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1.- En primer lugar, debemos ser sinceros sobre lo ocurrido.

Tanto si se trata de
una enfermedad terminal, como de un suicidio o una muerte violenta, no
debemos tratar de edulcorar la situación. La verdad facilitará mucho el proceso
mientras que lo contrario generará futuras complicaciones como inseguridad y
desconfianza.
2.- Debemos hacerles partícipes de los rituales de despedida. Los rituales nos
ayudan a ir asimilando progresivamente la pérdida y nos permiten aportar
nuestro granito de arena en esa despedida.
3.- Debemos escuchar su opinión y tenerla en cuenta. Deben sentirse
respetados y valorados como miembros importantes de la familia. Aunque no
compartamos su visión, es importante darles un espacio para que puedan
expresarla.
4.- Ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Nuestra postura debe ser la de
hacerles saber que estamos disponibles para lo que necesiten,
acompañándoles en su dolor, sin tratar de evitarlo ni empequeñecerlo, al
tiempo que respetamos su espacio y su necesidad de estar a solas.
5.- No permitiremos que asuman roles que no les corresponden y
fomentaremos que su rutina y actividades sufran el menor número posible de
cambios. Es fundamental que sigan siendo hijos y no pasen a asumir roles de
cuidado, nosotros continuamos siendo los padres.
6.- Permitiremos que expresen sus emociones sin coartarlas. Rabia, enfado,
tristeza, culpa… sean las que sean es importante darles salida. Recordemos
que no hay emociones buenas o malas, las emociones tienen una función
adaptativa y nos dan mucha información. Y en el duelo la única manera de
adaptarse a la pérdida pasa por elaborar el dolor asociado a la misma, esté
hecho de las emociones que esté hecho.
7.- Por último, estaremos atentos a cualquier conducta de riesgo que puedan
mostrar sin relativizar su importancia.

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