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RESUMEN DE OBRA LA MANSION DEL PAJARO SEPIENTE Y EL MUNDO DEL

MISTERIO VERDE

La selva es un mundo aparte, una visión mágica de un espacio sin tiempo. Dentro
de sus fronteras el ser humano no tiene poder, voz o voto. Ante ella solo vale el
respeto por lo desconocido y la aceptación de la pequeñez humana frente a la
naturaleza. En Guatemala esa selva se llama Petén y para el guatemalteco es un
lugar tanto indómito como ajeno; desconocido para la mayoría de no ser por el
retrato con el que Virgilio Rodríguez Macal y sus obras han dado forma a la imagen
que la población tiene sobre esa densa mancha verde al norte del mapa nacional.
Este mes se celebra el primer centenario del nacimiento del autor y su legado está
más vivo que nunca.

Virgilio Rodríguez Macal nació en la ciudad de Guatemala el 28 de junio de 1916.


Su padre era diplomático y su infancia y su adolescencia se vieron marcadas por
constantes cambios de país de residencia. Su vocación por la escritura comenzó en
la década de los treinta durante una residencia en Chile, donde escribió para el
diario El Mercurio. Junto con la selva, fue un gusto que no abandonó hasta el final
de su vida en 1964. Murió a causa de un cáncer de pulmón. Tenía 47 años. María
Elena Rodríguez, su hija, lo recuerda como un padre amoroso. “Era una persona
muy alegre jovial. Llamaba la atención en todos los sitios en los que se desenvolvía.
Siempre fue cariñoso con sus hijos (tuvo cinco en cuatro matrimonios, se casó dos
veces con su primera esposa). Tenía una sonrisa contagiosa”, recuerda. La vida
familiar la combinó con su otra gran pasión, la selva.
En la obra de Rodríguez Macal el mundo selvático es el gran protagonista. Sus
personajes son en su mayoría animales, aunque con sicologías antropomorfas. En
este ambiente hostil, el hombre es un mero testigo de las dinámicas de un contexto
que no entiende. “Su primer libro lo escribió en Chile. Debió traer desde adentro
ese amor por sus raíces. Se identificó mucho con el Petén y las Verapaces, con la
selva. Su espíritu era temerario, salvaje”, recuerda su hija al momento de describir
cómo su padre pasaba largas temporadas en las selvas nacionales. “Se internaba
por meses. A veces se iba solo con su perro o con un guía. Vivía con los chicleros
y los lagarteros. Regresaba a casa barbudo, con sombrero y más moreno. Se le
miraban mucho más verdes los ojos”, acota.

Esa experiencia vivencial se refleja en sus narraciones. En su trabajo el tratamiento


detallado de los rasgos ambientales y la preponderancia de lo natural como
personaje es un patrón constante. Esto lo hace un escritor criollista, al estilo de
Horacio Quiroga y Rómulo Gallegos, pero desde la distancia de las décadas en que
se produjo el movimiento a nivel latinoamericano y la producción nacional. Para el
escritor Javier Payeras, esta condición es fundamental en su narrativa, la cual define
como un mundo de imaginación fantástica al estilo del propio Quiroga. “El entorno
selvático más la imaginación son formas de documentar una parte de Guatemala
que no es la más común. Es otro tipo de narrativa, más del norte, mestiza. Su
idiosincrasia es como la de oriente, con violencia y venganza. Es uno de los grandes
narradores de la identidad mestiza del país, una no idealizada”, apunta. De esta
fascinación por el mundo verde surgieron sus principales trabajos narrativos,
escritos en un lapso relativamente breve: ‘La mansión del pájaro
serpiente (1951), Carazamba (1953, escrita en diez días con ayuda de una
mecanógrafa y ganadora de los Juegos Florales de
Quetzaltenango), Jinayá (1956), Guayacán (1962) y El mundo del misterio
verde (1956). Además, Payeras hace una distinción entre Rodríguez Macal y Flavio
Herrera, el otro gran criollista nacional. “Él no escribe, como Herrera, de Guatemala
como extranjero, de lejos. Se internó más en la cultura mestiza que otros
intelectuales de su tiempo”, afirma.

Algo es indiscutible: Rodríguez Macal es uno de los escritores más difundidos entre
la población guatemalteca. Esto gracias a que junto con José Milla son lecturas
constantes en centros educativos de todo el país. La difusión masiva de este tipo
de literatura se debe en parte al trabajo que Editorial Piedra Santa realiza en pro de
la vigencia del escritor en las aulas. Irene Piedra Santa, al frente de la casa editora,
explica que además del consumo escolar, otros mercados también se interesan por
Rodríguez Macal. “El público adulto lo lee mucho, incluso piden versiones no
escolares. Además, lo piden en Estados Unidos, en el extranjero porque (a los
lectores) les recuerda a su país”. Ahora, con motivo del centenario, Piedra Santa
edita por primera vez en el país Negrura, novela poco conocida del escritor acerca
de la situación de los alemanes tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. No
obstante, el grado de aceptación lectora parece no haberle valido el reconocimiento
académico.
Rodríguez Macal se definía anticomunista (bajo un concepto de comunismo y
anticomunismo europeo, distinto a la contraposición ideológica que se estableció en
América Latina). Esto pudo ocasionarle problemas de aceptación. Para Payeras,
“es un escritor complejo que fue marginado como miembro de su generación. Existía
demasiado sesgo ideológico y esto superaba a la importancia literaria. Es un tema
que polarizó a muchos escritores. Uno de los que propició esa división radical entre
escritores oficiales y de izquierda fue Cardoza”. Además, el escritor también ve un
rechazo académico. “Las generaciones se asumieron desde la academia y desde
su postura comprometida con su ideología. Se marginó a muchos. Ahora, disipado
el tema, se puede hacer una revisión desde otra postura”, explica.

A cien años de su nacimiento, Virgilio Rodríguez Macal continúa vigente. Como


expresa su hija, “sigue vivo en todos los libros que escribió”. Pero no solo él vive en
ellos, viven sus personajes –icónicos, fascinantes– y vive también la selva
guatemalteca, ese mundo cada vez más lejano al que pronto solo podrá accederse
por medio de la imaginación.

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