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H
HUMANISMO Y ANTIHUMANISMO
MANUEL ARRANZ
ESPECIES HUMANAS:
LA NATURALEZA EVOLUTIVA DEL HOMBRE
ANTONIO ROSAS GONZÁLEZ
EL MUNDO DE LAS MENINAS.
EL TESTAMENTO DE UN GENIO
JUAN JOSÉ LÓPEZ-IBOR
FILOSOFÍA Y GIMNASIA,
Enero 2014
Fundada en 1923
por
José Ortega y Gasset
Director:
José Varela Ortega
Secretario de Redacción:
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www.ortegaygasset.edu
Q ENTREVISTA
Antonio Escohotado: «Lenin, Trotsky y Mao (también Fidel
y el Che) fueron señoritos mantenidos por sus familias».
Ernesto Castro Córdoba 117
Q NOTA
El efecto complementario de la ID en la productividad empre-
sarial. Andrés Barge-Gil y Alberto López 133
Q CREACIÓN LITERARIA
Microlitos. Paul Celan 136
Q LIBROS
Historia mínima de España. Julio Crespo MacLennan 143
La Guerra Civil española en Filipinas. Eduardo González
Calleja 147
Los escritos de Gaos sobre Ortega. Carlos Gómez 151
Antonio Escohotado:
«Lenin, Trotsky y Mao (también Fidel
y el Che) fueron señoritos mantenidos
por sus familias»
Ernesto Castro Córdoba
[ 117 ]
gráfica que nos recuerda con insistencia la felicidad del mundo antes de la
muerte del fatídico archiduque Francisco Fernando, llegando esta tendencia
hasta el límite mismo del paroxismo con Florian Illies y su 1913. Un año
hace cien años, una colección de anécdotas sobre aquellos efímeros instan-
tes proustianos.
A buen seguro que todos estos modismos editoriales tienen en común un
interés sincero por analizar los términos que utilizamos para polarizar la
opinión pública hablando de anteayer con expresiones acuñadas ayer mismo.
La voluntad de reforzar dicotomías históricas o acrecentar la superioridad
normativa de cierta opción política llevan muchas veces a vincular –entre
otras muchas fiestas a guardar– 1789 y 1917. Una alineación comunista
(o totalitaria, según los gustos) que tendría como contraparte ahistórica un
equipo liberal (o capitalista, si se prefiere) opuesto a través de los tiempos.
Cabe tomar como reflejo de similar estado de opinión la popularidad de
franquicias como Pocket Communism, la colección de Verso Books
destinada a remontar los orígenes del anticapitalismo hasta el mismísimo
Espartaco. Bajo estas condiciones compete a los historiadores el desmenuzar
los maniqueísmos y matizar las similitudes, según toque en cada caso. He
aquí la audacia de Los enemigos del comercio, la trilogía incompleta
de Antonio Escohotado (1941) que motiva el plantear esta entrevista, pues
nada menos busca el filósofo madrileño que hacer compatibles varias cosas
que muchos juzgan directamente incompatibles, a saber: (1) mantener
elevados niveles de investigación historiográfica; (2) formular hipótesis ge-
nerales sobre la mentalidad comunista desde Atenas hasta Hugo Chavez.
El cuestionario planteado a Escohotado, cuya obra resulta en todo
punto impresentable por extensa, prolífica y conocida, pretendía sonsacar
cuestiones vinculadas con los aciertos del recién publicado segundo volumen
(indudables sobre todo cuando plantea escindir la tradición socialista del
mesianismo belicista), pero también indicando ausencias notables en una
historia del siglo XIX (¿dónde está la Guerra de Secesión?), planteando
asimismo elementos de reconciliación entre el liberalismo del autor y el
presunto fanatismo anti-mercado de los personajes históricos estudiados. El
resultado, sin embargo, termina siendo una entrevista sobre el propio hecho
de entrevistar, un recordatorio interesante sobre la utilidad (y los inconve-
nientes) de la Historia para el debate político vigente.
— Para empezar tengo que decir que tu libro tiene una cosa especial-
mente sorprendente para cualquiera familiarizado con la historia del antica-
pitalismo: su título. Cuando sacaste el primer volumen de Los enemigos
del comercio muchos dimos por sentado que los últimos doscientos años del
movimiento obrero merecían otro genitivo. Los enemigos del comercio
brillan por su ausencia en el siglo XIX. Tú mismo dedicas cinco capítulos
a los cooperativistas anglosajones, partidarios de la división del trabajo y
el intercambio de mercancías, otros cuatro a Marx y Engels, cuya única
objeción madura contra la competencia era que tiende a formar monopolios
«naturales, es decir, racionales». Entre mutualistas franceses, lib-lab
británicos y sindicalistas norteamericanos, los amigos del comercio ocupan
un tercio del trabajo. A tenor de su crítica del trabajo por cuenta ajena, ¿no
hubiera sido mejor título para este libro Los enemigos del salario?
— Hay varias preguntas simultáneas, que al mezclarse con
varias afirmaciones transforman el cuestionario en un excurso
múltiple. Al parecer, «la historia del anticapitalismo» no representa
un movimiento convencido de que la propiedad privada es un
robo y el comercio su instrumento, y al parecer «los enemigos del
comercio brillan por su ausencia en el siglo XIX». Ambas cosas son
tan palmariamente inciertas que quizá se me escapa algún chiste
sutil. ¿En qué siglo surgieron el comunismo blanquista, la cruzada
de Weitling, Bakunin y Nechayev, el materialismo dialéctico y el
milenio laico owenita? En cuanto a los cooperativistas británicos
¿cómo no recordar su revisión semántica del término, que pasa
a significar «actividad no competitiva»? En cuanto a Engels y
Marx ¿realmente afirmas que «su única objeción madura contra
la competencia era que tiende a formar monopolios “naturales,
es decir, racionales”»? ¿No maldijeron la división del trabajo, la
economía dineraria, el mecanismo de oferta y demanda, y «los in-
— Las mejores partes del libro (mis preferidas) tienen lugar allí donde
tomas partido por cierto bando inesperado. Por ejemplo cuando defiendes
a Saint-Simon ante la mala lectura realizada por Isaiah Berlin, quien
quisiera colgarle el sanbenito de comunista expropiador, cuando a tu juicio
estamos más bien ante un modelo de liberal socialmente comprometido, por
decirlo brevemente, apoyado sobre una historia realista (próxima a Hegel)
del desarrollo histórico. O cuando dices que desde un punto de vista liberal
el Tratado teológico-político «es como la piedra miliar de las bóvedas
antiguas [...] solo ella puede absorber las tensiones de cada arco».
Que alguien avise a los althusserianos: estaban equivocados, el proscrito
de Amsterdam no colabora para Le Monde Diplomatique. Dicho esto,
¿podrías resumir para el lego por qué gente tipo Keynes o Hayek tienen
más en común que en contra? ¿En qué consiste ese socialismo individualista
(verdadero oxímoron para muchos oídos) que Durkheim podría, dado el
caso, llegar a suscribir? ¿No me digas que los manuales del colegio (y de la
escuela austriaca) yerran cuando definen el socialismo como el elemento de
transición hacia el comunismo?
— Claro que afirmo tal cosa. Los manuales españoles de
colegio, y los universitarios, son la quintaesencia del sesgo y la
ignorancia sobre los orígenes del socialismo. Como el volumen
entra tan a fondo en la cuestión, me limito a recordar que el so-
cialismo se adapta al medio (como un termostato), mientras el
comunismo permanece invariable (como un reloj). Hay menciones
a un socialismo mesiánico o «real», pero se trata de comunismo. El
socialismo no puede estar reñido con el sufragio universal secreto
–como acontece, por cierto, en todas las democracias populares–
sin caer en la incoherencia de tomar al «trabajador» y al «pueblo»
como un débil mental, incapaz de autogobernarse. De ahí el co-
mentario de Bernstein, alma mater del SPD: «Si el socialismo no
es un liberalismo comprometido con la democracia solo será una doctrina
mesiánica salvaje, alimentada por fanáticos del recomenzar desde cero y el
“tanto peor tanto mejor”».
Place, «el viejo calvo», que me explicó mil cosas ignoradas sobre
Inglaterra, sencillamente con sus actos y unos pocos textos.
En cuanto al aparato crítico, seguirá ampliándose sin perjuicio
de seguir limitado a obras citadas. Quizá no reparaste en lo senci-
llo que resulta transcribir bibliografías de otros, en contraste con el
rigor de limitar la cita a obras manejadas por uno mismo.
E. C. C.