Sunteți pe pagina 1din 5

Sobre la poesía de

Corina Oproae
Texto de Laia López Manrique

Presentamos un texto de Laia López Manrique (Barcelona, 1982) en torno al


nuevo libro de la poeta rumana de expresión española Corina Oproae
(Transilvania, 1973), Intermitencias (Sabina Editorial, 2018). Laia López
Manrique estudió Filosofía y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
en la Universitat de Barcelona. Ha publicado los libros Transfusas (Ediciones
del 4 de Agosto, 2018), Desbordamientos (Tigres de Papel Ediciones,
2015), La mujer cíclica (La Garúa, 2014) y Deriva (Prensas Universitarias de
Zaragoza, 2012) y ha sido antologada y traducida en diversas compilaciones y
revistas nacionales e internacionales. Es coeditora de la revista digital de
creación literaria y experimental Kokoro (www.revistakokoro.com) y de la
colección Kokoro Libros.
Pasaje entre lo carnal y las sombras: presentación de Intermitencias
de Corina Oproae

Intermitencias, el segundo libro publicado en castellano por la poeta y


traductora de origen rumano Corina Oproae, es un libro que efoca la mirada en
dos direcciones distintas. Por un lado, trata de dar cuenta del estado de
perpetuo exilio que acompaña a quien se atreve a escribir poemas. Está escrito
desde un estado emocional que remite, fundamentalmente, a la nostalgia y a la
melancolía, una nostalgia casi platónica que tiene que ver con una posición de
la poeta en cuanto umbral y catalizador de procesos lingüísticos y mentales
que le son a la vez propios y expropiados, y de los que se adueña sintiéndose,
a un tiempo, ajena. La poeta escribe desde la incertidumbre de saberse
habitante de un mundo de sombras, de huecos, de restos del sueño, de cosas
básicamente inasibles. La escritura aparece como una tendencia hacia la
tangibilidad imposible de esas sombras a través de las palabras, que, como
dice en uno de los poemas “caminan de espaldas a la vida” en algún otro
lugar, habitan un espacio que no es éste en el que estamos, ahora, hablando,
dirigiéndonos a través de ellas hacia la creación de alguna clase de sentido.
Ese primer movimiento es, por tanto, un movimiento platónico de la mirada,
que parte de una división, una segregación entre palabras y cosas, a pesar de
que Corina Oproae no aviste ninguna correspondencia cratiliana, y no haya
ninguna prueba lógica que las palabras deban pasar para determinar su
adecuación con la cosa. No obstante, hay platonismo en la medida en que
Corina dota a las palabras de una existencia separada, de una realidad otra que
entra en la vida por contacto, por contaminación y, lo que es más importante,
por deseo expreso, arduo y costoso, de quien, como es el caso, escribe
poemas. Del mismo modo que el filósofo platónico tendía a desear el
conocimiento, la peligrosa abrasión solar (al modo de Ícaro) de la idea de
bien, la poeta desea las palabras, no menos peligrosas, que escapan, connotan,
dimensionan y contienen además “todos los siglos”, es decir, pesan
demasiado, y a la par permiten alzar el vuelo, sobrevolar el terreno y el tejido
de dolor construido a lo largo de la historia por el ser humano. Además,esas
palabras se pierden, desaparecen, como recoge uno de los poemas. En ese
aspecto, quien escribe siente la responsabilidad de “salvar las apariencias”
como decía María Zambrano refiriéndose a Platón en un breve artículo:
“salvar lo visible, el presente que huye sin siquiera dejarnos el tiempo de
discernirlo por completo.” El platonismo en el libro de Corina se expresa
también, a mi entender, con otras dos figuras o motivos temáticos que son la
idea del regreso (“un día volveré ahí de donde vengo y colgaré mis palabras en
una columna infinita”) y la del conocimiento a través del recuerdo, que
conjuga con la llamada teoría de la reminiscencia de Platón. Pero no solo de
platonismo vive el libro, y es ahí donde entra en juego la segunda perspectiva
a la que he aludido al inicio del texto. A través de su poética podemos
introducirnos en una dimensión distinta, y en gran medida opuesta a la
platónica, donde las palabras y el poema constituyen también un asidero
material, físico, sensorial, carnal y sangrante, que se declina en femenino y
tiene en la madre y en la maternidad la materialización simbólica de un
vínculo físico con el lenguaje, la expresión tanto metafórica e intuitiva como
real de ese vínculo. Para entender esto simplemente voy a dirigirme a uno de
los poemas cortos del libro, “Escribir hoy” donde se dice que “escribir/ es
vivir añorando el betún de tu vientre.” El poema es el primero de una serie que
insiste en una dimensión del lenguaje poético en cuanto nudo inclinado a
retornar a un espacio umbilical perdido, a la relación con la madre, con la
“casa” de la madre, el “receptáculo” o “chora” (“jorá”) al que alude Julia
Kristeva para referirse al vientre de la madre. Julia Kristeva decía que esa
“chora” tiene que ver con el espacio donde se forman los primeros procesos de
significación, a partir del ritmo acompasado con el cuerpo de la madre, y es el
lugar donde experimentamos con ella las sensaciones e impulsos que serán
fundamentales para nuestra constitución posterior como sujetos. Por lo tanto, y
siempre según Kristeva, el tránsito por la placenta nos entrega ya un lenguaje
pre-verbal al que se sobreimpone tras el nacimiento el orden simbólico, la Ley
del Padre que es la de la abstracción y las categorías. Para la filósofa Luisa
Muraro, autora de El orden simbólico de la madre, es la madre quien nos
enseña a hablar y nos entrega muchas otras cosas que pertenecen a las bases
de la civilización. Con estos aprendizajes nos es transmitido el orden
simbólico de la madre; la lengua tiene una función simbólica que nos ayuda a
interpretar lo que es real. Las reglas de la lengua materna nacen de la
necesidad de mediación, son las que impone la madre para que podamos
volver a comunicarnos con ella, compartiendo su experiencia con el mundo.
“Nacemos de mujer”, como dijo Adrienne Rich, y nacer es separarse. La
separación abre una herida ambivalente, porque entrega la vida y realiza un
corte con la madre, ese corte íntimo que nos da la vida individual y al que
tendemos a volver repetidamente en la vida adulta desde los procesos
subconscientes, la imaginación, el sueño y también desde la palabra poética,
aspectos en los que insiste Corina en diversos poemas del libro. Quisiera en
este punto referirme a Anne Carson, y a ese maravilloso libro de su autoría
llamado Decreación, cuya primera parte, Paradas, trabaja explícitamente con
la relación con la madre. Apenas menciono unos versos de Carson: “somos
así, teníamos un pretexto para estar dentro. Llegó el día, cortamos el fruto
(cortamos el árbol). Ahora estamos fuera. Aquí hay una deuda saldada.” Este
poema actualiza la deuda contraída con la madre, donadora del lenguaje, y la
escritura supone un reconocimiento de la relación de la mujer que escribe con
la madre, relación denostada y negada por la cultura y la tradición misógina
que nos separan de ella. Devolver el poema al cuerpo de la madre y al diálogo
con ella es una restitución de su valor y de su enseñanza, además de expresar
esa añoranza de la casa perdida, haciendo una nueva casa estacional con la
palabra poética. Y, contra el tiempo lineal y teleológico propio del patriarcado,
el tiempo cíclico donde existimos repetidas veces: “matrices itinerantes”, dice
Corina Oproae en el libro, naciendo cada día “de la garganta ciega de la
primera madre.” A nivel de manufactura poética, en el libro encontramos
poemas de aliento corto y cincel preciso que tiende al corte y al recorte y
poemas que se extienden o se despliegan en una sintaxis más exuberante y
espaciosa y suelen incidir en la repetición de estructuras. Los segundos son de
hechura más clásica y los primeros dan un paso más acotado, sentencioso y
reflexivo. Los que producen un efecto más devastador y a la vez más abierto
son los poemas más breves; los largos bailan, se ramifican, tratando de
perseguir las ideas.

S-ar putea să vă placă și