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PRESENTACIÓN

La Familia en las teorías de Género. Karin Rosemblatt.

Las dinámicas internas de la familia y la relación de la familia con otras instancias e instituciones sociales han sido temas prioritarios
para las cientistas sociales que trabajan desde perspectivas feministas o de género. 1 Cuestionando conceptos habituales, ellas han obligado a
otras corrientes conceptuales a repensar sus análisis y han revitalizado y ampliado así los estudios acerca de la familia. Han aportado además
a las teorías de género, ayudando a entender cómo se genera y reproduce la subordinación de la mujer.

En este trabajo se exploran algunos de los debates en relación a la familia que se han dado entre antropólogas, sociólogas e
historiadoras feministas. Recogiendo una pluralidad de opiniones y de corrientes feministas, se describen aquí los resultados y las
proposiciones de investigaciones que a pesar de tener orientaciones diversas tienen en común un compromiso feminista. Es decir, estas
pesquisas entienden de modos distintos la subordinación de la mujer y las formas de sobrellevarla, pero todas están comprometidas de algún
modo con proyectos feministas que intentan mejorar las condiciones de vida de las mujeres.

Además de provenir de corrientes diversas, las indagaciones examinadas se refieren a realidades locales y nacionales plurales. Por
lo tanto, las conclusiones a que llega cada autora y las generalizaciones que construye dependen en gran medida tanto de su ubicación
teórica como de su inserción en un contexto político e histórico específico. De allí que estos marcos conceptuales no deben ser aplicados de
una manera mecánica a la realidad chilena. No obstante, teniendo presente la especificidad chilena, es posible aprovechar para nuestros fines
el rico debate que se ha dado en torno a realidades que pueden ser distintas a la nuestra. (Para un estudio especialmente atento a las
variaciones culturales ver O'Connell 1994.)

En el presente trabajo se hace un recuento no sólo de las teorías de género en sí, sino también de los trabajos académicos
feministas que las antecedieron. Con el fin de esclarecer el desarrollo del pensamiento feminista, primero se hace un breve recuento de los
dos momentos del desarrollo de la teoría feminista: antes y después de la emergencia del concepto de género. En una segunda sección, se
contrastan las teorías feministas acerca de la familia con las teorías no-feministas, señalando cómo---al enfocar la subordinación de la
mujer---las feministas han puesto en tela de juicio muchas verdades recibidas.

En este trabajo se consideran las dinámicas internas y externas de la familia, su rol privado y su rol público, en secciones
separadas. Sin embargo, y a pesar de esta división analítica, en ambas secciones se señala la interdependencia de ambas esferas.

El análisis social del mundo "privado," que ha sido uno de los aportes principales de la teoría feminista, es analizado en la tercera
sección de este trabajo. Aquí se describen las posiciones feministas en relación a la familia en sí --su dinámica interna, sus funciones, su
relación con la subordinación de la mujer---examinando tres temas en particular: 1) las relaciones matrimoniales y los conflictos de poder
dentro de] matrimonio; 2) la familia y la crianza de los niños; y 3) el rol de la afectividad en la vida familiar. En la discusión de las relaciones
conyugales se detallan los deberes y derechos inherentes al contrato matrimonial. Al enfocar el matrimonio, institución que le brinda
reconocimiento legal y social a las relaciones de pareja y codifica expectativas diferenciales para hombres y mujeres, emergen claramente las
desigualdades dentro de las relaciones de pareja. Por eso se ha privilegiado un análisis del matrimonio por sobre un análisis de las relaciones
de convivencia. A diferencia de esta primera sub-sección, las dos sub-secciones siguientes enfocan ámbitos en donde no prevalecen formas
contractuales avaladas por la ley. Por consiguiente, al enfocar el papel afectivo de la familia y el rol de hombres y mujeres en la crianza de los
niños, la existencia o no de una familia legalmente constituida no aparece como relevante.

En un cuarto capítulo, se discute la relación de la familia con los ámbitos públicos del estado, de la política, y del trabajo
remunerado. Aquí, se destacan estudios feministas acerca de la influencia de los roles familiares en la definición de la ciudadanía y en la
persecución del desarrollo económico.

Finalmente, en una última sección, se presentan algunas sugerencias relativas al estudio de la familia y a la elaboración de políticas
públicas hacia la familia en Chile.

I. TEORÍA FEMINISTA, TEORÍA DE GÉNERO

Las teorías de género surgen a fines de los años ochenta. Aunque son parte de un proyecto académico feminista anterior, que
irrumpió junto con la segunda ola feminista, marcan una segunda etapa en el desarrollo intelectual y académico. En un primer momento ---a
partir de la re-emergencia del feminismo en Europa y Estados Unidos a fines de la década del sesenta y en Latinoamérica a partir de 1976
cuando comienza el decenio de la mujer de Naciones Unidas-se manifiesta un interés académico por estudiar la mujer y entender las razones
de su subordinación. Dentro del mundo académico, este interés se cristaliza en los "estudios de la mujer. " En una segunda etapa, se
desarrolla el concepto "género" y se pone un mayor énfasis en las diferencias entre las mujeres; en el papel que juegan el estado, la política,
y el mercado laboral en la reproducción de la desigualdad; y en el estudio de los hombres en cuanto hombres: el tema de la masculinidad.

1
'En este trabajo, me refiero a las y no a los investigadores, subrayando de este modo el rol protagónico que han jugado las mujeres dentro
de este campo de investigación. Sin embargo, vale la pena señalar que algunos investigadores hombres han hecho aportes importantes a la
teoría feminista y la teoría de género.
Inicialmente, a principios de la década de los setenta, la teoría feminista se preocupa por descubrir cómo se genera, históricamente,
la subordinación de la mujer. Siendo que las investigadoras ven la identificación de las raíces de esa subordinación como un paso necesario
hacia su superación, ellas se vuelcan a desenterrar esas raíces. Al constatar que las mujeres han sido subordinada en todas, o casi todas, las
sociedades ellas suponen que ese hecho "universal" tiene una causa común en culturas diversas. Por lo tanto desarrollan explicaciones de
tipo universal. Frecuentemente postulan el rol biológico-reproductivo de la mujer y la división sexual del trabajo que resulta de este rol como la
fuente común de la discriminaciones que sufren las mujeres en diversas culturas (véase, por ejemplo, Chodorow 1978, Firestone 1970,
Mitchell 1971, Lerner 1886, Rubin 1985, Ortner 1974, Zimbalist 1974).

Una segunda característica de esta primera etapa del desarrollo teórico feminista es la elaboración de estudios de tipo
"compensatorio," es decir de estudios que buscan complementar los trabajos académicos tradicionales (Scott 1988, 18 -22). Las
investigaciones de este tipo florecen entre 1970 y mediadas de la década del ochenta. La "compensación" en cuestión consiste en valorar los
aportes ocultos de las mujeres a la sociedad y en estudiar materias hasta entonces marginadas del análisis intelectual. Se intenta así, hacer
visible los logros de las mujeres y abrir para la discusión política nuevos temas, relacionados por lo general con la cotidianidad. "Lo privado es
político,« declaran las feministas norteamericanas; y los estudios de la mujer ponen en discusión temas que hasta entonces han sido
considerados como "privados" (y por lo tanto secundarios) dentro de las disciplinas académicas: la sexualidad, el trabajo doméstico, la crianza
de los niños, la maternidad. A través de estos estudios, que se devela la subordinación de la mujer dentro de la familia y se señala la
importancia que tienen para la sociedad las labores, frecuentemente olvidadas, que las mujeres han llevado a cabo dentro del mundo
doméstico/ familiar.2

A partir del desarrollo de la teoría de género, se cuestionan ciertos elementos de los primeros estudios feministas. Se critica, por
ejemplo, el énfasis en el mundo doméstico. También se pone en tela de juicio la insistencia en los rasgos universales de la subordinación de
la mujer. Estas dos características de los primeros estudios de la mujer, se dice ahora, tienden a amplificar la asociación de la mujer con el
mundo privado y del mundo privado con la reproducción biológica y la naturaleza. Asimismo, esos primeros estudios refuerzan una división
tajante entre lo privado y lo público. (El primer uso del concepto de género se encuentra en Rubin 1985, org. 1975; la teoría de género es
desarrollada sistemáticamente en Scott 1988 y Yanagisako y Collier 1987.)

El concepto de género, en cambio, es adelantado para enfatizar el hecho de que las diferencias entre hombres y mujeres son una
construcción social e histórica y no un hecho universal que emana de las funciones biológicas. Dentro de este nuevo marco conceptual se
diferencia claramente "el género"--una manera de entender las diferencias biológicas---de "el sexo," el hecho netamente biológico que, se
insiste ahora, no tiene connotación social automática. Las teorías de género rechazan, en definitivo, aquellas teorías (feministas o
nofeministas) que ven la diferencia sexual como un hecho natural; como una necesidad de la reproducción de la especie; como una ley
natural o evolutiva invariable y universal; o como la voluntad de Dios.

De acuerdo a las teorías de género, entonces, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres no explican porqué se ha
generado una organización social que acentúa y profundiza esas diferencias. Tampoco explican porqué las mujeres han sido menos valoradas
en diversas sociedades. Y no dan cuenta de las distintas formas en que se manifiestan las diferencias sexuales en distintas culturas o en
distintos tiempos históricos. Según este nuevo enfoque, el haber considerado las diferencias de género como naturales habría obstaculizado
un análisis de cómo emergen de una distribución desigual del poder (Rubin 1985; Scott 1988).

Al hacer patente que las relaciones de género son una construcción humana--que son el resultado de múltiples actos de dominación
y de resistencia a la dominación---las teorías de género insisten en que esas relaciones pueden ser alteradas. De hecho las investigadoras
feministas se dedican ahora a demostrar como cambian día a día. Así, mostrando como las relaciones de género han cambiado y pueden
cambiar, las teorías de género claramente evidencian su compromiso con el proyecto feminista de reformar una organización social en que la
mujer ha sido discriminada y menospreciada y en donde tiene un menor acceso al poder. Pero, las teorías de género se apartan de
explicaciones unilaterales que no toman en cuentas las distintas maneras en que las mujeres son subordinadas en distintos tiempos y en
distintas culturas (Connell 1987, 66-77; Osmond y Thorne 1993, 604-605). Sugieren más bien que las manifestaciones concretas de la
subordinación de la mujer están sujetas a cambios continuos.

La teoría de género sigue promoviendo estudios que visibilizan los aportes de las mujeres, y en especial sus aportes dentro del
ámbito doméstico de la familia. Pero rechaza la forma en que algunos textos feministas de la corriente "compensatoria" glorifican lo femenino
y las labores de las mujeres. Para la teoría de género es imposible pensar en una división entre hombres y mujeres que no sea una división
jerárquica. Por lo tanto la asociación de ciertos rasgos o ciertas tareas con las mujeres es negativo. De allí que se formule una crítica a
aquellos intentos por valorar las tareas o las calidades consideradas tradicionalmente femeninas. Para la teoría de género, entonces, relevar
la importancia de "lo femenino" tiene un valor, pero sólo si se insiste simultáneamente en la necesidad de que los hombres accedan a ese
ámbito.

II. LA FAMILIA EN LAS TEORÍAS FEMINISTAS Y NO -FEMINISTAS


2
Muchos de estos estudios "compensatorios" enfocaron la actuación política de la mujer. Pero, aunque insistieron en que la marginación de la
mujer del mundo político había contribuido a su opresión, no estudiaron detenidamente como la mujer había sido subordinada dentro de y en
relación a la política. Tampoco relacionaron los eventos políticos con otros ámbitos de la vida. (Para el caso de Chile ver, por ejemplo, Klimpel
1962; Gaviola et. al. 1986.) Para enfoques distintos ver los trabajos discutidos en la sección IV de este trabajo. Para una descripción
bibliográfica detallada de la historia conipensatoria ver Scott 1988, 15-27.
Es a partir de su preocupación por relevar la importancia de la mujer, por cambiar relaciones desiguales entre hombres y mujeres y/o
por constatar que el género es un hecho social, que las investigadoras feministas abordan el tema de la familia. A diferencia de marcos
conceptuales no-feministas que generalmente enfocan las funciones de la familia para la sociedad de un modo más bien descriptivo, las
teorías feministas centran su mirada en las relaciones de poder que se generan dentro de, y en relación a, la familia. En vez de preguntar
¿qué función cumplen las familias dentro de la sociedad? preguntan ¿cómo la familia reproduce o cambia las relaciones de dominación entre
hombres y mujeres? y ¿cómo varían, en distintas sociedades y en distintas épocas, el rol de la familia y el rol de mujeres y hombres dentro de
ella? Como lo señala Renate Bridenthal, para las feministas la pregunta central no es ¿qué ha hecho la mujer para la familia? sino ¿qué ha
hecho la familia para la mujer? (Bridenthal 1982, 235).

Barrie Thorne (1982, 2) sintetiza los aportes de las teorías de género a los estudios de la familia de la siguiente forma: Primero,
dice, las teorías feministas apuntan a la diversidad de las formas de familias, subrayando que la familia ideal (papá que trabaja, mamá dueña
de casa, dos hijitos) no es una forma universal. Tampoco es más funcional que otras formas, puesto que hay diversas formas de familia y
otras instituciones no-familiares que pueden o han cumplido las funciones típicamente asociadas con la familia nuclear. Segundo, las
feministas insisten en que no se puede mirar la familia como una totalidad indiferenciada. La familia está compuesta por individuos de
distintas generaciones y de distintos sexos y cada cual puede tener intereses divergentes. Tercero, al reconocer que la familia está
estructurada alrededor del las generaciones y los géneros, las feministas develan algunos mitos acerca de la supuesta armonía que reina en
el hogar. Ellas señalan la familia como un foco de violencia y de responsabilidades desiguales. Cuarto, los estudios feministas exploran los
"límites" de la familia, demostrando que el ámbito doméstico o privado y el público están más estrechamente relacionados de lo que se podría
pensar.

Estas líneas de trabajo se desarrollan a partir de una re-evaluación de los trabajos de antropólogos, sociólogos, e historiadores, y en
especial a partir de una crítica a ciertos análisis "clásicos" de la familia como los del antropólogo Bronislow Malinowski, los del sociólogo
Talcott Parsons, o los de investigadores marxistas.

Las investigadores feministas rechazan la visión de Malinowski por su funcionalismo. Y esto porque Malinowski postula la familia
(compuesta por padre, madre e hijos) como una institución universal, existente en todas las culturas, y dedicada principalmente a la crianza
de los niños. Para cumplir con esa función, de acuerdo a Malinowski, todas las familias deben tener, y de hecho tienen tres características.
Primero, mantienen límites claros, para que todos puedan saber quienes son los responsables de cada niño. En efecto, dice Malinowski tanto
los miembros de la familia como las personas que no son parte de ella pueden identificar el padre y la madre de cada niño. Segundo, las
familias tienen un lugar donde congregar, un hogar en donde se llevan a cabo las actividades necesarias para la reproducción diaria de los
niños. Tercero, las familias están unidas por lazos afectivos que surgen de la interacción diaria. Otros antropólogos han discrepado con
Malinowski, señalando que la presencia de un padre no es necesaria para conformar una familia y postulando el núcleo madre -hijo como el
centro de la familia. Sin embargo, estos antropólogos no cuestionan las tres características apuntadas por Malinowski (Collier, Rosaldo y
Yanagisako 1982, 25-27).

A diferencia de Malinowski, las feministas creen que la necesidad de atención adulta de los niños no explica la existencia de la
familia, ni menos la existencia de una familia compuesta por hijos y ambos padres y dedicada además a la satisfacción emocional del niño.
Como lo manifiestan Collier, Rosaldo y Yanagisalko: "El hecho de que una institución social lleve a cabo una cierta función no significa que
esa función no se llevaría a cabo si la institución no existiera ni tampoco que esa función sea la razón de existencia de la institución. " 3 La
familia, para estas autoras, no ha sido ni necesaria ni natural. Hay sociedades, insisten, donde no se distinguen los miembros de la familia de
otras personas, e incluso donde la palabra familia no existe; donde los niños se crían fuera de los "hogares"; o donde no existe ternura entre
padres e hijos (1982, 25-30; ver también OConnell 1994, 13).

Al igual que los marxistas, el sociólogo Talcott Parsons estudió la familia dentro de la sociedad capitalista industrial específicamente,
evitando así la tendencia a ver fenómenos universales y trans-culturales que caracterizó el trabajo de Malinowski. Parsons comienza por
explicar porqué la familia nuclear, compuesta por hijos, un padre/proveedor, y una madre/dueña de casa surge en forma conjunta con la
industrialización. Según Parsons, en una sociedad industrial, el trabajo remunerado se torna más reglamentado y se efectúa fuera del hogar.
Como resultado, la familia es vaciada de sus tareas productivas t se vuelca a satisfacer las necesidades afectivas y de refugio de sus
integrantes, asegurando así el éxito de la modernización y la industrialización. Dentro de la familia el padre y esposo viene a cumplir un rol
"instrumental," proveyendo el sustento económico de la familia y mediando la relación de la familia con el mundo moderno del trabajo
mientras que la madre y esposa cumple el rol "expresivo," velando por la vida emocional de los individuos y por la socialización de los hijos e
hijas. De esta forma la mujer/madre es la encargada de la reproducción diaria de los hijos y es el centro integrador del núcleo familiar.

Aunque Parsons no ve la familia nuclear como universal, sí la ve como inevitable dentro de una sociedad industrial izada. Los
cambios históricos afectan a la familia de un modo determinado, según Parsons. Pero, los cambios socio -económicos no pueden provenir de
ella. Y esto porque Parsons asocia la familia, en una sociedad moderna, con la mujer/madre y su rol en la crianza y socialización de los niños.
Por lo tanto, percibe esta familia como cercana a la naturaleza---la socialización de los niños nace de un imperativo biológico encargado a la
inujer---y menos proclive a ser intervenida por la voluntad humana. El hombre, cuyo rol productivo lo aleja de la naturaleza, introduce los
cambios en la familia (Thorne 1982, 7-9; Collier, Rosaldo, y Yanagisako 1982, 30-32; Osmond y Thorne 1993, 600-601). Al no dejar lugar ni

3
Todas las traducciones del inglés son mías.
para el cambio proveniente desde la familia ni para las variaciones en los tipos de familia, el modelo parsoniano tiene también---según sus
críticas feministas---las fallas del funcionalismo.

Para las corrientes feministas, las teorías marxistas de la familia caen en muchos de los mismos errores conceptuales que la teoría
parsoniana. La pregunta central para los investigadores marxistas es ¿qué rol juega la familia en la economía capitalista? Es así como los
estudios marxistas trazan el papel de la familia, y dentro de la familia de la mujer, en la reproducción generacional y cotidiana de la mano de
obra. La familia y el trabajo doméstico, afirman los marxistas, son necesarios para la reproducción de relaciones de explotación en las
empresas capitalistas: el capitalista no sólo genera ganancias explotando al trabajador sino que también explotando indirectamente a su
esposa, quien está a cargo de las tareas reproductivas. Criar futuros trabajadores o darle de comer a los trabajadores de hoy son labores
necesarias para se pueda llevar a cabo la producción (Seccombe 1974 hace una exposición detallada de una perspectiva marxista; para un
resumen ver Barrett y McIntosh 1982, 85-92).

Las feministas han aplaudido los análisis marxistas por reconocer la importancia del trabajo reproductivo y doméstico en el
funcionamiento de la economía. Al dejar en claro que la producción no se podría llevar a cabo sin el apoyo doméstico de las mujeres, los
marxistas hacen visibles las tareas llevadas a cabo por las mujeres y les confieren importancia y valor. Apoyan así las metas feministas de
rescatar, reconocer y valorizar tareas femeninas que habían permanecido invisibles y desvalorizadas. Además, las feministas han valorado el
hecho de que los marxistas le den importancia al trabajo doméstico como trabajo útil no sólo a la familia sino también a la economía en su
conjunto. Sin embargo, muchas feministas se han opuesto a la división entre producción/explotación directa y reproducción/explotación
indirecta postulada por los marxistas. El trabajo doméstico es también productivo, aclaran las autoras feministas, aunque esta producción no
se transe en el mercado. El consumo en el mercado forma parte de la producción, sostienen. No basta comprar sábanas, dicen. Hay que
hacer la cama. Y para hacer una ensalada hay que lavar la lechuga que se compra. De esta forma el producto que la familia eventualmente
"consume" (la cama para dormir o la ensalada), no es "producido" sólo en la fábrica o el campo sino también dentro del hogar (Hartmann
1981, Gardiner 1980, Weinbaum y Bridges 1980). Más aún, las críticas feministas al marxismo señalan que no sólo los capitalistas sino que
también los maridos se benefician del trabajo doméstico de la mujer (Hartmann 1981). La "producción" que se lleva a cabo en el hogar ---por
ejemplo, de camas en las cuales se puede dormir o de lechugas que se pueden comer---no es adecuadamente remunerada ni por el
capitalista que se beneficia indirectamente de ella ni por el marido. Aunque la mujer reciba lo necesario para sus subsistencia, esto no
equivale al valor de lo que ella produce--y muchas veces no es ni siquiera lo suficiente para subsistir. En síntesis, las feministas afirman que la
existencia de una familia en donde, por lo general, la mujer se dedica al trabajo doméstico no es sólo funcional al capitalismo; también
reproduce y genera relaciones de subordinación entre hombres y mujeres. La desvalorización de las tareas tradicionalmente ejecutadas por
mujeres reafirma esa doble explotación.

Para poder escapar el funcionalismo de Malinowski, de Parsons, y del marxismo, las teorías feministas de la familia han establecido
la variabilidad de formas familiares. Mas de acuerdo a las teorías feministas, la familia es una institución clave en la manutención y
reproducción de la subordinación de la mujer. Las familias, por lo tanto, cambian no sólo como respuesta a influencias exteriores sino también
como resultado de su dinámica interna. En una sociedad marcada por la desigualdad entre los sexos, y por lo tanto en donde hombres y
mujeres tienen muchas veces intereses contradictorios, necesariamente surgen acuerdos y desacuerdos entre los integrantes de cada familia.
Para las feministas, esta dinámica propia de la familia generaría cambios dentro de ella e influiría en la relación de la familia con la sociedad
en su conjunto. La creciente participación de los hombres en el trabajo doméstico o en la crianza de los niños, por ejemplo, no es una
respuesta automática a cambios económicos que han llevado a la incorporación de la mujer al trabajo remunerado. Y esto por varias razones.
Primero, porque la incorporación de la mujer al trabajo no es sólo la consecuencia de cambios económicos. También las mujeres han luchado,
dentro de organizaciones sociales y sindicales y a través de la educación, para hacerse un lugar adecuado en el mercado laboral. Y han
luchado en contra de familiares que se han opuesto en muchos casos a su salida del hogar. Por otra parte, el hecho de que los hombres
asuman al menos una parte del trabajo doméstico cuando sus familiares mujeres trabajan se ha logrado en gran medida gracias al diálogo y
la confrontación de hombres y mujeres dentro de la familia. En aquellas familias en donde no se ha dado esa negociación, persiste la "doble
jornada" para la trabajadora mujer. Allí, el ingreso de la mujer al mercado laboral no ha significado un aporte masculino al trabajo doméstico.
De acuerdo a este tipo de análisis esencialmente no-funcionalista, los cambios dentro de la familia así como los cambios en el mundo laboral
respondería a las confrontaciones y convergencias que se dan tanto dentro de la familia como fuera de ella.
III. LA FAMILIA COMO INSTITUCIÓN: SU DINÁMICA INTERNA

La cuarta sección de este trabajo indaga en las representaciones públicas de la familia y en la importancia política de esas
representaciones. Allí se enfocan los debates públicos y la forma en que esos debates influyen concretamente en las familias. La presente sección
enfoca más bien la dinámica interna de la familia, exponiendo opiniones diversas acerca de los roles que juega la familia y cómo esos roles se
engarzan con la subordinación de la mujer.

Los estudios examinados aquí revelan dos fuerzas opuestas---la interdependencia y el conflicto--que determinan quiénes participan en y
cómo se conforma una familia (Hartmann 1981). De acuerdo a estos estudios, la familia puede ser un lugar en donde se manifiesta la solidaridad
humana entres sus miembros, pero también pueden ser un foco de lucha por el poder. La interdependencia de los miembros de la familia ---las
razones por las cuales cada uno quiere o debe vivir en familia---tiende a unir a familiares mientras que los conflictos de intereses entre los
miembros de la familia llevan a las rupturas familiares. Pero estas fuerzas no sólo llevan a que las familias se mantengan o se deshagan. También
guían los cambios en las familias.

Los diversos roles que la sociedad le asigna a la familia; la percepción que cada miembro tiene de sus derechos y deberes familiares; y
los recursos con que cuenta cada miembro establecen la dirección de los cambios en las familias (véase al respecto Benería y Roldán 1987,
Tinsman [19951, Rosemblatt manuscrito, Gordon 1988). De hecho los grupos de "toma de conciencia" de las mujeres ---frecuentes tanto en los
países desarrollados como en latinoamérica y Chile--han intentado generar cambios en la posición social de las mujeres a partir de una reflexión
personal acerca de la cotidianidad, y en particular acerca de la vida íntima y familiar. Esta metodología se basa en la presuposición de que las
transformaciones en las pautas de vida personales y familiares pueden conducir a cambios más globales.

En esta sección se examinan algunas de las variables que llevan a la persistencia de, el cambio en, o la rupturas de las familias.
Primero, se examinan algunas causas de la desigualdad conyugal y del conflicto dentro de la familia: trabajo doméstico, sexualidad, economía
familiar. Segundo, se discute el rol de la familia en la crianza de los niños y el tema anexo de la maternidad. Finalmente, se expone cómo la
afectividad juega en la vida familiar. Se examinan no sólo las pautas de conducta sino también las percepciones que cada actor tiene de su papel
en relación a cada una de estas actividades.

A. La desigualdad y la relación conyugal.

Un primer grupo de estudios feministas describe cómo la subordinación de la mujer se genera e institucionaliza a través de la relación
conyugal (Barrett y Mclntosh 1982). Oponiéndose a descripciones de la familia como fundada en los afectos, un lugar en donde hombres y
mujeres comparten de igual a igual, muchas investigaciones señalan que, históricamente, el matrimonio beneficia al hombre más que a la mujer
(O'Connell 1994; Thorne 1982, 13). De acuerdo a esta perspectiva, como jefe de hogar el hombre adquiere y ejerce poder sobre su esposa.

Numerosos estudios psicológicos y sociológicos documentan las desigualdades que existen en el matrimonio y cómo esas
desigualdades favorecen a los hombres. Ya es un lugar común, en la literatura académica, citar estudios que muestran que los hombres solteros
sufren mayores tazas de depresión y de enfermedades que los casados; mientras que las mujeres solteras son mas sanas, psíquica y físicamente,
que las casadas (Walters 1990, 47).

Dentro de la familia, otras autoras apuntan, el hombre generalmente toma las decisiones más importantes (Thorne 1982, 13; Roldán
1988). También adquiere derechos sexuales que no son recíprocos y disfruta gratuitamente del trabajo doméstico de su esposa. Las
desigualdades grabadas en las leyes matrimoniales le dan mayores garantías a los hombres, brindándole al esposo control sobre los movimientos
de su cónyuge, sobre las finanzas familiares, o sobre la sexualidad de su esposa. Aunque esas leyes no necesariamente corresponden a la
realidad que se vive dentro del matrimonio, sí definen el matrimonio como institución. Al fin y al cabo el hombre puede decidir si ejercer o no los
poderes que la ley le da, pero legalmente su ejercicio es un derecho (Pateman 1988). Las leyes refuerzan así el poder del hombre sobre la mujer
dentro de la familia.

A.1. La sexualidad.

Para las feministas radicales---aquellas que enfatizan el patriarcado como única o principal fuente de la subordinación de las mujeres---el
control masculino sobre los cuerpos de las mujeres y sobre su capacidad reproductiva biológica dentro de la familia es el principal mecanismo de
la desigualdad entre los sexos. Este grupo de investigadoras advierte que en tanto se ha difundido ampliamente la noción de que la finalidad del
matrimonio y de la familia es la procreación, la pareja heterosexual es considerada el centro de la familia (Rubin 1985). Vista como esencialmente
procreativa, la sexualidad de la mujer es restringida: la sociedad señala la sexualidad marital como la única expresión sexual legítima para la
mujer. Sin embargo, esta no es una norma recíproca: el contrato nupcial le da al hombre derechos sexuales exclusivos a su esposa, pero no le da
los mismos derechos a la cónyuge. Y en sociedades en donde no está penalizada la violación dentro del matrimonio --hasta hace poco la
mayoría---el consentimiento sexual de la mujer no tiene respaldo legal. Se supone más bien que la cónyuge estará siempre lista y dispuesta a
tener relaciones sexuales con su marido. Así al casarse el hombre adquiere un acceso sexual total. Y al contraer matrimonio la mujer no sólo no
recibe derechos sexuales exclusivos sobre su marido sino que enajena además su capacidad de tomar decisiones acerca de su propia sexualidad.

Algunas feministas radicales y socialistas han ligado el control masculino de la sexualidad femenina a la reproducción biológica y la
división sexual del trabajo dentro de la familia. Estas feministas indican que comúnmente se piensa que la reproducción debe llevarse a cabo
dentro de la familia; y que el rol de la familia es la reproducción y la crianza de los niños. Sólo la consagración de la fidelidad femenina como
derecho del esposo dentro de la ley matrimonial, sostienen, le asegura al hombre que sus hijos sean efectivamente suyos. De acuerdo al estudio
clásico de Engels (1972), esto se debe a la necesidad de asegurar una herencia legítima dentro de una sociedad patrilineal (donde se pertenece a
la familia del padre). El control sexual de los maridos, entonces, garantiza que la reproducción biológica se lleve a cabo sólo dentro del
matrimonio. Pero si preguntamos porqué el hombre desea una descendencia legítima, la respuesta no resulta obvia (Nicholson 1986, 92-93).
¿Será que la "necesidad" de una descendencia legítima que tienen los hombres sea otra forma de afirmar su propiedad sobre los cuerpos de las
mujeres y sobre el producto de la gestación?

Conjuntamente, el matrimonio heterosexual descansa en y promueve una división sexual del trabajo. Si los distintos roles asignados a
hombres y mujeres surgen de sus distintos roles en la crianza de los niños, explican las investigadoras feministas, la división sexual del trabajo
nace en la familia, lugar en donde se crían los niños. La heterosexualidad, necesaria para la reproducción biológica, aparece entonces como parte
necesaria de la familia y de su división del trabajo. Sin embargo, mientras los rasgos patriarcales del matrimonio persistan, argumentan estas
investigaciones, el matrimonio heterosexual seguirá siendo una forma de asegurar el control sexual masculino y las formas no -procreativas de la
ejercer la sexualidad serán desvalorizadas socialmente (Rubin 1985).
Otro grupo de investigaciones apunta a la forma en que el control sexual funciona metafóricamente para lograr un control patriarcal.
Desde esta perspectiva, la meta de los intentos por reglamentar la sexualidad femenina no es sólo controlar el potencial reproductor de la mujer o
su fuerza de trabajo. A través de estos esfuerzos se restringe más ampliamente la libertad de la mujer. En este sentido, resulta especialmente
interesante que en diversos contextos la mujer trabajadora haya sido denotado como una mujer en peligro sexual o sexualmente peligrosa.
Estudios de situaciones dispares---de Estados Unidos, Europa, África, y de Latinoamérica y Chile---dernuestran que el supuesto peligro que corren
las mujeres trabajadoras al escapar el control o la protección familiar directo es frecuentemente retratado en términos sexuales. Sintéticamente,
estos trabajos describen la ubicuidad de la noción que la mujer que sale a trabajar corre peligro: supuestamente puede ser asaltada sexualmente
por sus compañeros de trabajo, por sus jefes, o por depravados desconocidos que recorren los caminos. Sin obviar el hecho de que este tipo de
violencia sexual existe, el uso tan frecuente de esta imagen--y en especial su uso por los hombres---con1 leva otro mensaje: que las mujeres
estarían mejor si se quedaran en el hogar. La otra cara de este mensaje en que las mujeres pueden "perderse," es decir que pueden escapar
completamente al control familiar y tornarse promiscuas (o peor, prostitutas), al estar expuestas al ambiente corrompido de la fábrica, el taller, la
oficina, o la tienda (ver por ejemplo Scott 1988, 139-163; Rosemblatt manuscrito).

A.2. El Trabajo Doméstico

Las feministas socialistas enfatizan el control masculino de la fuerza de trabajo (doméstica) de las mujeres dentro de la familia ---y no el
control de la sexualidad y la reproducción de las mujeres---como principal fuente de la subordinación de la mujer. A diferencia de los marxistas
tradicionales, las feministas socialistas insisten que tanto los capitalistas como los maridos explotan el trabajo doméstico de las mujeres. Para
Christine Delphy, por ejemplo, el matrimonio es esencialmente un contrato en donde el hombre le brinda sustento a la mujer a cambio de su
trabajo doméstico. Esto constituye, según Delphy, una forma de explotación de la esposa por parte el marido. El matrimonio, dice Delphy, "...es un
contrato donde el jefe de familia---el marido---se apropia de todo el trabajo hecho dentro de la familia por sus hijos, sus hermanos menores y
especialmente por su esposa..." (1970, 94-95). En los casos en donde la mujer trabaja fuera del hogar, el hombre sigue extrayendo beneficios de
la responsabilidad de la mujer por las tareas hogareñas. En estos casos la mujer generalmente hace más trabajo doméstico que el hombre
(Hartmann 1981 para un resumen de la evidencia; Oakley 1974, 136-142; Close 1989, 9-10; para Chile ver CEPAL 1989, 11-12). Esto implica que
en la mayoría de los casos la mujer no sólo hace trabajo doméstico para sus hijos (si los hay) sino que también trabaja para su marido (Hartmann
1981).

La división sexual ha existido de diversas formas en muchas sociedades, explican otras feministas socialistas, pero toma una forma
particularmente perniciosa para la mujer dentro de las sociedades capitalistas. En estas sociedades, la producción sale del ámbito familiar y con
ello la mujer deja, por lo general, de producir para el mercado. La dependencia económica de la esposa se acrecienta, entonces, pues ya no
percibe ingresos. A la vez, el hombre llega a depender estrechamente de su esposa quien se preocupa de comprar, cocinar, cuidar los hijos,
limpiar el hogar, hacer las camas, etc. Este arreglo, sin embargo, no implica un intercambio recíproco y complementario. Al contrario, está basado
en relaciones de poder. En una sociedad monetarizada, el hecho de que el hombre perciba una remuneración, y la mujer no, le da mayor autoridad
al "proveedor. " Simultáneamente, el trabajo de la mujer dentro del hogar tiende a ser menosvalorado porque no es pagado.

Aunque las investigadoras no-marxistas no centran sus miradas en los procesos de explotación y expropiación que se dan dentro de la
familia, al igual que las feministas socialistas ellas han visto el trabajo doméstico como una fuente de la opresión de la mujer. El trabajo doméstico,
sostienen, es un trabajo aislado y monótono; y no es valorado socialmente (Barrett y McIntosh 1982, 60). Esto redundaría en que las mujeres
dueñas de casa se sientan muchas veces insatisfechas con su trabajo (Oakley 1974).

A.3. La dependencia económica de la mujer.

Los estudios sobre la distribución de los ingresos dentro de la familia, se asemejan a las investigaciones sobre la sexualidad o el trabajo
doméstico, al trazar las formas en que se juegan las relaciones de poder entre los cónyuges. Dentro de los estudios económicos tradicionales,
apuntan las feministas, se describe la familia como una unidad indiferenciada en donde se toman decisiones acerca del consumo. Esto se ha
dado, en parte, porque es más fácil para los planificadores trabajar con la unidad "familia. " Y se ha dado, por otra parte, porque los economistas
siguen influenciados por una visión de la familia como un lugar de cooperación en donde los miembros de la familia obran en conjunto,
colaborando y complementándose para lograr el bien de todos. Es así como la economía tradicional ha dejado de ver los conflictos de intereses y
las negociaciones económicas que se dan en la familia (Dwyer y Bruce 1988, 2-3; Folbre 1988, 248; O'Connell 1994, 55-56; Benería y Roldán
1987, 110-111).

Pero de acuerdo a investigaciones feministas, no todos los miembros de la familia tienen igual poder de decisión y no todos logran igual
beneficio económico. Si la mujer no trabaja, o si sus remuneraciones son bajas, ella depende de su marido y está sujeta al manejo económico del
"proveedor" masculino. Por lo general, el marido decide si quiere contribuir económicamente a su familia o no y cuanto quiere contribuir. Por eso,
las mejoras salariales que reciben los hombres no siempre benefician a sus "dependientes." 4

Estudios, como el de Martha Roldán y Lourdes Benería (1987), revelan la complejidad del manejo de ingresos dentro de la familia (ver
también Fernández-Kelly 1983, 151-189 passim). En su estudio de mujeres sub-contratistas de México D.F, Benería y Roldán revelan que estas
mujeres contribuyen el 100% de sus ingresos a sus familias y rara vez hacen gastos personales. Sus maridos, en cambio, siempre retienen parte
de su salario para sus gastos individuales y en muchos casos los maridos ocultan el monto de su salario para así poder retener el monto que
quieren. Las esposas claramente perciben estas costumbres masculinas como mecanismos de control.

En algunas de las familias estudiadas por Benería y Roldán los cónyuges dividen los gastos entre ellos. En estos casos, el hombre
generalmente contribuye a los gastos considerados 11 esenciales" --por ejemplo, comida y arriendo--- mientras la mujer cubre los gastos
"menores" o ocasionales---por ejemplo ropa o útiles escolares. Este arreglo hace parecer que los ingresos aportados por las mujeres no son
necesarios para el sustento de las familias. En otras familias, ambos cónyuges contribuyen a un fondo común administrado por la mujer. Pero aún
cuando la mujer administra las finanzas familiares, el hombre insiste en su derecho a tomar decisiones sobre gastos mayores. Es así como
Benería y Roldán sugieren que ni, la percepción de ingresos por parte de la mujer ni el control femenino de la gastos familiares necesariamente
aumentan el poder de la mujer dentro de la familia. Hay modelos culturales y pautas de comportamiento que median entre el control de los
ingresos y el poder dentro de la familia.

El control económico masculino y el poder que adquieren los hombres como principales proveedores generan mucho conflicto e incluso
violencia dentro de las parejas. Esto porque las mujeres se oponen frecuentemente a los comportamientos de sus maridos e intentan sacar un

4
En contraposición con esta aseveración, Elshtain 1990 sostiene que, históricamente, los aumentos salariales de los hombres sí han beneficiado
a sus familiares.
mayor provecho económico para si mismas y sus hijos. Pero, en aquellas familias en donde el hombre cumple con sus responsabilidades
económicas, las mujeres creen que le deben "respeto. " Aunque los términos del contrato matrimonial no las favorezcan y sus maridos cometan
arbitrariedades, ellas no sienten derecho a disputar el poder (Benería y Roldán 1987, 109-136; Roldán 1988; ver también O'Connell 1994, 56-57).

Nancy Folbre sostiene que estudios empíricos como los de Benería y Roldán están cambiando la forma en que ciertos economistas
perciben la familia. "Algunos economistas," dice Folbre, "están abandonando la idea de que la familia es una unidad enteramente cooperativa por
la posición de que el interés individual también opera dentro del hogar" (1988, 248). Sin embargo, Folbre estima que a la larga no se puede dar
cuenta de las dinámicas familiares si se caracteriza a los miembros de la familia simplemente como individuos que buscan su auto~ satisfacción.
Dentro de las familias también hay reciprocidad, insiste Folbre, y los economistas deben estudiar esa reciprocidad más detenidamente. Tales
estudios no sólo ayudarían a entender a la familia y su comportamiento económico. También traerían un entendimiento más completo de la
economía en sus totalidad, puesto que la reciprocidad no sólo funciona dentro de las familias sino también fuera de ellas. Así, sugiere Folbre,
empezando por entender el juego de la reciprocidad y de los intereses individuales dentro de la familia, podemos cuestionar y revaluar
globalmente el concepto neo-liberal de interés individual (Folbre 1988, 259).

A.4. Conflicto y Cambio.

Los estudios sobre sexualidad, trabajo doméstico, o economía familiar expuestos arriba mantienen que el hombre ejerce poder sobre la
mujer dentro del matrimonio y que esa desigualdad genera conflictos. Ese conflicto es, de acuerdo a muchas feministas, el punto de partida para
cambios en y renegociaciones de los roles sexuales dentro de la familia. Las mujeres, subordinadas dentro de la familia, serían las principales
iniciadoras de los cambios en y dentro de la familia.

Este ha sido, hasta hace poco, el consenso feminista en cuanto a la relación conyugal. Más recientemente, sin embargo, se han
estudiado las percepciones masculinas acerca del matrimonio. Estos estudios ponen en duda algunos de los supuestos feministas previos al
señalar que en realidad los hombres no siempre reconocen los supuestos beneficios que el matrimonio les brinda: muchos hombres se resisten al
matrimonio por las responsabilidades que adquieren cuando se casan, y principalmente por la responsabilidad económica que se les asigna dentro
del matrimonio (Goode 1982; para Chile ver Rosemblatt [19951). Estos datos sugieren que tanto hombres como mujeres tienen razones para
querer cambiar la relación matrimonial (aunque los cambios deseados no siempre sean los mismos). También sugieren que, de acuerdo a sus
propias percepciones, los hombres no serían necesariamente los principales beneficiarios de las actuales normas de vida familiar.

Estos nuevos estudios ponen en evidencia las formas en que tanto hombres como mujeres se resisten a los roles familiares que se les
imponen. Las diferentes expectativas que cada cónyuge tiene del otro--y sus interpretaciones distintas de sus propios deberes y derechos-generan
conflicto e incluso, en algunos casos, violencia. La feministas rechazan, por supuesto, la violencia doméstica y el uso de la fuerza en contra de la
mujer. Pero las investigaciones feministas también revelan que los golpes no son un arbitrarios: responden a conflictos en que cada cónyuge
intenta negociar los términos del contrato matrimonial. En su investigación de la violencia familiar en la localidad chilena de San Felipe, por
ejemplo, Heidi Tinsman encuentra que los celos sexuales de los hombres y los intentos por controlar las finanzas familiares de la mujeres han
generado la gran mayoría de los casos de violencia doméstica (Tinsman [19951; ver también Gordon 1988). Las peleas desembocan en los golpes
cuando los hombres tratan de reponer su autoridad, cuestionada por su pareja. De esta manera los hombres resguardan su poder dentro de la
familia. Pero aunque los hombres traten de reponer su poder, éste no sigue incólume. Cada pelea implica una renegociación ---o por lo menos un
intento por renegociar.

Estudios como los de Tinsman parten de un reconocimiento del conflicto como parte necesaria del cambio. Estos conflictos, explican
muchos trabajos más recientes, no sólo provienen desde dentro de la familia. También reflejan y responden a cambios políticos y económicos más
amplios. Tinsman demuestra, por ejemplo, que durante la década del sesenta la mayoría de los casos de violencia conyugal nacían de los celos
del esposo. Ya en los años ochenta, una vez que las mujeres de San Felipe accedieron al trabajo como temporeras de la fruticultura, las razones
de la violencia cambiaron. A partir de esa fecha, con el acceso de las mujeres a una remuneración y con una mayor inestabilidad laboral
masculina, la disputas conyugales se han centrado más bien en el insuficiente aporte económico del hombre al hogar. De una forma análoga,
Benería y Roldán notan que en la medida que las mujeres acceden a un trabajo remunerado y hacen un aporte económico significativo a la
familia, ellas pueden lograr renegociar algunos de los aspectos más restrictivos o coercitivos de la relación conyugal (Benería y Roldán 1987, 161).

Felizmente, muchos conflictos familiares no desembocan en golpes. Pero la ausencia de golpes no implica la ausencia de conflicto; sólo
señala la posibilidad, en ciertos casos, de resolver conflictos a través del diálogo. No obstante, dadas las condiciones sociales que determinan la
subordinación de la mujer dentro del matrimonio, la voluntad de las parejas no es suficiente para subsanar las injusticias que plagan la familia. Si
una mujer sabe que no podrá mantenerse a si misma o a sus hijos sin la ayuda económica del marido, muchas veces soportará sus abusos. Si no
existe una ley de divorcio que regule los aportes económicos del padre a sus hijos o la distribución del patrimonio conyugal, la cónyuge no
encontrará apoyo si intenta escapar de un matrimonio abusivo. Como se detalla en la sección IV de este trabajo, las leyes y las estructuras
económicas y políticas muchas veces respaldan la desigualdad entre los cónyuges. Por lo tanto, esas mismas condiciones legales o económicas
deben cambiar para respaldar y promover los cambios intra-familiares.

B. Los hijos y la maternidad.

Los análisis feministas de la relación conyugal se centran en las formas en que esa relación refuerza la subordinación de la mujer y la
autoridad masculina. Estos trabajos rescatan para el estudio las relaciones de poder que se dan en la familia. Por lo tanto tienden a caracterizar la
familia como un foco de lucha y de conflicto entre los sexos. 5 Las investigaciones sobre la maternidad y la crianza de los niños, en cambio, toman
la interdependencia como un rasgo central de la convivencia familiar: los niños necesariamente dependen de sus madres y/o padres para el
sustento económico y emocional.

La insistencia en la interdependencia entre madre e hijo ha desalentado investigaciones acerca de las relaciones de poder entre las
generaciones (para una excepción ver Martínez-Alier 1989). Los análisis feministas han enfocado más bien la reproducción de las divisiones
sexuales y la desigualdad entre los sexos a través de la crianza y la socialización de los niños. Algunas investigadores han indagado además en
cómo las expectativas societales hacia las madres influyen en la subordinación de la mujer y la desvalorización de la maternidad. Más
recientemente, han aparecido trabajos que develan como las teorías sobre desarrollo infantil y sobre la relación madre -hijo han subordinado los
intereses de las madres a las necesidades de los niños. En este trabajo se examinan cuatro corrientes psicológicas que enfrentan estos temas: la
escuela psicoanalítica de relaciones objetales; la teoría sistémica; y la escuela psicoanalítica lacaniana.

5
Esta caracterización, algo unilateral, se debe situar como respuesta a las caracterizaciones no-feministas que entendieron la familia como un
foco de cooperación y armonía. Sólo dentro de ese contexto se puede entender la connotación algo negativa que las feministas le dieron a la
familia.
B.1. Chodorow y la escuela de relaciones objetales.

Como ya hemos visto, la teoría de género postula que los seres humanos no nacen con una identidad sexual. Más bien "se hacen"
hombres y mujeres. Por lo tanto los trabajos feministas acerca del desarrollo infantil y la socialización preguntan ¿cómo aprenden los niños a ser
hombres o mujeres? Al intentar responder esta pregunta, enfocan la relación entre los padres y los hijos. La mayoría de los estudios detallan, en
particular, los rasgos de la relación madre-hijo. Y muchos de estos trabajos exploran no sólo cómo se desarrolla la identidad sexual del niño en
relación a la madre sino también cómo la mujer en cuanto madre llega a ser desvalorizada socialmente. El libro de Nancy Chodorow, The
Reproduction of Mothering (1976), aborda precisamente estos dos temas. Chodorow intenta explicar cómo los niños adquieren una identidad
sexual y porqué las mujeres en cuanto madres son odiadas por los hombres.

Al constatar que las madres son las principales responsables del cuidado infantil en todas las culturas, Chodorow centra su explicación
de la subordinación de la mujer en la relación madre-hijo. Más específicamente, siguiendo la escuela psicoanalítica de relaciones objetales, la
autora postula la importancia de la relación madre-hijo (la relación objetal) durante los primeros meses de vida del bebé. Según Chodorow, la
forma en que se resuelve y transforma esa relación objetal determina la identidad sexual del niño o la niña; sienta las bases psicológicas de una
división social del trabajo en que las mujeres siguen siendo las principales responsables de los niños; y genera formas de enfrentar tanto a la
propia madres como a las mujeres en cuanto madres.

En la primera etapa del desarrollo infantil, según el relato psicoanalítico tradicional, ni los hijos como las hijas se diferencian de la madre.
No tienen "ego" y por lo tanto no se reconocen como individuos. Tampoco perciben a la madre como un ser autónomo. En las etapas posteriores
del desarrollo infantil, el niño o la niña aprende a diferenciarse de la madre. Es así como el niño llega a auto -definirse como individuo y a percibir a
la madre como un objeto fuera de sí (Chodorow 1974 y 1978).

De acuerdo a Chodorow es dentro de este proceso, fundamentalmente distinto para niños y niñas, que los seres humanos adquieren
una identidad sexual. Esta diferenciación sexual tiene que ver, en gran medida, con la forma diferenciada en que la madre enfrenta a los hijos
hombres y mujeres. La madre, explica Chodorow, tiende a identificarse con sus hijas pero sabe que su hijo hombre debe aprender a ser distinto a
ella, y le transmite esto al hijo. Para el niño hombre, entonces, el proceso de individuación en que adquiere sus identidad sexual es esencialmente
conflictivo, pues para ser hombre tiene que renunciar totalmente a su identificación inicial con la madre. Ser hombre implica no -ser como la madre
y este distanciamiento de la madre es doloroso para el niño. Para la niña en cambio el proceso de individuación implica un alejamiento más
parcial. Ella aprende que existe aparte de la madre pero que es a la vez igual a la madre: la niña se separa pero también se identifica. La
adquisición de una identidad sexual femenina no es por consiguiente un alejamiento tan doloroso (Chodorow 1974 y 1978).

La forma distinta en que niños y niñas enfrentan la separación de la madre en los primeros años de vida influye en los rasgos de
personalidad de cada cual. Los hombres experimentan la individuación como una separación tajante y cultivan rasgos como la independencia, la
racionalidad, y la objetividad. Las mujeres tienen un alejamiento más incompleto y aprenden a definirse más bien en relación a los otros. Y
mientras la identidad sexual es esencialmente conflictiva para los hombres, las mujeres tienen una identidad sexual más segura.

Estos rasgos de personalidad llevan a la reproducción de la maternidad, pues las mujeres adquieren calidades que las facultan para
cuidar de los otros. Mas por su estructura de personalidad, las mujeres sienten placer en la maternidad. Los hombres, más centrados en sí
mismos, no sienten el mismo placer como padres. Así los rasgos psicológicos de hombres y mujeres apoyan y promueven una división sexual del
trabajo en que las mujeres cuidan de los niños y los hombres se vinculan fuertemente con el mundo público.

Asimismo, como consecuencia de la forma en que resuelven la relación objetal, los hombres tienden a desarrollar sentimientos
negativos hacia sus madres, y hacia las mujeres en general, puesto que asocian a la madre con una individuación/separación forzada. Según
Chodorow las raíces de la desvalorización de la maternidad y de la misoginia, es decir del odio hacia y la desvalorización de las mujeres, está en
el hecho que las madres cuidan de los niños y que los niños hombres deben quebrar con la madre.

La responsabilidad de las mujeres por los hijos, explica Chodorow, la diferenciación sexual y la subordinación de la mujer. Las mujeres
son las principales responsables de los niños en todas las sociedades, dice esta autora, y por lo tanto las diferencias y desigualdades sexuales
existen en todas las culturas. Para Chodorow parece lógico entonces que para terminar con la subordinación de la mujer se debe procurar que
tanto los padres como las madres cuiden de los hijos. De esta manera se acabaría con la asimetría sexual que lleva a la desvalorización, por parte
de los hombres, de la mujer. También se terminaría con diferenciación sexual en sí y con la división sexual del trabajo que la perpetúa. 6

El trabajo de Carol Gilligan, quien ha estudiado el desarrollo moral de niños y niñas, profundiza la línea de análisis desarrollada por
Chodorow. Sin embargo, Gilligan no sólo explica las diferencias sexuales sino también reivindica las calidades femeninas. En su libro, A Different
Voice (1982), Gilligan demuestra como los rasgos de personalidad de hombres y mujeres los llevan a perspectivas morales distintas. Al igual que
Chodorow, Gilligan enfatiza que las mujeres son más relacionales: valoran la conexión con otros, la conciliación, y la afectividad. Los hombres,
más racionales, tienden a valorar la autonomía y la equidad. Tradicionalmente, explica Gilligan, las calidades masculinas se han considerado
como norma y las mujeres han sido castigadas por no coincidir con esas normas. En los trabajos psicológicos que describen el desarrollo moral de
niños y niñas, esta tendencia ha llevado a que se caracterice a las niñas como moralmente subdesarrolladas por no coincidir con la pauta
masculina de desarrollo.

Para subsanar esta situación en que lo femenino es desvalorado, Gilligan sugiere que debemos aprender a apreciar calidades
"femeninas" como la capacidad de respuesta, la responsabilidad social, o la preocupación por el bienestar de los otros. Si la sociedad le diera
importancia a estas aptitudes, el estatus de las mujeres mejoraría, sostiene. Las niñas no crecerían con la sensación de que son seres inferiores, y
la auto-estima de las mujeres se acrecentaría (Gilligan 1982; Gilligan, Ward y Taylor 1988).

B.2. Perspectivas sistémicas

Algunas autoras han utilizados los aportes de Chodorow y de Gilligan para desarrollar una perspectiva sistémica feminista. Centrándose
en la relación madre-hija---tan frecuentemente olvidada por la psicología---y en la situación terapéutica, las feministas sistémicas han tratado de
adelantar una forma de sobreponerse a las sensaciones de inferioridad y culpabilidad que enfrentan las mujeres y en especial las madres. En esto
concuerdan con el programa de Gilligan: quieren mejorar la valorización social de las mujeres y por lo tanto su propia autoestima.

6
AIgunas de las críticas al trabajo de Chodorow apuntan a que en nuestros tiempos, los hombres no están preparados para ser padres. Insistir,
entonces, que los hombres se preocupen de sus hijos iría en contra de los intereses de los niños. Más aún, se privaría a las mujeres de una de
sus tareas más satisfactorias.
En contraposición con muchos enfoques sistémicos tradicionales, las feministas sistémicas han insistido que es necesario entender la
familia en relación a las estructuras económicas, políticas, y culturales que determinan la subordinación de la mujer. Los conocimientos generados
por la teoría feminista, dicen las terapeutas sistémicas, deben ser incorporados a las intervenciones sistémicas. De acuerdo a Marianne Walters,
por ejemplo, una perspectiva terapéutica feminista tendría que:

1) incluir conscientemente, en la teoría y en la práctica, las experiencias de las mujeres ... en una cultura moldeada y definida de acuerdo a
experiencias masculinas; 2) criticar las prácticas terapéuticas, y las nociones teóricas sobre las cuales se basan, que permiten una desvalorización
de la mujer y de sus roles sociales y familiares ... ; y 4) usar modalidades y modelos femeninos para expandir y desarrollar, práctica y
teóricamente, el campo [de la psicología sistémica] (Walters 1990, 13).

Dentro de la práctica terapéutica, dice Walters, la aplicación de esta perspectiva llevaría a un trato más equitativo para la mujer/madre
(ver también Walters 1988).

Desde dentro de la teoría sistémica feminista, Rosine Jozef Perelman ha criticado el trabajo de algunas de sus colegas feministas por su
fijación en la mujer y en la relación madre-hija. Rescatando uno de los principales aportes del psicoanálisis freudiano, Perelman sugiere que sin
entender el rol del padre, no se puede comprender las dinámicas generacionales o sexuales dentro de la familia. Siempre hay un tercer polo que
interviene en la relación madre-hija, dice Perelman, y hay que tomar en cuenta el rol que juega ese tercero. Para Perelman, esto se traduce en una
práctica terapéutica en que es necesario explorar el rol del padre para poder entender las dinámicas familiares e incluso para entender la relación
madre-hijo (Perelman 1990, 36-40).

B.3. Perspectivas freudianas y lacanianas.

Hay una objeción obvia a la perspectiva de Perelman: en muchas familias no hay padre. Al referirse al rol simbólico que juega el padre (y
no a la presencia física de un padre), las teorías lacanianas recuperan el carácter triangular de la relación madre -padre-hijo sin limitarse a hablar
de las familias nucleares completas. Para el psicoanálisis lacaniano no es necesario que el padre esté presente físicamente en la familia para que
la familia internalice la presencia de la "ley del padre." La presencia simbólica del padre --quien representa orden, autoridad y poder patriarcal --
interviene no obstante en la relación entre madre e hijo y en la generación de una identidad sexual en el niño.

La importancia del padre, real o simbólico, ha llevado al psicoanálisis lacaniano a centrar su relato en el complejo de castración y no en
la relación objetal de los primeros dos años de vida. El complejo de castración, en que el "padre" interviene entre hijo/a y madre, es
cronológicamente posterior al período objetal y resuelve la relación oedipal en que el hijo o la hija ama a su madre. Es a través del complejo de
castración--y no en la resolución de la relación objetal--que el niño o la niña toma conciencia de su individualidad y adquiere una identidad sexual.

El complejo de castración es distinto para hombres y mujeres. Es dentro de este proceso que se impone la "ley del padre," dicen los
lacanianos, y que---al renunciar a la madre--hombres y mujeres adquieren la identidad sexual correspondiente: los niños aprenden que podrán ser
poderosos como el padre y las niñas aprenden que no podrán acceder a ese poder. A través de este proceso el niño hombre renuncia a su primer
amor, su madre, por temor a su padre castrador, quien es el verdadero "dueño" de la madre. A cambio de esta renuncia, el niño aprende que un
día poseerá otra mujer similar a la madre. A través del complejo de castración la niña toma conciencia de que es "castrada," que no podrá
satisfacer a su madre, y que por lo tanto debe renunciar a ella. No es por la ausencia de un pene (el órgano sexual) que la niña se siente castrado
sino el hecho de que no puede poseer el falo, símbolo del poder. 7 La teoría lacaniana es en extremo compleja, pero para nuestros fines lo medular
es que esta teoría abandona la pregunta (tan central para Chodorow, Gilligan, o Walters) ¿qué tiene cada sexo de valor? por la pregunta ¿qué
distingue los sexos? (Mitchell y Rose 1982, 20). El psicoanálisis freudiano o lacaniano es esencialmente una descripción del proceso a través del
cual los niños y las niñas adquieren una identidad sexual en el momento en que la ley del padre interviene en su relación con la madre.

Todas las escuelas psicológicas, desde Chodorow hasta los lacanianos, han sido criticados por tomar la familia nuclear como norma. Sin
embargo los lacanianos insisten en que la presencia paterna, un elemento que permea la cultura en su totalidad, interviene en la relación
madre-hijo aunque el padre biológico no exista o no esté presente. Por lo tanto, dicen, la teoría lacaniana puede ser usada también para familias
en donde el padre está ausente. Puede ser utilizada, entonces, para describir la realidad de países como Chile en donde los familias sin padres
son frecuentes.

Desde una perspectiva etnohistórica centrada en la realidad latinoamericana, Sonia Montecino rescata, por ejemplo, la forma en que la
autoridad de un padre simbólico interviene en la relación madre~hijo. De acuerdo a Montecino, en nuestra cultura mestiza la centralidad simbólica
del padre ausente se nutre de una memoria histórica que recuerda el abandono en que el conquistador de los tiempos de la colonia dejó a sus
hijos mestizos e indígenas. A pesar de la ausencia física del padre en muchas familias chilenas, entonces, la huella del padre ---más poderoso
económica y políticamente---nunca deja de sentirse. En países mestizos como el nuestro entonces, el triángulo madre-padre-hijo no sólo genera la
identidad de género del niño o la niña sino también una identidad sexual marcada por un contexto étnico/racial concreto. (Montecino 1991; ver
también Montecino, Dussel y Wilson 1988). Dentro de este contexto habría una cercanía particularmente intensa entre madre e hijo. Pero por su
asociación con "lo indígena," la madre siempre simbolizaría el polo de lo culturalmente desvalorizado.

B.4. Críticas a los modelos psicológicos.

Una de las principales críticas a los modelos psicológicos es que dejan de lado el contexto social, pues todas las teorías
psicológicas--quizá sólo la teoría sistémica feminista sea una excepción parcial---tienden a radicar la generación de la identidad sexual y de la
subordinación de la mujer dentro de la familia. Si bien muchas investigadoras que trabajan dentro de una perspectivas psicológica están
conscientes de que las formas familiares son moldeadas también desde fuera, no dan cuenta de las variaciones en las familias, de los cambios
dentro de las familias, o de la forma que esos cambios o esas variaciones pueden hacer que las pautas de socialización cambien. Todas estas
teorías explican la generación de la identidad sexual y la desvalorización de la mujer dentro de un contexto donde la familia nuclear es una norma
social (aunque no todos los niños se críen en familias nucleares completas) (Scott 1988, 38-41; Nicholson 1986, 102).

También se ha criticado las perspectivas psicológicas por estar ancladas en la perspectiva del niño y por concebir los intereses de madre
y niño como antagónicos (Chodorow y Contratto 1982; Thorne 1987). Como ya hemos visto, las perspectivas psicológicas tienden a caracterizar el
proceso de individuación y de separación de la madre como un proceso doloroso que sólo una madre perfecta ---la madre que todos y todas
quisiéramos tener, pero que no existe---puede aliviar. Puesto que ninguna madre real es perfecta y que ninguna madre puede satisfacer
completamente al niño o la niña, el hijo se siente necesariamente abandonado/a por su madre. Como proponen Chodorow y Contratto, este
modelo concibe a madre e hijos como adversarios. Por eso, cuando se toma el punto de vista de la madre, el supuesto carácter adversarial de la

7
Para una crítica de la teoría lacaniana que rechaza el supuesta fetichisnio del falo y postula una identidad femenina auto-referida, auto-generada
fuera de la ley del padre véase Irígaray 1983.
relación madre-hijo la hace aparecer como la víctima de un hijo insaciable. Para poder concebir la relación madre-hijo de otra forma, sugieren
Chodorow y Contrato, es necesario desarrollar nuevos modelos de desarrollo infantil:

Nosotras sugerimos que las feministas se basen en y desarrollen teorías de desarrollo infantil que son inter-activas y que le concedan al
bebé o al niño capacidad e intencionalidad y que no lo caractericen como un ente pasivo que reacciona frente a instintos o presiones externas.
Necesitamos construir teorías que reconozcan tanto la colaboración y la transacción como el conflicto. Necesitamos teorías que enfaticen las
capacidades y las experiencias relacionales en vez de los instintos insaciables e insistentes; teorías en que las necesidades no son iguales a los
deseos; en que separación no equivalga a privación y en que autonomía sea distinta al abandono; en que se conciba al niño como interesado en
su propio desarrollo y crecimiento (p. 71).

En resumen, lo que aconsejan estas autoras es empezar a pensar en la interdependencia entre madre e hijo, dejando de lado la visión
del niño como esencialmente dependiente y sin voluntad. Aunque Chodorow y Contratto reconocen que la interdependencia de madre y niña/o no
será siempre armónica, ellas instan a reconocer también las formas de interacción y de acomodación entre las generaciones. Sólo así, dicen, se
podrá dejar atrás la idea---hasta ahora bastante prevaleciente en la literatura feminista---de que la madre es una víctima. Esta idea, señalan, es
ineficaz para las feministas pues ha servido más bien para alejar a las madres del feminismo. (Para otro trabajo que señala la ineficacia de un
feminismo fijado en los rasgos negativos de la familia y la maternidad ver Stacey 1990, introducción).

C. Afectividad y formas de familia.

Utilizando la teoría de género, otras antropólogas y sociólogas han enfrentado las relaciones conyugales y de parentesco, y su relación
con las diferencias sexuales, de una forma radicalmente distinta. Estas autoras cuestionan los análisis previos sobre la familia y la identidad
sexual señalando que al identificar la familia nuclear basada en la pareja heterosexual como universal, las investigaciones anteriores padecen de
un cierto determinismo biológico. En otras palabras, los primeros trabajos sobre familia y género presumen lo que debían explicar (Barreti y
Mclntosh 1982, 26-29, 34-40).

El artículo de Yanagisako y Collier titulado "Toward a Unified Analysis of Gender and Kinship," (1987) formula una crítica en este sentido.
El principal problema con los estudios feministas de¡ parentesco y de las relaciones de género, Yanagisako y Collier demuestran, es que esos
estudios presumen que los hechos biológicos de la reproducción pueden explicar la organización familiar y las desigualdad entre los sexos.
Implícitamente, estudios como los de Chodorow o los de las feministas socialistas dan por sentado que las diferencias sexuales. necesarias para
la procreación, llevan automáticamente a una la división sexual del trabajo y que esa división conduce a una estructura familiar heterosexual y a
roles masculinos y femeninos diferenciados. De acuerdo a Yanagisako y Collier,

Aunque parezca obvio que el coito heterosexual, el embarazo, y el parto son parte de la reproducción humana, también parece obvio que
el producir seres humanos involucra mucho más que esto .... Fuera del coito heterosexual y el parto, hay una amplia gama de actividades en que
las personas participan y que contribuyen a que nazcan niños viables y que esos niños lleguen a ser adultos. A la vez, estas actividades involucran
y son organizadas alrededor de muchas relaciones que no son necesariamente relaciones paternales o conyugales. Dado que una amplia gama de
actividades y relaciones pueden ser vistas como parte de la producción de seres humanos, ¿porqué enfocamos sólo algunos de ellos como la
fuente universal del parentesco? ¿Porqué entendemos estas pocas actividades y relaciones como hechos naturales, en vez de investigar las
formas en el son, como todos los hechos sociales, construidos culturalmente?... (p. 31).

Al igual que las teorías de parentesco, los análisis del género han presumido que hay consecuencias sociales específicas que fluyen de
estas diferencias [biológicas] entre hombres y mujeres. Por ejemplo, dentro de los estudios de género existe la presunción de que las mujeres son
responsables de la reproducción humana. No obstante, frecuentemente esta noción aparece ser una extensión metafórica del énfasis en el hecho
de que las mujeres paren hijos y no una conclusión basada en la comparación sistemática de las contribuciones de hombres y mujeres a la
reproducción humana (p. 33).

De acuerdo a este análisis, la crianza de los niños involucra una serie de actividades-como podrían ser dar de comer, vigilar niños
pequeños, cambiar pañales, dar educación moral o intelectual, dar apoyo emocional ---para los cuales los padres biológicos no serían
necesariamente los más indicados. Otras instituciones o personas sin relación biológica o consanguínea con los niños podrían también llevar a
cabo estas tareas: escuelas y profesores/as, el estado, vecinos o amigos, organismos comunitarios.

Para sobrellevar este problema, Yanagisako y Collier aconsejan un análisis que rechaza tajantemente la presuposición de que las
necesidades de la procreación determinan formas familiares o roles sexuales. Debemos tratar de entender el parentesco y el género aparte el sexo
y la reproducción biológica, dicen. Yanagisako y Collier reconocen que en una cultura que entiende el parentesco como una relación de sangre y la
diferencia sexual como una necesidad procreativa esta es una tarea difícil. Sin embargo, insisten que sólo una reconceptualización de esta
naturaleza permitirá que se entienda la diversidad en las formas familiares; las variaciones culturales en formas familiares; o las distintas
definiciones de masculinidad y femineidad que se dan en distintos lugares y a través del tiempo.

Al dejar en claro que la familia no existe porque es "natural" que hombres y mujeres vivan juntos para criar sus hijos biológicos, la
perspectiva de Yanagisako y Collier nos permite pensar en los vínculos familiares como lazos voluntarios fundados en los afectos. Separar los
lazos de consanguinidad del parentesco, y los roles en la reproducción biológica de la forma en que se organiza la familia alrededor de una
división sexual del trabajo, nos faculta para repensar la función de la familia y de cada uno de sus miembros. Si la sangre no es lo que liga a
padres e hijos/as; si las parejas no se forman sólo para reproducir la especie; y si la función sexual no es lo que determina el rol de hombres y
mujeres dentro de la familia, existe la posibilidad de fundar la familia sobre otros címientos--y la posibilidad de entender las formas y funciones de
las familias en otros contextos históricos y en otros lugares.

De hecho, desde hace tiempo han existido tipos de familias que han puesto en duda la centralidad de los vínculos consanguíneos para
la vida familiar. En el caso de familias con hijos adoptivos, claramente existen lazos de parentesco sin que esos lazos impliquen ni la reproducción
biológica ni la consanguinidad. Sin embargo a pesar de que la adopción---así como las formas de reproducción asistida---pone en duda la
necesidad del coito y los lazos consanguíneos consiguientes para constituir relaciones de parentesco, la prácticas adoptivas muchas veces
descansan en la noción de que un niño necesita dos padres (Cardoso 1984; Barrett y Mclntosh 1982, 25; Weston 1991, 38). Los hogares en que
los niños viven con su madre, pero sin su padre, rompen con otro aspecto de esa definición normativa. En estas familias, el progenitor masculino
decide muchas veces no participar en la crianza de los niños aunque haya jugado un rol biológico en la fecundación. Sin embargo, la tendencia a
pensar estas familias como aberraciones oculta el hecho de que muchos niños crecen, sin problemas, en familias en donde hay un solo progenitor.

Hay otras familias en que las funciones reproductivas han dejado de tener importancia. Hoy, hay un número creciente de parejas
heterosexuales o homosexuales que eligen no tener hijos, pero que se consideran familias. De acuerdo a Kath Weston, quien estudió la
comunidad "gay" de San Francisco, por ejemplo, las parejas homosexuales no rechazan la vida familiar. Al contrario, sienten que conforman
familias. Pero, a diferencia de las familias nucleares heterosexuales en donde la consanguinidad es considerada parte integral del vínculo, las
parejas homosexuales ven sus familias como fundadas exclusivamente en los afectos. Aunque, obviamente, no es necesario ser homosexual para
fundar parejas cuya misión es esencialmente afectiva, y no reproductiva, es quizá dentro de¡ mundo homosexual --dónde no puede existir la pareja
procreativa--que se manifiesta más claramente la opción por una familia no organizada alrededor de la reproducción (Weston 1991).

Como bien lo señala el informe de la Comisión Nacional de la Familia y muchos otros textos, en la medida que la familia moderna pierde
su función productiva y la dependencia económica deja de atar a los cónyuges (y en especial a la mujer), el papel económico de la familia se
restringe cada vez más y su importancia como lugar de convivencia y de apoyo emocional toma más relieve. En este contexto la función afectiva
de la familia crece. Esto influye particularmente en la relación conyugal, pero la creciente intervención estatal en el cuidado de los niños también
contribuye a vaciar a la familia de ciertas tareas instrumentales. Desde esta perspectiva queda planteada, para cada sociedad, la pregunta ¿qué
rol le cabe a la familia en la crianza de los niños y que rol le corresponde a otras entidades? Buscar una respuesta a esta pregunta que no se base
en las supuestas funciones naturales de la familia es un desafío pendiente. Y quizá sea una pregunta para la cual no haya una sola respuesta sino
múltiples respuestas que respondan a las necesidades de familias conformadas de distintas formas.

Tomar la afectividad como el núcleo de la familia no implica olvidar las formas, ya descritas en este trabajo, en que la familia
institucionaliza y propaga la subordinación de la mujer. Más bien implica construir un horizonte ---un imaginario colectivo siempre en proceso de
renegociación---al cual aspirar en un momento dado. Si se dejan de lado, por muy estrechas, visiones de la familia basadas en la necesidad
económica, en la consanguinidad, o en el imperativo de que la pareja heterosexual propague la especie, se puede empezar a ver la afectividad
como centro potencial de la familia. Y al poner la afectividad al centro de la familia se pueden validar formas de vida familiar que no están basadas
necesariamente en la pareja heterosexual y sus hijos biológicos. Pero esto no debe ser tomado como una fórmula. Como cualquier horizonte, el
contenido de un imaginario colectivo no puede ser fijo, sino que debe cambiar constantemente ---al igual que el horizonte se redibuja
perpetuamente mientras caminarnos---respondiendo a las funciones y realidades cambiantes de las familias. En la medida que se valora la
democracia y el pluralismo, la construcción de un horizonte de este tipo demandaría un intento por escuchar la más amplia multiplicidad de voces.

IV. FAMILIA: REALIDAD Y IDEOLOGÍA

Las investigaciones feministas de la familia no sólo indagan en las relaciones intra familiares. También analizan la relación de la familia
con los mundos "públicos" del trabajo, la política, y la economía. Es así como las feministas han demostrado que el mundo público influye en las
relaciones familiares y que los roles familiares de hombres y mujeres determinan sus formas de actuación pública. Más aún, en contraposición con
relatos psicológicos acerca de la adquisición de la identidad sexual, muchos trabajos recientes indican que la identidad sexual no se termina de
adquirir en los primeros años de vida. Las experiencias laborales y políticas también estructuran como cada persona aprende a ser hombre o
mujer (Scott 1988).

En la década de los setenta, algunos estudios feministas pioneros postularon la exclusión de la mujer del mundo público y su asociación
con el mundo privado como la principal fuente de la subordinación de la mujer (ver por ejemplo Ortner 1979). Trabajos más recientes indican que
no existe tal exclusión. Más bien hay un diálogo constante entre los ámbitos "públicos" y los "privados": las relaciones familiares influyen en cómo
las mujeres se relacionan con lo público y las formas de participación en el trabajo y la política condicionan las relaciones dentro de la familia. La
familia, entonces, no es una institución privada sino que existe en relación estrecha con el mundo publico. (Nicholson 1986; Thorne 1982, 2).

Para Barrett y McIntosh (1982, 7-8), la familia no consiste sólo en las relaciones entre sus miembros sino que también incluye una serie
de ideas, una ideología, acerca de como debería ser la familia y cómo debería actuar cada uno de sus miembros. El carácter también ideológico
de la familia significa que los debates públicos acerca de la familia influyen en las relaciones familiares: las ideas acerca de como debería ser la
familia enmarcan el comportamiento real de las familias. A la vez, la suma de conflictos y negociaciones que tienen lugar dentro de las familias
hacen que se modifiquen las ideas relativas a la familia (Gordon 1990). Como explican Barrett y Mclntosh:

[S]e debe entender la familia en estos dos sentidos. La familia es, por supuesto, una institución económica y social. En los tiempos
presentes, por lo general se presume que es una institución en que los hogares se organizan sobre la base de relaciones de parentesco
cercanas. Yendo más lejos podríamos decir que en los tiempos presentes por lo general se presume que es una institución organizada
sobre la base de una división del trabajo entre un proveedor principal (masculino) y una cuidadora de niños (femenina). Aunque estas
son presunciones, son no obstante parte de la familia porque son un elemento crucial que determina el empleo, el nivel de los salarios, y
los impuestos y regalías de hombres y mujeres.

Muchas feministas han indicado que esta forma de familia-hogar como institución social es muchos menos prevaleciente
hoy .... Sin embargo los medíos de comunicación dan la impresión de que toda la población participa de ella. Es así como debemos
referirnos a un segundo aspecto de "la familia," es decir la familia como una ideología. La institución y la ideología están recíprocamente
relacionadas de múltiples formas de modo que se refuerzan mutuamente. Y la ideología de la familia es quizá mucho más fuerte, por sí
sola, de lo que pensamos (pp. 7-8; ver también Thorne 1982, 4-5).

Barrett y Mclntosh sugieren que en las sociedades modernas, la noción de que la familia debe estar compuesta por un padre proveedor y
una madre dueña de casa es una idea reguladora particularmente potente y que muchas familias se adhieren a esta norma. Otras investigadores
feministas han desarrollado el concepto de "salario familiar" para describir el génesis de esos roles como práctica e ideología (Gordon 1990).

En trabajos históricos y sociológicos, el concepto de salario familiar se ha usado para denotar un sistema que evolucionó con el
desarrollo de relaciones capitalistas de producción. Dentro de este sistema se limitaron las opciones laborales de las mujeres y se planteó que los
hombres debían ganar lo suficiente para mantener una familia (un "salario familiar"). Así el salario familiar estructuró la familia, generando una
cierta división del trabajo dentro de ella. Además circunscribió la independencia de las mujeres al hacerlas depender económicamente de su
marido. Como veremos, también estructuró la organización de la economía, de la participación política, y del estado.

A. El salario familiar y trabajo.

El artículo de Heidi Hartmann titulado "Capitalismo, patriarcado y segregación de los empleos por sexos" (1980) fue uno de los primeros
intentos por describir el desarrollo histórico del salario familiar. En este artículo, que enfoca la creación de una industria textil en la transición a
formas capitalistas de producción en Europa, Hartmann trata de explicar porqué los hombres acapararon los mejores empleos dentro del sistema
de producción fabril; porqué las mujeres han participado en el mercado laboral en una posición de desventaja; y porqué las mujeres han llegado a
depender económicamente de sus maridos.
La división del trabajo cuyas raíces Hartmann desentraña se ha reflejado en dos fenómenos que han llevado a la subordinación de la
mujer: 1) en la dificultad con que las mujeres acceden al mercado laboral y; 2) en la concentración de las mujeres en ciertos empleos, siempre los
peores pagados (su "segregación" dentro del mercado laboral).

La segregación del mercado laboral, según Hartmann, fue el resultado de dos factores: por una parte, el poder patriarcal que los
hombres ejercían sobre las mujeres dentro de las familias antes de la transición al capitalismo y por otra parte, la acción de los sindicatos que
operaron para proteger el privilegio masculino dentro del sistema capitalista emergente. Dentro de la familia pre -capitalista, Hartmann explica, el
hombre ejercía el rol de jefe del hogar, dirigiendo el trabajo productivo que se llevaba a cabo en la familia. En los tiempos tempranos de la
industrialización, cuando familias enteras salieron a trabajar juntas en las fábricas, el hombre mantuvo su papel directivo en la producción, pues
mujeres y niños trabajaron en las fábricas bajo la supervigilancia del jefe de familia.

Con la introducción de tecnologías más avanzadas, disminuyó la demanda de mano de obra en las fábricas. En esta coyuntura, a través
de sus sindicatos los hombres defendieron su derecho a trabajar, en desmedro de sus propias esposas e hijos, quienes fueron lanzados de sus
empleos. Las mujeres no tuvieron una organización que las defendiera.

Frente al desempleo femenino, las organizaciones gremiales insistieron que los hombres debían ganar lo suficiente para mantener a sus
esposas e hijos. Pero la idea de que los maridos debían mantener a sus esposas perjudicó a las mujeres en el mercado laboral. Para empezar,
facilitó la exclusión de las mujeres del trabajo remunerado, pues se decía ahora que las mujeres no tenían necesidad de trabajar si eran casadas.
Esta idea también justificó salarios menores para las mujeres que permanecieron en el mercado laboral, puesto que se pensaba que ellas no
necesitaban trabajar para sobrevivir ni para mantener a sus familias---el hombre se encargaría de eso. Más aún, esta idea llevó a la exclusión de
las mujeres de muchos trabajos. Los salarios más bajos de las mujeres, se dieron cuenta las asociaciones gremiales, harían bajar todos los
salarios si no se las segregaba en trabajos distintos, definiendo el trabajo femenino como esencialmente distinto al trabajo que llevaba a cabo los
hombres. Así las mujeres fueron expulsadas de ciertas ocupaciones.

Análisis posteriores de la posición de las trabajadoras han puesto en duda la aplicabilidad de las conclusiones de Hartmann en otros
contextos u otras industrias. Ruth Milkman (1990), por ejemplo, sostiene que en los Estados Unidos no todos los gremios han intentado excluir a
las mujeres del mercado laboral o de las organizaciones sindicales. En realidad, muchas sindicatos han defendido los intereses de hombres y
mujeres (para Chile ver Rosemblatt, manuscrito). Sonya Rose (1993) ha demostrado que los gremios textiles no sólo intentaron excluir a las
mujeres de ciertos trabajos. También intentaron marginar a algunos hombres. Así los gremios como entidades exclusivas obraron para mantener el
poder no de todos los miembros del sexo masculino sino de un grupo pequeño de hombres. Rosemblatt ([19951) sugiere que en Chile la
identificación del trabajador como jefe de familia fue más bien una invención de patrones y agentes estatales. Los hombres chilenos renegaban,
en muchos casos, de las responsabilidades familiares e inicialmente rechazaron la identificación de trabajo con responsabilidades familiares
inherente al concepto de salario familiar. A pesar de que estas investigaciones ponen en duda algunas de las conclusiones de Hartmann, no
cuestionan la existencia de una ideología de salario familiar que organiza tanto el mercado laboral como la vida familiar. Sólo cuestionan el grado
en que fue implementado en ciertos contextos y el grado de adhesión de distintos actores.

En el campo de los estudios del trabajo, las investigaciones sobre el salario familiar han demostrado cómo las identidades sexuales y
familiares de hombres y mujeres se forjan en relación al trabajo. Partiendo del un reconocimiento de que el posicionamiento de los trabajadores en
el mercado laboral descansa en ideas acerca de sus responsabilidades familiares, estas investigaciones han descubierto las formas en que la
identidad sexual se despliega en las relaciones laborales. Algunos estudios sobre los hombres y el trabajo, por ejemplo, han demostrado cómo en
torno al trabajo se desarrolla una sociabilidad laboral masculina en la cual los hombres aprenden como "ser hombres." A través de
recomendaciones u coerción los empleadores también moldean la masculinidad obrera. Y en muchos casos (aunque no en todos), la sociabilidad
masculina que se genera en torno al trabajo apoya la asociación del trabajo con el rol familiar de proveedor (ver por ejemplo Rosemblatt [19951).

Los estudios de las mujeres trabajadoras han indagado en cómo las experiencias laborales modifican o no la subordinación de la mujer y
su identificación con el hogar y la maternidad. Benería y Roldán (1987) y Fernández -Kelly (1983), por ejemplo, han examinado como la inserción
laboral de las mujeres cambia o no las dinámicas de poder entre los cónyuges. Otros trabajos han señalado las formas en que se circunscribe la
autonomía potencial que la participación laboral le ofrece a las mujeres. Aún cuando las mujeres trabajan, señalan varias autoras, su participación
laboral es percibida--por ellas mismas, por su familias, o por sus empleadores--como excepcional o temporal. Así aunque la mujer trabaje, su
identidad sigue ligada a su rol de madre y dueña de casa. La legislación protectora protege a las trabajadoras en cuanto madres potenciales,
subrayando que ellas son trabajadoras especiales o "delicadas. " Aunque los beneficios brindados en torno a la maternidad tienen el mérito de
reconocer la importancia de rol maternal, estas leyes entrampan a la mujer en su rol doméstico. Por eso, muchas investigaciones recientes
sugieren que es necesario brindarle permisos "maternales" a los hombres. Una política en este sentido constituiría un reconocimiento de la
importancia del papel "maternal," pero evitaría la tendencia a ver a las mujeres como trabajadoras excepcionales por su responsabilidad por los
niños (Jenson 1990; Quataert 1993; Michel 1993; para un resumen de la literatura acerca del mujer y trabajo ver Souza Lobo 1993).

Las investigaciones feministas del salario familiar y del mundo laboral demuestran cómo los roles familiares están íntimamente ligados al
trabajo remunerado. Por lo tanto sugieren que para cambiar las relaciones familiares es necesario cambiar la organización del trabajo. Esta es
precisamente la posición de Anne Showstack Sassoon. De acuerdo a Sassoon, mientras no disminuyan las responsabilidades domésticas de las
mujeres, ellas tendrán dificultad para desempeñarse exitosamente en el mercado laboral o para entrar a él. Hoy, las mujeres casadas deben elegir
entre quedarse en casa o soportar una doble jornada y esto no es, obviamente, una situación ideal. Pero para facilitar la incorporación de la mujer
al trabajo no basta con que los maridos de buena voluntad empiecen a compartir el trabajo doméstico: será casi imposible conseguir que los
hombres tomen un rol más activo dentro de la familia, señala Sassoon, si no cambia la organización del trabajo. Esto se debe, explica la autora, a
que el mundo laboral está organizado como si cada trabajador tuviera una esposa en casa para cuidar sus niños, preparar sus comidas y/o limpiar
su casa. I_a creciente participación de las mujeres, quienes no tienen esposas, en el trabajo remunerado no ha hecho variar esta situación. Las
demandas del trabajo remunerado, en resumen, son excesivas y no toman en cuenta que cada trabajador/a debe tener tiempo para su familia. Por
lo tanto, afirma Sassoon, para estimular la incorporación de la mujer al mercado laboral es necesario reconceptual izar el trabajo; dejar de pensar
que cada trabajador tiene una esposa en la casa; reflexionar sobre como reconciliar familia y trabajo sin una división sexual del trabajo; crear
condiciones laborales para que mujeres--y sobre todo hombres---puedan desempeñarse satisfactoriamente como padres y esposos. Sassoon
insiste que es necesario que el estado apoye a las familias brindando cuidado infantil, comedores, o lavanderías. Pero reconoce que dadas las
presiones para reducir el rol del estado es difícil conseguir esto. Quizá sea más factible, insinúa, flexibilizar el trabajo, reduciendo,
específicamente, sus horarios.

B. El salario familiar y el estado.

En años recientes ha surgido con fuerza el tema de la conexión entre las políticas estatales y el sistema de salario familiar. En los países
anglo-sajones, los debates se han centrado en cómo se estructuran, históricamente, las políticas de bienestar. Las investigaciones han examinado
cómo distintos actores sociales---organizaciones de mujeres, feministas, sindicatos, partidos políticos, funcionarios estatales, empresarios--
influyeron en el génesis de las diversas políticas estatales en los distintos países. Han enfocado además cómo esas políticas impactaron la familia
como institución y como ideología. Las políticas estatales, señalan diversas autoras, estructuran y modifican las relaciones intra -famil ¡ares y la
relación de la familia con otras instituciones públicas (ver los artículos en Gordon 1990; Koven y Michel 1993; para Chile ver Rosemblatt,
manuscrito).

Muchos análisis han apuntado a la forma en que las políticas estatales se basan en y refuerzan un modelo de familia en que el hombre
trabaja y provee económicamente y la mujer cuida los niños y el hogar. En Chile, por ejemplo, el pago de asignaciones familiares favoreció y
apuntaló el sistema de salario familiar al canalizar la ayuda estatal a los niños a través del proveedor, en general un hombre (Rosemblatt [19951).
Sin embargo la ayuda estatal ha tenido efectos disparejos: no siempre ha favorecido solamente las familias compuestas por padre, madre e hijos.
Muchas veces el interés estatal en los niños ha llevado a la formulación de programas que favorecen más bien al binomio madre -hijo. En Estados
Unidos, por ejemplo, el principal programa de subsidios estatales (Aid to Families with Dependent Children [AFDC], llamado 'welfare") ha apoyado
a mujeres solas con hijos. En programas como AFDC, el estado reemplaza al padre, dando sustento económico a madre e hijos cuando el
proveedor no quiere o no puede mantenerlos. El efecto de programas como estos es facilitar la vida de mujeres con hijos que no quieren o no
pueden vivir con el padre de los hijos. Así tienden a socavar el sistema de salario familiar y la norma familiar que lo subyace.

Aunque las políticas dirigidas a binomio madre-hijo han reforzado la noción de que las madres son y deben ser las principales
responsables de los niños, también han relevado la importancia de las tareas que generalmente llevan a cabo las madres. Por eso han recibido,
en muchos casos el apoyo de las feministas (Koven y Michel 1993, introducción; Elshtain 1990). En Francia hay un recompensa estatal incluso
más directa hacia las madres. Allí, a partir de 1938, todas las madres---casadas o solteras--quienes permanecen en casa reciben un subsidio
estatal. Muchas organizaciones de mujeres francesas apoyaron este subsidio, viéndolo como una forma de recompensa a las madres. Sin
embargo, fue implementado sólo porque influyentes políticos hombres lo veían como beneficioso para la nación. Ellos querían bajar los índices de
mortalidad infantil para incrementar la población del país y pensaban que el cuidado materno de los niños menores haría disminuir las tasas de
muerte infantil (Koven y Michel 1993, 22; Pederson 1993).

Las feministas anglo-sajones han mantenido posiciones intelectuales y políticas opuestas relativas a las políticas estatales y su impacto
en la familia como institución y como ideología. Ciertas feministas señalan que históricamente el salario familiar ha sido la principal forma de
defensa de los pobres frente a las adversidades del capitalismo. Más aún, cuando las madres no dependen del sus maridos deben depender del
estado, lo que es peor. Por lo menos, insisten las defensoras del los salarios familiares, entre marido y esposa hay lazos solidarios. Otras
feministas sostienen una posición opuesta, oponiéndose a políticas estatales que apoyan el sistema de salario familiar. Ellas dicen que al reforzar
la asociación de los hombres con el mundo del trabajo y la mujer con el mundo familiar, se refuerza una división sexual del trabajo (y las
identidades sexuales correspondientes) que limita las opciones de las mujeres. El sistemas de salario familiar y las políticas estatales que lo
apoyan restringen insoslayablemente las posibilidades laborales de las mujeres y las hacen depender de sus maridos (para resúmenes de este
debate ver Gordon 1990; Elshtain 1990).

En gran medida, las posiciones opuestas que se han perfilado dentro de estos debates se basan en distintas evaluaciones de la
intervención estatal. Un grupo de investigadoras, la escuela de "control social," ve en toda intervención estatal un intento por controlar el
comportamiento de los sectores populares. Para estas investigadoras, la intervención es intrínsicamente perniciosa, puesto que genera, desde una
esfera estatal controlada por élites políticas, códigos de conducta que deben ser acatados por los actores de la sociedad civil. Sólo la supresión de
la intervención estatal puede devolverle a los actores de la sociedad civil un mayor grado de control sobre sus vidas.

Otras investigadoras encuentran esta visión demasiado simplista- Primero, este segundo grupo se resiste a la noción de que puede
existir un ámbito privado en que no intervienen entidades exteriores. La familia, señalan, siempre se ha relacionado con distintas instituciones
estatales y comunitarias que han mediado en y modificado las relaciones familiares. Segundo, esto grupo piensa que la no -intervención estatal
puede ser más peligrosa que la intervención si los vacíos en la acción estatal implican un apoya tácito a relaciones de desigualdad. El hecho de
que el estado no tenga programas o leyes en torno a la familia no significa que el estado no tenga una política hacia la familia. En Estado Unidos,
por ejemplo, no hay leyes de protección a la maternidad de las trabajadoras, pero ese hecho en sí forma parte de una política estatal hacia la
maternidad. Tercero, este segundo grupo sostiene que hay intereses diversos dentro de la familia, y que la intervención estatal puede favorecer un
miembro de la familia en desmedro de otro. Cuarto, hombres y mujeres no son pasivos frente a las formas de intervención estatal. Aunque el
estado sea un actor potente con acceso a muchos recursos, cada miembro de las familia busca la forma de manipular la de intervención estatal en
pos de sus propios intereses. Finalmente, las políticas estatales pueden ser aplicadas de distintas formas y en ciertos casos pueden, por lo tanto,
brindarle una mayor autonomía a las mujeres. La intervención estatal, entonces, no es ni buena ni mala en sí (Gordon 1990, 178-198).

C. Identidad de género y ciudadanía.

El sistema de salario familiar se expresa también políticamente, determinando modalidades de participación política y modelos de
ciudadanía distintos para hombres y mujeres. Carole Pateman (1988 y 1989) ha descrito como la teoría política clásica dividió el mundo
público/político del mundo privado, posicionando a los hombres claramente en el primero y las mujeres en el segundo. Filósofos tan diversos como
Locke, Rousseau, Hobbes, y Hegel, validaron el hecho "natural" de que la mujer fuera dependiente de su marido y subrayaron que la dependencia
intrínseca de la mujer la incapacitaba para participar en el mundo político. Así justificaron el hecho de que las mujeres no tuvieran derechos
ciudadanos. Además, diversos filósofos propusieron que los trabajadores hombres merecían ejercer los derechos ciudadanos porque contribuían al
bienestar de la nación a través de su trabajo productivo y como soldados que defendían la patria. El hecho de que las mujeres no participaran, por
lo general, ni en el trabajo remunerado ni en los ejércitos constituyó, entonces, una segunda justificación filosófica para no brindarle derechos
ciudadanos. Muchos filósofos han sugerido, entonces, que la mujer no puede tener---o no se ha ganado el derecho a tener--voz política propia y
que sería mejor representada por su marido.

Estudios de diversos países señalan que las políticas estatales y las políticas de bienestar han reflejado la idea de que los hombres son
ciudadanos con derechos y las mujeres no. Los principales programas de bienestar dirigidos a los hombres (la seguridad social, los seguros de
accidentes del trabajo, las pensiones), indican muchas autoras, están ligados al trabajo y son considerados---por beneficiados y por la sociedad
toda---como derechos del trabajador. Por lo general, estos programas son administrados con reglas burocráticas claras lo que permite que los
contribuyentes conozcan y hagan cumplir sus derechos. Las mujeres por lo general reciben ayuda estatal en cuanto madres. Esta ayuda, sin
embargo, no es considerada un derecho. Incluso muchas veces se aproxima más bien a una dávida caritativa. Y, a diferencia de los programas
ligados al trabajo, aquellos dirigidos a las madres frecuentemente no tienen reglas claras. Incluso la distribución de los recursos depende, en
muchos casos, de un estudio caso por caso---lo que permite arbitrariedades contra las cuales las beneficiarias no pueden reclamar (Jenson 1990;
para Chile ver Illanes 1993; Rosemblatt, manuscrito).

A pesar de que hay un amplio reconocimiento de que las mujeres han sido excluidas de la política y de los derechos que confiere la
ciudadanía, algunas investigadoras han conceptualizado la participación política femenina de una forma más matizada. Partiendo de un análisis de
las prácticas políticas femeninas--y no, como Pateman, del estudio de la filosofía política--ellas han documentado las formas en que las mujeres
han construido una identidad política sobre la base de su identidad maternal. Siendo que la maternidad le confiere un cierto grado de autoridad
moral a las mujeres, exponen estas autoras, las mujeres han proyectado esa autoridad--y calidades como ternura, compresión, capacidad
conciliadora, que las madres supuestamente poseen---hacia el ámbito público. Es así como han tratado de ganar influencia política (ver los
artículos en Koven y Michel 1993).

Aunque hoy, las mujeres han conseguido, en términos formales, los derechos ciudadanos y a pesar de la insistencia de las mujeres en
que la maternidad le confiere derechos ciudadanos, los problemas derivados de una definición esencialmente masculina de la ciudadanía
continúan, explican muchas autoras, puesto que las definiciones masculinas de la ciudadanía no han variado en lo esencial. A pesar de que se
reconoce la maternidad como un aporte significativo a la sociedad, la maternidad no es vista aún como un elemento constitutivo de la identidad
ciudadana, pues se sigue pensándola como una actividad privada. Así las mujeres de hoy enfrentan un dilema. Según Pateman:

...para que las mujeres accedan a una ciudadanía completa y activa deben ser (como) hombres .... Aunque durante dos siglos las mujeres hayan
exigido que sus calidades y tareas distintivas sean parte de la ciudadanía---es decir, que ellas sean, como mujeres, ciudadanas---esta exigencia no
se podrá cumplir porque son precisamente los trazos de femineidad que posicionan a la mujer en oposición a, o en el mejor de los casos en una
relación paradójica y contradictoria con, la ciudadanía (Pateman 1988; Pateman 1989, la cita es de la p. 14).

Para salir de este dilema, Pateman aconseja la construcción de una identidad ciudadana femenina paralela a la identidad ciudadana
tradicional/masculina (Motiffe 1992). En esto coincide con el proyecto de feministas "maternal istas" como Gilligan, Sara Ruddick, o Jean Bethke
Elshtain, quienes insisten en la necesidad de promover las calidades femeninas ligadas a la maternidad (calidades como la conciliación; la
consideración por, o el cuidado de, los otros) como una forma de "empoderamiento" de las mujeres.

Chantal Motiffe se opone a la propuesta de las "maternal istas. " Mouffe nos recuerda que no todas las mujeres son madres y que
postular una identidad maternal -política para las mujeres tiende a fijar la asociación de las mujeres con la maternidad. Si el feminismo busca abrir
nuevos espacios para las mujeres, permitirles romper con moldes que las restringen, entonces es peligroso re-instalar la ecuación mujer=madre.
Además, insiste Mouffe, la maternidad implica una relación en donde el hijo está subordinado a la madre y una relación de subordinación como la
relación madre-hijo/a, por afectuosa o solidaria que sea, no puede ser la base de la ciudadanía en una democracia. En vez de articular dos
identidades ciudadanas paralelas---una masculina anclada en el trabajo, una femenina anclada en la maternidad ---, Mouffe aconseja la búsqueda
de una concepción neutral de ciudadanía que no descanse ni en calidades "rnasculinas" ni en calidades "femeninas" (Mouffe 1992).

V. CONCLUSIONES

Las investigaciones feministas de la familia abarcan una multiplicidad de temas. En este trabajo se ha intentado dar una visión global de
las diversas materias abordadas por estas investigaciones y de las distintas interpretaciones contenidas en ellas. Sacar conclusiones definitivas de
una trayectoria de investigación tan amplia sería prematuro--y seguramente sería contraproducente también. Sin embargo, este "corpus"
académico nos puede ayudar a hacer preguntas relevantes. A modo de conclusión, entonces, se presenta una lista parcial de algunas
interrogantes claves que pueden guiar la discusión acerca de la familia en Chile.

1. ¿Cuál sería el modelo de ciudadanía que más beneficiaría a la mujer chilena? Históricamente los centros de madres y otras
organizaciones de mujeres han buscado la integración política de las mujeres a través de su identidad materna. El estado ha apoyado e
instigado la participación política de las mujeres en cuanto madres ¿Ha sido este modelo una forma eficaz de participación política para
las mujeres?

2. ¿Cuál es la mejor forma asegurar el bienestar de los niños sin perjudicar a las mujeres? ¿Qué responsabilidades le caben al estado y
qué responsabilidades le caben a la familia? En un contexto en donde el estado es cada vez más liberal --o sea, en que el estado delega
más tareas a la sociedad civil--- ¿es posible incrementar las responsabilidades de las familias sin sobrecargar a las mujeres?

3. ¿Qué es para nosotros "la familia"? ¿Quiénes la componen y qué funciones juega? ¿Qué implica esto para las funciones de apoyo
estatal a las familias? El informe de la Comisión Nacional de la Familia intenta una respuesta a esta pregunta, pero hay silencios
notables en el informe. En específico, este informe sigue pensando la familia como una instancia esencialmente procreativa basada en
la pareja heterosexual. No obstante, si el estado reconoce y apoya las funciones afectivas de las familias--y las necesidades
emocionales y recreativas de las personas en general---tendría que analizar y responder también a las necesidades de las familias que
no son, no han sido, o no serán procreativas. También tendría que reconocer y apoyar otras instancias, fuera de la familia, en donde se
busca y encuentra afectividad y solidaridad.

4. ¿Cómo se democratizan las relaciones conyugales? Obviamente, cambiarlas actitudes machistas implica un cambio cultural (y
psicológico) que será lento y que implica tanto al estado como a la sociedad civil. Sin embargo, si reconocemos las formas en que el
estado apoya, aunque no sea de una forma consciente, ciertos códigos de conducta, es obvio que debe y puede apoyar cambios en
esos códigos. ¿Qué formas de acción estatal permitirían que se expresen y resuelvan los conflictos que se dan actualmente en las
familias? ¿Qué formas de acción estatal le permitirían a las mujeres una posición más ventajosa desde donde negociar dentro de sus
familias?

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