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EL DISCURSO SOBRE LA MUJER EN LA PRIMERA PARTE DE LOS AFECTOS

ESPIRITUALES, ESCRITOS POR SOR FRANCISCA JOSEFA DE LA


CONCEPCIÓN DE CASTILLO Y GUEVARA

Vanessa Zuleta Quintero

1. Introducción
El presente texto tiene como objetivo general estudiar el discurso sobre la mujer en
la primera parte de los Afectos espirituales (1726), que comprende del afecto 1 hasta el
afecto 108, escritos por Sor Francisca Josefa de la Concepción de Castillo y Guevara
(Tunja, 1671-1741). El objetivo específico, de este, es aportar otra mirada interpretativa a
dicha obra; puesto que, los trabajos críticos realizados hasta el momento versan,
primordialmente, sobre literatura mística y conventual.
La hipótesis de la que se partió fue la presunción de la existencia de un discurso
sobre la mujer en los Afectos espirituales¸ atravesado por el yo autobiográfico de la autora,
pero que, a su vez, actúa de manera independiente para retratar a la mujer de la época
colonial. Lo anterior, no desconoce que el texto haya pasado por filtros de confesores y
editores que pudieron modificar fragmentos significativos de sus ideas; sin embargo, se
presupone que la censura trascendió el tiempo y sus posibles alteraciones; así que, en lo que
llegó hasta este presente, se puede reconocer dicho discurso.
Las preguntas que guiaron el análisis fueron: ¿cuál es el discurso sobre la mujer
colonial del siglo XVIII que se puede identificar en la primera parte de los Afectos
espirituales? y ¿cuáles dinámicas sociales del siglo XVIII se entrevén a partir de dicho
discurso sobre la mujer de esa época? Para responderlas se comenzó por definir la categoría
“mujer” a partir de las condiciones de emergencia sociohistóricas con las convivió la
autora, por lo cual se empleó lingüística de corpus. En la revisión de fuentes externas que
definieran la categoría de “mujer” se accedió al corpus del Nuevo diccionario histórico
(2013) y al Mapa de diccionarios (2013); con la intención de encontrar acepciones,
locuciones, paremias y coapariciones de palabras que acompañaran a “mujer” y permitieran
un acercamiento a la reconstrucción de la definición de ese término para dicha época. Las
fuentes consultadas comprendieron entre los años 1715 y 1832; lo que permitió observar
los cambios en su significado y su posible conexión con los de Afectos espirituales. Para el
rastreo de la categoría de “mujer” en la obra, se empleó el software AntConc que
contabilizó la frecuencia de apariciones de la palabra, sus colocados y concordancias; las
cuales contribuyeron a la identificación del campo semántico construido a partir del
discurso sobre la mujer.

2. Marco teórico
La lingüística de corpus será la metodología central para el análisis; puesto que,
según Hincapié Moreno & Bernal Chávez (2018), esta se encarga de sistematizar y analizar
conjuntos extensos de datos ordenados con criterios lingüísticos, literarios, culturales y
sociales. Con el propósito de dar cuenta de la lengua en uso, valiéndose de herramientas
computacionales y estadísticas que facilitan el acceso, almacenamiento y análisis de los
datos desde concepciones diversas. De este modo se obtienen pruebas empíricas y reales de
hipótesis planteadas.
Las concordancias, como Hincapié Moreno & Bernal Chávez (2018) refieren, se
obtienen por medio de herramientas informáticas que arrojan resultados en los que una
palabra determinada aparece acompañada por elementos de sus contextos lingüísticos.
Dichas concordancias se entienden como las relaciones entre las apariciones de una misma
palabra y los términos anteriores o posteriores. Las colocaciones, por su parte, guardan
relación con las concordancias y las frecuencias. Una colocación se ve influenciada por
estas dos categorías, ya que corresponde a la frecuencia de aparición de una palabra en
compañía de otra.
La categoría determinante para los procesos estadísticos realizados fue “mujer”. Sin
embargo, por lo problemático que puede resultar la definición de esta categoría, se siguió a
Butler (2007) en su deconstrucción del género y se situó dicha palabra en un contexto
histórico particular de aparición y uso, porque “es imposible separar el «género» de las
intersecciones políticas y culturales en las que constantemente se produce y se mantiene”
(Butler, 2007, p.49). Así pues, el género femenino no se constituye de forma coherente y
unívoca en los diversos contextos históricos y se presenta en relación con modalidades
raciales, de clase, étnicas e identidades discursivamente constituidas.
Como complemento de Butler, se revisó la comprensión de Golubov (2011) sobre la
teoría literaria feminista postestructuralista; puesto que esta interpreta los textos como
lugares donde se produce el género. Allí, los significados están relacionados y adquieren
sentido cuando se articulan con los discursos disponibles en el momento histórico de su
producción y con el entramado discursivo disponible en el momento de su recepción. De
este modo, la autora manifiesta que los textos ofrecen, por tanto, construcciones posibles de
formas de feminidad culturalmente disponibles e imaginables, así como sujetas a las
normas de la convención literaria y a los géneros literarios en los que se adscriben.
Las prácticas ejecutadas por las mujeres también se ven determinadas y limitadas
por sus momentos históricos de realización. El acto mismo de la escritura en el siglo XVIII
para una mujer con las condiciones de Josefa del Castillo puede resultar un acto transgresor,
según el lugar desde el que se interprete. Es por esto que, para Benavides & Estrada (2004),
la escritura de las mujeres es un intento por detener a quienes han pretendido silenciarlas o
escribir por ellas. Incluso, después de que las mujeres han hablado en público se les ha
dicho que sus maneras femeninas de expresar sus pensamientos son solo emotivas,
irracionales y parciales. Pero justamente porque, en un mundo en el que el lenguaje y el
significado son poder, se hace indispensable estudiar las voces de las que, con su escritura,
han dado el paso de lo privado a lo público.
Con base en lo expuesto, no se puede desconocer el entramado discursivo que
acompañó las representaciones creadas por Josefa del Castillo. Por esto, se tuvo en cuenta
una configuración frecuente en los discursos de la época: el cuerpo en el Barroco como una
experiencia moral. Borja Gómez (2002) asevera que el estudio del cuerpo barroco en los
discursos posibilita la reconstrucción de las bases sobre las que se asientan los mecanismos
de interrelaciones culturales e ideologías prominentes en los comportamientos
intersubjetivos. Al mismo tiempo, este codifica a los grupos culturales y establece las
maneras de percibirlo y pensarlo.

3.Breve trasfondo histórico-literario


Al estudiar los Afectos espirituales de Josefa del Castillo no debe perderse de vista, para
Achury Valenzuela (1962), la estrecha relación que guardan con la autobiografía Su vida. El
autor, agrega que Josefa del Castillo comenzó a escribir los Afectos espirituales poco
después de haber ingresado al convento en el año 1964 y, también, por orden de uno de sus
confesores. La autora aludió explícitamente en Su vida a la influencia que su confesor tuvo
en el texto: “hasta aquí he cumplido mi obediencia, y por el amor de Nuestro Señor, le pido,
me avise, si es esto lo que Vuestra Paternidad me mandó, o he excedido en algo, y si será
este camino de mi perdición” (p. 213). En su relato autobiográfico insertó, además, algunos
Afectos. Estos son, en cierto modo, el soporte y la estructura material de su biografía
espiritual.
Respecto al conocimiento que la autora tenía sobre las escrituras, Achury Valenzuela
(1962), asegura que era extenso y detallado, así como de la lengua latina. En su trabajo
crítico con la obra, el autor logra señalar las coincidencias, metáforas, alegorías y tópicos
usados por otros autores de la literatura mística y ascética española; desde los cuales
consigue identificar claras influencias de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz en
Josefa del Castillo.
Las situaciones que rodeaban la existencia de la autora, como lo afirma Borja
Gómez (2002), se caracterizaron por una “espiritualidad exterior”, porque la jerarquía
católica establecía que toda práctica debía ser visible desde el exterior, para asegurar su
efectivo control. Añade que este era uno de los grandes proyectos de la contrarreforma que
pretendía el control sobre los cuerpos, actitudes y conciencias. Práctica llevada a cabo
mediante diferentes mecanismos como la confesión obligatoria “o el desplazamiento de la
mística como concepto autónomo, visible, cercado y controlado, de lo cual también da
testimonio el acto de hacer públicas las biografías y/o autobiografías de quienes
manifestaban actitudes místicas” (Borja Gómez, 2007, pp. 22-23).
A las estructuras represivas de la contrarreforma en el Barroco se le suma la
particularidad de lo que significaba habitar la colonia en el Nuevo Reino de Granada como
mujer; pues, según lo afirma Lora-Garcés (2005), las mujeres solo tenían cuatro opciones
de vida: ser doncellas, casadas, viudas o monjas. Asimismo, las monjas gozaban de
mayores ventajas que las casadas, porque podían tener esclavas a su servicio y, en la
mayoría de casos, una celda con adornos lujosos como regalo de sus padres. Por lo cual,
Lora-Garcés (2005) describe el convento como una alternativa para que la mujer fuera
dueña de su vida, puesto que “les ofrecía una alternativa para poder sobrevivir a la asfixia
que les ocasionaba el no poder satisfacer sus deseos de “saber”, o acrecentar sus talentos,
por la ausencia de un espacio que les ayudara a abordar las posibilidades de ser ellas
mismas” (Lora-Garcés, 2005, p.23).

4. Análisis
El discurso sobre la mujer en la obra de Josefa del Castillo no se midió por la
frecuencia más alta de palabras que hablaran sobre ella, sino mediante las coapariciones de
términos que otorgaron el sentido a la construcción de lo femenino y, por tanto, al campo
semántico con el que la autora configuró su discurso sobre la mujer. Pese a que se trata de
un texto en el que los sustantivos predominantes son (entre paréntesis el número de veces
que aparecen en el texto): alma (860), Dios (826) y señor (647), a la mujer se aludió
explícitamente en 6 referencias y el campo semántico para nombrarla se constituyó de las
siguientes palabras: madre (85), esposo (82), hermosura (70), esposa (33) y esclava (31).
Dicho campo semántico se puso en diálogo con los hallados en diccionarios y
corpus históricos; pues, como ya se mencionó previamente, la representación que se hace
del género se construyó en correspondencia con una época histórica y social específica. En
el Nuevo diccionario histórico del español se buscaron las frecuencias de mayores
coapariciones de la palabra mujer, en el conjunto de textos desde el siglo XII hasta 1975 en
199.387.676 casos. Este corpus histórico identificó que las principales coapariciones de la
categoría mujer en él son: crear (8.042), sangrar (7.515), rogar (6.792) y pertenecer (2.745),
en los verbos; justo (2.961), religioso (2.736), diferente (2.716) y distinto (749), en los
adjetivos y esfuerzo (17.365), oración (4.696), espíritu (4.055) y arte (3.445), en los
sustantivos. Lo que deja ver claramente que la mujer en el corpus es representada como un
ser creador, dependiente, determinado por el esfuerzo, por algunos aspectos religiosos y por
su explícita diferencia respecto a un otro.
Los casos hallados en los diccionarios y fragmentos de los corpus enfatizaron y
precisaron los términos con los que comúmente se ha representado a la mujer; los cuales
coinciden con los introducidos en la obra de Josefa del Castillo. Madre, en Afectos
espirituales, y crear, en el corpus histórico, fueron las palabras que más veces aparecieron
para referirse a la mujer. Ambas refuerzan el sentido tradicionalmente concebido de la
mujer como la creadora de vida. Además, su aparición en el texto agrega sentidos que
expanden lo comprendido por madre. En uno de los Afectos se la retrata no solo como la
criatura que ha dado vida, sino como la que está encargada del bienestar de su hijo: “lo has
de hacer con aquel amor y tiento que cura la madre a su tierno y querido hijo, aplicando la
medicina, más para la sanidad que para el dolor” (p.321) y como la defensora de sus
miedos: “¿Qué madre amorosa y tierna, dejó llegar a su mano ilesa el rigor del cauterio por
quitar el temor al niño pequeño que lo necesita?” (p.34).
Su labor como madre, creadora de vida y, a su vez, encargada de protegerla, como
en los ejemplos citados, coaparece con las palabras hijo, curar, quitar y amor. Su misión
como protectora y cuidadora de la vida que creó se puede observar también en un
documento anónimo hallado en el corpus de los documentos lingüísticos de Colombia, de
1715, en el que se relata que Teresa Rus solicita licencia judicial para administrar los
caudales de la familia, por haberle sobrevenido a su marido un accidente de demencia:
“zede en mi perjuizio y de mis hijos menores y del dicho de mi marido a cuio remedio no
puedo ocurrir por ser tal mujer casada no poder conforme a las leyes de estos reinos tratar
ni comerciar ni poner el cobro y diligencias que combengan”. Aquí, Teresa Rus coincide
con la representación de la mujer protectora que hace Josefa del Castillo, quien, en este
caso, debe cuidar y asegurar, también, el bienestar de su esposo y no solo de los hijos a los
que les dio la vida.
Esposo, la segunda palabra con mayor frecuencia de aparición para referirse a la
mujer, se puede vincular con el cuarto verbo del corpus histórico: pertenecer. Puesto que la
mujer es retratada por Josefa del Castillo como un bien del que el hombre dispone para sus
servicios y que está determinado únicamente por su voluntad: “así el alma ninguna cosa
quiere, sino es la presencia, gobierno y disposición de su querido esposo; sin El, todas las
cosas pueden serle despeño y pérdida; con El, todas, aun las más adversas, se le convertirán
en bien” (p.138). El esposo, por tanto, se configura como una sinécdoque con la cual ella es
nombrada, puesto que con solo hablar de una parte (el hombre), se estaría aludiendo a ese
todo ausente (la mujer).
En el diccionario consultado de 1787, la primera acepción registrada para mujer es
“la hembra del hombre, ó de la naturaleza humana. Mujer casada, la que ha contraído
matrimonio” (p. 635) lo que corrobora lo reflejado en Afectos espirituales sobre la
pertenencia de la esposa al esposo y, por tanto, la sumisión que ella debía a él. La diferencia
de veces que aparece la palabra esposo con relación a esposa en Afectos espirituales,
asimismo permite comprender la potestad que tenía el esposo para validar la existencia de
la mujer. Ella era en tanto tuviera esposo, argumento que coincide también con otra de las
acepciones del mismo diccionario: “ser mujer, frase que denota estar ya, ó ser apta para el
matrimonio” (p. 635).
La tercera palabra, hermosura, aparece constantemente en Afectos espirituales para
aludir a las cualidades de las mujeres; a las cuales se vinculan términos que continúan
expandiendo el campo semántico de mujer: “su hermosura es ante su esposo en su interior
secreto; secreto a los ojos humanos, y aun a los suyos propios” (p.214). Es claro que la
cualidad de la mujer adquiere valor, cuando existe en presencia de su esposo, al que ella
debe sumisión y obediencia, pues ni siquiera para sí misma es permitido el reconocimiento
de su propia hermosura. Lo cual se corrobora con otro fragmento en el que Josefa del
Castillo expresa su preocupación por que una mujer pierda su hermosura “ella deseaba
agradar a su esposo, y reconocía aquella fealdad en sí misma, y se hallaba sin fuerza para
salir de aquella trabajosa fealdad” (p.232). La anulación de la voluntad sobre el cuerpo
femenino se ve también en esta cita en la que autora describe a un esposo que se quiere
deleitar los sentidos con su esposa “muéstrame tu rostro para agrado de mi vista, porque tu
rostro es grandemente hermoso y majestuoso” (p.147).
Lo anterior, deja ver la interrelación que van adquiriendo las palabras del campo
semántico y las que se suman a él para ampliar la categoría de mujer, en la situación textual
específica. No obstante, su sentido se complementa, al mismo tiempo, con las definiciones
que aparecieron en diccionarios cercanos a su momento histórico, como es el caso del de
1832, en el que se empleaban refranes para referirse a las mujeres y enfatizaban en la
importancia de su hermosura: “compuesta no hay mujer fea. Refrán que denota que el aseo
y la compostura encubren la fealdad” (p.502). Dejaban ver, a su vez, lo limitadas que
estaban por sus esposos y la obligación que tenían de estar hermosas solo para ellos “la
mujer del ciego para quién se afeita? Refrán. que vitupera el demasiado adorno de las
mujeres con el fin de agradar á otros más que á sus maridos” (p.502). Lo cual no dista de la
representación que configura Josefa del Castillo al referirse, tanto a la hermosura, como la
actitud de las mujeres ante sus esposos.
La cuarta palabra en el rango, esposa, ya bastante citada e integrada a las demás, se
inserta en este campo semántico descrito, para reafirmar significados y continuar
expandiendo otros como en este caso: “esta castísima esposa lleva en su seno, y abriga en
su calor hasta la mayor edad al alma” (p.71). Al deber de sumisión, pertenencia y
determinación por el esposo se le añade, por tanto, la exigencia de la castidad en ella. En
este apartado se consolidan e integran los sentidos a los que se venía haciendo referencia,
pues la autora retrata a la mujer como un ser enajenado por la voluntad de su señor esposo,
sin criterio e, incluso, con una historia y un pasado anulado desde la adquisición de su rol
como esposa; es decir, en ese presente solo es en tanto el esposo le permita ser:
Así que la esposa que de veras ama, no conoce más voluntad que la de su Señor y esposo; y si el le
preguntara: ¿dónde quieres que vamos, dónde quieres que estemos?, sólo respondiera: yo qué sé,
Señor, yo qué sé, llevadme donde quisieres. Y no tengo más patria que a vos, yo olvidé mi pueblo y la
casa de mi padre, yo no busco en el campo otro tesoro, pues todas mis cosas y a mí misma di por vos
(p.204).

En concordancia con este retrato del discurso femenino para el siglo XVIII, Lavrin
(1990) reafirma que las mujeres de la colonia en Hispanoamérica raramente cuestionaron
sus papeles en la sociedad como madres y esposas; razón que las llevó a permanecer
ancladas a las familias. Con su postura, Lavrin (1990), reitera lo encontrado en Afectos
espirituales sobre la frecuencia alta de aparición de madre, pues expresa que la maternidad
era una función preeminente para el momento. La esperanza de la familia se apoyaba en los
hijos, quienes dependían de que sus madres los criaran y cuidaran debidamente, así que
toda su energía se iba en esta labor. Lo dicho permite sostener, entonces, que la labor de la
mujer como esposa y madre implicaba un esfuerzo para garantizar el bienestar de sus hijos
y esposo. El sustantivo esfuerzo aparece en el corpus histórico consultado con la mayor
frecuencia de todas (17.365) y, por tanto, da un retrato de lo que podía significar la
existencia, vida y naturaleza de la mujer: un esfuerzo.
La última palabra del campo semántico, pero no por ello la menos significativa, es
esclava. En el fragmento citado a continuación Josefa del Castillo está describiendo a una
mujer que habla con Dios y le pide que se refiera a su esposo como si él fuera su amo:
“decid, que es mi Señor, y que soy su esclava; que adoro las cadenas con que muestro serlo;
que ellas son mi libertad, y mi gloria” (p. 234). El sentido que adquiere la esclavitud en
relación con la condición de mujer y de esposa, anula por completo la de ser humano; pues
aquí es evidente la correlación del campo semántico construido hasta el momento para
retratar a una mujer que no puede pensar, que no existe si no es en relación con su esposo y
que, aún así, se encuentra a gusto con su condición:
su rey la amaba pobre, humilde y esclava; y este amor es para ella su trono, su corona y su gloria, y
sólo aprecia aquellas cosas que la han de hacer más agradable a los ojos de su señor; pues si éstas son
sus cadenas, su pobreza y dolor, el andar humillada y abatida, ésa es su gloria, ése es su trono, ésa su
corona y su cielo, el amor de su esposo (p.235).

En la sociedad colonial del siglo XVIII las mujeres que eran esclavas, como lo
afirma Lavrin (1990), se quejaban del maltrato que recibían de sus amos, pues las
separaban de sus hijos y esposos. Los hijos de las esclavas continuaban siendo esclavos en
su adultez y regularmente las mujeres esclavas se casaban con hombres esclavos. No
obstante, la denominación que otorga Josefa del Castillo a la mujer de naturaleza libre, pero
obligada a ser madre, determinada por su esposo, mujer por el hecho de haberse casado y
esclava de su amo, también llamado esposo, da cuenta de la inferioridad que ocupaba la
mujer en la sociedad y en la familia colonial en el siglo XVIII, narrada en Afectos
espirituales.
El cuerpo de la mujer es representado por la autora, como un cuerpo barroco,
sufriente y moral, pero, también, en relación con el trabajo y su supervivencia. Pues,
aunque ella es presentada en el texto en condición de desventaja respecto al hombre, no
quiere decir que solo pudiera cuidar a sus hijos, sino que, además debía trabajar el campo
“como quien labra su tierra para coger frutos de vida eterna, arrancando con valor, con el
trabajo de sus manos, y con la fortaleza de sus brazos, sus abrojos, espinas y malas yerbas,
que siempre produce” (p. 75). Dicha predisposición que obligaba a la mujer a trabajar por
su subsistencia, se ratifica en dos refranes del Mapa de diccionarios de 1787 en los que
queda clara la importancia de que la mujer trabajara en su hacienda, aun cuando le
correspondía servir a su esposo y a sus hijos: “la mujer, y la sardina de rostro en el fuego,
refrán que muestra el deseo de que la mujer sea laboriosa y vele sobre su hacienda” (p.635)
y “la mujer que poco vela tarde hace luenga tela, manifiesta que la mujer debe ser
hacendosa y trabajadora” (p.635).
A la esclavitud que debían las mujeres a los esposos, se le sumaba la de la
dependencia económica de ellos. Así lo relata Lavrin (1990), cuando describe que las
esclavas viudas o solteras pertenecían a sus amos; de ellos dependía su comida y a ellos
debían servir sexualmente, en cambio, las mulatas o mujeres casadas dependían de su
esposo. Aunque algunas de ellas trabajaran, el trabajo del hombre tenía una mejor
remuneración que el de la mujer. Agrega que, pese a su condición subordinada, se han
encontrado otras fuentes documentales que permiten asegurar que había mujeres solteras o
abandonadas que también llevaban su propia vida en trabajos dignos elegidos por ellas, lo
cual la lleva a concluir que la caracterización de las mujeres como un grupo homogéneo
resulta inadecuada.

5. Conclusiones
La hipótesis de la que se partió respecto a la existencia de un discurso sobre la
mujer, alterno al del yo autobiográfico, pudo ser confirmada después del análisis de las
frecuencias de apariciones de las palabras y de su puesta en relación con la particularidad
de la situación textual. Puesto que, como bien lo expresa Lora-Garcés (2005), el lenguaje
interrogativo y suplicante que enuncia aspectos vinculados a la religiosidad y a la relación
con Dios se pronuncia con otro discurso del conocimiento dado y recibido por Dios, más
enfocado en la cotidianidad de las mujeres coloniales y que, por ejemplo, podría ser usado
por Josefa del Castillo para la enseñanza de las novicias en el cumplimiento de sus deberes
y del ideal de mujer retratado por ella a través de Dios.
Lo anterior queda expresado en las palabras: madre, esposo, hermosura, esposa y
esclava; con las cuales se configuran el campo semántico del discurso sobre la mujer,
desligado, parcialmente, de la explícita referencia religiosa. Pues este, al mismo tiempo,
crea otros subcampos que amplían los significados de las diversas posibilidades de mujeres
y responden a las dos preguntas planteadas en principio sobre las dinámicas sociales
generadas en la sociedad colonial del siglo XVIII y sobre el discurso femenino configurado
por Josefa del Castillo en los Afectos espirituales.
Resta enfatizar que en Afectos espirituales se configura un discurso sobre la mujer
que pertenece a una época; en el cual se exalta la característica reproductiva de esta, la
importancia de la relación y determinación de ella con su esposo, la necesidad de su
hermosura y su situación de esclava de su esposo, solo por la condición de ser mujer, sin
importar el grado de libertad con el que hubiera nacido. Este, a su vez, convive y se
complementa con algunas palabras de mayor frecuencia de aparición en el corpus histórico
consultado como crear, pertenecer y esfuerzo. Las cuales, en la situación textual aportan
otro significado, entre los posibles, acerca del discurso sobre la mujer colonial del siglo
XVIII. Lo anterior, no significa que se tipifique a todas las mujeres de su momento y que
pueda ser generalizado, sino que se configura un discurso particular de una mujer que,
además de escribir sobre las mujeres de su época, transgredió la privacidad de su escritura y
llegó hasta esta contemporaneidad para permitirnos escuchar su voz pues la situó “en el
espacio de la palabra pública, igualándola con un listado de mujeres excepcionales que,
como Sor Juana Inés de la Cruz, se mueven entre los límites de la oposición hombre/ mujer,
público/privado” (Ferrús Antón, 2008, p. 39).

6. Referencias bibliográficas

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