecciones libres que condujeran al establecimiento de regíme-
nes democráticos, sin especificar qué tipo de democracia era la
que se esperaba ver establecida en Europa. Yalta también fue
la ocasión para abordar el problema alemán, concertándose la
ocupación compartida del territorio entre Estados Unidos (Sur),
la Unión Soviética (Este), Gran Bretaña (Noroeste) y Francia
(centro-oeste). La ciudad capital, Berlín, enclavada en la zona de
ocupación soviética, también se encontraría dividida en cuatro
zonas de ocupación compartida. Junto a ello se decidió la insta-
lación de un comité interaliado para coordinar la administración
conjunta de las zonas de ocupación y para emprender el proceso
de desarme, desmilitarización y desnazificación de Alemania.
d) La Conferencia de Potsdam (julio y agosto de 1945). Al iniciarse
la conferencia resultaba evidente que las diferencias entre occi-
7
La postura sostenida por los tres líderes participantes era funcional a los
intereses particulares de cada Estado. Por una parte, Stalin dejaba entrever
su aspiración a establecer una esfera de influencia y de control en la Europa
del Este, como glacis de seguridad para su país. Por otra parte, Churchill
pugnaba por la integridad del Imperio Británico por asistir a Grecia contra
los comunistas y por restaurar a Francia como potencia de contrapeso
respecto de la Unión Soviética. Finalmente, Roosevelt, ciertamente heredero
EFMJEFBMJTNPXJMTPOJBOP BTQJSBCBBHBSBOUJ[BSMBDSFBDJÓOEFVOTJTUFNB
de seguridad colectivo ya adelantado en la Carta del Atlántico.

49
Shirley Götz Betancourt

dentales y soviéticos se iban profundizando significativamente,


más aún después de la renovación de los liderazgos norteame-
ricano, tras la asunción a la presidencia de Harry Truman, y
británico, con el triunfo del laborista R. Attlee. Los acuerdos
alcanzados en esta cita se circunscribieron a la creación de un
Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores, como representantes
de las potencias vencedoras, para elaborar los tratados de paz
con Alemania y sus satélites. Y aunque se firmaron acuerdos de
paz con Italia, Rumanía, Bulgaria, Hungría y Finlandia, las des-
avenencias entre los aliados impidieron la firma de un acuerdo
de paz con Alemania. La situación alemana era particularmente
compleja y fue uno de los problemas a los que se enfrentaron más
duramente los aliados, pero en el marco de esta reunión se logró
acordar la ocupación y tutela provisional en espera de la firma
del tratado definitivo de paz. Tampoco se alcanzaron acuerdos
respecto de Polonia, reparaciones de guerra, y de la transferencia
de territorios ocupados por Japón. El clima de consenso entre
los aliados paulatinamente se iba esfumando.

2.1.2 El Sistema de Naciones Unidas

Mención aparte merece la Conferencia de San Francisco, cele-


brada en junio de 1945 con el propósito de suscribir los objetivos
y principios que orientarían la nueva organización internacional
instituida para la seguridad internacional. La «Carta de las Naciones
Unidas» fue suscrita por los 45 países asistentes a la Conferencia y
con ello se dio vida formal a la «Organización de Naciones Unidas».
El intento de crear una asociación de países con el objetivo de
preservar la paz a través de un sistema de seguridad colectiva no
era algo nuevo, pero frente al dilema de reformar la estructura de
la antigua Sociedad de Naciones o de crear una nueva institucio-
nalidad, los países aliados, especialmente los anglosajones, optaron
por lo segundo y se transformaron en sus principales impulsores.
Para los gestores de la Organización de Naciones Unidas, el
nuevo sistema de seguridad estatuido había de corregir el fallido di-
seño que llevó al fracaso de la Sociedad de Naciones, a saber, la regla
de la unanimidad de las decisiones, la falta de medios coercitivos

50
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

para imponer la paz y la incapacidad institucional de mantener en


su seno a las grandes potencias, actores vitales para todo sistema de
seguridad colectiva. Al contrario de su antecesora, la estructura con
que fue dotada la Organización de Naciones Unidas buscaba favo-
recer la concertación e implementación de decisiones más eficaces en
materia de seguridad. Para el nuevo diseño institucional se estimaba
que la inestabilidad política debía reducirse a través de una organi-
zación intergubernamental en la que tuviesen representación todos
los Estados, pero en la que se otorgase responsabilidad principal a
los vencedores de la contienda para conservar la organización del
nuevo sistema (Attinà 2001: 133). La Carta de las Naciones Unidas
consagró el papel directivo de las grandes potencias, al tiempo que
comprometía a todos los Estados miembros en el esfuerzo de la paz.
A través del Consejo de Seguridad, órgano concebido por las
grandes potencias para actuar como un directorio, las decisiones
respecto de la paz y la seguridad internacional se cursaban a través
del sistema de votos en su seno, donde el acuerdo unánime de los
cinco miembros permanentes8 era necesario para cualquier decisión.
«El hecho de que los cinco sean además los integrantes del selecto
club atómico (…) no hace sino reforzar la profunda relación entre el
derecho y la fuerza que caracteriza al sistema» (Pereira 2009: 473).
Por otra parte, el corpus democrático del sistema de Naciones
Unidas estaba radicado en la Asamblea General, órgano en el que
se hallarían representados todos los Estados miembros, organizados
según el principio de igualdad de soberanía expresado en la fórmula
«un Estado un voto». La potestad de la Asamblea sería exclusiva-
mente propositiva y no vinculante. La estructura organizativa se
completó con la Secretaría General, encargada de las funciones
administrativas, y un conjunto de organismos especializados9.

8
Estados Unidos, Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China
SFQSFTFOUBEBIBTUBQPSFMSÊHJNFOEF5BJXÃO ZEFTEFFTFBÒPQPS
la República Popular China).
9
Entre estos órganos destacan el Consejo Económico y Social, encargado de
los asuntos económicos de la Organización, el Consejo de Administración
Fiduciaria, establecido para la administración de territorios a cargo de las
Naciones Unidas, el Tribunal Internacional de Justicia con sede en La Haya
con resoluciones de obligado cumplimiento en el caso de que dos naciones
presenten sus litigios. Además hay una serie de organismos especializados
que van desde el FMI, la FAO, la UNESCO, a UNICEF.

51
Shirley Götz Betancourt

La penetración del conflicto entre soviéticos y norteamericanos


en el seno del Consejo de Seguridad condujo a la parálisis del sis-
tema de seguridad durante gran parte del período de Guerra Fría
(Barbé 2007: 240). La existencia del derecho de veto por parte de
los miembros permanentes del Consejo de Seguridad actuó como
el rasero para bloquear cualquier iniciativa, marginado a la Orga-
nización cuando determinados problemas comprometían directa-
mente los intereses de los grandes o el de sus aliados10. Este efecto
paralizante del veto se reforzó aún más con los contactos entre las
grandes potencias al margen de las Naciones Unidas.
Con la ampliación de los actores estatales, debido al proceso
de descolonización, Naciones Unidas, en particular la Asamblea
General, fue adquiriendo un rol más propio en materia de desarro-
llo e instrumentalización de la paz. A partir de entonces, Naciones
Unidas se transformó en el principal foro de expresión para las
propuestas económicas, políticas y sociales presentadas por muchos
de los nuevos Estados y otros miembros del Tercer Mundo.

2.2 La Guerra Fría y el Orden Bipolar

Bajo el concepto de Guerra Fría se designa tanto al complejo


patrón que adoptan las relaciones internacionales al término de la
Segunda Guerra Mundial, a la pugna que se desata entre las dos
superpotencias por la hegemonía mundial, como a la aparición de
una hostilidad –y temor– entre los dos bloques geopolíticos que se
consolidaron tras Yalta, Potsdam y San Francisco. Tradicionalmente,
la Guerra Fría es descrita como el estado de tensión permanente,
primero entre las dos superpotencias y luego entre los dos bloques
liderados por ellas, que no provocó un conflicto directo ante el
peligro de destrucción mutua y asegurada por la utilización de las
armas nucleares (Pereira 2009: 505).

10
Existe una larga lista de crisis internacionales en las que la Organización
no tuvo participación alguna, tales como la Guerra de Descolonización en
Argelia (1954-1962), por el veto de Francia, la Guerra de Vietnam (1958-
1975), la Guerra en Granada (1983) y la Guerra en Nicaragua (1984) por
el veto de los Estados Unidos, el conflicto de Camboya por el veto de China,
la crisis de Hungría (1958), Checoslovaquia (1968) y Afganistán (1979)
por el veto de la Unión Soviética.

52
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

De acuerdo a Paul Kennedy (2004), las principales característi-


cas de la Guerra Fría se pueden resumir en tres rasgos fundamentales
que describen el período que se extiende desde 1945 hasta 1991.

a) En primer término, está la intensificación de la división de Europa


entre dos bloques antagónicos.
Aunque el fraccionamiento entre bloques no aconteció inme-
diatamente en 1945, las tensiones entre el mundo soviético y occi-
dental eran ya manifiestas poco antes de poner término definitivo
a la guerra. Será entre 1946 y 1947 que las diferencias entre los
sistemas soviético y norteamericano se ensanchan hasta hacerse
irreconciliables.
En marzo de 1946, Churchill pronunció un discurso en la Uni-
versidad de Fulton, Missouri, en el que denunció la aparición de un
«telón de acero», murallón ideológico que se extendía por el conti-
nente, aislando a los países ocupados por el ejército rojo en los que
paulatinamente se instalaban regímenes comunistas prosoviéticos,
conminando a sus aliados a detener el expansionismo de la Unión
Soviética. Este discurso fue duramente replicado por Stalin, quien
impulsaría acciones en Grecia y Turquía, además de respaldar las
acciones revolucionarias de grupos prosoviéticos en los gobiernos
de Europa Oriental.
Como expresión de la decadencia de Europa y la pérdida de
la centralidad en la escena internacional, e1 2l de febrero de 1947,
el gobierno británico enviaba una nota al Secretario de Estado
norteamericano, general Marshall, comunicándole su decisión de
suspender la ayuda militar que venía dispensando a Grecia y Turquía
desde el verano de 194611. A partir de 1947, Estados Unidos dio un
giro radical en su política exterior y, desde entonces, pasó a liderar

11
La retirada británica de la línea de resistencia occidental en Grecia y Turquía
suponía también la retirada de las potencias europeo-occidentales de los
asuntos internacionales en favor de Estados Unidos, que en el futuro se
encargaría de dirigir y coordinar las acciones del bloque occidental en todo
el mundo. Era también el símbolo más claro de la decadencia de Europa y lo
europeo en el mundo, algo ya anunciado en 1918-1919 y patente en 1947.
Era también, de una forma más concreta, el final del Imperio británico,
mantenido y fortalecido desde el siglo XIX hasta 1945.

53
Shirley Götz Betancourt

las acciones en el escenario internacional, tras el vacío dejado por


las potencias europeas.
El presidente Harry Truman formuló las bases de una nueva
estrategia exterior, conocida como Doctrina Truman, a través de la
cual Estados Unidos decidía apoyar a los países libres para impedir
que en ellos se impusiesen regímenes totalitarios. Una de las primeras
acciones tomadas en el marco de esta doctrina fue la de presionar a
los gobiernos occidentales para que los comunistas abandonaran las
coaliciones gobernantes. A ello se agregó una segunda iniciativa de
carácter económico, conocida como «Plan Marshall», cuyo propó-
sito era el de fortalecer el proceso de reconstrucción europeo y, de
esta forma, alejar a la población de los países de Europa occidental
de cualquier tentación revolucionaria.
La Doctrina Truman y el Plan Marshall fueron considerados
por los soviéticos amenazas directas al socialismo internacional
(Pereira 2009: 504). La respuesta a ambas iniciativas fue inmediata.
En términos políticos ideológicos se instituye la Kominform, Oficina
de Información de los Partidos Comunistas, órgano de enlace para
el accionar de los partidos comunistas de Europa central y oriental
para hacerse con el control político en los Estados e instaurar de-
mocracias populares. El radio de acción alcanzó a Bulgaria (1946),
Polonia (1947), Rumanía (1947), Checoslovaquia (1948), Hungría
(1949) y la República democrática Alemana (1948). Complemen-
tariamente, los países satélites de la Unión Soviética ingresan a la
COMECOM (Consejo de Mutua Asistencia Económica), creada
en 1949 con el propósito de alinear sus políticas económicas a las
de la Unión Soviética.

b) El segundo elemento relevante de la Guerra Fría lo constituye la


creación de alianzas militares y la creciente carrera de armamentos.
La inicial superioridad estratégica de los Estados Unidos
descansó en la posesión exclusiva de la bomba atómica, que se
convirtió en el principal recurso para la implementación de una
diplomacia de poder. No obstante, los avances políticos soviéticos
en Europa central y oriental acrecentaron la necesidad de fortalecer
y cohesionar el bloque occidental a través de una alianza militar
permanente. Este es el origen de la Organización del Tratado del

54
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

Atlántico Norte, OTAN, creada en 1949 sobre la base de pactos mi-


litares preexistentes. Con sede en Bruselas, originalmente formaron
parte de ella los Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Holanda,
Bélgica, Luxemburgo, Francia, Portugal, Italia, Islandia, Dinamarca
y Noruega. En 1952 se incorporaron Grecia y Turquía; en 1955,
la República Federal Alemana; y en 1982, España. En la óptica de
la contención, si el Plan Marshall estaba destinado a poner de pie
a Europa, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, velaría
por su seguridad (Kissinger 1995: 444).
Para la Unión Soviética resultaba fundamental fortalecer sus
recursos militares para desplegar una diplomacia de poder a fin de
fortalecer su posicionamiento internacional. En 1949 anunciaba
públicamente el éxito de su primera detonación atómica, rompiendo
el monopolio ostentado hasta entonces por los Estados Unidos. Esto
dio origen a la carrera armamentista y a la estrategia de disuasión
nuclear o política de riesgos calculados12.
La réplica soviética a la constitución de la OTAN se expresó en
la creación del «Pacto de Varsovia» en 1955, alianza militar cons-
tituida por la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia, Hungría,
Rumanía, Bulgaria, la República Democrática Alemana y Albania13.
El riesgo de enfrentamiento nuclear y la necesidad de equi-
parar las fuerzas contrarias bajo la dinámica del equilibrio y la
disuasión, desataron una frenética carrera de armamentos entre
ambas superpotencias a partir de la década de los cincuenta. En
1952 Estados Unidos probó exitosamente su primera bomba de
Hidrógeno (Bomba H); la Unión Soviética lo hizo un año más tarde.
Los avances armamentistas más significativos se van a producir en
las siguientes dos décadas con el desarrollo de los misiles balísticos
y la carrera espacial.

12
Si el potencial militar de ambos bandos era equivalente, se garantizaba la
destrucción mutua en caso de conflicto, lo que servía como elemento de
disuasión: como ningún país podría obtener la victoria en una contienda,
ninguno la iniciaría.
13
Albania abandonó el Pacto de Varsovia en 1968.

55
Shirley Götz Betancourt

c) La tercera característica propia de la Guerra Fría corresponde


a la escalada lateral desde Europa hacia el resto del mundo y la
constitución de una red de alianzas con países del tercer mundo.
El enfrentamiento entre los dos bloques se fue mundializando
paulatinamente a partir de los primeros choques en Europa. En la
escalada del conflicto, ambas superpotencias trataron de distinguir
entre aliados y enemigos, delimitaron sus zonas de influencia o
«glacis de seguridad» y trataron de ampliarlas a costa del bloque
contrario, impidiendo cualquier desviacionismo político o ideológi-
co en sus respectivas zonas. No hubo posibilidad de que un Estado se
declarase neutral sin el consentimiento de las dos superpotencias. De
forma progresiva, el antagonismo ideológico y dialéctico se amplió
hacia el resto del mundo y en él se integraron factores políticos,
psicológicos, sociales, militares y económicos, convirtiéndose de
este modo en un enfrentamiento global.

d) A las características tipificadas por Paul Kennedy, habría que


agregar un cuarto rasgo definidor del carácter de la Guerra Fría
catalogado como estado de guerra improbable y de paz impo-
sible, por el destacado internacionalista Raymond Aron.
La Guerra Fría representa la pugna ideológica, política y eco-
nómica entre dos sistemas enfrentados, liberalismo y comunismo.
Como la amenaza constituyó una condición permanente, enraizada
en la existencia del bloque enemigo, solo a través de la militari-
zación y la carrera de armamentos podía contrarrestársele. Pero,
como el empleo del arma nuclear implicaba el riesgo de la propia
autodestrucción, fueron los espacios nuclearizados –principalmente
Europa– los que hicieron patente la noción de guerra improbable
paz imposible. Los conflictos entre las dos superpotencias fueron
siempre indirectos, y se trasladaron desde el teatro de operaciones
directo –como era Europa– hacia la periferia del sistema. Sobre este
rasgo de la sociedad internacional de Guerra Fría Roberto Mesa
(1982) entrega una caracterización pertinente:

«Desde el año 1945, la Sociedad Internacional no ha


visto repetirse la experiencia de las dos guerras mundiales
anteriores. Pero el precio de la contraprestación ha sido

56
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

elevadísimo; por doquier se han multiplicado las guerras


intermedias, las guerras por procuración o delegación,
en las que nunca se han enfrentado directamente Estados
Unidos y la Unión Soviética, pero en las que siempre han
estado presentes ideológica, estratégica, económica y
militarmente. Conflictos armados en los que, a costa de
los demás y como si se tratase de partidas ajedrecísticas,
se delimitan zonas de esfera influencia respectivas. Bien
entendido que, en la mayoría de los supuestos, se han res-
petado escrupulosa y rigurosamente aquellas zonas sobre
las que existía acuerdo previo, Europa y, en principio, el
continente americano, y se han destrozado aquellas otras
sobre las que no obraba ningún tipo de entendimiento
anterior: Oriente próximo, Sudeste asiático, etc.» (Mesa
1982: 119).

2.2.1 La Evolución de la Guerra Fría. Etapas y Conflictos tipo

La Guerra Fría se extendió entre 1947 y 1991 y su desarrollo es-


tuvo condicionado fundamentalmente por los cambios en la cúpula
del poder de cada una de las superpotencias, y por las percepciones
que los líderes de ambos bloques tuvieron respecto del enemigo y
de la expansión de su poder a escala regional o mundial.
Tradicionalmente, se distinguen cuatro etapas en el desarrollo
evolutivo de la Guerra Fría. En cada una de ellas se despliegan signos
de tensión que terminan por estallar, de acuerdo a Juan Carlos Pe-
reira, en un conflicto tipo, definido como «un momento de máximo
enfrentamiento en el que se está al borde de un choque bélico o de
la quiebra del sistema bipolar» (Pereira 2009: 511).

a) Primera etapa: La consolidación de los bloques (1947-1953).


Conflicto tipo: La Guerra de Corea.
Entre 1948 y 1953 se vivió el período de mayor tensión interna-
cional entre el bloque capitalista y el soviético. Se trató del período
más álgido de la Guerra Fría, en el que operaron, al interior de ambos
bloques, la propaganda más radical, la censura interna y la «caza de
brujas» de opositores. En esta etapa, se consolidaron los bloques y
pactos militares y económicos, descritos en los párrafos anteriores.
A lo anterior se sumó la escalada armamentista, después de que la

57
Shirley Götz Betancourt

Unión Soviética ensayara su primera bomba atómica (1949), a la que


se sumarían prontamente el desarrollo de la bomba de hidrógeno y
el despliegue de misiles con cabezas atómicas en Europa y en Asia,
donde se impuso la lógica del equilibrio del terror.
Las tensiones se inician con el irresoluto problema alemán,
convertido en el símbolo de la escisión que comenzaba a operar en
Europa por parte de ambas potencias. Durante la Conferencia de
Yalta se había acordado la creación de una comisión interaliada
para la administración de las zonas de ocupación en que fue dividida
Alemania. Pero, ante la imposibilidad de arribar a un programa
conjunto para la administración de los territorios, los países occi-
dentales decidieron la adopción de una serie de medidas conjuntas
para sus respectivas áreas, entre las que se incluyeron planes para la
reindustrialización, programas de ayuda económica y establecimien-
to de una moneda única. Para la Unión Soviética, esto suponía una
ruptura de los acuerdos de Potsdam, ante lo cual dispuso en junio
de 1948 el cierre paulatino de las vías de comunicación terrestre
que unían el Berlín oeste con las zonas occidentales de Alemania. La
respuesta occidental no se hizo esperar: un puente aéreo abastecería
la ciudad partiendo de los aeropuertos occidentales. Truman ame-
nazó con la guerra si la Unión Soviética interceptaba los transportes
aéreos de alimentos y mercancías. Tras diez meses de bloqueo, los
soviéticos levantaron la medida. Y aunque la contención parecía
haber funcionado, tras la crisis de Berlín de 1948, la división de
Alemania se había consolidado. Primero, con la unificación de las
tres zonas de ocupación occidentales, dando origen a la República
Federal Alemana en 1949. Y, posteriormente, con la constitución de
la República Democrática Alemana en el sector soviético. La ciudad
berlinesa, aún ocupada, sobreviviría como enclave de la escisión
mundial de la Guerra Fría.
La crisis de Berlín inauguró una época marcada por la tensión
entre los bloques que se fueron conformando y cuyos radios de ac-
ción se extendieron más allá de los confines geográficos de Europa.
En este sentido, la Guerra de Corea (1950-1953) corresponderá al
conflicto tipo de este período.
La península coreana, ocupada por Japón, fue dividida en
1948 como parte de los acuerdos de paz adoptados entre los alia-

58
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

dos tras el término de la Segunda Guerra Mundial. En el norte se


estableció el gobierno comunista dirigido por Kim Il Sung y en el
sur el gobierno prooccidental encabezado por Syngman Rhee, cuyos
territorios demarcados en torno al paralelo 38 fueron supervisados
por la presencia de tropas militares soviéticas y norteamericanas
hasta 1948 y 1949, respectivamente.
A principios de 1950 comenzaron a producirse una serie de
escaramuzas fronterizas en torno al paralelo 38, iniciándose la
guerra con la invasión norcoreana al Sur, a través de una fuerte y
sorpresiva ofensiva, que terminó con la ocupación, en solo un par
de días, de prácticamente la totalidad del territorio de Corea del Sur.
Ante el peligro de un triunfo comunista en la región, la reac-
ción estadounidense fue inmediata. El mismo día en que se inició
la invasión norcoreana, Estados Unidos convocó al Consejo de
Seguridad de la ONU, aprobándose una resolución en la que se
calificaba la ofensiva del Norte como una agresión y adoptándose
la decisión de conformar un contingente multinacional integrado
mayoritariamente por fuerzas norteamericanas. Pocos meses más
tarde, la República Popular de China anunciaba su intervención a
favor de Corea del Norte, bajo el argumento de que la intervención
norteamericana atentaba contra la seguridad nacional de dicho país.
En un principio, la respuesta de la fuerza multinacional liderada
por los Estados Unidos no resultó exitosa, llegando incluso a estar
a punto de ser expulsados de la península coreana; no obstante, la
llegada de refuerzos y una segunda ola ofensiva por parte de las
fuerzas de la ONU lograron hacer retroceder a los norcoreanos
más allá del paralelo 38. Luego de esta avanzada, la guerra pareció
estancarse, con triunfos alternados para los dos bandos. Tras una
incesante guerra de conquistas y reconquistas, finalmente se inicia-
ron las conversaciones de paz.
El 27 de junio de 1953 se firmó el armisticio de Panmunjom,
por el que se creaba un área de seguridad de cuatro kilómetros alre-
dedor del paralelo 38, bajo la estricta supervisión de una comisión
de Naciones Unidas.
Las consecuencias de este enfrentamiento fueron variadas y
decisivas para los siguientes años de Guerra Fría (Pereira 2009). En
primer lugar, significó el traslado de la pugna Este-Oeste hacia la

59
Shirley Götz Betancourt

región del Asia, situada en la periferia del sistema. Junto con ello, se
evidenció que la ONU resultó cooptada por los intereses norteameri-
canos y de sus aliados occidentales, al encubrirse bajo los principios
de la organización una intervención militar funcional a los intereses
de dominación norteamericanos en la región. En tercer lugar, para
la China comunista, el conflicto significó una profunda victoria en
el ámbito político-militar, logrando incrementar su influencia en la
región, acompañada de un aumento en sus presupuestos militares.
Para la Unión Soviética, relegada a un actuar menor, el conflicto
derivó en una revisión de su estrategia internacional. Por último,
para las relaciones sino-soviéticas, el conflicto sembraría las pri-
meras semillas de una discordia sobre la exportación del modelo
comunista que se iría agudizando por la competencia estratégica
de ambos Estados en la región.

b) Segunda etapa: La coexistencia pacífica (1953-1962) Conflicto


tipo: La crisis de los misiles en Cuba.
Esta etapa de la Guerra Fría está caracterizada por una nueva
relación entre Este-Oeste, menos beligerante que los años anteriores,
pero no por ello exenta de tensiones y conflictos. El advenimiento
de una nueva era en las relaciones de ambos bloques fue producto
de la concurrencia de dos fenómenos. Por una lado, tras la Guerra
de Corea, los bloques se readecuaron, reforzaron y consolidaron
definitivamente. Por otra parte, el cambio de los liderazgos en ambas
superpotencias se exhibió como un elemento clave para la aproxi-
mación y el naciente diálogo entre los polos. En la Unión Soviética,
tras la muerte de Stalin, se consolidaba la figura de Nikita Kruschev,
mientras que al gobierno de Washington arribaba el republicano
%XJHIU&JTFOIPXFS
El gran movimiento para un cambio en el tono de la relación
bipolar fue ejecutado por la nueva estrategia impulsada por los
soviéticos como parte del proceso de abandono del legado estali-
nista, tendiente a establecer una convivencia pacífica entre sistemas
antagónicos. No obstante, el recelo norteamericano encarnado en
la figura de Foster Dulles, Secretario de Estado, se plasmó en el
establecimiento de un verdadero cordón sanitario alrededor de la
Unión Soviética, por medio de una red de acuerdos y pactos mili-

60
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

tares, como el de reforzamiento de la OTAN, tras la inclusión de


la República Federal Alemana, y el establecimiento de la SEATO14,
ANZUS15 y el Pacto de Bagdad16. La réplica de Moscú fue la con-
formación del Pacto de Varsovia y el endurecimiento de su posición
en Europa central. Así, pese a los augurios iniciales de acercamiento,
la relación pronto desembocó en un clima de creciente rigidez. La
rivalidad ideológica alcanzó nuevos parámetros con un desarrollo
armamentístico sin precedentes, exacerbado con la carrera espacial,
el cual termina generando en un verdadero equilibrio del terror.
La crisis de Suez17 contribuyó a un nuevo acercamiento. Esto
se tradujo en la visita que Kruschev realizó a los Estados Unidos
para sostener una entrevista con su homólogo en Camp David, a
objeto de fijar criterios para una política de desarme. El espíritu de
Camp David se desdibujó prontamente cuando la Unión Soviética
denunció la violación de su espacio aéreo por un avión espía nor-
teamericano. El enrarecido clima instalado entre ambos polos no
solo se acrecentaría, sino que se agudizaría con el desarrollo de la
Crisis de Cuba en 1962, tras la llegada a la presidencia del demó-
crata John F. Kennedy.
La Crisis de los Misiles en Cuba (1962) representa el conflicto
tipo del período de coexistencia. Es, además, la coyuntura crítica
más grave del período de Guerra Fría, por la probabilidad real de
empleo del potencial nuclear por parte de los contendientes.
Este conflicto arrancó con el triunfo revolucionario de Fidel
Castro en 1959 sobre el régimen dictatorial de Batista. El resultado
fue la instauración de un régimen marxista a solo 150 kilómetros
del territorio estadounidense. Para Washington el régimen de Cas-
14
Organización del Tratado del Sudeste Asiático, constituido en 1954 por
Australia, Francia, Gran Bretaña, Nueva Zelanda, Pakistán, Filipinas,
Tailandia y Estados Unidos.
15
Alianza Militar del Pacífico establecida entre Estados Unidos, Australia y
Nueva Zelanda en 1951.
16
Alianza de seguridad en el Próximo Oriente, suscrita en 1955 por Gran
Bretaña, Turquía, Irak, Pakistán e Irán.
17
En 1956, el líder egipcio decidió la nacionalización del canal de Suez,
cuya administración era propiedad de capitales ingleses y americanos. La
respuesta franco-británica fue la de efectuar un desembarco militar con
el fin de reconquistar el Canal mientras Israel atacaba el Sinaí. La Unión
Soviética y los Estados Unidos condenaron la invasión y consiguieron, con
el apoyo de la ONU, la retirada de los ocupantes.

61
Shirley Götz Betancourt

tro constituía una amenaza directa a la seguridad nacional y a los


intereses de Estados Unidos en la región latinoamericana. Ante la
preocupación estadounidense de que el modelo de la Revolución
Cubana se propagara por América Latina, el presidente Kennedy
decidió impulsar el proyecto Alianza para el Progreso, un programa
de ayuda y cooperación económica para los países de la región a
fin de impulsar proyectos de reformas y de mejoramiento de ser-
vicios, cuyo objetivo estratégico último era el de contener posibles
estallidos revolucionarios en todo el escenario latinoamericano. En
adición a esta iniciativa, la administración de Kennedy aprobó en
1961 el desembarco en Bahía de Cochinos de un grupo de exiliados
cubanos, armados por el gobierno e instruidos por la CIA, con el
propósito de derrocar el gobierno de la isla. Como la operación
devino en un completo fracaso, los norteamericanos reforzaron
posiciones alrededor de la isla, estableciendo un embargo comercial
y propiciando su expulsión del seno de la Organización de Estados
Americanos (OEA).
La constante presión norteamericana hizo que Cuba, apelando
a la solidaridad comunista internacional, buscara el apoyo desde la
Unión Soviética. Kruschev aprovechó la coyuntura para adelantar
su posición en América Latina y poder penetrar y erosionar el área
de influencia tradicional de los Estados Unidos. A mediados de
1962, los barcos soviéticos que transportaban la asistencia mate-
rial, principalmente alimentos, maquinaria y armas convencionales,
incrementaron sus frecuencias a la isla. El gobierno de Washington
declaró que tenía pruebas contundentes de la instalación de misiles
soviéticos en Cuba que amenazaban directamente la seguridad del
país y anunció su decisión de bloquear la isla y reaccionar ante
cualquier acción hostil (Pereira 2009; Zorgbibe 2005). El lenguaje
utilizado por los máximos dirigentes, la amenaza constante de
Kennedy de usar las armas nucleares ante cualquier agresión, como
también la movilización de los ejércitos por parte de ambos bandos,
puso al mundo al borde del abismo nuclear durante trece días.
Tras una intensa labor diplomática desplegada por ambas
potencias, el peligro inminente de un conflicto nuclear concluyó el
28 de octubre de 1962, cuando la Unión Soviética decidió retirar
los 36 misiles de corto y mediano alcance instalados en la isla. El

62
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

acuerdo alcanzado en las negociaciones entre Moscú y Washington


contemplaba, a cambio del retiro de los misiles situados en Cuba,
la promesa de Estados Unidos de no invadir la isla y de acometer
el desmantelamiento de los misiles Júpiter instalados en Turquía.
Después de esta crisis, el acercamiento diplomático entre la Unión
Soviética y Estados Unidos se intensificó, permitiendo una mayor
interacción y negociación entre los bloques.

c) Tercera etapa: la distensión (1962-1979) Conflicto tipo: La


guerra de Vietnam
La Distensión se caracterizó por ser un período de menor
tensión entre los bloques, con pugnas de baja intensidad, pero de
mayor conflictividad al interior de los bloques y creciente turbulencia
en otros espacios del sistema internacional, principalmente en los
países del Tercer Mundo.
La mayor interacción y fluidez en las relaciones entre superpo-
tencias se expresó en las visitas de Brézhnev a Washington y Nixon
a Moscú, en el establecimiento de acuerdos sobre paridad nuclear
y control armamentístico, como también en pactos de no agresión
y de cooperación económica entre ambas potencias.
Una de las principales características de esta etapa correspon-
de a las numerosas tensiones que se produjeron internamente en
cada uno de los bloques, suscitando la incertidumbre en relación
a la perdurabilidad, la cohesión y a las lógicas de distribución de
QPEFSFOUÊSNJOPTJOUSBCMPRVFT%FBDVFSEPB)PCTCBXO 

las contestaciones al liderazgo en ambos polos ponen en el tapete
el dilema de las propuestas de las superpotencias frente a sus rea-
les pretensiones hegemónicas e imperialistas. Dichas pretensiones
chocaban con el anhelo de diversos países de alcanzar una mayor
autonomía a nivel internacional, ante el progresivo desgaste so-
viético y norteamericano, factor que tiene directa relación con el
fenómeno de los nacionalismos.
En el bloque occidental, la autonomía de la Francia de Charles
de Gaulle y su posterior salida de la OTAN, sumado a la política
exterior de apertura al Este y de reconocimiento de las fronteras
establecidas después de la Segunda Guerra Mundial −Ostpolitik−
desarrollada por la Alemania de Willy Brandt, encarnaron claros

63
Shirley Götz Betancourt

cuestionamientos a los designios norteamericanos y, con ello, mi-


naron la cohesión y estabilidad del bloque occidental.
En tanto, en el bloque oriental, tendrían lugar una serie de
acontecimientos que pondrían en jaque al liderato soviético. El
resquebrajamiento se inició con la ruptura de las relaciones chino-
soviéticas, las que se venían degradando hacía tiempo producto de
las diferencias y de la competencia entre la República Popular China
y la Unión Soviética respecto del modelo ideológico comunista,
sustentado por ambos Estados, así como por la crítica de China a
la hegemonía soviética en el movimiento comunista internacional,
que alcanzó su punto álgido tras la Guerra de Vietnam. A este
conflicto se sumó el proceso de liberalización política intentado
por Checoslovaquia, conocido como la «Primavera de Praga», con
el objetivo de cambiar varios aspectos del régimen comunista im-
perante. La esperanza checa acabó abruptamente con la irrupción
de los tanques soviéticos para aplastar el movimiento reformista.
La sangrienta intervención, sustentada en el principio de soberanía
limitada que inspiraba la Doctrina Brézhnev, reforzaba la idea de
que la Unión Soviética era el único actor capaz de garantizar la
defensa de la institucionalidad socialista dentro de los países que
se encontraban en su circuito ideológico.
Pero, en un nivel más profundo de la sociedad internacional
de Guerra Fría, tenía lugar una transformación mucho más radical
que condicionó la estructura del orden internacional impuesto.
Como consecuencia directa de los cambios generados en la escena
internacional tras la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar una ex-
plosión de sentimientos nacionalistas que activaron el proceso de
autodeterminación en diversas colonias que, hasta entonces, habían
sido subyugadas por el imperialismo de las principales potencias
europeas. Este proceso se inició con la independencia de Pakistán e
India en 1947, y fue seguido por la independencia de Indonesia en
1949, la de Camboya en 1953 y la de Vietnam en 1954, entre varias
otras. La Descolonización no solo duplicó el número de Estados-
Naciones en el sistema político-diplomático de la Guerra Fría, sino
que además le confirió una diversidad cultural, económica y religiosa
sin paralelos, plagando el escenario internacional de nuevos actores
y de nuevas complejidades.

64
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

Los países del «Tercer Mundo» recién independizados, poseían


un escaso protagonismo a nivel internacional y exiguos márgenes de
acción como para ser capaces de sustraerse a la dinámica de enfren-
tamiento entre los polos, lo que prontamente derivó en su forzoso
alineamiento. De modo que los países recientemente liberados se
vieron obligados a responder a la lógica de los bloques suscitada
por el juego impuesto por las superpotencias para ganar influencia
sobre la política exterior de los países tercermundistas. No obstante,
a medida que el sistema bipolar de la Guerra Fría evolucionaba, fue
naciendo una especie de tripolaridad en términos de pertenencia, aun
cuando esto no sucedió en la distribución real del poder. «El tercer
mundo absorbió la confrontación bipolar, desviando el concepto
de enfrentamiento Este-Oeste a una lucha de las naciones del cen-
tro en el escenario de la periferia. Nacía el comúnmente conocido
enfrentamiento Norte-Sur» (Pereira 2009: 462)
El primer gran esfuerzo por materializar los intereses de los
países de la periferia internacional, de neutralidad, descolonización
y coexistencia pacífica, lo constituyó la Conferencia de Bandung,
celebrada en 1955 entre un conjunto de Estados de África y de Asia.
En esta conferencia se instituye el primer conjunto de principios
validados por el Tercer Mundo, con el objeto de desafiar la lógica
de la bipolaridad y de configurar un nuevo modelo de relaciones
internacionales sobre la base del respeto a la soberanía y a la inte-
gridad territorial, a la igualdad entre las razas y las naciones, y a la
no injerencia de los asuntos internos de otros Estados. A renglón
seguido, durante 1961 tuvo lugar la conformación del Movimiento
de los Países No Alineados, institucionalización de un grupo de
Estados para actuar colectivamente en el sistema internacional, al
margen de los bloques, con el fin de presionar por la incorporación
en la agenda internacional de temas como la preservación de las
independencias nacionales, el derecho a la no pertenencia a ninguna
alianza militar, el desarme nuclear y el rechazo a la instalación de
bases militares en países del Tercer Mundo.
La irrupción del Tercer Mundo en la escena internacional se
manifestó con nitidez en la crisis petrolera de 1973, hecho que revela
el grado de transformación suscitada en la sociedad internacional
tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. La génesis de esta crisis

65
Shirley Götz Betancourt

internacional se encuentra en la «Guerra de Yom Kippur» de 1973,


desatada ante la ofensiva desplegada por Egipto y Siria, con el pro-
pósito de recuperar los territorios ocupados por el Estado de Israel
en la «Guerra de los Seis Días»18 (1967). El Medio Oriente constituía
uno de los puntos más calientes del planeta para la avanzada de
las posiciones de ambas superpotencias, lo que resulta graficado en
el apoyo que la Unión Soviética otorgaba a los Estados árabes, en
particular Egipto y Siria, mientras que Israel era un aliado de Esta-
dos Unidos en la región. El conflicto se extiende por pocos meses y
culmina con la victoria de Israel. Las derivaciones internacionales
del conflicto se expresaron pocos meses más tarde, cuando la «Or-
ganización de Países Exportadores de Petróleo» (OPEP) adoptó la
decisión de no exportar crudo a los países que apoyaban a Israel
durante el conflicto, y más tarde resolvió sucesivamente establecer
el embargo del producto y elevar el precio del barril de crudo.
La Crisis del Petróleo comportó consecuencias inusitadas en
la escena internacional. En primer lugar, signa la irrupción del
Tercer Mundo como nuevo tipo de actor en la arena internacional,
como expresión de las crecientes desigualdades instaladas en el
eje Norte-Sur y de la división existente entre los países podero-
sos e industrializados frente a los países pobres, exportadores de
materias primas. En segundo lugar, supuso que las dinámicas de
poder se complejizaban y ya no podían efectuarse exclusivamente
en términos de la bipolaridad del sistema. La OPEP, organización
integrada por países no pertenecientes al grupo de potencias del
sistema político internacional, había logrado alterar profundamente
el funcionamiento de la actividad productiva/económica de las gran-
des potencias, forzándolas a emprender negociaciones diplomáticas
con vista a establecer acuerdos para revertir la situación generada
(Zorgbibe 2005).
La estabilidad en el diálogo que se venía desarrollando entre
los Estados Unidos y la Unión Soviética, no tuvo correlato respecto
de los intereses estratégicos de ambas potencias en Asia, región que

18
En junio de 1967, el ejército de Israel lanza un operativo de autodefensa
en contra de Egipto, cuyo resultado fue la ocupación de los territorios del
Sinaí Egipcio, la franja de Gaza, Cisjordania, la ciudad vieja de Jerusalén
y los Altos del Golán.

66
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

desde los años sesenta fue adquiriendo un creciente protagonismo


en el sistema internacional. Es en este marco que se desarrolló el
conflicto tipo del período de la distensión, el que corresponde a la
guerra de Vietnam (1964-1975).
Desde la derrota francesa de Dien-Bien-Fu en 1954, el territo-
rio correspondiente a la antigua colonia de Indochina terminó por
escindirse políticamente en dos partes, el norte liderado por el líder
marxista Ho Chi Minh y el sur dirigido por el dictador Ngo Dinh
Diem. Ante el vacío dejado por los franceses, la administración nor-
teamericana decidió intervenir, tanto por razones estratégicas como
por el deseo de aprovecharse de las riquezas mineras vietnamitas
(Pereira 2009: 515). El teatro de una competencia estratégica se
desató prontamente. Mientras los dirigentes sudvietnamitas recibie-
ron la ayuda y asesoramiento de la administración de Kennedy, las
guerrillas del Vietcong se vieron reforzadas con el material bélico
provisto por los soviéticos.
Si bien el accionar norteamericano no contempló inicialmente
una intervención militar directa, ante el derrocamiento del dictador
del sur por un golpe militar en 1963, y el crecimiento de las fuerzas
del Vietcong, el sector septentrional abrió un flanco que ponía en
peligro las pretensiones de Estados Unidos en Asia, razón por la
cual el gobierno de Washington decidió intervenir directamente en
el conflicto.
Con la incorporación de Estados Unidos a la disputa, la escalada
de violencia se acrecentó a niveles sin parangón. El uso de nuevas
tecnologías armamentistas, entre las que se cuentan las armas quí-
micas, y el empleo de nuevas estrategias de guerra, como la guerra
de guerrillas, serán elementos constitutivos de una guerra que generó
cuantiosas pérdidas a los Estados Unidos. La intervención militar
estadounidense, que en algunos momentos llegó a contar con más de
medio millón de hombres, no pudo lograr una victoria decisiva sobre
los norvietnamitas, lo que forzó su retirada en 1973. El conflicto se
prolongó hasta la ocupación de Saigón y la derrota de las fuerzas
del sur propinada por el ejército de la República Democrática de
Vietnam en 1975.
La Guerra de Vietnam generó el desgaste del régimen interior y
la erosión del poder hegemónico de los Estados Unidos en el ámbito

67
Shirley Götz Betancourt

internacional. Con respecto a lo primero, las administraciones de


Kennedy y Johnson estimaron erróneamente que, tras su incursión
en el conflicto de Indochina, Vietnam se erigiría como la piedra angu-
lar de la seguridad estadounidense en el Pacífico y sería el elemento
decisivo para la culminación de la Guerra Fría. Empero, la guerra
terminó por provocar enormes pérdidas humanas y económicas,
además de generar un sentimiento de rechazo generalizado en la
opinión pública estadounidense. El síndrome de Vietnam marcó a
toda una generación y fue causal de la conformación de un activis-
mo pacifista opositor a las estrategias desplegadas por los Estados
Unidos en su política exterior. En el ámbito externo, la derrota
estadounidense implicó la erosión de su posición internacional y
la pérdida de legitimidad de su rol como superpotencia mundial.
En contrapartida, para la Unión Soviética y el bloque comunis-
ta, que habían colaborado militar y económicamente con Vietnam
del Norte, fue una gran y pomposa victoria que permitió levantar
ánimos para extender la idea de lucha de clases en el Tercer Mun-
do, como también establecer una nueva área de influencia regional
(Kissinger 1995: 695).Tras el triunfo comunista en Vietnam, nuevos
países pasarían a ser gobernados por regímenes comunistas en el
Sureste Asiático. A fines de los setenta, la presencia soviética en Áfri-
ca se acentuó, interviniendo militarmente e implantando regímenes
proclives en Somalia y Etiopía, y consolidando su presencia en An-
gola, Mozambique, Tanzania y Zambia. En el continente americano,
aparece el comunismo con la revolución sandinista en Nicaragua,
que acaba con el régimen de Somoza (Pereira 2009: 516). En ese
mismo año, los soviéticos invaden Afganistán, acontecimiento que
tendrá significativas consecuencias para las relaciones entre las dos
potencias y producirá la reactivación de la Guerra Fría.

d) Cuarta Etapa: La segunda Guerra Fría (1979-1989) Conflicto


tipo: La Guerra de Afganistán.
La cuarta y última etapa de la Guerra Fría estuvo marcada
por el retorno a una extrema confrontación entre bloques. La fase
se inició con dos sucesos acaecidos en ambos polos de poder. Por
una parte, el ascenso de Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1981,
quien aspiraba a recuperar el prestigio y liderazgo internacional de

68
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

Estados Unidos erosionado en la década anterior. Por otro lado, la


incursión soviética en Afganistán en 1979, conflicto que signaría
el curso de esta fase y que constituiría la antesala del repliegue y
definitivo colapso de la Unión Soviética.
De forma consecutiva a la revolución fundamentalista iraní
de 197919, a través de la cual se expulsó al sah del poder, la Unión
Soviética emprendería la invasión de Afganistán, acción que se ex-
tendería por casi una década. El principal objetivo de la intervención
soviética, efectuada bajo la lógica de la pugna Este-Oeste, buscaba
sostener al hombre fuerte del régimen comunista en el poder, Babrak
Karmal, cuya autoridad se vio cuestionada por una insurrección
popular. Junto a ello, la incursión del Ejército Rojo en tierras afga-
nas perseguía hacerse de posiciones estratégicas para los soviéticos
en Medio Oriente, con miras a evitar una posible desestabilización
regional en caso que Estados Unidos interviniera Irán. No obstante,
la competencia estratégica entre ambas potencias igualmente termi-
nó por desencadenarse. La guerrilla de los Mujahidines, apoyados
logísticamente y materialmente por Estados Unidos para erosionar
la permanencia del régimen comunista en el poder, provocó a lo
largo de la década en que se extendió la ocupación del territorio
afgano significativas pérdidas a las fuerzas soviéticas y terminó por
corroer la posición internacional de la superpotencia comunista.
Los acontecimientos que tuvieron lugar en la escena inter-
nacional durante la década de los setenta tuvieron importantes
repercusiones en la política interna de la sociedad norteamericana.
En 1981 llegó a la presidencia el postulante republicano Ronald
Reagan, quien, al asumir el poder, emprendió una verdadera cruzada
anticomunista con el propósito de recuperar el liderazgo de Estados
Unidos perdido tras la guerra de Vietnam. Más allá de cualquier otra
consideración, el gobierno de Washington decidió financiar a todo
tipo de fuerzas opuestas a las tradicionales guerrillas de izquierdas
en Iberoamérica, África y Asia. Para reforzar aún más la posición
internacional de los Estados Unidos, la administración lanzó el
famoso plan de «Guerra de las Galaxias», o Iniciativa de Defensa

19
La revolución iraní inaugura el período en que los extremismos religiosos
irrumpen en la escena internacional.

69
Shirley Götz Betancourt

Estratégica (IDS), con el propósito de neutralizar las capacidades


defensivas soviéticas y agotar al adversario.
La agresividad de la política exterior norteamericana contrasta-
ba con la debilidad estructural de los soviéticos en el campo interno
e internacional. La crisis del liderazgo político que afectaba a la
Unión Soviética, suscitada por la longevidad de sus gobernantes y
la respectiva sucesión de mandatos políticos, y por el estancamiento,
dependencia y deterioro en el nivel de vida de la población, tuvo
como corolario la pérdida de legitimidad y el desgaste del poder
soviético a nivel internacional. El avance en las posiciones de fuerza
y de poder de Estados Unidos, evidenciaba las falencias de la Unión
Soviética, que se mostraba incapaz de enfrentar la superioridad tec-
nológica y económica de su oponente, dando fuerza al argumento
de analistas que afirmaban que Estados Unidos se convirtió, a fines
de los años ochenta, virtualmente en el «primero entre iguales»
(Pearson 2004; Kennedy 1994).

2.3. 1989 el año que cambió el mundo:


El final de la Guerra Fría

El ascenso de Gorbachov al poder en la Unión Soviética du-


rante 1985, y la posterior aplicación de las políticas de la Glasnot y
Perestroika, representaron un paso decisivo para la apertura política,
económica y comunicacional de la Unión Soviética.
Cuatro años más tarde, el 7 de diciembre de 1988, ante la Asam-
blea de Naciones Unidas, Gorbachov declaró la desideologización
de las relaciones internacionales y la clausura de la hasta entonces
cerrada y excluyente sociedad soviética; expresaba su deseo de
integrar la comunidad mundial y esperaba fortalecer el proceso de
interdependencia.
En 1989, el dirigente germano-oriental, Egon Krenz, decretaba
la apertura del Muro de Berlín, con lo que desaparecía uno de los
signos más tristes y simbólicos de la Guerra Fría.
1989 es un año marcado por profundas turbulencias interna-
cionales. Las revoluciones europeas de 1989, resumidas en la frase
«Polonia, diez años; Hungría, diez meses; Alemania del Este, diez
semanas; Checoslovaquia, diez días; Rumania, diez horas» (Zorg-

70
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

bibe 2005), ejemplifican las rupturas que echaron abajo el orden


establecido tras la segunda conflagración mundial.
El 25 de diciembre de 1991, Gorbachov anunciaba en un
discurso público que por la fuerza de la situación creada al ser
formalmente disuelta la Unión Soviética y ser fundada, en su lugar,
la Comunidad de Estados Independientes (CEI), concluía sus acti-
vidades como presidente de la URSS. Sus palabras tenían un gran
significado: terminaba no solo la historia de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, también la historia de la Guerra Fría y, para
muchos autores, la historia del siglo XX.

3. La Sociedad Internacional Contemporánea


de post Guerra Fría

La caída del Muro de Berlín en 1989 constituye un punto de


inflexión en la historia de las relaciones internacionales. El hecho es
expresión del progresivo desmembramiento de la Unión Soviética,
proceso que concluye hacia el 1991 cuando se conforma la Federa-
ción Rusa que se haría heredera de la soberanía legal-internacional
soviética y, por lo tanto, de su escaño permanente en el Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas. Tras el derrumbe de la Unión
Soviética y el colapso del bloque oriental, desaparecieron de la faz
europea cuatro Estados y catorce nuevas entidades políticas fueron
creadas durante la década de los noventa20. Todas estas transfor-
maciones solo resultan comparables al objetivo reorganizador de
los Tratados de Versalles de 1919 (Judt 2006). Asimismo, la reu-
nificación alemana, concretada en octubre de 1990, jugó un papel
crucial en el nuevo impulso que adquirió la integración europea
tras la suscripción del Tratado de Maastricht de 1992, acuerdo que
consolida lo que hoy conocemos como Unión Europea.
El término de la Guerra Fría, junto con poner coto a la división
de Europa y propiciar la descompresión del sistema internacional,

20
Checoslovaquia se dividió en dos Estados independientes (República
Checa y Eslovaquia) y Yugoslavia se dividió en cinco (Bosnia y
Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, y Serbia y Montenegro).
Además, Bielorrusia, Estonia, Letonia, Lituania, Moldavia y Ucrania se
independizaron de la Unión Soviética, la cual fue sucedida por la Federación
Rusa en 1991.

71
Shirley Götz Betancourt

trajo consigo el advenimiento de un orden internacional signado por


la incertidumbre derivada de procesos propios del orden anterior
y otros, de nueva envergadura, que se vieron detonados por el fin
del enfrentamiento bipolar.
Durante la década de los noventa, diversas interpretaciones
–algunas más optimistas que otras– intentaron desentramar el te-
jido del nuevo orden internacional y, en algunos casos, buscaron
«predecir» los procesos venideros. Frederic S. Pearson y J. Martin
Rochester (2004) identifican dos importantes grupos de autores en
esta materia. Por un lado, se encuentran los autores inscritos en la
«vertiente realista»21, quienes han argumentado el advenimiento de
una estructura internacional de carácter multipolar, tras 45 años de
excepcional bipolaridad, cuyas principales dinámicas están constitui-
das por la difusión del poder22 y la flexibilidad de las alianzas, las que
originan un sistema internacional más inseguro e inestable. Por otro
lado, se encuentran los autores de la «tendencia globalista», los que
observaron un socavamiento de los principios básicos de la soberanía
XFTUGBMJBOB PDBTJPOBEPQPSMBFNFSHFODJBEFOVFWBTUFNÃUJDBTZQSP-
cesos que tienen como factor común una creciente interdependencia
económica y política, dando como resultado un sistema internacional
más complejo aunque no necesariamente menos seguro.
Cabe agregar a cada una de estas visiones, respectivamente,
los clásicos con aspiraciones omnicomprensivas «The Clash of
Civilizations and the Remaking of World Order» de Samuel P.
Huntington y «The end of History and the Last Man» de Francis
Fukuyama.23 Desde una perspectiva sistémica, además, el orden

21
Ver, por ejemplo, Mearsheimer (1990), para quien el fin de la bipolaridad
que dio orden al sistema internacional desde 1945 implicaría el retorno
a la multipolaridad que caracterizó a Europa entre 1648 y 1945, el cual
crearía poderosos incentivos para el uso de la fuerza.
22
De acuerdo a Joseph S. Nye (1991: 178), las causas de estos fenómenos
radican en «la interdependencia económica, los agentes transnacionales,
el nacionalismo de los Estados débiles, la difusión de la tecnología y
cambiantes temas políticos».
23
Francis Fukuyama (1992) –probablemente el más purista de la vertiente
globalista– profetizó la configuración de un sistema internacional
caracterizado por la prosperidad mundial bajo la tutela de Estados Unidos
y el liberalismo. Por su parte, Samuel P. Huntington (1996) afirma que
la nueva y principal fuente de conflicto internacional sería cultural, con
expresión en el enfrentamiento entre diversas civilizaciones, las cuales

72
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

internacional posterior al colapso soviético fue descrito por diver-


sos autores como unipolar (Krauthammer 1990; 1991), tripolar24
(Tucker 1996), multipolar y multicivilizacional (Huntington 1996)
e incluso uni-multipolar25 (Huntington 1999). El transcurso de los
acontecimientos de la post Guerra Fría iría comprobando y refutan-
do, en parte, las aventuradas tesis de estos autores. Considerando la
proliferación de interpretaciones en extremo divergentes respecto
de la realidad internacional que emerge a comienzos de los años
noventa, cabe preguntarse: ¿Cómo y cuánto ha cambiado la sociedad
internacional desde el fin de la Guerra Fría? En este apartado se
desarrollarán algunas claves históricas que orientan la comprensión
e interpretación de los fenómenos internacionales.
Ante la ausencia del «enemigo» soviético o de algún otro
actor capaz de desafiar su posición de poder, los esfuerzos de la
diplomacia estadounidense, encabezada por el presidente George
H. W. Bush, se enfocaron hacia la construcción de un «nuevo or-
den mundial» que, sustentado en el tradicional «internacionalismo
liberal estadounidense»26, fuese reflejo de sus valores y, por lo
tanto, funcional a sus intereses. Las bases de dicho orden, a saber,
democracia liberal, libre mercado y multilateralismo, se orientaron
a reemplazar las tradicionales utopías antagonistas, en lo que ha
venido a denominarse pensamiento único. En palabras de Bush:

«Tenemos la visión de una nueva asociación de nacio-


nes que trasciende la Guerra Fría. Una asociación basada
en la consulta, la cooperación y la acción colectiva, espe-
cialmente por medio de organizaciones internacionales y
regionales. Una asociación unida por el principio y por el
imperio del derecho y apoyada por un reparto equitativo
de los costos y compromisos. Una asociación cuyas metas
sean intensificar la democracia, aumentar la prosperidad,
robustecer la paz y reducir las armas» (Bush 1990).

reemplazarían a otras divisiones (como los Estados o los tres mundos)


como principales puntos de referencia en el nuevo orden mundial. Para
una aproximación crítica a éstas y otras tesis, ver Vilanova (2003).
24
Estados Unidos, Alemania y Japón.
25
Un sistema híbrido con una superpotencia y muchas grandes potencias
(Huntington 1999).
26
Para una definición e interpretación de este concepto en tres momentos de
la historia, ver Ikenberry (2009).

73
Shirley Götz Betancourt

Sin embargo, desde mediados de la década de los noventa, las


pretensiones iniciales y los recursos dispuestos en la consecución de
los objetivos trazados contrastaron diametralmente con la limitada
efectividad que Washington mostró en su accionar, particularmente
en lo referido a consolidar una posición de hegemonía que lo situa-
ra de manera efectiva y duradera en el sistema internacional. Esta
debilidad en el accionar externo de los Estados Unidos se debió, en
buena medida, a la desacertada lectura de la nueva realidad interna-
cional, a la carencia de una estrategia de política exterior que diera
cuenta de su adaptabilidad de una escena internacional en cambio
y, ciertamente, a la tensión «internacionalista/aislacionista» que ha
subsumido a la política exterior estadounidense desde los inicios de
su historia y que, en cuanto tal, le ha impuesto constantes frenos
a la asunción de un liderazgo efectivo de la sociedad internacional
(García Pérez 2009). Como afirmara Henry Kissinger, «lo que sí
es nuevo en el naciente orden mundial es que, por vez primera, los
Estados Unidos no pueden retirarse del mundo ni tampoco domi-
narlo» (Kissinger 2004: 13).
El debate sobre el aparente declive del poder estadounidense
ha tenido un nuevo impulso en el marco de la post Guerra Fría y
USBTMPTBUFOUBEPTEFFO/FX:PSLZ8BTIJOHUPO /ZF
Kennedy 1994; Wallerstein 2005). Si bien el relativo éxito de la
Guerra del Golfo (o Primera Guerra de Irak), y procesos como el
establecimiento de regímenes democráticos en buena parte del mun-
do, la difusión del libre comercio, la expansión de la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la creciente operatividad
de los organismos multilaterales se mostraban como expresión de la
voluntad de liderazgo de la diplomacia estadounidense, entrado el
siglo XXI la complejidad del sistema internacional ha desbordado
los límites de la hegemonía de Estados Unidos.

3.1 Rasgos principales del Orden de Post Guerra Fría

En lo fundamental, el principal elemento de continuidad entre


el orden de Guerra Fría y el posterior ha sido la existencia de un
organismo interestatal de carácter universal como es Naciones
Unidas, el cual se erige como el núcleo de un complejo sistema de

74
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

gobernanza global en un contexto de anarquía internacional. Los


esfuerzos de dicha organización para adaptarse a los nuevos tiem-
pos no han sido suficientes para atenuar las críticas que la señalan
como anacrónica y disfuncional. Estas apuntan principalmente a
su Consejo de Seguridad, el cual es reflejo del equilibrio de poder
inmediatamente posterior al término de la Segunda Guerra Mundial
y no del actual.
El rasgo distintivo de la post Guerra Fría ha sido la globaliza-
ción de las relaciones internacionales27. El fenómeno le ha otorgado
un nuevo sentido al orden internacional, modificándolo de manera
sustantiva y construyendo una nueva realidad global que evoca
las elucubraciones de Marshall McLuhan (1968). En la configura-
ción de este nuevo orden se superponen rasgos de las sociedades
internacionales descritas anteriormente, así como también nuevos
fenómenos que desafían algunas de las bases fundamentales de la
sociedad que ha emergido en las postrimerías del siglo XX y, al
menos en apariencia, desafían el protagonismo del Estado.
En palabras de Del Arenal (2010), la «nueva sociedad internacio-
nal» se caracteriza por ser universal y planetaria, heterogénea y com-
pleja, crecientemente interdependiente, políticamente no integrada y
sin regulación adecuada, y crecientemente desequilibrada y desigual.
Ante esta nueva realidad internacional, el Estado ha debido ade-
cuarse y adaptarse a la proliferación de actores, flujos y dinámicas
que, si bien ya existían desde hace un tiempo, han adquirido una
fisonomía nueva y una relevancia sin precedente. Es así como, fruto
de los avances de las tecnologías de información, comunicación y
transporte propios de la globalización y la descompresión resultante
del fin de la Guerra Fría, las tendencias hacia la heterogeneización e
interdependencia iniciadas durante la década de los 70 se han visto
notoriamente exacerbadas. Han proliferado un sinfín de actores,
distintos de los Estados y con creciente capacidad de influencia,
tales como organismos internacionales, instituciones financieras,
empresas transnacionales, grupos religiosos y una sociedad civil

27
Existen diversas posturas respecto a la cuestión de la globalización. Para
una introducción a este debate, ver el trabajo de David Held y Anthony
.D(SFX 


75
Shirley Götz Betancourt

global cada vez más influyente, dando como resultado una sociedad
internacional crecientemente compleja, heterogénea y fragmentada.
En desmedro de la tradicional función militar de los Estados,
las capacidades económicas y regulatorias han alcanzado cada vez
más gravitación en la mantención del orden internacional, en lo que
Pearson y Rochester (2004) han llamado el «eclipse del potencial
militar». Es por eso que pese a que las características tradicionales
de los Estados han sido erosionadas enormemente como fruto de
la globalización, «en principio, solo el monopolio legítimo de la
violencia, y la territorialidad permanecen como atributos intoca-
bles del Estado» (Del Arenal, 2005: 43). En la medida que aquello
que hacia fines de los setenta Robert O. Keohane y Joseph S. Nye
ponían en evidencia como los costos crecientes del uso del poder
militar se ha convertido en una realidad instalada a partir del fin
de la Guerra Fría, el poder económico ha cobrado cada vez mayor
importancia, y no solo para los Estados.
Dos tipos de actores del ámbito económico ejercen gran influen-
cia en la toma de decisiones tanto a nivel estatal como multilateral.
El primero de estos actores está representado por los organismos
y foros económicos internacionales tales como el Banco Mundial
(BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el foro del G828 y
la Organización Mundial de Comercio (OMC), instituciones que
han promovido la liberalización de las economías nacionales y del
comercio internacional. Fue precisamente la creación de la OMC en
1995, en reemplazo del GATT (siglas para General Agreement on
Tariffs and Trade) de 1947, el evento que develó el sentido alcanzado
en la dimensión económica del orden de post Guerra Fría, encami-
nado hacia la liberalización universal del comercio internacional.
El segundo tipo de actor son las empresas multinacionales, las
cuales, ante la carencia de un régimen internacional que las regule
y de límites ideológicos que restrinjan sus movimientos y su cre-
ciente poder económico, han adquirido una influencia progresiva
en las decisiones tanto en los ámbitos estatales como interestatales,
rebasando incluso el ámbito exclusivamente económico.

28
Compuesto por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña,
Italia, Japón, Rusia y la Unión Europea.

76
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

La confluencia y sintonía entre ambos tipos de actores ha limi-


tado en buena medida la capacidad –y voluntad– de los gobiernos
para regular los flujos económicos internacionales y para tomar
decisiones de manera autónoma.
En otro orden de cosas, el término de la lógica de enfrenta-
miento bipolar trajo aparejado el resurgimiento de conflictos que la
Guerra Fría había postergado. Los tradicionales conflictos interes-
tatales, que caracterizaron a los períodos anteriores, pasaron a ser
una excepción en un nuevo orden internacional determinado por
la complejización y multidimensionalidad de los fenómenos que
desafían la seguridad internacional. De acuerdo a Javier Solana,
las causas de los conflictos internacionales contemporáneos van
desde la pobreza y la incapacidad de los Estados para responder a
las demandas de sus ciudadanos (Estados fallidos) hasta disputas
étnicas y religiosas (Solana 2003:25).
Enfrentada a estos desafíos, la sociedad internacional ha dado
señales de una nueva forma de concebir el poder y la seguridad,
cimentando una nueva arquitectura de seguridad internacional en
la medida que la naturaleza de las amenazas ha mutado. Esta nueva
forma de comprender la cuestión de la seguridad, propiciada por
las experiencias de la ex Yugoslavia –hito inicial del nuevo tipo de
conflictos– y el fracaso estadounidense en Irak desde 2003, asume
la importancia de la acción multilateral y multidimensional, en con-
traposición al unilateralismo y militarismo propios de un sistema
no-cooperativo. En este sentido, las tradicionales operaciones de
paz desplegadas por Naciones Unidas, desde la Crisis de Suez de
1956, adquirieron en los albores del nuevo siglo una complejidad
acorde a los desafíos actuales.
Tras la experiencia fallida en la región balcánica de la ex-
Yugoslavia, las operaciones de paz se han orientado a entregar
respuestas integrales y multidimensionales a los desafíos de segu-
ridad, teniendo su máxima expresión en la adopción del principio
de responsabilidad de proteger, adoptado en el marco de la Cumbre
Mundial de Naciones Unidas celebrada el año 2005. Sobre este
nuevo cimiento jurídico, el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas ha adquirido una importancia y eficacia sin precedentes en
la resolución de los principales dilemas de seguridad internacional,

77
Shirley Götz Betancourt

a pesar de sus limitaciones y anacronismo. Como correlato de lo


anterior, los principios de no-intervención y soberanía29, constitu-
UJWPTEFMPSEFOJOUFSOBDJPOBMXFTUGBMJBOPZQSÃDUJDBNFOUFEPHNBT
del orden internacional de Guerra Fría, han tendido a relativizarse
en favor de la defensa de los Derechos Humanos.
Otros factores que han contribuido a la relativización del prin-
cipio de soberanía han sido el aumento de los flujos transnacionales,
la creación de instituciones como la Corte Penal Internacional, y
la profundización y ampliación del proceso de integración supra-
nacional europeo, así como el nuevo aliento de los procesos de
regionalización en América Latina30 y Asia Pacífico.

3.2 El orden internacional después del 11-S

Si bien los atentados terroristas contra el World Trade Center


y el Pentágono en Estados Unidos el día 11 de Septiembre de 2001
no constituyeron un punto de inflexión histórico, ni mucho menos
inauguraron un nuevo período en la historia mundial, son un buen
ejemplo de la tónica de la post Guerra Fría31. Junto con demostrar
el insospechado poder del que pueden hacer uso algunos actores no-
estatales, esta coyuntura y las dificultades posteriores refutaron de
plano la idea de un orden jerárquico e incuestionablemente liderado
por Estados Unidos que, no obstante las distintas visiones descritas
más arriba, había prevalecido desde los años noventa. Además, a
partir de 2001, los procesos de complejización de la realidad in-
ternacional se ven notoriamente exacerbados. Probablemente, las
acciones preeminentemente militares lideradas por Estados Unidos
en respuesta a la amenaza terrorista son el ejemplo más claro de
las dificultades del hegemón (y, en general, del Estado-nación) para
adaptarse a la nueva realidad internacional.
29
Para una visión que complejiza la noción de soberanía, ver Krasner (2001).
30
Es así como, por ejemplo, en 1991 se crea el Mercado Común del Sur
(Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y, recientemente, Venezuela) y en
1997 el Pacto Andino pasa a convertirse en la Comunidad Andina.
31
Immanuel Wallerstein (2005) propone interpretar este acontecimiento como
un símbolo de que el período posterior a la Segunda Guerra Mundial ha
generado las condiciones para el declive hegemónico de Estados Unidos,
en el mismo sentido que la Guerra de Vietnam, las revoluciones de 1968 y
el fin de la Guerra Fría.

78
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

Los atentados inauguraron la denominada «guerra contra


el terrorismo» bajo el liderazgo de George W. Bush y su política
exterior neoconservadora, política que contribuyó a erosionar las
bases multilaterales del orden internacional que su padre había
pretendido consolidar. En contraste con el apoyo multilateral con
que contó la Guerra del Golfo de 1991 y, en menor medida, la Gue-
rra de Afganistán de 2001, la invasión a Irak de 2003 constituyó
un desafío de grandes dimensiones al orden internacional vigente,
particularmente en lo relativo al uso de la fuerza. Contraviniendo la
tradicional noción del uso legítimo de la fuerza como auto-defensa
de un Estado frente a una agresión externa, Estados Unidos hizo
uso de la fuerza militar de manera unilateral contra Irak (es decir,
sin la aprobación del Consejo de Seguridad), argumentando la po-
sesión de armas de destrucción masiva –sospechas posteriormente
descartadas– en lo que ha venido a denominarse «doctrina de la
guerra preventiva» o «doctrina Bush».
El fracaso de la intervención estadounidense en Irak demostró
que, aunque resultase paradójico, ni siquiera el mismo Estados
Unidos podía actuar en detrimento del orden internacional, orden
que el propio Estado americano ha contribuido a forjar desde el
término de la Primera Guerra Mundial. Como fue demostrado por
el peso de los acontecimientos, el uso preventivo y unilateral de
la fuerza tiene altísimos costos no solo en términos económicos y
militares, sino también en términos de legitimidad y apoyo inter-
nacional (Muñoz 2005).
Con particular fuerza a partir de la última década, el orden
internacional unipolar se ha visto progresivamente amenazado por
la emergencia de nuevas potencias regionales con pretensiones de
ejercer influencia a nivel global, provenientes desde el segundo y
tercer mundo. Países como China, India, México, Brasil, Sudáfrica
y otra serie de potencias medias han adquirido una importancia
creciente durante los primeros años del siglo XXI, particularmente
en el ejercicio de su rol de potencias regionales-mediadoras32, y a

32
Alberto Rocha y Daniel Morales (2008: 23) los definen como «Estados
semiperiféricos que destacan por el desarrollo intermedio de sus capacidades
materiales e inmateriales, su posicionamiento estructural entre los Estados
centrales y periféricos, sus proyecciones geopolíticas a nivel regional, su

79
Shirley Götz Betancourt

partir de la creación del G-20 en 1999 y su participación en las


reuniones del G8+5. No obstante algunas similitudes, las nuevas
potencias emergentes se diferencian del Movimiento de los Países
No-Alineados en aspectos específicos de su conformación y obje-
tivos. En lo relativo a su posición frente al orden internacional, la
diferencia sustancial es que las nuevas potencias emergentes no
buscan modificarlo radicalmente sino introducir reformas encami-
nadas hacia su adaptación al equilibrio de poder de inicios del siglo
XXI33. En efecto, la confrontación entre ricos y pobres en el sistema
internacional ha sido reemplazada por la búsqueda de consensos
(Russell 1993).
No obstante lo anterior, es importante tener presente que en la
actualidad persiste la fuerza opositora de países provenientes de la
periferia del sistema internacional que desafían a Estados Unidos y
la no-proliferación de armas nucleares por medio del desarrollo de
programas nucleares, accionar que se observa en países tales como
Irán, Corea del Norte y Venezuela. El desvío respecto de las bases
del orden internacional ha llevado a estos países a ser considerados
«Estados parias».

3.3 El orden venidero

Durante la última década se han planteado una serie de pro-


puestas teóricas respecto de la configuración que asume el orden
internacional actual y el venidero. Entre estas propuestas se encuen-
tran las tesis de la «apolaridad» (nonpolarity) de Richard N. Haass
(2008), la del «Imperio» de Michael Hardt y Toni Negri (2000), la
del «orden post-americano» de Fareed Zakaria (2008) y la de la
inevitabilidad de la creación de un «Estado mundial» de Alexan-
der Wendt (2003). Además, es de interés la propuesta normativa

rol de liderazgo regional y su función de mediación entre las potencias


mundiales y los Estados periféricos».
33
Destaca entre esas reformas las pretensiones de modificación de la
composición del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. No obstante
esta y otras demandas pueden ser legítimas e, incluso, deseables, lo cierto
es que su factibilidad, en el mediano plazo, ronda en la incertidumbre toda
vez que la modificación del statu quo del orden internacional no ofrece
incentivos para aquellos que se ven beneficiados por su vigencia (por
ejemplo, los países europeos).

80
Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional

de David Held y Daniele Archibugi (1995). No obstante, tal como


señalara Henry Kissinger (2004), la forma final del nuevo orden
internacional será solo visible hasta bien entrado nuestro siglo.
La crisis económica de 2008-2009 y las réplicas que al cierre
de estas líneas aún se sienten con particular intensidad en la Unión
Europea han puesto en jaque tanto el pilar libremercantil del or-
den internacional de post Guerra Fría, como el proceso mismo de
integración multidimensional europeo, paradigma de la visión re-
gionalista que alguna vez se dijo ordenaría el sistema internacional.
El signo de la post Guerra Fría ha sido la carencia de un orden
internacional claramente delimitado, en término de reglas, patro-
nes de acción de los actores estatales y procesos constitutivos. Con
todo, es preciso recalcar que, incluso frente al gran desafío que los
fenómenos descritos han implicado para la sociedad internacional,
los Estados siguen constituyendo el principal punto de referencia al
hablar del orden internacional, toda vez que son la máxima auto-
ridad soberana y, por lo tanto, sobre estos recae la responsabilidad
de construir orden en la anarquía.

81
Shirley Götz Betancourt

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83
Capítulo iii
Teorías de las Relaciones
Internacionales: del Primer
al Tercer Debate1
Isabel Rodríguez Aranda

i. Introducción

Desde que las Relaciones Internacionales comenzaron a conformarse


como disciplina al finalizar la Primera Guerra Mundial (1914-1918),
se han desarrollado tres debates teóricos principales: el primero, en-
tre el idealismo –llamado también liberalismo utópico– y el realismo;
el segundo, entre los enfoques tradicionales y el conductismo; y el
tercero, entre el neorrealismo y el neoliberalismo, en el que también
podemos agregar al neomarxismo. Este capítulo se propone expli-
car cada uno de estos debates, analizando las principales teorías y
autores que les dan contenidos. Resulta interesante constatar que
estas distintas teorías que repasaremos coexisten hasta hoy para
explicar el objeto de estudio de las Relaciones Internacionales, la
sociedad internacional. Cuando decimos que coexisten, nos referi-
mos a dos fenómenos: primero, que todas las teorías desarrolladas
en la disciplina, incluso las primeras que surgen a inicios del siglo
XX, se mantienen vigentes y son válidas para explicar la realidad
internacional, y segundo, que ninguna de esas teorías es excluyente
de las otras para analizar un mismo hecho. Estos dos aspectos, o
características, son los que explican una coexistencia teórica que es

1
Se agradece la colaboración de Diego Leiva Van de Maele y su aporte a los
contenidos de este capítulo.

85
Isabel Rodríguez

importante tener en cuenta para poder abarcar los hechos y proble-


mas internacionales en su más profunda complejidad.
En general, las distintas teorías –llamadas también paradigmas
en la literatura de la disciplina– dan respuestas a preguntas sobre
los principales actores, problemas y procesos. Así, desde su propia
visión, cada teoría explica los hechos, identifica los problemas
y ofrece las respuestas o soluciones. Sin embargo, esas distintas
respuestas coexisten y la mayoría de las veces se complementan.

ii. Idealismo

Iniciando nuestro análisis con el idealismo, debemos señalar que


corresponde a la primera reflexión o intento teórico para explicar
las Relaciones Internacionales propiamente, situando su desarrollo
entre los años 1919 y 1939. En dicho contexto, posterior a la Primera
Guerra Mundial, la guerra como acontecimiento internacional será
el problema identificado como central en la discusión teórica, cuyo
objetivo será pensar y proponer posibles soluciones a dicho proble-
ma, para lo cual el énfasis estará en activar elementos normativos
e institucionales en las relaciones internacionales que evitarán una
segunda guerra de esas dimensiones. Siguiendo la tradición kantiana
y racionalista de las Relaciones Internacionales que han sostenido
destacados autores como Platón, Dante, Vitoria, Suarez, Grocio
y Pudendorf, los idealistas se basaron en las premisas filosóficas
que construían una concepción positiva de la naturaleza humana,
donde la razón y la existencia de intereses complementarios y no
antagónicos llevan a resaltar una visión de progreso que se aleja del
determinismo. Hay, por lo tanto, extrapoladas estas características
humanas a los Estados, una constante búsqueda de racionalidad y
moralidad en el plano internacional.
Es así como una visión optimista del hombre, donde priman
atributos como la razón, la templanza, la sociabilidad y la cultura,
permitirá, según los idealistas, superar situaciones de conflicto
y violencia. Por ello, la política internacional resalta el ejercicio
consecuente de la razón, que implica un análisis de los intereses,
ventajas y condiciones para que de las negociaciones surjan acuerdos
duraderos y estables. Sin duda, la apuesta es por la cooperación, sea

86
Teorías de la Relaciones Internacionales

esta de regulación como el Derecho Internacional, de organización


como las Organizaciones Internacionales, o de cultura y valores
políticos como es la democracia.
En el plano de los actores, entra a jugar un rol muy influyente
un actor internacional que explica en parte la influencia liberal
en las Relaciones Internacionales desde los inicios de la disciplina
(Jackson y Sorensen 2003: 37). Nos referimos a Estados Unidos,
país que ingresa a la Primera Guerra Mundial en 1917, lo que a la
postre determina el resultado a favor de los aliados democráticos
Gran Bretaña y Francia, y la derrota de los poderes autocráticos
de Alemania, Austria y Turquía. También es relevante mencionar
que EE.UU. tenía un presidente que era académico de la ciencia
QPMÎUJDB 8PPESPX8JMTPO RVJFOUPNBSÃFMEFTBGÎPJNQVFTUPQPS
la Primera Guerra Mundial como una forma de llevar los valores
democráticos liberales a Europa y al resto del mundo (Jackson y
Sorensen 2003: 37). En este sentido, hay una clara relación entre las
ideas de reformar el sistema internacional y reformar las estructuras
internas de los Estados autoritarios. La famosa frase de Wilson «la
democracia hará seguro al mundo» es la que resume su visión de
las Relaciones Internacionales, y la hará explícita en su programa
de 14 puntos que presentó al Congreso de EE.UU. en 1918, lo que
fue razón para que recibiera el Premio Nobel de la Paz en 1919
(Griffiths 1999: 98).
Pero lo relevante fue que estos 14 puntos influenciaron la
Conferencia de París que inaugura un nuevo orden internacional
post Primera Guerra Mundial. De esos 14 puntos, podemos nom-
brar resumidamente (Keohane 1990: 169): el fin de la diplomacia
secreta, el fin de las barreras a la libre navegación de los mares, el
fin de las barreras al comercio, la reducción de armamento bajo el
concepto de seguridad colectiva, respetar el principio de la auto-
determinación de los pueblos y la creación de una Organización
Internacional que garantice el respeto por la independencia política
e integridad territorial de todas las naciones. Este último punto se
concretará con la creación de la Sociedad de Naciones que junto
al Derecho Internacional ofrecerán todos los elementos –eso se es-
pera «idealistamente»– para resolver diferencias y conflictos entre
los Estados antes de que se llegue a una guerra. En este sentido, el

87
Isabel Rodríguez

punto más destacable de la Sociedad de Naciones fue la firma del


Pacto de Briand Kelloggs en 1928, que fue suscrito por todas las
naciones y abolía la guerra y la justificaba solo como opción en
casos extremos de legítima defensa (Jackson y Sorensen 2003: 38).
Entre los autores destacados, Norman Angell, ya en 1912, es-
cribía en su libro «La Gran Ilusión» que los costos de la guerra son
mayores a la cooperación porque esta produce división política y
afecta gravemente al comercio; por lo tanto, no es tal la creencia de
algunos gobernantes de que la guerra trae beneficios (Angell 1912).
Por su parte, Kelsen, en su libro «Derecho y Paz en las Relaciones
Internacionales», escrito en plena Segunda Guerra Mundial, tra-
bajaba la idea de que el Derecho Internacional tendría todas las
soluciones a los posibles conflictos entre los Estados señalando que:

«El derecho es, en esencia, un orden para promover la


paz. Tiene por objeto que un grupo de individuos pueda
convivir en tal forma que los conflictos que se susciten
entre ellos puedan solucionarse de una manera pacífica;
esto es, sin recurrir a la fuerza y de conformidad con
un orden de validez general. Este orden es el derecho»
(Kelsen 1986: 152).

David Mitrany, (1933) proponía un orden internacional inspi-


rado principalmente en el auge y desarrollo de las organizaciones
internacionales. En definitiva, todos los autores tenían como objetivo
construir un sistema universal de paz. Con ellos también se inicia-
ron las primeras cátedras de Relaciones Internacionales en Gran
#SFUBÒBZ(BMFT FOMBT6OJWFSTJEBEFTEF"CFSZTUXZUI 0YGPSEZFO
la London School of Economics.
0USPTBVUPSFTEFTUBDBEPTEFMQFSJPEPTPO(-PXFT%JDLJOTPO
(«The European Anarchy», 1916); Leonard Woolf («International
Government», 1916), Arthur Ponsonby («Democracy and Diplo-
macy», 1915), Jan Smuts («The League of Nations», 1918), entre
otros (García Picazo 1998: 56). Además, en la propia institución
de la Liga de las Naciones se creó un grupo de estudio en el ámbito
de la cultura que convocó a 12 miembros, intelectuales destacados
del periodo, como Bergson, Einstein, Marie Curie, Lorentz, Freud,
Thomas Mann entre otros (García Picazo 1998: 59).

88
Teorías de la Relaciones Internacionales

4PCSFTBMFUBNCJÊOMBDPOUSJCVDJÓOEF0TXBME4QFOHMFS RVJFO
en 1918 publica el primer tomo de su libro «La Decadencia de
Occidente», y en 1922 publica el segundo tomo, obra que es reedi-
tada treinta veces en los cinco primeros años incluyendo la edición
revisada de 1923 (García Picazo 1998: 62). Su planteamiento es
pesimista en el contexto idealista descrito, ya que interpreta la his-
toria como cíclica, colocando el énfasis en lo que él llama las «altas
culturas», las que tendrían un nacimiento, desarrollo, plenitud, de-
cadencia y muerte, y donde la cultura occidental estaría destinada
a este proceso cuyo principal indicador de la etapa de decadencia
son las grandes guerras y crisis.
Como balance general del periodo idealista, podemos men-
cionar que se lograron definir los principios teóricos básicos de las
Relaciones Internacionales para posicionarla como futura materia
de indagación científica en instancias académicas. Al mismo tiempo,
se logró discutir abiertamente el fundamento de las instituciones
rectoras del orden internacional vigente –por lo menos, hasta la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945)–, y de los valores que arti-
culan la política internacional como son la soberanía, la diplomacia
y el Derecho. No obstante lo anterior, y a pesar de la identificación
de autores y de sus trabajos, debemos recalcar que sus respectivos
aportes de construcción intelectual no lograron constituirse en un
todo coherente y compacto que pudiéramos identificar como una
comunidad académica especializada. Serán los realistas, a finales de
los años 30, quienes les darán identidad de grupo denominándoles
«idealistas», tras refutarles sus explicaciones doctrinarias, teóricas
e ideológicas para dar forma a un segundo enfoque de la disciplina,
el realismo.

iii. Carr, entre el idealismo y el realismo

"àOBMFTEFMBEÊDBEBEFM &EXBSE)BMMFU$BSS DPOTVMJCSPj-B


Crisis de los Veinte Años (1919-1939)», marca un momento crucial
en el inicio del desarrollo teórico de las Relaciones Internacionales.
Su publicación se da justo en septiembre de 1939, un poco antes
de que Hitler invadiera Polonia, hecho que da inicio a la Segunda
Guerra Mundial, causando mucho interés en el marco de las Relacio-

89
Isabel Rodríguez

nes Internacionales. Carr reflexiona sobre el problema de la guerra


desde una nueva perspectiva que expresa en su libro basándose en
la crítica y la negación de la validez de las premisas idealistas y en
función de los acontecimientos que se iban desencadenando para
provocar la segunda guerra de dimensiones mundiales.
En dicho contexto, para el autor, el pensamiento idealista se
sustenta en generalizaciones superficiales, imaginarias, deseosas
del deber ser, pero alejadas de la realidad tal como es. Él apuesta
por crear un pensamiento teórico y sistemático de las Relaciones
Internacionales pero no alejado de la realidad ni centrado en fines
y metas utópicas, sino desde una mirada de proceso. Y en dicho
proceso son muchos más los factores a considerar en los análisis,
como por ejemplo, el poder, los intereses cambiantes de las naciones
y la moralidad individual distinta a la moralidad estatal. En ese
sentido, el autor, remontándose a Maquiavelo, se pregunta cómo es
posible que el poder, siendo un elemento tan antiguo en la doctrina
política, haya quedado fuera del análisis idealista.
Carr toma como punto de partida a Maquiavelo y los siguientes
tres principios desarrollados de forma implícita en su teoría (Carr
1939: 110): primero, que la historia es una secuencia de causa y
efecto, y puede ser analizada y comprendida mediante un esfuerzo
intelectual, pero no –como creen los utópicos– dirigido por la «ima-
ginación»; segundo, la teoría no crea la práctica, sino la práctica a
la teoría; y tercero, la política no es –como pretenden, según Carr,
los utópicos– una función de la ética, sino la ética de la política.
Según Maquiavelo, la moralidad es producto del poder (Carr
1939: 110), y esta puede ser efectiva en la medida que exista una
autoridad efectiva. Carr afirma que Bodino y Hobbes lograron en su
trabajo desarrollar la idea de separar la ética de la política y «com-
pletar a través de los medios teóricos la división que Maquiavelo
había hecho en el terreno práctico» (1939: 111). Para Carr (1939:
157), «mientras que la política no puede ser satisfactoriamente
definida exclusivamente en términos de poder, se puede decir con
seguridad que el poder siempre es un elemento esencial de la polí-
tica». Siguiendo al autor, el poder político entonces puede dividirse
en tres categorías (1939: 164): poder militar, poder económico y

90
Teorías de la Relaciones Internacionales

poder sobre la opinión. Estas categorías son interdependientes, pero


la predominante es el poder militar:

«La importancia suprema del instrumento militar


radica en el hecho de que la ultima ratio del poder en
las relaciones internacionales es la guerra. Todo acto del
Estado, en su aspecto del poder, se dirige a la guerra,
no como un arma deseable, sino como arma que puede
utilizarse como último recurso» (1939: 164).

Finalmente, el autor concluye que «el poder militar, siendo un


elemento esencial en la vida del Estado, se convierte no solo en un
instrumento, sino en un fin en sí mismo» (1939: 167).
Carr distingue también entre la moralidad individual y la mo-
ralidad del Estado hacia el exterior, existiendo distintos criterios
para actuar en cada ámbito (1939: 219-224), sin que esto impli-
que la ausencia de moralidad en el ámbito internacional. También
señala que si se considera una utopía el ignorar el elemento de
poder –principal crítica a los idealistas–, el ignorar a la moralidad
en cualquier orden mundial sería irreal. Esto debido a que cualquier
orden internacional necesita una dosis de consenso general aparte
de su base de poder, al igual que los gobiernos de los Estados, que
necesitan tanto el poder como el consentimiento de los gobernados
para dar base a su autoridad (Del Arenal 1984: 130).
No obstante, el autor realiza una profunda crítica a la idea de
la armonía de intereses, porque acusa a los países más poderosos
de justificar sus acciones generalizando sus propios intereses a los
más débiles, utilizando los recursos legales y morales para convencer
que lo que es bueno para ellos es bueno para todos. Hay, por lo
tanto, detrás de la armonía de intereses, una intencionalidad, una
estrategia de poder, que presupone ser un pensamiento objetivo que
engloba a la comunidad internacional y que permite desacreditar
moralmente la política del enemigo y justificar moralmente la propia
(Oro 2006: 235-341). Así:

«La doctrina de la armonía de intereses sirve como


un recurso ingenuo con el fin de justificar y mantener
su posición dominante. En un sentido, es cierto que sus

91
Isabel Rodríguez

intereses son los de la comunidad, ya que su bienestar ne-


cesariamente conlleva cierto grado de bienestar para otros
miembros de la comunidad y su colapso supone el colapso
de la comunidad en su conjunto» (Carr 1939: 127).

En este análisis de Carr, encontramos una importante influencia


de Reinhold Nieburh, teólogo político norteamericano, quien en su
libro «Hombre Moral y Sociedad Inmoral» de 1932, explica que la
ciudad terrena está inevitablemente marcada por intereses diversos
y contrapuestos, lo que hace imposible una auténtica justicia y paz
duradera para todos. A partir de esta idea base, Nieburh configuró
la siguiente explicación de la realidad internacional: que los Esta-
dos, al ser por naturaleza egoístas, tienen muchas dificultades para
establecer relaciones éticas y esto se debe fundamentalmente a la
naturaleza egoísta de los ciudadanos, quienes identifican su bienestar
solo con el espacio nacional y no con el resto de la humanidad. En
consecuencia, la forma de mitigar el conflicto es que los mismos
Estados asuman su responsabilidad moral con la humanidad y la
articulen en su política exterior. Nieburh, y en esto se diferencia de
Carr, resalta el rol de Estados Unidos en este proceso y destaca que
es un país que puede definir su interés nacional de forma amplia
para poder incluir los intereses y derechos del resto de la humanidad,
es decir, lo que es bueno para EE.UU. es bueno para el resto del
mundo (por ejemplo, detener el comunismo, detener la destrucción
nuclear, eliminar el autoritarismo, entre otros temas). Por supuesto,
para Carr, un vencedor que quiere igualar sus intereses al resto de
la humanidad es sospechoso de tener una estrategia que busque
mantener o acrecentar su poder.
Con esta crítica articulada en base al poder, los intereses y la
ética, Carr construye las bases del enfoque realista que tendrá un
importante protagonismo en el estudio de las Relaciones Interna-
cionales del periodo de Guerra Fría (1947-1991), protagonismo
que se mantiene relativamente hasta la actualidad.
El punto de partida del enfoque realista es una concepción
antropológica pesimista de la naturaleza humana donde el hom-
bre es egoísta y conflictivo, y dicha explicación se extrapola al
comportamiento de los Estados. Aquí, la tradición de pensamiento
está en autores clásicos como Aristóteles, Tucídides, Maquiavelo,

92
Teorías de la Relaciones Internacionales

Hobbes, Bodino y Hegel. Esto lleva necesariamente a una visión


determinista del mundo, donde el conflicto estará siempre presen-
te en las Relaciones Internacionales, y donde la cooperación será
efímera porque prevalecerá la constante competencia de intereses
y la búsqueda de poder de los actores. Por lo tanto, los periodos de
paz en las Relaciones Internacionales se entenderán como periodos
de ausencia de guerra.
El concepto de poder en este enfoque realista será fundamental;
de alguna manera, el poder se transforma en un medio y en un fin
al mismo tiempo. Los Estados buscan más poder y lo logran a tra-
vés de recursos de poder. La política internacional se entiende y se
denomina la «política del poder», es decir, una política de fuerzas.
En este sentido, el Derecho Internacional es también expresión y
sanción de poder, así como los Tratados Internacionales y las Orga-
nizaciones Internacionales tienen una validez limitada, y la justicia o
sanción finalmente la coloca el más poderoso, es decir, el vencedor.
La anarquía, condición natural del sistema internacional, en-
tendida como la ausencia de autoridad legítima y ordenadora fuera
de los Estados, provoca que estos busquen y deban sobrevivir. Para
ello, el único medio posible es generar equilibrios de poder y para
lograrlos, necesitan mayor poder. No obstante, la condición de anar-
quía no significa mirar el sistema internacional desde una perspectiva
hobbesiana de guerra de todos contra todos, sino únicamente como
ausencia de una jerarquía de poder por sobre los Estados.
En efecto, Hobbes, en su obra «Leviatán» (1978), construye la
concepción del «estado de naturaleza» del ser humano, en el cual
hay una situación de guerra de «todos contra todos» que implica
una amenaza e inseguridad constante para cada individuo. La forma
de superar este «estado de naturaleza» es a partir de la creación y
mantenimiento de un Estado soberano; así, cada individuo colabora
con el otro en un pacto instrumental que les garantiza seguridad.
De esta forma, «están básicamente impelidos a instituir un Estado
soberano no por su razón (inteligencia), sino más bien por su pasión
(emoción)»2 (Jackson y Sorensen 2003: 74).
Siguiendo a Jackson y Sorensen (2003), podemos identificar
tres elementos centrales del análisis de Hobbes: primero, que la
2
Traducción del editor.

93
Isabel Rodríguez

instauración de los Estados soberanos resuelve un problema, pero


instala otro inmediatamente; «el mismo acto de institución de un
Estado soberano para escapar del temido estado de naturaleza si-
multáneamente crea otro estado de naturaleza entre Estados» (2003:
75). Esto se conoce como el «Dilema de Seguridad» en la política
mundial, situación de la que no es posible escapar tal y como se
logra a nivel de individuos, puesto que «no existe la posibilidad
de constituir un Estado global o gobierno mundial»3 (2003: 75).
Segundo, el estado de naturaleza internacional es una condición de
guerra efectiva o potencial, en donde la guerra puede ser incluso
necesaria en caso de considerarse como el último recurso. Y tercero,
para Hobbes, el valor fundamental es la «paz doméstica», aun por
sobre la seguridad y la sobrevivencia.
En este sentido, el objetivo de los Estados es adquirir el ma-
yor poder posible y la política internacional se transforma en un
perpetuo juego cuyo objeto es adquirir el máximo de poder. No
importa el sistema político o económico de un Estado; todos se
comportan igual. Esto nos lleva a mencionar que la imagen de
análisis del realismo es el modelo de bolas de billar, en el cual los
Estados son unidades políticas compactas y coherentes que hacia
sus pares resultan impenetrables y, por lo tanto, impredecibles en
sus movimientos. Asimismo, estas unidades están en choque cons-
tante (conflicto) porque no hay movimientos o reglas establecidas;
además, cualquier movimiento de una bola afecta a todas las otras
(Barbé 2007: 62).
El elemento normativo del realismo se encuentra en el concepto
de seguridad nacional y la sobrevivencia del Estado, consideran-
do que este último es esencial para la vida de los ciudadanos al
garantizarles los medios y condiciones de seguridad y bienestar
básicos (Jackson y Sorensen 2003: 69). Así, si la unidad de análisis
del realismo es el Estado como actor principal de las Relaciones
Internacionales y el modelo es el de bolas de billar, la problemática
de estudio es la seguridad nacional en un medio hostil donde la
amenaza es constante y se da en el plano militar. Consideremos que
el contexto internacional que acompaña el desarrollo del enfoque
realista es precisamente el periodo de Guerra Fría; en consecuen-
3
Traducción del editor.

94
Teorías de la Relaciones Internacionales

cia, los discursos se articulan en torno a conceptos como guerra y


paz, estrategia y diplomacia, alianzas militares y armamentos. Los
realistas presuponen entonces una jerarquía de los problemas en la
política internacional, la cual es encabezada por las cuestiones de
seguridad militar, que denominan «alta política», diferenciándola
de la «baja política», la cual se encarga de los otros temas interna-
cionales: economía, medio ambiente, derechos humanos entre otros.

iv. Morgenthau y el realismo neoclásico

Hans Morgenthau destaca por tres obras; la primera, «Scientific


.BOWT1PXFS1PMJUJDTv QVCMJDBEBFOFOFMQMBOPEFMBàMP-
sofía política; la segunda, «Politics among Nations», publicada en
1948, sobre teoría de las Relaciones Internacionales y la tercera, «In
Defense of National Interest» (1951), que corresponde a un análisis
de la política exterior de EE.UU. De ellas, la segunda se conoce como
el primer estudio sistemático para explicar la política internacional
y el primer intento de abordar las Relaciones Internacionales como
disciplina autónoma distinta a la historia, el Derecho Internacional
o la historia diplomática. Morgenthau logra formular una autentica
teoría general de la política internacional, siendo su objetivo aportar
orden y significado a una masa de fenómenos que parecían desconec-
tados e ininteligibles (Del Arenal 1984: 135). Sin embargo, el autor
entiende que la política es un arte y no una ciencia, y su objetivo
es identificar tendencias de comportamiento de los Estados. Desde
ese punto de vista, son leyes objetivas pero que hunden sus raíces
en la naturaleza humana que es necesario comprender (Del Arenal
1984: 139) y que dan espacio para conformar una disciplina autó-
noma. Favorecerá a este proceso teórico el contexto internacional
caracterizado por la Guerra Fría, que permitirá que sus principios
teóricos se correlacionen con la política internacional contingente.
Según el autor, hombres y mujeres son por naturaleza animales
políticos –tal y como lo había afirmado Aristóteles–, y nacen para
perseguir y disfrutar el poder. Morgenthau habla del animus domi-
nandi para referirse al hombre en este estado natural, y menciona
que es por este estado y sus características que los hombres entran

95
Isabel Rodríguez

inevitablemente en conflicto entre unos y otros, por el deseo de


poder (Morgenthau 1965: 192).
Entre los elementos centrales de su teoría, podemos mencionar
dos: primero, define la política como «una lucha por el poder sobre
los hombres, y cualquiera que sea su meta final, el poder es su objeti-
vo inmediato y las maneras de adquirirlo, mantenerlo y demostrarlo
determinan la estrategia de acción política»4 (Morgenthau 1965:
195); y segundo, que el sistema internacional de Estados tiende
a la anarquía y al conflicto. En la justificación del poder, el autor
se apoya en Tucídides y Maquiavelo para afirmar que existe una
moralidad para la esfera privada y otra diferente para la pública,
en donde la ética política permite algunas acciones que no serían
toleradas en el ámbito privado (Jackson y Sorensen 2003: 77). En
el caso de Tucídides, su estudio se basó en los conflictos entre las
antiguas ciudades-Estado griegas (Guerra del Peloponeso, 431-404
a.c.), y entre estas y los imperios externos (Guerras médicas en el
siglo V a.c., por ejemplo). Según Tucídides, en su libro «Historia
de la Guerra del Peloponeso», todos los Estados, independiente de
su tamaño, deben adaptarse a la realidad dada la desigualdad de
poderes y comportarse acorde a esto. Si logran adaptarse, podrán
sobrevivir; en caso contrario, se encontrarán en una situación
peligrosa que los podría llevar incluso a su destrucción (Jackson y
Sorensen 2003: 71). En consecuencia, desde la visión del realismo
clásico debemos entender las relaciones internacionales como «una
anarquía de Estados separados que no tienen otra opción que actuar
de acuerdo a los principios y prácticas del poder político, en el cual
la seguridad y sobrevivencia son los valores principales, y la guerra
es el árbitro final» (Jackson y Sorensen, 2003: 72). Por otra parte, el
aporte de Maquiavelo al realismo clásico se centra en la importancia
que le otorga al líder del Estado en la protección del mismo y de
sus ciudadanos, sin importar en muchos casos los medios para la
consecución de dichos objetivos. En este sentido, siendo la libertad
nacional el valor supremo de un Estado según el autor, el uso del
poder y el engaño son perfectamente justificables para el manejo
de la política exterior de los Estados y por el contrario, señala que
los principios éticos cristianos como amar al prójimo o ser pacífico
4
Traducción del editor.

96
Teorías de la Relaciones Internacionales

deberían ser ignorados para de este modo asegurar esta libertad e


independencia y defender los intereses del mismo en pos de lograr
su sobrevivencia.
Uno de los más importantes aportes de la teoría de Morgenthau
es lo que el autor denomina los seis principios del realismo político,
que en términos simples señalan (Ortiz 2000: 114-116):
Los Estados se rigen por leyes objetivas de la política internacio-
nal derivadas de la naturaleza humana y la anarquía internacional.
Para mejorar la sociedad es necesario entender dichas leyes, de ahí
la necesidad de desarrollar una teoría racional.
Los intereses nacionales se definen en términos de poder,
proporcionando continuidad y unidad a las distintas políticas
exteriores de los Estados, haciendo posible su estudio sistemático
e interpretación. El poder, entonces, es el eslabón que conecta la
razón y los hechos.
El interés es un criterio objetivo y universalmente válido que se
centra en la supervivencia de los Estados al proteger su patrimonio
físico, político y cultural de los ataques de los otros Estados. No
obstante, el interés y el poder no tienen un significado inmutable y
van cambiando de acuerdo al contexto histórico y cultural.
Importa la ética de los resultados y no de la acción. En lo
abstracto, la ética juzga las acciones humanas de acuerdo con su
conformidad con la ley moral; la ética política la juzga de acuerdo
con sus consecuencias políticas.
No existe una moral universal porque todos persiguen sus
respectivos intereses definidos en términos de poder.
La especificidad de la política es necesaria para comprender
los anteriores principios y las acciones políticas deben juzgarse por
criterios políticos.
Morgenthau también destaca los elementos necesarios para la
existencia de periodos de paz en el sistema internacional, como son
las limitaciones normativas del tipo Derecho Internacional, moral
internacional y opinión pública mundial, aunados a mecanismos
autoregulatorios que conceptualiza como equilibrio de poder, para
el cual es fundamental la construcción de consensos a nivel interna-
cional que actúen como restricciones a las acciones de los Estados
y permitan que todos acepten un determinado equilibrio de poder.

97
Isabel Rodríguez

En esta misma línea, Henry Kissinger (1964) destaca la nece-


sidad de construir un orden internacional que dé estabilidad y es
precisamente a los EE.UU. a quien le corresponde buscar una nueva
legitimidad de los consensos internacionales, principalmente con
las otras grandes potencias. El autor reconoce tres aspectos nuevos
de la realidad internacional del periodo de Guerra Fría: primero, el
número de participantes en la vida internacional se ha incrementado
y su naturaleza se ha alterado al pasar a un sistema bipolar; segundo,
la capacidad técnica que poseen las dos potencias para afectarse
mutuamente ha crecido muchísimo en base al armamento nuclear; y
tercero, el alcance de sus objetivos exteriores ha aumentado, dando
paso a un conflicto político e ideológico mundial.
Por lo tanto, la reflexión del autor apunta a cómo llegar a
construir un orden internacional estable y propone que la estructura
interna de los Estados es un factor fundamental en cuanto determina
las decisiones en política exterior (Del Arenal 1984: 143). Asimismo,
Kissinger llama la atención sobre los riesgos de algunas estructuras
internas explicando que:

«Las estructuras internas contemporáneas presentan


una amenaza sin precedentes para el nacimiento de un
orden estable de alcance internacional. Las sociedades
burocráticas-pragmáticas se concentran en la manipu-
lación de una realidad empírica que tratan tal y como
se muestra; las sociedades ideológicas se encuentran
divididas entre un enfoque esencialmente burocrático
y un grupo que utiliza la ideología principalmente para
fines revolucionarios. Y los nuevos países poseen un alto
incentivo para buscar en la política exterior la perpetua-
ción de la dirección carismática» (1970: 47).

Desde este punto de vista, la estructura de un Estado puede ser


una panacea o un obstáculo para esos consensos. Al mismo tiempo,
la diplomacia tiene un rol fundamental en la construcción de esos
consensos y para el establecimiento de un orden legítimo. Como
explica Del Arenal (1984: 150), un sistema internacional estable está
caracterizado por Estados cuyas estructuras políticas están basadas
en nociones compatibles sobre los medios y los fines de la política
exterior, lo que permite un acuerdo en esos puntos y hace que sean

98
Teorías de la Relaciones Internacionales

mínimas las tentaciones de usar una política exterior aventurera


para lograr la cohesión interna.

V. Realismo y conductismo

Al realismo se le ha criticado el tener poco rigor científico en sus


investigaciones. Tal crítica ha sido formulada principalmente por los
miembros del conductismo, corriente teórica centrada en EE.UU. y
Gran Bretaña que desde los años 50 afecta a todas las ciencias socia-
les con importantes consecuencias en el campo de la Ciencia Política.
Esto da origen al segundo debate en las Relaciones Internacionales
–entre los enfoques clásicos y los conductistas o behavioristas– que
se institucionaliza como tal en la disciplina desde fines de los años
sesenta. Como señala Halliday (2002: 54), este espacio se podría
entender como un debate entre dos tradiciones «nacionales», esto es,
el enfoque inglés (clásico) y el enfoque estadounidense (conductista).
Según los conductistas, el comportamiento humano debía
observarse de manera sistemática y comprensiva a fin de obtener
evidencia empírica suficiente para lograr elaborar leyes científicas,
para lo cual impulsarán una metodología cuantitativa y el uso de
modelos matemáticos. Por supuesto, aspectos que no están presen-
tes en las obras de Morgenthau o Kissinger, ni tampoco en otros
destacados autores realistas como Kennan, Wigth, Mestre, Fraga,
4DIXBS[FOCFSHFS FOUSFPUSPT
La crítica al realismo se enfoca principalmente en su explicación
sobre la política mundial centrada casi por completo en la lucha por
el poder y en su estatocentrismo respecto de la consideración de sus
actores principales. Morton Kaplan (1957), uno de los principales
conductistas, en su obra «The Revolution in World Politics», critica
al realismo desde el lenguaje sistémico. Para él, la teoría de sistemas,
y no el realismo, es la herramienta adecuada para el estudio de la
política internacional en tanto permite la integración de variables de
diferentes disciplinas. Kaplan entendía al sistema como un conjunto
de variables interrelacionadas, que se mantenían bajo el efecto de
las perturbaciones de dicho entorno con procesos de retroalimenta-
ción en base a tensiones y reacomodaciones del sistema. Otro autor
crítico del realismo perteneciente a este enfoque es Karl Deutsch

99
Isabel Rodríguez

(1961), quien contribuyó en la teoría de la integración internacional


a partir de la teoría de la comunicación.
En respuesta a los planteamientos de esta nueva corriente que
Halliday (2002: 54) llama «cuantitativa, ahistórica y rigurosa»,
destaca el trabajo de Hedley Bull desde la escuela inglesa, quien
defiende el enfoque clásico publicando su artículo «International
Theory. The Case for Classical Approach»5. Como explica del Arenal
(1984: 113), Bull (1966) definirá el enfoque clásico como:

«El enfoque teórico que deriva de la filosofía, la his-


toria y el derecho, y que se caracteriza sobre todo por su
manifiesta confianza en el ejercicio de la razón y por la
suposición de que si nos ceñimos a las normas estrictas
de prueba y verificación, poco queda por decir sobre las
relaciones internacionales; que las proposiciones gene-
rales sobre este campo deben en consecuencia derivarse
de un proceso de percepción o intuición científicamente
imperfecto, y que estas proposiciones generales ni pueden
ser establecidas más que en base al estatus provisional e
inconcluso apropiado a su problemático origen».

No obstante, existiendo estas oposiciones entre clásicos y


conductistas, debemos señalar que ambas corrientes reconocen una
cosa: «las relaciones internacionales son demasiado amplias y com-
plejas para quedar confinadas al campo de la Ciencia Política o de
cualquier otra disciplina» (Del Arenal 1984: 114); con ello, ambas
posiciones reconocen la autonomía de las Relaciones Internacionales
como disciplina y a su vez, reconocen su carácter intrínsecamente
interdisciplinario, tomando los aportes no solo de las ciencias socia-
les, sino también de las «llamadas ciencias naturales» (Del Arenal
1984: 115). En palabras de Bull (1966), «la crítica que se hace por
los tradicionalistas al enfoque científico no es un ataque a la ciencia
sino al cientifismo en las Relaciones Internacionales».
En consecuencia, para entender este segundo debate, hay que
tener una perspectiva de proceso en la conformación de la disciplina,
y para ello es necesario reconocer el legado permanente del primer
5
Este artículo forma parte del libro colectivo que da cuenta del debate del
momento «Contending Approaches to International Politics» de K.K Knorr
y J.N. Rosenau.

100
Teorías de la Relaciones Internacionales

debate entre realistas e idealistas, que en los años setenta resurgirá


al posicionarse nuevamente, pero reformulado en base al nuevo con-
texto internacional. En ese sentido, y como explica Del Arenal (1984:
117), «en el fondo del debate entre el enfoque clásico y el científico,
existe una importante divergencia en cuanto al modelo mismo de
sociedad internacional que es el objeto de estudio», por lo tanto, el
componente ideológico es parte del mismo debate. Como revisamos
al inicio de este capítulo, el realismo construye su objeto de estudio
–la sociedad internacional–, desde la anarquía, el poder y los Estados
como actores; por otra parte, los cientificistas se inscriben en la tra-
dición grociana o internacionalista y amplían su objeto de estudio a
una sociedad internacional que incorpora a actores transnacionales
y temas económicos, alejándose de la matriz estatocéntrica.
Es así como del segundo debate se pasará al tercer debate, que
más bien corresponde a un diálogo entre neo-realistas y neo-liberales
en la década del setenta. En efecto, una vez finalizado el debate con
los conductistas, se hicieron algunos replanteamientos al interior del
realismo con el propósito de responder con sus premisas a las nuevas
circunstancias que aparecían en el contexto internacional. Con ello,
Kenneth Waltz (1959; 1979) desarrolla su teoría de la política inter-
nacional a partir del estudio de la estructura del sistema internacional
y su carácter restrictivo y determinante del comportamiento de las
unidades funcionales indiferenciadas que la componen, los Estados.
El postulado básico del realismo respecto del estado de guerra del
sistema internacional se mantiene, atribuyendo su origen y causa a
la estructura de poder del sistema internacional –de naturaleza anár-
quica– antes que a la naturaleza humana o a la injerencia de actores
estatales. Así, Waltz (1979) reformula el realismo concentrando su
estudio en una nueva unidad de análisis, las estructuras de poder del
sistema internacional, conformadas por Estados que se posicionarán
en ellas en función de sus capacidades o recursos de poder.

vi. Waltz y el neorrealismo

En el año 1979 Kenneth N. Waltz publica su libro «Theory of In-


ternational Politics», dando inicio a una reformulación del realismo
tradicional al recoger toda la discusión conductista, presentando

101
Isabel Rodríguez

nuevos elementos teóricos y metodológicos. Neorrealista o realista


estructural será el nuevo enfoque de las Relaciones Internacionales y
marcará el inicio de un debate concreto con el liberalismo de los años
70 que también se reformula. Decimos concreto, porque el llamado
debate entre idealistas y realistas nunca consistió en un intercambio
de ideas y argumentaciones que afectaran su consistencia, lo que había
eran críticas sin respuestas ya que la coincidencia temporal tampoco
acompañó el proceso. Por el contrario, en este tercer debate de las
Relaciones Internacionales sí hubo coincidencia temporal entre los
autores de ambas posturas –neorrealistas y liberales–, y se desarrolló
un debate concreto entre el enfoque estatocéntrico y el de la interde-
pendencia (o transnacionalista), favorecido por el acercamiento de
las visiones que permitió, como señala Mónica Salomón (2002), un
verdadero diálogo y contra-argumentación entre autores como Waltz,
representante del primer enfoque, y Keohane y Nye, representantes
del transnacionalismo. Los últimos dos, considerados como los
principales responsables del acercamiento entre el neorrealismo y el
neoliberalismo, son los autores de dos de las obras más importantes
de la corriente transnacionalista: «Transnational Relations and World
Politics» 
Zj1PXFSBOE*OUFSEFQFOEFODFv 
&OQBMBCSBT
de Mónica Salomón (2002: 19):

«El cuestionamiento al estatocentrismo del modelo


realista fue el aspecto principal de la crítica transnacio-
nalista de ese momento. En un mundo cada vez más in-
terdependiente, las teorizaciones basadas en la preponde-
rancia del Estado-nación eran juzgadas insuficientes para
describir y explicar la realidad internacional. La noción
de «interdependencia» y el papel de la fuerza militar en
las relaciones internacionales fueron también cuestiones
centrales en la controversia».

Sin embargo, existe un punto en común entre este tercer debate


y el primero entre realismo-idealismo, y es que «se trata de la per-
cepción del punto de vista contrario como un punto de vista más
ideológico que científico». Un ejemplo de ello es la crítica de Waltz
al concepto de interdependencia, que lo considera un «mito» que
oscurece y falsea la realidad internacional.

102
Teorías de la Relaciones Internacionales

Siguiendo con el análisis de Waltz, lo que caracteriza al neo-


rrealismo es que junto a la lucha por el poder y el interés nacional
como los principios rectores de la política internacional, introduce
al mismo nivel de relevancia las influencias y condicionamientos
que se derivan de la estructura de poder del sistema internacional
(Jackson y Sorensen 2003). La estructura será determinante para
explicar el comportamiento y la política exterior de los Estados;
en consecuencia, es la estructura que explica por qué son usados
repetidamente los mismos métodos por los Estados a pesar de las
diferencias entre las personas que toman las decisiones y los mo-
mentos históricos que los acompañan. No obstante, quienes definen
la estructura son los mismos Estados, de acuerdo a una jerarquía
que resulta de la distribución de sus recursos de poder efectivo y
potencial, y que determina un orden que condiciona las relaciones
entre los Estados.
Para el autor, el sistema internacional consta de tres principios
que se resumen a continuación (Battistella 2009: 141-144): En
primer lugar, el principio ordenador, que corresponde al estado ge-
neral de un sistema y se basa en la diferencia radical entre el sistema
político interno, caracterizado por la existencia legítima del mono-
polio de la violencia física, y el sistema político internacional, que se
encuentra desprovisto de esta instancia. En palabras de Waltz, «los
sistemas políticos internos son centralizados y jerárquicos […] los
sistemas internacionales son descentralizados y anárquicos» (1979:
88). La política nacional «está en el dominio de la autoridad, la ad-
ministración y el Derecho», mientras que la política internacional,
«está en el dominio del poder, la lucha y el acomodamiento» (1979:
113). En definitiva, Waltz no le atribuye importancia al régimen
interno de los Estados en la política internacional.
En segundo lugar, el principio de diferenciación, donde la es-
tructura del sistema internacional está conformada por los Estados
–unidades del sistema–, que son funcionalmente indiferenciados.
En otras palabras, todos los Estados están, debido a la anarquía,
obligados a asegurar su seguridad antes de perseguir cualquier otro
objetivo (Battistella 2009: 142). Además, se parte de la premisa de
que cada Estado puede confiar solo en sí mismo para asegurar este

103
Isabel Rodríguez

objetivo, lo que genera como consecuencia el balance o equilibrio


de poder entre todas las unidades.
Y en tercer lugar, el principio de distribución de capacidades.
Según este principio, la estructura de un sistema varía con los cam-
bios en la distribución de las capacidades entre las unidades del
mismo (Waltz 1979: 97). Además, se plantea que a pesar de que los
Estados son unidades funcionalmente indiferenciadas, se distinguen
entre sí en función de su mayor o menor capacidad para cumplir la
función de asegurar su seguridad (Battistella 2009: 144).
En base a los principios explicados, la estructura de un sistema de-
pende de la cantidad de grandes potencias existentes. En consecuencia,
y a diferencia de los realistas, no prima el interés nacional para explicar
las causas de la guerra, sino la estructura; por ello, determinadas estruc-
turas desarrollan más tendencias al conflicto y a la guerra que otras.
Waltz propone tres modelos de estructuras en base al número
de potencias y al concepto de equilibrio de poder y de hegemonía.
La primera es la estructura bipolar de poder, con un equilibrio en-
tre dos potencias que tienen capacidades de poder equivalentes y
superiores a otros Estados. Esta estructura puede ser homogénea,
donde los Estados en general comparten normas y valores, o bien,
heterogénea, donde los Estados no coinciden en estas y las potencias
buscan imponer sus propias normas y valores al resto. El cambio de
la estructura se puede dar, en el caso de ser bipolar, por: el fracaso
del equilibrio de poder por una guerra; la erosión del liderazgo de
una o ambas potencias respecto de los Estados que lideran; o bien
por erosión generalizada por relaciones interbloques (Barbé 2007:
240). El ejemplo es la estructura de poder del sistema de Guerra Fría,
donde el equilibrio entre las dos grandes potencias se mantiene por la
capacidad de disuasión nuclear de ambas. Waltz defiende el sistema
bipolar a partir de tres argumentos (Jackson y Sorensen 2003: 89):
Primero, el menor número de grandes potencias reduce las posibili-
dades de guerra entre ellas; segundo, al coexistir menor número de
grandes potencias es más fácil manejar eficientemente un sistema de
disuasión; y tercero, al existir solo dos potencias dominantes en el
sistema la posibilidad de error de cálculo y desgracia son menores.
La segunda estructura es la multipolar, con un equilibrio entre
tres o más potencias, donde las alianzas son el medio para contra-

104
Teorías de la Relaciones Internacionales

pesar cualquier intento de hegemonía de alguna de ellas; es lo que


se denomina en el modelo como alianzas reactivas (Barbé 2007:
242). Aquí, el cambio de la estructura se puede dar por el fin de las
alianzas, por una guerra entre las potencias o porque surgen nuevas
potencias con mayor capacidad de poder. Esta estructura también
puede ser homogénea o heterogénea; por ejemplo, para el primer
caso está el sistema europeo que surge con el Congreso de Viena
en 1815, y para el segundo caso, el sistema europeo de los años
treinta en que se contraponen tres sistemas de valores: liberalismo,
socialismo y fascismo (Barbé 2007: 243).
Y como tercer modelo de estructura, está la unipolar, en la
cual una única potencia establece la agenda internacional, dicta las
normas y controla todas las fuentes de poder (Barbé 2007: 240).
Es, por lo tanto, una estructura homogénea por naturaleza. Aquí
entra en crisis la estructura cuando la lógica se altera por la acción
de otra potencia que erosiona su poder, o bien porque la propia
potencia se erosiona internamente. Gilpin (1981) defiende este
tipo de estructura en un análisis de tipo económico, puesto que la
unipolaridad permitiría lograr una estabilidad internacional como
ocurrió en la pax romana, la pax británica o la pax americana
–desde 1945 esta última–, siempre y cuando los Estados acepten el
liderazgo de uno de ellos y no busquen equilibrarse los unos con
los otros. El autor realiza un análisis económico en la medida que
afirma que el poder hegemónico se funda en los cambios económicos
y tecnológicos antes que en la distribución de capacidades, ya que
las capacidades militares de una potencia reposan en efecto en sus
fuerzas productivas, las que constituyen la condición material sine
qua non de sus pretensiones de hegemonía (Battistella 2009: 149).
Mearsheimer (2001) hace un aporte relevante al análisis del
enfoque neorrealista –principalmente como complemento y crí-
tica a los postulados de Waltz– al establecer una distinción entre
los denominados «neorrealistas defensivos» y los «neorrealistas
ofensivos». Los primeros serían los que asumen que la estructura
internacional incita a los Estados a mantener el equilibrio de poder
existente. Mantener su poder, más que intentar aumentarlo, sería
el objetivo principal de los Estados. Afirman que la seguridad es
relativamente abundante en el sistema internacional, por lo que el

105
Isabel Rodríguez

conflicto armado «es más posible que probable» (Battistella 2009:


155-156). Según Mearsheimer (2001), tanto K. Waltz como Gilpin
serían representantes de este enfoque al suponer estos últimos que
los Estados son optimizadores de seguridad y que lograr un orden
en la anarquía internacional es posible en la medida en que los
Estados tienen un interés común en mantener un statu quo, ya sea
a partir de un duopolio como en la perspectiva de Waltz, o de un
Monopolio desde la de Gilpin.
Por el contrario, los «neorrealistas ofensivos» serían los que
asumen que lograr una anarquía internacional organizada es
imposible, y que el sistema internacional en vez de incitar a un
equilibrio de poder obliga a los Estados a maximizar su poder
relativo y a mejorar su posición relativa en la estructura de poder,
existiendo rara vez potencias que estén conformes con el statu quo
de la política mundial (Battistella 2009: 155). Mearsheimer (2001)
formaría parte de esta corriente y retoma para su argumentación
elementos del realismo clásico de Morgenthau, principalmente su
visión respecto de los objetivos principales de los Estados, esto es,
asegurar su seguridad y sobrevivencia a partir de la maximización
de su poder. En el fondo, los Estados buscarían ser el hegemón del
sistema internacional y la agresión sería siempre probable en la
medida que puede ser necesaria para asegurar su sobrevivencia o
para mejorar su posición relativa en el sistema internacional.
Es en base a estos modelos iniciales que el neorrealismo mantie-
ne su desarrollo teórico buscando explicar la estructura de poder glo-
bal de postguerra fría y su evolución hasta la actualidad. Al respecto,
destaca el análisis de Samuel Huntington en su libro «El Choque de
Civilizaciones y la Reconfiguración del Orden Mundial» (1996), en
el que propone una estructura uni-multipolar para explicar el perio-
do postguerra fría. En ella, define la unipolaridad estadounidense
como una combinación de multipolaridad y unipolaridad y predice
que esta última se irá debilitando paulatinamente considerando los
recursos limitados de EE.UU. y la reacción de otras potencias que
define como hegemones regionales, por ejemplo, Alemania, Francia,
China y Rusia. Para el autor, hay una percepción negativa de EE.UU.
por el resto de los Estados que él explica en función de análisis de
diferencias civilizacionales (1996: 21). En general, es evaluado por

106
Teorías de la Relaciones Internacionales

los otros como un país arrogante, unilateral, que se transforma


en un hegemón canalla y no benigno para el orden internacional.
Entre los factores de erosión del poder norteamericano, el autor
precisa los siguientes: desequilibrios económicos, falta de recursos
energéticos, amenaza terrorista, cambios de gobierno, entre otras
razones. A su vez, como explican Kegley y Raymond (2008: 31),
hay consenso en base a las evidencias disponibles que «la capacidad
militar y económica en el siglo XXI es probable que sufra una in-
cesante dispersión entre un número creciente de grandes potencias
relativamente equiparadas».
Este análisis de un hegemón benigno o maligno en una estruc-
tura de poder unipolar ha llevado a los autores a diferenciar las
estructuras entre un unipolarismo de consenso y un unipolarismo
jerárquico. El primero se entiende como un sistema anárquico con
supremacía de una potencia que no amenaza al resto, que no impone
sus intereses, que busca consensos y construye multilateralismo. En
el segundo, la unilateralidad se acentúa tanto que termina por ha-
cer irrelevantes a las otras potencias, instaurando una jerarquía de
acuerdo a sus intereses. Esta última es una hegemonía que anula al
resto, una «política imperial» donde prima la fuerza en las relaciones
más que los consensos (Palacio de Oteyza 2003: 15). Un ejemplo de
la unipolaridad de consenso sería el sistema internacional inmediato
al fin de la Guerra Fría con una hegemonía de EE.UU. que busca
acuerdos y se limita a las reglas e instituciones internacionales,
aspecto que queda claro al analizar las dinámicas internacionales
EFSFBDDJÓOBOUFMBJOWBTJÓOEF*SBLB,VXBJUFO RVFNPWJ-
lizó el consenso internacional en apoyo a EE.UU. para defender a
,VXBJU1PSFMDPOUSBSJP VOFKFNQMPEFVOJQPMBSJTNPKFSÃSRVJDPFT
la invasión a Irak por parte de EE.UU. en el año 2003.
Otro análisis neorrealista es el de Joseph S. Nye, que en su
libro «La Paradoja del Poder Norteamericano» (2003), explica la
distribución de poder actual como una estructura tridimensional
en la que una primera dimensión, la militar, sería unipolar, siendo
EE.UU. el hegemón; una segunda dimensión, la económica, sería
multipolar, siendo EE.UU. más China, Japón y la Unión Europea
las potencias económicas principales, y por último, la tercera di-
mensión tendría una estructura indefinida en su jerarquía de poder,

107
Isabel Rodríguez

porque correspondería a las relaciones de actores transnacionales


que son diversos en capacidades de poder y objetivos en el sistema
internacional (2003: 67).
Es interesante cómo el neorrealismo ha incorporado a los ac-
tores transnacionales en su análisis, entendiendo que estos actores
no estatales juegan un rol cada vez más relevante en las relaciones
de poder con los Estados. Así, Richard Haass, en su artículo «La
Era de la No Polaridad» (2008), explica que la estructura de poder
actual carece de polos de poder diferenciados y se caracteriza por
estar «dominada por docenas de actores que tienen y ejercen diver-
sos tipos de poder» (2008: 66). El poder, entonces, es más difuso y
está más distribuido entre actores estatales y transnacionales. Por lo
tanto, un sistema no polar es una estructura con numerosos centros
de poder, donde no domina ninguna potencia y donde muchos de
esos polos no son Estados-nación. No habría en esta estructura lo
que Susan Strange (1988: 246) ha definido como poder estructural,
donde una potencia sobresale por tener control sobre la seguridad,
sobre la producción, las finanzas y las ideas (ciencia y cultura). Para
Haass ya no hay un actor internacional que tenga todos los recursos
de poder y explica «los Estado-nación han perdido el monopolio
del poder, y en algunos casos, incluso la superioridad» (2008: 66).
Desarrolla esta idea explicando que sobre los Estados ahora están
las Organizaciones Internacionales, las organizaciones regionales,
las organizaciones supranacionales, compañías globales, medios de
comunicación globales, entre otros. Y dentro del Estado, las Orga-
nizaciones No Gubernamentales, movimientos sociales, partidos
políticos organizados que condicionan su poder, además de actores
en el margen de la legalidad que también, eventualmente, pueden
afectar su poder como son las milicias (2008: 67).

vii. Liberalismo en relaciones internacionales

El enfoque liberal, llamado también enfoque de la Política Mundial,


estudia las relaciones internacionales desde una perspectiva distinta
a los realistas y a los idealistas; sin embargo, recoge las premisas
liberales del primer debate de las Relaciones Internacionales y las
reformula en los años setenta a la luz de los cambios internaciona-

108
Teorías de la Relaciones Internacionales

les del momento. Se conforma en base a una visión positiva de la


naturaleza humana sobre la cual se construye la convicción de que
las relaciones en el sistema internacional pueden ser más coopera-
tivas y menos conflictivas, entendiendo la capacidad de progreso
del hombre como algo innato.
Se inicia en 1971 con los autores Robert Keohane y Joseph Nye
que escriben el libro «Internacionals Relations and World Politics»,
ZTFDPOTPMJEBFODPOFMMJCSPj1PXFSBOE*OUFSEFQFOEFODFv
En sus propuestas teóricas ellos plantean salir del modelo estatocén-
trico para pasar a un modelo multicéntrico que explique la realidad
internacional, la cual ya no está dominada por las relaciones entre
Estados y la preocupación de la seguridad nacional, sino que hay
un conjunto amplio y diverso de relaciones que incorpora a actores
transnacionales, es decir, no estatales, y a otros temas importantes
como el bienestar económico y social.
Para dar cuenta de este sistema multicéntrico, los autores propo-
nen el concepto de «interdependencia compleja» que se explica por
tres características definitorias (Keohane y Nye 1977: 41): En primer
lugar, la existencia de canales múltiples que conectan las sociedades.
Estos se pueden resumir en tres tipos de relaciones: canales interes-
tatales, donde el Estado se entiende como una unidad coherente y
compacta en la práctica de su política exterior; relaciones transgu-
bernamentales, que surgen cuando el supuesto anterior se flexibiliza,
ya que supone que las distintas partes del gobierno, es decir, los
ministerios, el parlamento, los gobiernos regionales, también tienen
relaciones internacionales, sin que eso forme parte necesariamente de
la política exterior formal del Estado; y relaciones transnacionales, que
surgen cuando se flexibiliza la idea de que el Estado es el único actor
importante, reconociéndose una diversidad de actores no estatales.
Como segundo componente del concepto de interdependencia
compleja, está la agenda de las relaciones interestatales, la cual cam-
bia, se amplía y diversifica sin que exista una clara y sólida jerarquía
entre los distintos temas. En consecuencia, la seguridad militar ya
no domina la agenda y surgen otros temas internacionales o de la
política interna de los Estados que pueden adquirir gran relevancia.
Y en tercer lugar, el concepto de interdependencia compleja
resalta el hecho de que la fuerza militar deja de ser una opción para

109
Isabel Rodríguez

los Estados en política exterior. Esto no quiere decir que la fuerza


militar deje de ser relevante, pero el enfoque destaca el costo e
ineficiencia de este tipo de poder para resolver temas, por ejemplo,
de naturaleza económica, donde la interdependencia económica
debiera tener mejores y más eficientes resultados que el uso de la
fuerza militar.
En síntesis, las ideas principales de este enfoque son que la
modernización aumenta el nivel de interdependencia y cooperación
entre los Estados, que la fuerza militar es menos utilizada para re-
solver las cuestiones internacionales por ser un instrumento cada
vez más inútil e ineficiente conforme a la naturaleza de los nuevos
temas de la agenda, y que los actores transnacionales son cada vez
más importantes y diversos. Además, es ahora el bienestar y no la
seguridad el principal objetivo o meta de los Estados (Jackson y
Sorensen 2003: 116).
Es importante considerar que estas nuevas teorías liberales bus-
can explicar un sistema internacional que estaba afectado por cambios
fundamentales que se producen en la década del setenta. Podríamos
decir que es un momento de declive de la hegemonía estadounidense,
que marca un periodo de distensión de la Guerra Fría. Diversos hechos
permiten este análisis: las sucesivas crisis del petróleo desde 1973,
las turbulencias del sistema monetario internacional originadas por
la flotación del dólar derivada de las medidas económicas tomadas
en 1971 por Richard Nixon –conocidas como el Nixon shock–, la
derrota en Vietnam, además del ascenso de potencias económicas
como la Comunidad Económica Europea (CEE) y Japón (Ortiz 2000:
155-163). En su libro «After hegemony: Cooperation and discord
JOUIFXPSMEQPMJUJDBMFDPOPNZv ,FPIBOF 
EFàOFIFHFNPOÎB
como la posesión de una preponderancia visible en la disposición
de recursos materiales, como materias primas, fuentes de capital,
control de mercados o una posición competitivamente ventajosa
en la producción de bienes de alta demanda. Lo que el autor quiere
destacar, es que en el actual sistema internacional estaban surgiendo
nuevos actores no estatales con capacidades de poder diversas y que
son fundamentales para la cooperación.
Desde esta perspectiva, el sistema internacional debe compren-
derse como un sistema multicéntrico, donde la interdependencia es

110
Teorías de la Relaciones Internacionales

una realidad que a medida que se vuelve más compleja favorece a


la cooperación. Sin embargo, esta cooperación se entiende no en
términos idealistas, sino como una negociación en donde existen
intereses diversos entre los actores participantes, que llegan a ceder
en ciertos aspectos y construir consensos gracias a las relaciones
de interdependencia, entendiendo que siempre la cooperación tiene
costos y beneficios, de los cuales los beneficios son posibles de pre-
decir, mas no los costos. Dicha construcción de consensos permite
mantener una situación favorable para todos y es, por lo tanto, una
mejor opción frente a la opción de no cooperar.
A partir de este enfoque, el juego no es de suma cero como lo
explicaban los realistas; aquí todos ganan algo, mas no lo mismo.
Hay una interdependencia asimétrica y también costos y beneficios
asimétricos. Así, se mantienen las diferencias de recursos de poder
que afectan la negociación, pero todos tienen la impresión de estar
ganando algo.
El fenómeno que sigue siendo interesante acá es el del poder.
Hemos revisado en el neorrealismo una concepción material del
poder entendido como capacidades que se obtienen por recursos de
poder medibles, que determinan la distribución jerárquica de poder
de los Estados configurando una y otra estructura de poder. Por el
contrario, el liberalismo, haciéndose cargo del poder como recursos
y capacidades que afectan la cooperación, agrega la idea del con-
senso y legitimidad del mismo. En este sentido, el poder legítimo no
requiere del uso de la fuerza, y dicho poder se logra únicamente en
base a la construcción de consensos sobre quienes tienen y ejercen
el poder, sean Estados, Organizaciones Internacionales, y/o actores
transnacionales entre otros.
Esta última explicación del poder se enmarca en el enfoque que
lo estudia como una relación y no como algo material (Rodríguez
2010: 137). El poder político es una relación que simultáneamente
contiene elementos coercitivos y elementos de consentimiento. Entre
las posibles definiciones, cabe destacar la de Philippe Braud (1985:
336), para quien el poder, entendido como relación, es un sistema
organizado de interacciones cuya eficacia reposa en una alianza
especial entre la tendencia al monopolio de la coacción y la bús-
queda de una mínima legitimidad (Rodríguez 2011: 137). En tanto

111
Isabel Rodríguez

que ambas dimensiones no son excluyentes, sus proporciones son


las que determinan las características de dicha relación, es decir, en
algunos casos puede primar la coerción y en otros el consentimiento.
Por ejemplo, en los regímenes democráticos dicha relación de poder
se legitima por el sistema de elección de los gobernantes mediante
sufragio universal. No obstante, y llevando la explicación a las re-
laciones internacionales, este enfoque relacional se puede identificar
precisamente en las relaciones de cooperación donde las diferencias
de intereses y recursos de poder transforman dicha cooperación en
una negociación en la que todos ganan pero de forma asimétrica.
Luego de revisar los elementos claves del concepto de interde-
pendencia compleja que articula la teoría en el enfoque liberal de las
Relaciones Internacionales, revisemos ahora los espacios de análisis
que proponen enfatizar para favorecer y potenciar la cooperación
y disminuir las opciones de conflicto. Siguiendo a Jackson y Soren-
sen (2003: 109), estas líneas de análisis dentro del liberalismo son
cuatro: liberalismo sociológico o transnacional, liberalismo de la
interdependencia económica, liberalismo institucional y el libera-
lismo republicano o democrático.
El primero, el liberalismo sociológico o transnacional, coloca el
énfasis en las relaciones transnacionales que se dan entre personas,
grupos sociales, organizaciones civiles entre otros, que pertenecen a
diversos países, partiendo de la premisa básica de que las relaciones
entre personas son más cooperativas que las relaciones entre Estados
(Burton 1972). Al respecto, Jackson y Sorensen (2003) –citando a
Rosenau (1992; 1997)– explican que la importancia de los ciuda-
danos ha aumentado al menos por cinco razones: 1. La erosión y
dispersión del Estado y el poder gubernamental; 2. el advenimiento
de la televisión global, el mayor uso del computador en el lugar de
trabajo, el aumento de los viajes al extranjero y las migraciones,
la expansión de las instituciones educacionales, que han mejorado
–y aumentado–, y las habilidades analíticas de las personas; 3. La
entrada de nuevos temas de interdependencia a la agenda global
–como la contaminación medioambiental, las crisis económicas, el
terrorismo, el narcotráfico, entre otros, que han hecho sobresalir
los procesos a través de los cuales las dinámicas globales afectan el
bienestar de los individuos; 4. La revolución de las tecnologías de la

112
Teorías de la Relaciones Internacionales

información que han hecho posible para los ciudadanos y políticos


literalmente «ver» cómo las acciones micro tienen consecuencias
macro; 5. Los líderes están pasando a ser «seguidores» debido a que
los individuos están cada vez más conscientes de que sus acciones
tienen consecuencias.
En el mismo sentido, James Rosenau (1997) explica una pro-
funda transformación del sistema internacional, que se concreta al
constatar el paso de un sistema estatocéntrico a uno multicéntrico
caracterizado por la abundancia de actores libres del concepto de
soberanía que existen aparte de los Estados y que muchas veces
están en competencia con estos. Lo relevante para el liberalismo
sociológico es focalizar que entre dichos actores se generan redes y
percepciones comunes que favorecen la cooperación. Por su parte,
Karl Deutsch (1961) y Donald Puchala (1984) precisan su análisis
sobre las percepciones comunes y la construcción de identidades
colectivas como los agentes del cambio pacífico en las relaciones
internacionales. Deutsch, propone que las relaciones transnaciona-
les entre sociedades de distintos Estados pueden conformar lo que
conceptualiza como «comunidad de seguridad», explicando que la
podemos definir como «un grupo que ha llegado a integrarse, donde
la integración es definida como el logro de un sentido de comunidad,
acompañado por instituciones y prácticas formales e informales,
lo suficientemente fuertes y rutinizadas, que permitan asegurar el
cambio pacífico entre los miembros del grupo con razonable certeza
de ser constante por un largo tiempo» (1961: 99). Los elementos de
análisis del enfoque de Deutsch llamado «transaccionalismo» son,
en primer lugar, la alta comunicación entre sus sociedades y la alta
movilidad de las personas considerando, por ejemplo, los medios
de comunicación, el intercambio de estudiantes universitarios, los
vuelos directos, las políticas migratorias, y en segundo lugar, la con-
sistencia y permanencia de los lazos económicos (Robert Jackson
2000: 109). El argumento general aquí es que a mayor presencia
de estas relaciones, mayor desarrollo de relaciones pacíficas entre
esas sociedades y mayor ausencia de guerra.
Por su parte, el liberalismo institucional se centra en los benefi-
DJPTZFGFDUPTQPTJUJWPTEFMBTJOTUJUVDJPOFTJOUFSOBDJPOBMFT8PPESPX
Wilson buscaba transformar las relaciones internacionales, caóticas

113
Isabel Rodríguez

en ese entonces según su perspectiva, a partir de la construcción de


organizaciones internacionales como la Sociedad de Naciones. Los
autores institucionalistas actuales (Little; Dunne; Keohane; Krasner;
Lamy; entre otros) consideran que la instituciones ayudan a regular
la anarquía pero son menos optimistas que los idealistas; están de
acuerdo en que las instituciones internacionales pueden favorecer la
cooperación, pero no aseguran que las instituciones por sí mismas
garanticen una transformación de las relaciones internacionales
(Jackson y Sorensen 2003: 117). Para apoyar sus supuestos, los
teóricos de este enfoque han adoptado en muchos casos el enfoque
behaviorista o conductista, que aporta datos empíricos posibles de
contrastar y someter a pruebas de hipótesis.
Las instituciones se entienden como un espacio para construir
confianzas entre los actores, compartiendo abundante información,
teniendo espacios formales para negociar por diferencias de intere-
ses y percibiendo la credibilidad de los distintos Estados al cumplir
compromisos, permitiendo aminorar el problema de la desconfianza
y la inseguridad entre ellos. Con todas estas características, las
instituciones son entonces un espacio que permite de cierta forma
regular y predecir a través de principios y normas compartidas la
conducta de los Estados. En consecuencia, podemos afirmar que
el liberalismo institucional se enfoca principalmente en las institu-
ciones internacionales y en cómo estas favorecen y promueven la
cooperación entre los Estados.
El liberalismo de la interdependencia económica se basa en la
idea de la dependencia mutua de los Estados, donde los gobiernos
y las personas se afectan mutuamente y las relaciones transnacio-
nales de naturaleza económica y comercial son fundamentales,
considerando que a mayores relaciones transnacionales, mayor
es la interdependencia entre los Estados. Estos mayores niveles de
interdependencia se logran cuando todos los actores se centran en
los procesos de modernización económica, buscando crecimiento
económico y desarrollo de sus países. Estos procesos y objetivos
compartidos llevan a buscar espacios de cooperación económica y
técnica que van de menos a más, en una constante que genera una
interdependencia compleja que hace que los costos de ir a una guerra
sean tan altos que esta opción no resulta viable.

114
Teorías de la Relaciones Internacionales

En resumen, los procesos de modernización económica y aper-


tura incrementan los niveles de interdependencia compleja entre los
Estados (Keohane 1977) y los actores transnacionales aumentan
en importancia, principalmente los actores económicos; al mismo
tiempo, la fuerza militar disminuye como instrumento para los nue-
vos logros de crecimiento y desarrollo, entendiéndose la seguridad
como el bienestar social y económico de las personas. La meta de
los Estados es entonces el bienestar de su población, y eso nece-
sariamente lleva a buscar relaciones internacionales cooperativas.
Autores como Rosencrance (1973; 1981) desarrollan la idea
de que en un contexto de interdependencia económica entre dos
Estados el costo de usar la fuerza es demasiado alto ya que colocan
en peligro todo lo ganado en cooperación. Otro autor, Mitrany
(1966), que desarrolla las teorías de la integración regional, explica
que cuando los individuos ven que su bienestar está en colaborar
NÃTBMMÃEFM&TUBEP FMMPTQVFEFOUSBOTGFSJSTVTMFBMUBEFT #ZXBUFST 
Rodríquez, et. al. 2009: 13). Así, la actual lealtad a los Estados
eventualmente podría ser trasladada por los individuos a otras
unidades que van conformándose como instituciones por sobre los
Estados y que no son territoriales. Por lo tanto, su paso secuencial
es que la integración económica y social llevará necesariamente a la
integración política. Por supuesto, el mejor ejemplo de este proceso
es la conformación de la Unión Europea. Por su parte, Ernst Haas
(1958) en su libro «The Uniting of Europe», desarrolla la idea de
que la cooperación económica y técnica entre los Estados también
puede llevar a una cooperación política entre ellos. Haas (1964)
realiza una analogía del desarrollo político nacional con el regional,
considerando que las elites políticas de distintos Estados pueden
resolver sus diferencias de intereses porque se dan cuenta de que la
integración política es la mejor vía para cumplir sus objetivos, que
por cierto no son altruistas; por el contrario, están en función de
sus objetivos de bienestar económico y social (Vieira 2008: 167).
Aquí el poder no es separable del bienestar.
En ese sentido y en base a ambos enfoques, liberalismo institu-
cional y de la interdependencia, al considerar la integración política
y la transferencia de lealtades de los ciudadanos a instituciones fuera
del Estado, estamos frente a un proceso de desarrollo institucional

115
Isabel Rodríguez

desde los Estados. Es lo que denominamos neoinstitucionalismo


liberal, focalizando el análisis en la conformación de instituciones
supraestatales y supranacionales. En este sentido, las instituciones
supraestatales corresponden a aquellas instituciones internacionales
donde los Estados las facultan en base a tratados internacionales
que no permiten el desarrollo de legislación secundaria, sino que
sus facultades para normar y sancionar requieren una autorización
previa desde los mismos Estados. Es el caso de la Corte Internacional
de la Haya o la Organización Mundial del Comercio (OMC), que
tienen atribución para dirimir y sancionar a los Estados de acuerdo
a sus normas y procedimientos establecidos, pero únicamente en los
casos en que los Estados solicitan su pronunciamiento.
Por otra parte, las instituciones supranacionales son aquellas
en donde los Estados han realizado una transferencia de determi-
nadas competencias soberanas a través de tratados internacionales
que tienen la facultad de desarrollar legislación secundaria que se
transforma en obligatoria y sin posibilidad de modificaciones para
los Estados. El mejor ejemplo es el caso de la Unión Europea, cuyas
instituciones supranacionales y el derecho comunitario que las rige
se ordenan por tres procedimientos: el primero, la no recepción de
la norma, es decir, las nuevas normas que resultan de la legislación
secundaria no necesitan pasar y ser aprobadas por el Parlamento de
cada Estado, sino que son incluidas de inmediato en la legislación
nacional; el segundo, es la obligatoriedad de la norma para los Es-
tados y las personas naturales y jurídicas de esos Estados; y tercero,
la supremacía de la norma comunitaria, que aunque por alguna
razón pueda entrar en conflicto con la legislación nacional, prima
para todos los efectos. Aquí hay una importante diferencia con las
instituciones internacionales como son la Organización Internacio-
nal del Trabajo (OIT), la Organización de las Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Organización
Mundial de la Salud (OMS), y la Organización de los Estados
Americanos (OEA), entre otras, cuyas decisiones y normas deben
pasar necesariamente por los parlamentos nacionales y pueden ser
aprobadas o rechazadas, siempre considerando si son compatibles
con la legislación nacional o asumiendo los cambios necesarios en
la legislación nacional para asumir dichas normas. En este último

116
Teorías de la Relaciones Internacionales

caso, el interés nacional –enfoque intergubernamental– prevalece


bajo todo punto de vista, en cambio, en la supranacionalidad, prima
el interés comunitario.
Por último, siguiendo nuestro análisis del enfoque liberal, el
liberalismo republicano se articula en base a la idea central de que
las democracias liberales son más pacíficas y apegadas a la ley que
otros sistemas políticos. El argumento principal es que las demo-
cracias no van a la guerra entre sí (Jackson y Sorensen 2003: 120).
Parte de su fundamentación se basa en el incremento del número de
regímenes democráticos en el mundo en los últimos años, evidencia
empírica que explica en gran medida –según esta perspectiva– por
la disminución de los conflictos a lo largo y ancho del orbe. Al
respecto, los supuestos que derivan del por qué los sistemas polí-
ticos democráticos no entran en guerra entre ellos son tres, según
Michael Doyle (1986: 1155): primero, por la existencia de una
cultura política basada en la resolución pacífica de los conflictos que
lleva a que las democracias fomenten las relaciones internacionales
pacíficas. Esto último debido a que los gobiernos democráticos son
controlados por sus ciudadanos, quienes no alentarían una guerra
contra otra democracia; segundo, porque las democracias comparten
valores morales comunes que los llevan a crear más zonas de paz,
entendiendo que la libertad de expresión y la libre comunicación
promueven el entendimiento mutuo y ayudan a asegurar que los
representantes políticos sean responsables ante el electorado; y terce-
ro, la paz entre democracias es fortalecida mediante la cooperación
económica –interdependencia– que se rige por principios liberales.
Este enfoque es el que posee el mayor componente normativo de
los liberalismos presentados. Los autores de esta corriente entienden
que es una «responsabilidad el promover la democracia por todo el
mundo» (Jackson y Sorensen 2003: 121). En suma, se afirma que
los Estados democráticos no desarrollan guerras entre ellos debido
principalmente a que tienen una cultura de resolución de conflictos
por vías pacíficas y valores morales comunes, y a los mutuamente
beneficiosos lazos de cooperación económica e interdependencia
existentes entre ellos. Al respecto, muchas instituciones colocan
como requisito a los países miembros tener sistemas democráticos;
es la llamada «cláusula democrática» que, por ejemplo, tiene la Or-

117
Isabel Rodríguez

ganización de Estados Americanos (OEA), el Mercado Común del


Sur (MERCOSUR), la misma Unión Europea (UE) por mencionar
algunos casos.

viii. Marxismo y neomarxismo en


relaciones internacionales

Tanto las teorías del materialismo histórico como las teorías del siste-
ma mundo son perspectivas de análisis de las Relaciones Internaciona-
les a partir de los enfoques marxista y neomarxista, respectivamente.
El materialismo histórico es un término que deriva directamen-
te de los trabajos de Karl Marx y Friedrich Engels. Los elementos
de análisis principales que lo explican y que son el anclaje común
a las teorías neomarxistas posteriores son, según Hobden y Wyn
Jones (2008), principalmente cuatro: 1. Los modos de producción
capitalistas que determinan las fuerzas productivas y establecen
las relaciones entre las personas. Esta premisa es el centro de las
teorías; 2. La no consideración del Estado-nación como la unidad
central de análisis en las relaciones internacionales. En este sentido,
las Relaciones Internacionales estudian las relaciones ya no entre
Estados sino entre las formaciones sociales que genera el capitalis-
mo; 3. La estructura de clases es el principal problema, siendo las
clases sociales los actores de la vida política tanto interna como
internacional; y 4. El imperialismo, que se entiende como la causa
del conflicto en las relaciones internacionales.
El conflicto es un concepto histórico y social propio de las rela-
ciones entre diferentes clases y otros grupos sociales, generado por
las diferencias de las posiciones socioeconómicas. La culminación de
tales conflictos puede dar lugar a dos procesos, guerra o revolución,
o bien, una combinación de ambas (Halliday 2002: 93). La premisa
de base es que las revoluciones políticas solo cambian la forma de
gobierno, mientras que las revoluciones sociales alteran el sistema de
clases. Esto último, aplicado a las relaciones internacionales, nos lleva
descartar la seguridad y las acciones de los Estados como lo funda-
mental y colocar el acento en el conflicto social (Halliday 2002: 91).
Al respecto, hay que considerar que el marxismo tuvo un escaso
desarrollo en la etapa inicial de la disciplina de las Relaciones In-

118
Teorías de la Relaciones Internacionales

ternacionales, que se debió en parte a la alta influencia académica y


política de Estados Unidos. Las teorías marxistas y las neomarxistas,
especialmente las referidas al denominado «sistema-mundo», entran
tardíamente en la disciplina a partir de la década de los setenta,
siendo ambas las primeras contribuciones no estadounidenses a ella.
Usamos el término «neo» para ubicarlos en el tercer debate
de la disciplina junto al neorrealismo y el «neo» liberalismo. Es
en la década de los setenta cuando el «neo» marxismo se alejó del
marxismo oficial establecido en los países del llamado «socialismo
real», porque lo consideraba distanciado del proyecto originario
y por enquistar la filosofía marxista en su versión dogmática del
materialismo dialéctico. En este sentido, el neomarxismo rechaza
el determinismo económico destacado en Marx prefiriendo hacer
hincapié en aspectos sociológicos, psicológicos y culturales. Es im-
portante mencionar, principalmente pensando en el desarrollo de las
Relaciones Internacionales en América Latina, que el neomarxismo
también trabaja o es utilizado en los estudios sobre desigualdades
experimentadas por países en vías de desarrollo en el marco del
nuevo orden económico internacional.
Precisamente, el antecedente teórico del neomarxismo en las
Relaciones Internacionales es la teoría de la dependencia, que se
origina en la década de los sesenta para explicar por qué América
Latina y otras regiones del mundo no alcanzaban mayores niveles de
desarrollo. Su origen se encuentra en el estructuralismo de la década
de los cincuenta y más específicamente en la teoría centro-periferia,
cuyo principal autor es Raúl Prebisch que, desde la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), desarrolla
una explicación del subdesarrollo de América Latina que se basa
en destacar la concentración de la producción de bienes primarios
como principal causa de las relaciones económicas desiguales. La
solución que propone Prebisch es que los países de la región orienten
su producción hacia bienes manufacturados, proceso que se cono-
ce como Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI).
Además, agrega la necesidad de una intervención activa del Estado
en la economía, procesos internos que se pueden complementar
con impulsar procesos de integración regional. Consideremos que
desde estos planteamientos cepalinos surgieron en los años sesenta

119
Isabel Rodríguez

las primeras experiencias de creación de bloques regionales de


integración económica en la región, como la Asociación Latinoa-
mericana de Libre Comercio (ALALC), el Mercado Común Cen-
troamericano (MCCA), la Comunidad del Caribe (CARICOM), y
el Pacto Andino. En consecuencia, para esta línea de análisis, aun
cuando el subdesarrollo se explica por las condiciones de la estruc-
tura capitalista internacional, es posible revertir dicha situación y
superar el subdesarrollo.
Por otra parte, la explicación de la teoría de la dependencia
en los setenta se basa en explicar las razones de la posición que los
Estado-nación ocupan dentro del mundo capitalista. En este sentido,
la política mundial es manejada por las fuerzas del capitalismo y la
explicación económica es una parte integral del sistema capitalis-
ta. El funcionamiento del mundo capitalista se condiciona por la
desigualdad, la dominación y la dependencia entre las zonas ricas
y pobres y es explicada por los conceptos de centro y periferia, que
identifican espacios en el mundo diferenciados entre sí de acuerdo a
sus modos de control del trabajo y su especialización en la produc-
ción. El centro corresponde a las áreas más avanzadas económica
y tecnológicamente, prósperas y poderosas; la periferia, en tanto,
ofrece mano de obra y materias primas al centro, y es pobre y débil.
Son estas diferencias que marcan la división internacional del tra-
bajo que deriva de la acumulación de capital que divide las clases dentro
y entre los Estados, situación que lleva inevitablemente al conflicto.
Entonces, a diferencia del estructuralismo, en la década de los setenta la
teoría de la dependencia buscará explicar los orígenes, funcionamiento y
naturaleza del sistema capitalista mundial, y las razones que explican la
perpetuación de la dependencia y del subdesarrollo utilizando la noción
marxista del conflicto en base a la explotación y la no existencia de
intereses comunes. Hay aquí un análisis determinista de la incidencia
de la estructura capitalista sobre la división de países desarrollados y
subdesarrollados, ya que los primeros solo pueden estar en ese nivel
de desarrollo por la existencia del subdesarrollo.
En base a lo anterior, y volviendo al análisis del materialismo
histórico y las teorías del sistema-mundo, podemos señalar que
ambas miradas teóricas creen en la posibilidad de un cambio radical
que destruya el orden mundial capitalista. Sin embargo, junto con

120
Teorías de la Relaciones Internacionales

esa coincidencia se encuentra también la principal diferencia entre


las dos perspectivas: el materialismo histórico se centra en buscar
prácticas emancipadoras que conduzcan a una sociedad socialis-
ta para luego pasar a una sociedad comunista, y las teorías del
sistema-mundo buscan las debilidades de la civilización capitalista
que permitan pasar a otra civilización capitalista.
Wallerstein (1974) entiende el sistema-mundo moderno desde
una perspectiva sistémica que le permite analizarlo como una es-
tructura con fronteras, grupos, normas que lo legitiman y le dan
coherencia. Es un mundo lleno de conflictos que se mantiene en un
estado de cambios y tensión permanente, donde interactúan cons-
tantemente las fuerzas y debilidades del mismo sistema. El autor
destaca cinco características distintivas del actual sistema-mundo
que se ha forjado en torno a la civilización capitalista: Primero, la
dinámica incesante y autogestionada de acumulación de capital
impulsada por los poseedores de los medios de producción (Herrera
2006: 79). Para Wallerstein, la única economía mundo es la euro-
pea, constituida a partir del siglo XVI, la que impulsó el desarrollo
pleno de los modos de producción capitalista hasta extenderse a la
totalidad del planeta a fines del siglo XIX.
Segundo, la división del trabajo entre centro y periferia se
explica con un intercambio desigual, materializado en múltiples
cadenas industriales que garantizan el control de los trabajadores
y la monopolización de la producción por una clase burguesa
(Wallerstein 1974; 1983). Aquí la existencia de una semiperiferia,
como tercera característica, es inherente al sistema cuya jerarquía
económica-política se modifica permanentemente. Sin embargo,
y como cuarta característica, el sistema interestatal en el marco
de la economía mundo capitalista está continuamente condu-
cido por un Estado hegemónico cuya dominación es temporal
y contestada. Por último, en quinto lugar, destacan los ritmos
cíclicos del capitalismo histórico, con periodos de expansión y de
estancamiento, y con recurrentes crisis (Wallerstein 1974; 1983).
Como el mismo Wallerstein explica «el capitalismo ha entrado
históricamente en una crisis estructural en los primeros años del
siglo XX y conocerá sin duda su final como sistema histórico a
lo largo del siglo XXI» (1983: 174).

121
Isabel Rodríguez

Un aspecto fundamental del análisis de Wallerstein es que este


sistema-mundo capitalista carece de un sistema político centraliza-
dor, y su éxito descansa precisamente en la multiplicidad de sistemas
políticos en su interior. En consecuencia, un sistema-mundo alterna-
tivo, es decir, socialista, tendría que integrar las esferas económica y
política al mismo tiempo para poder equilibrar la distribución del
poder entre los diferentes grupos sociales. Por cierto, un socialismo
que sería muy distinto al socialismo del siglo XX –el soviético– que,
como explica el autor, participó del mismo sistema-mundo capita-
lista, aunque formara parte de su periferia.
Para Wallerstein, el actual sistema-mundo capitalista está en
una crisis terminal que se extenderá por unos cincuenta años más
para llegar a su fin. Desde su perspectiva sistémica, todo sistema
social histórico aparece, se desarrolla, entra en decadencia y final-
mente muere debido a la acumulación de tensiones que se hacen
inmanejables para lograr un reequilibrio nuevo (Wallerstein 1974;
1983). No obstante, sostiene que el nuevo sistema es indeterminado
en su contenido social e histórico, es decir, no se puede predecir. Al
respecto, analiza tres presiones estructurales que estarían tensio-
nando el sistema: la desruralización del mundo que resulta de la
migración campo-ciudad por la búsqueda de mejores salarios y que
lleva a que en la periferia la mano de obra barata se esté agotando;
la crisis ecológica, que deriva de que los capitalistas productores no
se hagan cargo de la externalización de los costos medioambienta-
les y el Estado tenga cada vez menos capacidad para exigirlo, por
ejemplo, a través de impuestos; por último, la presión estructural
es la polarización socio-económica que se acompaña de regímenes
políticos que tienen cada vez más límites para hacerse cargo de la
educación, la salud, el bienestar económico y social de la pobla-
ción. En consecuencia, según Wallerstein, el sistema capitalista se
está transformando en un sistema no rentable para los principios
capitalistas.
Es importante enfatizar que las teorías del sistema-mundo
capitalista siguen vigentes para comprender las transformaciones
del capitalismo a inicios del siglo XXI. Al respecto, cuatro autores
son los representativos de esta corriente teórica que toman las
referencias históricas desde los conceptos marxistas fundamenta-

122
Teorías de la Relaciones Internacionales

les, pasando por la economía mundo de Fernand Braudel, hasta


la visión jerárquica de centro-periferia, además de las premisas
metodológicas del análisis estructural y la combinación de teoría e
historia (Braudel: 1985). Estos son: Samir Amin, de quien destacan
sus obras «Imperialismo y globalización, los desafíos de la mun-
dialización» (1997), «Crítica de nuestro tiempo» (2001), y «Salir
de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis» (2009);
Giovanni Arrigui y André Gunder Frank, con el libro «Movimientos
sociales en el sistema mundial», publicado en 1990. De Gunder
Frank sobresalen también los libros «Critica y anticrítica» (1994),
«Capitalismo y Subdesarrollo en América Latina» (1967), «Subde-
sarrollo del desarrollo» (1966), además de sus numerosos artículos
FOMBj/FX-FGU3FWJFXvZ QPSÙMUJNP *ONBOVFM8BMMFSTUFJO DVZP
trabajo analizamos anteriormente (1974; 1983; 1997). Todos ellos
comparten las ambiciones intelectuales de unir economía, sociedad y
política, además de objetivos políticos basados en una crítica radical
al capitalismo y a la hegemonía estadounidense (Herrera 2006: 73).
Para finalizar, debemos señalar que las Relaciones Internacio-
nales en los últimos años han tenido un nuevo desarrollo que se
desmarca bastante de los enfoques clásicos que hemos desarrollado
en este capítulo. Así, hablamos de un «cuarto debate», en el cual se
proponen nuevos marcos conceptuales y nuevas teorías. Los autores
que se inscriben en estas nuevas corrientes son llamados reflectivistas
o post-positivistas y se caracterizan por su total oposición a los en-
foques clásicos. Al respecto, hay consenso en la literatura en que este
cuarto debate se puede denominar «racionalistas y reflectivistas».
Entre las líneas teóricas que se consideran reflectivistas encon-
tramos: la teoría crítica, los feminismos y los postmodernismos. Su
factor común es que reclaman una reestructuración de la disciplina
de las Relaciones Internacionales donde cuestionan la posibilidad de
formular verdades objetivas y empíricamente verificables sobre el
mundo natural y, más aún, el social, como se verá más ampliamente
en otro capítulo de este manual. No obstante, los enfoques clásicos
siguen vigentes y continuamente están desarrollándose para explicar
la nueva realidad internacional que los desafía.

123
Isabel Rodríguez

Bibliografía

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126
Capítulo iv
Nuevas corrientes en la teoría de las
Relaciones Internacionales
Mónica Salomón

i. Introducción

El objetivo de este capítulo es introducir al estudiante en las co-


rrientes y enfoques contemporáneos en la teoría de las Relaciones
Internacionales (RI) que no pertenecen al eje principal realismo/
liberalismo: Teoría Crítica (en sus vertientes neogramsciana y norma-
tiva), enfoques postmodernos, enfoques feministas, Constructivismo
y Sociología Histórica. Estas corrientes y enfoques, producto de la
mayor interacción de las RI con otras disciplinas (particularmente con
corrientes de pensamiento sociológicas y filosóficas) y de una mayor
preocupación con cuestiones epistemológicas, fueron incorporados
a la teorización en RI a partir de la década de 1980. Todos ellos, en
mayor o menor grado, están hoy consolidados dentro de la disciplina.
Vistos en conjunto, estos nuevos enfoques son muy heterogé-
neos. Incluyen teoría pero también metateoría; algunos optan por
las ciencias sociales y otros por las humanidades; unos se mantienen
fieles al ideal de objetividad en la investigación científica y otros
lo rechazan clamorosamente; algunos enfoques se proponen hacer
teoría empírica y otros recuperan la teoría normativa. Por último,
aunque la mayoría de autores que desarrollan estos nuevos enfo-
ques se consideran miembros de la comunidad académica de las
RI, eso no es así en el caso de la Sociología Histórica. Sin embargo,
el notorio acercamiento entre Sociología Histórica y RI justifica, a
nuestro entender, su inclusión en este capítulo.
Además de presentar los contenidos de las diferentes propuestas
y de situarlas en el contexto de la evolución de la disciplina y de las

127
Mónica Salomón

influencias externas, nos preguntamos si esas diferentes maneras de


entender la teoría de Relaciones Internacionales son tan poco com-
patibles con las aproximaciones más convencionales como muchos
de sus exponentes acostumbran sostener.
Tal como se señaló antes, el objetivo de este capítulo es presentar
las aproximaciones teóricas actuales en Relaciones Internacionales
que no pertenecen al eje principal (mainstream teórico) realismo/
liberalismo, tradicional articulador de la disciplina. Antes de entrar
en materia, nos parece importante hacer algunas consideraciones
preliminares sobre el concepto «teoría de las Relaciones Interna-
cionales», enfatizando primero «Relaciones Internacionales» y
luego «teorías».
En primer lugar, muchas obras pertinentes para el entendimien-
to de las relaciones internacionales (ya sean de carácter teórico o
empírico) se producen, de hecho, en otras disciplinas: la sociología,
la historia, la geografía, la ciencia política y la filosofía han con-
tribuido tanto o más al entendimiento de fenómenos considerados
(también) propios de las relaciones internacionales que la propia
disciplina de las Relaciones Internacionales: guerra, globalización,
hegemonía, cooperación, etc. Sin embargo, esos cuerpos teóricos no
se consideran parte de la «teoría de las Relaciones Internacionales».
En segundo lugar, las que sí son consideradas «teorías de las
Relaciones Internacionales» (y aparecen así descritas en los manua-
les y en los programas de los cursos) son fruto de importaciones,
totales o parciales, de otras disciplinas: el Constructivismo, la Teo-
ría Crítica, el postestructuralismo o el feminismo no nacieron en
las Relaciones Internacionales. Asimismo, los más «autóctonos»,
liberalismo y realismo (en sus nuevas presentaciones de institucio-
nalismo y neorrealismo) beben también de otras fuentes, como la
teoría de la elección racional, la teoría microeconómica o diversas
teorías de las organizaciones.
Así, pues, el que determinada teoría/enfoque referido a algún
aspecto de las relaciones internacionales sea o no considerado como
«teoría de las Relaciones Internacionales» depende, ante todo, de
factores institucionales: de si ha sido o no producido en el seno de
una comunidad académica vinculada a determinados departamen-
tos, asociaciones profesionales y publicaciones.

128
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

Poniendo ahora el énfasis en «teorías», nos interesa llamar la


atención sobre el hecho de que ese conjunto de aproximaciones que
llamamos «teorías de las Relaciones Internacionales» son teorías en
sentidos muy diversos. Simplificando mucho, podemos injerir las
teorías de las Relaciones Internacionales en una o varias de estas
categorías: teorías explicativas; teorías normativas; metateorías;
anti-teorías. La teoría neorrealista de Waltz es un ejemplo de teoría
explicativa, en la que la dimensión normativa aparece más soslayada.
-B5FPSÎB$SÎUJDBQSPQVFTUBQPS"OESFX-JOLMBUFSFTFNJOFOUFNFOUF
normativa, aunque contiene también un programa de investigación
empírico menos desarrollado. El componente metateórico (de discu-
sión sobre la propia actividad de teorizar) está presente en todo el
cuerpo teórico de las Relaciones Internacionales, pero con un peso
bastante diferente en las diferentes aproximaciones. Por último,
también incluimos en el catálogo de «teorías de las Relaciones In-
ternacionales» aquellas aproximaciones escépticas (y contrarias) a
la propia actividad de teorizar. Es el caso de los postmodernismos/
postestructuralismos y de una buena parte de la producción femi-
nista, que por ello pueden ser descritos como anti-teorías.
Hechas estas aclaraciones, pasamos ahora al tema de este ca-
pítulo: las nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Interna-
cionales. Presentes en la disciplina a partir de la segunda mitad de
la década de los ochenta, la Teoría Crítica, el Constructivismo, los
postmodernismos y los feminismos están ya consolidados institucio-
nalmente como teorías de las Relaciones Internacionales, lo que se
traduce en un amplio espacio en las revistas académicas de Relaciones
Internacionales, representación en los órganos de las asociaciones
profesionales de Relaciones Internacionales y presencia en los cursos
universitarios de Relaciones Internacionales. Incluimos también a la
Sociología Histórica en el capítulo, que por su diferente procedencia
y vinculación institucional no forma parte de las corrientes teóricas
reconocidas como propias de la disciplina pero que es cada vez más
usada en explicaciones a fenómenos propios de relaciones internacio-
nales elaboradas por autores que sí son reconocidamente miembros
de la academia de Relaciones Internacionales.
Como acabamos de señalar, aunque toda la producción teórica
está vinculada a otras áreas disciplinarias, las nuevas corrientes se

129
Mónica Salomón

distinguen de las tradicionales por ser fruto de una mayor interac-


ción que en el pasado entre las Relaciones Internacionales y otras
disciplinas, particularmente la sociología, la filosofía y la historia.
También reflejan la mayor preocupación con la manera de teorizar
que se empezó a manifestar en Relaciones Internacionales con la
publicación de Theory of International Politics, de Kenneth Waltz
(Waltz 1979) y que se materializó en un mayor peso del componente
metateórico en los nuevos enfoques.
A pesar de esas características comunes (interdisciplinariedad y
reflexión metateórica), las nuevas corrientes son muy variadas, tanto
en sus diferentes posturas ante la actividad de teorizar como en los
contenidos sustantivos de sus propuestas. También divergen en la
manera en que se sitúan con respecto a las corrientes principales:
mientras que algunas se presentan como opuestas y hasta incompa-
tibles con la teorización tradicional realista y liberal, otras resaltan
su disposición a dialogar con esas tradiciones teóricas. Por último
–y muy importante– las nuevas corrientes que describimos aquí
difieren bastante en cuanto al rigor de sus respectivas propuestas.
En ese sentido, la interacción con otras ciencias sociales no siempre
ha traído resultados positivos.

ii. Enfoques reflectivistas

Exceptuando a la Sociología Histórica (incuestionablemente racio-


nalista y cuyas prácticas se ajustan a lo que consensualmente se en-
tiende como ciencias sociales), las corrientes que vamos a presentar
a continuación caben, todas ellas, dentro de la denominación de
«enfoques reflectivistas». El término «reflectivistas» fue acuñado
por Robert Keohane a fines de la década de 1980 (Keohane 1989)
como contrapuesto al «racionalismo» de la teorización vinculada al
proyecto de desarrollar las Relaciones Internacionales como ciencia
social. Keohane definió las teorías «racionalistas» como aquellas que
consideran posible «juzgar objetivamente los comportamientos»,
como el realismo/neorrealismo y liberalismo/neoliberalismo. Las
teorizaciones, entonces incipientes, que Keohane llamó «reflectivis-
tas» (reflectivist), tenían en común, según él a) desconfianza hacia
los modelos científicos para el estudio de la política mundial, b)

130
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

una metodología basada en la interpretación histórica y textual y c)


énfasis en los efectos de la reflexión humana sobre la naturaleza de
las instituciones y sobre el carácter de la política mundial. Asimismo,
Keohane sostuvo que, pese a su interés, los enfoques «reflectivistas»
eran unos enfoques marginales en la disciplina y que lo seguirían
siendo si no desarrollaban unos programas de investigación em-
píricos sustantivos y que contribuyeran a la tarea de clarificar las
cuestiones centrales de la política mundial.
Desde entonces, algunos autores han interpretado la controver-
sia entre estos enfoques reflectivistas y las teorizaciones asentadas
en la tradición racionalista occidental como componente principal
del llamado «cuarto gran debate» de la disciplina de las Relacio-
nes Internacionales, paralelo en el tiempo pero de naturaleza muy
diferente al diálogo neorrealismo-neoliberalismo (Waever 1996;
Smith 1997).
No hay acuerdo entre los autores sobre la denominación de la
familia de enfoques que Keohane llamó «reflectivistas». Algunos
autores han optado por la denominación de «tendencias postpo-
sitivistas» aludiendo al posicionamiento de varios de ellos frente
a la manera «positivista» de entender la ciencia (Lapid 1989). El
problema que supone el uso de esa denominación es que podría su-
gerir que se está aceptando la dicotomía positivismo/postpositivismo
tal como algunos de esos autores la plantean, una opción que no
compartimos. Otro grupo de autores distingue entre «teoría crítica»
(enfoques reflectivistas en general) y «Teoría Crítica» (el enfoque
FTQFDÎàDBNFOUFIBCFSNBTJBOPZOFPNBSYJTUB
 (FPSHF#SPXO
1994; Wendt 1995). Es evidente que también esa solución se presta
a confusiones. La ventaja de la denominación acuñada por Keohane
de «enfoques reflectivistas» es que no parece señalar a ninguno de
estos enfoques en particular. Por otra parte, aunque se trata de una
denominación dada desde fuera, la han usado también algunos
autores que se identifican con esas corrientes, como por ejemplo
Steve Smith (Smith 1997) o Mark Neufeld (Neufeld 1993).
Aunque un importante elemento en común de los enfoques
reflectivistas (que no está entre los destacados por Keohane) es su
consideración de las relaciones internacionales como un conjunto
de fenómenos «socialmente construidos» –según la terminología

131
Mónica Salomón

empleada en el área de la sociología del conocimiento (Berger y


Luckman 1966)– es posible, sin embargo, que, tal como afirmara
Wendt, la «familia» de enfoques reflectivistas esté más unida por
lo que rechaza que por lo que acepta (Wendt 1995: 71- 72). Esos
rechazos tienen que ver con determinados aspectos en la manera
de teorizar que los autores reflectivistas atribuyen a las corrientes
dominantes en el estudio de las relaciones internacionales. En primer
lugar, con aspectos epistemológicos: los enfoques reflectivistas cues-
tionan, en mayor o menor medida, las bases del conocimiento que
–en nuestra opinión, simplificando excesivamente– suelen denominar
«positivista»: la posibilidad de formular verdades objetivas y empí-
ricamente verificables sobre el mundo natural y, más aún, el social.
En segundo lugar, con aspectos ontológicos: el cuestionamiento de si
el conocimiento puede o no fundarse en bases reales y cuáles serían
las entidades pertinentes para el estudio de las relaciones internacio-
nales. En tercer lugar, con cuestiones axiológicas: se cuestionan las
posibilidades de elaborar una ciencia «neutral» o «libre de valores»
(Lapid 1989). Es sobre esas bases que algunos autores pasaron a
reclamar la «reestructuración de las Relaciones Internacionales»
(Neufeld 1995; Sjolander y Cox 1994; George 1994).
Ya han pasado más de veinte años desde la introducción de
los llamados enfoques reflectivistas en la teoría de las Relaciones
Internacionales. Las trayectorias de los diferentes enfoques han sido
bastante diversas. Algunos han crecido significativamente y han dado
contenido a lo que inicialmente era poco más que una propuesta,
desarrollando una importante producción sobre temas sustanti-
vos. Otros se han quedado atrás, con un componente metateórico
hipertrofiado en relación a su contribución real a la comprensión
de las relaciones internacionales. A continuación presentamos las
propuestas y trayectorias de esos diferentes enfoques.

1. Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales

A comienzos de la década de los ochenta algunos autores rei-


vindicaron una «Teoría Crítica» de las Relaciones Internacionales,
en el sentido de una teoría realizada con mayor conciencia de sus
propósitos prácticos. «La teoría es siempre para alguien y para

132
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

alguna cosa», escribió Robert Cox en el artículo que introdujo la


propuesta de teoría crítica en la disciplina (Cox 1981) y que a partir
de entonces se volvió una especie de eslogan.
El término «teoría crítica» fue usado inicialmente para des-
cribir el proyecto intelectual (marxista heterodoxo) de la llamada
Escuela de Frankfurt, formada por un conjunto de filósofos y so-
ciólogos alemanes que abarca varias generaciones de pensadores
y que surgió con la fundación del Instituto de Investigación Social
de Frankfurt en 1923. El proyecto de la Escuela de Frankfurt
combinaba el análisis intelectual con la práctica política, siendo
la «emancipación» (entendida como la búsqueda de la mejoría
de las condiciones de vida humana) su principal prioridad. Esa
prioridad es precisamente lo que distingue a la teoría crítica de
la «teoría tradicional», según la conocida distinción de Max
Horkheimer, una de las principales figuras de la primera genera-
ción de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer 1972). Además de
Horkheimer, formaron parte de esa primera generación Theodor
Adorno, Walter Benjamin, Herbert Marcuse y Erich Fromm,
entre otros. Jürgen Habermas es sin duda el frankfurtiano más
conocido de la llamada «segunda generación». De la tercera y
más actual generación sobresalen, en términos de su influencia
en autores de Relaciones Internacionales, Axel Honneth y Ul-
rich Beck. Aunque hay enormes diferencias entre esos autores,
todos tienen en común, además del objetivo emancipatorio,
una aproximación a las ciencias sociales que busca combinar la
reflexión filosófica con la investigación social y que minimiza
las distinciones entre teoría empírica y normativa, explicación
y comprensión, estructura y agencia. Entre los variados temas
tratados por la escuela de Frankfurt se destacan el análisis de
las teorías de conocimiento y las diferentes concepciones de
racionalidad, el de las diferentes estructuras de autoridad (inclu-
yendo la familia) y el del papel de los medios de comunicación
y las «industrias culturales» (término acuñado por Adorno y
Horkheimer) (Adorno y Horkheimer 2002).
Con el tiempo, el nombre de teoría crítica se pasó a usar en
un sentido mucho más amplio, y numerosos pensadores sociales
con orientación práctica y que cuestionan el orden social existente

133
Mónica Salomón

pasaron a asumirse como «teóricos críticos» o a señalar a autores


clásicos del pasado como tales1.
En la disciplina de las Relaciones Internacionales las prime-
ras referencias a la teoría crítica figuran en un artículo de 1981
de Robert Cox (Cox 1981) y en otro del mismo año de Richard
Ashley (Ashley 1981). El objetivo principal de uno y otro era el
cuestionamiento de la «Theory of International Politics» de Kenneth
Waltz (Waltz 1979), obra que durante muchos años estuvo en el
centro de las discusiones teóricas de la disciplina. En 1986 Robert
Keohane editó el volumen «Neorrealism and its Critics», (Keohane
1986) que reunía varios capítulos de la obra de Waltz junto con
una recopilación de artículos que la discutían y criticaban. Keohane
incluyó en la antología los artículos de Cox y Ashley, y fue a partir
de ahí que alcanzaron mayor difusión. Ashley se convirtió pronto
en un autor representativo del pensamiento postmoderno en Rela-
ciones Internacionales, y solo puede considerarse un exponente de
la teoría crítica en la medida en que se admita el solapamiento de
esos enfoques. Cox, en cambio, continúa siendo hasta la actualidad
uno de los principales referentes de la teoría crítica en Relaciones
Internacionales.
En ese artículo fundacional, Cox presentaba la teoría neorrea-
lista de Waltz como una «teoría tradicional» en el sentido que le dio
Horkheimer al término o, en sus palabras, una «teoría que resuelve
problemas» (problem-solving theory): un conjunto de directrices
para ayudar a resolver problemas dentro de una determinada pers-
pectiva. Ese tipo de teoría, según Cox, toma al mundo tal cual es,
aceptando las relaciones sociales y de poder y sus instituciones. Su
principal objetivo es que esas relaciones e instituciones funcionen
con eficiencia. En concreto, el realismo-neorrealismo habría ayudado
a resolver el problema de cómo gestionar las relaciones entre las
superpotencias durante la Guerra Fría. Pese a su pretendida neu-
tralidad axiológica, el neorrealismo tendría, según Cox, un sesgo
ideológico-normativo anti-emancipatorio. Según la receta neorrea-
1
Para dar una idea de la diversidad de quienes hoy se consideran o son
señalados como teóricos críticos, una obra reciente sobre «teóricos críticos
y Relaciones Internacionales» incluye capítulos sobre Adorno, Aganbem,
Baudrillard, Bashkar, de Beauvoir, Deleuze, Foucault, Kant, Hegel, Marx,
Nietzsche, Said y Virilio, entre otros (Edkins y Williams 2009).

134
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

lista, en efecto, los Estados que quieran maximizar su seguridad


deberán aceptar unas reglas del juego esencialmente conservadoras.
Así, la teoría contribuye a la manutención y reproducción de un
sistema internacional injusto.
Cox abogaba por una manera diferente de teorizar. La teoría crí-
tica que proponía es un tipo de teoría que se cuestiona cómo surgió
el orden, que se pregunta por los orígenes de las instituciones y por
las relaciones de poder y las instituciones en que están organizadas,
única manera, a su entender, de elaborar propuestas de cambio.
Así, pues, la dimensión normativa y la dimensión metateórica son
componentes importantes de esa propuesta. Pero la propuesta de
Cox también contenía –inicialmente de forma bastante embriona-
ria– elementos como para desarrollar una teoría explicativa, que
fuera más allá del mero desenmascaramiento de las ideologías pre-
sentes en las teorizaciones tradicionales y de la denuncia del orden
internacional existente.
En lo sustantivo, la mayor influencia de la propuesta de Cox
es la del filósofo, activista político y marxista no ortodoxo Anto-
nio Gramsci. La noción de «estructura histórica», inspirada en el
concepto de «bloque histórico» de Gramsci, es la unidad de análisis
en la propuesta de Cox. Una estructura histórica es una configura-
ción de fuerzas (capacidades materiales, ideas, e instituciones) que
impone presiones y constreñimientos sobre el comportamiento de
los Estados. A diferencia del marxismo tradicional, las estructuras
históricas de Cox/Gramsci no presuponen la primacía de los fac-
tores materiales: en cada momento histórico cualquiera de los tres
factores puede tener primacía sobre los otros dos. La propuesta
de investigación es, precisamente, analizar la composición de las
diferentes estructuras históricas y sus procesos de transformación.
«Hegemonía» es otra de las palabras clave en la aproximación
de Cox, que toma también ese concepto de la obra de Gramsci. Para
Cox/Gramsci la hegemonía es una forma de dominio basada más en
la influencia que en la coerción y que consiste en una configuración
particular de factores materiales, ideas e instituciones. El papel de
hegemonías específicas (como la británica hasta la Segunda Guerra
Mundial o la estadounidense después de ella) en el desarrollo de las
diferentes estructuras históricas es uno de los focos de interés de la

135
Mónica Salomón

teoría crítica neogramsciana, así como el papel de las instituciones


internacionales en la construcción y el mantenimiento del sustrato
ideológico de la hegemonía.
Cox no propuso una teoría acabada de las Relaciones Inter-
nacionales, sino más bien un proyecto de investigación con un
objetivo normativo (la emancipación), un método (el método de las
estructuras históricas) y unos campos de aplicación concretos. El
método de las estructuras históricas se aplica a esferas específicas
de actividad humana («totalidades limitadas» o subsistemas): las
fuerzas sociales originadas por los procesos de producción; las for-
mas de Estado que surgen de las relaciones Estado– sociedad; y los
órdenes mundiales, es decir, la configuración de fuerzas que define
la problemática de la guerra y la paz para el conjunto de Estados.
Los autores que se definen como neogramscianos han seguido,
en términos generales, la propuesta de Cox, aunque no necesaria-
mente aplican el método de las estructuras históricas. Ese conjunto
de autores se concentra en la subdisciplina de la Economía Política
Internacional y en el análisis de las estructuras e instituciones de
gobernanza global, tratando temas como la desigualdad, pobreza
o subdesarrollo. Entre ellos destacamos la obra de Craig Murphy y
su evaluación crítica de las organizaciones internacionales (Murphy
2005); a Kees van der Pijl y su estudio de las clases transnaciona-
les (Kees van der Pijl 1998); y a Barry Gills y sus aproximaciones
críticas a la globalización (Gills 2002; 2011).
"OESFX-JOLMBUFS QPSTVQBSUF EFTBSSPMMÓPUSBWBSJBOUFEFUFPSÎB
crítica en Relaciones Internacionales, con un foco fundamentalmente
normativo, aunque incluye también una propuesta de investigación
empírica sobre la «sociología de los sistemas de Estados».
El foco normativo está muy presente desde la primera obra de
Linklater, Men and Citizens in International Relations (Linklater
1982). En ella el autor identificó el objetivo de la emancipación con
la ampliación de los límites de la comunidad política, que debe ir
más allá de los límites del Estado soberano y tender hacia el ideal
kantiano de comunidad política mundial. Ese objetivo coincide con la
propuesta de Jürgen Habermas de construcción de una «democracia
radical» (o democracia deliberativa, un modelo en el que todos los
potenciales afectados participan en el proceso de toma de decisiones)

136
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

a través de la «acción comunicativa» (Habermas 1987). La acción


comunicativa es la que busca el entendimiento y el consenso entre los
participantes del diálogo. Habermas opone ese concepto al de «acción
estratégica», que busca simplemente el éxito individual.
Una de las propuestas de Linklater es avanzar hacia un «buen
ciudadano internacional», cuyos derechos y deberes ciudadanos
estarían desvinculados de los límites de su Estado soberano. El pro-
ceso de integración europea es señalado como un paso importante
hacia la realización del proyecto de comunidad política mundial,
en la que la ciudadanía cosmopolita no coincidiría, necesariamente,
con un Estado mundial.
Como mencionamos, la propuesta normativa de Linklater está
acompañada de una propuesta, por el momento embrionaria, de
desarrollar una «sociología de los sistemas de Estados» (Linkla-
ter 2002) que dé continuidad a algunas de las reflexiones de los
miembros de la Escuela Inglesa, particularmente Martin Wight. En
concreto, Linklater se propone avanzar en los estudios comparativos
entre los diferentes sistemas de Estados para responder a la pregunta
de si ha habido o no avances en cuanto a la restricción del daño
sufrido por los individuos como consecuencia de la organización
política mundial. Es una propuesta empírica pero que parte de una
preocupación claramente normativa.
Junto a esas dos grandes corrientes de teoría crítica en Relaciones
Internacionales, varias otras aproximaciones han asumido la etique-
ta de «críticas». Entre ellas se destacan los «estudios de seguridad
críticos» (Krause y Williams 1997; Booth 2005), que se distancian
de los estudios de seguridad tradicionales realizados al servicio de
los intereses estratégicos de las grandes potencias, principalmente de
Estados Unidos. El objetivo normativo de los estudios de seguridad
crítico es el mismo que el de la corriente de la «investigación para la
paz», la tradicional alternativa a los estudios estratégicos tradicio-
nales. A diferencia de estos, sin embargo, los estudios de seguridad
críticos tienden a adoptar una metodología interpretativa y a integrar
elementos de las diversas corrientes reflectivistas.
La revisión de la trayectoria de la Teoría Crítica desde su apa-
rición en las Relaciones Internacionales evidencia un programa de
investigación consistente y rico, y al mismo tiempo, en palabras de

137
Mónica Salomón

Linklater, «una invitación a todos los analistas sociales a reflexio-


nar sobre los intereses cognitivos y los supuestos normativos que
presiden su investigación» (Linklater 1992: 91).

2. Enfoques postmodernos

Los enfoques postmodernos (o postestructuralistas)2 en Rela-


ciones Internacionales provienen, básicamente, de la influencia de
la corriente postestructuralista francesa, identificable a partir de
los años sesenta y que incluye, entre sus principales exponentes, a
Jacques Derrida, Michel Foucault, François Lyotard, Julia Kristeva
y Roland Barthes. Como ocurre con muchas otras corrientes, los
postestructuralistas no se definieron a sí mismos como tales ni for-
maron un movimiento cohesionado. La denominación surgió desde
fuera, en referencia a la posición crítica de ese conjunto de autores
ante las limitaciones de la corriente estructuralista (centrada en el
análisis del lenguaje y la comunicación pero también influyente en
áreas como la antropología y el psicoanálisis). Los postestructu-
ralistas también suelen ser identificados como postmodernos (un
término de alcance más amplio), ya que la crítica a la herencia de
la modernidad y la Ilustración suele ser una constante en su obra.
La ruptura con la modernidad o, más específicamente, con el pro-
yecto político de la modernidad, supone un rechazo en bloque al
racionalismo, a la ciencia y a la posibilidad de un conocimiento
objetivo, entre otras cosas.
Los postestructuralistas están asociados también al llamado
«giro lingüístico» en filosofía y humanidades, traducido en un mayor
interés por cuestiones relacionadas con el papel del lenguaje (o de las
diferentes prácticas discursivas) en la estructuración de la realidad.
No obstante, y a diferencia de los filósofos analíticos, interesados
en el papel del lenguaje en la constitución de la realidad social

2
El término «postmodernismo» tiene un alcance más amplio que el de «post-
estructuralismo». El primero se refiere a una gran variedad de movimientos
culturales, artísticos y de análisis sociológico-filosóficos que en alguna
medida intentan apartarse o señalan el fin de la era «moderna» heredada
de la Ilustración. El segundo tiene el alcance más restringido señalado en
el texto. En Relaciones Internacionales los dos términos se han usado de
manera más o menos intercambiable.

138
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

(que presupone una realidad material independiente) (Searle 1995;


2010), los postestructuralistas –vinculados a la llamada «filosofía
continental», más identificada con el campo de las humanidades que
con las ciencias sociales– no hacen distinciones entre «realidad» y
«realidad social», por lo que, desde su punto de vista, el lenguaje
(o el discurso) crea o constituye la propia realidad.
A partir de esa precedencia ontológica que dan al lenguaje, los
postmodernos conciben el mundo como un «gran texto» o conjunto
de textos interconectados (intertexto) (Derrida 1967). La función
del estudioso será, pues, analizar esos textos, discursos o prácticas
discursivas. Ello permitirá, si no conocer, al menos aproximarse al
mundo con el fin de «ilustrar cómo los procesos textuales y sociales
están intrínsecamente conectados y describir, en contextos específi-
cos, las implicaciones para la manera en la que pensamos y actuamos
en el mundo contemporáneo», según explica uno de los adeptos a
este enfoque en Relaciones Internacionales (George 1994: 191). De
lo que se trata, en definitiva, es de desenmascarar las premisas, pre-
suposiciones y sesgos que subyacen a cualquier discurso, incluidas
las teorías que pretenden captar lo que llamamos «realidad», así
como mostrar que las relaciones de poder que el discurso dominante
intenta hacer pasar como «naturales» no lo son tanto.
Los autores postmodernos usan diferentes técnicas y métodos
de análisis del discurso (por lo demás, un procedimiento utilizado
por diferentes disciplinas y para los más variados propósitos). No
obstante, el método de análisis del discurso más asociado a la crí-
tica postmoderna es el de la «deconstrucción», ideado por Jacques
Derrida y aplicado por él mismo y por otros autores al análisis del
pensamiento de distintos autores (entre ellos el de Platón, Descartes,
Kant, Hegel, Nietszche, Freud, Husserl, Heidegger y Sartre). Aunque
las definiciones que da el propio Derrida sobre la deconstrucción
no son nada claras –e incluso ha negado que se trate de un «méto-
do» (Derrida 1987: 390-391)–, de sus análisis se desprende que la
deconstrucción consiste, aproximadamente, en problematizar los
significados que el propio autor atribuye a su texto, proponiendo
lecturas alternativas («doble lectura»). Para ello, se identifican las
«oposiciones binarias» explícitas o implícitas en los textos. Para
ello, se parte del supuesto de que, al menos en la tradición de pen-

139
Mónica Salomón

samiento occidental, organizamos nuestras ideas a partir de pares de


conceptos opuestos (masculino/femenino, fuerte/débil, etc.), en los
que uno de los términos tiene connotaciones positivas y otro nega-
tivas. El análisis de discurso permite poner de relieve ese sistema de
significados, que en una lectura ingenua puede pasar desapercibido.
Características comunes a una parte importante de las obras
catalogadas como postmodernas son un lenguaje denso, a veces im-
penetrable, falsamente profundo, la falta de rigor en el uso de fuentes
y muy poca precisión en la identificación de los sujetos a los que
se hace referencia. Ha sido también detectada (y desenmascarada)
(Sokal y Bricmont 1998) la propensión de un número importante
de autores postmodernos a usar (erróneamente) conceptos de la
física, las matemáticas y otras ciencias frecuentemente denigradas
por los postmodernos para hacer más creíble su propio discurso.
Las primeras obras de factura postmoderna en Relaciones Inter-
nacionales datan de la segunda mitad de la década de los ochenta.
En comparación con otros campos de las ciencias sociales y huma-
nidades, el pensamiento postmoderno penetró bastante tardíamente
en las Relaciones Internacionales. La obra de James der Derian On
Diplomacy (Der Derian 1987) es una de las pioneras, junto con One
World/Many Worlds de R. B. J. Walker (1988).
Pero la obra que marcó verdaderamente la entrada (o más bien
la irrupción) del enfoque postmoderno en las Relaciones Internacio-
nales fue el número extraordinario de la revista International Studies
Quarterly (1990) editado por Richard Ashley y R.B.J. Walker, que
recogía varias contribuciones y contenía un texto introductorio que
hizo las veces de manifiesto o de declaración programática.
El tono del texto es bien ilustrativo de la postura confrontacional
que asumió el movimiento, que se propone, según Ashley y Walker,

«la celebración de la diferencia, no la identidad; el


cuestionamiento y la transgresión de los límites, no la
aserción de límites y marcos; una disposición a cuestionar
cómo el significado y el orden se imponen, no la búsqueda
de una fuente de significado y orden ya establecida; el
incansable y meticuloso análisis de la manera en que el
poder opera en la vida global moderna, no la nostalgia
por una figura soberana (se trate ya del hombre, de Dios,

140
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

de la nación, del Estado, del paradigma o del programa de


investigación) que prometa librarnos del poder; la lucha
por la libertad, no un deseo religioso de producir algún
domicilio territorial o una manera de ser evidente que los
hombres de fe inocente puedan llamar hogar» (Ashley y
Walker 1990: 264-265, traducción nuestra).

El texto ilustra también la tendencia postmoderna a «colocar


todo en el mismo saco», estableciendo engañosos paralelos entre
conceptos diferentes.
A partir del inicio de la década de los noventa las publicaciones
de influencia postmoderna/postestructuralista se sucedieron con
regularidad en la disciplina, incorporando tanto las técnicas de
análisis del discurso como los posicionamientos epistemológicos
(subjetivismo, relativismo) y ontológicos (papel constitutivo de las
prácticas discursivas) de los postmodernos/postestructuralistas.
También incorporaron muchos de los focos de interés de la literatura
postmoderna, empezando por las relaciones entre conocimiento y
poder a partir del pensamiento de Michel Foucault (Foucault 1976,
entre otras)3.
En cuanto al contenido, las obras postmodernas sobre relacio-
nes internacionales son tanto de carácter metateórico (crítica a las
teorías de las Relaciones Internacionales y sus conceptos) como más
sustantivas, abordándose un amplio rango de temáticas «clásicas»
de la disciplina.
La crítica a la teorización convencional en Relaciones Interna-
cionales ha sido el terreno preferido por los postmodernos, sobre
todo en los primeros años tras su surgimiento. En general, los
autores postmodernos conciben las teorías convencionales de las
Relaciones Internacionales no como explicaciones sino como algo
que debe explicarse. Para R. J. B. Walker, por ejemplo, «las teorías de
las Relaciones Internacionales son más interesantes como aspectos
de la política mundial contemporánea que necesita ser explicada
que como explicaciones de la política mundial contemporánea»
(Walker 1988: 6). Buena parte de los análisis postmodernos a las

3
En nuestra opinión, el uso de la rica obra foucaultiana como base de
inspiración de parte de la producción postmoderna en RI ha contribuido
mucho a evitar su caída en la total vacuidad.

141
Mónica Salomón

teorías de las Relaciones Internacionales son críticas dirigidas contra


el neorrealismo de Waltz, que, como ha señalado un autor (Soren-
sen 1998:85), es la «metanarrativa» más atacada por este grupo.
Richard Ashley, en su primer trabajo decididamente postmoderno,
emprendió la deconstrucción de Man, State and War y de Theory
of International Politics de Waltz (Ashley 1989). Ashley centró su
análisis en la dicotomía hombre/guerra, señalando la dependen-
cia jerárquica de la noción de «hombre» de la de «guerra» en el
discurso de Waltz y proponiendo una lectura alternativa en la que
se invirtiera la jerarquía. Por su parte, James Der Derian aplicó
un análisis genealógico-semiológico a la evolución del realismo
en general (Der Derian 1995). Por último, la reinterpretación, en
clave deconstructivista o genealógica de autores clásicos (del pensa-
miento internacional o de otras disciplinas) es también un ejercicio
habitual de los autores postmodernos. Así, por ejemplo, los textos
de Tucídides y de Maquiavelo han sido deconstruidos (por Daniel
(BSTUZ)BZXBSE"MLFSFOFMDBTPEFMQSJNFSPZQPS3+#8BMLFS
en el del segundo) con el fin de demostrar que la conexión entre
estos autores y el realismo/neorrealismo contemporáneo es más
débil que lo que suele afirmarse (Garst 1989; Walker 1989). Otros
clásicos reinterpretados desde la óptica postmoderna y en relación
a su pensamiento internacional han sido Freud, Vico, Marx, Weber
y Nietszche (Elshtain 1989; Alker 1990; Der Derian 1993).
Las temáticas más sustantivas abordadas por los autores post-
modernos son muy variadas (aunque de una u otra manera las dife-
rentes temáticas se vinculan al tema de la identidad y la construcción
discursiva del «otro»), cubriendo prácticamente todo el abanico de
temas abordados por las Relaciones Internacionales, desde los más
«clásicos», como diplomacia (Der Derian 1987; 1992), soberanía
(Bartelson 1995; Edkins, Pin-Fat y Shapiro 2004), política externa
(Doty 1993; Campbell 1998; Campbell 2005) o seguridad (Hansen
2006; Jackson 2009) hasta temas incorporados más recientemente a
la agenda de RI como hambre y crisis humanitarias (Edkins 2000)
o refugiados (Soguk 1999).
A medida que los enfoques postmodernos/postestructuralistas
se han ido integrando institucionalmente a la disciplina, sus posi-
cionamientos radicales parecen haberse suavizado. Muy ilustrativo

142
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

de ese esfuerzo por aumentar la aceptación del postestructuralismo


en la academia de RI nos parece el capítulo de David Campbell
(Campbell 2007) sobre postestructuralismo en una obra reciente
de introducción a las teorías de Relaciones Internacionales (Dunne,
Kurki y Smith 2007), en el que sale al paso de las principales críticas
con unas afirmaciones que parecen estar en franca contradicción con
las manifestaciones tradicionales de los autores postmodernos. En
ese texto Campbell se identifica a sí mismo como postestructuralista
y desvincula al postestructuralismo del postmodernismo, de modo
de distanciarse del discurso anti-Ilustración4. También reconoce la
existencia de un mundo material independiente del discurso y destaca
el carácter «constructivo» del postestructuralismo para «el estudio
de la política internacional de una manera diferente» (es decir, no
como ciencia social). No es que Campbell reconozca un cambio en
el abordaje postestructuralista en RI en general ni en el suyo propio
en particular. No admite estar haciendo ninguna rectificación, sino
despejando un malentendido, producto, según él, de la interpretación
equivocada de los detractores del postmodernismo. Esa negación de
los aspectos más chocantes y cuestionados del postmodernismo/pos-
testructuralismo no resulta, a nuestro juicio, muy convincente. Negar
las críticas no es lo mismo que rebatirlas con argumentos válidos.
A favor de los abordajes postmodernos/postestructuralistas,
cabe decir que toda crítica es saludable y que nunca es un ejercicio
ocioso poner de manifiesto las ideologías subyacentes de cualquier
teorización social, mucho menos de las extremadamente ideológicas
teorías de las Relaciones Internacionales. En contra, que la falta de
rigor y claridad conceptual, la falta de foco de las críticas y el tono
y estilo vacuo de buena parte de la producción postmoderna opera
contra la eficacia de la propia crítica.

3. Enfoques feministas

Parece poco discutible que la dimensión de género está pre-


sente en numerosas cuestiones consideradas desde las Relaciones

4
Es significativo el título de la sección del capítulo en que aparece esa
argumentación: «Poststructuralism misunderstood as postmodernism»
(Campbell 2007: 221).

143
Mónica Salomón

Internacionales y que para la mejor comprensión de esas cuestiones


resulta fructífero (y a veces indispensable) tenerla en cuenta. En los
conflictos armados, el análisis de las diferencias entre los papeles
desempeñados por hombres y mujeres, así como el de la manera en
que las partes implicadas en un conflicto definen los atributos de
los géneros femenino o masculino (en otras palabras, la manera en
que el género es socialmente construido) puede tener interés no solo
para quienes luchan contra la discriminación sexual sino también
para comprender la propia dinámica de los conflictos y también para
quienes intentan resolverlos o elaborar políticas pos-conflictos. De la
misma manera, comprender las especificidades de la división sexual
del trabajo en una situación dada ayudará a comprender mejor la
problemática del desarrollo/subdesarrollo y a los encargados de la
elaboración e implementación de políticas de desarrollo.
Pese a ello, solo en las dos últimas décadas esa idea de que «el
género importa» se ha generalizado en las Relaciones Internaciona-
les, y progresivamente, la «ausencia de las mujeres de las Relaciones
Internacionales» (Halliday 1994) y, en un sentido más amplio, de
las cuestiones de género, se está superando. En los programas de
los cursos de Relaciones Internacionales las cuestiones de género
y/o los enfoques feministas en Relaciones Internacionales suelen
tener un espacio propio. Los principales manuales de Relaciones
Internacionales incluyen capítulos sobre género/enfoques feministas,
y ya hay una producción intelectual respetable, materializada en
numerosos artículos y capítulos de libros. Paralelamente, y en parte
debido a la penetración de esas ideas en la academia, en las orga-
nizaciones internacionales, empezando por el sistema de Naciones
Unidas, en los últimos años existe una política específica (gender
mainstreaming) que exige tomar en cuenta la dimensión de género
para la elaboración y aplicación de políticas5.
Las cuestiones de género fueron introducidas en la disciplina y
en la teoría de las Relaciones Internacionales a partir de los últimos

5
La estrategia de gender mainstreaming fue adoptada en la Plataforma de
Acción de Pekín, aprobada por la Cuarta Conferencia de Naciones Unidas
sobre la Mujer (Pekín 1995). La resolución 1325/2000 del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas hizo un llamamiento a la incorporación de
la perspectiva de género en las operaciones de paz y en la negociación de
acuerdos de paz.

144
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

años de la década de los ochenta por autoras feministas, asociadas


al movimiento feminista y a la teoría feminista. Como se sabe, el
movimiento feminista es un movimiento político muy activo que
surgió en la década de 1960, con antecedentes en los movimientos
sufragistas y en defensa de los derechos de la mujer de finales del
siglo XIX y comienzos del XX. La teoría feminista (que en realidad
abarca enfoques muy variados y diversos) está estrechamente vin-
culada a los objetivos políticos del movimiento feminista.
El papel que tuvieron las autoras feministas en la introducción
de las cuestiones de género en la disciplina condicionó mucho la
manera en que se abordan esos temas en Relaciones Internacionales.
Las obras que tratan de género y Relaciones Internacionales son
fruto de la interacción entre los objetivos prácticos feministas y los
objetivos teórico-analíticos de las Relaciones Internacionales como
ciencia social (o al menos como campo de conocimiento). El objetivo
práctico feminista es la emancipación o liberación de la mujer de la
opresión patriarcal. El objetivo teórico-analítico de las Relaciones
Internacionales es comprender la naturaleza de las relaciones socia-
les entre los diferentes gobiernos y sociedades. Esos dos objetivos
no siempre resultan fácilmente combinables. En prácticamente
todos los casos, las obras catalogables en la categoría «feminismo
y Relaciones Internacionales» tienen como preocupación principal
la liberación de la mujer, y solo en una medida mucho menor se
ocupan de la elucidación de un problema que afecte a las Relaciones
Internacionales. Esa subordinación del objetivo analítico al objetivo
político afecta, a nuestro modo de ver, la calidad de buena parte de
la producción feminista en Relaciones Internacionales.
Otra serie de condicionamientos son los impuestos por la propia
importación de la teoría feminista a las Relaciones Internacionales.
Aunque hay diversos enfoques teóricos dentro del feminismo, en
Relaciones Internacionales prevalecen los enfoques postmodernos y
el llamado «feminismo de punto de vista» (stand-point feminism),
que también rompe con la ciencia social al uso. Ambos, a su vez, se
definen como políticamente radicales (en oposición a los enfoques
liberales o socialistas/marxistas). Los ya mencionados problemas de
los enfoques postmodernos aparecen también en la mayor parte de
la producción feminista en RI: falta de rigor y claridad conceptual,

145
Mónica Salomón

críticas poco focalizadas y poco fundamentadas y una excesiva


preocupación por justificar la pertinencia de los enfoques de gé-
nero –muchas veces acompañada de ataques sobredimensionados
y poco justificados a la supuesta incapacidad de los enfoques tra-
dicionales para abordar esas cuestiones– en detrimento de análisis
más sustantivos. Además de eso, parece evidente que existe cierta
contradicción entre el proyecto político feminista de liberación de
la mujer y el rechazo postmoderno a cualquier proyecto emancipa-
dor universal. Feministas postmodernas como Silvester (1994) han
reconocido esa contradicción.
Como la de los autores postmodernos en general, la produc-
ción de las feministas postmodernas se concentra en el análisis del
discurso. Les interesa mostrar cómo los discursos y las estructuras
dominantes y hegemónicas (entre las que pueden incluirse las teorías
tradicionales de las Relaciones Internacionales) están profunda-
mente imbuidas de la ideología patriarcal y el dominio masculino.
Un ejercicio bastante frecuente es mostrar los mecanismos de la
construcción social de género. Así, por ejemplo, Jean Bethke Els-
htain (Elshtain 1987) identificó los estereotipos de «guerrero justo»
atribuido al género masculino vs. «alma hermosa» (femenino) en
diferentes textos sobre guerra y paz. Jessica West (West 2004/2005),
por su parte, mostró cómo los estereotipos sobre género influyeron
en la manera en que diferentes medios periodísticos presentaron el
fenómeno de las mujeres terroristas chechenas o «viudas negras».
El feminismo de «punto de vista» en Relaciones Internacio-
nales pretende reinterpretar la teoría y la práctica de la disciplina
a través de una lente feminista. Según sus practicantes, el marco
conceptual de las Relaciones Internacionales está «marcado por
el género» y refleja unos valores y unas preocupaciones esencial-
mente masculinas. Una perspectiva basada en el punto de vista
debería poder mostrar cómo las mujeres están situadas en relación
a las estructuras de poder dominantes y cómo esto forja un sen-
tido de identidad y una política de resistencia, además de sugerir
maneras en las que tanto la teoría como la práctica puedan ser
reorientadas en sentido liberador (Steans 1998). Cinthia Enloe
(«Bananas, Beaches and Bases», 1989) y Jo Ann Tickner (quien
reescribió los seis principios del realismo político de Morgenthau

146
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

desde una perspectiva feminista) (Tickner 1988) son dos autoras


que se encuadran en este enfoque.
Las corrientes feministas en Relaciones Internacionales están
consolidadas en los diferentes espacios institucionales de la discipli-
na y ningún manual de Relaciones Internacionales se permite ignorar
su contribución. Esta ha sido, sin embargo, marginal y limitada,
tanto por la especificidad de su objetivo normativo como por su
resistencia a «someterse» a los parámetros de la ciencia social al uso.

4. Constructivismo

El constructivismo, también llamado «constructivismo social»,


es el enfoque que más elementos de la teoría sociológica contem-
poránea aportó a las Relaciones Internacionales. De ahí que pueda
hablarse de un «giro sociológico» (sociological turn), paralelo al
«giro lingüístico» en la disciplina a partir de los primeros años de
la década de los noventa.
Inicialmente, el constructivismo era difícilmente distinguible
de los demás reflectivismos. De hecho, el supuesto principal del
constructivismo (la construcción de la realidad social) es compar-
tido por todos ellos. Pero en muy pocos años el constructivismo
adquirió un perfil bastante diferenciado y una gran fuerza dentro
de la disciplina, tanto en términos de la cantidad de autores que se
adscribieron al nuevo enfoque como de la cantidad y calidad de su
producción. Resulta significativo que, ya en 1998, Stephen Walt, en
un artículo que alcanzó gran difusión, señalara al constructivismo
como el tercer pilar (junto con el realismo y el liberalismo) de la
teoría contemporánea de las Relaciones Internacionales.
La característica distintiva del constructivismo es la combi-
nación de un programa de investigación centrado en cuestiones
socio-cognitivas (bastante diferente del foco del debate neo-neo) y
una postura muy contemporizadora hacia los enfoques racionalis-
tas y sus bases epistemológicas. Los autores constructivistas hacen
bastante hincapié en que el constructivismo no es una «teoría de las
Relaciones Internacionales», en el sentido de que no contiene unos
supuestos establecidos sobre la naturaleza o sobre los cambios de
la política internacional como el realismo o el liberalismo (Wendt

147
Mónica Salomón

1992; Finnemore y Sikkink 2001), sino más bien una «teoría social»
más amplia o un «programa de investigación». Esa actitud ilustra
la postura de los constructivistas –o de muchos de ellos– hacia la
actividad de teorizar: suelen preferir una teorización más inductiva
e interpretativa que deductiva y explicativa. Más que premisas o su-
puestos, lo que los constructivistas plantean son hipótesis de trabajo.
Además de las obras de clásicos de la sociología como Durkheim
y Weber, dos obras importantes de la sociología del conocimiento
son especialmente influyentes en el pensamiento constructivista en
Relaciones Internacionales. Una es el clásico de Berger y Luckmann
«La construcción social de la realidad» (Berger y Luckman 1966).
Otra es «Central Problems in Social Theory», donde Anthony
Giddens desarrolló su «teoría de la estructuración» (Giddens 1979).
De las múltiples influencias provenientes de la propia disciplina de
las Relaciones Internacionales los autores constructivistas destacan
tres núcleos, todos ellos particularmente interesados en el papel de
los factores socio-cognitivos en las Relaciones Internacionales: en
primer lugar, la literatura vinculada a la teorización sobre la sociedad
internacional, especialmente la obra de Hedley Bull (Bull 1977).
En segundo lugar, los aportes de la escuela neofuncionalista de la
integración europea (Haas 1968; Lindberg 1970; Nye 1971). En
tercer lugar, las de los estudiosos que se ocuparon de los problemas
de la percepción en los procesos de toma de decisiones, entre los
que se destaca Robert Jervis (1988).
La etiqueta de «constructivismo» para designar un programa
de investigación en Relaciones Internacionales alternativo a los
existentes fue acuñada por Nicholas Onuf en 1989, en su obra
«World of Our Making» (Onuf 1989). Sin embargo, el autor más
representativo de esta corriente es Alexander Wendt, quien en 1987
ya había planteado el tema central de la problemática constructi-
vista: la mutua constitución de las estructuras sociales y los agentes
en las relaciones internacionales (Wendt 1987). John Ruggie y
'SJFESJDI,SBUPDIXJMTFDVFOUBOUBNCJÊOFOUSFMPTQSJNFSPTBVUPSFT
SFDPOPDJEBNFOUFDPOTUSVDUJWJTUBT 3VHHJFZ,SBUPDIXJM,SB-
UPDIXJM
&NNBOVFM"EMFS 1FUFS,BU[FOTUFJO +FGGSFZ$IFDLFM 
Michael Barnett, Martha Finnemore y Kathrin Sikkink son otros
constructivistas de renombre.

148
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

En su influyente artículo de 1992, «La anarquía es lo que los


Estados hacen de ella», Wendt presentó una exposición detallada
del proyecto constructivista que merece la pena reseñar. Señaló
al constructivismo como una perspectiva capaz de contribuir al
diálogo neorrealismo-neoliberalismo –reforzando los argumentos
neoliberales– y a la vez capaz de acercar las posiciones reflectivis-
tas a las racionalistas (Wendt 1992: 394). Según Wendt, el diálogo
entre neorrealistas-neoliberales gira en torno a la medida en que la
acción estatal está condicionada por la «estructura» (anarquía y
distribución de poder) o por el «proceso» (interacción y aprendizaje)
e instituciones. Ese diálogo era posible a partir de la base común: el
compromiso «racionalista» de ambas partes y, sobre todo, su uso
de los modelos económicos y de la teoría de los juegos. El problema
es que la teorización basada en la teoría de los juegos no concede
especial interés a las identidades y a los intereses de los participantes,
sino que los trata como factores exógenos (a la interacción) fijos,
centrándose en la manera en que los actores se comportan y en los
resultados de sus acciones. Sin embargo, en opinión de Wendt, las
posiciones neoliberales –que sostienen que los procesos e institucio-
nes pueden dar lugar a un comportamiento cooperativo a pesar de
la anarquía– se verían reforzadas si contaran con una teoría siste-
mática que explicara la transformación de las identidades e intereses
de los actores por parte de los regímenes e instituciones. A su vez,
las teorías «reflectivistas» sí se ocupan de «cómo las prácticas de
conocimiento constituyen a los individuos», una cuestión cercana,
según Wendt, a las inquietudes de los neoliberales. Así, pues, el autor
cree posible contribuir al debate (racionalista) entre neorrealistas y
neoliberales con elementos constructivistas.
Para ilustrar las ventajas de contar con una teoría sistemática
que explique la formación de las identidades e intereses de los actores
y el papel de las instituciones en las dinámicas de cooperación (y tam-
bién en las de conflicto) del sistema internacional, Wendt desarrolló
en su artículo la cuestión del significado de la noción de anarquía
y sus implicaciones. Según la teoría neorrealista, la anarquía da
lugar, necesariamente, al conflicto, a partir de una concepción de la
seguridad basada en la necesidad de la autotutela (self-help). Wendt
propuso cuestionar y problematizar este vínculo estrecho, sugiriendo

149
Mónica Salomón

que la vinculación entre anarquía y política de autotutela podría


ser no necesaria sino contingente. Para Wendt, la autotutela no es
un rasgo constitutivo de la anarquía sino una «institución», que
define como «un conjunto o una estructura relativamente estable
de identidades e intereses» (Wendt 1992: 399). Esas estructuras
pueden estar codificadas a través de reglas y normas formales, pero
son «unas entidades fundamentalmente cognitivas que no existen
aparte de las ideas de los actores sobre cómo funciona el mundo».
El proceso de institucionalización consiste en la internalización de
nuevas identidades e intereses. La autotutela es, pues, una institu-
ción, una estructura particular de identidades e intereses, pero no
la única posible en una situación de anarquía. Wendt argumenta
que podrían existir otras. Una posibilidad, por ejemplo, la de una
estructura opuesta a la de la política de autotutela: la de un sistema
de seguridad basado en una estructura cooperativa, en la que los
Estados se identificaran positivamente entre sí y percibieran la se-
guridad de cada uno como la responsabilidad de todos (seguridad
colectiva). Entre ambos extremos podría hipotetizarse también la
posibilidad de que en un sistema anárquico se desarrollara una
estructura intermedia, en la que los Estados fueran indiferentes a
las relaciones entre su propia seguridad y la de los demás pero se
preocuparan más con las ganancias absolutas de la cooperación
que con la posición relativa de cada Estado. Evidentemente, esas
diferentes instituciones o estructuras no surgirían de la anarquía sino
que serían la consecuencia de otros procesos, fundamentalmente de
la interacción recíproca entre los actores. Por determinadas circuns-
tancias, la interacción entre los actores puede dar lugar a la creación
de unas estructuras más o menos competitivas. Wendt niega, por
lo tanto, que las identidades e intereses de los actores preexistan a
la interacción sino que se desarrollan a partir de esa interacción:

«[Ello] presupondría una historia de interacción en


la que los actores han adquirido identidades e intereses
egoístas. Antes de la interacción (...) no tendrían expe-
riencias sobre las que basar semejantes definiciones de sí
mismos y de los demás. Asumir lo contrario es atribuir
a los Estados en el estado de naturaleza unas cualidades
que solo pueden poseer en sociedad» (Wendt 1992: 402).

150
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

Ahora bien, una vez creadas, las estructuras (como por ejemplo
la de autotutela), sufren un proceso de «reificación»: se las trata
como algo separado de las prácticas que la producen y mantienen.
Como las estructuras configuran las identidades e intereses de los
actores, un cambio de dinámica (como el que supondría pasar de
un sistema de autotutela a un sistema cooperativo) no es nunca
sencillo. Sin embargo, a través de largos procesos de interacción
los actores podrían redefinir sus identidades e intereses y pasar de
un sistema de autotutela a uno de cooperación.
Wendt no propuso una teoría de las Relaciones Internacio-
nales –ni siquiera en su posterior «Social Theory of International
Politics» (Wendt 1999)– sino un conjunto de hipótesis que sugirió
explorar empíricamente. Lo que sí propuso, como ya mencionamos,
fue una agenda de investigación que tendría como objetivo evaluar
las relaciones causales entre prácticas e interacciones (variable in-
dependiente) y las estructuras cognitivas en el nivel de los Estados
individuales y los sistemas de Estados (variable dependiente), lo que
equivale a explorar la relación entre lo que los actores hacen y lo
que son. Aunque sugirió partir de la idea de la constitución mutua
entre agentes (actores) y estructuras, subrayó que no es una idea
que pueda ayudar demasiado: lo que hay que averiguar es cómo se
constituyen mutuamente. En particular, Wendt señaló la importancia
del papel de la práctica al configurar actitudes hacia lo «dado» de
esas estructuras: ¿Cómo y porqué los actores reifican las estructuras
sociales, y bajo qué condiciones desnaturalizan esas reificaciones?
Es también destacable la postura de Wendt frente a la contro-
versia epistemológica definida como «positivismo-postpositivismo».
Sencillamente, propuso quitarle importancia, señalando asimismo
que «abandonar las restricciones artificiales de las concepciones de
investigación del positivismo lógico no nos obliga a abandonar la
‘ciencia’» (Wendt 1992: 425).
La agenda propuesta por Wendt y por otros autores constructi-
vistas dio lugar, como ya indicamos, a una importante y rica produc-
ción. Junto con el análisis de los procesos de creación de identidades
a partir de la mutua interacción entre agentes y estructuras (foco de la
propuesta de Wendt), la producción constructivista ha investigado la
cuestión complementaria de cómo las ideas institucionalizadas gene-

151
Mónica Salomón

ran prácticas internacionales (Adler 2002: 102). Los constructivistas


están interesados, en particular, en un tipo de ideas: las normas. Según
Katzenstein (1996: 5), las normas «describen expectativas colectivas
sobre el comportamiento adecuado de los actores con una identidad
dada. En algunas situaciones las normas operan como reglas que defi-
nen la identidad de un actor, teniendo así «efectos constitutivos» que
especifican qué acciones llevarán a otros actores relevantes a reconocer
una identidad particular». Entre otras cuestiones, los autores cons-
tructivistas se han ocupado de los procesos de creación de las normas
internacionales referentes a cuestiones variadas (derechos humanos,
medio ambiente), investigando su ciclo de vida (Finnemore y Sikkink
1998), sus mecanismos de constitución, los actores o agentes con papel
relevante en su constitución (emprendedores morales, comunidades
epistémicas, organizaciones internacionales, redes de activistas trans-
nacionales, ciertos Estados) (Keck y Sikkink 1998) y en los efectos
diferenciados de las normas en los diferentes tipos de Estados.
Aunque los autores constructivistas tratan también cuestio-
nes metateóricas, como por ejemplo la (bastante popular) de su
compatibilidad/incompatibilidad con las corrientes racionalistas
mayoritarias (Fearon y Wendt 2002), la investigación constructivista
empírica, sustantiva, supera con creces a ese tipo de ejercicios. Eso
muestra, a nuestro modo de ver, que el constructivismo ha superado
ampliamente el desafío de la relevancia.

iii. Sociología histórica y relaciones


internacionales

La Sociología Histórica no es un enfoque ni una subdisciplina de las


Relaciones Internacionales, sino una disciplina autónoma e indepen-
diente. Hasta hace unos veinte años había muy poco intercambio
entre sociólogos históricos y autores de Relaciones Internacionales.
En los años noventa comenzó a producirse un acercamiento, que se
manifestó en citaciones (a obras de Sociología Histórica por parte
de autores de RI y viceversa), publicaciones y el establecimiento de
foros institucionalizados para el intercambio académico entre las dos
disciplinas. Las obras de Hobden (1998) y la editada por Hobden
y Hobson (2005) ilustran bien este esfuerzo. La primera presenta al

152
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

público de Relaciones Internacionales los principales temas y autores


de la Sociología Histórica. La segunda, también dirigida al público de
las Relaciones Internacionales, está concebida como un «manifiesto»
a favor de un mayor acercamiento a la Sociología Histórica y con-
tiene capítulos de autores de Relaciones Internacionales que ilustran
las múltiples conexiones entre las dos disciplinas. Alguno de esos
autores, como por ejemplo Fred Halliday, identifica su propia obra
como parte de la empresa de la Sociología Histórica (Halliday 2005).
5BNCJÊO"OESFX-JOLMBUFSMPDBMJ[B FOMBNJTNBPCSB TVQSPQVFTUB
de construir una «sociología histórica del daño transnacional» en el
campo de la Sociología Histórica (sin que ello resulte incompatible
con su adscripción a la Teoría Crítica) (Linklater 2002). También es
significativa, como ilustración de los puentes construidos entre las
dos disciplinas, la creación del grupo de trabajo Sociologia Histórica
en BISA (British International Studies Association) en 2004.
La Sociología Histórica ha sido definida por Theda Skocpol,
una de sus principales exponentes, como «una tradición […] de
investigación dedicada a la comprensión del carácter y los efectos
de las estructuras [sociales] a gran escala y de procesos fundamen-
tales de cambio» (Skocpol 1984:4). Esa tradición se subdivide en
EPTHSBOEFTMÎOFBT MBEFJOTQJSBDJÓOXFCFSJBOB jOFPXFCFSJBOBv

centrada en la evolución del Estado y sus instituciones y que incluye
a la propia Skocpol, Barrington Moore, Anthony Giddens, Charles
Tilly y Michael Mann, y la línea de inspiración marxista, con foco en
el análisis del sistema internacional o, en sus términos, del sistema-
mundo, y que incluye a Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi,
André Gunder Frank o Samir Amin entre sus autores más conocidos.
%FOUSPEFMBMÎOFBOFPXFCFSJBOB MBTPCSBTEF.JDIBFM.BOOZ
de Charles Tilly han sido especialmente influyentes en las Relaciones
Internacionales. La principal contribución de Michael Mann es un
ambicioso análisis histórico de las fuentes del poder social (Mann
1986; 1993): la ideológica, la económica, la militar y la política. Según
el análisis de Mann, cada una de esas fuentes de poder cuenta con su
propia red de relaciones e interacciones. El surgimiento y desarrollo
del Estado debe entenderse a partir de configuraciones específicas (para
cada momento histórico) de esas diversas fuentes de poder social. En
particular, Mann señala a la competición militar entre élites políticas

153
Mónica Salomón

como factor principal en el surgimiento del Estado territorial. Sostie-


ne también que, mientras que en el siglo XVIII las fuentes de poder
económico y militar prevalecieron sobre la política y la ideológica, en
el siglo XIX la correlación se invirtió. Mann es contrario a todo deter-
minismo: el peso de las diversas fuentes de poder social varía a lo largo
del tiempo. Mann ha intentado responder también a la pregunta, tan
actual, de si la globalización está llevando al declive del Estado-nación
(Mann 1997). Su tratamiento de la cuestión ilustra bien el rechazo
por cualquier determinismo que Mann comparte con los sociólogos
IJTUÓSJDPTOFPXFCFSJBOPTFOHFOFSBM.BOOJEFOUJàDB EFOUSPEFMBT
diversas tendencias que, según algunos, estarían socavando las bases del
Estado contemporáneo (desarrollo del capitalismo financiero, aparición
de amenazas globales –medioambientales, demográficas– o creación
de movimientos sociales transnacionales), algunos aspectos que esta-
rían socavando el Estado y otros que, por el contrario, lo reforzarían.
Así, por ejemplo, aunque los mercados financieros son globales, están
parcialmente regulados por leyes y prácticas contables nacionales; y
aunque las cuestiones medioambientales son gestionadas en parte por
redes locales/transnacionales, por otro lado también lo están por unas
agencias intergubernamentales cada vez más numerosas. En definitiva,
las pautas identificadas son tan variadas y contradictorias que es im-
posible afirmar si el Estado-nación está debilitándose o reforzándose.
Charles Tilly, por su parte, mostró en su obra fundamental
«Capital, Coerción y Estados Europeos» (Tilly 1992) que el Estado
contemporáneo no es el producto de un diseño institucional precon-
cebido ni tampoco siguió un camino uniforme, sino que evolucionó
a partir de trayectorias muy diferentes. En gran medida, estas tra-
yectorias estuvieron determinadas por los diferentes pesos de dos
factores principales: la aplicación de la coerción y la disponibilidad
de capital entre los diferentes Estados. Según Tilly, la actividad gue-
rrera de los detentores de poder (inicialmente la «construcción de
Estado», consistía básicamente en la eliminación o neutralización
de los enemigos internos) los involucró en la extracción de recursos
(necesarios para la guerra) de las poblaciones controladas por ellos
y en la promoción de la acumulación del capital de aquellos sectores
que podían contribuir financieramente con la actividad guerrera.
Los Estados europeos acabaron convergiendo en el Estado nacional

154
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

contemporáneo a partir de la evolución de la guerra y por la influen-


cia mutua entre los diferentes Estados. El modelo que Tilly llama
de «coerción capitalizada» (combinación de fuentes sustanciales de
capital con disponibilidad de recursos humanos suficiente para la
creación de un ejército importante e incorporación de los capitalis-
tas a la estructura organizativa de los Estados) fue el que consiguió
prevalecer por su mayor capacidad de sustentar los ejércitos con sus
propios recursos y su mayor eficiencia en la guerra. Tilly también
aporta elementos importantes para entender las diferencias entre
el proceso original de formación de Estados-nación en Europa y
la creación de los nuevos Estados producto de la descolonización
post Segunda Guerra Mundial. Mientras que en el proceso de cons-
trucción de los Estados europeos los factores internos tuvieron un
peso mucho mayor que los externos (sistémicos), los nuevos Estados
del tercer mundo deben su existencia, principalmente, al apoyo y
reconocimiento externo, tanto de sus ex potencias coloniales como
del sistema como un todo. En los Estados europeos tuvo lugar un
largo proceso negociador entre los agentes de los Estados y de los
grupos civiles que controlaban los recursos, en el transcurso del
cual se desarrollaron las instituciones políticas representativas
como asambleas, Estados generales y parlamentos. Al final de ese
proceso los civiles controlaban a los militares. Los nuevos Estados
del tercer mundo no experimentaron ese proceso. Las elites, con
fuertes componentes militares herederos de las estructuras coloniales
represivas, reciben el apoyo económico (asistencia militar y compra
de sus recursos) del exterior, por lo que son menos dependientes de
los recursos internos y menos proclives a ceder su parcela de poder.
"VORVFFMÊOGBTJTEF5JMMZZEFMB4PDJPMPHÎB)JTUÓSJDBOFPXF-
beriana en general en la guerra, en el Estado y también en el sistema
internacional se acercan, en cierto sentido, a las preocupaciones de
la escuela realista de las Relaciones Internacionales, su preocupación
por los procesos internos al Estado y por la interacción entre los
procesos internos y los internacionales demuestran que se trata de
una aproximación bien diferente. Se aproxima mucho más, a nuestro
modo de ver, a los enfoques críticos neogramscianos.
Pasamos ahora a la vertiente neomarxista de la Sociología His-
UÓSJDB"EJGFSFODJBEFMPTOFPXFCFSJBOPT RVFTÎTFJEFOUJàDBODPOMB

155
Mónica Salomón

denominación de Sociología Histórica que ellos mismos acuñaron,


los neomarxistas como Wallerstein, Arrighi o Samir Amin, que de-
sarrollaron su aproximación propia, pueden ser considerados tanto
como una aproximación diferenciada (sistémica) de la Sociología
Histórica como una escuela de Economía Política o de la Historia
Económica. De hecho, ellos rechazan cualquier adscripción a una
disciplina específica porque rechazan también la propia división
de las ciencias sociales en disciplinas separadas, propugnando un
enfoque «unidisciplinar» (Wallerstein 2004). De todos modos, la
creación de la sección «Economía Política del Sistema Mundo»
dentro de la Asociación Americana de Sociología, de alguna manera
institucionalizó este campo de investigación.
La influencia de la obra de Wallerstein y de los demás autores
de la Economía Política del Sistema Mundo antecede al reciente
interés por la Sociología Histórica. De hecho, cuando a inicios de los
años ochenta se empezó a conceptualizar el panorama teórico de las
Relaciones Internacionales como un «debate interparadigmático»
(Banks 1984; Holsti 1985), se enmarcó en el «paradigma estruc-
turalista» al conjunto de aproximaciones herederas del marxismo,
incluyendo las teorías de la dependencia (antecesora directa del
enfoque de sistema-mundo) y la propia aproximación del sistema-
mundo. Aunque el peso de ese «paradigma» en la disciplina no era
comparable al de las corrientes realistas y liberales, esa inclusión
manifestó cierto interés por los análisis de un conjunto de autores y
enfoques «externos» a la disciplina. El foco de las investigaciones de
estos autores es la formación histórica del sistema capitalista a partir
de la expansión del capitalismo europeo en el siglo XVI. La unidad
de análisis considerada no es el Estado sino los «sistemas sociales»,
entendidos como sistemas históricos complejos formados por re-
des integradas de procesos económicos, políticos y culturales con
dinámicas propias. Históricamente existieron dos tipos de sistemas
sociales: los mini-sistemas (economías tribales), ya desaparecidos, y
los sistemas-mundo, definidos como una unidad espacio-temporal,
con una única división de trabajo, una o más estructuras políticas y
múltiples sistemas culturales. A su vez, los sistemas mundo pueden
ser imperios-mundo (dos o más grupos diferenciados culturalmente,
con un único sistema de gobierno vinculado a una élite) o econo-

156
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

mías-mundo (varias entidades políticas interdependientes desde el


punto de vista económico).
Actualmente, vivimos en una economía-mundo capitalista que
surgió en Europa en el siglo XVI y que a comienzos del siglo XIX
se había expandido en todo el planeta. Desde el siglo XVII esa
economía-mundo está organizada en un sistema de Estados. En la
economía-mundo existe una división de trabajo entre los Estados de
«centro» , «semi-periferia» y «periferia», atendiendo, sobre todo, al
tipo de actividades productivas desarrolladas, con las más rentables,
capital-intensivas desarrolladas en el centro y las menos rentables,
trabajo-intensivas en la periferia. Las tres zonas están vinculadas en
una relación de explotación, en la cual la riqueza es direccionada de la
periferia hacia el centro. El papel del sistema de Estados es contribuir
(a partir de reglamentaciones sobre los diferentes factores producti-
vos o por otros medios) a esa división internacional del trabajo, y en
particular garantizar la existencia de un mercado parcialmente libre
(oligopólico). Según esta interpretación, el sistema interestatal, al igual
que todas las instituciones del mundo moderno (clases, grupos étnicos
y nacionales, hogares) es consecuencia, no causa de la economía-
mundo capitalista. El sistema interestatal está pautado por ciclos
hegemónicos, en los cuales el sistema es dominado por una potencia
hegemónica (las Provincias Unidas desde la mitad del siglo XVII, el
Reino Unido desde la mitad del siglo XIX y Estados Unidos desde
la mitad del siglo XX). La potencia hegemónica define e impone las
reglas de juego de la acumulación capitalista mientras mantiene su
dominio. Sin embargo, ese esfuerzo (ideológico y militar) la acaba
desgastando a largo plazo. Eso, juntamente con la pérdida de ventajas
productivas con respecto a otras potencias, acaba con el declive de
la potencia hegemónica. Actualmente estaríamos experimentando el
declive de los EEUU como potencia hegemónica y quizás también el
declive de la propia economía-mundo capitalista.
Quienes más han abogado por una mayor interacción de las Rela-
ciones Internacionales con la Sociología Histórica argumentan que ello
ayudaría a corregir algunas tendencias nocivas visibles en las Relaciones
Internacionales, especialmente en sus vertientes clásicas: falta de con-
textualización, presentación de procesos históricos como inmutables o
«naturales», poco interés por el estudio de los cambios. También se ha

157
Mónica Salomón

apuntado que la Sociología Histórica sería una buena fuente de inspira-


ción para ampliar una agenda innecesariamente restringida. De hecho,
en otras disciplinas de las ciencias sociales (como la ciencia política,
la sociología e incluso la economía) también se reclama una «vuelta a
la historia» e incluso se habla de un «giro histórico» materializado en
un renovado interés en los métodos de investigación histórica y en las
metodologías de explicación históricas (McDonald 1996).

iv. Consideraciones finales

Como indicábamos al comienzo de este capítulo, los diferentes enfo-


ques descritos han seguido trayectorias bastante diversas en cuanto
al peso de sus diferentes componentes (explicativo, normativo, críti-
co), siendo que, inicialmente, en todos ellos, los componente críticos,
metateóricos y normativos estaban mucho más desarrollados que
el componente explicativo.
La Teoría Crítica neogramsciana mantuvo el foco en la emancipa-
ción como objetivo normativo amplio pero compatibilizándolo con un
programa de investigación sustantivo muy rico y variado, en el que se
trata, básicamente, la temática del desarrollo/subdesarrollo desde pers-
pectivas diversas, con énfasis en el papel de las organizaciones internacio-
nales, clases transnacionales y en las prácticas de la gobernanza global.
La Teoría Crítica en la versión de A. Linklater aún tiene una
teoría normativa cosmopolita como componente principal, aunque
también existe la propuesta, poco desarrollada, de investigar los
sistemas internacionales a partir de una aproximación semejante a
la Sociología Histórica.
En ambos casos, es importante destacar que tanto una como
otra vertiente se concentran en sus propias propuestas y no en la
crítica o descalificación de las teorías tradicionales, cuestión que
ocupa una parte ínfima de la producción.
Ocurre lo contrario con los enfoques postmodernos, que
continúan justificando su existencia, básicamente, en función de
su oposición «al otro» representado por las teorías racionalistas,
y particularmente en función de unas diferencias epistemológicas
supuestamente irreconciliables. Aquí el componente metateórico
sigue teniendo un peso mayor que cualquier otro, aunque ha crecido

158
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

perceptiblemente la producción postmoderna que aborda temas


sustantivos. Sin embargo, la manera peculiar en que los postmo-
dernos tratan esas temáticas (con un nivel de generalidad en el que
resulta casi imposible identificar a los agentes involucrados y con
una prosa densa y ambigua) y su rechazo a someterse a la «tiranía»
de los procedimientos de la investigación social lleva a que haya
muy poco intercambio entre la producción postmoderna sobre esos
temas y las investigaciones realizadas por otras corrientes, lo que
evidentemente limita el impacto de esa producción.
Los enfoques feministas, que en Relaciones Internacionales son,
básicamente, de orientación postmoderna, comparten con el postmo-
dernismo su carácter de antiteoría y el sobredimensionamiento del
componente metateórico en detrimento del componente explicativo
(o descriptivo). Pese a ello, reconocemos que los aportes feministas a
la teoría de Relaciones Internacionales contribuyeron a sensibilizar
a la academia (y también a las instituciones internacionales) sobre
que muchos de los temas tratados tienen una dimensión social de
género que conviene considerar.
El Constructivismo, por su parte, ha sabido combinar con gran
facilidad el énfasis de los factores sociocognitivos en el análisis de
los fenómenos internacionales y, en general, un rigor compatible
con los estándares de calidad de las ciencias sociales. Esa autode-
finición del constructivismo como «teoría social» en oposición a
«teoría de las Relaciones Internacionales» es, a nuestro modo de
ver, liberadora. Ese pesado lastre ideológico de los enfoques tradi-
cionales, que conduce a determinismos varios, está ausente en el
constructivismo. Las respuestas no están prefiguradas, por lo que
las preguntas pueden ser respondidas con más rigor.
Sin duda, los constructivistas están mucho más ocupados in-
tentando explicar la realidad internacional y el papel de las ideas
en la construcción de la realidad social que criticando otras teorías,
aunque sí mantienen un diálogo muy constructivo con los enfoques
«racionalistas».
En este capítulo nos referimos también a la Sociología Histórica,
que no forma parte del acervo teórico de las Relaciones Internaciona-
les y que tiene mucho más de racionalista que de reflectivista. Aunque
no es una teoría de las Relaciones Internacionales, está cada vez más

159
Mónica Salomón

presente en las discusiones y debates de la disciplina. Ese interés por


la Sociología Histórica responde a una necesidad, cada vez más sen-
tida como tal, de hacer una ciencia social informada históricamente,
combinando «grandes estructuras, amplios procesos y grandes com-
paraciones» (Tilly 1989) con información histórica detallada.
Concluimos con algunos consejos sobre cómo escoger, entre
esa amplia variedad de teorías, la que mejor se adaptará a la propia
investigación. Están dirigidos especialmente a los estudiantes que
realizan sus primeros trabajos académicos.
Primer consejo: empiece por el problema, no por la teoría. Una
investigación genuina parte de un problema, que a menudo puede
ser formulado como una pregunta que requiere una explicación. Las
teorías son explicaciones prefabricadas para ese mismo problema
o para problemas similares. Debemos escoger en función de cuál o
cuáles de ellas responde(n) nuestra pregunta o explica(n) nuestro
problema de manera más convincente. Empezar por la teoría es
empezar por la respuesta, no por la pregunta.
Segundo consejo: cuidado con la propaganda y con el envoltorio.
Las teorías son también productos en venta en el mercado académico.
Muchas de ellas vienen acompañadas de un marketing muy agresivo
o de envoltorios muy atractivos. Una estrategia de marketing bastante
frecuente es denigrar a los productos de la competencia. No se deje
engañar por la propaganda y piense que un envoltorio bonito no
contiene, necesariamente, un producto de calidad.
Tercer consejo: no precisa comprar el paquete entero. Como vimos,
esos conglomerados que llamamos teorías tienen diferentes componen-
tes: explicativo, normativo, metateórico. Puede que, por ejemplo, usted
simpatice con la propuesta normativa de un determinado enfoque. Pero
quizás la explicación (o la antiexplicación) no le sirva a sus propósitos.
No importa. Use solo la parte que le conviene y descarte el resto.
Cuarto consejo: desconfíe de cualquier texto que no consiga
descifrar con facilidad. Tenga por cierto que quien no consigue ex-
presarse con claridad es porque carece –él mismo– de ideas claras.
En síntesis, las teorías sirven para ayudarlo a pensar, no para
pensar por usted.

160
Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales

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166
Capítulo v
Temas y procesos del
sistema internacional
Isaac Caro

Introducción

En este capítulo se considerarán algunos de los principales temas y


procesos que están presentes en el sistema internacional, colocando
el énfasis en el contexto de globalización y, a partir de este, en la
presencia de nuevos actores internacionales. Por lo tanto, más allá
de las visiones clásicas en las Relaciones Internacionales, nos cen-
traremos en temas y enfoques que adquieren creciente importancia
en el periodo de post Guerra Fría.
Cuatro grandes ejes definirán este capítulo. En primer lugar, la
importancia de la globalización y en este marco la emergencia de
nuevos actores internacionales que implican una crítica al enfoque
estatocéntrico. Las relaciones internacionales de la post Guerra Fría
no se reducen a los vínculos entre los Estados, sino que consideran
nuevos actores. El auge que adquieren los movimientos sociales,
especialmente de trabajadores y estudiantes durante la década de
1960, así como la existencia de organizaciones no gubernamentales
(ONG), son ejemplos de actores no estatales. Sin embargo, a partir
de 1989 y de la creciente importancia de los procesos de globaliza-
ción, el escenario es propicio para un creciente rol de nuevos actores
internacionales, que incluyen, entre otros, movimientos religiosos,
organizaciones políticas, movimientos de liberación nacional y
grupos no legítimos.
En segundo lugar, la conformación de un paradigma civiliza-
cional, que da centralidad a los elementos culturales y religiosos
en las relaciones internacionales. Este modelo entrega formas de

167
Isaac Caro

análisis para explicar el conflicto entre la civilización occidental y


las no occidentales, en particular el choque con el Islam, al tiempo
que pone los temas culturales y religiosos en el debate internacional.
En tercer lugar, el papel que han tenido los extremismos de
derecha y movimientos neonazis y su relación con situaciones de
discriminación e intolerancia; especialmente se analizarán la xeno-
fobia, antisemitismo e islamofobia a partir de diversos marcos inter-
pretativos. Finalmente, se considera la importancia de la seguridad,
teniendo en cuenta el debate sobre seguridad nacional, internacional
y global, recogiendo aproximaciones clásicas y alternativas sobre
este concepto, así como la función que cumple la cooperación sobre
seguridad, de modo de avanzar hacia esquemas de seguridad común
o cooperativa en el marco de la globalización y de la consiguiente
conformación de una sociedad global.

ii. Globalización y nuevos actores


internacionales

En este subcapítulo consideraremos la importancia de los actores


no estatales, realizando una clasificación de los mismos y luego
colocando el énfasis en grupos no legítimos, para finalmente llevar
a cabo una crítica al enfoque estatocéntrico en Relaciones Interna-
cionales. Además, nos referiremos al debate sobre globalización a
partir de las distintas corrientes que se observan en torno a este tema.

1. Definición, importancia y clasificación


de actores no estatales

En el período de la Guerra Fría, la arena internacional estaba


dividida en dos bloques antagónicos, representados por la Unión
Soviética y Estados Unidos (EUA), cada uno de los cuales tenía sus
propias organizaciones que se confrontaban entre sí, representadas
por el Pacto de Varsovia y la Organización del Tratado del Atlán-
tico Norte (OTAN), respectivamente. Las superpotencias eran los
grandes actores del sistema internacional, y el paradigma realista
–centrado en el rol de los Estados– fue el que mejor pudo dar cuenta
del escenario que vivió el mundo desde el término de la Segunda
Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín.

168
Temas y procesos del sistema internacional

El escenario de post Guerra Fría inaugura un nuevo período,


que se caracteriza por la emergencia de enfoques, temas y actores,
muchos de los cuales existían antes pero estaban eclipsados por la
gran atención que suscitaba la lucha entre las superpotencias. En
diplomacia, derecho internacional, y periodismo se asume que las
relaciones internacionales consisten en relaciones entre Estados. Es
posible, por lo tanto, definir las relaciones internacionales como
aquellas que cubren este tipo de relaciones interestatales. Este es el
enfoque estatocéntrico, sustentado principalmente en el paradigma
realista. Sin embargo, un mejor entendimiento de la política global
requiere el análisis de las relaciones entre gobiernos y muchos otros
actores internacionales. Un enfoque más abierto, conocido como
pluralismo, está basado en el argumento de que todos los tipos de
actores pueden afectar el sistema internacional (Willets 2008: 332).
La idea de actores no estatales o actores transnacionales implica
que las relaciones internacionales no están limitadas a los gobiernos,
pues estos interactúan con ONG, empresas y organizaciones interna-
cionales. Una definición de actores no estatales incluye organizaciones
que tienen tres características centrales: a) tienen autonomía de los
gobiernos centrales, y su control emana de la sociedad civil, de la
economía de mercado o de los partidos políticos más allá del control
y dirección del Estado; b) operan en redes que se extienden más allá
de las fronteras estatales, conformando relaciones transnacionales que
ligan el sistema político con la economía y la sociedad; c) actúan de tal
manera que tienen consecuencias políticas dentro de uno o más Esta-
dos o dentro de las instituciones internacionales (Josselin 2001: 3-4).
Siguiendo a Halliday, podemos establecer cinco grandes grupos
dentro de esta categoría: ONG, compañías transnacionales, organi-
zaciones políticas, entidades religiosas y organizaciones criminales.
Esta definición excluye a organizaciones intergubernamentales
como la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Cruz Roja
Internacional, la OTAN o la Unión Europea, así como a agencias
especializadas de la ONU, tales como el Banco Mundial o UNICEF
(Halliday 2001: 26). Consideremos brevemente el rol de los cinco
grupos de actores no estatales en el sistema internacional.
Las ONG, según la definición de la ONU, son aquellas que
cumplen con las siguientes condiciones: a) apoyar los objetivos y

169
Isaac Caro

el trabajo de la ONU; b) ser un cuerpo representativo con una sede


identificable; c) no puede ser una organización que tenga utilidades;
d) no puede usar o abogar por la violencia; e) debe respetar normas
de no interferencia en asuntos internos de los Estados; f) no puede
ser un partido político; g) no puede ser establecida por acuerdo in-
tergubernamental. Un efecto de la globalización es hacer físicamente
y financieramente posible para los pequeños grupos establecer la
cooperación, aunque estén a miles de kilómetros unos de otros. Así,
es muy fácil para las ONG operar transnacionalmente, aunque no
todas hagan esta elección. Además, el advenimiento de Internet ha
permitido que ellas formen redes y puedan mantener comunicaciones
FMFDUSÓOJDBTZTJUJPTXFCDPOKVOUPT 8JMMFUT

Todas las compañías que importan o exportan están compro-
metidas en actividades transnacionales. Sin embargo, ellas no son
conocidas como compañías transnacionales hasta que tengan ramas
o subsidiarias fuera de su país. La imagen clásica de una compañía
transnacional es una compañía grande de EUA, que domina el mer-
cado mundial. La más grande es General Electric. Sin embargo, en
el siglo XXI, compañías de países en vías de desarrollo son cada vez
más importantes (como Marcopolo, de Brasil). Los gobiernos tienen
grandes dificultades en regular las transacciones internacionales.
Además, no hay un método garantizado de prevenir el comercio
indirecto de un país a otro, lo que se conoce como triangulación. Por
ejemplo, productos de Cuba a través de Canadá o México podrían
llegar a Estados Unidos (Willets 2008: 334-337) o vice-versa, pese
al embargo impuesto por esta potencia a la isla desde hace 50 años.
Además, las compañías transnacionales tienen un enorme im-
pacto en el medio ambiente, puesto que ellas consumen gran parte
de los recursos de la tierra, contribuyendo a la polución global y a la
HFOFSBDJÓOEFFNJTJPOFTEFHBT 3PXMBOET
&MEFSSBNFEF
petróleo producido por la British Petroleum en las costas del Golfo
de México, en mayo de 2010, es un ejemplo que muestra que estas
compañías, a pesar de su importancia, pueden provocar graves daños
medioambientales, escapando a cualquier regulación gubernamental.
Las organizaciones políticas, en particular los partidos políticos,
son ejemplos de actores no estatales que han tenido un rol transna-
cional, especialmente en el contexto europeo. A través de elecciones

170
Temas y procesos del sistema internacional

en la Unión Europea, ellos han creado lazos forjando coaliciones al


interior del Parlamento, las que alcanzaron a siete grandes grupos
en las elecciones del 2009: Grupo del Partido Popular Europeo,
incluyendo demócratas cristianos; Grupo de la Alianza Progresista
de los Socialistas y Demócratas; Grupo de la Alianza de los Demó-
cratas y Liberales por Europa; Grupo de los Verdes/Alianza Libre
Europea; Conservadores y Reformistas Europeos; Grupo Confederal
de la Izquierda Unitaria Europea; Europa de la Libertad y de la
Democracia (Parlamento Europeo 2009).
En cuanto a las entidades religiosas, cabe mencionar especial-
mente el rol creciente que adquieren los fundamentalismos religio-
sos, los cuales, como actores del sistema internacional, tienen una
función que está centrada no solo en el Estado, sino también en
el sistema político no estatal (Hermandad Musulmana en Egipto
y Jordania, grupos judíos ortodoxos como el Partido Shas en el
Parlamento israelí) y en la sociedad (iglesias y movimientos evan-
HÊMJDPTQSPUFTUBOUFT
 $BSPZ'FEJBLPXB$BSP

Un caso particular de actor no estatal está representado por los
fundamentalismos islámicos o movimientos islamistas, los que se
caracterizan por sus lazos transnacionales (Dalacoura 2001: 235-
248) y, en los casos más radicales, como Al Qaeda, por la presencia
de una red internacional de apoyo al terrorismo que incorpora a
organizaciones del Medio Oriente, África, Asia central y oriental.

2. Grupos no legítimos y movimientos de


liberación nacional

Una variedad de grupos comprometidos en comportamiento


violento o criminal tienen una base transnacional, por lo que pue-
den ser considerados también como actores no estatales. Se puede
hacer una distinción entre movimientos criminales y aquellos que
se consideran de liberación nacional y tienen motivos políticos. Sin
embargo, para los gobiernos, ni la actividad criminal ni la violencia
política pueden ser legítimos dentro de su propia jurisdicción o
en otros países. Las industrias criminales más importantes son el
tráfico de armas y el narcotráfico. Hay también un nuevo comercio
de esclavos y explotación sexual de jóvenes mujeres, como queda

171
Isaac Caro

ejemplificado en países como Tailandia, donde prolifera un turismo


sexual (Willets 2008: 337).
Como resultado de la revolución tecnológica, el crimen organi-
zado es cada vez más transnacional: los principales grupos operan
y están estructurados internacionalmente, lo que significa que están
involucrados en tráfico de drogas, de armas, lavado de dinero, todo
lo cual constituye una preocupación de carácter global (Galeotti
2001: 203-217). En Sudamérica, un ejemplo de mafia transnacional
está constituido por el territorio de la triple frontera de Argentina,
Paraguay y Brasil. Esta zona, debido especialmente a una falta de
vigilancia por parte de los organismos de seguridad paraguayos,
se ha caracterizado por incluir actividades ilícitas, como tráfico de
armas y mercancías, presencia de mafias de distintas nacionalida-
des. La relación entre las mafias chinas y ciertos grupos islamistas,
concretamente el egipcio Gamaa Islamiya, es expuesta por Saldivia
y Franco, quienes, basándose en informes de inteligencia, señalan
que esta conexión incorporaría venta de armamento desde Ciudad
del Este al Gamaa, el que sería enviado a Egipto vía marítima, así
como manejo de fondos de esta organización por parte de mafias
chinas radicadas en esta ciudad, en «un circuito financiero que
incluiría a Guyana e Islas Caymán» (Saldivia y Franco 2003: 133).
En cuanto a la violencia política, es más común cuando movi-
mientos nacionalistas o minorías étnicas rechazan la legitimidad de
un gobierno. Estos grupos son llamados «terroristas» para expresar
el rechazo a ellos, «guerrillas» para aquellos que son más neutrales
o movimientos de «liberación nacional» por sus partidarios. Desde
11-S, el balance político ha cambiado profundamente. Histórica-
mente, el terrorismo ha sido un instrumento de conflicto interno,
pero Al Qaeda presentó al mundo una nueva amenaza al constituir
una red global transnacional (Medio Oriente, Asia, Europa) (Willets
2008: 337-338).

3. Críticas al enfoque estatocéntrico

Las críticas al enfoque estatocéntrico y, en particular, al para-


digma realista, se hacen evidentes con el nuevo escenario de post
Guerra Fría que estamos viviendo y el consiguiente surgimiento

172
Temas y procesos del sistema internacional

de nuevos actores internacionales, tal como hemos relatado en las


páginas anteriores. En particular, existen cuatro problemas mayores
con esta concepción (Willets 2008: 332-334):

rAmbigüedad entre diferentes significados de lo que es un «Esta-


do». Los autores que utilizan el concepto «Estado» no lo usan
del mismo modo y con el mismo significado, confundiendo este
concepto con el de «país», esto es, región, provincia o territorio,
con una presencia de población que comparte valores comunes.
Ejemplos de territorios que no constituyen Estados son, entre
otros, Cataluña, País Vasco, Escocia, Kurdistán. También está el
concepto de «Estado» como aparato de gobierno.
rFalta de similitud entre los Estados. Las divergencias económi-
cas, poblacionales, territoriales entre los diferentes Estados son
muy grandes: por ejemplo, la economía de EUA es 1.400 veces
mayor que la de Etiopía. En términos de población y superficie,
las diferencias son mayores: las islas del Caribe o Pacífico no se
comparan con China o India.
rDiferencia entre «sistema de Estados» y «sistema internacional».
El enfoque estatocéntrico niega posibilidad de que existan enti-
dades colectivas en un nivel global. Al sistema internacional se lo
considera como un conjunto de Estados individuales. Exagerando
la coherencia de los Estados y disminuyendo la coherencia de
la política global, las relaciones transnacionales y las relaciones
intergubernamentales son subestimadas.
rDiferencia entre Estado y nación. El Estado no coincide con la
nación y viceversa. La mayoría de los Estados son multinacionales
y muchos grupos nacionales están presentes en muchos Estados.
De este modo, en el Estado chileno coinciden muchas naciones,
que incluyen a los mapuches, aymaras y otros grupos nacionales.
Por su parte, los Kurdos que ocupan el territorio del Kurdistán,
corresponden a una nación que no tiene un Estado autónomo
y que están repartidos en cuatro Estados nacionales: Irán, Irak,
Turquía y Siria.

A lo anterior, tenemos que sumar la importancia creciente que


adquieren los procesos de globalización. Estamos en un período de

173
Isaac Caro

radicalización de la modernidad (Giddens 1990), de una sociedad de


riesgo (Beck 1998) o de una sociedad red, que se caracteriza por la
crisis del estatismo como sistema, la profundización del capitalismo
y nuevas relaciones de poder, con una declinación del Estado-nación
en cuanto entidad soberana. Se produce una ruptura con la lógica
social institucionalizada, de modo que los nuevos autores tienen
autonomía frente al Estado (Castells 1999).

4. El debate sobre globalización

¿Qué es la globalización? ¿Quiénes la defienden y quiénes están


en contra? Para responder a esta pregunta, podemos hacer referencia
a dos debates, ambos ligados entre sí. El primero, sintetizado por
)FMEZ.D(SFX JEFOUJàDBTFJTQPTJDJPOFTQSJODJQBMFTRVFSFàFSFOB
distintas corrientes y teorías sobre la globalización. Las tres primeras
son favorables a la globalización, mientras que las tres últimas son
DPOUSBSJBTBMBNJTNB )FMEZ.D(SFX


rNeoliberales. En esta visión la globalización define una nueva


época de la historia humana en que los Estados nacionales se
han hecho antinaturales. Existe un mercado global único, junto
con redes transnacionales de producción, comercio y finanzas. El
mercado es quien domina todo (Strange 1988). Al mismo tiempo,
se produce la expansión global de la democracia liberal occiden-
tal, lo que refuerza el sentido de una civilización definida en base
a criterios universales de organización económica y política.
rInternacionalistas liberales. Reconociendo los desafíos planteados
por una creciente interconexión global –a diferencia de un mundo
modelado por la competencia global y los mercados globales–, se
considera un orden mundial más cooperativo. En esta posición
hay tres factores esenciales: la creciente interdependencia, la
democracia y las instituciones globales. El objetivo es fortalecer
las nociones de ciudadanía global.
rReformadores institucionales. Su base es la iniciativa del Progra-
ma de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Los bienes
públicos no pueden reducirse únicamente a los bienes propor-
cionados por el Estado, sino que deben considerarse también los

174
Temas y procesos del sistema internacional

provistos por los diversos actores, estatales y no estatales. Solo


mediante un diálogo público ampliado sobre la naturaleza y la
provisión de los bienes públicos puede construirse un nuevo or-
den global más controlable y justo. Se debe fortalecer y reformar
el papel de los Estados y las instituciones internacionales para
favorecer el suministro de bienes públicos globales.
rTransformadores globales. Se acepta que la globalización no es
nueva ni es intrínsecamente injusta o antidemocrática. La cuestión
se refiere a su forma deseable y a sus consecuencias distributivas.
La globalización puede ser mejor y estar más equitativamente
gobernada, regulada y modelada. Su posición no es una posición
directamente a favor o en contra de la globalización.
rEstatalistas/proteccionistas. Existen sólidos argumentos a favor de
la primacía de las comunidades nacionales, de los Estados-nación.
Estos argumentos van acompañados de un marcado escepticismo
respecto a la globalización; se dice que se ha exagerado totalmente
el grado de la globalización contemporánea. Se sostiene que se
infravalora el poder perdurable de los gobiernos nacionales para
regular la actividad económica internacional. Hay un rechazo
rotundo a los vínculos e instituciones globales.
rRadicales. Se subraya la necesidad de mecanismos alternativos de
gobernanza basados en comunidades inclusivas y autogoberna-
das. Los agentes del cambio son movimientos sociales, tales como
los movimientos ecologistas, feministas y antiglobalización. Este
modelo se basa en las críticas marxistas a la democracia liberal,
en el lenguaje de la igualdad, la solidaridad, la emancipación y
la transformación de las relaciones de poder.

Todas las corrientes anteriores, a diferencia de la quinta, cues-


tionan el paradigma estatocéntrico, que señala que los Estados
son actores principales e irremplazables del sistema internacional.
Ahora bien, estas seis corrientes podemos reducirlas a solo tres,
considerando el grado de aceptación o rechazo que se tiene hacia
la globalización (Giddens 2002: 94-97):

rLos escépticos. Señalan que la idea de globalización ha sido


sobrevalorada y que los actuales niveles de interdependencia

175
Isaac Caro

económica sí tienen antecedentes en el siglo XIX. La economía


del mundo no está tan integrada como para considerarla globa-
lizada, sino que está centrada en Europa, Norteamérica y la zona
asiática del Pacífico. Consideran que los Estados nacionales siguen
siendo factores claves en la actividad económica. Dentro de los
escépticos se encuentran autores como Samuel Huntington con
su visión del choque civilizacional (Huntington 1993: 22-49).
rLos hiperglobalizadores. Adoptan una posición opuesta, seña-
lando que la globalización es un fenómeno cuyos efectos pueden
verse en todas partes. La globalización está produciendo un nuevo
orden global que se extiende mediante flujos comerciales y de
producción. Se considera que el poder de los gobiernos nacionales
también está cuestionado desde arriba, por nuevas instituciones
regionales e internacionales. Los autores hiperglobalizadores,
como Imanuel Wallerstein, hablan de la conformación de una
sociedad global (Wallerstein 1997).
rLos transformacionistas. Están en una posición intermedia. La
globalización es la fuerza esencial que subyace en un amplio
espectro de cambios que conforman las sociedades modernas. El
orden global se está transformando, pero se mantienen muchas
de las antiguas pautas. Ya no vivimos en un mundo que gira en
torno al Estado. Estos se están reestructurando para responder a
nuevas formas de organización económica y social que no tienen
una base territorial. Giddens (1990), Beck (1998), Castells (1999)
pueden considerarse en esta posición intermedia, que habla de la
existencia de fuerzas de integración pero también de fragmentación
al interior de la sociedad global.

Siguiendo a Beck, sostendremos que el término «globalización»


no apunta al final de la política, sino «a una salida de lo político del
marco categorial del Estado nacional». En la nueva retórica de la globa-
lización saltan a la vista las consecuencias políticas de la globalización
económica. La economía mundial socava los cimientos de las economías
nacionales y de los Estados nacionales (Beck 1998b). En el tema de la
globalización están amenazados no solo los sindicatos, sino también la
política y el Estado. De este modo, se cuestiona el modelo de la primera
modernidad, que se organizó sobre la base de la unidad de la identidad

176
Temas y procesos del sistema internacional

cultural («pueblo»), del espacio y del Estado. Globalización significa


los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos
se entremezclan con actores transnacionales, lo que implica la ausencia
de un Estado mundial y, al mismo tiempo, la difusión de un capitalismo
globalmente desorganizado (Beck 1998b: 15-31).

iii. Paradigma civilizacional, cultura y religión

En este apartado comenzaremos analizando la relación entre reli-


gión, política y relaciones internacionales, especialmente a partir de
la década de 1980. Luego consideraremos la emergencia del paradig-
ma civilizacional en Relaciones Internacionales, con los postulados
EF#FSOBSE-FXJTZ4BNVFM)VOUJOHUPO ZTVBQMJDBDJÓOBMDIPRVF
civilizacional entre Occidente e Islam. Finalmente, analizaremos
algunas perspectivas opuestas a este paradigma.

1. Religión y política

La relación entre religión y política se empieza a considerar


seriamente a partir de la década de 1980 en la medida que la religión
cobró notoriedad en un doble sentido: entró a la esfera pública y
ganó publicidad. Los medios de comunicación social, los científicos
sociales y el público en general comenzaron a prestar importancia a
la religión: este interés derivó del hecho de que la religión, dejando
su lugar asignado en la esfera privada, ingresó a la arena pública de
contestación moral y política. Cuatro desarrollos dieron a la religión
publicidad global: la revolución islámica en Irán, el movimiento
Solidaridad en Polonia, el rol del catolicismo en la revolución san-
dinista y otros conflictos en América Latina (a partir de la teología
de la liberación), y la reemergencia del fundamentalismo protestante
como fuerza en la política estadounidense (Casanova 1994).
Durante toda la década de los 80, la mayoría de los conflictos
políticos estaban relacionados con la religión. En el Medio Oriente,
todas las religiones y fundamentalismos de la región se alimentaron
de viejas disputas que desencadenaron en diferentes guerras: a)
guerra entre Irán e Irak: enfrentamiento entre chiítas y sunnitas; b)
guerra civil en el Líbano que enfrentó a diferentes facciones religiosas

177
Isaac Caro

(maronitas, chiítas, sunnitas); c) Intifada en Palestina, que implicó


la creación de la organización islamista Hamas (Casanova 1994).
La década comenzó en 1979, con las revoluciones de Irán y
Nicaragua, la visita del Papa a Polonia y el establecimiento de la
«Mayoría Moral» (derecha religiosa) en Estados Unidos. Terminó
con el affaire Salman Rushdie, la muerte del Ayatolá Komeini, y la
visita de Gorbachov al Papa. El año 1989 es clave en las reafirma-
ciones de identidad islámica en Occidente a través de tres hechos
centrales: a) el escritor indo-británico Salman Rushdie es condena-
do a muerte por el Ayatola Khomeini debido a su novela «Versos
Satánicos»; b) comienza un debate sobre el uso del velo en Francia
luego de que a dos alumnas musulmanas se les prohíbe el ingreso
a una clase de educación física en un liceo estatal de Grenoble; c)
en Estados Unidos, la nación del Islam, partidaria de crear un Es-
tado negro musulmán separado del blanco, logra mediar y unir a
bandas rivales de afroamericanos, con lo cual se convierte en una
organización mediadora importante (Kepel 2005).
A los acontecimientos de la década de 1980, se agregan nuevos
desarrollos relacionados con la religión: la Intifada de Al-Aqsa (2000),
los ataques terroristas de Al-Qaeda (2001), la victoria de Hamas en
las elecciones palestinas (2006), la consolidación de sectores judíos
ultraortodoxos –como el Partido Shas– en las elecciones israelíes (2009).
A pesar de los sucesos anteriores, el factor religioso no había sido
incluido como elemento central en las ciencias sociales y, en particular,
en las Relaciones Internacionales. Durante los siglos XIX y XX, la
mayoría de los cientistas sociales occidentales no le dieron peso a la
religión en sus teorías y a menudo postularon su poca importancia
como fuerza política y social significante (Comte, Durkheim, Marx).
A partir de la teoría de la secularización, se postulaba que una era de
iluminación y racionalismo reemplazaría a la religión como base para
el entendimiento del mundo moderno. En suma, las ciencias sociales
tienen sus orígenes en el rechazo de la religión como una forma ex-
plicativa para el mundo moderno. Sin embargo, ¿quién cree todavía
en el mito de la secularización? El paradigma de la secularización ha
sido el principal marco teórico y analítico a través del cual las cien-
cias sociales han visto la relación entre religión y modernidad (Fox
y Samlder 2007). Huntington (1993; 1996), con su tesis de «Choque

178
Temas y procesos del sistema internacional

civilizacional», es original al plantear la importancia de la religión en


el escenario internacional post Guerra Fría.

2. Antecedentes del paradigma civilizacional

En el período de post Guerra Fría adquiere importancia una


corriente que destaca la centralidad de los factores culturales, siendo
los actores principales las civilizaciones. Samuel Huntington, escép-
tico sobre la globalización, es uno de los principales representantes
de este modelo, el que aplica al choque entre Occidente y mundo
islámico. El paradigma civilizacional no es nuevo, sino que tiene
sustento en la filosofía de la historia a través de dos rasgos princi-
pales: a) una concepción cíclica del tiempo y la sociedad, b) rechazo
de la noción lineal del progreso sostenido, como fuera postulado
por el positivismo (Caro 2002: 29).
¿Cómo llega Huntington al paradigma civilizacional? Tal como
él lo reconoce, este tiene antecedentes importantes en la filosofía de
MBIJTUPSJBZQBSUJDVMBSNFOUFFOBVUPSFTDPNP0TXBME4QFOHMFSZ
Arnold Toynbee. El primero aborda uno de los grandes problemas
de la sociología: uniformidades en el curso vital de las culturas. Sus
pronósticos de decadencia de la civilización occidental coincidían
con la I Guerra Mundial. Para este autor alemán, la historia de la
humanidad como un todo no tiene sentido; tampoco lo tiene la
división de la historia en antigua, medieval y moderna. Estudia
ocho culturas (egipcia, mesopotámica, hindú, china, árabe, maya,
clásica o greco-romana, occidental o fáustica), las que considera
como organismos de la historia, que tienen un correlato exacto
en la historia de un individuo: nacen, crecen, maduran y mueren
(Huntington 1996: 41-42; Spengler 1922; Caro 2002: 29-30).
Toynbee, por su parte, estudia 21 civilizaciones que han reco-
rrido su ciclo histórico natural completo, entre las cuales se hayan
la occidental, la árabe, la andina y la maya. Existen otras cinco
que están «detenidas»: polinesia, esquimal, nómada, otomana,
espartana. Para el autor inglés, el curso de cada civilización es uni-
forme: pasa por etapas predeterminadas para luego desaparecer:
nacimiento, desarrollo, ruptura, desintegración (Huntington 1996:
41-42; Toynbee 1958; Caro 2002: 29-30).

179
Isaac Caro

Más cerca en el tiempo y más cercano a Huntington, Raymond


Aron estudia el destino de las naciones, de las civilizaciones y de la
humanidad. En cuanto al destino de las naciones, y tomando solo
como referencia las europeas, el sociólogo francés sostiene que se
ha subestimado el rol de los factores materiales y del número –dos
categorías sociológicas–, y tampoco se ha considerado la acción
propia de la técnica militar, es decir, de la organización, la disciplina
y la táctica. Al igual que los otros autores civilizacionales, Aron hace
referencia a la decadencia de los Estados y de las civilizaciones. El
descenso histórico de las naciones europeas ha sido precipitado por
las dos guerras del siglo XX, y por la desintegración de los imperios
europeos y su salida de Asia y de África. Luego agrega que hay que
admitir que la civilización occidental presenta, con relación a todas
aquellas del pasado, varios rasgos singulares que interesan a las
Relaciones Internacionales: jamás todavía una civilización ha estado
en contacto con tantas otras civilizaciones; jamás ha conquistado
tantas tierras, transmitido tantos saberes y poderes a los hombres
vencidos (Aron 1959: 310, 315-317, 325).
Finalmente, Huntington distingue la existencia de cuatro para-
digmas en el campo de la disciplina de Relaciones Internacionales:
a) el de un solo mundo, que expresa que el final de la Guerra Fría
implica el término de todo conflicto importante en la política glo-
bal, tal como lo expresara Francis Fukuyama; b) el de dos mundos,
con una división entre Occidente y Oriente, o entre Norte y Sur;
c) la teoría realista, que establece que los Estados son los actores
principales del sistema internacional; d) el del caos, que habla de la
desintegración de los Estados, de la intensificación de los conflictos
tribales, étnicos y religiosos (Huntington 1996: 29-35).
Para el autor estadounidense este paradigma civilizacional
tiene la particularidad de no ser excluyente con los anteriores, sino
que por el contrario, incorpora elementos de los cuatro paradig-
mas anteriores: a) las fuerzas de integración son reales, puesto que
existe una tendencia a la unidad y la integración; b) el mundo está
dividido en dos, pero no en Oriente y Occidente, sino en un mundo
occidental y muchos mundos no occidentales; c) los Estados segui-
rán siendo los actores más importantes; d) el mundo es anárquico
y los conflictos más peligrosos son los que surgen de civilizaciones

180
Temas y procesos del sistema internacional

diferentes. En la visión de Huntington, varios son los eventos que


refuerzan este paradigma, todos ellos referidos al año 1993, año
en que escribe su propuesta original en la revista Foreign Affairs
(Huntington 1993: 22-49): guerra en Yugoslavia (que enfrenta a
serbios, croatas, musulmanes); guerra en Asia Central (que enfren-
ta a Rusia y Chechenia); confrontación entre China y EUA sobre
programa nuclear iraní; anuncio de EUA de prepararse para dos
conflictos regionales: uno en Corea del Norte, otro en Irán e Irak;
admisión de Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia en
la OTAN (Huntington 1996: 36-39).

3. El choque de civilizaciones

A partir del paradigma civilizacional, dos autores estadouniden-


TFT #FSOBSE-FXJTQSJNFSP 
Z4BNVFM)VOUJOHUPO EFTQVÊT
(1993), plantean un choque entre la civilización occidental y la
DJWJMJ[BDJÓOJTMÃNJDB-FXJTTPTUJFOFRVFMBTUSFTSFMJHJPOFTNPOP-
teístas, el judaísmo, el cristianismo y el Islam, están influenciadas
por una idea dualista de un choque cósmico entre bien y mal, luz y
PTDVSJEBE PSEFOZDBPT %JPTZ4BUBOÃT -FXJT

En el Islam, la lucha entre el bien y el mal adquirió una dimen-
sión política y militar, puesto que Mahoma no fue solo un profeta,
sino también «el jefe de una polis y de una comunidad, un goberna-
dor y un soldado». De este modo, si los combatientes en la guerra
por el Islam están peleando por Dios, entonces sus oponentes están
luchando contra Dios. Y dado que Dios es el soberano, entonces Él
comanda el ejército, el cual es el «ejército de Dios» y su enemigo es
jFMFOFNJHPEF%JPTv -FXJT

5FOJFOEPDPNPCBTFFTUBTDPOTJEFSBDJPOFT -FXJTTPTUJFOFMB
existencia de un conflicto permanente entre el Islam y el cristianismo,
que lleva 13 siglos y que tiene dos etapas principales: a) la primera,
de los siglos VII a XV, que viene desde el nacimiento del Islam, se
caracteriza porque este permanece en expansión, extendiéndose
desde la India hasta los Pirineos; b) la segunda, que viene desde
el siglo XV con el ascenso de los imperios coloniales europeos y
se extiende hasta nuestros tiempos, está determinada por la deca-
dencia del Islam. De este modo, el Islam se ha visto históricamente

181
Isaac Caro

enfrentado a Europa y luego a su líder indiscutible, Estados Unidos.


Debido a que EUA es el legítimo heredero de la civilización europea
y el líder indiscutible de Occidente, ha heredado el foco de odio e ira
del mundo islámico. Se trata de un choque de civilizaciones, esto es,
«una reacción histórica de un antiguo rival contra nuestra herencia
judeo-cristiana, nuestro presente secular, y la expansión mundial de
BNCPTv -FXJT
1BSBFTUFBVUPS USFTTPOMPTFMFNFOUPT
principales que constituyen el antioccidentalismo en el Islam:

rInfluencias provenientes de Alemania, del irracionalismo filosófico


representado por autores como Heidegger –quien consideraba a
EUA como un ejemplo de civilización sin cultura, esto es, rico,
materialmente avanzado, pero artificial– y Spengler, quien con-
cebía la decadencia del mundo occidental, entre otros.
rInfluencias provenientes del marxismo y del tercermundismo,
especialmente en su denuncia del capitalismo occidental y esta-
dounidense. Estas ideologías ganaron apoyo en el mundo islámico
porque se oponían a Occidente.
rLa denuncia del imperialismo: lo que se considera inaceptable
en el mundo islámico es la dominación de los infieles (cristianos)
sobre los verdaderos creyentes (musulmanes). Esta denuncia es
hacia Europa y EUA –no hacia Rusia– porque de allí provienen
el capitalismo occidental y la democracia y porque la civilización
occidental es el «mayor desafío a la forma de vida que ellos de-
sean retener o restaurar para su pueblo». Además, se considera
FMBQPZPEF&TUBEPT6OJEPTIBDJB*TSBFM -FXJT


Firme sostenedor del choque civilizacional durante la década


de 1990, este autor se ha ido apartando de sus tesis originales para
sostener que «el Corán habla tanto de guerra como de paz» y que
los nuevos acontecimientos en el Medio Oriente – ambiciones de
Saddam Hussein en Irak, agravamiento del conflicto entre Israel
y Palestina– «han otorgado dimensiones políticas y militares a la
intervención extranjera», con lo cual se da «cierta credibilidad a las
denuncias de ‘imperialismo’ que se oyen cada vez más en el mundo
NVTVMNÃO -FXJT


182
Temas y procesos del sistema internacional

Huntington, por su parte, señala como hipótesis que la fuente


fundamental de conflicto en el nuevo mundo no será principalmente
ideológica o política, sino que cultural. Las naciones Estados segui-
rán siendo los principales actores de la política mundial, pero los
conflictos principales ocurrirán entre naciones y grupos de diferentes
civilizaciones. El choque de civilizaciones dominará la política glo-
bal. Frente a la pregunta de ¿por qué chocarán las civilizaciones?,
este autor estadounidense responde que la identidad civilizacional
será crecientemente importante en el futuro, donde el mundo esta-
rá conformado por la interacción entre siete u ocho civilizaciones
(occidental, confuciana, japonesa, islámica, hindú, eslava-ortodoxa,
latinoamericana y posiblemente africana). Los conflictos más im-
portantes del futuro ocurrirán a lo largo de las defectuosas líneas
que separan a estas civilizaciones (Huntington 1993: 22-49).
El conflicto civilizacional, dice Huntington, está profundamente
enraizado en Asia: luchas históricas entre musulmanes e hindúes en
la India, rivalidad entre Pakistán e India, disputas territoriales de
China con todos sus vecinos, especialmente con el pueblo budista
de Tíbet. Con el término de la Guerra Fría resurgen diferencias entre
China y Estados Unidos en áreas como derechos humanos y pro-
liferación de armamento. También aumentan las dificultades entre
Japón y Estados Unidos, donde las diferencias culturales sobrepasan
a las económicas (Huntington 1993: 22-49).
Y, en lo que se refiere al choque entre Occidente e Islam, siguien-
EPMPTQMBOUFBNJFOUPTEF-FXJT )VOUJOHUPOEFTDSJCFRVFEVSBOUF
1.300 años existieron una serie de conflictos entre estas civilizacio-
nes, que abarcaron varias etapas: a) desde la fundación del Islam,
los árabes se extendieron al norte y oeste; b) en los siglos XI y XII
los Cruzados intentaron llevar el cristianismo a la Tierra Santa; c)
en los siglos XIX y XX, con la declinación del Imperio Otomano,
viene el control de Gran Bretaña y Francia sobre el Medio Oriente;
d) a partir de 1945, Occidente comenzó a retirarse y los imperios
coloniales desaparecieron, surgiendo el nacionalismo árabe, el
fundamentalismo islámico y el conflicto árabe-israelí (Huntington
1993: 22-49).

183
Isaac Caro

4. Visiones contrapuestas al choque de civilizaciones

Hunting-
-BQFSTQFDUJWBDJWJMJ[BDJPOBMEFTBSSPMMBEBQPS-FXJTZ)VOUJOH
ton fue motivo de un fuerte debate académico desde el mismo momen-
to en que fue elaborada y expuesta en los medios tanto académicos
DPNPDPNVOJDBDJPOBMFT&EXBSE%KFSFKJBO 
EFMB6OJWFSTJEBE
de Rice, considera que la posición de choque civilizacional es también
asumida por el gobierno de Estados Unidos en sus relaciones con el
mundo islámico. Este autor agrega que más que estar en presencia
de un «choque de las civilizaciones» como Huntington lo postula,
se trata de manifestaciones de conflictos políticos, étnicos, religiosos
y culturales particulares que se han intensificado en la era de post
Guerra Fría en lo que denomina el «arco de la crisis», que comprende
los Balcanes, el Cáucaso, el norte de África, el Medio Oriente, el Asia
central y del sur (Caro 2002: 50-52; Djerejian 1995).
Por su parte, Zachary Karabell, profesor asociado del Center
for International Affairs, de la Universidad de Harvard, postula
que dado que el comunismo ha declinado en el mundo de post
Guerra Fría, se da una mayor atención a la amenaza del funda-
mentalismo islámico. Por una parte, existe la creencia de que el
fundamentalismo islámico es el nuevo comunismo, por lo que se le
deben oponer todos los medios necesarios para contenerlo. Por otra
parte, el tema no es el fundamentalismo islámico, sino la violencia
y el extremismo. Según Karabell, la similitud del fundamentalis-
mo islámico con el comunismo ha sido hecha principalmente por
Daniel Pipes en su periódico The Middle East Quarterly, así como
en Commentary. En esta línea también se incluyen dos autores
DJWJMJ[BDJPOBMFT #FSOBSE -FXJT Z 4BNVFM )VOUJOHUPO ,BSBCFMM
1995: 37-48).
Karabell señala que si se preguntara a los colegas estadouni-
denses, en las universidades o en cualquier otra parte, qué piensan
cuando es mencionada la palabra «musulmán», la respuesta será
inevitablemente la misma: armados, barbudos, terroristas fanáticos
inclinados a destruir al gran enemigo, Estados Unidos. Una fuente
de este estereotipo son los medios de comunicación social. Estas
imágenes simplifican y distorsionan, haciendo parecer que el Medio

184
Temas y procesos del sistema internacional

Oriente está gobernado por un Dios irracional y por una religión


irracional (Karabell 1995: 37-48).
En el debate más reciente, posterior a los atentados del 11 de
septiembre de 2001, consideraremos brevemente las posturas de
cuatro autores de distintas nacionalidades y disciplinas: Fukuyama,
Said, Ferguson y Sen. Francis Fukuyama sostiene que el conflicto
actual no forma parte de un choque de civilizaciones, sino que se
trata de una acción «por parte de quienes se sienten amenazados
por la modernización» y, en particular, por los derechos humanos.
Los intentos por unir la religión con la política dividen a los mu-
sulmanes, del mismo modo que dividieron a los cristianos en la
Europa medieval. Por lo tanto, el conflicto actual no es con el Islam,
puesto que esta es «una religión extremadamente heterogénea»
(Fukuyama 2001).
1BSBFMGBNPTPFTDSJUPSQBMFTUJOP &EXBSE4BJE jMBMVDIBDPOUSB
el terrorismo legitima los argumentos de Samuel Huntington». Sin
embargo, los que se enfrentan en el conflicto actual no son civili-
zaciones, puesto que se debe rechazar «la idea de que Occidente y
el Islam son identidades cerradas». Las conexiones entre distintas
civilizaciones aparentemente enfrentadas son más cercanas de lo
que se piensa. Según Said, a partir de la oposición establecida por
Huntington entre Islam y Occidente, se estableció un discurso
oficial «durante los primeros días que siguieron a los ataques del
11 de septiembre». Este discurso ha prevalecido debido a la mayor
presencia de musulmanes en Europa y Estados Unidos, lo que sig-
nifica que «el Islam ya no está en la periferia de Occidente sino en
su centro» (Said 2002: 221-224).
El historiador británico, Niall Ferguson, sostiene que nunca ha
creído en la teoría de que «el futuro estará dominado por el conflic-
to de las civilizaciones». Por una parte, el concepto «civilización»
es demasiado vago; por otra, la civilización judeo-cristiana no ha
sido una entidad armoniosa, sobre todo en la década de 1940. Más
que hablar de conflicto entre civilizaciones, Ferguson menciona los
conflictos al interior de las civilizaciones y habla de «las civilizacio-
nes chocadas». De este modo, la guerra civil en Irak no se da entre
civilizaciones distintas, sino al interior de la civilización islámica,
entre sunnitas y chiítas. Por su parte, en la sociedad estadouni-

185
Isaac Caro

dense, la grieta más importante es aquella entre los conservadores


protestantes y los liberales secularizados. En China hay una brecha
importante entre los burócratas comunistas y los campesinos pobres
(Ferguson 2006: 93-95).
El economista indio y Premio Nobel de Economía, Amartya Sen,
sostiene que las «dificultades de la tesis del choque de civilizaciones
empiezan en el momento en que se da por supuesta la relevancia
de una única clasificación». Por lo tanto, la pregunta ¿chocan las
civilizaciones? se basa en el supuesto de que la humanidad puede
ser clasificada en diferentes civilizaciones. Sin embargo, esto implica
centrarse solo en una dimensión, la religiosa, y desconocer otras
identidades significativas «que mueven a la gente» y que van más
allá de la religión (Sen 2006).
En síntesis, la importancia del paradigma civilizacional está en
descubrir las variables culturales y religiosas como factores explica-
tivos de las relaciones internacionales. Sin embargo, sus desventajas
son múltiples: a) no reconoce diferencias mayores al interior de Oc-
cidente (entre EUA y Europa, o entre la Europa latina y la Europa
anglófona), ni al interior del mundo islámico (entre chiítas y sunnitas,
o entre persas y árabes); b) permite discriminar y marginar a pueblos
y naciones: Turquía debería salirse de OTAN; Grecia, por su afinidad
con Rusia, debe retirarse de la Unión Europea, de modo que este
bloque refleje principalmente los valores del Occidente cristiano; c)
existe una tendencia a reflejar la presencia de un fuerte etnocentrismo:
sobrevaloración de Occidente y EUA; a la civilización occidental se
le atribuyen una serie de características (como la democracia, fuerte
sociedad civil), valoradas positivamente, mientras que al resto del
mundo (Asia, Rusia, Medio Oriente) se le asignan características
negativas (expansión económica, conflictos militares), que son vistas
como una amenaza para Occidente y EUA (Caro 2002: 56-57).

iv. Nacionalismos extremos, xenofobia y


otras formas de discriminación

En este subcapítulo consideraremos el fenómeno de los extremismos


de derecha en cuanto actores internacionales. Luego, nos centrare-
mos en el estudio de los movimientos neonazis y su relación con el

186
Temas y procesos del sistema internacional

antisemitismo, la xenofobia y distintas formas de discriminación.


Para terminar, haremos referencia a la islamofobia y su aumento
a partir del 11-S.

1. Extremismos de derecha como actores internacionales

Uno de los elementos de los extremismos de derecha es la per-


cepción del otro como amenaza que representa fuerzas destructivas
y extranjeras. En este fenómeno existe una patología del odio que,
llevada a su extremo, adopta la forma de genocidios. En América
Latina, la cultura del odio está sustentada en una dialéctica de la
negación, que se expresa bajo el rechazo al otro: indio, negro, mujer,
campesino, judío, homosexual. Existe continuidad temporal entre
la negación y la exclusión: los descendientes de los negros y de los
indígenas tienden a ser en su gran mayoría pobres y marginados.
La negación del otro adquiere renovada fuerza a partir del aumento
de flujos migratorios: aumenta la percepción del otro como alguien
que es distinto, extraño, extranjero (Calderón et al. 1996).
El concepto de «extremismos de derecha» denota la existencia
de una gran variedad de movimientos sociales y políticos, espe-
cialmente en períodos de gran movilización social, así como de
profundas transformaciones. Mientras que en un polo están los
extremismos de izquierda, caracterizados por algunos movimientos
y partidos comunistas contrarios a la democracia liberal, en el otro
polo se ubican los extremismos de derecha, que se definen por una
acción política encaminada «hacia la defensa a ultranza y la recon-
quista de las prerrogativas político–sociales tradicionales propias»
(Bobbio et al. 1981: 608), lo que incluye: a) casos históricos, como
el nazismo y el fascismo; b) movimientos contemporáneos, como los
populismos europeos; c) grupos neonazis y skinheads, entre otros.
Los extremismos de derecha estuvieron incorporados como una
fuerza anticomunista, por lo cual detrás de esa bandera se iban a
esconder muchas de estas organizaciones. En el ámbito europeo,
este fenómeno siempre estuvo presente, más allá de los ejemplos
mostrados por el franquismo en España, el salazarismo en Portugal
y el «régimen de los coroneles» en Grecia. En la década de 1980,
con la profundización de la Guerra Fría (invasión soviética de

187
Isaac Caro

Afganistán, asunción de Ronald Reagan a la presidencia de Estados


Unidos), el culto al militarismo, a la fuerza, a la violencia, se con-
vertirá en una bandera seductora para los jóvenes que ingresan a la
extrema derecha. Luego, con la caída de los regímenes de Europa
Oriental, se comprobará que efectivamente estos partidos existían
(Fagundes 2002).
En el escenario de post Guerra Fría, los populismos europeos
crecen en el seno de las democracias occidentales con un discurso
que se opone a la mundialización, a la integración europea y que
representa la principal fuerza de disenso en estas sociedades. Dicha
reacción se debe a tres procesos: a) flujos migratorios a Europa, es-
pecialmente provenientes del Magreb; b) concepción ultraliberal que
produce incertidumbre, anomia, exclusión y desigualdad económica;
c) crisis del Estado-nación a partir de los procesos de integración
europea y moneda única europea. Su discurso incorpora: a) defensa
de ciudadanos privados de los beneficios del modelo neoliberal; b)
concepciones de seguridad ciudadana, combate al crimen; c) lucha
contra la inmigración no europea, especialmente la de países mu-
sulmanes (Camus 2002: 8-9).

2. Movimientos neonazis

Existen agrupaciones racistas y xenófobas, que se caracterizan


por realizar acciones violentas en contra de inmigrantes, árabes,
judíos, gitanos, negros, asiáticos. Muchas de estas agrupaciones,
además de defender la supremacía de la raza blanca, se proclaman
en forma explícita admiradoras de Adolfo Hitler y seguidoras del
nacional socialismo. En Estados Unidos, Europa y América Lati-
na existe una gama muy diversa de estos grupos. En la sociedad
contemporánea, como efecto de la globalización, distintos grupos
reaccionan reafirmando sus identidades raciales y nacionales.
Los movimientos neonazis actúan en base a una red de infor-
mación y comunicación, que supera ampliamente las respectivas
fronteras nacionales y regionales. En este sentido, el carácter inter-
nacional de estos movimientos está dado porque en ellos subyace
un racismo «internacionalista» o un «supranacionalismo» racista,
que tiende a idealizar ciertos tiempos o comunidades, los cuales

188
Temas y procesos del sistema internacional

operan sin fronteras (Balibar 1990): «los indoeuropeos», «el Oes-


te», el «hombre civilizado», «el hombre blanco», «el ario». En el
caso de los skinheads neonazis, este movimiento tiene un marcado
carácter internacional, lo que está dado por los siguientes factores:

rFormación de una red de organizaciones a través de viajes por


bandas de música rock del movimiento.
rVenta de publicaciones conocidas como «skinzines».
rIntercambio de propaganda, revistas e información.
rUtilización de comunicación electrónica, especialmente a través
de la mantención de sitios en Internet.
rLas relaciones con diferentes partidos políticos de la extrema
derecha europea.
rLa existencia de nexos con barras futbolísticas, conocidas en
Europa como hooligan.

Aunque no todos los skinheads son neonazis, en este escrito


solo se hará referencia a estos grupos. La red internacional de los
movimientos neonazis se constituye a partir de tres factores: In-
ternet, la música, el fútbol. El uso de Internet tiene a su vez cuatro
manifestaciones centrales: a) presencia de servidores (host) que
dan cobertura a grupos de todo el mundo; b) intercambio de pu-
blicaciones, libros, skinzines; c) utilización de foros, chats, enlaces,
listas de correos; d) presencia de simbología compartida, que usa
determinadas formas, colores y expresiones.
En América Latina, el sitio más importante es Ciudad Libertad
de Opinión, de Alejandro Biondini, fundador del Partido Nuevo
Triunfo. Definido como «la ciudad del nacionalismo en Internet»,
no solo presta servicios a movimientos de América Latina, entre ellos
a Patria Nueva Sociedad, de Alexis López, de Chile, sino también a
grupos de España y del resto de Europa, enarbolándose como uno
de los más emblemáticos e importantes a nivel internacional. Es más:
ocupa el primer lugar de los «100 sitios nacionalistas y revisionistas
históricos más populares en Internet» (Caro 2007).
El segundo elemento es la música. Muchos de los grupos neo-
nazis utilizan la música rock de supremacía blanca para atraer a
los jóvenes a su causa y para recolectar fondos. El vínculo entre los

189
Isaac Caro

skinheads y la música se produce desde el inicio de este movimiento.


Los skinheads latinoamericanos trazan su origen en las décadas de
1970 y 1980, cuando se registra la primera organización de este tipo,
con la formación de Blood & Honour. Algunos de los nombres de
estas bandas dan cuenta del odio racial que pueden llegar a conte-
ner sus canciones: «Gestapo» (Alemania), «Ataque Brutal» (Gran
Bretaña), «Odio Extremo» y «Arios Enojados» (Estados Unidos),
«Comando Suicida» (Argentina), «Defensa Armada», «Resistencia
88» y «Brigada NS» (Brasil).
Un tercer espacio de reclutamiento es el fútbol, y de aquí la
relación entre estos movimientos, los skinheads y las barras bravas.
En el caso europeo, la polarización del movimiento skinhead se da
en la década de 1980, principalmente en los estadios de fútbol, bajo
el grupo británico National Front, produciéndose un acercamiento
paulatino entre este, los hooligans y los skinheads. En España, Ul-
trassur, que corresponde a las barras de Real Madrid, está vinculado
con Hammerskin: en las páginas de internet de ambos aparecen
enlaces mutuos (Salas 2003). En América Latina no es tan clara
esta relación: hay ciertas evidencias en Colombia; en Brasil se da
lo contrario, puesto que el fútbol es visualizado por estos sectores
como un deporte exclusivo de los negros (Caro 2005: 305-330).
Una de las principales organizaciones neonazis está formada
por los denominados «Skinheads» (cabezas rapadas), los que tienen
su origen en Inglaterra, en la década de los 60, para luego extender-
se a Alemania, al resto de Europa, a Estados Unidos y a América
Latina. En el caso de los skinheads chilenos, sus rasgos principales
son los siguientes:

rReivindican a Hitler como su gran líder.


rSe reúnen en Santiago y otras ciudades del país.
rSe caracterizan por llevar a cabo amenazas y/o agresiones contra
asiáticos, peruanos, judíos, homosexuales y punks.
rSu proceso de reclutamiento dura tres años, durante los cuales
deben leer libros de racismo e ideología nazi.
rPostulan la existencia de una raza chilena superior, que habría
heredado la tradición guerrera de los araucanos y los españoles.

190
Temas y procesos del sistema internacional

En todos estos casos, se trata de grupos neonazis, antisemitas


y xenófobos, que manifiestan opiniones y actitudes negativas hacia
diferentes minorías, siendo partidarios de su exclusión de la vida
nacional y llevando a cabo acciones violentas, ataques físicos contra
las personas y sus propiedades. No se trata de casos aislados, sino
que parte de un movimiento organizado, que recibe información
y ayuda logística de grupos europeos y norteamericanos (Caro
2007: 9-11).

3. Antisemitismo, xenofobia y distintas


formas de discriminación

El problema del antisemitismo durante parte del siglo XX, y


en especial en las décadas de 1940 y 1950, se inscribe –como efecto
de la Segunda Guerra Mundial– dentro del tema más amplio de
los prejuicios y discriminación. Estos estudios tuvieron un impulso
importante como resultado de la violencia ejercida por la Alemania
nazi contra los judíos. Algunas investigaciones se realizan en Estados
Unidos y se sitúan en la teoría crítica.
En «Dialéctica del iluminismo», Theodor Adorno y Max
Horkheimer estudiaron la «prehistoria filosófica» del antisemitismo
y del etnocentrismo, postulando que su irracionalismo se deducía
de la «razón dominante» (Adorno y Horkheimer 1944). Otro es-
tudio es el de «La Personalidad Autoritaria» en donde se llevan a
cabo escalas para medir antisemitismo y etnocentrismo (Adorno et
al. 1950). Estas investigaciones son conducidas en el Instituto de
Investigación Social de Frankfurt.
Incorporando algunos de los resultados de los estudios anterio-
res, Gordon Allport (1958) establece diferentes grados de prejuicios
y discriminación, lo que es aplicable al antisemitismo y a la xeno-
fobia. Según este autor, los prejuicios en cuanto acciones negativas
pueden expresarse en cinco grados (Allport 1962):

rNivel moderado de acción hostil, que lleva a hablar mal de los


miembros de un determinado grupo.
rNivel más intenso, que conduce al individuo a evitar el contacto
con los miembros de un grupo.

191
Isaac Caro

rNivel que lleva a la discriminación o práctica de una distinción.


rAtaque físico y actos de violencia.
rGrado máximo en la expresión violenta del prejuicio, que es el
exterminio a través de matanzas y genocidios.

Tanto en EUA como en Europa e Israel, se han llevado a cabo


varias investigaciones, las que dejan de considerar este fenómeno
dentro del tema de los prejuicios. Hannah Arendt postula que la
historia del antisemitismo es la historia de las relaciones entre judíos
y los que no lo son en condiciones especiales de la diáspora judía.
La consecuencia más directa y pura de los movimientos antisemitas
del siglo XIX no fue el totalitarismo nazista, sino que, por el con-
trario, fue el sionismo, el cual, en su forma ideológica occidental,
se transformó en una contra ideología, es decir, en la respuesta al
antisemitismo (Arendt 1951: 18).
El análisis sionista del antisemitismo ha colocado énfasis en la
influencia que la creación del Estado de Israel ha tenido en las mani-
festaciones antisemitas. En un estudio que aborda el antisemitismo
en la ONU, Sidney Liskofsky y Donna E. Arzt constatan una retórica
antisionista, antisemita y antiisraelí en esta y otras organizaciones
tales como la Organización de Unidad Africana, la Organización
de Estados Islámicos, el Movimiento No-Alineado, lo cual devino
en un importante hito: resolución 3379 de la Asamblea General de
la ONU (1975), equiparando sionismo con racismo (Liskofsky y
Arzt 1988).
En una línea de análisis que relaciona la judeofobia con el
antisionismo, Perednik sostiene que predominó hasta 1990, tanto
en el marco de la ONU como de las agencias internacionales, un
rechazo hacia Israel y el movimiento nacional judío. Esta situación
DBNCJÓ FO FM NPNFOUP EF MB JOWBTJÓO JSBRVÎ EF ,VXBJU Z MVFHP
como consecuencia de los ataques de Irak contra Israel, donde la
comunidad internacional comienza a adoptar nuevas actitudes en
relación con Israel y el sionismo (Perednik 1999). Precisamente, en
1991, la resolución 3379 es revocada por la ONU.
Para el estudio del antisemitismo y del antisionismo en el mun-
do islámico, son de particular importancia los estudios de Esther
Webman. La emergencia del fundamentalismo islámico ha radicali-

192
Temas y procesos del sistema internacional

zado la demonización de Israel en términos islámicos. La hostilidad


hacia Israel dio origen a un odio profundo que no diferencia entre
israelíes, sionistas o judíos. Sin embargo, a diferencia del mundo
cristiano, este es un fenómeno nuevo en el Islam (Webman 1994).
En cuanto al racismo, la oposición entre lo blanco y lo negro
como símbolos culturales estaba profundamente enraizada en la
cultura europea. Lo blanco estaba asociado con la pureza; lo negro
con la maldad. La invención y difusión del concepto de raza (conce-
bido como conglomerado de características heredadas), proviene del
pensamiento europeo. Según el conde Joseph Arthur de Gobineau
(1816-1882), considerado el padre del racismo moderno, existen
3 razas: a) la blanca, que posee más inteligencia y moralidad; b) la
amarilla, raza intermedia; c) la negra, la menos capaz de las tres,
que se define por su naturaleza animal.
Estas ideas, presentadas como teorías científicas, influyeron
en Hitler. La idea de la superioridad de la raza blanca sigue siendo
un elemento clave del racismo blanco. Es parte de la ideología del
Ku-Klux-Klan. Siguiendo a Balibar (1990), las teorías raciales de
los siglos XIX y XX («indoeuropeo», «mito ario», que servirán de
base al nazismo) definen a las comunidades sin coincidir, en términos
generales, con las naciones reales, con los Estados históricos. No
existe solo una teoría racista, sino diversas teorías, que están ligadas
a nacionalismos particulares; se puede suponer que cada racismo
es una «universalización específica» de nacionalismo. Ejemplo: el
«racismo ario» es una universalización del nacional-socialismo
(Balibar 1990).
En la actualidad, el racismo sigue siendo un «problema social
y político de las sociedades blancas occidentales». Él se expresa a
través de determinadas políticas gubernamentales y en un discurso
de las élites que predomina en Europa, Estados Unidos y otros paí-
ses, y se caracteriza por ejercer un consenso étnico que «sustenta el
predominio europeo y blanco sobre las minorías étnicas». En este
sentido, las elites blancas «son parte del problema del racismo»
(Van Dijk 2003: 38-41).
El concepto de xenofobia, por su parte, está relacionado con
los movimientos migratorios de los países del sur al norte; es una
reacción que se traduce en una «respuesta de miedo», que sirve de

193
Isaac Caro

coraza para proteger el «egoísmo de grupo» (Blázquez-Ruiz 1995).


Toda migración provoca conflicto, el que conduce a una «xenofobia
excluyente». La xenofobia es una «identidad contra los otros», que
consiste en obstaculizar la convivencia pacífica entre comunidades,
naciones o etnias que comparten un mismo escenario. Es un racismo
externo (dirigido hacia los inmigrantes) a diferencia del racismo
interno (contra los indígenas). La xenofobia, en cuanto racismo
externo o neorracismo, está en gran medida relacionada con los
crecientes flujos migratorios que se producen en todo el mundo.

4. El 11-S y el aumento de la islamofobia

En cuanto a la islamofobia, su aumento no es solo característica


de los movimientos neonazis, sino también resultado de una nueva
geopolítica global a partir de los atentados del 11 de septiembre de
2001. La International Federation for Human Rights, de Helsinki,
organización no gubernamental con status consultivo ante la ONU,
el año 2005 dio a conocer un informe sobre discriminación contra
los musulmanes en Europa, donde se constata que en 11 países de
la Unión Europea –Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania,
Grecia, Italia, Holanda, España, Suecia y Gran Bretaña– aumentaron
los ataques contra los musulmanes, y que este aumento está rela-
cionado con los atentados del 11-S en Washington y Nueva York,
y con el del 11 de marzo de 2005 en Madrid.
El informe indica que sobre todo después del 11-S, la percep-
ción social respecto de los musulmanes en estos países europeos se
deterioró, reforzando los prejuicios y discriminación preexistentes:
los musulmanes, de manera creciente, son vistos con desconfianza
y hostilidad y son estigmatizados por sus creencias. Más aún, las
iniciativas en países europeos, tendientes a construir puentes entre
las comunidades musulmanes y las otras, promoviendo la tolerancia
y la participación de los musulmanes, han sufrido un grave revés
tras los atentados del 11-S y en esto juegan un papel importante los
populismos europeos que son contrarios a la presencia e inmigración
musulmana (International Federation for Human Rights 2005).
Más allá de los elementos en común, la extrema derecha ofrece
una amplia diversidad, adoptando múltiples formas de inserción y

194
Temas y procesos del sistema internacional

participación en las distintas sociedades, por lo que no se agota con


los partidos políticos europeos. En este sentido, los extremismos de
derecha, junto con los fundamentalismos religiosos, se convierten en
actores importantes del período de post Guerra Fría, porque constitu-
yen una alternativa política, social y cultural, frente al vacío que deja
la caída del marxismo, por una parte, y frente al nuevo orden mundial
impuesto por Estados Unidos, por otra. Su oposición a la igualdad y
a la libertad, así como su defensa en un orden natural, se manifiesta
en un proyecto que es altamente excluyente y discriminatorio.

V. Seguridad global y cooperación

1. El concepto y el debate sobre seguridad

Uno de los temas más importantes a considerar en las Rela-


ciones Internacionales es si la seguridad internacional es posible
de alcanzar en el mundo en que vivimos. En particular, ha habido
una diferencia entre los autores realistas e idealistas, que han sido
pesimistas y optimistas, respectivamente, en sus respuestas a esta
pregunta central en el campo de las Relaciones Internacionales.
Existe un consenso de que el concepto de seguridad implica
libertad de amenazas a valores centrales, pero hay desacuerdo en
si los principales focos de preocupación deberían ser la seguridad
individual, nacional o internacional. Durante el periodo de la Guerra
Fría, la mayoría de los escritos sobre el tema mencionaban la idea de
seguridad nacional, la cual era definida en términos militarizados, a
través de las capacidades militares que los Estados debían desarrollar
para hacer frente a las amenazas externas (Baylis 2008: 229-230).
Una crítica a la concepción tradicional de seguridad se encuen-
tra en la «seguridad común» desarrollada por el ex primer ministro
de Suecia, Olaf Palme, hacia principios de la década de 1980, ten-
diente a buscar la cooperación en un mundo caracterizado por los
peligros de guerra nuclear: «La seguridad internacional tiene que
cimentarse en la cooperación (…) en lugar de hacerlo en la amenaza
de la destrucción mutua» (Palme 1982).
Más recientemente, esta idea de seguridad ha sido criticada por
su unidimensionalidad centrada en aspectos militares. Algunos es-

195
Isaac Caro

critores contemporáneos han defendido una concepción más amplia


de seguridad. Barry Buzan, profesor de Relaciones Internacionales
en el London School of Economics and Political Science, defiende
una concepción de seguridad que incluye aspectos políticos, econó-
micos, sociales, medioambientales y militares, definidos en términos
internacionales más amplios (Baylis 2008: 229). Para este autor, el
concepto de seguridad provee un marco analítico intermedio que
se sitúa entre los extremos del poder y la paz (Buzan 1983).
Este foco sobre la tensión entre seguridad nacional e inter-
nacional no es aceptado por todos los escritores sobre seguridad.
Para algunos, el proceso dual de integración y fragmentación que
caracteriza al mundo contemporáneo significa que se debería dar
mayor atención a la «seguridad societal». De acuerdo a esta visión,
la creciente integración en regiones como Europa está socavando
el orden político clásico basado en las naciones Estados, dejando
a las naciones expuestas en marcos políticos más grandes, como la
Unión Europea (Baylis 2008: 229). 
Hay otros autores que señalan que la tensión sobre seguridad
nacional e internacional es menos apropiada debido a la emergencia
de una sociedad global en la era de post Guerra Fría. Estos escritores
señalan que uno de los rasgos contemporáneos más importantes es
el amplio proceso de globalización que se está desarrollando. Este
proceso trae nuevos riesgos y peligros, que incluyen: a) terrorismo
internacional, b) quiebre del sistema monetario global, c) calenta-
miento global, d) peligros de accidente nuclear. En este sentido, se
afirma la transformación del Estado y la nueva agenda de seguridad
en los primeros años del siglo XXI (Baylis 2008: 229).
Después del 11 de septiembre de 2001, Jonathan Friedman
intentó desarrollar un marco analítico para entender el aumento de
la violencia a escala global, argumentando que: a) estamos viviendo
en un mundo donde la polarización, tanto vertical como horizontal,
de clase y étnica, ha llegado a ser algo endémico; b) la violencia
está más globalizada y más fragmentada, y no es ya una cuestión
de guerras entre Estados sino conflictos al interior de los Estados
(Baylis 2008: 230; Friedman 2003).
En un nivel de análisis similar, Michel Wieviorka postula que
existe un nuevo paradigma de la violencia como consecuencia del

196
Temas y procesos del sistema internacional

término de la Guerra Fría a nivel internacional, por una parte, y


la globalización de la economía, por otra. Esto implica un cambio
en la seguridad, haciendo más posibles y violentos los conflictos
locales, exacerbando la fragmentación cultural y la radicalización
de las identidades sociales, en particular de las identidades religiosas
(Wieviorka 2003: 117).

2. Aproximaciones tradicionales de seguridad

En el debate clásico sobre cómo alcanzar la seguridad nacional,


mencionaremos tres grandes perspectivas: el realismo, el neorrealismo
y el institucionalismo liberal. Escritores como Hobbes, Maquiavelo
y Rousseau tendieron a entregar un cuadro más bien pesimista de la
soberanía estatal. El sistema internacional era visto como una arena
brutal en la que los Estados buscaban alcanzar su seguridad a costa
de sus vecinos. Según esta visión, la paz era difícil de alcanzar. Lo que
los Estados podían hacer era mantener un balance de poder con otros
Estados para prevenir que cualquiera de ellos tuviera una hegemonía
total. Esta era la visión compartida por autores como Carr y Mor-
genthau, que desarrollaron el realismo clásico (Baylis 2008: 230-231).
Como parte de esta perspectiva, hay que mencionar la doctrina
de seguridad nacional. El término «Estado de Seguridad Nacional»
ha sido comúnmente aplicado para referirse a las dictaduras mi-
litares de América Latina. Sin embargo, esta ideología se originó
en Estados Unidos y fue deliberadamente exportada a esta región.
El Acta de Seguridad Nacional de 1947 creó un «establecimiento
militar nacional» (llamado Departamento de Defensa a partir de
1949), con tres nuevas instituciones: a) Estados mayores de las
fuerzas armadas, Agencia Central de Inteligencia (CIA), Consejo de
Seguridad Nacional. Estas organizaciones fueron complementadas
con otras regulaciones que pretendían un amplio control del gobier-
no: a) Acta de Seguridad Interna (1950) del senador Pat McCarran,
que estigmatizaba a los miembros de las «clases inmorales», b) Acta
McCarran-Walter (1952), que regulaba la inmigración y naturali-
[BDJÓOD
0SEFO&KFDVUJWB 
EFMQSFTJEFOUF&JTFOIPXFS RVF
incluyó la categoría de «perversión sexual» como base para negar
empleo (Cleaver y Myers 1993: 171-208).

197
Isaac Caro

La visión realista pesimista de las relaciones internacionales es


compartida por escritores neorrealistas como Kenneth Waltz y John
Mearsheimer, cuyos argumentos claves son los siguientes:

1. El sistema internacional es anárquico. La anarquía implica que


no hay una autoridad central capaz de controlar el comporta-
miento de los Estados.
2. Los Estados que buscan soberanía desarrollarán inevitablemente
capacidades militares ofensivas para defenderse y extender su poder.
3. La incertidumbre, que conduce a una falta de confianza, es in-
herente en el sistema internacional.
4. Los Estados querrán mantener su independencia y soberanía, y
como resultado, la sobrevivencia será la fuerza más básica que
influencie su comportamiento.
5. Aunque los Estados son racionales, siempre habrá espacio para
el error de cálculo (Baylis 2008: 231).

Estos argumentos producen una tendencia para que los Estados


actúen agresivamente hacia los otros. La seguridad nacional, o in-
seguridad, es el resultado de la estructura del sistema internacional.
La situación de anarquía es vista como algo durable. Esto implica
que la política internacional en el futuro será tan violenta como en
el pasado. Hay poca posibilidad de un cambio significativo en la
naturaleza de la seguridad en el mundo de post Guerra Fría. Seña-
lando la guerra del Golfo en 1991, la desintegración de Yugoslavia
y de la Unión Soviética, la violencia en el Medio Oriente, y la guerra
de Irak en 2003, se argumenta que continuaremos viviendo en un
mundo de desconfianza y constante inseguridad (Baylis 2008: 231).
Una de las principales características de la aproximación neo-
rrealista a la seguridad internacional es la creencia de que las ins-
tituciones internacionales no tienen un papel importante que jugar
en la prevención de la guerra. Estas visiones han sido desafiadas
por políticos y especialistas en Relaciones Internacionales tras el
fin de la Guerra Fría, adscritos al denominado «institucionalismo
liberal». El secretario del Exterior británico, Douglas Hurd, señaló
en 1992 que las instituciones habían jugado y seguirán jugando
un rol crucial en mejorar la seguridad, particularmente en Europa.

198
Temas y procesos del sistema internacional

Esta visión refleja la creencia de que un marco de instituciones


–como la Unión Europea, OTAN, Organización para la Seguri-
dad y Cooperación en Europa– podría promover un sistema de
seguridad europeo más durable y estable en la era de post Guerra
Fría (Baylis 2008: 232-233).
Aunque el institucionalismo liberal opera dentro del marco
realista, señala que las instituciones internacionales son importantes
para ayudar a alcanzar la cooperación y la estabilidad. En un artículo
para International Security, Keohane y Martin critican el enfoque
realista del cientista político estadounidense John Mearsheimer y,
por el contrario, establecen una perspectiva según la cual las insti-
tuciones pueden proveer información, reducir costos de transacción,
y facilitar operaciones de reciprocidad; ellas no pueden erradicar
la guerra del sistema internacional, pero sí pueden jugar un rol en
ayudar a alcanzar una mayor cooperación entre los Estados (Baylis
2008: 232-233; Keohane y Martin 1995: 39-51). Otra aproxima-
ción «liberal» a la seguridad internacional que ha ganado fuerza
en el mundo de la post Guerra Fría, se centra en el argumento de
que los Estados democráticos tienden a no pelear con otros Estados
democráticos. La democracia es vista, entonces, como una fuente
mayor de paz y cooperación (Baylis 2008: 232-233).

3. Visiones alternativas de la seguridad

Existen otras visiones sobre la seguridad que escapan a los


paradigmas arriba señalados y que colocan el énfasis en múltiples
dimensiones de la misma. Entre ellas, cabe mencionar el construc-
tivismo social y otros enfoques reflectivistas. Los constructivistas
sociales arguyen que cambios en la naturaleza de la interacción
social entre los Estados pueden traer un cambio fundamental hacia
una mayor seguridad internacional. Muchos constructivistas, como
Alexander Wendt, comparten principios realistas sobre la política
internacional en relación con el tema de seguridad. Por ejemplo,
algunos aceptan que los Estados: a) son el referente clave en el es-
tudio de la política internacional y de la seguridad internacional; b)
tienen un deseo fundamental para sobrevivir; c) intentan portarse
racionalmente (Baylis 2008: 234-235).

199
Isaac Caro

Sin embargo, los constructivistas piensan sobre la política


internacional de una manera muy diferente a los neorrealistas. Las
estructuras sociales incluyen cosas materiales, como tanques y re-
cursos económicos, pero estas solo adquieren significados a través
del conocimiento compartido en el cual ellas se alojan. De acuerdo
al constructivismo social, el poder político es una idea que afecta
la forma en que los Estados se comportan, pero no describe todo el
comportamiento interestatal. Los Estados son también influenciados
por otras ideas y normas, tales como la ley y la importancia de la
cooperación institucional. Muchos constructivistas son optimistas.
Ellos señalan que los cambios en las ideas introducidos por Gor-
bachev en la década de 1980 condujeron a un conocimiento com-
partido sobre el fin de la Guerra Fría. De acuerdo a esta visión, la
estructura social es importante para desarrollar políticas y procesos
de interacción, los cuales conducirán hacia la cooperación más que
hacia el conflicto. Los pensadores constructivistas basan sus ideas
en dos asunciones principales: a) que las estructuras fundamentales
de la política internacional son construidas socialmente; b) que
cambiar forma en que pensamos sobre las relaciones internaciona-
les puede ayudarnos a traer mayor seguridad internacional (Baylis
2008: 234-235).
Los enfoques reflectivistas incluyen diferentes aproximaciones,
como son la teoría crítica, las corrientes feministas y las corrientes
postmodernistas. La teoría crítica focaliza su atención en la forma
en que las instituciones emergieron y en cómo cambiarlas. Los
Estados no deberían ser el centro de análisis porque ellos son parte
del problema de inseguridad en el sistema internacional. La aten-
ción debería estar focalizada en el individuo más que en el Estado
(Baylis 2008: 235).
Desde esta perspectiva, la seguridad es definida en forma multi-
dimensional, incluyendo tópicos militares, pero también económicos
y ecológicos. Se trata de una seguridad común, que se focaliza en
la eliminación de todos los tipos de violencia. Se sugiere que los
movimientos sociales relacionados con la paz, el medio ambiente,
la democracia, los derechos humanos y el feminismo, tienen el po-
tencial de proveer una visión de la seguridad global que proteja la
seguridad de todos los individuos (Tickner 1997: 187-190).

200
Temas y procesos del sistema internacional

Las escritoras feministas también desafían el énfasis tradicional


en el rol central del Estado en los estudios sobre seguridad interna-
cional. Todas comparten la visión de que la política internacional en
general y la seguridad internacional en particular han sido escritas
desde un punto de vista masculino. Las feministas arguyen que
incluir las experiencias de las mujeres, introducir el concepto de
género como categoría de análisis y examinar las desigualdades en
las relaciones de género puede ayudar a construir una definición más
comprehensiva de la seguridad. Estas perspectivas buscan reconsi-
derar el análisis tradicional de la seguridad sustentado en un marco
exclusivamente estatista; por el contario, se enfatiza la interrelación
de la violencia física en todos los niveles de la sociedad, desde el
combate militar a la violencia doméstica (Tickner 1997: 190-193).
Los años recientes han visto también la emergencia de una
aproximación postmodernista a las relaciones internacionales,
que ha producido una perspectiva distinta hacia la seguridad in-
ternacional. Los postmodernistas ven el realismo como uno de los
problemas centrales de la inseguridad internacional. Esto es debido
a que el realismo es un discurso de poder que ha sido dominante
en la política internacional en el pasado y que ha promovido la
competencia de seguridad entre los Estados. La idea es que una
vez que el programa del realismo sea reemplazado por un nuevo
programa basado en normas cooperativas, los individuos, Estados
y regiones aprenderán a trabajar con los otros y la política global
será más pacífica (Baylis 2008: 236).

4. Seguridad, sociedad global y cooperación

Escritores de la escuela de pensamiento de la sociedad global


explican que al comienzo del siglo XXI el proceso de globalización
se ha acelerado hasta el punto de que es evidente el resultado de
una sociedad global. Esto ha conducido a la obsolescencia de las
guerras territoriales entre los grandes poderes. Al mismo tiempo,
la humanidad enfrenta nuevos riesgos asociados con el medio am-
biente, la pobreza y las armas de destrucción masiva, en momentos
en que el Estado nacional está en crisis. El fin de la Guerra Fría se
ha caracterizado por la creación de movimientos sociales y también

201
Isaac Caro

por la fragmentación de los Estados nacionales. Nuevas formas de


inseguridad causadas por rivalidades nacionalistas, étnicas y religio-
sas han aparecido: Somalia, Bosnia, Kosovo (Baylis 2008: 236-237).
Para Mary Kaldor la seguridad debe ser contemplada en el
marco de una sociedad global. Esta autora británica señala que 1989
marcó el fin del conflicto global y la desintegración de los bloques,
lo que permitió que los Estados y las instituciones internacionales
pudieran compartir de una forma cooperativa y más receptiva a
grupos de ciudadanos fuera de las esferas del poder. Esto posibilitó
que las agrupaciones que habían luchado por la paz, la democracia
y los derechos humanos durante la Guerra Fría tomaran ventaja
de la nueva apertura que se inicia a partir de 1989. De este modo,
la sociedad global describe un proceso en el cual nuevos actores
–movimientos sociales, ONG, redes transnacionales, movimientos
fundamentalistas y nacionalistas, movimientos anticapitalistas– se
incorporan al sistema internacional (Kaldor 2003: 78-80).
Kaldor agrega que el término de la Guerra Fría ha implicado el
fin de las guerras de tipo moderno, que eran guerras entre Estados
y grupos de Estados, cuyo objetivo era derrotar completamente
al oponente. Emergen nuevas guerras, las que tienen lugar en los
Balcanes, África, Asia Central y otros lugares, se caracterizan por
tres componentes principales: a) la formación de redes más allá de
las fronteras, lo que ocurre con las denominadas diásporas (tra-
bajadores palestinos o sudaneses en los Estados del Golfo, nuevos
grupos de inmigrantes); b) la inclusión de actores globales, merce-
narios y voluntarios extranjeros, activistas humanitarios, ONG; c)
la concentración de focos de conflictos en Estados débiles, donde
la distinción entre lo interno y lo externo, lo público y lo privado
no tiene el mismo significado que antes (Kaldor 2003: 119-120).
Según la autora británica, la forma más esperanzadora de contro-
lar la guerra contemporánea es a través de la extensión y aplicación
del derecho humanitario y de los derechos humanos. Diversos factores
han contribuido a un énfasis renovado en el derecho humanitario
desde la década de 1990: a) el cambio en la naturaleza de la guerra:
aunque algunos aspectos ya estaban en el holocausto, el núcleo de las
nuevas guerras lo constituye las violaciones a los derechos humanos;
b) el contexto global de post Guerra Fría: el término de la Guerra

202
Temas y procesos del sistema internacional

Fría provee una oportunidad para las acciones internacionales; c) la


emergencia de una sociedad civil global, con el crecimiento de ONG
humanitarias y de derechos humanos (Kaldor 2003: 128-129).

vi. Conclusión

Los temas y procesos que definen el sistema internacional post Gue-


rra Fría son múltiples y dan cuenta del predominio de un concepto,
el de globalización, así como de un desarrollo que implica la emer-
gencia de nuevos actores internacionales y consecuentemente una
crítica al enfoque estatocéntrico, que dominó la disciplina durante
el período de Guerra Fría.
En este sentido, hemos visto que las relaciones internacionales
no pueden reducirse a los vínculos entre los Estados, sino que deben
considerar también el rol creciente que tienen nuevos actores. Es
a partir de 1989, en el contexto de la globalización –económica,
cultural, tecnológica–, que surgen, cada vez con mayor autonomía
de los Estados nacionales, movimientos religiosos, organizaciones
políticas, movimientos de liberación nacional, grupos no legítimos,
entre muchos otros actores transnacionales.
En segundo lugar, es sustancial mencionar la conformación
de un paradigma civilizacional, que da centralidad a los elementos
culturales y religiosos en las relaciones internacionales. Este modelo
entrega formas de análisis que permiten explicar particularmente
el conflicto entre la civilización occidental y el Islam, al tiempo que
coloca los temas culturales y religiosos en el debate internacional.
En tercer lugar, debe considerarse el rol que han adquirido los
extremismos de derecha y movimientos neonazis, así como la relación
de estos con situaciones de discriminación e intolerancia, especialmente
en lo que dice relación con manifestaciones de xenofobia, antisemitis-
mo e islamofobia en distintos contextos regionales e internacionales.
Finalmente, cabe señalar la importancia de la seguridad, a partir
del debate que se ha dado sobre seguridad nacional, internacional
y global, recogiendo la función que cumple la cooperación sobre
seguridad, de modo de avanzar hacia esquemas de seguridad común
o cooperativa en el marco de la globalización y de la consiguiente
conformación de una sociedad global.

203
Isaac Caro

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207
Capítulo vi
Economía política global (i)
José Miguel Ahumada
Armando Di Filippo

i. Introducción

Crisis financiera internacional; crisis de las instituciones políticas;


crisis ecológica; crisis social. La crisis ha devenido en un estado
trágicamente común en el escenario mundial actual. La situación no
es nueva solo por la suma cuantitativa de situaciones críticas, sino
por el giro cualitativo en su forma y alcance. Son crisis que afectan
a la sociedad mundial como un todo. En cierta medida, superan la
capacidad de las naciones de tomar cartas en el asunto. ¿Qué ha
originado estas nuevas situaciones? ¿qué dinámicas globales yacen
debajo de tales magros resultados? ¿qué formas de pensar debemos
desarrollar para entender y buscar soluciones a dichos fenómenos?
Lo que sigue intentará brindar una introducción a una nueva área
de pensamiento que ha venido creciendo a lo largo de las últimas
décadas y que intenta crear una nueva mirada a las temáticas globa-
les con el fin de buscar soluciones a dichas incógnitas. Nos referimos
a la Economía Política Global (desde ahora EPG).
Hacer una introducción que sirva de brújula al estudiante que
desee profundizar en el tema implica, primero que todo, indicar
el origen de esta nueva línea de investigación. Principalmente su-
pone mostrar qué fallas en los desarrollos académicos anteriores
generaron tal descontento que abrió la puerta a una nueva mirada.
En términos prácticos ¿qué es lo que critica la EPG y justifica su
existencia? Aquello será lo primero a desarrollar, con el objetivo de
que el estudiante comprenda en qué se diferencia la EPG del estudio
de las relaciones internacionales y de la economía internacional.

209
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

En un segundo lugar, una introducción no solamente debe mos-


trar las diferencias entre las disciplinas, sino también dentro de la
disciplina misma. La EPG es ante todo un terreno en disputa, donde
debaten diferentes paradigmas internos, con sus propias líneas de
investigación, marcos teóricos y premisas normativas. Clasificar di-
chos paradigmas es menos neutral de lo que parece; siempre existen
olvidos y sobredimensionamientos dependiendo de la perspectiva del
que clasifica1. En nuestro caso, buscaremos abarcar lo más posible
dentro de los marcos que tenemos. Por supuesto, deberemos dejar de
lado importantes enfoques a los que el estudiante interesado podrá
acceder a partir de la bibliografía que presentamos.
Hemos analizado cada paradigma considerando brevemente
sus perspectivas sobre tres elementos: la visión del Estado y el
sistema político internacional; el mercado nacional y la economía
internacional; y su visión sobre los obstáculos y posibilidades de
desarrollo económico. Consideramos que si el estudiante comprende
las diferencias en aproximación respecto a dichas áreas, tendrá un
conocimiento suficiente para adentrarse a debates más profundos.
A su vez, hemos dividido los paradigmas en dos tendencias
generales: la primera es el debate dominante en la disciplina, prin-
cipalmente entre el llamado enfoque liberal, el neorrealista y el
realista crítico. Dicho debate será la materia del primer capítulo.
La segunda tendencia corresponde a los enfoques radicales y crí-
ticos con el debate dominante: nos centraremos en el análisis del
sistema-mundo y el Estructuralismo Latinoamericano, que serán
presentados en el segundo capítulo.

ii. Volver al punto de inicio

Desde el mismo origen de las ciencias sociales, estas han tendido a


su propia fragmentación, es decir, a la constante especialización en
específicas áreas con sus propios objetos de estudio y problemáticas.
En lo que en un momento fue la economía política, hoy encontramos
dos disciplinas diferentes: la economía, centrada en el estudio de la
1
Por ejemplo, Gilpin (1990) divide los paradigmas en liberal, nacionalista
y marxista, obviando un paradigma que desde los 60 ha venido buscando
crear una nueva forma de ver el escenario internacional; nos referimos al
Estructuralismo Latinoamericano.

210
Economía política global (I)

evolución de precios en un mercado, y la ciencia política, centrada


en el estudio del poder y del Estado. Asimismo, la filosofía se separa
de la religión, la política del derecho, mientras que la sociedad civil
encuentra su propia disciplina, la sociología2.
Junto con este proceso de fragmentación, viene la dinámica
de institucionalización, en la cual cada disciplina busca su diferen-
ciación formal y explícita del resto, encontrando objetos de estu-
dio independientes, metodologías autónomas, y propias matrices
ontológicas, epistemológicas y a veces, ya sea en forma explícita o
implícitamente, hasta normativas.
Un tercer proceso que se ha desenvuelto en el propio seno de
las ciencias sociales es un consenso en torno a su arraigo espacial y
escalar. El horizonte espacial y la escala privilegiada de investigación
ha sido, aunque cada vez más sujeto a críticas3, el Estado- nación.
La sociología en general hace referencia a sociedades nacionales
(la sociedad chilena, argentina, etc.), al igual que la economía, la
ciencia política y el resto de las ciencias sociales. Los conflictos y
acuerdos entre los Estados han generado, siguiendo la dinámica
de fragmentación antes comentada, una disciplina autónoma del
resto, las Relaciones Internacionales, centrada en el análisis de las
relaciones entre Estados y no dentro del Estado.
En la actualidad, sin embargo, se comienza a vislumbrar un
proceso de integración entre disciplinas que por mucho tiempo
habían luchado por su separación-diferenciación. Han comenzando
fuertes críticas a las problemáticas que el mapa de las diferentes
disciplinas no lograba cartografiar. Ha habido nuevos llamados a
análisis multidisciplinarios, a unir ciencias anteriormente separadas,
y a crear, de este modo, problemáticas nuevas.
Dentro del movimiento comentado, encontramos la EPG que
se ha constituido como una nueva disciplina por dignidad propia,
buscando volver a rescatar lo que fuera la tradición de la economía
política. ¿Cómo categorizar la economía política global?
El primer elemento para definirla será observar qué razones
hicieron necesario su inicio. En segundo lugar, definiremos sus

2
Sobre este proceso, ver Wallerstein (coord.) 2006.
3
7ÊBTFFOFTQFDJBM4BTTFO 
"HOFX $PSCSJEHF 


211
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

principales objetos de estudio, para, finalmente, dar cuenta de los


enfoques y debates que ocurren dentro de este campo.

iii. El horizonte de la economía política global

Tradicionalmente, el estudio del escenario global se sustentó en una


específica matriz académica. Por un lado, la ciencia política (en su
subárea de Relaciones Internacionales) concentró su horizonte de
análisis en las relaciones políticas y militares entre Estados, mientras
que, por otro, el campo de la producción y distribución de bienes
quedó en manos de la economía internacional. Junto a esta división
del trabajo académico se adhiere otra dicotomía, la separación entre
lo interno y externo al Estado. Ninguna de las dos disciplinas tiende
a abordar temas internos al Estado, por considerarlos propios de
otras áreas de estudio y ajenas a sus propias categorías.
Bajo esta mirada, las relaciones entre Estados aparecían como
autónomas e independientes de las relaciones económicas, mientras
que estas últimas se desenvolvían al margen del sistema interestatal
y bajo criterios completamente ajenos a los político-militares. Junto
a esto, los comportamientos internos a las sociedades nacionales,
no tenían, en principio, influencia considerable sobre el campo
internacional.
¿Puede esta división del trabajo académico ser útil hoy en día?
En lo relativo al área de las RRII, algunas versiones de la EPG
consideran que:

«lo que cuenta en las relaciones entre Estados ya no


es la competencia por el territorio o por el control sobre
los recursos naturales del territorio, sino la competencia
por las cuotas del mercado mundial (…) En este nuevo
juego, la búsqueda de aliados entre otros Estados conti-
núa, pero no por las capacidades militares que puedan
aportar, sino por el poder de mercado que confiera una
zona más extensa» (Strange 1996: 28).

De este modo, considerar a la escala global como meramente


interestatal (como lo es el horizonte de análisis de las Relaciones

212
Economía política global (I)

Internacionales), es obviar una parte medular del mismo: específica-


mente el orden económico, productor de los recursos que son utili-
zados por los Estados para fortalecer o aumentar su poder relativo4.
De la misma forma, en su crítica a la economía internacional en
cuanto campo de estudio, la EPG afirma que las relaciones econó-
micas no existen en un espacio neutral de agentes maximizadores,
sino que aquellas siempre están arraigadas en instituciones políti-
cas, culturales y sociales que les dan sentido y dirección. Aquellas
específicas formas que adquiere el mercado nacional (su estructura
productiva, de demanda, distribución de poder económico entre
agentes, sus formas de relacionarse con el mercado externo, la
relación entre instituciones estatales con instituciones de mercado,
etc.) son determinadas por relaciones de poder y autoridad que van
más allá del mero análisis económico convencional, lo que hace
necesario, para un correcto análisis económico, incluir también un
análisis de lo político. A su vez, la economía nacional no se puede
analizar como unidad autónoma, sino que su composición está,
en gran medida, condicionada por los patrones de inserción en la
economía mundial, por lo que obviar dicha escala limita también
el horizonte de análisis.
En base a lo anterior, la EPG comienza su trayectoria con dos
premisas: en primer lugar, la economía (en cuanto campo en que se
producen, consumen y distribuyen los bienes que hacen del sustento
material del ser humano) y la política (en cuanto espacio en que
se determinan los fines que nos establecemos como sociedad), no
pueden ser analizados en forma separada, sino que se condicionan
mutuamente. En segundo lugar, el análisis debe ampliarse a la escala
mundial. Especialmente hoy, gran parte de los fenómenos naciona-
les internos, o están condicionados por procesos internacionales, o
tienen fuertes impactos en la estructura global. Cada día más, los

4
Tal como afirma Ibañez, «Si existía una sociedad internacional al margen de
las relaciones político-militares, los patrones de especialización académica su-
ponían un obstáculo fundamental para su conocimiento. Por un lado, estaban
las separaciones entre Política, Economía, Derecho, Historia o Sociología, entre
otras. Por otro lado, estaba la separación entre Ciencia Política (política interna
y política comparada) y Relaciones Internacionales (política internacional y
exterior). La especialización no contribuía a un mejor conocimiento de la
sociedad internacional, sino que la entorpecía» (2005: 30).

213
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

procesos sociales adquieren una dinámica supranacional, lo que


requiere un análisis que vaya más allá de los límites de los Estados.

La dicotomía economía/política

La sociedad moderna se caracteriza por dos subsistemas socia-


les cuyos principios organizativos conviven entre sí, teniendo, cada
uno, específicas formas de distribución de recursos materiales y
simbólicos. El primer principio organizativo es el del Estado- nación
que puede examinarse individualmente o como componente de un
sistema interestatal5.
El Estado-nación es un subsistema social con una lógica orga-
nizativa dotada con las siguientes características distintivas6:

1. Orden legal-institucional: conjunto de normas y leyes a través


del cual el conflicto social interno es coordinado y gobernado,
y donde se establecen las normas para el uso de las tres bases
materiales del poder: medios de producción, de destrucción y
de reproducción.
2. Control territorial: sus límites son territorios específicos, que de-
limitan claras fronteras entre Estados, sustentadas en un control
soberano y exclusivo del mismo.
3. Comunidad geográficamente arraigada: los miembros son par-
te de una «comunidad imaginada»7 delimitada por los límites
geográficos del Estado (por ejemplo, somos «chilenos», pero no
«argentinos»).
4. Lealtad: de lo anterior se deriva el principio de lealtad, esto es,
los miembros de dicho territorio poseen una sumisión –derivada
de acuerdos consuetudinarios, carismáticos o electorales– a la
voluntad emanada del Estado.
5. Monopolio legítimo del uso de la fuerza: el Estado posee el
control legítimo de los recursos de violencia.

En este sentido, podemos definir al Estado como:

5
Sobre esta caracterización, ver Gilpin (1976) y Arrighi (1999).
6
Para una profundización de estos criterios, ver Wendt (1999: 202).
7
Sobre este concepto, ver Anderson (1993).

214
Economía política global (I)

«Una forma de organización política, dotada de un


orden jurídico y administrativo estable, propio de una
comunidad identificada con un territorio determinado,
que se caracteriza por la reclamación con éxito por parte
del cuerpo administrativo –a través de premios y castigos
materiales o simbólicos– de la obediencia ciudadana, en
tanto en cuanto satisfaga su compromiso con lo que los
conflictos y consensos sociales han establecido que son
los intereses comunes» (Monedero 2003: XL).

La noción de sistema interestatal parte del hecho obvio de que


el Estado no vive aisladamente, sino que convive e interactúa con
otros Estados y busca, exitosamente o no, el reconocimiento de su
existencia ante ellos. Un aporte importante de la disciplina de las
Relaciones Internacionales ha sido dar cuenta de la «anarquía» en
que viven dichos Estados. O sea, no existe un núcleo soberano que
pueda establecer normas a los Estados bajo la amenaza de la vio-
lencia legítima. Los Estados viven en una tensión permanente por
mantener su existencia y reconocimiento en la arena internacional,
bajo la amenaza, ya sea latente o explícita, de ver sus fronteras o
sus recursos de poder apropiados o eliminados por agentes forá-
neos (Estados, empresas, etc.). De este modo, la estructura política
anárquica dentro de la cual conviven los Estados condiciona las
prácticas políticas que estos realicen entre sí8.
El segundo principio organizativo es el del mercado capitalista
que puede examinarse en un ámbito nacional o como parte de la
economía mundial capitalista. La lógica social que determina la
producción, consumo y distribución de los bienes que conforman
el sustento material del ser humano, se ha desarraigado de antiguas

8
Respecto a si la «estructura anárquica» impone a los Estados la necesidad
de la rivalidad y competencia (tesis de Waltz respecto a la naturaleza
inherentemente «hobbesiana» de la anarquía internacional), o si mediante
instituciones internacionales se pueden generar climas de cooperación (tesis
de Keohane), o si por el contrario, las propias interacciones simbólicas entre
los Estados generan específicas constelaciones anárquicas (lo que Wendt
denomina anarquía hobbesiana, lockeana o kantiana) es un tema que excede
este espacio, por lo que solo apuntamos que existen condicionamientos por
parte del sistema interestatal sobre los Estados, con el fin de no imponer al
lector una única visión al respecto véase Waltz (1979), Keohane (ed.1986),
Wendt (1999).

215
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

normas consuetudinarias, religiosas, políticas, etc. creándose una


dinámica social con sus propias reglas, racionalidades y principios.
Tal como afirma Polanyi (2003), con la era moderna, la economía
se ha «desarraigado» de las instituciones políticas y religiosas,
comenzando la producción a girar en torno a principios ajenos al
reconocimiento social (como había sido previamente).
La economía, de este modo, se instituye como mercado, es decir,
como el espacio en que la producción/ingresos viene determinada
por acuerdos contractuales de intercambio de mercancías por dinero
o por títulos de crédito dotados de diferente grado de liquidez. Una
caracterización más esclarecedora nos la da Polanyi cuando afirma,
respecto a la transformación desde las sociedades precapitalistas a
las capitalistas, que:

«La transformación implica un cambio en la motiva-


ción de la acción de parte de los miembros de la sociedad:
la motivación de la subsistencia debe ser sustituida por
la motivación de la ganancia. Todas las transacciones se
convierten en transacciones monetarias, y éstas requieren
a su vez la introducción de un medio de cambio en cada
articulación de la vida industrial. Todos los ingresos
deben derivar de la venta de algo a otros, y cualquiera
que sea la fuente efectiva del ingreso de una persona
deberá considerarse como el resultado de una venta…
la peculiaridad más sorprendente del sistema reside en el
hecho de que, una vez establecido, debe permitirse que
funcione sin interferencia externa. Los beneficios ya no
están garantizados, y el comerciante debe obtener sus
beneficios en el mercado. Debe permitirse que los precios
se regulen solos. Tal sistema de mercado autorregulado
es lo que entendemos por una economía de mercado»
(Polanyi 2003: 90).

La racionalidad que determina las acciones de los agentes viene


determinada por «el cálculo de las probabilidades de ganancia por
medio del cambio» (Weber 2001:8). ¿Pero quién determina qué se
produce y en cuánta cantidad (decisión que determina, a su vez, los
ingresos y el empleo de la población)? Este poder económico viene
asignado por quien controla a la inversión (o más ampliamente al
capital aplicado a la producción de bienes y servicios) y, mediando

216
Economía política global (I)

las «señales del mercado» (precios, expectativas, etc.), se determina


el cuánto de la producción.
Si en la lógica estatal la distribución de derechos y obligaciones
deriva de su condición ciudadana (arraigada geográficamente), en
la del mercado, la distribución de recursos se da por la posesión de
factores productivos (si se poseen capital, tierra, conocimientos o
fuerza de trabajo). Si en el primer mecanismo la lógica es esencial-
mente «territorial» (o sea, guarda relación con fronteras geográ-
ficamente delimitadas), en el segundo, la lógica es esencialmente
«desterritorializada» (el capital fluye por los espacios, se mueve
de un país a otro cada vez con mayor facilidad). Si en el primero,
el principio organizador axiológico es la «razón de Estado», en el
segundo, es la rentabilidad.
Si bien los Estados despliegan sus soberanías en ámbitos geo-
gráficamente delimitados, los principios organizadores, como tales,
son inherentemente «mundiales», o sea, parafraseando a Wallers-
tein, son sistemas sociales que superan los límites de los Estados.
El Estado actúa, hacia fuera, en un contexto anárquico mundial, y
las empresas (agentes por excelencia de la economía capitalista) se
mueven en una economía global. Si el Estado posee poder político
(legitimación del monopolio de la violencia), la empresa posee poder
económico (posesión de capital que determina producción social).
La arena global como espacio de análisis, las relaciones interes-
tatales y económicas como espacios de tensión, cooperación e inte-
racción desde los cuales derivan específicos regímenes económicos y
políticos locales, regionales, nacionales y globales y las relaciones de
poder que derivan de aquellos regímenes son puntos de referencia
indiscutidos de la EPG. Son puntos que nos llevan a definir su área
de estudio, tal como la definió Gilpin: «la interacción dinámica y
recíproca dentro de las relaciones internacionales, de la búsqueda
de riqueza y la búsqueda de poder» (Keohane 1988: 33).
A partir de lo anterior, la EPG, como área de estudio, se pre-
gunta concretamente:

1. ¿Cómo se explican las asimetrías en la distribución de recursos


políticos y económicos en el plano global?
2. ¿Cuáles son los agentes más relevantes en la arena internacional?

217
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

3. ¿Cómo se relaciona el sistema político mundial con la economía


mundial?
4. ¿Cuáles son las fuentes de poder de los agentes nacionales y
globales?

Cada una de estas preguntas amerita un libro por su propia


cuenta, sin considerar que existen diversas respuestas, a partir de
distintos enfoques teóricos. Lo que intentaremos aquí será ver
cuáles son los principales enfoques que disputan la hegemonía
académica de la EPG. Se pondrá un especial énfasis en su visión de
lo económico y de lo político, así como en sus perspectivas de las
fuentes del poder, que son la base misma a partir de la cual derivan
las respuestas al resto de preguntas. Dar cuenta de las respuestas
de cada enfoque a estos interrogantes es, consideramos, el mejor
punto de arranque para que el estudiante pueda insertarse de lleno
al mundo de la EPG.
Hoy en día es posible, resumidamente, encontrar cuatro
paradigmas teóricos en EPG que se disputan la hegemonía en la
disciplina, estos son: el Enfoque Neoclásico; el Neorrealista; el
Marxista; y el Estructuralista. Pero estos enfoques no nacieron de
un día para otro sino que, por el contrario, tienen sus raíces en los
debates insertos en la Economía Política Clásica, especialmente en
las líneas de investigación desarrolladas por Smith, Ricardo, Marx
y List, como también por economistas críticos contemporáneos
(Keynes, Schumpeter) y cientistas sociales en general (tales como
Braudel, Gramsci, Polanyi, Veblen, y un largo etcétera).

Enfoque liberal con especial referencia a su


expresión neoclásica

Este enfoque parte de una matriz ontológica básica. El prin-


cipio de todo orden social son los individuos considerados como
propietarios maximizadores de utilidades en un contexto de escasez.
A partir de este sujeto naturalmente optimizador, se asume otra
premisa: la naturaleza lleva a los sujetos a intercambiar productos
entre sí (lo que termina desembocando en la creación de mercados).
Los individuos tienden inherentemente a «trocar, traficar e intercam-

218
Economía política global (I)

biar» como, previamente, en la historia de las ideas, nos recuerda


el clásico Adam Smith. Posteriormente, los neoclásicos en sus dife-
rentes versiones (escuelas de Laussane, de Cambridge, y Austríaca)
propusieron que el mercado y la maximización de utilidades de
los consumidores serían los puntos de partida de cualquier tipo de
análisis social, siendo el resultado el comportamiento de un agente
que utiliza las señales del mercado para maximizar utilidades, en
un escenario de intercambio de bienes vía sistema de precios.
Aquellas premisas son la base de una muy específica lectura de
la economía internacional. En primer lugar, la economía sería aquél
espacio de intercambio libre de bienes y servicios entre agentes-
propietarios, comerciando en base a un criterio racional de coste
de oportunidad que realiza cada parte. Los agentes-propietarios
son los productores y consumidores, siendo las satisfacciones de
las necesidades/preferencias de estos últimos las que determinan la
producción. Además, dichos intercambios contingentes9 generan
orden espontáneo sin necesidad de un ente central dirigente.
En segundo lugar, la propuesta liberal (conjuntando en este pun-
to las propuestas clásica y neoclásica) asume una tercera hipótesis,
relacionada con el resultado de dichos intercambios mercantiles.
Tal como afirma el clásico Adam Smith, el mercado libre incentiva
la eficiencia productiva y el crecimiento económico. En la medida
en que los productores, compitiendo en el mercado, buscarán (para
aumentar su ganancia) satisfacer de mejor medida las necesidades
de los consumidores vía la innovación en la producción o en el
producto, incrementarán las capacidades productivas, y acrecenta-
rán la producción generando más y mejores bienes y servicios para
los consumidores. Todo esto tiene como resultado un constante
aumento en el PIB per cápita, que se observa como un indicador
de bienestar material.
Esta noción de crecimiento económico guiada por el mercado es
el fundamento de la riqueza social. A partir de esta idea fundacional
de Adam Smith, que era intrínsecamente dinámica, los neoclásicos
efectuaron una reformulación metodológicamente estática, según

9
O sea, espontáneos, no determinados por algún agente central, sino por
el libre juego de los intereses privados de cada uno cristalizados en los
trueques de mercado.

219
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

la cual, a medida que cada agente racional opera en un mercado


«perfectamente competitivo», se logra una asignación óptima de
una dotación de recursos dados (Óptimo Pareto10). Así, se hace
más eficiente la actividad económica y se logra una distribución
funcional del ingreso que depende de la productividad marginal de
cada factor productivo11. De este modo, las intuiciones originales
del liberalismo clásico, fueron formalizadas de manera matemática
QPSMBFDPOPNÎBOFPDMÃTJDBFOFMTJHMP99&MNPEFMPXBMSBTJBOPEF
competencia perfecta convierte a los factores productivos en agentes
despersonalizados, desestructurados y ahistóricos, por oposición a
la teoría de las clases sociales contenida en la distribución funcional
del ingreso de los economistas clásicos.
La visión neoclásica actualizada y dinamizada en vertientes
teóricas alternativas, implica varias cosas. Primero, el mercado es
un sistema en el que los empresarios aumentan su riqueza solamente
en la medida en que puedan satisfacer de mejor manera a los con-
sumidores en competencia con otros productores. La riqueza de los
productores no se sustenta en control de territorios y poblaciones –
como en otras sociedades no capitalistas–, sino en su capacidad para
innovar, o sea, en su capacidad para crear nuevos bienes o formas
de producción más eficientes para la población. Como innovador,
el empresario (diferente de la mera administración de una empresa),
logra generar nuevas estructuras productivas más avanzadas, siendo
el agente medular para el desarrollo económico. Esto significa que
el mercado, además de aumentar el PIB per cápita, genera nuevos
productos y servicios, completamente diferentes de los estados an-
teriores, más sofisticados y, producto de la competencia, tendientes
constantemente a la baja de sus precios12.
Segundo es que, si bien el sistema de mercado genera desigual-
dades, estas no derivan de relaciones de sometimiento, control o
dominación, sino del aporte que cada uno haga al resto, vía el mer-
cado. En cierta medida, los liberales explican la desigualdad como

10
Óptimo Pareto: punto de máxima producción, donde no se puede satisfacer
a un individuo sin afectar a otro. Dicho de otra manera, es el momento en
que la producción llega a su frontera de posibilidades.
11
Un buen resumen de este enfoque está en Gilpin (1990) capítulo 2.
12
Sobre la relación mercado-empresario innovador y desarrollo ver
Schumpeter (2010).

220
Economía política global (I)

un elemento natural al hecho de ser cada uno diferente. A pesar de


eso, el mercado tendería a eliminar la pobreza material absoluta,
justamente por la competencia entre empresas, que buscan aumentar
la demanda de sus productos, entre otras cosas, bajando el precio.
Tercero, el mercado, cuando funciona sin elementos exógenos
que intervienen, tiende necesariamente al pacifismo. En cuanto
principio ordenador, los flujos de bienes se determinan por los
intereses maximizadores de cada sujeto, resultando de todos estos
intercambios un bienestar general mayor que si no existiera el
mercado. Este proceso lima los antagonismos y luchas por recursos,
ya que dejados en libertad, los sujetos generarán mercados en que
el propio beneficio individual colaborará en el bienestar del resto.
Ahora bien, el mercado tiene una tendencia a expandirse, a
llegar a espacios que antes no estaban «mercantilizados». De este
modo, el mercado logra extenderse a nivel mundial, terminando por
fagocitar a todos los mercados locales y nacionales.

La paz perpetua: la visión liberal de la


economía internacional

¿Qué es lo que mantiene unida la economía internacional? En


ausencia de un Leviatán que asegure un pacto entre naciones ¿por
qué los países, maximizadores de recursos políticos y económicos,
no estallan en una guerra permanente por el control del resto, como
lo pronosticaba la anarquía hobbesiana? La respuesta liberal es una
respuesta ilustrada: porque solo la libertad de comercio pacífico
permite que se puedan satisfacer en forma constante, permanente
y creciente las necesidades de todos los agentes partes. En vez de
buscar la paz en la moral o en reglas externas de naturaleza dogmá-
tica (emanadas de algún déspota, monarca, rey, Dios), la dinámica
del mercado lograría, según esta visión, conciliarse con las pasiones
individuales y ser promotora de paz13.
El principio rector del comercio internacional que se ha im-
puesto desde el siglo XIX es el principio ricardiano de los «costos
comparativos», el que fue reformulado por la economía neoclásica
13
Sobre el tema de las pasiones, de la moral, y de cómo surge en la filosofía
la idea del mercado como el mecanismo vinculante de la sociedad sin
necesidad de un agente central, véase Ronsanvallon (2006).

221
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

como principio de las ventajas comparativas, especialmente en la


versión de Heckscher y Ohlin. El rasgo central del principio ricar-
diano de los costos comparativos es que un país puede ser más
eficiente, expresado en sus costos laborales, en la producción de
todos sus bienes pero sus costos comparativos internos le permiten
especializarse en aquellos productos, donde es relativamente más
eficiente. El resultado es una mayor y más diversificada oferta de
bienes para todas las partes que comercian.
En la versión aggiornada por la economía neoclásica del princi-
pio ricardiano se parte postulando que la producción de cada bien
tiene un determinado costo de oportunidad, o sea, si produzco X,
estoy dejando de producir Y. De este modo, «un país tiene ventaja
comparativa en la producción de un bien si el coste de oportunidad
en la producción de este bien en términos de otros bienes es inferior
en este país de lo que lo es en otros países» (Krugman y Obstfeld
2000: 15); por lo tanto, si cada país se especializa en los bienes en que
posee dicha ventaja comparativa, el total de producción es mayor.
Del principio anterior podemos «explicar» las formas de co-
mercio internacional. Siguiendo el modelo Heckscher-Ohlin14 de raíz
netamente neoclásica, cada país, dependiendo de su dotación inicial
de factores productivos, se especializará en aquellas actividades que,
(bajo condiciones absolutamente irreales de competencia perfecta),
registren ventajas comparativas derivadas de aquella especializa-
ción. Las verificaciones históricas y empíricas no han avalado esta
propuesta teórica.
El modelo neoclásico, igual que el clásico, fueron concebidos bajo
la premisa de la inmovilidad internacional de los factores productivos.
Sin embargo, en sus formulaciones contemporáneas propias de la
era global, la escuela afirma que los principales factores productivos
(trabajo, capital, tecnologías), pueden desplazarse (ya sea vía inver-
siones extranjeras, migraciones e intercambio comercial) a través de
los países bajo el criterio de rentabilidad, siendo el mercado el mejor
asignador de dichos recursos en el plano internacional. Así, la teoría
insiste en plantear que, a largo plazo, los países –regidos por el libre
mercado– convergerán en un nivel de crecimiento similar, tendiendo
a homogeneizar el bienestar social mundial.
14
Sobre los fundamentos de este modelo, ver Krugman y Obstfeld (2000).

222
Economía política global (I)

Ahora bien, la teoría predice que, dejando el mercado funcio-


nar libremente, cada país generará una especialización productiva
acorde a sus ventajas comparativas, pero no siempre sucede así.
Los mismos cultores de la economía neoclásica reconocen que en
la sociedad civil y económica no solo existen sujetos productivos,
sino que también existen agentes rentistas. Dichos agentes buscan
maximizar ingresos no en base a su eficiencia productiva de cara a
aumentar su competitividad en el mercado, sino buscando levantar
barreras al intercambio, y generando monopolios vía restricciones
al mercado15.

Maximizadores de Rentas, Estado y sistema político

Aquellos maximizadores de rentas son agentes que buscan, en


la mayoría de los casos, utilizar recursos estatales, vía cabildeos,
presiones, etc. para asegurar sus nichos de ingresos derivados de
cierto control de algún factor productivo o comercial, impidiendo
la competencia y el mercado. Ejemplos son sectores agrícolas (como
los vigentes en Estados Unidos y en la Unión Europea) que buscan
en el Estado mecanismos arancelarios que limiten la libre competen-
cia, o las industrias que nacen apoyadas por el Estado (como en la
estrategia latinoamericana de sustitución de importaciones, aplicada
desde los años cincuenta hasta el inicio de la era neoliberal). Merece
recordarse que esta crítica a los comportamientos rentísticos toma
como supuesto fundamental la capacidad autorreguladora de un
mercado eficientemente competitivo.
En gran medida, el Estado es el agente privilegiado para las
acciones maximizadoras de rentas, fundamentalmente porque el
sistema político es, desde este enfoque, un aparato institucional
que está gobernado por agentes (burócratas, partidos políticos,
etc.) «maximizadores de votos y del presupuesto gubernamental»16,

15
Sobre el enfoque de «buscadores de rentas», ver los artículos fundacionales
de Tullock (1967) y Krueger (1974).
16
Es interesante notar que la economía neoclásica, al momento de entender
el sistema político como gobernado por agentes maximizadores de
votos, busca «endogeneizar» al sistema político en la matriz económica,
insertándole una racionalidad instrumental económica a los agentes
políticos. Hoy, tanto en EEUU como en algunas academias chilenas, se

223
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

que no velan por los intereses de la ciudadanía, sino por los suyos
propios (reproducir sus cuotas de utilidades)17. En este contexto, en
ausencia de instituciones que permitan una adecuada accountability
(verificación de responsabilidades) por parte de la sociedad civil
sobre el gobierno, se da el espacio para que los maximizadores de
rentas en la sociedad civil se articulen con los maximizadores de
votos en el sistema político, generando interferencias en el mercado
y, por consiguiente, una asignación ineficiente de recursos (ya que
no están determinados por los criterios de mercado), generando
externalidades negativas en la población18.
De esta forma, las prácticas rentistas, con sus lógicas monopoliza-
doras, según estas versiones de la teoría neoclásica, generan un juego
de suma cero impidiendo la dinámica del mercado libre, y posibilitan-
do un sector rentista (que obtiene sus ganancias no por su capacidad
productiva, sino por el control arbitrario de factores restrictivos). El
juego suma cero es inherentemente violento y agresivo19, rompiendo
la armonía espontánea del mercado, dando pie a conflictos. Para el
liberalismo, por tanto, el conflicto político es esencialmente una lucha
entre rentistas, producto de estas lógicas antieconómicas.
Lo anterior lleva a entender el sistema global como un sistema
armónico solo si se generan las instituciones adecuadas: en el plano
político, posibilitando adecuados mecanismos de accountability, y
en el económico, con instituciones20 que resguarden los derechos

considera el término «economía política» justamente como el análisis de


elección racional aplicado a los agentes políticos.
17
Sobre esta escuela, ver Tullock y Buchanan (2010).
18
Un interesante análisis empírico chileno sobre esta articulación en el caso
de IANSA es Bolívar Ruiz (ed.) (2005).
19
Tal como afirma Weber, refiriéndose a los diferentes tipos de capitalismos,
en lo relativo a los «capitalismos irracionales», «todas estas formas de
capitalismo se orientan hacia el botín, los impuestos, las prebendas oficiales,
la usura oficial» (Weber 2001: 282), mientras que el capitalismo racional y
pacífico es aquel «que tiene en cuenta las posibilidades del mercado, esto
es, las oportunidades económicas en el sentido más estricto de la palabra,
y cuanto más racional es, tanto más se basa en la venta para grandes masas
y en la posibilidad de abastecerlas».
20
Las instituciones son, para North (1990), el conjunto de reglas de juego de
una sociedad, pudiendo ser formales (leyes, constituciones, etc.) e informales
(códigos de conducta, patrones de comportamiento, imaginarios sociales,
etc.).

224
Economía política global (I)

de propiedad, disminuyan los costos de transacción21 y la creación


de regímenes rentistas.
Dichos regímenes serían el sustento de las lógicas imperialis-
tas en el plano internacional, ya que cada Estado (asediado por la
alianza «Burócratas-maximizadores de rentas») ingresa al juego
suma cero de control monopólico de recursos económicos interna-
cionales. En este sentido, el imperialismo y la violencia interestatal
serían, desde esta perspectiva, unas prácticas ajenas a la armonía
del mercado capitalista internacional. Por lo tanto, dejando ac-
tuar a este libremente, la armonía y progreso se desenvolverían
espontáneamente. Tal como afirma Schumpeter, «en un mundo
fundamentalmente capitalista no podía haber terreno abonado
para impulsos imperialistas (…) el pacifismo moderno, en sus fun-
damentos políticos (…) era incuestionablemente un fenómeno del
mundo capitalista» (1965: 104-106).
Para resguardar los intereses globales del mercado, se afirma el
rol dirigente de un país hegemónico que pueda defender lo que es
considerado un «bien público global», el mercado mundial. Cada
potencia hegemónica liberal, en la medida en que posea capacidad
de forzar a otros países a adoptar regímenes liberales, crea las ins-
tituciones que permiten el libre desarrollo del mercado. La llamada
hegemonía inglesa junto con la siguiente hegemonía norteamericana
serían ejemplos de esto22.
Un enfoque alternativo, aunque dentro de la teoría liberal, es
el de Keohane (1988), quien postula una racionalidad maximiza-
dora y egoísta por parte de los Estados, planteando que mediante
instituciones que disminuyan los costos de transacción y generen
flujos de información requeridos por el libre comercio, se pueden
generar espacios de cooperación entre Estados que permitan crear
el clima requerido para el libre desenvolvimiento del mercado
mundial. Un ejemplo de las instituciones a que se refiere Keohane
es la OMC que, estableciendo reglas claras de comercio, pres-
cribiendo conductas y amenazando con castigos comerciales a

21
Sobre el rol de las instituciones en el mercado desde una perspectiva
neoclásica, ver North (1990).
22
Sobre esta teoría, ver Kindleberger (1973).

225
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

quienes violen las reglas, logra disminuir la incertidumbre de los


acuerdos entre Estados.

Desarrollo, instituciones y mercado

Resumiendo lo visto, el enfoque neoclásico propone ver al


mercado y su globalización como fenómenos inherentemente pa-
cíficos y armónicos, donde todos los países logran aumentar sus
riquezas en la medida en que pueden especializarse en sus ventajas
comparativas23. Así, mediante flujos de inversiones, y de procesos
migratorios (inherentes al desenvolvimiento del mercado), logran
incrementar sus capacidades productivas y de innovación.
Este sistema, al margen de fenómenos exógenos, es concebido
como esencialmente apolítico. O sea, carece de estructuras de poder,
ya que para generar riquezas, no es necesario el sometimiento de tipo,
por ejemplo, imperialista. Las relaciones de poder, por el contrario, son
generadas por agentes rentistas que, articulados con maximizadores
de votos y presupuestos de gobiernos, generan monopolios, dando
como resultado juegos de suma cero (ausencia de crecimiento). Dichos
juegos limitan el mercado, crean ineficiencias y altos costos sociales
y fortalecen relaciones de dominación entre países.
El desarrollo para este enfoque es un producto del libre des-
envolvimiento del mercado y el subdesarrollo, por tanto, es una
insuficiencia de mercado en las estructuras económicas de dichos
territorios. En el marco de estas insuficiencias, la asignación de los
factores productivos (recursos naturales, capital, trabajo, conoci-
miento, etc.) y de la producción no necesariamente responden a
criterios de mercado, sino a estructuras rentistas oligopólicas que
generan asignaciones «subóptimas» de recursos24. En consecuencia,
el problema del subdesarrollo es: cómo crear instituciones que ase-
guren la existencia del mercado en aquellos espacios económicos,
eso es, cómo asegurar los derechos de propiedad y la reducción de
los costos de transacción.

23
Para una defensa contemporánea a la globalización desde una perspectiva
liberal, ver Wolf (2005).
24
Esto es, distribuyen recursos a objetivos ajenos a la producción económica,
como el lobby, control político, soborno, y no a inversiones capitalistas.

226
Economía política global (I)

De este modo, ha emergido un «neoinstitucionalismo conserva-


dor», según el cual el mercado eficiente no es un fenómeno espon-
táneo, sino el resultado de un arreglo institucional que asegura que
los bienes y factores tengan un precio de mercado (sean mercancías
en un mercado libre). Así, el fundamento del desarrollo es el forta-
lecimiento de instituciones que mermen el crecimiento de agentes
rentistas y permitan la eficiencia productiva derivada del mercado25.
En el fondo, la diferencia de riquezas entre países afirma este
enfoque; es un problema de incapacidad de los países subdesarro-
llados (presos de oligarquías rentistas articuladas con las burocra-
cias nacionales) para crear instituciones que consoliden mercados
eficientes26. Del mismo modo se postula que los problemas políticos
en el sistema internacional son derivados de los conflictos de juegos
de suma cero entre estas mismas oligarquías.
La promesa liberal ya nos es clara: el objetivo de crecimiento
a largo plazo (objetivo económico) y la armonía (objetivo político)
son complementarios con la ampliación del sistema de mercado; el
deseo de riquezas con paz puede ser satisfecho por las fuerzas del
mercado con su armonía, mientras que los limitantes de un orden
internacional pacífico y próspero son los intereses corporativistas,
gremiales y rentistas de oligarquías deseosas de mantener privilegios
fuera de la competencia económica27.
¿Es todo tan claro? ¿Acaso no crea el mercado en sí mismo
conflictos entre Estados? ¿Se comportan los empresarios realmente
como precio-aceptantes, deseosos de bañarse en los mares de la
competencia? ¿Funciona el mercado capitalista en los términos
armónicos planteados anteriormente o también se pueden generar
mecanismos igualmente capitalistas pero distintos a la libre compe-
tencia? ¿El Estado debe solamente asegurar derechos de propiedad o
tiene también otra función en el desarrollo? Por último, ¿los agentes
en juego son únicamente los rentistas violentos y cobardes versus
los capitalistas pacíficos e innovadores? La respuestas a estas dudas

25
Sobre este punto, ver el análisis de North (1990).
26
Tal como afirma North, «La incapacidad de sociedades de desarrollar
contratos de bajo costo de cumplimiento es la fuente más importante tanto
del estancamiento histórico como del subdesarrollo contemporáneo del
Tercer Mundo». [Traducción propia] (1990: 54).
27
Uno de los libros más importantes de este enfoque es Olson (1984).

227
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

que nos genera el enfoque neoclásico vienen de diferentes visiones,


pero comenzaremos con aquella que plantea volver a traer al Estado
de vuelta: el neorrealismo.

El enfoque neorrealista

El enfoque neorrealista parte de una premisa a partir de la cual


se elabora todo su armazón teórico. Si el enfoque liberal se susten-
taba en la armonía del mercado mundial de David Ricardo y en
la espontaneidad del intercambio de Adam Smith, el neorrealismo
parte del nacionalismo de Friedrich List. Tal como afirma List «el
rasgo característico del sistema que expongo es la nacionalidad.
Todo mi edificio está construido sobre la idea de la nación como
intermediaria entre el individuo y el género humano» (List 1944:16).
A diferencia de la economía neoclásica, esta perspectiva plantea
que la economía nace arraigada en un Estado; de este modo, las
economías privadas (de unidades domésticas y empresas) no exis-
ten en un vacío político, sino en una constante interrelación con
los intereses colectivos de los Estados. La nacionalidad, en cuanto
«comunidad imaginada», es una fuerza determinante de la estruc-
tura económica, en la medida en que posee intereses relativamente
autónomos de las fuerzas económicas individuales internas.
En lo que atañe al papel del Estado, los antecedentes más ilus-
tres de esta visión nos remontan al mismo Aristóteles. Sin embargo
las formulaciones más modernas referidas al sistema capitalista, se
remontan, cabe reiterarlo, a las formulaciones de List.
El punto anterior es esencial. Para el neorrealismo, el Estado-
nación es el agente más importante del sistema económico y político
internacional. Sus capacidades de establecer las reglas del juego, de
crear instituciones que consoliden su desarrollo interno, de «condu-
cir» las relaciones económicas de cara a sus propios intereses indi-
viduales ha sido el motor de la estructura económica internacional.
Más que un desarrollo económico sujeto a conflictos entre rentistas
y agentes productivos, el neorrealismo afirmaría que son los Estados
los agentes que determinan patrones de relaciones comerciales con
el exterior, estructuras productivas internas y presiones económicas
a otras naciones. De este modo, el neorrealismo propone al sistema

228
Economía política global (I)

político internacional como el principio básico a partir del cual se


desenvuelve el orden económico, dando a entender que la economía
existe siempre incrustada en dicha matriz, y a su vez la economía y
su desarrollo expansivo influye sobre los recursos de poder que los
Estados utilizan. En la evolución de la perspectiva neorrealista se
acepta la presencia y la acción de empresas multinacionales, ONG,
etc. en la medida en que son agentes que actúan con criterios pro-
pios aunque se sigue sosteniendo que es el Estado el agente que los
condiciona y les pone los marcos de acción.
Como excelente síntesis del enfoque (a partir del cual profun-
dizaremos en el mismo), leamos al principal representante actual
de este enfoque en la EPG, Robert Gilpin:

«El sistema político y de seguridad internacional


provee el marco esencial dentro del cual la economía
internacional funciona; la economía doméstica e inter-
nacional generan la riqueza, que es la base del sistema
político internacional. Luego, con el paso del tiempo, la
base económica del sistema político internacional cam-
bia de acuerdo a la «ley del crecimiento desigual»; la
transformación resultante sobre el balance internacional
de poder provoca en los Estados un cambio en sus inte-
reses y en su política exterior. Aquellos cambios políticos
frecuentemente minan la estabilidad del sistema político
y económico internacional y puede llevar, incluso, a con-
flictos políticos». [Traducción Propia] (Gilpin 2001: 23).

El párrafo anterior indica dos sistemas autónomos en interac-


ción: el sistema político y de seguridad internacional, cuyo agente
medular es el Estado-nación y su principio ordenador, la seguridad
interna del Estado en un contexto anárquico, y el sistema económico
mundial, cuyo «crecimiento desigual» marca la base de recursos
materiales de los Estados y es la matriz de la inestabilidad política.
Comencemos por el sistema político.

Sistema Político: Anarquía y Estado-centrismo

El Estado en el neorrealismo no es una institución que viene


determinada por intereses maximizadores utilitarios de los agentes

229
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

políticos de los gobiernos, como pregona la escuela neoclásica. Por


el contrario, su identidad viene determinada por dos lógicas, una
interna y otra externa. La primera dice relación con el «sistema
nacional de economía política».
En primer lugar, para Gilpin, la identidad del Estado viene de-
terminada por el sistema económico y político interno, definido este
no por una abstracta relación entre un «mercado» preconstituido de
antemano y un sistema institucional que, o ayuda al desarrollo del
mercado, o le impone trabas rentistas, sino por las específicas formas
que adquiere: 1) el objetivo primario de la actividad económica de
un país; 2) el rol del Estado en la economía; y 3) la estructura del
sector corporativo y de las prácticas comerciales privadas (Gilpin
2001: 149). Dichas formas no vienen determinadas a priori, sino
que están constituidas por los derechos y obligaciones legítimamente
aceptados por los miembros de un Estado, y su aceptación es a su
vez producto del debate político entre grupos socioeconómicos
poderosos, en la lucha política contingente28. De esta forma, en la
economía política neorrealista de Gilpin:

«La economía es definida como un sistema sociopo-


lítico compuesto por poderosos actores económicos o
instituciones como grandes firmas, poderosos sindicatos,
agroindustria de gran escala que compiten entre ellos por
determinar las políticas gubernamentales como impues-
tos, tarifas y otras materias en forma que beneficien sus
intereses. El más importante de estos poderosos actores
es el Gobierno Nacional» [Traducción Propia] (Gilpin
2001: 38).

En este sentido, es posible entender la existencia de diversos


tipos de capitalismos nacionales, destacando el capitalismo estatal
desarrollista de Japón, el orientado al mercado norteamericano y
el capitalismo social de mercado alemán, cada uno con sus propias

28
En este sentido, el objetivo económico legítimo y socialmente aceptado
por la ciudadanía de un país no viene determinado de antemano (como lo
afirman explícita o implícitamente los neoclásicos), sino que emana, al igual
que el rol que asume el Estado y la estructura económica, de consensos
y pactos sociales internos. Sobre este punto, ver el interesante artículo de
Chang (2001) y Gilpin (2001), capítulo II.

230
Economía política global (I)

formas de intervención del Estado en la economía, criterios orga-


nizadores y estructura productiva29.
En segundo lugar, para Gilpin también existe otra escala en
que se determinan las identidades de los Estados y la relación
Estado-sociedad, esta es la estructura política internacional. Tal
como afirma Waltz:

«Cada Estado llega a ciertas políticas y decide las


acciones según sus propios procesos internos, pero estas
decisiones están moldeadas por la presencia de otros Es-
tados, así como por las interacciones con ellos. Cuándo
y cómo las fuerzas internas hallan una expresión externa,
si es que lo hacen, no puede ser explicado en términos de
las partes interactuantes si la situación en la que interac-
túan y actúan las limita, impidiéndoles algunas acciones,
disponiéndolas a otras, y afecta los resultados de esas
interacciones» (Waltz 1979:98).

¿Cuál es esta estructura? El neorrealismo afirmaría tajantemen-


te, la anarquía internacional.
La estructura anárquica implica que el principio organizador
internacional es horizontal (no existe un Gran Estado que mono-
police los medios de violencia mundial) y cada Estado es un agente
autointeresado que busca mantener su soberanía y autonomía contra
otros Estados igualmente auto interesados.
Si cada agente está en un contexto anárquico y de auto-ayuda,
la primera base de su conducta debe ser la supervivencia, pero eso
es solo el principio. La supervivencia también va, posteriormente,
ligada a la ausencia de vínculos de dependencia (que limitan so-
beranía y dan el pie para la dominación); tal como afirma Waltz:

«Al igual que otras organizaciones, los Estados procu-


ran controlar aquello de lo que dependen, o disminuir el
grado de dependencia. Esta simple idea explica gran parte
de la conducta de los Estados: sus embates imperiales
destinados a ampliar el grado de control, y sus luchas au-

29
Sobre un análisis contemporáneo de las diversidades de capitalismo, véase
Hall, Soskice (ed.) (2001).

231
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

tárquicas destinadas a lograr una autosuficiencia mayor»


(Waltz 1979: 157).

Estos posibles vínculos de dependencia, tal como afirma Waltz,


dan pie para expansiones militares, como lo es el «imperialismo
de gran poder». Es en este sentido en que cada agente puede, en
potencia, ser un enemigo, ya que nunca se obtiene una completa
información de lo que está pensando el otro. Pueden existir, por lo
tanto, acuerdos tanto políticos o económicos en los cuales exista
una ganancia absoluta para cada uno (los países incrementan su
riqueza producto de un acuerdo de cooperación, aunque de forma
desigual), pero la propia estructura internacional tiende a desincen-
tivar este tipo de acuerdos. Si bien el país X puede ganar 2x con
un acuerdo comercial con Y, que recibirá 4x, este tipo de acuerdo
permite el crecimiento mayor de Y sobre X lo que, en potencia,
puede ser utilizado por Y sobre X. Este tipo de ejercicios nos permite
entender dos conductas de los Estados producto de su posición en
la estructura internacional:

1. La conducta egoísta de los Estados (tal como lo son las empresas


en el mercado) de maximizar sus intereses en forma individual.
2. La conducta en torno a la búsqueda de seguridad por parte de
los Estados como acción mínima a seguir.

En términos generales, se afirma que el Estado entra al sistema


político internacional con ciertos intereses prefigurados –determi-
nados por los acuerdos sociales de las elites nacionales–, pero estos
deben, quieran o no, amoldarse al contexto internacional anárquico,
donde el Estado asume intereses en cuanto tal (o sea, al margen de
los intereses nacionales)30, como son: independencia nacional, se-
guridad militar y maximización de recursos políticos y económicos.
Dicho lo anterior, ¿cómo se relaciona este sistema con el orden
económico internacional?

30
Tal como afirma tajantemente Gilpin, «la preocupación central del Estado
son sus intereses nacionales, definidos en términos de seguridad militar e
independencia». [Traducción propia] (2001: 17).

232
Economía política global (I)

Economía internacional: competencia imperfecta


y crecimiento desigual

El neorrealismo, como vimos, parte de una lectura de la economía


nacional fuertemente institucionalista. Pero su lectura de la economía
internacional es, también, una alternativa al enfoque neoclásico.
Tomando las ideas de List (1944), el neorrealismo ve la ne-
cesidad de hacer una diferencia entre la «economía del valor de
cambio cosmopolita» (los intercambios en el mercado que vela por
los intereses de la «humanidad», descontextualizada de su matriz
nacional), y la «economía política nacional» (centrada en la creación
de fuerzas productivas nacionales).
La primera es la economía smithiana, centrada en la teoría de
las ventajas absolutas, posteriormente reformulada en sus versiones
ricardianas y neoclásicas, según las cuales el intercambio de bienes
entre países con diferentes dotaciones de factores, incrementará el
ingreso real de todos, sean productores de materias primas o de alta
tecnología. En la versión ricardiana y neoclásica la preocupación
central es incrementar los bienes totales de la economía, no incre-
mentar las capacidades productivas del país31. De este modo, no
importa quién controla las tecnologías, o las rutas de circulación
de bienes y el comercio, sino las ventajas derivadas del intercambio
de los bienes en que los países poseen costes relativos inferiores. A
esto, List responde: «En el estado actual del mundo, la libertad de
comercio traerá no la república universal, sino la dependencia uni-
versal de los pueblos a la supremacía de la potencia preponderante
en las manufacturas, el comercio y la navegación» (List 1944: 119).
De este modo, quien controla las tecnologías, la alta industria y las
vías comerciales, posee un poder mayor de influir en el resto de las
naciones, traduciendo esa capacidad material en poder político.
Un punto central tanto de List como del actual neorrealismo,
es que la nación como unidad social debe velar, en la medida en que
vive en una anarquía política, por incrementar sus propias fuerzas
productivas de forma autónoma y autocentrada, buscando, por
31
«El poder de crear riquezas es, pues, infinitamente más importante que la
riqueza misma; garantiza no solamente la posesión y acrecentamiento del
bien ya adquirido, sino que además el reemplazamiento de lo perdido»
(List 1944:123).

233
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

tanto, asumir un rol preponderante en la elaboración nacional del


principal sector económico que permite una autonomía económi-
ca y seguridad política, el sector industrial, cuna del desarrollo de
fuerzas productivas.
La visión neorrealista centrada en los intereses de los Estados
orientados a perpetuar su soberanía y no tanto en aumentar al ac-
ceso a bienes de consumo, llamará la atención en la forma en que se
distribuyen, entre países, las riquezas derivadas del libre comercio.
Como el propio enfoque neoclásico afirma, estas riquezas, si bien
constantemente aumentan para todos vía el comercio, lo hacen en
forma desigual. Unos países crecen más que otros, obtienen más
ganancias que otros, aunque el resto puede, igualmente, aumentar
su cuota de recursos.
Esta situación de desigual acceso a recursos implica que existirán
Estados más poderosos (ya que las riquezas se pueden reinvertir en
poder duro –armamento–, poder blando –influencia cultural–, etc.),
lo que, considerando el contexto político anárquico, lleva necesa-
riamente a tensiones, conflictos y luchas políticas entre Estados por
controlar las mismas (o más) riquezas que el resto. Así, el propio
comercio internacional (en la medida en que distribuye las ganancias
de manera desigual) conlleva la tensión política entre sus agentes
fundamentales, los Estados32. De este modo, los Estados buscan in-
tervenir en el comercio de cara a incrementar sus propias capacidades
productivas, fortaleciendo su autonomía frente al resto de los Estados.
Pero, más allá de las ideas fundacionales de List, el neorrealismo
actual, para sustentar su hipótesis, debía demostrar que la conver-
gencia de riquezas entre países vía el comercio en el largo plazo no
era real33, sino que podía mantener asimetrías en forma permanente.
Para dicho fin, el neorrealismo, en la versión de Gilpin, hace suyas

32
Contrástese con la visión neoclásica del conflicto político como resultado
de agentes ajenos al mercado (rentistas), donde el desenvolvimiento del
mercado lleva inherentemente a la paz y armonía (ergo, a la desaparición
del conflicto político).
33
Recordemos que las primeras teorías liberales del comercio afirmaban que
(en términos muy resumidos), producto de los rendimientos decrecientes
de la inversión de capital, en el largo plazo, los países pobres comenzarían
a igualar las tasas de crecimiento del PIB per cápita con los países ricos,
llegando a una convergencia en riquezas. Sobre este punto, ver Sala i Martin
(2000).

234
Economía política global (I)

teorías económicas neoclásicas contemporáneas, denominadas


«nuevas teorías económicas del crecimiento», específicamente la
teoría del crecimiento endógeno, la nueva geografía económica y
la teoría del comercio estratégico.
Gran parte de las premisas de la teoría del «crecimiento endóge-
no», en especial la centralidad del progreso técnico y la innovación
tecnológica, ya habían sido planteadas mucho antes por autores y
corrientes tan diversas como Schumpeter, Myrdal, Prebisch, Fur-
tado, Amín, etc. Qué duda cabe, por otro lado, que las dinámicas
centro-periferia desarrolladas por Krugman han sido, desde los
años cincuenta, la matriz teórica medular del Estructuralismo
Latinoamericano. También la teoría del «comercio estratégico» ha
sido elaborada, hasta podemos decir con mayor riqueza teórica, por
diversas corrientes económicas latinoamericanas, en especial por
el mismo estructuralismo y por la escuela de la dependencia. Estas
teorías se «redescubren» contemporáneamente, con gran pulcritud
formal, haciendo uso del lenguaje matemático de los modelos, bajo
premisas abstractas y ahistóricas propias del enfoque neoclásico sin
mencionar siquiera las visiones que las precedieron. Hechas estas
salvedades, en lo que sigue se efectúa una esquemática presentación
de las teorías del «crecimiento endógeno», de «la nueva geografía
económica», y del «comercio estratégico», tal como fueron recogidas
por la versión neorrealista de Gilpin.
Tal como afirma la teoría del crecimiento endógeno34, la
inversión en tecnología explica el crecimiento económico en el
largo plazo. Esta inversión, en cuanto factor productivo, genera
rendimientos crecientes35, por lo que los países pueden crecer
indefinidamente (lo que cuestiona la hipótesis neoclásica de con-
vergencia en el largo plazo)36, y su nivel de crecimiento depende

34
Una introducción al enfoque se encuentra en Romer (1994).
35
La tecnología muestra rendimientos crecientes tanto de escala a nivel de
la empresa que introdujo la innovación (un costo fijo total que se reparte
en una gran cantidad de unidades vendidas) como también en la medida
en que su producción genera beneficios en el área en que se generó dicha
difusión e incrementa su valor en su eventual difusión a otros campos (se
aplica por otros agentes agregándole nuevos conocimientos, aumentando
su eficacia, etc.).
36
«La teoría del crecimiento endógeno considera que el nivel de renta per
cápita puede crecer sin límites dependiendo del nivel de inversión en

235
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

del «cuánto» de la inversión en I+D, capital humano, infraestruc-


turas que fortalezcan la creación de «entornos innovadores», etc.
hagan los agentes públicos y privados. A diferencia de inversión
en capital fijo, o en la producción de materias primas, la inversión
en tecnología genera «efectos de desparrame»; no solo beneficia
al agente productivo que la implementa, sino que (debido a los
caracteres de bien público que posee la tecnología37) genera ex-
ternalidades en otros sectores, incrementando su productividad,
generando economías de escala, diferenciando la producción, y de
este modo, generando una competencia monopolística38. Nótese
que solamente la tecnología genérica no patentable privadamente
(por ejemplo, la decodificación del genoma humano) es la que
puede generar los citados efectos de desparrame.
Junto a esto, y considerando las aportaciones de la «nueva
geografía económica»39, se afirma que la producción tecnológica
(madre del desarrollo económico) no se desenvuelve horizon-
talmente en todos los territorios, sino que tiende a generarse en
aglomeraciones industriales arraigadas en específicos espacios
geográficos. Por condiciones específicas de partida –histórica, social
y geográficas–, las industrias tienden a concentrarse en determina-
dos territorios, y a través de procesos acumulativos, se comienza

investigación tecnológica, por lo que la brecha existente entre países ricos


y pobres puede ensancharse» (Hernández Rubio 2002:97).
37
A medida que se usa el conocimiento, este no pierde su valor, sino que
aumenta. Por otro lado, el uso de otro agente del conocimiento tecnológico
no disminuye el uso que puede hacer uno sobre el mismo.
38
Economías de escala: proceso en el que mientras aumenta la producción
de un bien, el coste unitario disminuye. Un gran coste inicial (inversión
en una novedosa tecnología) implica que, a medida que se producen más
bienes, el costo por unidad decrece. Este proceso tiende a generar límites
a la entrada a un mercado, las grandes empresas poseen mayores tasas de
productividad que las pequeñas empresas, tendiendo a la concentración
oligopólica.
Diferenciación del producto: acto de innovación tecnológica en que se
altera el objetivo o la forma del producto de cara a «diferenciarlo» de los
productos semejantes, para generar un mercado relativamente propio.
Competencia monopolística: situación de mercado en que pocas empresas
se ocupan de un mercado. Cada empresa tiene libertad de entrar o salir,
pero debido a las economías de escala y a las prácticas de diferenciación
del producto, solo unas pocas son las que realmente compiten.
39
Sobre este enfoque, ver las aportaciones de Krugman (2008; 1997).

236
Economía política global (I)

a reforzar la concentración territorial. A medida que empresas


comienzan a aglutinarse en un territorio geográfico determinado
–resultado, en un principio, contingente, según afirma Krugman
(1992)–, un tejido industrial espacialmente arraigado comienza a
disminuir los costos de transporte entre las empresas que proveen
insumos y las que ensamblan las partes, disminuyendo el tiempo
de circulación del capital, reduciendo los costos de circulación.
Además, siguiendo la hipótesis de Alfred Marshall, los tejidos em-
presariales consolidados permiten que la producción tecnológica
generada en una empresa pueda fluir, en forma de externalidad, a
toda la aglomeración industrial, fortaleciendo al tejido productivo
mismo, incrementando su productividad y, mediante un proceso
acumulativo, fortaleciendo aún más al conglomerado, en un cír-
culo virtuoso.
Este proceso de concentración industrial (creadora de econo-
mías de escala y externalidades positivas para todo el sector), deviene
en la creación de Centros de desarrollo tecnológicos, industrial y de
innovaciones, creando estructuras oligopólicas, que a su vez crean
periferias arraigadas geográficamente en otros espacios y países.
La dinámica centro-periferia que «redescubre» el neorrealismo
es medular. Le permite ver la economía internacional como perma-
nentemente jerárquica, donde los principales factores productivos
(especialmente la tecnología con sus altos efectos «spillover» [des-
parrame], permiten aumentar la productividad en todo un sector) se
concentran en centros, relegando a la periferia el producir insumos y
materias primas para dichos centros. Este proceso implica un «Cre-
cimiento Desigual» entre naciones, siendo justamente la fuente de
las tensiones entre los Estados. Las ganancias relativas asimétricas
derivadas de este crecimiento desigual, tienden a hacer que los Es-
tados, a su vez (producto del contexto anárquico), compitan entre
sí por obtener las fuentes del desarrollo productivo (tecnología,
control financiero, etc.), a expensas del resto de los Estados (debido
a que el control de dichas fuentes es base del control de mercado).
Según Gilpin (2001; 1990), la dinámica en el corto plazo es
hacia la dualidad centro-periferia, pero en el largo plazo, y vía los
flujos comerciales, de inversiones y de migraciones, se comienzan
a generar nuevos emplazamientos industriales, nuevos territorios

237
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

competitivos, cuestionando el liderazgo de un país poseedor de


dichas ventajas derivadas de sus tejidos industriales. Producto de
«ventajas del retraso» (mano de obra barata, oportunidades de
inversión, etc.) las periferias atraen nuevas tecnologías y comienzan
a devenir en nuevos centros. Sin embargo, este proceso de «difusión
del desarrollo», no se genera, a su vez, en forma homogénea, sino
que se condensa en específicos territorios, generando nuevas asi-
metrías, nueva matriz de tensiones, nuevos «tira y afloje» y nuevos
conflictos entre Estados.
De este modo, el neorrealismo nos llama la atención por el
hecho de que el mercado mundial incrementa la riqueza total pero
de forma desigual, lo que se traduce en el sistema político anárquico
como asimetrías de poder, base misma del conflicto entre Estados.

«Bringing State back in»: la visión Neorrealista


del Desarrollo

Si de la matriz teórica neoclásica deriva una visión del desarrollo


basada en el mercado libre, donde el Estado debe ser un vigilante que
asegure los derechos de propiedad y disminuya los costos de transac-
ción, en el neorrealismo el Estado asume una función económica activa.
Partiendo de la teoría del «comercio estratégico», hay sectores
económicos que, por sus altas externalidades (especialmente en la
industria), por sus barreras de mercado y por su importancia para
toda la economía nacional, son estratégicos para el desarrollo. En-
tonces, estos sectores pueden ser objeto de políticas industriales por
parte de los Estados para distribuir los beneficios al tejido económico
nacional. Vía políticas industriales estatales, se puede generar una
matriz social, tecnológica, infraestructural y de distribución que per-
mita la generación de tejidos productivos altamente desarrollados,
generando bienes competitivos para el mercado mundial40, superan-
do las ventajas comparativas naturales y creando nuevas ventajas
competitivas41 estratégicamente establecidas por políticas activas.

40
Sobre este punto, ver Amsden (1997).
41
El concepto de «ventaja competitiva» es bastante ambiguo y diferente para
varios enfoques. Resumidamente, y solo para aclarar el tema, entendemos
por ventaja competitiva aquellas ventajas de un país en relación a otros
sustentada no en su dotación inicial de factores que permite producir un

238
Economía política global (I)

En este sentido, el enfoque ve en el Estado un agente con intere-


ses en su propio fortalecimiento, y a la burocracia como un estrato
social por sobre los intereses de la sociedad civil, lo que permite
que el Estado pueda asumir una visión de largo plazo a la hora de
determinar las políticas de desarrollo42. El Estado, de este modo,
debe «gobernar al mercado» para encaminarlo al Desarrollo y no
a la producción de materias primas43.
Lo anterior no implica una planificación económica autárquica,
sino cambiar los términos del comercio internacional vía políticas
estatales estratégicas y selectivas que construyan junto al empre-
sariado un tejido económico competitivo internacionalmente. De
este modo, vía inversiones en I+D, en capital humano, en centros
tecnológicos y vía políticas de subsidio a empresas, de cara a forta-
lecer procesos innovadores y resguardando a sectores económicos
temporalmente de la competencia con grandes empresas multina-
cionales, el Estado guía las fuerzas del mercado hacia el propio
fortalecimiento económico nacional.
Nótese (a la hora de contrastar con el resto de los enfoques), que
el neorrealismo utiliza un armazón teórico económico que le permite
ver asimetrías internacionales que no tienden a la convergencia. Vía
esta lectura, le permite observar un rol «productivista» al Estado, como
agente activo en las relaciones comerciales, productivas y de inversión
para fortalecer la «competitividad» del tejido productivo nacional.

mismo bien a menor costo, sino en sus instituciones, marcos culturales,


entorno, innovaciones, creadas socialmente y que además de disminuir
costos, también generan productos diferenciados con novedosas cualidades
que lo diferencian de sus competidores, creando ventajas semi-monopólicas.
42
Sobre esta valorización del Estado como un agente con autonomía propia,
y no como un producto de las dinámicas de la sociedad civil (ya sea como
administrador de los intereses de la burguesía o producto de la lucha de
clases en el marxismo, o un conglomerado de agentes maximizadores de
rentas como en el enfoque neoclásico), ver Evans, Rueschemeyer y Skocpol
(1985).
43
Ejemplos de Estados que gobiernan al Mercado lo son los países del Este
Asiático, donde el Estado, en la postguerra: 1. Redistribuyó las tierras
agrícolas, 2. Controló el sistema financiero y subordinó el capital financiero
privado al capital industrial, 3. Promovió la adquisición de tecnología de
empresas multinacionales y construyó un sistema de tecnología nacional,
4. Ayudó a determinadas industrias, etc. Sobre la visión de «gobernar el
mercado» y el ejemplo asiático, ver Wade (1999).

239
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

En general, dichos enfoques económicos (liberales) asumen que


el desarrollo y el subdesarrollo dependen de variables estrictamente
«nacionales». Es decir, dependen de la voluntad por parte del Estado
de «conducir» las fuerzas del mercado. Por un lado, Lucas y Romer
plantean que el desarrollo económico depende de la capacidad de
inversión en capital humano e I+D, lo que requiere una activa par-
ticipación estatal-privada. Por otro lado, Krugman afirma que el
desarrollo depende de la capacidad de movilizar recursos públicos y
privados en forma «estratégica». Sea cual sea la opción, las teorías
que comentamos comparten, curiosamente, una visión común del
mercado internacional, como si esta fuera una herramienta neutral
a utilizar por cada Estado. Los países subdesarrollados lo serían no
tanto por la forma en cómo los centros capitalistas han configura-
do un régimen de acumulación de capital global estructuralmente
asimétrico (como lo afirma el Estructuralismo Latinoamericano,
y luego, la teoría de la Economía-Mundo), sino por una errada
utilización del mercado (poca inversión en I+D, tecnologías, etc.).
En suma, las teorías del crecimiento endógeno, de la nueva
geografía económica, y del comercio estratégico, «redescubren»
viejas visiones de la teoría económica y de la economía política
estructuralista, pero lo hacen dentro de una matriz epistemológica
propia del empirismo lógico que, como sabemos, hace caso omiso a
la historia y a las estructuras y, por lo tanto, no examina la dinámica
de largo plazo del capitalismo a escala global.
Tal como se observa, el enfoque neorrealista nos plantea una
visión de desarrollo bastante diferente de la neoclásica. En la ver-
sión de Gilpin el Estado es la palanca del crecimiento y el bienestar,
realizando justamente políticas que los neoclásicos identifican como
los limitantes al desarrollo. Las estrategias alternativas resultantes en
materia de EPG, dependen, así, de las preferencias teóricas, de la ma-
nera de obtener la evidencia empírica y de la metodología adoptada.
Sin embargo, quedan dudas. ¿Es realmente el Estado un
agente relativamente autónomo, con sus propios criterios y
exigencias? ¿Puede hoy (en una era de la globalización) ser un
agente activo de desarrollo o está perdiendo su soberanía ante
nuevas autoridades mundiales (empresas multinacionales, orga-
nizaciones económicas internacionales, etc.)? Dentro del propio

240
Economía política global (I)

campo realista, Susan Strange asume esos desafíos y construye


una nueva aproximación a la EPG.

Realismo crítico: Susan Strange

La propuesta de Strange es una aparente crítica radical a prácti-


camente todas las premisas de la escuela neoclásica y neorrealista. A
partir de dicha crítica, establece hipótesis que minan prácticamente
todo el edificio neorrealista que acabamos de comentar. ¿Cuál es
esta propuesta?
En primer lugar cuestiona las premisas en común que comparten
las propuestas neoclásicas y neorrealistas:

1. Ambas visiones observan las fronteras nacionales como líneas


divisorias entre distintos sistemas políticos y económicos autóno-
mos. De este modo, la arena internacional sería un «archipiélago»
de distintos sistemas de poder y de producción relativamente
independientes unos de otros44.
2. El ámbito del poder, para ambas visiones, yace en el Estado: es
dicho espacio institucional y sus relaciones con otros Estados
el campo donde se inserta la política, siendo la economía una
lógica que interviene en forma exógena a la lógica interestatal.
De este modo, ya sea explícita o implícitamente, el poder tiene
su base en el monopolio legítimo del uso de la fuerza.

A partir del cuestionamiento a estos puntos, Strange elabora


una nueva matriz alternativa, que permite observar fenómenos que,
según la autora, dichas premisas oscurecen.

El Poder: relacional y estructural

La visión pluralista de la política define al poder tal como lo


planteó Dahl, «A tiene poder sobre B en la medida en que puede

44
Recordemos que para el enfoque neoclásico, son países los que comercian
entre sí, países cuyo Estado o vela por intereses rentistas o por los derechos
de propiedad, mientras que para el neorrealismo la unidad básica es
el sistema nacional de economía política, cuya unidad sustancial es la
soberanía estatal.

241
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

conseguir que B haga algo que, de otra manera, no haría» (Lukes


2007:4). Esta definición «relacional» (ya que habla de una interac-
ción entre dos agentes) limita el ámbito de estudios del poder en
la medida en que deja fuera de su campo de análisis otras formas
multidimensionales de analizarlo, específicamente aquellas que
alteran el contexto dentro del cual se toman decisiones, como
también aquellas que moldean las propias subjetividades de los
agentes subalternos45.
Para Strange, el poder no es solo el hecho de que un Estado
presione a otro en pos de conducir sus acciones (visión realista), sino:

«El poder moldea y determina las estructuras de la


economía política global dentro de la cual otros Estados,
sus instituciones políticas, sus empresas y (no por ello
menos), los científicos y otros profesionales, deben operar
(…) Poder Estructural, en pocas palabras, confiere el poder
de decidir cómo se harán las cosas, el poder de moldear
los marcos dentro de los cuales los Estados se relacionan
entre sí». [Traducción propia] (Strange 2004:25).

Así, el poder no se muestra solamente en la influencia directa-


mente observable de un Estado a otro, sino en que determinados
agentes logran influir en el contexto y estructuras que marcan límites
de acción en el campo internacional46 .
¿Cuáles son aquellas estructuras que determinan los marcos de
acción de los agentes nacionales e internacionales? Strange (2007)
plantea que las estructuras básicas de cualquier tipo de sociedad
son las siguientes:

45
Sobre las diferentes formas de entender el poder, desde el enfoque liberal de
Dahl, pasando por Gramsci y llegando hasta Foucault, ver Lukes (2007).
46
En el plano de la política nacional, esta visión es denominada por Lukes
(2007) «bidimensional», en la medida en que observa el poder no solo en
quién gana en un choque de proyectos en los espacios de representación
formales (cámara de diputados, junta de vecinos, etc.), sino en quién tiene el
poder de influir en qué se discute, hasta qué punto, y cuándo un tema será
vetado, es decir, quién tiene influencia sobre estructuras ajenas al debate
mismo (estructuras económicas, culturales, políticas, etc.) pero que limitan
el mismo debate.

242
Economía política global (I)

1. La Estructura de Seguridad: espacio en que se determinan las


formas de uso de la violencia y las formas de prevención de la
misma. Posee poder estructural quien puede generar las reglas
de seguridad y, de este modo, crear un marco de acción para los
que reciben dicha seguridad.
2. La Estructura de Producción: espacio en que se determina qué
se produce, por quién y para quién, con qué métodos y en qué
términos. Quién controla (mediante el control de la inversión)
estos procesos ejerce un poder estructural sobre la economía,
estableciendo las reglas esenciales del juego económico.
3. La Estructura Financiera: espacio en que se establecen las reglas
de la oferta y demanda de créditos. El poder estructural yace en
quien tiene las capacidades de establecer las reglas relativas al
acceso al crédito, en qué condiciones, formas de pago, etc.
4. La Estructura de Conocimiento: espacio en que se producen,
distribuyen y adquieren formas de conocer y de saber, ya sea en
un plano ideológico o tecnológico; quien logra controlar la pro-
ducción y distribución de dichos conocimientos, logra establecer
los parámetros simbólicos de acción, como también los límites
objetivos de producción.

Lo interesante de esta nueva categorización es que la política


y el poder ya no son vistos como exclusivos de los Estados (como
en los enfoques anteriores). A partir de las estructuras menciona-
das, el poder ejercido a través de ellas puede reposar en agentes o
actores distintos a los Estados47. Strange, por tanto, nos amplía el
horizonte de análisis del poder, trascendiendo aquel centrado en
el Estado como pregona el neorrealismo (que considera al Estado
como el agente «determinante en última instancia»48).

47
Tal como afirma tajantemente Strange, «La noción de poder estructural
en la política, en la economía y en la sociedad mundial era lo que permitía
liberar a la Economía Política Internacional de la llamada tradición realista
de las Relaciones Internacionales» (1996: 8).
48
Recordemos que Gilpin, buscando ampliar el análisis realista a nuevos
agentes, plantea que la economía política no es solo Estado y Mercado,
sino un sinnúmero de nuevos agentes. Si bien es un reconocimiento válido,
aún mantiene al Gobierno como el Agente más importante en la medida
en que, afirma Gilpin, determina las reglas del juego.

243
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

De este modo, la EPG no sería una mera suma entre el sistema


interestatal y el sistema de mercado (como lo ve el neorrealismo), sino
una unidad social compuesta de múltiples «autoridades» (cualquier
tipo de agente que posea poder estructural) y múltiples mercados (que
se ven condicionados por las «autoridades»). De este modo, hablar de
la EPG como una mera agregación de dos sistemas diferenciados que se
condicionan mutuamente sería, para Strange, «cosificar» cada sistema,
impidiendo ver que la EPG no estudia «dos sistemas entrelazados», sino
uno que consiste en autoridades que, controlando aquellas estructuras
fundamentales, logran determinar los fines sociales.
Ahora bien, ¿cuáles son las implicancias de este análisis para
Strange? Básicamente la pérdida del rol central del Estado en el
estudio de la EPG.

Globalización, Nuevas Autoridades, Retirada del Estado

En el período fordista-keynesiano (1930-1970), el Estado era con-


siderado un agente que poseía un muy importante control sobre gran
parte de las estructuras antes nombradas. El Estado ejercía un control
monopólico sobre la violencia, lo que permitía establecer las reglas de
la seguridad ciudadana; por otro lado, el Estado poseía (en términos
generales), un control de núcleos estratégicos de la economía, lo que le
permitía un flujo de ingresos que posibilitaba controlar una fracción
de la demanda efectiva y expandirla al ritmo de la acumulación de
capital, mientras que, al mismo tiempo, lograba establecer las reglas del
crecimiento económico. Las finanzas estaban en gran medida arraigadas
nacionalmente, y los bancos centrales carecían de independencia de los
gobiernos. A su vez, la producción de conocimiento, si bien compar-
tida con empresas tecnológicas y comunicacionales, estaba regulada
fuertemente por los aparatos de Estado, siendo un agente medular a
la hora de establecer las normas de distribución del saber.
En este tipo de régimen de crecimiento mundial, el Estado y el
sistema interestatal eran, qué duda cabe, el principal actor político y
económico. La estructura económica mundial estaba «empotrada» en
el sistema político, lo que permitía hacer el símil entre Poder y Estado49.

49
John Ruggie (1988) establece dos regímenes económicos diferenciables
hasta 1970: el liberalismo de laissez faire que va desde el siglo XIX hasta

244
Economía política global (I)

Con la crisis de 1973, la tercera revolución tecnológica de las


comunicaciones, la transnacionalización del capital financiero y la
apertura comercial global, la autoridad estatal comienza, afirma
Strange, a perder gran parte de sus antiguas capacidades. En el
campo económico, la producción rompe sus límites nacionales y se
globaliza, creándose cadenas productivas globales. Este cambio de
una producción local a una mundial genera nuevas autoridades pri-
vadas, las Empresas Transnacionales (ETN), que logran determinar
la asignación de las inversiones y, con ese poder estructural, tender
a imponer las reglas del juego productivo a los Estados-nación.
Los Estados, arraigados en sus límites geográficos soberanos,
pierden su antigua capacidad de controlar dicha estructura producti-
va hoy mundial, limitando su capacidad negociadora y su capacidad
de poder «gobernar al mercado». Lo mismo sucede con la estructura
financiera, que, luego del giro neoliberal de la economía, junto a la
autonomización de los bancos centrales y el flujo mundial de capital
financiero, hace que el Estado limite aún más su antigua autoridad
sobre el campo económico.
En el campo de la estructura del conocimiento, los nuevos
medios globales de comunicación y la Internet han mermado la
capacidad del Estado de conducir y producir subjetividades ancla-
das en la idea de nación. La idea de pertenencia a una comunidad
nacional imaginada es, cada vez más puesta en duda por los nuevos
patrones de consumo transmitidos en tiempo real vía internet, por
los intercambios de servicios desde cualquier parte del mundo, etc.
El único espacio donde el Estado aún guarda control estructural
es (aunque en forma decreciente) el control monopólico de la vio-
lencia legítima sobre un territorio. La seguridad es aún dependiente
de las reglas del Estado.
Lo anterior es indicativo de que hoy, en la economía política
mundial, vemos múltiples autoridades (ETN, grandes cadenas de
información, ONG globales, capital financiero, etc.) que van más
allá y superan los estrechos límites del Estado-nación, comenzan-

1930, donde las fuerzas del mercado se imponían al sistema interestatal, y


el liberalismo «empotrado» desde la pos guerra mundial hasta 1973, donde
el mercado estaba conducido por diferentes instituciones de autoridad,
especialmente las políticas sociales y regulatorias del Estado de Bienestar.

245
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

do a funcionar en una escala global. El Estado a su vez, no queda


inmune a esto, sino que parte creciente de sus propias instituciones
se «desnacionalizan» (ver Sassen 2006)50, funcionando de cara a las
lógicas globales económicas, financieras y culturales.
Estas múltiples autoridades, que se cruzan y superan los lími-
tes escalares del Estado, pueden ser indicativas del advenimiento
de un «neomedievalismo global» (Bull 2005), donde en un mismo
territorio «se solapan la autoridad y lealtades múltiples»51, o sea,
donde en un territorio diversas autoridades (actuando en escalas
diferentes y controlando estructuras diversas) ejercen poder sobre
los ciudadanos, siendo el Estado solo un agente más de poder, no
el único, y quizás no ya el más importante.
El Estado, de este modo, «se está convirtiendo una vez más,
como en el pasado, tan solo en una fuente de autoridad más entre
otros, con poderes y recursos limitados» (Strange 1996: 112)52. En
este sentido, si el desarrollo se tiende a entender no como un fenó-
meno espontáneo, sino como una movilización de fuerzas sociales y
económicas bajo un proyecto determinado, ¿cómo ver el desarrollo
desde los lentes de Strange?

50
No es una cuestión cualquiera que el Banco Central se «independice» de
los gobiernos, y que los ministerios de hacienda comiencen a devenir en
instituciones que velan por la estabilidad económica de cara al contexto
mundial, y no en ser instrumentos al servicio de criterios nacionales de
desarrollo. De este modo, tanto para Sassen como para Strange, el Estado no
«desaparece» con la globalización, sino que diversas capacidades estatales
se reensamblan en lógicas globales.
51
Tal como afirma Bull, «Si los Estados modernos llegaran a compartir
la autoridad sobre sus ciudadanos y la lealtad de los mismos, con las
autoridades regionales y mundiales, por un lado, y con las autoridades
subestatales y subnacionales, por el otro, hasta el punto de que el concepto
de soberanía dejase de ser aplicable, podríamos hablar del surgimiento de
un orden político universal de tipo medieval» (Bull 2005: 305).
52
Según Strange, en relación con los principales poderes y responsabilidades
que cabría atribuir al Estado, este está dejando de detentar y ejercer un
poder monopólico, léase en: territorio y su defensa, mantener valor de la
moneda, determinar la estrategia de desarrollo, corrección de tendencias
económicas, proveer redes sociales de seguridad, recaudar impuestos,
control del comercio exterior, etc. (Strante 1996: 123).

246
Economía política global (I)

Autoridades múltiples y Desarrollo

El rechazo al «estadocentrismo» por parte de Strange es patente.


Pero con ello se derivan varias cosas. El primer punto es la radical
desconfianza sobre la viabilidad de los Estados para conducir las
fuerzas del mercado hacia el incremento de las capacidades pro-
ductivas del país. Por oposición al enfoque propuesto por Strange,
la apuesta del neorrealismo de seguir viendo al Estado como el
agente más importante del sistema político y económico, lleva a no
perder esperanzas en el Estado Desarrollista (Wade 1999; 2005), tal
como se ha practicado en los países del Este Asiático53. En el fondo,
«gobernar al mercado» de cara a fortalecer la competitividad de un
país no es irreal si consideramos que el Estado es aún el principal
agente económico.
¿Pero qué pasa si desechamos aquella premisa? Strange nos
indica que el desarrollo económico es hoy en día inmanejable por
parte del Estado. Las múltiples autoridades financieras, productivas
(ETN), junto a la constante erosión de la identidad nacional por
parte de los grandes medios de comunicación global, hacen del
Estado un agente soberano de iure, pero no de facto.
A pesar de lo anterior, Strange, si bien pierde optimismo en el
Estado como agente, no lo pierde en el desarrollo, ya que considera
que las fuerzas del mercado mundial conllevan la semilla del desa-
rrollo a los países subdesarrollados. Curiosamente, Strange, luego
de una crítica radical a los fundamentos neoclásicos y neorrealistas,
llega a conclusiones muy similares a las neoclásicas.
53
Es interesante observar que Strange ve los ejemplos de desarrollo guiado
QPSFM&TUBEPFO+BQÓO $PSFBZ5BJXÃODPNPNFSBTFYDFQDJPOFT DPNP
posibilidades que les fueron «regaladas» por una coyuntura específica.
Tal como afirma, «todos estos Estados asiáticos tuvieron una suerte
excepcional, pues se aprovecharon en tres sentidos de su ubicación
geográfica en la frontera occidental de Estados Unidos durante la
Guerra Fría. Su importancia geográfica fue tal que pudieron contar con
una generosa ayuda militar y económica estadounidense, una ayuda
combinada con un excepcionalmente elevado nivel de ahorro interno y
bajo consumo (…) pudieron estar exentos de la presión para plegarse a
las normas de la economía liberal abierta (…) la tecnología necesaria para
su industrialización se podía adquirir en el mercado, ya fuese en la forma
de patentes o a través de alianzas empresariales con las que accedieron a
la tecnología sin perder por ello el control directivo» (Strange 1996: 26).

247
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

Hay dos tendencias importantes a recalcar sobre los cambios


en la estructura de la producción internacional que plantea Strange
y que merecen ser resaltados.

1. Pérdida de importancia de las actividades de extracción mineral


y agrícola para las ETN. Las ETN ya no tienen como objetivo la
producción de materias primas, sino que tienden hoy a realizar es-
trategias de integración vertical54 que generan economías de escala
e incrementan la productividad. Este proceso, operado a través de
las Inversiones Extranjeras Directas (IED) incrementa las riquezas
en países en vías de desarrollo, creando mejores empleos, mayor
productividad y mayores ingresos. Si bien aún persisten formas de
dependencia (en el sentido de control privado de las estructuras de
poder medulares de un país subdesarrollado), estas –paradójicamen-
te– tienden a fortalecer la estructura productiva de las periferias e
incrementar sus riquezas55. Strange ve en estas ventajas la razón por
la cual los países subdesarrollados hoy tienen una política centrada
en incentivar las IED.
2. Producción genuinamente multinacional: el hecho de que hoy
existan ETN con casas matrices centradas en varios países,
implica que no existe un «centro» único desde donde nacen las
inversiones. La nueva globalización implica un orden con mu-
chos centros, que, si bien crean asimetrías, estas generan en los
países subdesarrollados nuevas oportunidades de desarrollo. Tal
como sentencia Strange: «En definitiva, al abrir sus economías
al mercado mundial, los países en desarrollo han aumentado sin

54
La integración vertical es una estrategia de gestión de la propiedad de una
empresa en que la empresa busca producir por sí misma, o subcontratando,
los insumos de su producto (denominada «integración vertical hacia atrás»)
o busca controlar los medios de distribución y comercialización de su bien
(«integración vertical hacia adelante»).
55
«La dependencia todavía existe. Para los países pobres es acaso más duro
que nunca seguir siendo verdaderamente independientes de la economía
capitalista mundial. Pero la dependencia ya no equivale a relegar a la mano
de obra local tareas manuales en los campos o en las minas. El obrero
malasiano, ya sea produciendo coches con la ayuda de la tecnología japonesa
o acondicionadores de aire para el mercado japonés, estará seguramente
mejor y tendrá mejores expectativas que sus padres o abuelos. Gracias a las
empresas extranjeras, él o sus hijos tienen a su alcance nuevas oportunidades
profesionales como directivos o empresarios» (Strange 1996: 80).

248
Economía política global (I)

duda sus oportunidades de competir con éxito en las industrias de


exportación, pero al precio de aceptar una creciente dependencia
de los servicios financieros y de comercialización que ofrecen
las grandes empresas de los países desarrollados» (1996: 84).

Estas nuevas tendencias llevan a Strange a derivar un conjunto


de hipótesis sobre el orden actual. La primera que nombra, se centra
en la creciente privatización de los servicios y empresas antes en
manos estatales. La producción, el gasto en I+D y las inversiones
han pasado radicalmente de los Estados a los mercados. Las ETN
han concentrado gran parte del control sobre dichos factores, de-
terminando el ritmo, formas y reglas de las inversiones productivas
(ya sea en bienes de consumo o en factores productivos).
Pero este proceso ha generado, como consecuencia y curio-
samente, una tendencia al desarrollo de los países. Según Strange,
el error de los economistas del desarrollo era la creencia en el rol
medular del Estado. «En lo que todo el mundo se equivocó fue
en creer que el cambio solo podía venir de las políticas estatales»
(Strange 1996: 92). Por el contrario:

«Dado el cambio tecnológico acelerado, cuanto mayor


fuera la movilidad del capital y la mejora del transporte
y las comunicaciones, más irresistibles serían los incenti-
vos para que las empresas industriales en Norteamérica,
Europa y Japón (y QPTUFSJPSNFOUF FO $PSFB  5BJXÃO 
India, Brasil, etc.) trasladasen su producción a los países
en desarrollo. Serían ellas, y no los programas guberna-
mentales de ayuda, las que acelerarían la modernización
de los países en desarrollo» (Strange 1996: 92).

Luego de una radical crítica a las visiones convencionales del


poder en las Relaciones Internacionales y en la economía interna-
cional, Strange, a partir de su «realismo crítico», termina asumien-
do las propuestas convencionales de la economía neoclásica. La
creencia en que el propio mercado, vía los intercambios comerciales,
inversiones extranjeras y migraciones puede (sin la necesidad de un
Estado desarrollista, como lo proponen el Estructuralismo Latinoa-

249
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

mericano y el neorrealismo) conducir a los países subdesarrollados


al desarrollo, es asumida completamente por Strange.
En todo caso, ocupando el mismo armazón teórico de Stran-
ge, el desarrollo sí sería un fenómeno conducido y no espontáneo,
pero conducido por estas nuevas autoridades políticas privadas, las
ETN. Las preguntas sobre cuán legítimo es un proceso de «desarro-
llo» conducido por autoridades no democráticas es patente, pero
igualmente patentes son las preguntas como: ¿es posible tal tipo de
desarrollo «privadamente conducido»? ¿Es aceptable hablar de estas
«nuevas autoridades» en cuanto sujetos de poder que «utilizan»,
cual herramienta, las «Estructuras de poder»? ¿Este enfoque no ocul-
ta resortes estructurales que, por sí mismos, producen y reproducen
dichas autoridades? Si las estructuras de producción, financieras,
armamentísticas y de conocimiento (incluyendo las tecnologías)
tienden a concentrarse en espacios geográficos y países específicos,
¿no está ocultando dicha taxonomía de «estructuras de poder» una
estructura subyacente aún más jerárquica y asimétrica? En todo
caso, ¿por qué los países que concentran dichos poderes estructurales
tenderían «a largo plazo» a colaborar en formar, vía el mercado,
nuevas competencias económicas en los países subdesarrollados?
Este tipo de preguntas son asumidas por el llamado «Enfoque de
Economía-Mundo» y el Estructuralismo Latinoamericano, que deja
de lado el análisis agencial hasta ahora asumido (el individuo en los
neoclásicos, el Estado y sus acciones en el neorrealismo, las «nuevas
autoridades» en el «realismo crítico» de Strange), y traen de vuelta
el análisis estructural, centrado esta vez en el capitalismo global.
Con esto terminamos el primer capítulo y nos adentramos en
aquellos enfoques que se han levantado como una radical crítica a
los enfoques y debates antes presentados. Aquello será la materia
del capítulo siguiente.

250
Economía política global (I)

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253
Capítulo vii
Economía política global (ii)
José Miguel Ahumada
Armando Di Filippo

Complementando el capítulo anterior, a continuación nos centra-


remos en dos enfoques representativos de las críticas radicales a
los paradigmas dominantes en la EPG. Partiremos por la escuela
del Sistema-Mundo, y continuaremos con el Estructuralismo La-
tinoamericano. Como se observará, ambos enfoques comparten
muchas premisas, aunque a su vez, difieren en puntos esenciales.
Lo importante, sin embargo, es que el estudiante pueda observar
las radicales diferencias y puntos de partida entre ambos enfoques
y los que yacen en el primer capítulo.

i. El enfoque del Sistema-Mundo:


Immanuel Wallerstein

Con este enfoque ingresamos a las propuestas de análisis de la EPG


propias del horizonte marxista. Por cuestiones de límites no hemos
podido analizar la otra rama del análisis marxista de la EPG, que es
el enfoque gramsciano de Robert Cox, el que, en todo caso, también
merecería ser estudiado para una comprensión más acabada de los
debates de la disciplina. Se trata, por lo tanto, de una importante
asignatura pendiente.
El enfoque de Sistema-Mundo (S-M de ahora en adelante) pre-
senta un radical quiebre con los enfoques anteriores, distanciándose
en prácticamente todas las premisas subyacentes asumidas hasta
ahora. La pregunta con la que parte la crítica de este enfoque y

255
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

que establece Immanuel Wallerstein (su principal representante) es:


¿Cuál es la unidad de análisis correcta para el estudio de lo social?
Cuando se habla de sociedad, generalmente se la encuadra en los
límites dados por la noción de «Estado-nación» (comunidades ima-
ginadas). En otras palabras, se afirma que la pertenencia a un Estado
delimita lo que es una unidad social. Esta premisa estadocéntrica
(asumida, por ejemplo, por el neorrealismo) limita pensar en otras
«lógicas» que puedan servir de demarcaciones de lo que es dicha
unidad. Por ejemplo, la producción económica no necesariamente
yace en la misma escala que la autoridad estatal y, de hecho, en
la sociedad moderna, las escalas de la producción, distribución y
consumo de los bienes que hacen parte del sustento material del ser
humano, superan con creces los límites del Estado. Si lo anterior
es correcto, ¿por qué no establecer la demarcación de lo que es la
«sociedad» en la producción y no en el Estado56?
El punto básico desde donde debemos comenzar el análisis,
es el S-M, la producción económica. Haciendo suya la premisa
central del marxismo, el enfoque S-M afirma que la estructura de
la producción de bienes materiales es el determinante principal
del funcionamiento del resto de las estructuras sociales, de sus
capacidades de movilización de recursos, de sus principios y de sus
límites de acción y desenvolvimiento57. De este modo, el principio

56
La noción de Estado, entendido como el punto de inicio del análisis social,
es uno de los principales objetos de crítica del enfoque S-M. Tal como
afirma Wallerstein, «El análisis Sistema-Mundo significaba, ante todo, la
sustitución por la unidad de análisis llamada «sistema-mundo» de la unidad
de análisis estándar, que era el Estadio nacional». [Traducción propia]
(Wallerstein 2004: 16).
57
La centralidad de la actividad productiva, o infraestructural, tal como la
concibe Wallerstein, no implicaría afirmar que todo lo que no es económico
(política, religión, costumbres, etc.) es epifenoménico de la «economía»,
sino que la política, el parentesco o la religión son instituciones dominantes
en una sociedad solo si funcionan además como relación de producción,
o sea, si sus criterios logran determinar las formas de apropiación de los
recursos productivos y materiales. La capacidad de determinación sobre
la sociedad como un todo por parte de ciertos elementos (política, etc.),
depende de la capacidad de estos elementos de determinar las relaciones
de producción vigentes. Si esta interpretación del enfoque de Wallerstein es
correcta, ella parece coincidir con lo propuesto por Godelier cuando afirma:
«para que una actividad social –y con ella las ideas y las instituciones que
le corresponden y que la organiza- desempeñe un papel dominante en el

256
Economía política global (II)

a través del cual se configura una sociedad son las formas en cómo
se instituye la División Social del Trabajo, su estructura y escala.
Es ese el punto de arranque.
Así, el principio ontológico a partir del cual comienza el análisis
S-M no es un individuo propietario, el Estado-nación o las diversas
autoridades existentes, sino la estructura de producción material
de una sociedad dada.
Ahora bien, tomando como criterio delimitador de lo que es
una sociedad la estructura productiva, dentro de la historia han
existido dos tipos de sistemas sociales, el minisistema y el Sistema-
Mundo58, este último con dos subcategorías (Imperio-Mundo y
Economía-Mundo59):

1. Minisistema: en esta forma de división del trabajo, la recipro-


cidad60 es el principio rector, donde el intercambio de «dones»
en base a un criterio de pertenencia a una comunidad pequeña
es la institución que determina la forma de división del trabajo.
De este modo, la división del trabajo está «arraigada» en las
instituciones comunitarias. Este sistema productivo es de peque-
ña escala, donde los límites de la comunidad son los límites de
la división del trabajo, y la comunidad posee un pequeño nivel
de acumulación, generando un bajo nivel de excedentes para la

funcionamiento y la evolución de una sociedad (luego en el pensamiento y


en la acción de los indivudios y los grupos que componen dicha sociedad),
no basta con que asuma muchas funciones; es imprescindible que asuma
directamente, además de su finalidad y sus funciones explícitas, la función
de relaciones de producción» (Godelier 1989:176-177).
58
Un pormenorizado análisis de estos tres tipos de sistemas sociales está en
Wallerstein (1984; 1997) y Polanyi (2003).
59
Sistema-Mundo (tanto en su versión de Imperio-Mundo como de Economía-
Mundo), no significa un sistema que llegue a todo el planeta, sino que
se refiere a un sistema que es un mundo en sí mismo. Tal como afirma
Wallerstein, «en el Sistema-Mundo estamos tratando de una zona espacio/
temporal que atraviesa diversas unidades políticas y culturales, y representa
una zona de actividad integrada que obedece ciertas reglas sistémicas».
[Traducción propia] (Wallerstein 2005: 17).
60
El concepto de «reciprocidad» para categorizar el minisistema, el de
«redistribución» para el de Imperio-Mundo, como el de «intercambio
de mercado» para la Economía-Mundo, son tomados explícitamente de
Polanyi (2003).

257
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

inversión productiva y para una estructura de dominación muy


acrecentada.
2. Imperio-Mundo: Ante un avance en el desarrollo de fuerzas pro-
ductivas, el excedente derivado de la explotación es lo suficiente
para formar una clase no productiva que organiza la sociedad
en forma jerárquica, teniendo como centro de gravedad, no
ya una comunidad, sino un Estado. El Estado, vía tributos e
impuestos a diferentes comunidades (que anteriormente hayan
podido haber sido minisistemas), centraliza el excedente crea-
do por las diversas comunidades, y luego redistribuye dichos
ingresos para reproducir el orden. Esta lógica de redistribución
hace que la división del trabajo esté ensamblada al Estado,
siendo la frontera del Estado el límite de la división del trabajo.
En dicha unidad productiva existen diversas comunidades, y
justamente es ésta la característica esencial, «una economía (en
cuanto única división del trabajo) una estructura política, por
muchas culturas». [Traducción propia] (Wallerstein 1984:135).
Ejemplos de este tipo de imperios es la China de los Ming, el
Imperio Inca, Azteca, etc.
3. Economía-Mundo: Una economía-mundo es la forma que ad-
quiere el capitalismo en cuanto modo de producción. Si el mini-
sistema era una entidad arraigada culturalmente (la división del
trabajo estaba instituida por arreglos de «dones» e intercambios
recíprocos), y el Imperio-Mundo era una entidad política (Estado
como frontera de la división del trabajo), en este sistema nin-
gún orden político puede determinar la forma de la división del
trabajo, sino que se determina por el intercambio de mercado.
«Es una entidad económica pero no política, al contrario de los
imperios, las ciudades-Estado y las naciones-Estado. De hecho,
comprende dentro de sus límites (es difícil hablar de fronteras)
imperios, ciudades-Estado y emergentes «naciones-Estados».
Es un sistema «mundo», no porque incluya la totalidad del
mundo, sino porque es mayor que cualquier unidad jurídica-
mente definida. Y es una «economía-mundo» debido a que el
vínculo básico entre las partes del sistema es económico (…)»
(Wallerstein 2003: 21).

258
Economía política global (II)

Su fundamento es una economía, múltiples Estados y múltiples


culturas61. La división del trabajo está organizada por unidades
productivas autónomas (empresas) que invierten con el fin de
acumular capital indefinidamente en la Economía-Mundo. Estas
diversas empresas que dirigen la inversión sustentan su ganancia,
en el campo de la producción, mediante la extracción de plusvalor
a los productores y, en el plano del intercambio, mediante un
intercambio desigual con los proveedores de recursos básicos (lo
que se denomina «dinámica centro-periferia»).

La Economía-Mundo capitalista actual ha sido el primer


sistema histórico que ha logrado colonizar al planeta entero con
su lógica. ¿Cuáles son esas reglas sistémicas básicas que hacen del
capitalismo en cuanto economía-mundo un sistema tan expansivo
y abarcador?

ii. La Economía-Mundo Capitalista

La característica esencial de una Economía-Mundo (E-M) es que no


existe una unidad política unitaria que pueda controlar la división
del trabajo, sino que el mercado cumple aquella función. Por otro
lado, la característica del capitalismo en cuanto sistema histórico
es que la acumulación ilimitada de capital es el principal criterio
que determina la forma que adquieren la escala y la intensidad de
la división del trabajo.
El capitalismo solo puede existir como Economía-Mundo, ya
que un Imperio-Mundo limitaría la acumulación privada en pos
de conducir los excedentes de la producción a la reproducción de
la misma maquinaria burocrática y mantener la relación de subor-
dinación con los productores. De este modo, la Economía-Mundo
capitalista es una vasta red de cadenas extensivas de producción de
mercancías, en la que para cada nodo (o proceso de producción),
existe un «vínculo hacia adelante» y un «vínculo hacia atrás»62.

61
Donde ningún Estado por sí mismo puede determinar los flujos económicos
de la Economía-Mundo.
62
«Vínculo hacia atrás» de un proceso productivo se refiere a todos los
procesos que generan los insumos que se utilizan en el proceso productivo
mencionado para crear el producto específico de ese proceso. Por otro

259
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

Dicha cadena de valor atraviesa diferentes territorios, Estados, cul-


turas, etc. «integrándolos» en una única división del trabajo. En la
medida en que no existe una única institución que determina qué
y quiénes producirán dentro de esa cadena, sino que la producción
de cada empresa está sujeta a la competencia en el mercado, cada
eslabón dentro de la cadena debe regirse (lo quiera o no) por la Ley
de la Acumulación de Capital (disminuir los costos de producción
y aumentar el precio) para sobrevivir.
Para disminuir los costos de producción, las empresas capi-
talistas buscan aumentar la cuota de plusvalía en la producción,
aumentando la explotación a la fuerza de trabajo, y generando un
antagonismo de clase propio del análisis marxista. Por otro lado,
para sostener o aumentar el precio de venta en el mercado, los
empresarios capitalistas recurren a la construcción de monopolios.
Los empresarios capitalistas no son, como afirma la teoría
neoclásica, agentes ansiosos de competir en el mercado; por el
contrario, como han afirmado economistas como Chamberlain y
Schumpeter, en gran medida, los empresarios buscan crear mo-
nopolios que les permitan aumentar la brecha entre los costos de
producción y el precio de venta, y, además, les genere una seguri-
dad de ganancia contra la incertidumbre de la libre competencia
en el mercado.
Ahora bien, la creación de monopolios en determinados sectores
productivos requiere, en gran medida, de una fuerte intervención es-
tatal, ya sea limitando el mercado o incrementando la productividad
de las empresas que yacen en sus territorios. El Estado, en la E-M
capitalista, cumple una función paradójica. Por un lado, no puede
controlar la economía, porque limitaría la acumulación de capital,
pero por otro, tampoco puede desaparecer, porque limitaría, a su vez,
la «gran ganancia» derivada del control monopólico capitalista. El
Estado colabora en un nivel intermedio, específicamente generando
patentes que construyan monopolios temporales de productos o

lado, «vínculo hacia adelante» se refiere a todos vínculos con los procesos
productivos que utilizan como insumo o comercializan el bien el cuestión.
Una cadena de valor es una cadena que une diferentes procesos y
unidades productivas que genera un específico producto o servicio. Sobre
la utilización de estas categorías para explicar la Economía-Mundo, ver
Wallerstein (1984).

260
Economía política global (II)

procesos, restricciones a exportaciones o importaciones, presiones


políticas a sectores económicos extranjeros, inversión en I+D, etc.
Los monopolios en un mercado nunca son eternos, sino que,
como afirma Schumpeter, tienen fecha de caducidad por el propio
desenvolvimiento del mercado. Pero duran lo suficiente para acu-
mular grandiosas ganancias. En el fondo, la gran ganancia capita-
lista deriva de este control monopólico de determinados sectores
económicos63 y no de la libre competencia.
A partir de este reconocimiento de la centralidad del control
monopólico, Wallerstein afirma que dichos monopolios (genera-
dores de altas ganancias) tienden a concentrarse en determinados
nodos de la cadena de producción y, a su vez, en determinados
espacios geográficos, mientras que el resto de los espacios y nodos
se rigen por la libre competencia. Es esta relación entre sectores
monopólicos y sectores de libre concurrencia, la que Wallerstein
identifica como relación centro-periferia. Citando explícitamente
la teoría estructuralista de Raúl Prebisch, Wallerstein afirma que
la economía mundial no es un espacio horizontal donde concurren
diversos agentes a intercambiar mercancías, sino uno profundamente
asimétrico, existiendo grandes centros acumuladores de riquezas y
poder, y un amplio espacio periférico. Ahora bien, para Wallerstein
(veremos que el estructuralismo tiene una lectura del centro y la
periferia diferente), la diferencia entre un centro y una periferia
deriva de cuánto poder monopolizador de la producción tenga, o
como dice el mismo autor,

«Una relación centro-periferia es una relación entre


los sectores más monopolizados de producción, por una
parte, y los más competitivos, por otra, y por lo tanto la
relación entre actividades de alta ganancia (y generalmen-
te altos salarios) y de baja ganancia (con bajo salario)
(…) La consecuencia más importante de la integración de

63
Es en este sentido que Wallerstein concuerda con Braudel en que el
capitalismo es esencialmente «anti-mercado», ya que las grandes
ganancias capitalistas se generan no en el campo de la libre competencia,
sino en el campo de la creación de monopolios. El Capitalismo, de este
modo, se distancia del mercado, siendo el primero el producto de fuertes
articulaciones entre poderes estatales y empresariales. Sobre la visión de
Braudel del capitalismo como «antimercado», ver Braudel (1994).

261
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

ambas clases de actividades es la transferencia de plusvalía


desde el sector periférico hacia el sector central, es decir
no solo de los obreros a los propietarios, sino de los pro-
pietarios de las actividades productivas periféricas hacia
los propietarios de las actividades centrales, los grandes
capitalistas» (Wallerstein 2005:127).

Vía el intercambio comercial dentro de la cadena productiva,


los productos periféricos (altamente competitivos, y por lo tanto, la
brecha costes de producción-precio de mercado tiende a ser pequeña)
se intercambian por productos centrales (altamente monopolizados,
donde existe efectivamente una alta brecha), generándose un «inter-
cambio desigual»64, donde gran parte del plusvalor adquirido por
el empresario periférico se transfiere a los empresarios centrales.
Este intercambio desigual incluye, a su vez, un nuevo sector, la
«semiperiferia», siendo aquellos países que en su propio territorio
poseen estructuras productivas centrales y periféricas, que tienen la
posibilidad de ser centro, pero a su vez, pueden caer a una condición
periférica. Veremos que dicha opción ha estado en gran medida
determinada por la capacidad política de romper la hegemonía de
determinados centros.
Pero la Economía-Mundo capitalista no es estática, sino que
evoluciona en forma cíclica (los llamados «ciclos Kondratiev»65).
El período A, es el período en que existe una relativa estabilidad de
los monopolios, donde los salarios de aquellas estructura produc-
tivas centrales son altos y altas son las ganancias. Pero la propia
competencia intercapitalista va, lentamente, minando las bases de
los cuasi-monopolios; nuevas empresas logran conquistar mercados
antiguamente controlados monopólicamente y la «gran ganan-
cia», que era un producto de la reducción del poder monopólico,

64
La noción de intercambio desigual se asocia con las categorías marxistas
fundadas en la teoría del valor trabajo. Esta teoría no es sustentada por
los estructuralistas cuando examinan los términos de intercambio entre
manufacturas exportadas por los centros a cambio de productos primarios
exportados por la periferia. Esta es una diferencia teórica esencial entre
la visión centro-periferia sustentada por Prebisch y la sustentada por
Wallerstein.
65
4PCSF MB MFDUVSB XBMMFSTUFOJBOB EF MPT DJDMPT ,POESBUJFW WFS8BMMFSTUFJO
(2005; 2004; 1997).

262
Economía política global (II)

comienza a caer. La entrada a la «fase B» del ciclo Kondratiev co-


mienza con la entrada masiva de diferentes capitales a los sectores
antiguamente monopolizados comenzando a generar procesos de
sobreproducción (demasiada producción para la demanda efectiva
global), y su derivada disminución de los precios. Esta disminución
de los precios genera una reducción de la producción, con su consi-
guiente aumento del desempleo y fortalecimiento de la insuficiencia
de demanda efectiva.
Estos ciclos no implican una vuelta a la situación inicial, sino
que generan un movimiento secular hacia la expansión de la E-M
capitalista hacia nuevos territorios a explotar, a encontrar nuevas
fuerzas de trabajo baratas y a inversiones en nuevos monopolios
(mediante inversiones tecnológicas). En estas tres respuestas del
capital (nuevos espacios geográficos, nuevas poblaciones produc-
tivas y nuevas inversiones tecnológicas), solo la última es posible
de replicar continuamente; las primeras dos tienen límites (no se
puede explotar todo el planeta bajo la amenaza de la destrucción
medioambiental, y no se puede mercantilizar a toda la población,
ya que, siguiendo el razonamiento polanyiano, sencillamente la
población moriría). Según Wallerstein (2004), la acumulación a
escala mundial del capital estaría llegando a dichos límites, creando
una crisis sistémica (solo se podría reproducir en cuanto modo de
producción destruyendo sus propias vías de escape) dando paso a
una bifurcación histórica: barbarie o nuevo orden social.
Hemos visto que la lógica de la E-M capitalista es sistémica,
cíclica y secular, y solamente se ha podido desarrollar con un sistema
interestatal que genere capacidad activa de los Estados, pero sin lle-
gar a un control de la división social del trabajo mundial. Así, ¿qué
lugar le asigna Wallerstein y su propuesta al sistema político global?

iii. Sistema interestatal: superestructura de


la Economía-Mundo

Contrariamente a los enfoques anteriores, para el análisis del S-M,


el sistema interestatal no es un sistema autónomo, con sus propias
dinámicas, que coexiste con el sistema económico (visión neoclásica
y neorrealista), sino que es el marco institucional de la Economía-

263
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

Mundo, su superestructura. Analizarla de forma independiente a su


función dentro de la E-M es reificar al sistema interestatal (de ahí
la acusación del enfoque de S-M a la disciplina de las Relaciones
Internacionales) y obviar las dinámicas económicas que lo mueven.
De este modo, tal como afirma Chase-Dunn (1981), en el campo
global, no existen dos dinámicas que se condicionan mutuamente
(lógica del sistema interestatal y lógica de mercado mundial), sino
una misma lógica (desarrollo capitalista a escala mundial) que se
desenvuelve tanto política como económicamente.
Para Wallerstein, el sistema interestatal (S-I) debe ser analizado
desde tres problemáticas: la función estructural del S-I operando como
superestructura, los ciclos internos del S-I y sus tendencias seculares.
La característica esencial de una E-M es que el sistema polí-
tico no logra determinar la división global del trabajo, existiendo
diversas unidades políticas que, aisladamente, no pueden contro-
lar dichos flujos económicos. La fragmentación política permite
espacios libres de acumulación capitalista, por lo que la verdadera
superestructura política de la E-M capitalista no es el Estado, sino
el sistema interestatal.
A diferencia de los Imperios-Mundo, el sistema político en la
E-M no controla directamente las relaciones de producción, aunque
crea el marco legal para su desenvolvimiento. El Estado, en cuanto
agente político del S-I, carece de la capacidad de controlar flujos
económicos, lo que lo hace estructuralmente dependiente de la E-M.
A diferencia del neorrealismo, el enfoque S-M ve al sistema inter-
estatal como un producto de la economía mundial capitalista, tal
como afirma Wallerstein, «El sistema interestatal no es una variable
exógena traída por Dios que misteriosamente entra e interactúa con
el impulso capitalista por la incesante acumulación de capital. Es
su expresión en el nivel de la arena política». [Traducción propia]
(1984: 46).
El Estado es, de este modo, en su propia formalidad, un Estado
capitalista, pero además, su composición interna viene determinada
por intereses de clases. El Estado, en este sentido, no es una ins-
titución aparte y con su propia (potencial) autonomía (tesis neo-
rrealista), sino que tanto su forma (en la medida en que carece de
capacidades de controlar los flujos económicos que lo atraviesan) y

264
Economía política global (II)

su contenido (sus políticas son determinadas por las clases hegemó-


nicas66) son el producto del desenvolvimiento de la E-M capitalista.
Ahora bien, ¿cómo se desenvuelve el S-I? Mediante los denomi-
nados ciclos hegemónicos. La hegemonía de un determinado Estado
en el S-I67 no es un fenómeno muy recurrente. Más bien, la situación
normal son luchas entre países con pretensiones de hegemonía, sien-
do la «situación de hegemonía» la última etapa en que un país puede,
durante un determinado período de tiempo, establecer reglas del
juego, aunque necesariamente dicha hegemonía comienza a decaer
a lo largo del tiempo. Quien logra tener hegemonía sobre el sistema
interestatal son aquellos Estados que tienen empresas que controlan
los tres pilares del control económico: la producción agroindustrial,
el comercio y las finanzas; «hegemonía se refiere, de este modo, al
pequeño intervalo en que existen ventajas simultáneas en los tres
dominios económicos». [Traducción propia] (Wallerstein 1984:41).
Según Wallerstein, en la historia del desarrollo capitalista han
existido tres países hegemónicos:

1. Provincias Unidas: 1620-1672


2. Inglaterra: 1815-1873
3. Estados Unidos: 1945-1967

El punto de origen de una hegemonía ha sido siempre una


«Guerra Mundial de Treinta Años», en que las potencias protohe-
gemónicas chocan por el poderío mundial definitivo ante la caída
hegemónica del país predecesor. Así fue con la Guerra Mundial entre
1618-1648, donde los intereses holandeses triunfaron por sobre los

66
«Los Estados son, por tanto, instituciones creadas que reflejan las
necesidades de las fuerzas de clases que operan en la economía mundial».
[Traducción propia] (Wallerstein 1984: 33).
67
«La hegemonía en el sistema interestatal hace referencia a la situación en
que la rivalidad en curso entre los auto denominados «grandes poderes» es
tan desbalanceada que uno de los poderes es el primus inter pares; esto es,
un poder puede, en gran medida, imponer sus reglas y deseos (como mínimo
por poder efectivo de veto) en las arenas económicas, políticas, militares,
diplomáticas y culturales. La base material de dichos poderes yacen en la
habilidad de las empresas domiciliadas en aquellos poderes para operar más
eficientemente en las tres mayores arenas económicas –producción agro-
industrial, comercio y finanzas». [Traducción propia] (Wallerstein 1984:38).

265
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

de Habsburgo; con las Guerras Napoleónicas entre 1792 y 1815,


donde los intereses británicos triunfaron sobre los franceses y con
la larga guerra Euroasiática (Primera y Segunda Guerra Mundial)
entre 1914 y 1945, donde EEUU triunfa sobre Alemania.
Cada una de estas nacientes hegemonías ha planteado una
nueva arquitectura interestatal. Así, el Tratado de Westfalia se
erigió sobre la hegemonía inglesa, el Concierto de Europa sobre la
hegemonía inglesa y las Naciones Unidas sobre la norteamericana.
Ahora bien, tal como afirma Arrighi (1999), estas diferentes arqui-
tecturas nos dejan ver una tendencia general del sistema interestatal,
la constante pérdida soberana del Estado.
Un hecho característico de la hegemonía es su discurso liberal
global. Siguiendo las propuestas de List (1944) el enfoque de E-M
afirma que los países hegemónicos, en la medida en que poseen un
amplio control sobre las redes financieras, comerciales y productivas,
generan un discurso centrado en naturalizar y petrificar dicha divi-
sión del trabajo bajo un discurso de libre comercio. El libre comercio,
de este modo, sería no un «bien público global» (tesis liberal), sino
una ideología que naturalizaría una constelación históricamente
determinada de fuerzas a nivel internacional.
El predominio global de un programa liberal es un indicio de
hegemonía, pero este proyecto no dura por mucho tiempo. Solo en el
corto plazo, el libre mercado brinda a las empresas de los países he-
gemónicos una ventaja cuasimonopólica, pero la constante presión
por la competencia va mermando lentamente dichos monopolios
globales (se entra en una fase B del ciclo de Kondratiev). Comienza
a generarse, en el mediano plazo, nuevos enclaves altamente pro-
ductivos, nuevos circuitos comerciales y nuevos centros financieros
que menguan las altas rentabilidades antiguamente establecidas.
Dicho proceso genera un cambio práctico en la política de los países
hegemónicos hacia políticas proteccionistas que buscan impedir el
surgimiento de nuevos focos exteriores de alta productividad, pero
dichas políticas comienzan a minar aún más su posición. El precio
de ser hegemónico es caro, y ante el surgimiento de nuevas compe-
tencias, el costo de mantener la estructura política liberal mientras
el resto de los países pueden devenir en competitivos sin tales gastos
«improductivos» merman, aún más, su situación.

266
Economía política global (II)

Se entra en los conflictos proteccionistas68, y el conflicto conlleva


a la guerra, las guerras de treinta años.
Como podemos observar, el sistema político internacional en el
enfoque de la E-M es una estructura (superestructura) cuya propia
arquitectura permite el desenvolvimiento de la Economía-Mundo
capitalista, ya que no llega a ser Imperio-mundo, pero interviene
en el mercado para la creación monopólica (núcleo de la alta ga-
nancia). A su vez, el sistema posee ciclos de desarrollo, los llamados
ciclos hegemónicos; ciclos inestables pero que marcan una línea de
evolución del sistema interestatal.
Ahora bien, un punto crucial es que tanto la propia estructura
del sistema político como sus ciclos están fuertemente determinados,
en el primer caso, por las necesidades del capital en general (marco
institucional no muy fuerte que impida la acumulación, pero tam-
poco muy débil que impida las grandes ganancias), y en el segundo,
por las necesidades capitalistas individuales (el Estado «debe» crear
límites al mercado para la creación de cuasi monopolios), que en la
arena de la competencia mundial, hace que algunos Estados ganen
hegemonía –esto es, los capitalistas nacionales pueden incrementar
su productividad, ganar mercados, controlar redes comerciales y
poseer un gran poder financiero– y otros la pierdan, incapaces de
crear un clima de inversiones altamente productivas. En el fondo, el
enfoque S-M busca eliminar la «reificación» (verlo como un ente au-
tónomo y descontextualizado) del sistema interestatal, planteando su
vinculación funcional a las leyes capitalistas generales e individuales.

iv. Desarrollo: que descanse en paz

«El desarrollo nacional es hoy una ilusión, sin importar


qué método se defienda y utilice».
Immanuel Wallerstein

El liberalismo nos habla de un desarrollo general de todas las na-


ciones vía el libre mercado; el neorrealismo plantea el desarrollo
como proceso guiado por el Estado (políticas industriales activas)
y Strange vuelve al mercado como agente de desarrollo. Wallerstein

68
Sobre esto, ver Polanyi (2003).

267
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

se distancia de dichos enfoques y afirma la imposibilidad de un


desarrollo general de todas las naciones dentro de los marcos de la
Economía-Mundo Capitalista.
¿Por qué Wallerstein (y en esto entra toda la tradición del S-M)
guarda este pesimismo radical? Es ya sabido que para Wallerstein,
a diferencia, por ejemplo, de Marx, el capitalismo no ha implica-
do ningún avance o progreso en ningún espacio social; de hecho,
Wallerstein considera que el capitalismo ha implicado efectiva-
mente una pauperización absoluta de la población mundial, y que
sus logros tecnológicos solo llegan a una minoría de la población
de la Economía-Mundo69. Pero este escenario reacio al desarrollo,
¿puede ser superado mediante políticas industriales guiadas por
el Estado?, ¿puede el desarrollo nacional ser una bandera contra
estas tendencias seculares regresivas del desarrollo de la economía-
mundo capitalista?
Para responder dicha pregunta en el marco del enfoque de
Wallerstein, es necesario recordar que la Economía-Mundo capi-
talista es un gran tejido de cadenas de mercancías, donde el plus-
valor fluye desde de los productores a los capitalistas mediante la
explotación en el campo productivo directo y de los capitalistas
periféricos a los capitalistas centrales mediante relaciones de inter-
cambio desigual derivadas del control monopólico de segmentos
de la cadena productiva. Además, bebiendo de las tesis estructura-
listas latinoamericanas, Wallerstein afirma que la expansión de la
Economía-Mundo no solo «integró» a los nuevos territorios, sino
que los modificó política –creando un Estado formal y racional
constreñido por el sistema interestatal– y económicamente –rearti-
culando su producción hacia materias primas según las necesidades

69
Nótese cómo Wallerstein se distancia de la propia lectura marxista
tradicional. Este ve al capitalismo como una fuerza que logra esparcir
el Progreso, creando las posibilidades materiales para una transición al
socialismo. Contra las visiones de progreso y evolución, que aglutinan desde
el liberalismo hasta el propio Marx, Wallerstein afirma: «Simplemente no
es cierto que el capitalismo haya representado un progreso con respecto a
los diversos sistemas históricos anteriores que destruyó o transformó (…)
Permítaseme decir, como mínimo, que no es en modo alguno obvio que
haya más libertad, igualdad y fraternidad en el mundo actual que hace mil
años. Se podría sugerir de forma razonada que más bien sucede todo lo
contrario» (1998: 89-90).

268
Economía política global (II)

de los centros–, generando, como resultado, una creciente brecha


en términos de riqueza entre centros y periferias (de este modo, el
propio desarrollo de la Economía-Mundo, genera el subdesarrollo
en las periferias).
Esta inserción periférica a la Economía-Mundo implica (con-
trariamente a la tesis liberal) que el propio mercado mundial genera
dicha polarización. Así, dejar que el mercado fluya, implica seguir
posicionado en una situación de bajos salarios, de producción con
muy poco valor agregado, etc. ¿Cómo suplir dicha situación?
El proyecto del desarrollo nacional implica, según Wallerstein,
dos proyectos contradictorios: incremento de las capacidades pro-
ductivas (catching-up) y transformación social (redistribución del
ingreso, bienestar colectivo, formas de «democracia popular», etc.).
Todos los proyectos políticos triunfantes de la izquierda antisisté-
mica (Cuba, URSS, China, etc.) han tenido estos dos proyectos en
su propio seno, pero solo han podido lograr, en algunos casos, el
primero (igualación a los países centrales). El triunfo de proyectos
de transformación radical, que tienda al igualitarismo, ha fracasado
en todos los países donde ha triunfado alguna expresión de izquier-
da radical, no por una «traición de los dirigentes», sino porque el
Estado en la economía-mundo no tiene capacidad de determinar los
flujos económicos, siendo dependiente de los mismos, limitando por
tanto, sus capacidades de realizar proyectos políticos alternativos,
o que pongan en cuestión las relaciones capitalistas.
De este modo, los proyectos alternativos solamente han logra-
do, a lo máximo, tender a acercarse a los indicadores económicos
de los países centrales, pero no romper con la Economía-Mundo
capitalista, ni realizar un proyecto alternativo al mismo.
Actualmente, sin embargo, el tema es aún más complejo. La
Economía-Mundo, para su sobrevivencia, necesita de una fuerza
de trabajo, planetariamente esparcida, ya que un aumento general
del salario, impediría una acumulación a escala mundial sostenible
en el tiempo. La E-M capitalista usualmente buscaba la fuerza de
trabajo en nuevos territorios (vía expansionismo, colonialismo,
imperialismo, etc.), proletarizando sectores antes no insertos en las
cadenas de mercancías, dando así, a los centros, una población con
salarios altos y alta demanda efectiva. Con la completa integración

269
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

geográfica de la Economía-Mundo, ya no existen posibilidades fí-


sicas de conquista de nuevos territorios.Todo el mundo ha sido ya
integrado a las cadenas de mercancías, por lo que el surgimiento
de un nuevo centro industrial (con altos salarios, adelantos tecno-
lógicos, etc.) necesariamente implicaría la caída de otro país a la
condición periférica o semiperiférica. El desarrollo nacional es hoy,
más que nunca, un juego de suma cero. Tal como afirma Wallerstein:

«La situación de verdad ha cambiado en la actualidad.


La geografía de todo el sistema ya no puede expandirse,
por lo tanto el alcance geográfico del centro tampoco pue-
de expandirse (…) Si en los próximos 30 años China, la
India o Brasil de verdad se «nivelaran», un gran segmento
del resto del resto de la población de este Sistema-Mundo
tendría que decaer como lugar de acumulación de capital.
Esto se cumpliría sin importar si China, la India o Brasil
«se nivela» mediante la desvinculación, la orientación a las
exportaciones o cualquier otro método; se cumpliría siem-
pre y cuando los Estados, de manera individual, busquen
maneras de desarrollarse. Nivelarse implica competencia,
y esta significa que el desarrollo de un país, en última ins-
tancia, será a expensas de otro» (Wallerstein 1999: 131).

El desarrollo nacional según Wallerstein es, de este modo, una


quimera. Si ya es muy poco probable el desarrollo en las periferias
por su fuerte dependencia a los centros, el desarrollo de un Estado
llevaría a la caída de otro, debido a la necesidad de mantener es-
pacios de bajos costos de la fuerza de trabajo a escala mundial. La
propuesta de Wallerstein es que se debe elaborar una estrategia más
allá del horizonte estatal. El desarrollo colectivo de las periferias
no se realiza en un plano estatal (el desarrollo de un Estado es la
caída de otro, afirma Wallerstein), sino en un plano más amplio,
centrado en batallas políticas que busquen «cómo en la cadena de
las larguísimas cadenas de mercancías puede retenerse un mayor
porcentaje de plusvalor. Dicha estrategia, con el tiempo, tendría a
«sobrecargar» el sistema al reducir en forma notable los porcen-
tajes globales de ganancia y nivelar la distribución» (Wallerstein
1999: 135). En el fondo, llama a una indisciplina mundial de los

270
Economía política global (II)

productores, en cada parte de la cadena de mercancías, que busque


apropiarse de mayores cuotas de plusvalía.
Dicha estrategia global de apropiación del plusvalor periférico
concentrada en los centros, es la única forma, afirma Wallerstein,
de alcanzar el desarrollo pleno y global, es decir, el que permite un
incremento de capacidades productivas y, además, con altas cuo-
tas de igualdad, sin ser suma-cero. De este modo, la salvación del
desarrollo es superar los estrechos marcos superestructurales del
Estado llevando la batalla al campo de la producción, recordando
que la producción es a escala mundial. Desarrollo, a fin de cuen-
tas, como lucha de los productores a escala mundial, alternativa
al desarrollo como proyecto del Estado para fortalecer sus propias
ventajas productivas.
-BDSÎUJDBXBMMFSTUFOJBOBCVTDBFWBEJSUBOUPMBjSFJàDBDJÓOvEFM
sistema internacional (un sistema anárquico autónomo, cerrado e
independiente de otros sistemas sociales como pregona el neorrealis-
mo), como la lectura armónica, neutral y horizontal de la economía
internacional (premisa del liberalismo), y busca explicar las relacio-
nes asimétricas entre países y territorios no recurriendo a una lectura
centrada en los agentes (como la idea de «autoridades» de Strange),
sino en la estructura económica global (la Economía-Mundo en sus
ciclos y tendencias). La anatomía del sistema internacional está en
la economía política global, y son los mecanismos de reproducción
capitalistas globales (con sus dicotomías monopolio/mercado, cen-
tro/periferia, etc.) los que asignan posiciones de poder y riqueza a
algunos Estados y posiciones de pobreza y «subalternidad» a otros.
Ahora bien, la radicalidad de la propuesta de la E-M no impide
vislumbrar incógnitas que surgen al momento de su análisis. ¿No
guarda su lectura de los ciclos económicos -como elementos activos
del desarrollo del Sistema-Mundo– un fuerte determinismo, donde
los agentes hacen de personificaciones de dichas leyes económicas?
Su lectura de la hegemonía únicamente como control económico ¿no
implica suplantar «politicismo» del neorrealismo por otro «ismo»,
esta vez, economicismo? ¿Es el Estado solo un producto pasivo,
cual herramienta útil para la burguesía? Estas preguntas han sido
abordadas también por una escuela que, si bien asume las asime-
trías internacionales, y la centralidad de la producción capitalista

271
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

global como matriz de análisis, no busca caer en el determinismo


economicista, dando paso al análisis de la multidimensionalidad,
del poder y las instituciones; nos referimos a la tradición estructu-
ralista latinoamericana.

v. El Estructuralismo Latinoamericano

1. La CEPAL y la EPG del Estructuralismo Latinoamericano

Hay dos razones para destacar el papel del estructuralismo


latinoamericano como una vertiente de la EPG. La primera es que
este trabajo es pensado por científicos sociales latinoamericanos
y académicamente destinado a la formación de otros científicos
sociales en América Latina. Parece mínimamente razonable que
estos no desconozcan los aportes latinoamericanos en este ámbito.
Pero la segunda razón es aún más importante: la visión es-
tructuralista latinoamericana parece especialmente diseñada para
proveer un marco referencial al estudio de los temas de la EPG, y
muchas de las contribuciones más recientes que hemos repasado en
páginas anteriores, «redescubren» (o se inspiran en) interpretaciones
y recomendaciones originalmente formuladas por los estructuralis-
tas latinoamericanos desde los orígenes de esta escuela, a fines de
la Segunda Guerra Mundial. En algunos casos, por parte de estas
aportaciones posteriores (en Wallerstein, por ejemplo), existe un
reconocimiento explícito de la fuente de inspiración latinoamericana
de esas ideas, pero en la mayoría de los casos se omiten las citas al
pensamiento latinoamericano, o estas son inexactas, reduccionis-
tas y seguidas por presuntas refutaciones que no responden a los
aspectos esenciales.
El Estructuralismo Latinoamericano nació como una corriente
de pensamiento económico articulada en torno a las ideas políticas
y sociales de la Organización de la Naciones Unidas expresadas
en sus cartas fundamentales. Su objetivo central fue el estudio de
los vínculos entre las nociones de desarrollo y subdesarrollo, en
un momento histórico en que el proceso de descolonización y la
reestructuración del orden internacional requerían un abordaje

272
Economía política global (II)

directo y profundo de los problemas de las regiones económica-


mente más pobres y políticamente más débiles del mundo. A su
vez, esta corriente de pensamiento, originalmente centrada en la
esfera económica, fue un punto de referencia fundamental para otra
corriente interdisciplinaria que efectuó lecturas multidimensionales
de la realidad social latinoamericana: la Escuela Latinoamericana
del Desarrollo (Di Filippo 2007).
La referencia a un organismo tecnoburocrático internacional
como CEPAL, parece inoportuna y extemporánea para empezar una
reseña de naturaleza teórica. Pero la importancia de esta referencia
no se refiere a los temas teóricos del estructuralismo, sino al papel
aglutinador de científicos sociales latinoamericanos cumplido por
CEPAL, los que interactuaron a partir de un planteamiento inicial
que se reveló particularmente fructífero. Este planteamiento de
extremo interés para la EPG fue la, así denominada, visión centro-
periferia propuesta por Raúl Prebisch en los primeros informes
preparados para este organismo (CEPAL 1950).
El planteamiento pionero efectuado por Prebisch en el Estudio
Económico de América Latina 1949, puede verse como una espe-
cificación histórica de estas ideas aplicadas al ascenso hegemónico
británico y a su impacto sobre las restantes regiones periféricas del
mundo (incluida la América Latina):

«La propagación universal del progreso técnico desde


los países originarios al resto del mundo ha sido relativa-
mente lenta e irregular, si se toma como punto de mira al
de cada generación. En el largo período que transcurre
desde la Revolución Industrial hasta la primera Guerra
Mundial, las nuevas formas de producir en que la técnica
ha venido manifestándose incesantemente solo han abar-
cado una proporción reducida de la población mundial».
«El movimiento se inicia en la Gran Bretaña, sigue
con distintos grados de intensidad en el continente euro-
peo, adquiere un impulso extraordinario en los Estados
Unidos y abarca finalmente al Japón, cuando este país se
empeña en asimilar rápidamente los modos occidentales
de producir. Fueron formándose así los grandes centros
industriales del mundo, en torno de los cuales la periferia

273
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

del nuevo sistema, vasta y heterogénea, tomaba escasa


parte en el mejoramiento de la productividad».
«Dentro de esa periferia el progreso técnico solo
prende en exiguos sectores de su ingente población, pues
generalmente no penetra sino allí en donde se hace nece-
sario para producir alimentos y materias primas a bajo
costo, con destino a aquellos grandes centros industria-
les (…) Mas hizo falta que sobreviniesen, con el primer
conflicto bélico universal, graves dificultades de importa-
ción, para que los hechos demostraran las posibilidades
industriales de aquellos países, y que, en seguida, la gran
depresión económica de los años treinta corroborase el
convencimiento de que era necesario aprovechar tales
posibilidades, para compensar así, mediante el desarrollo
desde dentro, la notoria insuficiencia del impulso que
desde fuera había estimulado hasta entonces la econo-
mía latinoamericana; corroboración ratificada durante
la Segunda Guerra Mundial, cuando la industria de la
América Latina, con todas sus improvisaciones y dificul-
tades, se transforma, sin embargo, en fuente de ocupación
y de consumo para una parte apreciable y creciente de la
población» (CEPAL-ONU 1950: 3).

Estos párrafos de Prebisch delinean una visión de la economía


política global y, además, proponen una estrategia industrialista
orientada a superar las limitaciones de la inserción periférica en
el orden internacional que era válida para el período histórico en
que fue formulada.
La importancia de la CEPAL en los orígenes del estructuralismo
desde el punto de vista de la EPG, radica en su defensa de los inte-
reses de los países periféricos definidos, de manera muy focalizada y
acotada, como aquellos que poseen economías mono-exportadoras
de productos primarios orientadas al mercado mundial de los cen-
tros y, por lo tanto, carecen de un apropiado desarrollo de su poder
productivo global. Las recomendaciones industrialistas de CEPAL a
inicios de la década de los años cincuenta, constituyeron un típico
ejercicio de economía política, entendida en el sentido de Adam
Smith como aquella disciplina económica orientada a asesorar a
los gobiernos en la elaboración de sus políticas públicas.

274
Economía política global (II)

Sin embargo, el Estructuralismo Latinoamericano como corrien-


te teórica diferenciable y como fuente de pensamiento en la esfera
de la economía política fue mucho más lejos. El Estructuralismo
Latinoamericano proveyó el corpus inicial de teoría económica
subyacente a la economía política estructuralista propuesta por la
CEPAL (Di Filippo 2009). El punto de partida fue la visión centro-
periferia de la que hablaremos después con más detalle. En síntesis,
según esta visión, el factor determinante del poder hegemónico de
los grandes centros capitalistas a escala mundial, radica en el po-
der productivo, detentado por ellos y originado en su control de la
ciencia y la tecnología occidental puesta al servicio de sus intereses
nacionales (CEPAL 1951; Furtado 1978; Ferrer 1996 y 2000).
En el marco de las condiciones específicas del mundo de post-
guerra, y de los valores y principios postulados por el sistema de
la ONU, la CEPAL se opuso a la idea liberal de la autorregulación
espontánea de los mercados internacionales y planteó, como alter-
nativa, un proceso de cooperación y de negociación entre centros
y periferias, orientado a estabilizar los mercados mundiales de
productos primarios y a conseguir ayuda tecnológica y financiera
por parte de los centros para superar aquella condición periférica.
Un fruto institucional de estas ideas inspiradas en la versión
centro-periferia de Prebisch fue, a escala mundial, la fundación de
UNCTAD (sigla inglesa para la Conferencia de las Naciones Unidas
para el Comercio y el Desarrollo) en 1963, donde estas negociacio-
nes entre centros y periferias pretendían paliar los altibajos cíclicos
del mercado de productos primarios, y ayudar a generar tenden-
cias estructurales de largo plazo que transformaran la condición
«primario-exportadora» de las economías periféricas. Los resultados
de este esfuerzo fueron decepcionantes, y pusieron de relieve que los
intereses nacionales y el poder efectivo de las potencias hegemónicas
se impusieron sobre los esfuerzos de cooperación en las esferas del
comercio y las inversiones.
Puede reconocerse en estas estrategias postuladas por CEPAL
y UNCTAD, el carácter eminentemente reformista de la economía
política estructuralista en su versión oficial cepalina, y su fe en la
capacidad del diálogo y en las negociaciones para mejorar la situa-
ción de las regiones periféricas del planeta.

275
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

2. Fundamentos teóricos del Estructuralismo


Latinoamericano

Sin embargo, no debe confundirse la versión «oficial» de la estrategia


de CEPAL/ONU, orientada a expandir el poder productivo latino-
americano y a lograr mecanismos institucionalizados de coopera-
ción en el plano del comercio y el desarrollo, con los fundamentos
teóricos de la corriente de pensamiento que aquí denominamos
Estructuralismo Latinoamericano. Esta corriente de pensamiento
tiene fundadores muy claros que expresaron sus ideas a través de
obras personales ampliamente difundidas por América Latina.
La estrategia cepalina respondió a los principios y valores de
la Carta de las Naciones Unidas, de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos y de otros manifiestos similares. Se trató de
una apuesta a favor de la prevalencia de la paz, de la democracia,
del diálogo y de la cooperación por sobre las formas violentas o,
al menos, coercitivas, del colonialismo y del imperialismo ejercidas
históricamente por los países hegemónicos sobre las áreas coloniales
y dependientes del mundo. Esos valores fueron compartidos por los
teóricos del Estructuralismo Latinoamericano, pero estos autores
confirieron a aquellas ideas un fundamento epistemológico propio.
A partir de estos eventos se ha practicado, por parte de los centros
académicos desarrollados, un reduccionismo de las ideas estructuralis-
tas latinoamericanas. En general no se han efectuado las distinciones
apropiadas entre el Estructuralismo como propuesta teórica por un
lado, y las recomendaciones industrialistas de CEPAL y las propuestas
negociadoras de UNCTAD (que corresponden a un determinado pe-
ríodo histórico del desarrollo capitalista), por otro (Di Filippo 1998).
Bajo estas interpretaciones restrictivas, la economía política es-
tructuralista latinoamericana y la visión centro-periferia quedarían
reducidas a un conjunto de propuestas situadas en las condiciones
específicas existentes en la economía mundial en el período que media
entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la así deno-
minada Revolución Conservadora (comienzos de los años ochenta).
Si se excluye esta interpretación reduccionista, en los instrumen-
tos conceptuales del Estructuralismo es fácil detectar varias fuentes
ubicadas a distintos niveles. En primer lugar, dentro de una perspectiva

276
Economía política global (II)

teórico-epistemológica amplia, se detecta la influencia de grandes


paradigmas de larga vigencia en las ciencias sociales de occidente,
tales como los de los economistas mercantilistas, los economistas
clásicos, las ideas de la economía nacional propuestas por List, y
otros seguidores como Carey en Estados Unidos, las ideas de Marx,
los planteamientos de Max Weber, la teoría schumpeteriana sobre el
desenvolvimiento económico, etc. En suma, esta visión se nutre muy
ampliamente del desarrollo de las ciencias sociales en Occidente.
En segundo lugar, atendiendo a la revolución keynesiana y a
las teorías económicas del desarrollo y del subdesarrollo surgidas a
mediados del siglo pasado, los marcos referenciales del Estructuralis-
mo Latinoamericano se han visto influenciados tanto por el enfoque
macroeconómico keynesiano y sus proyecciones a los modelos de
crecimiento, como por los estudios económicos que sobre el subde-
sarrollo efectuaron pensadores tales como Paul Rosenstein Rodan,
Albert Hirschman, Ragnar Nurkse, Hans Singer, Gunnar Myrdal, etc.
De alguna manera, la visión centro-periferia permite poner de
relieve el tema medular y distintivo de la teoría estructuralista del
desarrollo y del subdesarrollo: el de las formas sociales de gene-
ración y apropiación (nacional y/o internacional) de las ganancias
de productividad. En relación con el impacto de este proceso sobre
América Latina, y usando un lenguaje más propio de los pioneros
del Estructuralismo, cabría hablar de la concentración del progreso
técnico y de sus frutos sobre la dinámica desarrollo/subdesarrollo
a escala regional.
El rasgo más distintivo del Estructuralismo Latinoamericano
fue el abordaje con que esas fuentes teóricas de referencia fueron
tratadas, dando lugar a la única visión (hasta ese momento) de
economía política global no marxista capaz de presentar una al-
ternativa epistemológica diferente a la construida por pensadores
académicos asociados a los centros hegemónicos del orden mundial.
El autor del presente ensayo se permite sugerir que, observada
retrospectivamente con el objeto de escrutar sus rasgos esenciales,
esta visión se caracteriza por ser sistémica, global, institucional,
histórico-estructural, y multidimensional.70

70
En lo que sigue, la corriente estructuralista latinoamericana se identificará
con las ideas personales de cuatro padres fundadores o pioneros liderados

277
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

La visión es sistémica, entendiendo por sistema un objeto


complejo cuyas partes esenciales están unidas entre sí por víncu-
los interdependientes y relativamente estables que constituyen su
estructura. Desde esta perspectiva, examina en particular dos siste-
mas concretos íntimamente entrelazados; de un lado, los sistemas
socioeconómicos nacionales periféricos y, de otro lado, el sistema
centro-periferia de Relaciones Internacionales. Siguiendo a Bunge,
esta visión sistémica intenta sintetizar en un recorrido de ida y vuelta
los enfoques atomistas –que parten de los individuos para explicar
la totalidad social–, con los enfoques holistas –que parten de la
totalidad social para explicar los comportamientos individuales–.
Esta visión es global porque efectúa una lectura planetaria de
los procesos de desarrollo/subdesarrollo a través de su formulación
centro-periferia.
Esta visión es institucional, entendiendo por instituciones las
reglas técnicas y sociales interiorizadas en el comportamiento ha-
bitual y efectivo de los actores del sistema social de que se trate. La
noción de instituciones es la que articula y sintetiza en una visión
integrada a los enfoques individualista y holista. Lo hace a través
de la noción de poder institucionalizado que determina los ámbitos
de maniobra de los actores individuales, evitando los peligros del
voluntarismo individualista y del determinismo holista. La noción de
estructura social puede definirse como el conjunto interrelacionado
e interdependiente de instituciones que, en cada situación específica,
la constituyen.
Esta visión es histórico-estructural ya que tiene permanente-
mente en cuenta los procesos de cambio social experimentados por
el orden internacional pero, al mismo tiempo, es transhistórica, por-
que los examina siempre bajo el mismo lente: de la distribución del
progreso técnico y de sus frutos en el desarrollo a escala mundial.
Y es una visión multidimensional porque ha ido incorporando
(de manera natural y no forzada) en un análisis integrado a las

originalmente por los planteamientos de Prebisch. Nombrados por orden


alfabético estos autores son Aldo Ferrer, Celso Furtado, Aníbal Pinto y
Osvaldo Sunkel (ver referencias bibliográficas). Por lo tanto, las citas
textuales y las referencias al pie se referirán fundamentalmente a ellos,
quienes escribieron desde fines de la década de los años cuarenta del siglo
pasado.

278
Economía política global (II)

dimensiones política, económica, cultural y ambiental. Todos estos


elementos se traducen, además, en la teoría del mercado, del valor
y de los precios del Estructuralismo Latinoamericano, en donde
se reflejan las posiciones de poder de las partes contratantes y se
cuantifican en unidades de poder adquisitivo general.
El enfoque de los estructuralistas latinoamericanos es fundamen-
talmente macroeconómico, y la utilización del poder adquisitivo se
expresa cuantitativamente en la magnitud de la demanda agregada.
Por otro lado, el uso de la expresión «centro-periferia» con que
suele caracterizarse la visión estructuralista en sus primeras formu-
laciones puede rastrearse en muchos autores, algunos anteriores a
los estructuralistas latinoamericanos, como por ejemplo Lenin o
Sombart, y otros posteriores, como Wallerstein. Además, el término
fue utilizado abundantemente en la teoría económica espacial, en
la teoría del desarrollo regional, en la nueva geografía económica
(Krugman) y en muchas otras acepciones relacionadas con el análisis
y la planificación urbana y regional. Por lo tanto, se impone aclarar,
más adelante, cuál es el significado preciso en que dicha expresión
es usada en la economía política global del Estructuralismo.
La otra noción que requiere aclaración es el propio término «es-
tructuralismo», que inmediatamente evoca las visiones de postguerra
asociadas a los métodos y posturas epistemológicas de la antropología
de Lévi-Strauss. De hecho, su libro más importante en la formulación
del método estructuralista fue «Las estructuras elementales de paren-
tesco». En el pensamiento latinoamericano, el origen de este término
no se vincula con las ideas de aquel autor y debe rastrearse diez años
después a partir de las polémicas sobre el significado y las raíces de la
inflación (véase Noyola 1957, y Sunkel 1958) que afectó a América
Latina durante varios episodios de posguerra, claramente asociados
a las formas de la industrialización latinoamericana.
A diferencia del enfoque individualista liberal, los estructura-
listas no creen en la capacidad autorreguladora de los mercados
capitalistas. Por lo tanto, no conciben el mercado sino en el marco
de las instituciones de los Estados nacionales o supranacionales
(como el que podría surgir de la conformación de algún bloque
regional). Además, la visión centro-periferia significa que la expan-
sión del capitalismo ha sido asimétrica y fundada en relaciones de

279
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

poder y dominación. Por lo tanto, los estructuralistas desarrollan


una visión de los mercados y de los precios que no es compatible
con las teorías del valor trabajo de los liberales clásicos ni con las
teorías utilitaristas-marginalistas del valor elaboradas por los libe-
rales neoclásicos. Del mismo modo, las visiones del mercado, del
valor y de los precios sustentadas por el Estructuralismo tampoco
son asimilables a los puntos de vista de la vertiente (neoclásica-
neoliberal-libertaria) austriaca en sus expresiones contractualistas,
fundadas en la «santidad» de la propiedad privada y del mercado
como fundamento último de la existencia de las sociedades civili-
zadas (North, Hayek, Nozick).
En relación con el marxismo, aun aceptando su clara influencia
sobre las visiones de los estructuralistas y el uso de nociones simi-
lares (pero teóricamente diferenciables) tales como dominación de
clases, generación del excedente, acumulación, difusión planetaria
y concentración del poder del capital, etc., los estructuralistas se
diferencian profundamente del marxismo por la importancia au-
tónoma que adjudican a los factores culturales y políticos (los que
solo florecen en el interior de los Estados nacionales o suprana-
cionales). En efecto, la filosofía de la historia estructuralista no se
confunde con el materialismo histórico-dialéctico ni con las ideas
de explotación y lucha de clases como motores del cambio social.
El Estructuralismo Latinoamericano vincula los fundamentos del
cambio social con la noción de creatividad cultural, a la que consi-
dera motor del desarrollo en el largo plazo. Asimismo, en la esfera
teórica, las nociones de poder, dominación y dependencia de los
estructuralistas no se fundan en la teoría del valor trabajo de Marx
ni suponen la adopción de las ideas posteriores sobre el intercambio
desigual, fundadas en la teoría del valor y la explotación marxista.
En relación con el neorrealismo apoyado en el concepto
central de Estado-nación (Friedrich List), dependiendo de cómo
este se defina, existen especiales vínculos y afinidades por parte
del Estructuralismo Latinoamericano. En primer lugar, aparece la
preeminencia de las instituciones del Estado nacional como marco
previo y necesario de la existencia del mercado. Sin embargo, a
pesar de la importancia del papel del Estado en la economía polí-
tica estructuralista, su punto de partida es global y se vincula con

280
Economía política global (II)

la visión centro-periferia referida a la distribución social (nacional


e internacional) del control de la tecnología y de los frutos del
cambio técnico. Los estructuralistas latinoamericanos le han dado
una importancia decisiva a los temas de la distribución, los han
vinculado al proceso de democratización, y no han rehuido los
pronunciamientos éticos explícitos (Prebisch 1981).
Es legítimo vincular a la economía política global del estructura-
lismo latinoamericano con la protección de los mercados vilipendiada
por Adam Smith, y reivindicada (bajo ciertas circunstancias históricas),
primero por Friedrich List y, segundo, por John Maynard Keynes. En
particular, Keynes efectuó una interpretación mucho más razonable y
comprensiva de las razones profundas que justificaron el mercantilismo
dentro del período histórico en que floreció (Keynes 1943). Ahora bien,
el mercantilismo se asocia históricamente con gobiernos absolutistas y
colonialistas, y está totalmente distante de las formas, de los principios,
prácticas y valores de la democracia, tal como este régimen político
se gestó a partir de las revoluciones políticas americana y francesa.
Los principios de la democracia contemporánea fueron proclamados
y defendidos por ONU, donde se encuadra el marco valorativo ori-
ginal sustentado por el enfoque estructuralista. Lo común en todas
estas corrientes es el reconocimiento del legítimo papel del Estado
en la regulación del mercado y en la promoción y conducción de las
relaciones económicas internacionales. Los estructuralistas, igual que
los autores mencionados, consideran la regulación y protección de los
mercados nacionales, diferente a la noción de proteccionismo, como
una actividad necesaria para promover el desarrollo de las regiones
periféricas del mundo. Además, creen en un rol activo del Estado en
la promoción de las relaciones económicas internacionales. La visión
estructuralista no es nacionalista en sentido estrecho, y la teoría y
política de la integración latinoamericana se origina claramente en las
ideas de CEPAL de los años sesenta del siglo pasado.

3. Centro y Periferia en la EPG estructuralista


latinoamericana

El hilo conductor que identifica y distingue los razonamientos


estructuralistas es el examen de la formas de distribución del poder

281
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

productivo a escala mundial y del cambio técnico que promovió


el desarrollo del sistema económico capitalista. La visión de este
proceso es sistémica y distingue entre sociedades hegemónicas deno-
minadas centros y sociedades dependientes denominadas periferias.
La estructura del sistema centro-periferia toma como punto de
partida la división internacional del trabajo entre ambos tipos de
sociedades generada a partir de la Revolución Industrial, y detecta
las asimetrías que derivan del diferente posicionamiento de centros y
periferias respecto de su capacidad para generar, apropiar, y difundir
el cambio técnico (y sus frutos) derivado de las sucesivas revolucio-
nes tecnológicas experimentadas por las sociedades occidentales a
partir de la era moderna.
América Latina fue y es una región periférica de la cultura
occidental que alcanzó su independencia política de manera relativa-
mente temprana y contó con una perspectiva histórica muy adecuada
para examinar y alcanzar una comprensión de esos períodos his-
tóricos. La conquista y colonización de América fue, precisamente,
uno de los hechos esenciales que marcaron el advenimiento de la era
moderna y dieron lugar al primer impacto de la tecnología europea
sobre las sociedades prehispánicas. Del mismo modo, la indepen-
dencia política de América Latina se inició mientras se producía el
despegue de la Revolución Industrial Británica que dotó al sistema
capitalista con sus propios fundamentos tecnológicos.
De esta manera, América Latina participó de forma pasiva y
subordinada, por decirlo de algún modo, primero en la expansión
del mercantilismo como principal expresión de mundialización en la
era moderna, y segundo en las revoluciones políticas y económicas
que dieron lugar al advenimiento de la era contemporánea. Por eso
mismo, la primera premisa de las interpretaciones estructuralistas
es que la historia económica y política de América Latina desde la
conquista y colonización es incomprensible fuera del contexto de
la mundialización del orden internacional (Prebisch –como princi-
pal redactor del Estudio Económico 1949–; Furtado 1969; Ferrer
1996 y 2000).
El primer esfuerzo industrialista relativamente deliberado,
emprendido en los países más adelantados de América del Sur, tuvo
lugar, paralelamente, con la propagación de las tecnologías de la

282
Economía política global (II)

así denominada Segunda Revolución Industrial. De esta manera, se


marcó el inicio de la larga transición (primera mitad del siglo XX)
desde la hegemonía británica a la hegemonía estadounidense, en el
orden global del capitalismo. Este es el período histórico examinado
por los trabajos fundacionales de CEPAL en la década de los años
cincuenta, y proyectado históricamente hacia atrás sobre la base de
los mismos métodos interpretativos.
La última de las grandes revoluciones tecnológicas liderada
también por las sociedades occidentales, corresponde, desde luego, a
las tecnologías de la información y de la comunicación, a los avances
de biología molecular y a la búsqueda de nuevas fuentes de energía,
que están en pleno proceso de desarrollo, a comienzos de este siglo
XXI. De nuevo aquí se están produciendo profundas transforma-
ciones que incluso pueden implicar el desplazamiento del centro de
la economía mundial desde Occidente hacia Oriente. Sin embargo,
el hilo conductor «transhistórico» del enfoque estructuralista sigue
siendo el de las formas sociales de control de poder productivo y de
generación, distribución y apropiación de los frutos de la técnica.
En consecuencia, la noción de progreso técnico tiene en el Es-
tructuralismo Latinoamericano un profundo contenido histórico.
La visión sistémica históricamente situada de los estructuralis-
tas, estudia las asimetrías de poder que emergieron de las formas
sesgadas de la distribución del progreso técnico, en el proceso de
expansión del capitalismo a escala mundial. De un lado, a nivel
de los sistemas económicos latinoamericanos, esas asimetrías de
poder dieron lugar a interpretaciones históricas de la formación
económica latinoamericana, que se convirtieron en textos «clásicos»
para la comprensión de la formación económica de las economías
latinoamericanas (Furtado 1962; Aldo Ferrer 1963; Aníbal Pinto
1959). De otro lado, en lo que podríamos denominar el tema propio
de la economía política global, estos y otros autores de ideas afines
desarrollaron su propia interpretación común sobre el origen y de-
sarrollo de la globalización económica vinculada a la construcción
de los sucesivos sistemas centro-periferia.
En este marco general de referencia, Aldo Ferrer (1996) ha
sostenido que el proceso de globalización, en el sentido de mundia-
lización, tuvo lugar a comienzos de la era moderna.

283
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

«Alrededor del año 1500, convergieron, pues, el au-


mento persistente de la productividad y la existencia de
un sistema internacional globalizado. Recién entonces se
plantea, en escala planetaria, el dilema fundamental de las
interacciones entre el ámbito interno y el contexto mun-
dial como determinante del desarrollo y el subdesarrollo
de los países, y del reparto del poder entre los mismos».
«En ese período comenzó también a gestarse la distin-
ción entre el poder tangible y el intangible. El tamaño de
su población y sus recursos naturales constituyen el poder
tangible de cada país. Pero la respuesta al contrapunto
entre el ámbito interno y el contexto externo condiciona
la gestación de los factores intangibles asentados en la
tecnología y la acumulación de capital. En ausencia de
estos componentes el poder tangible se disuelve en el
subdesarrollo. Así, desde el despegue del primer orden
económico mundial comenzó a tejerse la trama sobre la
cual se articuló el sistema internacional y la distribución
del poder entre las naciones» (Ferrer 1996: 14).

Celso Furtado (1978) también alude a estos factores intangibles


de poder, que son el progreso técnico y la acumulación de capital:

«Lo que singulariza a la revolución burguesa es la


creciente utilización del excedente como instrumento
de control del sistema de producción. En los países en
los que ocurrió la revolución burguesa el control de las
tierras y de las principales instituciones que constituyen
el Estado permaneció en manos de las clases dominantes
tradicionales, hasta muy avanzado el siglo XIX. El ascen-
so de las burguesías es más un proceso de generación de
nuevas formas de poder que la asunción de nuevos grupos
sociales a las formas tradicionales. Estas nuevas formas
de poder se fundaban en el control de la producción
y no en la propiedad de la tierra y en la tutela directa
sobre la población. El desvío del excedente de las obras
de prestigio y del consumo conspicuo hacia el sistema
de producción viene a ser el muelle maestro del proceso
de reestructuración del sistema de poder. Tal es la razón
fundamental por la que la idea misma de acumulación
tendió a confundirse con la de desarrollo de las fuerzas
productivas» (Furtado 1978: 43).

284
Economía política global (II)

Las diferencias de esta interpretación estructuralista latinoame-


ricana respecto de las visiones de Marx y del marxismo ortodoxo
con las que suelen ser vinculadas, radican, primero, en enfatizar el
significado cultural y no solo económico de los procesos que condu-
cen a la estructuración del capitalismo y, segundo, en la sustitución
de la noción marxista de explotación, intrínsecamente económica
por las nociones de poder y de dominación, que son multidimensio-
nales. Esta distinción enfatiza el hecho de que, si bien todo proceso
de explotación implica un proceso de dominación, no todo proceso
de dominación implica un proceso de explotación. Esto es así, en
particular, porque la noción de explotación adquiere sentido en
la esfera específicamente económica asociada a la disposición de
recursos productivos y de bienes considerados como mercancías,
en tanto que la noción de dominación no es solo económica, sino
también política, cultural, y biológico-ambiental. Además, en sentido
lato, la noción de dominación no implica ipso facto la existencia de
situaciones socialmente injustas, en tanto que la noción de explo-
tación sí parece suponer este tipo de situaciones (Di Filippo 2012).
Esta distinción determina en el plano de la ciencia económica
dos teorías diferentes del valor. En el caso de Marx la sustancia
creadora de valor es el trabajo abstracto y el excedente una plus-
valía no pagada, ambas variables medidas en horas o jornadas
laborales bajo condiciones medias de la técnica correspondientes a
una época determinada. En el caso de los estructuralistas, el valor
es el poder productivo subordinado al poder adquisitivo del capital.
Este poder se traduce macroeconómicamente en el producto social,
cuya contrapartida en términos de ingreso se distribuye funcional-
mente entre los propietarios de factores productivos. El excedente
es ganancia de productividad, derivada de la aplicación de nuevas
condiciones técnicas en el proceso productivo. En otras palabras
la creación del valor económico es un fruto de la expansión del
poder productivo. Y las estructuras de mercado, especialmente de
los factores productivos primarios, reflejan situaciones estructuradas
de poder y dominación, modificándose cuando esas estructuras se
modifican históricamente.
En consecuencia, las nociones de desarrollo y de excedente
utilizadas por los estructuralistas latinoamericanos expresan un

285
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

fruto simultáneo de la creatividad humana y de las asimetrías de


poder. La emergencia del capitalismo responde a ambas fuerzas,
concretadas en este período histórico por las revoluciones burguesa
y tecnológica (Furtado 1978).

Así observa Furtado (1978):

«Cualesquiera que sean las antinomias que se pre-


senten entre las visiones de la historia que surgen en una
sociedad, el proceso de cambio social que llamamos desa-
rrollo adquiere cierta nitidez cuando lo relacionamos con
la idea de creatividad». (…) «En su doble dimensión de
fuerza generadora de nuevo excedente e impulso creador
de nuevos valores culturales, este proceso liberador de
energías humanas constituye la fuente última de lo que
entendemos por desarrollo» (Furtado 1978: 97).

Furtado (1978) también enfatiza en otra sección de la obra que


citamos los vínculos entre las nociones de poder y de creatividad:

«Dando por supuesta la creatividad, el agente impone su


propia voluntad, consciente o inconscientemente, a quienes
son alcanzados en sus intereses por las decisiones que toma.
Por lo tanto, en la creatividad, hay implícito un elemento de
poder. El comportamiento del agente que no ejerce el poder
es simplemente adaptativo: identificada la incidencia de los
factores aleatorios, tal comportamiento puede ser previsto
con relativa facilidad» (Furtado 1978: 13).

Por oposición a las nociones de explotación y lucha de clases,


los estructuralistas enfatizan las nociones de dominación de clases
y de creatividad como principios estructurantes y dinamizadores de
las sociedades humanas. De allí la importancia central de la ciencia
y la tecnología como dato cultural que en última instancia otorgó
poder hegemónico a las sociedades occidentales en el orden global
durante los últimos quinientos años.

286
Economía política global (II)

vi. Mercado y Estado en la economía


política estructuralista latinoamericana

Como se observa en los párrafos «inaugurales» de Prebisch cita-


dos al comienzo de esta parte referida al estructuralismo latinoa-
mericano, dos formas de desarrollo imperaron en las sociedades
latinoamericanas hasta los años setenta del siglo XX. La primera
fue el proceso de crecimiento hacia fuera, o primario exportador,
que imperó en buena parte del siglo XIX y el primer tercio del siglo
XX continuando formas de posicionamiento internacional que ya
habían sido establecidas durante la fase colonial. La segunda forma
fue el esfuerzo de desarrollo industrial desde dentro que se instaló
a comienzos del siglo XX y continuó hasta aproximadamente un
cuarto de siglo después de concluida la Segunda Guerra Mundial.
El funcionamiento del mercado internacional fue decisivo para
explicar estas modalidades de desarrollo. La división internacional
del trabajo (tanto técnica como social) instalada a partir de la
Revolución Industrial explica sin lugar a dudas el tipo de expor-
taciones de productos primarios (alimentos y materias primas)
en que se especializó América Latina durante el período primario
exportador. Este proceso no fue privativo de América Latina sino
también característico de buena parte de las economías coloniza-
das de África y de ciertas regiones de Asia, pero los estructuralistas
latinoamericanos pertenecientes a una región de temprana indepen-
dencia política pudieron entenderla y expresarla de manera más
sistemática y profunda.
Asimismo, las interrupciones del mercado internacional acon-
tecidas durante las dos guerras mundiales y la crisis de los años
treinta, crearon tanto la oportunidad para un cierto grado de
desarrollo industrial como la estrategia industrialista que emergió
en los países grandes y medianos de mayor grado de urbanización
e ingreso medio.
En resumen, dentro de la ecuación mercado-Estado, ha sido el
mercado internacional que impulsó las dos modalidades principales
del desarrollo latinoamericano tanto «hacia fuera» como exportado-
ra de productos primarios como «desde dentro» en los procesos así
denominados de industrialización por sustitución de importaciones.

287
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

Esta gravitación externa explica los procesos formativos del


Estado latinoamericano. Al respecto, Aníbal Pinto observa:

«Por una parte, [se verifica] que el aparato del Estado


está al servicio manifiesto de las clases rectoras en ese
período, esto es, los propietarios del sector exportador
(nacionales y extranjeros), sus adláteres urbanos y los
terratenientes, a menudo también ligados a la exportación.
No importan mucho las formas políticas de ese predomi-
nio, tampoco son substanciales las contradicciones dentro
de esa coalición aunque den origen a innumerables que-
rellas por el ejercicio del poder, especialmente en el duelo
tradicional de «liberales» y «conservadores», estos más
vinculados al latifundio; los otros con mayor arraigo en
las ciudades y en las actividades «compradoras». Todos,
en mayor o menor medida, son solidarios con el patrón
de la economía primario exportadora y esto se traduce
en una política estatal definida y que en su denominación
generalizada, «libre-cambismo», acusa su filiación a la
ortodoxia británica de la época».
«El modelo de crecimiento hacia fuera contó, pues,
con fuerzas políticas y una ideología a la vez dominantes
y definidas. Sin embargo, preciso es destacarlo, no fueron
esas condiciones internas las decisivas para el funciona-
miento del modelo, que, por su propia naturaleza, estaba
subordinado a las tendencias y peripecias de la demanda
exterior por productos primarios, o sea, a un factor «exó-
geno» (Pinto 1991: 251).

La noción de demanda externa, originada en los centros, forma


parte de la teoría económica estructuralista, y recoge la influencia
keynesiana que tanto gravitó en los planteamientos estructuralis-
tas iniciales. Los trabajos teóricos de la corriente estructuralista se
encuadran en una visión sistémica que expresa una síntesis entre
las influencias keynesianas, por un lado, y las estructuralistas
anglosajonas en la vertiente de Leontief, Chenery y Pasinetti, por
otro. La matriz de relaciones interindustriales (o intersectoriales)
de Leontief71, expresa bien ese marco conceptual y permite enten-
71
La matriz de Leontief contiene un primer bloque o sección de relaciones
interempresariales o intersectoriales que, convenientemente desagregada,
puede expresar el grado de diversificación interna de la división técnica

288
Economía política global (II)

der la interdependencia entre las economías centrales y periféricas,


primero, tal como se manifestó para América Latina durante el
siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX (mono exporta-
ción de productos primarios) y, segundo, durante el período de la
industrialización por sustitución de importación que va desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de la década de
los años setenta.
Los países desarrollados (como Estados Unidos, Unión Europea,
o Japón) o los actualmente denominados emergentes (por ejemplo,
los así denominados BRIC: Brasil, Rusia, India y China), tienen
como rasgo común un desarrollo basado en una diversificación
exportadora (competitiva) de manufacturas y un mercado interno
muy amplio en base al cual pueden sostener una diversificación
productiva en el largo plazo. Asimismo, el desarrollo industrial es el
marco productivo en donde puede incorporarse el progreso técnico
y aplicarse el conocimiento científico (poderes intangibles), tanto
el asimilado desde los países desarrollados como el originado en la
propia creatividad tecnológica. Por lo tanto, los países dotados de
poder tangible (gran tamaño geográfico y demográfico), exporta-
dores de manufacturas competitivas a escala mundial, están en una
competencia mundial por un puesto entre los países hegemónicos.

y social del trabajo del país bajo análisis. En este bloque se registran en
cada columna de la matriz las compras que efectúan las empresas o ramas
tanto entre ellas mismas como las provenientes de las importaciones.
La matriz tiene un segundo bloque correspondiente al valor agregado
por el proceso productivo en donde se expresan las remuneraciones
pagadas por las empresas a los factores primarios de la producción, que
convenientemente desagregadas, pueden expresar la distribución funcional
del ingreso. Finalmente, tiene un tercer bloque de la demanda final en
donde los ingresos generados se traducen en el gasto doméstico en bienes
de consumo e inversión y en el gasto del resto del mundo (demanda
externa) expresado en las exportaciones. La estructura de estos gastos
domésticos convenientemente desagregados permite tener una idea, por
un lado, de las canastas de consumo por estratos de ingreso y, por otro
lado, de la composición de los bienes de inversión. A partir de la matriz
de Leontief adaptada a sus propios fines, Osvaldo Sunkel primero (1978),
y Sunkel e Infante después (2009), dieron expresión formal a las nociones
de heterogeneidad estructural que, formuladas con anterioridad en el
pensamiento estructuralista, expresan la desigual asimilación de las formas
productivas y organizacionales que acompañaron la difusión mundial de
las sucesivas oleadas tecnológicas en la expansión mundial del capitalismo.

289
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

De otro lado, la estructura productiva de los países periféricos


monoexportadores de productos primarios se caracteriza por una
escasa diversificación industrial y por una fuerte dependencia de
los productos importados para el abastecimiento de sus canastas de
consumo y para las inversiones productivas internas. Como recordó
en varias oportunidades Aníbal Pinto, los países monoexportadores
de productos primarios que obtienes altos ingresos de exportación
suelen ser «subdesarrollados» para producir y «desarrollados»
para consumir. Estas condiciones estructurales implican elastici-
dades ingreso de la demanda que suelen conducirlos a situaciones
deficitarias y deudoras.
Cuando se producen las menguantes cíclicas de los ingresos
de exportación, se suspende la demanda internacional de ciertos
productos primarios (caso del salitre en Chile a comienzos del si-
glo XX). El déficit de comercio exterior puede desalentar el ritmo
de crecimiento del producto y generar crisis profundas, hecho que
aconteció reiteradamente durante el proceso de industrialización
por sustitución de importaciones en varios países latinoamericanos.
Estos hechos no se vinculan necesariamente con relaciones
de explotación económica en el reparto de los ingresos entre
centros y periferias, sino con herencias histórico-estructurales del
pasado colonial, con dinámicas coyunturales propias de los ciclos
capitalistas y con el tipo de procesos tecnológicos imperantes en
determinados períodos.
El tema central del estructuralismo latinoamericano no es, ni ha
sido nunca, el de la explotación económica, sino que sus categorías
interpretativas centrales han sido las de poder y dominación. Y si
bien toda forma de explotación se funda en la existencia de un siste-
ma de poder y dominación, no todo sistema de dominación implica
ipso facto una relación de explotación. Obsérvese por ejemplo la
relativa benignidad de la dominación británica sobre sus colonias
en América, las que luego se convirtieron en los Estados Unidos. La
noción de explotación denota relaciones de sumisión predatorias e
injustas, pero las nociones de poder y dominación son éticamente
más neutras.
La noción de explotación conduce a un cálculo basado en la
pérdida neta de recursos (por ejemplo, a través del intercambio

290
Economía política global (II)

desigual o el deterioro de los términos de intercambio) como causa


de pobreza y subdesarrollo. En cambio, la noción de dominación
expresa más bien un proceso de deformación estructural sufrida por
el país dominado. En América Latina, las relaciones de dominación
colonial generaron una estructuración social y económica de largo
plazo, y consecuentemente una inercia histórica que distorsionó
sus estructuras productivas y las predispuso a través del tiempo
para que operaran al servicio de los intereses de los países de los
centros. La noción de heterogeneidad estructural alude precisa-
mente a estas distorsionadas estructuras internas. El cálculo de los
términos de intercambio es un síntoma, empíricamente verificable,
de situaciones estructurales internas más profundas que derivan
de las formas asumidas por el capitalismo periférico. Así, después
de que las relaciones coloniales de dominación-explotación fueron
sustituidas por relaciones económicas capitalistas, la inercia histórica
del pasado siguió gravitando sobre las estructuraciones sociales ru-
rales (hacienda señorial, plantaciones, latifundio-minifundio) hasta
mediados del siglo XX.
Los países latinoamericanos que, fundados en mercados pro-
tegidos internos, desarrollaron una industrialización sustitutiva de
importaciones (primera mitad del siglo XX) incapaz de competir a
escala internacional, mantuvieron todos los problemas previos de
inserción externa de la etapa primario-exportadora (siglo XIX).
Siguieron dependiendo de la demanda externa de productos pri-
marios, y, además, empezaron a experimentar «cuellos de botella»,
«estrangulamientos» o asfixias externas, producidas por exportacio-
nes insuficientes para proveer la capacidad para importar requerida
para expandir su producto industrial.
El meollo permanente o transhistórico de la visión centro-
periferia se enfoca, cabe recordarlo, en la sesgada distribución
del poder tecnológico autónomo y de sus frutos entre centros y
periferias. La distribución del progreso técnico fue modelando la
estructura económica interna de los países periféricos. Esta dis-
tribución es típicamente sesgada y, en el caso de América Latina,
dada su especial dotación de factores productivos, estuvo orientada
hacia las exportaciones con bajo valor agregado industrial. La dis-
tribución de los frutos de ese progreso técnico dice relación con el

291
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

reparto de las ganancias de productividad, primero entre centros y


periferias, y segundo entre los actores que participan en el proceso
productivo periférico. Esa distribución sesgada de las ganancias de
productividad es la raíz estructural de una forma de intercambio
desigual que, por lo tanto, opera como consecuencia y no como
causa de la condición periférica.
La última revolución de las tecnologías de la información y la
comunicación ha transferido el poder tecnológico a las grandes cor-
poraciones que transnacionalizaron sus actividades a escala global,
pero estas megaempresas siguen dependiendo del potencial científico
de los Estados nacionales hegemónicos. En consecuencia, el poder
tecnológico se ha transnacionalizado y, en cierto modo, privatizado,
aun cuando su fuente última sigue siendo el avance científico que
radica en Estados nacionales históricamente concretos.
A los países emergentes que aspiran a ser centros hegemóni-
cos, como es el caso de China e India, no les basta con su evidente
poder tangible (territorio y población), sino que necesitan adquirir
el poder intangible del dominio científico y tecnológico que es el
único capaz de conferir poder productivo autónomo (Ferrer 1996).
En este momento histórico, los países emergentes están ad-
quiriendo rápidamente este poder intangible que fue privativo, a
partir de la era moderna, de los grandes centros hegemónicos de
Occidente. Aparentemente, el control del poder tecnológico no de-
pende necesariamente de la existencia de subsistemas económicos
capitalistas, sino de ciertas condiciones culturales que los Estados-
nación deben lograr adquirir. Por ejemplo, la naturaleza híbrida o
mixta de la economía china pareciera avanzar hacia la instalación de
un subsistema capitalista generalizado, pero se trata de un proceso
histórico aún no definido.
En todo caso, el ejercicio del poder por parte del capital privado
transnacional radica en el control de dicho poder tecnológico. Se ha
producido, como sabemos, un auge protagónico de las corporacio-
nes transnacionales que han propagado por el mundo sus cadenas
productivas fundando zonas procesadoras de exportaciones o ma-
quiladoras en muchos países subdesarrollados. Estas modalidades
han proliferado en Centroamérica, el Caribe y México. Un examen
superficial sugeriría que los países periféricos se industrializan y

292
Economía política global (II)

exportan al mundo manufacturas competitivas. Pero, en rigor, se


trata de otra manera sesgada de introducir progreso técnico con
el objeto de lograr una igualmente sesgada distribución interna-
cional de las ganancias de productividad. Nuevamente podríamos
enunciar la relación causal: los países periféricos son «explotados»
(damnificados en la distribución internacional de las ganancias de
productividad) porque son subdesarrollados y no al revés.
Siendo esto así, el meollo de la interpretación de las relaciones
económicas internacionales asimétricas, encuentra sus orígenes
causales en posiciones de poder y relaciones de dominación estruc-
turadas. Es decir, en posiciones institucionales y productivas que
consecuentemente se traducen en intercambio desigual o relaciones
de «explotación». Pero la importancia del diagnóstico no radica en
la intensidad de la explotación sino en las consecuencias estructu-
rales distorsionantes sobre la vida de las personas involucradas y
sobre las sociedades derivadas de aquellas posiciones y relaciones.
Los términos de intercambio de los productos exportados por
América Latina han mejorado espectacularmente, sustrayendo,
por ahora, a la región de los enormes efectos de la crisis financiera
global que afecta hoy (2013) al mundo. Sin embargo, aunque los
términos de intercambio de los productos que exporta Sudamérica
(cobre, soja, etc.) son extremadamente favorables, se está generando
una nueva relación centro-periferia en materia de comercio interna-
cional. América Latina arriesga convertirse dentro de poco en una
periferia de China. Si la historia se repite, entonces las explicaciones
pretéritas de la relación centro-periferia (aggiornadas a los rasgos
específicos de la presente era global) adquieren renovada validez.
En resumen, la problemática abordada por la EPG del Estruc-
turalismo Latinoamericano no es la de una explotación económica
de la periferia traducida en una exacción sistemática de ingresos
por parte de los centros (aunque no se niega que dicho fenómeno
pueda existir), sino de una estructura internacional de sumisión
traducida en una deformación estructural interna que impide un
desarrollo autónomo de largo plazo a los países dependientes de
dicha estructura global. La falta de autonomía de ese desarrollo y
su consiguiente deformación se manifiesta, por ejemplo, en el pro-

293
José Miguel Ahumada · Armando Di Filippo

fundo divorcio que existe entre las estructuras de la producción y


del consumo en la mayoría de las regiones periféricas del mundo.
Resumiendo, en el caso de la EPG tanto de los liberales como
de los neorrealistas, predomina la acción de los actores por encima
de la dinámica de las estructuras, los primeros haciendo énfasis en
los emprendedores privados y los segundos en los Estados nacio-
nales. Lo mismo acontece con la EPG propuesta en los trabajos de
Susan Strange, donde los actores protagónicos son las corporaciones
transnacionales. Por otro lado, en el caso de la EPG propuesta en el
Sistema-Mundo de Wallerstein, predomina la acción de las estructu-
ras del capitalismo que tienen un cierto determinismo incontratable.
A diferencia de estos enfoques, la EPG de los estructuralistas
parte de las posiciones de poder y de las relaciones de dominación,
entendidas multidimensionalmente. La fuente última del poder he-
gemónico de los centros es de naturaleza cultural y se vincula con
el desarrollo de la ciencia pragmática al servicio del poder tecno-
lógico requerido para alcanzar un poder productivo hegemónico.
La secuencia que lleva a las posiciones hegemónicas y dominantes
(para las naciones dotadas con poder tangible) se expresa en un
itinerario que puede resumirse en las siguientes instancias: poder
cultural intangible (ciencia y tecnología), poder productivo, poder
político militar y poder de mercado. La raíz última del proceso
histórico no depende por lo tanto de la evolución determinista del
capitalismo ni de la dinámica voluntarista de los actores políticos,
sino de la dinámica de las culturas compartidas.

294
Economía política global (II)

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297
Capítulo viii
La cooperación internacional:
su importancia para América
Latina y el Caribe
Cristina Lazo Vergara

i. Introducción

Durante la última década y particularmente a partir de la definición


de los Objetivos de Desarrollo del Milenio1 (PNUD 2000), han
sucedido importantes cambios en el sistema internacional de la
cooperación para el desarrollo.
En un escenario internacional caracterizado por una fuerte
interdependencia mundial del comercio, las finanzas, las telecomu-
nicaciones, y las tecnologías de la info-comunicación, por nombrar
las más relevantes, las formas de cooperación entre los Estados se
han visto significativamente alteradas.
Algunos elementos de contexto internacional sobre la coopera-
ción nos permitirán entender la evolución de la política de coope-
ración internacional a nivel global durante estos últimos 10 años,
analizar su importancia e impacto en América Latina y el Caribe,
así como en un país de desarrollo medio como Chile.

1
Estos Objetivos son: erradicar la pobreza extrema y el hambre; lograr
la enseñanza primaria universal; promover la igualdad de género y la
potenciación de la mujer; reducir la mortalidad infantil; mejorar la salud
materna; combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades;
garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y establecer una alianza
mundial para el desarrollo.

299
Cristina Lazo

ii. El contexto internacional de la cooperación

1. De la Ayuda Oficial al Desarrollo a la


Cooperación para el Desarrollo

La cooperación internacional ha sido –tradicionalmente a lo lar-


go del tiempo– el medio utilizado por los países desarrollados para
otorgar asistencia o ayuda a los países en desarrollo2 (AGCI 1999).
Esta asistencia se enmarcó durante muchos años en el concepto
de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD)3, que se caracterizaba por un
marcado énfasis asistencialista. Sin embargo, los sucesivos cambios
registrados a nivel mundial en el último tiempo, así como el crecimiento
de algunos países en vías de desarrollo, han contribuido a la generación
de una nueva estructura de la cooperación internacional, en una pers-
pectiva más amplia e integradora: la Cooperación para el Desarrollo.
Ella conjuga elementos de ayuda, solidaridad social, fortaleci-
miento de estrategias de desarrollo nacional de los países partici-
pantes, con aquellos de promoción comercial e intereses políticos
y económicos, entre otros. De este modo, la cooperación también
puede entenderse como el conjunto de acciones a través de las cua-
les se intenta coordinar políticas o aunar esfuerzos para alcanzar
objetivos comunes en el plano internacional (Insulza 1988: 59).
Este nuevo esquema se caracteriza por un marcado énfasis en
el diseño y puesta en marcha de programas de cooperación que
contribuyen a armonizar y alinear el suministro de la cooperación
con el desarrollo de los países beneficiarios. Para ello, y con el
objeto de apoyar la agenda concordada el año 2000 orientada al
cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio al año
2015 (PNUD 2000), la comunidad internacional –convocada por
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(OCDE)– estableció los nuevos compromisos de cooperación con
el fin de ordenar las acciones que ejecutan los países donantes,

2
En su acepción más restrictiva, cooperación internacional se define como
«actividad ligada a la transferencia o intercambio de recursos y asistencia
técnica, por vía concesional, de un país a otro» (AGCI 1999).
3
Entendida como «la transferencia de recursos de origen público a favor de
países en desarrollo, realizada con determinado grado de concesionalidad»
(CAD-OCDE).

300
La cooperación internacional

además de orientar esfuerzos para mejorar la eficacia de la Ayuda


al Desarrollo, los que fueron plasmados en la Declaración de París,
fechada el 2 de marzo del año 2005 (OCDE 2005; 2008).
Dichos compromisos se relacionan con la necesidad de asegurar
la debida alineación de las iniciativas de cooperación con las prio-
ridades de desarrollo de los países beneficiarios; la armonización
a través del uso de procedimientos y programas comunes que son
desarrollados por distintos donantes; la apropiación por parte de los
países beneficiarios de los contenidos de la cooperación, la gestión
orientada a resultados y una activa participación de las contrapartes
nacionales del país beneficiario en la definición, ejecución y evalua-
ción de los programas de cooperación de responsabilidad mutua. En
los últimos años se han sumado a estos principios la efectividad y
sustentabilidad, fruto también de la experiencia de la Cooperación
Horizontal o Cooperación sur-sur (CSS).
Esta nueva definición de cooperación ha estado acompañada
por la reflexión sobre los modelos de desarrollo, sus fortalezas, vul-
nerabilidades, límites y requerimientos, en sintonía con un esfuerzo
mundial por desarrollar mecanismos de cooperación internacional
más eficientes, replicables y sostenibles en el tiempo.
Una Política de Cooperación para el Desarrollo resulta entonces
fundamental en la acción de los Estados democráticos en un mundo
que no solo es más interdependiente en su comercio y en sus finanzas,
sino que también por las relaciones que se desarrollan en la sociedad
internacional, cada vez más complejas en sus objetivos y acciones.
Es importante señalar que las políticas de cooperación de los
países participantes en el sistema internacional de cooperación pue-
den radicarse institucionalmente en los Ministerios de Cooperación,
Ministerios de Relaciones Exteriores, Ministerios de la Presidencia
o Ministerios de Desarrollo Social, según sean países puramente
beneficiarios, o puramente donantes, cooperantes o ambas cosas.

2. La nueva Estructura de la Cooperación y los


Países de Renta Media

La aparición de nuevas modalidades y de nuevos actores en el


sistema global de cooperación sumado a la evaluación crítica sobre

301
Cristina Lazo

la eficacia de la ayuda otorgada durante los últimos 10 años, ha


generado la necesidad de repensar la arquitectura del sistema global
de cooperación internacional para el desarrollo (Freres 2010: 13).
La nueva arquitectura de la cooperación internacional está deter-
minada sustancialmente por la aparición de nuevos actores (Martínez
2009), entre los cuales destaca uno muy importante: los Países de
Renta Media (PRM)4. Bajo esta clasificación se ubican los países que,
en principio, han avanzado en materia de desarrollo y bienestar social,
estabilidad democrática, fortaleza de sus instituciones, estabilidad de
sus políticas públicas, y diversidad cultural y política.
Sin embargo, cabe recalcar que la clasificación de los países de
acuerdo a su nivel de renta per cápita es objeto de mucha crítica en
el continente latinoamericano ya que ello no mide necesariamente los
niveles de desarrollo sino más bien los de crecimiento. Condicionar
la distribución de la Ayuda Oficial para el Desarrollo a los niveles
de renta, no da cuenta de un problema característico de nuestro
continente, cual es la desigualdad. Enfrentar la desigualdad y sus
soluciones requiere, en muchos casos, de cooperación internacional
y también de ayuda (CEPAL 2010ab).
Dicho criterio, como lo veremos más adelante, ha generado
una tendencia creciente durante los últimos diez años a excluir
América Latina y el Caribe de los beneficios de la Ayuda Oficial
para el Desarrollo.
Paralelamente, si bien los países de renta media latinoameri-
canos fueron en un inicio receptores netos de cooperación inter-
nacional, tienen hoy muchos de ellos una doble condición: por
una parte, la de país beneficiario de cooperación, para consolidar
áreas aún deficitarias de su desarrollo nacional y, por otra, la de
país cooperante, compartiendo sus capacidades técnicas con otros
países de igual o menor desarrollo relativo.
Las acciones de Cooperación para el Desarrollo llevadas a cabo
por los países de renta media, en sus ámbitos de influencia regional,

4
Según la clasificación del Banco Mundial, son de renta media los países
cuya renta per cápita (en el año 2008) es superior a 976 dólares e inferior
a 11.905 dólares. Este grupo se divide, a su vez, en países de renta media
baja (56 países) y países de renta media alta (48 países). Mayor información
sobre la clasificación de países se encuentra en http://datos.bancomundial.
org/quienes-somos/clasificacion-paises.

302
La cooperación internacional

están adquiriendo cada vez una mayor importancia. Algunos de estos


países hoy se han consolidado como países cooperantes emergentes,
pues disponen de capacidades técnicas, recursos y fortalezas que
les permite realizar una cooperación eficaz y ajustada a las reales
necesidades de los países beneficiarios (SEGIB 2011).

3. La creciente importancia de la Cooperación sur-sur

En el actual escenario internacional, varios países en desarrollo


comienzan a perfilarse como impulsores regionales y mundiales
del comercio, la inversión y las buenas prácticas en materia de
cooperación. En este sentido, la «Cooperación sur-sur», vale decir,
aquella que se da entre países de igual o menor desarrollo rela-
tivo, está adquiriendo progresivamente una mayor importancia
y sus aportes deben ser tan valorados como los de la tradicional
Cooperación Norte-Sur, que es ejecutada entre un país altamente
desarrollado y uno con bajo nivel de desarrollo. De hecho, los paí-
ses de renta media, por lo menos los de América Latina, presentan
claras fortalezas respecto de los países altamente desarrollados
para transferir sus capacidades y beneficios de su propio desarrollo
más allá de sus fronteras, mediante experiencias que se adaptan,
muchas veces, de mejor forma a la realidad específica de los países
latinoamericanos.
La Cooperación sur–sur tiene entre sus principios básicos la
horizontalidad, la reciprocidad y la alineación, lo que la diferencia
de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) (SEGIB 2009; 2010).
Uno de los objetivos principales de esta cooperación es for-
talecer las capacidades nacionales de los participantes mediante
intercambio de experiencias y asistencia técnica que contribuya al
mejoramiento de las políticas públicas prioritarias para el desarrollo
del país beneficiario.
Cabe destacar que a través de la Cooperación sur-sur se han
diversificado, en la actualidad, las áreas de interés, las modalidades,
las temáticas preferentes y los criterios de asignación de recursos
técnicos y financieros. Ella presenta una alta especialización secto-
rial, así como una concentración en áreas temáticas relacionadas
fundamentalmente con el fortalecimiento institucional, la supera-

303
Cristina Lazo

ción de la pobreza, el fomento productivo, el medio ambiente y la


ciencia y tecnología.
Asimismo, los Acuerdos Comerciales y de Complementación
Económica están adquiriendo cada vez más relevancia en las agen-
das de cooperación. Los programas y proyectos de cooperación
generan condiciones para acceder a nuevos mercados, y consolidar
asociaciones para el desarrollo productivo, entre otras acciones.

4. El Auge de la Cooperación sur-sur Triangular

En América Latina y el Caribe, la Cooperación sur-sur se ha


visto fortalecida gracias a los resultados exitosos obtenidos por la
cooperación bilateral Norte-Sur5.
La replicabilidad de estas positivas experiencias en un tercer país
de la Región dio inicio en América Latina, durante los años noventa,
a lo que hoy llamamos «Cooperación Triangular», que consiste en
la asociación de una fuente tradicional (bilateral o multilateral) con
un país de renta media otorgante de Cooperación Horizontal, para
concurrir conjuntamente en favor de un tercer país de igual o menor
desarrollo relativo.
La Cooperación Triangular, como combinación complementaria
de las capacidades de los diferentes actores que participan en ella,
contribuye a lograr una mayor eficiencia y eficacia de la cooperación
que otorgan los donantes tradicionales. A su vez, multiplica los be-
neficios e impactos de las acciones de cooperación que ejecutan los
países de renta media y el conjunto de actores que participan en ella.
Desde esta perspectiva, la Cooperación Triangular se ha posi-
cionado progresivamente entre las fuentes internacionales como una
modalidad cada vez más relevante a la hora de diseñar programas
de cooperación. Posibilita no solo aunar esfuerzos financieros entre
el donante tradicional y el cooperante emergente, sino que permite
también conjugar los intereses de la cooperación bilateral con las
acciones emprendidas en terceros países por dichas fuentes, en el
marco de sus programas de cooperación al desarrollo.

5
Es aquella caracterizada por la transferencia de asistencia técnica y/o recursos
financieros desde un país de mayor o igual desarrollo relativo, o una fuente
multilateral, hacia un país beneficiario del mundo en desarrollo.

304
La cooperación internacional

ii. América Latina en este contexto

El rol de América Latina y el Caribe no puede entenderse sin con-


siderar el actual escenario internacional de la cooperación para el
desarrollo, la evolución del sistema global de ayuda, así como las
transformaciones ocurridas en los propios países latinoamericanos
durante los últimos diez años.
Los grandes cambios generados a partir del año 2000, vin-
culados a a eficacia del sistema internacional de ayuda, así como
los criterios que se han utilizado para la distribución de la misma,
han tenido como consecuencia el fortalecimiento de los principios
y modalidades de colaboración desarrollados por los países de
América Latina y el Caribe.

1. Características de la Región Latinoamericana

América Latina y el Caribe es una región donde persiste una


de las mayores tasas mundiales de desigualdad social, a pesar de su
alta tasa relativa de crecimiento (entre 4 y 5% para el año 2011). La
desigualdad que enfrentan los países de América Latina y el Caribe
no es coyuntural, es su vulnerabilidad estructural más importan-
te. La cooperación internacional es, sin duda alguna, un aporte
relevante para la solución de esta problemática (CEPAL 2011a).
La desigualdad no es un tema que solamente se pueda solucionar
con la voluntad política de los Estados; su complejidad y variedad
requiere de una mirada multidimensional, muchas veces ausente en
nuestras políticas públicas (CEPAL 2010b).
En este sentido, podemos afirmar no solo que la cooperación
internacional es necesaria para nuestro continente, sino que es el
modo más eficaz para enfrentar la especificidad de los problemas
de nuestra región. La importancia de la cooperación Sur-Sur intra-
regional radica justamente en el intercambio de experiencias que
contribuyen a encontrar las soluciones a problemas comunes, que se
manifiestan de distintas maneras a lo largo y ancho del continente
latinoamericano.
Es esta complejidad, esta particularidad, esta realidad y esta
diversidad, la que no es reconocida en los criterios que determinan

305
Cristina Lazo

la distribución a nivel mundial de la llamada «Ayuda Oficial para


el Desarrollo», definida por los países económicamente más desa-
rrollados, pertenecientes a la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo (OCDE).
La diferencia de realidades sociales, económicas y culturales
que tiene América Latina y el Caribe respecto de otros continentes
como Asia o África, implica diferencias en las necesidades de coo-
peración internacional. Las de nuestra región tienen relación con
combatir la desigualdad, las de Asia y África, principalmente, con
combatir la pobreza. No se trata, por lo tanto, de competir «entre
continentes» por recursos financieros limitados, sino de asociarse
en pos de una «alianza mundial para el desarrollo».6

2. Los sinsabores del criterio del ingreso per cápita

Es un hecho que el criterio del ingreso per cápita es excluyente.


América Latina y el Caribe, salvo raras excepciones, es un continente
clasificado como de «renta media» tanto por el Sistema de Naciones
Unidas como por la OCDE. Es entonces una región no prioritaria
para la asignación de Ayuda Oficial para el Desarrollo y para la
cooperación internacional proveniente de los países miembros de
la OCDE.
La distribución de la Ayuda Oficial para el Desarrollo (AOD)
a nivel mundial, se concentró en los países de África con un 37%
del total, seguidos de Asia con el 28% y América con solo el 8,2%
durante el año 2010. De un total de 131,1 billones de dólares, 48
billones se distribuyeron en África, 36,7 billones en Asia y solamente
10,8 en el continente Americano (OCDE 2012).
Por otro lado, el grupo de países clasificados de «renta media»
alberga al 70% de la población mundial y al 72% de los 957 mi-
llones de pobres del año 2000 (CEPAL 2011a :6).
Ello muestra la contradicción de la actual gobernanza del
sistema de cooperación internacional, la cual conserva una visión
restringida de procedimientos y eficacia en el uso de los recursos

6
Concordante con el objetivo 8 de la Declaración del Milenio, destinado a
establecer una alianza mundial para el desarrollo, pero no solo económica
y comercial.

306
La cooperación internacional

sin considerar cuestiones de política más amplia, relacionada con


los procesos de desarrollo de los países beneficiarios.
La importancia de la Cooperación Sur-Sur, que realiza la re-
gión de América Latina y el Caribe, es que a esta última la guían
fundamentalmente las necesidades de desarrollo de los países que la
solicitan. Ella contribuye al fortalecimiento de políticas públicas y
de las capacidades humanas e institucionales, lo que la transforma
en un complemento real de las estrategias nacionales de desarrollo
en la región. Además, se realiza entre gobiernos y no es financiera,
sino principalmente intercambio de conocimiento en el sentido
amplio de la palabra7.
Por su particularidad, la CSS no pretende sustituir a la tradi-
cional Cooperación Norte-Sur; ella es simplemente diferente, es
otra cooperación. Sin embargo, está jugando un papel cada vez más
importante, no solo en el sistema internacional actual sino también
en el debate existente sobre la nueva arquitectura y gobernanza del
sistema global de cooperación para el desarrollo.

iii. El desarrollo de la política de


cooperación de chile

La política de cooperación internacional de Chile nace como polí-


tica pública el año 1990, con la creación de la Agencia de Coope-
ración Internacional de Chile (AGCI), institución responsable de
gestionar la política de cooperación y de articular el sistema nacional
de cooperación internacional chileno (Lazo 2012: 367).
Durante los últimos 20 años, Chile ha recuperado su sistema
democrático y ha desarrollado un reposicionamiento político y
comercial en el escenario internacional, que tiene un punto culmi-
nante el año 2010 con la entrada del país a la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que reúne a los
países desarrollados de mayor influencia en el escenario mundial.

7
Se incluye aquel que se adquiere mediante el intercambio de experiencias,
mediante la formación y/o capacitación de recursos humanos, mediante
la asistencia técnica, mediante las buenas y malas prácticas, mediante los
éxitos y fracasos.

307
Cristina Lazo

Actualmente, Chile, con un ingreso per cápita que se eleva a


14.394 dólares americanos durante el año 20118, es clasificado como
un país de renta media alta. Por ello, deja de ser beneficiario preferente
de la cooperación internacional proveniente de los países OCDE.
Es así como Chile transita desde una condición preponderan-
temente de receptor neto de cooperación internacional durante los
años 90, momento en que la cooperación internacional jugó un rol
muy importante en el proceso de retorno a la democracia, hacia la
de socio para el desarrollo, como un cooperante emergente com-
partiendo su experiencia en la definición de políticas públicas, sus
capacidades técnicas y su conocimiento con otros países de igual
o menor desarrollo, especialmente de la región de América Latina
y el Caribe. Si bien Chile ha mantenido, bajo una modalidad de
cofinanciamiento, su condición de beneficiario, actualmente las
acciones de cooperación internacional que el país emprende son
complemento de la Política Exterior.
Frente a ello, la Agencia de Cooperación Internacional de Chile
(AGCI) ha debido adecuar y actualizar sus políticas a lo largo del
tiempo, de acuerdo a las condiciones internacionales y a los reque-
rimientos del país. Es así como desde el año 1993, Chile empieza
a jugar un rol como cooperante Sur-Sur a través de la definición y
puesta en marcha de un programa de cooperación horizontal, con-
sistente fundamentalmente en la creación de un programa de becas
de magíster y programas de entrenamiento de corta duración para
latinoamericanos en Chile. Posteriormente se inician programas de
asistencia técnica a otros países de igual o menor desarrollo relativo,
de América Latina y el Caribe.
La evolución económica y social chilena a lo largo de los años
noventas, vinculada a las transformaciones del sistema internacional
de cooperación, fue perfilando una política de cooperación más
vinculada a los objetivos de Política Exterior que a aquellos de
desarrollo nacional. Desde el punto de vista institucional, la AGCI
se trasladó definitivamente desde el Ministerio de Planificación y
Cooperación al Ministerio de Relaciones Exteriores el año 2005.

8
El Producto Interno Bruto per cápita o Ingreso per cápita es el producto
interno bruto dividido por la población a mitad de año. Este fue para Chile
de 14.394 dólares americanos medidos a precio corriente.

308
La cooperación internacional

En el entendido de que la cooperación bilateral hacia Chile


tendería a desaparecer dado el alto nivel de ingreso del país, las
prioridades de política se concentraron, durante los últimos años,
en fortalecer la Cooperación Sur-Sur y la Cooperación Triangular
como las nuevas formas de colaboración bajo las cuales Chile pue-
de seguir contribuyendo a la integración y desarrollo de la región
latinoamericana.
La experiencia en cooperación internacional desarrollada por
Chile durante los últimos veinte años, la evolución, adaptación y
actualización de la misma a lo largo del tiempo, ha contribuido
positivamente al desarrollo de la institucionalidad de la cooperación
internacional en el escenario latinoamericano. Asimismo, representa
un aporte al debate internacional actual sobre el rol que cumple o
puede cumplir la cooperación internacional en el desarrollo de las
naciones complementando los esfuerzos nacionales, por un lado, y
la política exterior, por el otro.
Sin embargo, y a pesar de su propia experiencia, Chile enfrenta,
a su modo, los mismos desafíos que el conjunto de la región.

iv. Principales desafíos para la región de


América Latina y El Caribe

La región de América Latina y el Caribe ha desarrollado durante la


última década nuevas modalidades y formas de hacer cooperación.
A través de ellas ha fortalecido el diálogo político y los procesos de
integración regional. Es así como las políticas de cooperación inter-
nacional en nuestro continente son complemento de la política ex-
terior de los Estados y/o de las prioridades nacionales de desarrollo.
Este escenario requiere que América Latina y el Caribe enfrente
algunos importantes desafíos. Entre los más importantes podemos
destacar los siguientes (AUCI 2011):

rEl fortalecimiento de las capacidades institucionales existentes.


Esto es, fortalecer, visibilizar y hacer una gestión eficiente de la
cooperación internacional que se lleva a cabo.

309
Cristina Lazo

rTener las capacidades profesionales necesarias para enfrentar


los cambios en el escenario internacional y modificar las polí-
ticas nacionales si se requiere. Tener capacidad de negociación
y diálogo con las contrapartes institucionales a nivel nacional,
regional e internacional.
rEl fortalecimiento de las capacidades para la definición, monito-
reo, seguimiento y evaluación de los proyectos y/o programas de
cooperación que se llevan adelante institucionalmente.
rLa construcción de políticas públicas de cooperación de mediano
y largo plazo, capaces de adaptarse a los cambios en el escenario
internacional.
rLa incorporación de la academia, la sociedad civil organizada y el
sector privado como actores que pueden enriquecer las políticas
públicas de cooperación internacional.
rEl fortalecimiento de la coordinación y articulación de políticas
a nivel regional y/o subregional con los organismos regionales
existentes como MERCOSUR, CAN, SICA, UNASUR y otros.

Conclusión

La cooperación internacional es un importante complemento para


la política exterior de nuestros países y para las prioridades de desa-
rrollo nacional. Independientemente del ingreso y/o renta per cápita,
la complejidad de los problemas económicos y sociales que viven
nuestras sociedades requiere de soluciones multidimensionales y, en
tal sentido, la cooperación internacional puede ser un aporte relevante.
El desarrollo de nuevos modos de hacer cooperación, como lo
es la Cooperación sur-sur iniciada hace más de 30 años y su moda-
lidad triangular desarrollada hace unos 15 años en el continente,
trae consigo una amplia y diversa experiencia acumulada que hace
de América Latina un interlocutor privilegiado para aportar al me-
joramiento efectivo del actual sistema internacional de cooperación,
de modo que este responda verdaderamente a las necesidades de
desarrollo de los países que la requieran.

310
La cooperación internacional

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Secretaría General Iberoamericana, Madrid. IUUQXXXTFHJC
org (Consulta: 30 de septiembre, 2012).

312
Relación de autores

José Miguel Ahumada


Cientista Político, Universidad Diego Portales. Máster en Economía
Internacional y Desarrollo, Universidad Complutense de Madrid
(España), Máster en Estudios de Desarrollo, London School of
Economics (Inglaterra). PhD (c) Estudios de Desarrollo, Universidad
de Cambridge (Inglaterra).

Isaac Caro
Licenciado en Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chi-
le. Magíster en Estudios Sociales y Políticos, Universidad Alberto
Hurtado (ILADES). Doctor en Estudios Americanos, Universidad
de Santiago. Académico del Departamento de Ciencia Política y
Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.

Armando Di Filippo
Licenciado en Economía, Universidad Nacional del Litoral (Argenti-
na). Magíster en Ciencias Económicas (ESCOLATINA), Universidad
de Chile. Ex funcionario de CEPAL. Académico del Departamento
de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad
Alberto Hurtado y del Instituto de Estudios Internacionales de la
Universidad de Chile.

Shirley Götz
Licenciada en Educación, Universidad de Concepción. Licenciada
en Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile. Ma-
gíster en Ciencia Política mención en Relaciones Internacionales,
Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctoranda en Estudios
Americanos mención Estudios Internacionales, Universidad de San-
tiago. Académica del Departamento de Ciencia Política y Relaciones
Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.

313
Cristina Lazo
Licenciada en Ciencias Económicas, Universidad de París I - Panteón
Sorbonne (Francia). Magíster en Economía, Especialidad Economía
Europea, Desarrollo y Relaciones Internacionales, Universidad de
París I - Panteón Sorbonne (Francia). Doctora en Ciencias Econó-
micas, Universidad de París X - Nanterre (Francia). Ex Directora
Ejecutiva de la Agencia de Cooperación Internacional de Chile.
Académica del Departamento de Ciencia Política y Relaciones
Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.

Isabel Rodríguez Aranda


Licenciada en Historia, Universidad Católica de Valparaíso. Magís-
ter en Estudios Internacionales, Universidad de Chile. Postgrado en
Procesos de Integración de Asia, Europa y América Latina, Universi-
dad de Leiden (Holanda). Doctora en Ciencia Política y Sociología,
Universidad Complutense de Madrid (España). Directora de Ciencia
Política y Políticas Públicas, Facultad de Gobierno de la Universidad
del Desarrollo (Chile).

Mónica Salomón
Licenciada en Lingüística, Universidad de la República Oriental
del Uruguay. Licenciada en Ciencias Políticas y Sociología, Uni-
versidad Autónoma de Barcelona (España). Maestría en Análisis
Político, Universidad Autónoma de Barcelona (España). Doctora
en Ciencia Política y de la Administración, Universidad Autónoma
de Barcelona (España). Postdoctorado en la Universidad Federal
de Rio Grande do Sul (Brasil). Académica del Departamento de
Economía y Relaciones Internacionales de la Universidad Federal
de Santa Catarina (Brasil).

314
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el impacto medioambiental, pues ocupa estrictamente el
papel necesario para su producción, y se aplicaron altos
estándares para la gestión y reciclaje de desechos en
toda la cadena de producción.
Daniel Bello (Editor)

MANUAL DE RELACIONES
INTERNACIONALES
Herramientas para la comprensión de la disciplina

Desde que surgió, en la segunda década del siglo XX, la


disciplina de las Relaciones Internacionales fue ampliando
progresivamente sus márgenes y estableciendo nuevas
fronteras a medida que, en el marco de los sucesivos
debates que se desarrollaron en su seno, se incorporaron
problemáticas emergentes o antes desatendidas.
Este manual tiene como principal objetivo dar cuenta
de la evolución de la disciplina, desde su origen hasta la
actualidad, exhibiendo y analizando los sucesivos debates
teóricos que se llevaron a cabo en el proceso, y mostrando
cómo fueron desarrollándose y transformándose en el afán
de interpretar los vaivenes del escenario internacional. Es-
tudia, también, la evolución del sistema internacional, sus
transformaciones y las dinámicas –sociales, políticas y eco-
nómicas– que propulsaron y aún propulsan tales procesos de
cambio. Como complemento, el libro incorpora una revisión
detallada de la Economía Política Global, área de estudio
que centra los esfuerzos en tratar de entender la relación
existente entre sistema político mundial y la economía, y en
explicar las asimetrías en la distribución de recursos políticos
y económicos en el plano global. Finalmente, se examinan
las distintas modalidades de cooperación internacional, cómo
fueron progresando en el tiempo y el rol que juega, y la impor-
tancia que adquirió, particularmente la cooperación sur-sur, en
América Latina y el Caribe.

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