Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Arritmias
Ana Miguel Gutiérrez.
Cardiología.
Medicina Interna
Arritmias
Las alteraciones del ritmo cardiaco se denominan arritmias: taquiarritmias si la frecuencia es superior a 100
lpm y bradiarritmias si es menor de 60 lpm.
Taquiarritmias
I. CONCEPTO
Una taquiarritmia se define como aquel ritmo cardiaco con una frecuencia mayor de 100 lpm en, al menos,
tres latidos consecutivos. Se clasifican según su origen en taquicardias supraventriculares (TSV): cuando
para mantenerse precisan de estructuras localizadas por encima de la división del haz de His, es decir, las
aurículas y el NAV; y taquicardias ventriculares (TV): cuando para su mantenimiento solo precisan de tejido
ventricular.
Cualquier taquiarritmia es potencialmente una urgencia vital, por lo que el primer paso ha de ser una rápida
valoración clínica de la situación hemodinámica del paciente. Se debe disponer de monitorización
electrocardiográfica, registro de la tensión arterial, la saturación de oxígeno y canalizar, al menos, una vía
venosa.
Se debe realizar una anamnesis breve que recoja algunos datos fundamentales de la historia clínica del
paciente. La existencia de cardiopatía estructural previa y su gravedad es un dato esencial (la cardiopatía
isquémica y las miocardiopatías son situaciones predisponentes al desarrollo de arritmias ventriculares).
Asimismo, hay que interrogar por la presencia de otras enfermedades (enfermedad pulmonar obstructiva
crónica [EPOC], asma, hipertiroidismo), y por el uso de fármacos potencialmente proarrítmicos (digital,
antiarrítmicos, brocodilatadores) o causantes de alteraciones electrolíticas (diuréticos) que puedan
precipitar la aparición de arritmias. Además se preguntará por síntomas graves (angina, síncope, disnea).
En la exploración física hay que buscar signos que reflejen bajo gasto cardiaco o mala perfusión periférica
(obnubilación, palidez, sudoración, frialdad distal) y/o de insuficiencia cardiaca. El pulso venoso yugular
puede encontrarse elevado si existe insuficiencia cardiaca; puede mostrar palpitaciones rápidas y regulares
en la base del cuello (“signo de la rana”) en la taquicardia intranodal; ausencia de onda “a” en la fibrilación
auricular y ondas “a” ocasionales de gran amplitud (“ondas a cañón”) que indican disociación AV en las TV
y en el bloqueo AV completo. En la auscultación cardiopulmonar se buscarán signos de cardiopatía
subyacente (soplos, alteraciones de los ruidos cardiacos), signos de insuficiencia cardiaca izquierda o
broncoespasmo.
2. Pruebas complementarias
2.1. Laboratorio
2.2. Electrocardiograma
Es el elemento fundamental. Se ha de obtener un ECG de superficie de 12 derivaciones, así como una tira
de ritmo. Se deben valorar, de forma sistemática, tres puntos: la frecuencia cardiaca, la regularidad y la
duración de los complejos QRS (un QRS es ancho si dura más de 0,12 seg) y las ondas P (si están
presentes o no, su morfología, su posición respecto al QRS y la constancia o variabilidad del PR). Supone
una gran ayuda la comparación con ECG previos del paciente, si están disponibles.
Con todo ello el objetivo es identificar si se trata de una TV o de una TSV, ya que difieren tanto en el
tratamiento como en el pronóstico (Figuras 1 y 2).
Cuando el QRS es estrecho invariablemente se trata de una TSV, pero si el QRS es ancho es posible que
se trate tanto de una TV como de una TSV. Ante una taquicardia de QRS ancho hay que recordar que la
buena tolerancia clínica no excluye la posibilidad de que se trate de una TV y, en pacientes con cardiopatía
estructural, sobre todo si existe un infarto de miocardio (IAM) previo, toda taquicardia regular de QRS ancho
debe considerarse como TV hasta que se demuestre lo contrario. Ante la duda de si es TSV o TV hay que
tratar la taquicardia como si fuera una TV.
Se debe realizar una radiografía de tórax en busca de signos de insuficiencia cardiaca o de cardiopatía
previa (cardiomegalia). El ecocardiograma es una herramienta muy útil que nos orienta en la posible
etiología de la arritmia (cardiopatía isquémica, enfermedad valvular, disfunción ventricular severa,
miocardiopatía infiltrativa, enfermedad pericárdica), en el conocimiento de la repercusión en la función
ventricular que puede tener y nos puede ayudar a tomar una decisión en lo relativo a la estrategia
terapéutica.
3. Tratamiento
El tratamiento inicial se recoge en las figuras 3 y 4 y en la tabla I. Los aspectos específicos se detallan en
los apartados siguientes.
1. Taquicardias supraventriculares
Son aquellas que se originan y mantienen a través de estructuras situadas por encima de la división del haz
de His, es decir, las aurículas y/o el NAV. Suelen presentar un QRS estrecho, ya que la activación ventricular
tiene lugar a través del sistema específico de conducción. Las TSV pueden presentarse como taquicardias
de QRS ancho cuando se asocian a trastornos de conducción por las ramas (aberrancia) o a la presencia
de vías accesorias (preexcitación).
La morfología de la onda P es la del ritmo sinusal. La frecuencia cardiaca se suele encontrar entre 90-120
lpm. Generalmente es secundaria a una causa fisiológica, como la respuesta al ejercicio físico, o patológica
(anemia, fiebre, hipertiroidismo y ansiedad). El tratamiento es el de la causa desencadenante.
1.2. Fibrilación auricular
b. Clínica y clasificación: en la evaluación clínica se debe incluir los síntomas secundarios a la propia FA
(palpitaciones, astenia, dolor torácico). Una aproximación objetiva la proporciona la clasificación EHRA
(Tabla II), que evalúa los síntomas producidos por la FA que desaparecen cuando se restaura el ritmo
sinusal o se consigue un control efectivo de la frecuencia. Su uso ayuda a decidir qué estrategia de
tratamiento es más recomendable. Además, la pérdida de la actividad mecánica auricular puede precipitar
un deterioro hemodinámico importante en pacientes con cardiopatía previa, con aparición de síntomas y
signos de insuficiencia cardiaca, y la propia taquicardia mantenida puede llevar a un empeoramiento de
la función sistólica ventricular (taquimiocardiopatía). A todo ello hay que añadir las potenciales
complicaciones cardioembólicas y la consecuente necesidad de tratamiento antitrombótico crónico.
o Control de frecuencia: en estos pacientes se acepta la FA como ritmo cardiaco de base, por lo que el
objetivo es actuar sobre la frecuencia ventricular. Para ello, una vez identificados y controlados los
factores precipitantes (fiebre, hipoxia, anemia, enfermedad tiroidea) se valorará el fármaco más adecuado
para el control de la frecuencia ventricular (Figura 7 y Tabla I). Si el tratamiento en monoterapia no es
efectivo resulta útil combinar la digoxina con un calcioantagonista no dihidropiridínico o con un
betabloqueante. Se recomienda reducir la dosis de digoxina en pacientes tratados con verapamilo, en
ancianos y en pacientes con insuficiencia renal. En general no se deben asociar calcioantagonistas y
betabloqueantes (salvo en casos seleccionados y bajo monitorización estrecha). A medio-largo plazo el
control de la frecuencia cardiaca se recomienda en pacientes con todo tipo de FA usando los mismos
fármacos empleados en la fase aguda. En la elección se debe tener en cuenta que los betabloqueantes
y los calcioantagonistas no dihidropiridínicos reducen la frecuencia tanto en reposo como en ejercicio,
frente a la digoxina, que es menos eficaz en el ejercicio (Figura 8). En pacientes en los que no se
consigue control de la respuesta ventricular a pesar de estas combinaciones, y continúan sintomáticos o
desarrollando taquimiocardiopatía, ha de considerarse la ablación por radiofrecuencia del NAV previo
implante de un marcapasos definitivo.
Figura 7. Elección del fármaco para el control de la frecuencia en la fase aguda (FA).
Figura 8. Tratamiento farmacológico para control de frecuencia en la fibrilación auricular (a largo plazo).
Es fundamental antes de tomar una decisión, en lo relativo al tratamiento antitrom- bótico, determinar el
riesgo hemorrágico del paciente, especialmente de eventos hemorrágicos mayores como la hemorragia
intracraneal (que es la complicación más temida de la anticoagulación y se asocia con una elevada
mortalidad y discapacidad). Para ello, la escala de riesgo hemorrágico HAS-BLED es la más utilizada (Tabla
V). Es obligatoria la revisión periódica del riesgo de sangrado de cada paciente, así como la corrección de
los factores de riesgo de sangrado potencialmente reversibles (HTA, patología gastrointestinal...). Sin
embargo, un elevado riesgo hemorrágico per se no debe considerarse como único dato para excluir a un
paciente del tratamiento anticoagulante.
El cierre percutáneo de la orejuela izquierda debe valorarse en aquellos pacientes con elevado riesgo
tromboembólico que presenten contraindicación para la anticoagulación prolongada (por ejemplo por
eventos hemorrágicos graves o embolias a pesar de una correcta anticoagulación).
Actualmente existen distintas opciones terapéuticas para llevar a cabo la anticoagulación. Por una parte
contamos con los fármacos inhibidores de la vitamina K, como son el acenocumarol y la warfarina,
aceptándose como rango terapéutico un INR entre 2-3 (entre 2,5-3,5 si el paciente es portador de prótesis
mitral mecánica) y con objetivo de tiempo terapéutico en rango superior al 70% durante el seguimiento.
Además, recientemente se han añadido los denominados nuevos anticoagulantes orales (NACO). Este
grupo lo integran el dabigatrán (inhibidor directo de la trombina), el rivaroxabán, el apixabán y el edoxabán
(inhibidores directos del factor Xa). En relación con los NACO estos ofrecen mayor eficacia (en términos de
reducción de la tasa de accidente cerebrovascular o embolismo sistémico) y mejor perfil de seguridad en
relación con eventos hemorrágicos mayores (presentando dabigatrán, rivaroxabán y edoxabán mayor tasa
de sangrado gastrointestinal) en comparación con warfarina. Están indicados en pacientes con FA no
valvular y no requieren un ajuste periódico de dosis basado en un parámetro de la coagulación, pero deben
administrarse con precaución (dosis baja) en pacientes con insuficiencia renal moderada y están
contraindicados en presencia de insuficiencia renal grave.
a. Concepto: es una arritmia que se caracteriza por un ritmo auricular rápido, regular y organizado, visible
en el ECG en forma de ondas monomorfas sin que exista un segmento isoeléctrico entre ellas (aspecto
de “dientes de sierra”), que se denominan ondas F. Se producen como consecuencia de la aparición de
grandes circuitos de reentrada (macrorreentradas) a nivel de las aurículas.
b. Clínica: suele presentarse como una taquicardia regular de QRS estrecho con una respuesta ventricular
en torno a 150 lpm, ya que suele existir bloqueo fisiológico 2:1 a nivel del NAV. Puede observarse
conducción 1:1 en pacientes con vía accesoria con conducción anterógrada rápida, en situaciones de
exceso de catecolaminas o por efecto de fármacos antiarrítmicos como flecainida (que ralentiza las ondas
de flutter y permite la conducción 1:1 a los ventrículos). Asimismo, puede existir mayor grado de bloqueo
(3:1, 4:1.…) bajo tratamiento con fármacos frenadores del NAV o cuando coexiste enfermedad del
sistema intrínseco de conducción. En algunos casos la respuesta ventricular puede ser irregular, por
conducción AV variable, y en otros el QRS puede ser ancho (vía accesoria, bloqueo de rama preexistente
o funcional).
c. Clasificación: la forma más frecuente es el flutter típico o ístmico, denominado así por originarse por un
circuito de macrorreentrada alrededor del anillo tricuspídeo. El flutter típico (Figura 11), a su vez, puede
dividirse en común (el circuito recorre el anillo tricuspídeo en sentido antihorario, con una frecuencia de
ondas F de 250-350 lpm, con polaridad negativa en ii, iii, aVF, V5 y V6 y positiva en V1) y en inverso
(activación en sentido horario con ondas positivas en la cara inferior). El flutter atípico no gira alrededor
del anillo tricuspídeo, sino de otras estructuras auriculares o cicatrices previas y pueden presentar una
frecuencia auricular mayor y ondas F con distinta polaridad y, a menudo, “melladas”. La distinción entre
ambos tipos de flutter es importante, ya que tiene implicaciones terapéuticas de cara a plantear la
interrupción del circuito mediante la ablación por catéter. Con cierta frecuencia el flutter coexiste con
fibrilación auricular.
d. Tratamiento: es superponible al descrito para la FA, aunque con ciertos aspectos distintivos. En general
la CVE sincronizada es muy eficaz para interrumpirlo, siendo suficiente, generalmente, energías de 50-
100 J. Por el contrario, suele tener mala respuesta a la cardioversión farmacológica: los fármacos del
grupo Ic (flecainida, propafenona), grupo Ia (procainamida, quinina) y III (amiodarona) tienen una eficacia
bastante limitada y presentan riesgo de proarritmia y efecto inotrópico negativo. Además pueden
enlentecer la frecuencia auricular y favorecer una conducción 1:1 a los ventrículos, por lo que deben
utilizarse asociados a fármacos que controlen la respuesta ventricular, especialmente si se emplea la
quinina o la flecainida. En general esto no es necesario con amiodarona (ya que tiene capacidad
intrínseca frenadora del NAV). Cuando se opta por un control de la frecuencia se pueden emplear los
mismos fármacos descritos para la FA, aunque en general son menos eficaces. Además el flutter puede
aparecer en el contexto de otras patologías, como la exacerbación de la EPOC o la embolia pulmonar, y
el tratamiento adecuado de las mismas es fundamental para el control de la arritmia. Tras el episodio
agudo hay que plantear un tratamiento preventivo de nuevas recurrencias. La ablación mediante
radiofrecuencia de la parte más vulnerable del circuito: el istmo cavo-triscuspídeo tiene un alto índice de
éxito (mayor del 95%) con bajo riesgo de complicaciones, por lo que se ha convertido en el tratamiento
de elección en el flutter típico en la gran mayoría de los casos. El tratamiento farmacológico tiene un
papel muy limitado, tanto por su escasa eficacia como por sus efectos adversos, entre los que destaca la
proarritmia. Pueden utilizarse fármacos Ic (propafenona, flecainida) y III (amiodarona o sotalol).
En los casos de flutter atípico la ablación es más compleja, puesto que debe delimitarse el circuito en las
aurículas, que habitualmente tiene relación con la presencia de escaras y/o cicatrices quirúrgicas en las
aurículas. En casos no susceptibles de ablación, con mal control de los síntomas, intolerancia al
tratamiento antiarrítmico o comportamiento incesante (pueden ocasionar disfunción sistólica por
taquimiocardiopatía) estaría indicada la ablación del NAV e implante de un marcapasos definitivo como
última opción terapéutica.
Ante todo flutter auricular recurrente o primer episodio sintomático, o en pacientes con cardiopatía
estructural, se recomienda remitir directamente al paciente a una unidad especializada en arritmias. Por
último, aunque el riesgo embólico se supone menor que el de la FA, se recomienda anticoagulación con
las mismas pautas que en esta.
Al igual que el caso del flutter, las taquicardias auriculares solo precisan de tejido auricular para su
mantenimiento. A diferencia de este se originan en zonas concretas de la aurícula, por lo que se denominan
de forma más específica “taquicardias auriculares focales”. La frecuencia de las ondas P es variable, entre
130-220 lpm, y su morfología dependerá del punto en el que se origine la despolarización auricular (en
general será negativa en II, III y aVF cuando el origen esté en la parte inferior de la aurícula, o negativa en
I y aVL y positiva en V1 cuando la activación auricular proceda de la aurícula izquierda), siendo la frecuencia
ventricular variable en función de la conducción a los ventrículos. Con maniobras vagales o adenosina/ATP,
al aumentar el grado de bloqueo, se reduce la respuesta ventricular, pero habitualmente no se interrumpe
la taquicardia, lo que resulta útil para el diagnóstico diferencial con otras taquiarrimias supraventriculares
(TSV). Las taquicardias auriculares con frecuencia tienen comportamiento paroxístico o incesante. Pueden
distinguirse dos tipos: unifocal y multifocal.
a. Taquicardia auricular unifocal: la onda P tiene una morfología constante. El mecanismo de la misma
puede ser por aumento del automatismo (pacientes con neuropatías, intoxicación digitálica –a menudo
con bloqueo AV 2:1 o más avanzado– y también en personas jóvenes sin cardiopatía) o por pequeños
circuitos de reentrada (microrreentradas). El tratamiento agudo se basa en la corrección de los factores
desencadenantes y en aplicar los algoritmos descritos (ver Apartado II. “Aproximación diagnóstica y
terapéutica inicial”). Como tratamiento preventivo son de elección los calcioantagonistas no
dihidropiridínicos y betabloqueantes, pudiéndose administrar fármacos del grupo Ic o amiodarona como
segunda opción. Si el paciente persiste sintomático a pesar del tratamiento farmacológico debe valorarse
la posibilidad de realizar un estudio electrofisiológico y, mediante radiofrecuencia, tratar de practicar una
ablación en el foco de la taquicardia.
Los fármacos de primera elección son el ATP o la adenosina, por su alta eficacia (superior al 90%) y la corta
duración de su efecto. Además resultan útiles para el diagnóstico diferencial entre las taquicardias por
reentrada AV y las auriculares. El verapamilo intravenoso tiene una eficacia similar y una vida media más
larga, por lo que resulta útil si la taquicardia recurre tras la administración de ATP, o si este está
contraindicado, pero debe evitarse en las taquicardias de QRS ancho por el riesgo de provocar inestabilidad
hemodinámica grave por su efecto inotrópico negativo. Hay que individualizar el tratamiento preventivo en
función de la frecuencia y repercusión clínica de los episodios. En algunos casos puede ser suficiente la
realización de maniobras vagales por el paciente o el tratamiento farmacológico solo durante las crisis, sin
precisar tratamiento crónico. En caso de recurrencias frecuentes, que afecten a la calidad de vida o por
elección del paciente, existen dos opciones: los fármacos frenadores del NAV como verapamilo,
betabloqueantes de vida media larga, o antiarrítmicos del grupo Ic (salvo en pacientes con cardiopatía
estructural relevante), ambos grupos disminuyen el número de episodios y la frecuencia de la taquiarritmia,
y la ablación por radiofrecuencia, que se plantea como un tratamiento curativo al eliminar el sustrato.
Actualmente, esta última es la alternativa más empleada y se recomienda ofrecerla a los pacientes dada la
elevada eficacia (mayor del 90%) con baja tasa de complicaciones (menor del 1% de bloqueo del nodo AV).
Se producen en presencia de fibras de conducción (bandas de tejido miocárdico) anormales que conectan
eléctricamente las aurículas y los ventrículos. Se trata de trastornos congénitos, por lo que las arritmias que
asocian son más frecuentes en niños y adultos jóvenes que en pacientes de edad avanzada. La mayoría
de las vías accesorias se dan en pacientes sin cardiopatía estructural; sin embargo, en ciertas cardiopatías
son relativamente más frecuentes como en la enfermedad de Ebstein, la miocardiopatía hipertrófica o la
válvula aórtica bicúspide.
Cuando en ritmo sinusal la vía accesoria tiene capacidad de conducción anterógrada origina un patrón
electrocardiográfico de preexcitación: PR corto, onda delta (empastamiento inicial del QRS) y QRS ancho.
Esto se produce porque la vía accesoria conduce más rápidamente que el NAV, por lo que la activación
ventricular se adelanta (preexcitación), originando un intervalo PR corto. Como esta activación ventricular
se lleva a cabo a través de fibras miocárdicas y a través del sistema específico de conducción, la porción
inicial del QRS se ensancha, originando la onda delta. La porción final del QRS es normal porque depende
del sistema de conducción. Si la vía accesoria solo tiene capacidad de conducción retrógrada se denomina
vía oculta: el ECG en ritmo sinusal es normal, pero existe un sustrato para la aparición de taquicardias.
Cuando la vía accesoria interviene en la producción de taquicardias se habla de síndrome de Wolf Parkinson
White (WPW). Los pacientes asintomáticos con patrón de preexcitación en el ECG no precisan tratamiento,
salvo que desempeñen determinadas profesiones (pilotos, conductores profesionales o deportistas), en los
que se recomienda la ablación. El riesgo de presentar arritmias en los pacientes asintomáticos es de
aproximadamente 1,7% al año y el de presentar muerte súbita se estima en 1/1.000 pacientes al año. No
obstante, ya que los riesgos de la ablación son actualmente bajos y es un procedimiento potencialmente
curativo, se debe informar al paciente de las opciones terapéuticas.
b. Taquicardias preexcitadas
La presencia de una vía accesoria puede favorecer la conducción rápida a los ventrículos de cualquier
TSV. Dada su frecuencia relativa y el riesgo de transformación en fibrilación ventricular (FV) hay que
resaltar la FA preexcitada. Es una arritmia irregular con QRS ancho y variable. El tratamiento
recomendado, si hay inestabilidad hemodinámica, es la CVE (también se puede emplear la flecainida o
propafenona iv). Se contraindican los frenadores del nodo AV por el riesgo de favorecer la conducción
por la vía accesoria y el potencial riesgo de degeneración a FV. Tampoco se recomienda la amiodarona
por el mismo motivo: tiene un efecto hipotensor y depresor de la conducción nodal cuando se administra
por vía intravenosa, por lo que se han descrito casos de inducción de FV tras su administración en este
contexto.
2. Taquiarritmias ventriculares
Las taquiarritmias ventriculares (TV) suponen más del 80% de las muertes súbitas (en jóvenes en relación
con canalopatías y miocardiopatías y en adultos en relación con enfermedad coronaria, valvulopatías y
disfunción ventricular). La mayoría se deben a FV, a menudo precedida de una TV. Por ello, es crucial el
diagnóstico diferencial de las TV (potencialmente malignas) frente a otras taquicardias de QRS ancho
benignas (TSV con conducción aberrante) (ver Apartado II. “Aproximación diagnóstica y terapéutica inicial”).
Las taquicardias ventriculares pueden ser monomórficas o polimórficas (Tabla VII). Las primeras tienen una
morfología constante mientras que en las segundas la morfología del QRS es cambiante y son más
inestables, teniendo mayor riesgo de degenerar en FV.
o Displasia arritmogénica del ventrículo derecho: es más frecuente en varones y se caracteriza por la
sustitución de los cardiomiocitos por tejido adiposo y fibroso. Hasta en un 50% de los pacientes se
produce también afectación del ventrículo izquierdo. El ECG típico se caracteriza por bloqueo de rama
derecha (BRD) con una “muesca” al final del QRS en precordiales derechas, denominada “onda épsilon”,
bajos voltajes y T negativas también en precordiales derechas. El tratamiento antiarrítmico de elección
es el sotalol o la amiodarona. En los pacientes que presentan arritmias ventriculares sostenidas debe
plantearse el implante de un DAI. La ablación por radiofrecuencia tiene tasas de éxito variables y son
frecuentes las recurrencias por el carácter progresivo de la enfermedad.
o Síndrome de Brugada: es una enfermedad genética más frecuente en varones y en el sudeste asiático,
que ocurre en ausencia de cardiopatía estructural y que se debe a una pérdida de los canales de sodio
de la membrana celular. Existen tres patrones clásicos electrocardiográficos, siendo diagnóstico solo el
primero, que consiste en una imagen de BRD y elevación del segmento ST > 2 mm en forma de “lomo
de delfín” con onda T negativa en las derivaciones V1 a V2 (pudiendo ser este patrón espontáneo o tras
un test de provocación farmacológico). Se asocia a un riesgo aumentado de TV polimorfas y muerte
súbita. Dichos episodios son más frecuentes durante el sueño, episodios febriles, con el empleo de
antiarrítmicos del grupo I, así como con el consumo de cocaína y alcohol. El único tratamiento eficaz para
la prevención de muerte súbita en estos pacientes es el implante de un DAI.
o Ritmo idioventricular acelerado: es un ritmo ventricular con una frecuencia habitualmente entre 60-100
lpm. Se produce a menudo como signo de reperfusión coronaria en los IAM. Es especialmente común en
los IAM inferoposteriores, asociándose frecuentemente con bradicardia sinusal. No se asocia a mal
pronóstico y no requiere tratamiento específico. En caso de deterioro hemodinámico se puede utilizar la
atropina iv.
Bradiarritmias
I. CONCEPTO
Las bradiarritmias y los bloqueos de la conducción son una observación clínica frecuente y pueden ser una
reacción fisiológica (por ejemplo en deportistas sanos) o corresponder a un trastorno patológico. Se definen
por la presencia de una frecuencia cardiaca < 60 lpm.
La forma de presentación clínica de las arritmias abarca desde signos electrocardiográficos asintomáticos
hasta una amplia variedad de síntomas (mareo, aturdimiento, vértigo, presíncope, síncope, crisis de Adam-
Stokes, fatiga, letargia etc.).
Se clasifican en dos grandes grupos: la disfunción del nódulo sinusal y las alteraciones de la conducción
auriculoventricular.
Es un trastorno crónico y progresivo que afecta a la generación del impulso del nódulo sinusal y su
transmisión en el interior de las aurículas, y se produce principalmente en ancianos (Tabla VIII). Las
manifestaciones en el ECG son:
Se define por una frecuencia cardiaca < 60 lpm. Habitualmente es más una reacción fisiológica que un
estado patológico. Se aprecia frecuentemente en deportistas, adultos jóvenes en reposo, por la noche y de
forma transitoria por un aumento del tono vagal (Figura 14).
Figura 14. Bradicardia sinusal.
Se definen como el retraso o el bloqueo del impulso sinusal a las aurículas. Solo pueden diagnosticarse por
ECG de superficie los bloqueos sinoauriculares de segundo grado (es decir, los intermitentes). Estos, a su
vez, se dividen en dos tipos:
a. Mobitz I o Wenckebach: la conducción hacia las aurículas se retrasa progresivamente hasta que se
produce una pausa sinusal (intervalo P-P, que es progresivamente más corto hasta que se produce la
pausa).
b. Mobitz II: la conducción sinoauricular es fija antes del bloqueo completo del estímulo sinusal (no hay
acortamiento progresivo del intervalo PP). La pausa que se origina es el doble al intervalo PP de base.
Las pausas de tres segundos o más se consideran significativas y pueden justificar la implantación de un
marcapasos en los pacientes sintomáticos (Figura 15).
2. Bloqueo auriculoventricular
Es un trastorno en el que los impulsos auriculares son conducidos con retraso o no son conducidos a los
ventrículos. El bloqueo AV adquirido puede estar causado por diversos trastornos extrínsecos e intrínsecos
(Tabla IX). Se clasifica según criterios electrocardiográficos en bloqueo auriculoventricular (BAV) de primer
(parcial), segundo (intermitente) o tercer grado (completo). Dado que el segmento PR incluye la conducción
auricular, nodal y de sistema ventricular de conducción, muchas veces es difícil determinar por el ECG de
superficie la localización del bloqueo. En función de los registros de electrofisiología intracardiaca pueden
diferenciarse bloqueos suprahisianos (en el nodo AV), intrahisianos (en el haz de His) o infrahisiano (distales
al haz de His).
Prolongación anormal del intervalo PR (> 0,2 seg) en forma constante. Todas las ondas P se siguen de un
complejo QRS (Figura 16).
En este tipo de bloqueo la conducción a los ventrículos es intermitente y suele seguir un patrón estable. Se
señala con el código X:Y, siendo X el n.º de P totales e Y el n.º de P conducidas a los ventrículos en una
secuencia determinada (ejemplo: en el BAV 3:2 se conducen dos de cada tres ondas P). Puede dividirse
en dos tipos, según los patrones observados en el ECG: tipo Mobitz I o de Wenckebach y tipo Mobitz II.
a. Tipo Mobitz I: el BAV de segundo grado Mobitz tipo i clásico se caracteriza por una prolongación
progresiva del intervalo PR hasta que una P se bloquea (fenómeno de Wenckebach). Antes del impulso
bloqueado debe haber al menos dos ondas P conducidas (es decir, un bloqueo AV 3:2) para poder
determinar el comportamiento de los intervalos PR. Puede ser fisiológico durante el sueño, en personas
jóvenes o con hipertonía vagal (Figura 17).
b. Tipo Mobitz II: se define por la aparición de una sola onda P no conducida asociada a intervalos PR
constantes, antes y después de un solo impulso bloqueado. De nuevo precisamos dos ondas P
consecutivas conducidas para hacer el diagnóstico (Figura 18).
Se caracteriza por el fallo de la conducción al ventrículo en cada onda P o cada impulso auricular, con lo
que se produce una disociación AV completa, con unas frecuencias auriculares superiores a las
ventriculares. Puede ser congénito o adquirido. El ritmo de escape ventricular revela la localización
anatómica del bloqueo: un bloqueo AV completo con un ritmo de escape de 40 a 60 lpm y un complejo QRS
estrecho en el ECG de superficie se encuentra generalmente dentro de la unión AV y se observa a menudo
en el BAV congénito (Figura 21). Un complejo QRS ancho asociado a una frecuencia de 20 a 40 lpm implica
generalmente un bloqueo en el sistema de His-Purkinje (Figura 22).
Figura 21. Bloqueo auriculoventricular de tercer grado, con QRS estrecho (suprahisiano).
Figura 22. Bloqueo auriculoventricular de tercer grado, con QRS ancho (infrahisiano).
La historia clínica es útil para valorar la correlación de los síntomas y el ritmo, la repercusión hemodinámica
y descartar causas reversibles (ver Tablas VIII y IX). El ECG de superficie generalmente aporta la
información necesaria para caracterizar el tipo y localizar el nivel en que se encuentra el bloqueo (Figura
23). En los pacientes con un BAV intermitente, el registro del ECG Holter y la prueba de esfuerzo son
importantes para establecer una correlación entre los síntomas y el ritmo.
En la fase aguda una bradiarritmia sintomática con inestabilidad hemodinámica debe ser tratada con
fármacos vagolíticos por vía intravenosa, como la atropina, el isoproterenol, la dopamina (Figura 24) o
colocación de marcapasos temporal transcutáneo y si está disponible de inmediato estimulación por vía
endovenosa. Los pacientes estables deben ser monitorizados continuamente con marcapasos de
estimulación transcutánea para valorar síntomas relacionados con bradicardia, la identificación y el
tratamiento de las causas reversibles.
1. Concepto y nomenclatura
Los marcapasos son dispositivos diseñados para la corrección de los defectos de conducción cardiacos,
supliendo la función eléctrica fisiológica del corazón. En general, el marcapasos está compuesto por un
generador que se coloca, en la mayoría de los casos, en la región prepectoral izquierda, por debajo de la
clavícula. Dicho generador se conecta a través de unas sondas a las cavidades cardiacas, siendo variable
el número de sondas y cavidades estimuladas.
Todos los marcapasos se nombran con tres letras (AAI, VVI, DDD) dependiendo de su función, según un
código establecido (Tabla XII). Algunos marcapasos tienen la capacidad de variar su frecuencia
adaptándose al ejercicio físico con sensores de actividad. Estos sensores pueden medir la actividad del
paciente y sus variaciones con el ejercicio, aumentando la frecuencia de estimulación. Estos dispositivos
añaden la letra R a su nomenclatura (DDD-R, AAI-R).
2. Indicaciones
A pesar de la variedad de situaciones clínicas en las que existe indicación para la colocación de un
marcapasos definitivo, existen dos factores generales que siempre hay que considerar: la correlación de
los síntomas y la bradiarritmia, y la localización de la alteración en la conducción (en general se recomienda
colocación de marcapasos en la disfunción sinusal y en el BAV de 2.º grado tipo Wenckebach, solo cuando
son sintomáticos, y en el BAV de 2.º grado (Mobitz-II, 2:1, avanzado) o BAV de 3.er grado, sean sintomáticos
o no (Tablas XI y XII).
La disfunción del marcapasos es un cuadro que puede ser grave en función del grado de dependencia del
ritmo del paciente a la estimulación por el marcapasos. Globalmente, y de forma simplificada, la disfunción
de marcapasos se puede dividir en:
Defectos de sensado: el marcapasos no es capaz de detectar las despolarizaciones propias del corazón,
no inhibiéndose ante un estímulo natural. Encontraremos estímulos del mismo no coordinados con el ritmo
basal. Si el estímulo del marcapasos coincide con la onda T puede desencadenar una taquicardia helicoidal
o torsade de pointes (fenómeno R sobre T) (Figura 25).
Sobresensado: el marcapasos interpreta como un latido cardiaco una señal extracardiaca (potenciales
diafragmáticos, interferencias electromagnéticas, etc.) que dan lugar a la inhibición de la estimulación. No
se observan espigas cuando debería haberlas. Puede deberse a una fractura en el cable de estimulación.
Defectos de captura: el marcapasos genera un estímulo eléctrico de forma correcta, pero dicho estímulo no
se captura por el ventrículo (no genera un QRS) (Figura 26). Estos defectos suelen producirse por deterioro
de las sondas, elevación del umbral de energía necesario para la estimulación o agotamiento de la batería.
El diagnóstico y el tratamiento muchas veces es complejo, por lo que debe ser realizado en una unidad
especializada.
BIBLIOGRAFÍA
Bayeés de Luna A. Passive arrhythmias. En: Clinical arrhythmology. 1.ª ed. Oxford:
Wiley-Blackwell; 2011.
Camm AJ, Lip GY, de Caterina R, et al. 2012 focused update of the ESC Guidelines for
the management of atrial fibrillation. Eur Heart J. 2013 Sep;34(36):2850-1.
January CT, Wann LS, Alpert JS, et al. 2014 AHA/ACC/HRS Guideline for the
management of patients with atrial fibrillation: Executive Summary. J Am Coll Cardiol.
2014 Dec 2;64(21):2305-7.
Kirchhof P, Benussi S, Kotecha D, Ahlsson A, Atar D, Casadei B, Castella M, Diener HC,
Heidbuchel H, Hendriks J, Hindricks G, Manolis AS, Oldgren J, Popescu BA, Schotten
U, Van Putte B, Vardas P. 2016 ESC Guidelines for the management of atrial fibrillation
developed in collaboration with EACTS. Euro Heart J. 2016 Aug 27.
Priori SG, Blomström-Lundqvist C, Mazzanti A, et al. 2015 ESC Guidelines for the
management of patients with ventricular arrhythmias and the prevention of sudden
cardiac death. Eur Heart J. 2015 Nov 1;36(41):2793-867.
Vogler J, Breithardt G, Eckardt L. Bradiarritmias y bloqueos de la conducción. Rev Esp
Cardiol. 2012;65(7):656-67.