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Amadeu Prado es un “heterónimo” (al estilo de Fernando Pessoa1) del escritor suizo Pascal Mercier en su
novela Tren nocturno a Lisboa (2004). Su hermana Adriana ha publicado este libro, una suerte de diario sin
secuencia temporal, con sus heroicos empeños por “representar con palabras -como arqueólogo del alma-
las experiencias subterráneas e invisibles, tesoros que dan a nuestra vida su forma, su color y su melodía.
Este objeto de contemplación se rehúsa a permanecer quieto, las palabras rebotan en la experiencia, y, al
fin y al cabo, en el papel quedan puras contradicciones.” Lejos de considerarlo un defecto, finalmente se
ha convencido que “reconocer esa confusión es el camino ideal para comprender esas experiencias íntimas
pero enigmáticas”. El hallazgo de ese libro es el comienzo de una experiencia transformadora para
Raimund Gregorius, amante de las palabras y protagonista de la novela. Cabe señalar que, tras el pseudónimo
Pascal Mercier, se esconde el filósofo Peter Bieri, cuya preocupación central ha sido, precisamente, la
pregunta por el tiempo. La presente traducción de una de las reflexiones que atribuye a Prado, ha sido
realizada por Frederic Smith de la versión inglesa de Barbara Harshav.
Vivimos aquí y ahora, todo aquello que ocurrió antes y en otros lugares ha pasado,
en su mayor parte olvidado y accesible como un pequeño remanente en fragmentos
desordenados de memoria que se encienden en una rapsódica contingencia y se extinguen
nuevamente. Así es como acostumbramos pensar acerca de nosotros mismos. Y esta es la
manera natural de pensar, cuando observamos a los demás: están realmente ante nosotros,
y no en cualquier otro lugar ni tiempo y ¿cómo podría pensarse su relación con el pasado
sino bajo la forma de episodios internos de memoria, cuya exclusiva realidad está en el
presente de su acaecer?
1
Uno de los epígrafes de la novela, que dejo en el portugués original (compartiendo el embrujo experimentado
por su protagonista), está extraído del Livro do Desassossego: Cada um de nós é varios, é muitos, é uma
prolixidade de si mesmos. Por isso aquele que despreza o ambiente não é o mesmo que dele se alegra ou
padece. Na vasta colónia do nosso ser há gente de muitas espécies, pensando e sentindo diferentemente.
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