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La fe y el apostolado

Introducción
Al hablar sobre la fe, podríamos quedarnos en un nivel abstracto. Qué es la fe, cuáles son sus
dimensiones, etc…

Pero también podemos ver la fe encarnada en un ser humano y recolectar sus características.

Por ejemplo: «Aquel, pues, que os suministra el Espíritu y hace milagros entre vosotros, ¿lo
hace por las obras de la ley o por el oír con fe? Así, Abraham creyó a Dios y le fue contado como
justicia. Por consiguiente, sabed que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. Y la Escritura,
previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las buenas nuevas a
Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. Así que, los que son de fe son
bendecidos con Abraham, el creyente» (Gálatas 3,6-9).

Otro ejemplo, que a su vez es más cercano, es María. En Ella encontramos a una persona que
vivió la fe de manera especial y modélica.

Y, para esto, tomaremos el evangelio de Lucas.

Lucas 1
San Lucas escribe el evangelio a un tal Teófilo. Este dato es fundamental para entender su
evangelio: Teófilo es alguien que no conoció a Jesús (como nosotros) y Lucas le quiere transmitir
todo lo que él, diligentemente, ha investigado y ha recibido de parte de los testigos oculares:

Muchos han intentado hacer un relato de las cosas que se han cumplido entre nosotros, tal y como nos
las transmitieron los que desde el principio fueron testigos presenciales y servidores de la palabra. Por
lo tanto, yo también, excelentísimo Teófilo, habiendo investigado todo esto con esmero desde su origen,
he decidido escribírtelo ordenadamente, para que llegues a tener plena seguridad de lo que te enseñaron
(Lucas 1,1-4).

Teófilos somos nosotros, quienes no conocimos a Jesús, quienes tampoco conocimos a María.
A todos nosotros se nos dirige este evangelio. Teófilo comprende que María supo acoger la
Palabra, creer a la Palabra. Comprende que esta Palabra produjo en Ella frutos. Y, esto es posible
solo porque Lucas le revela el corazón de María.
Dos personajes

El texto muestra a María y a un “personaje antítesis” de Ella. Pero, no se trata de un ser malvado.
No es un pecador. Si no, un sumo sacerdote, que ingresa a lo más sagrado del Templo y recibe una
revelación angelical: cuantos de nosotros también podemos ser como este personaje, muy cercanos
a lo sagrado, pero tan poco personas de fe…

“Un día en que Zacarías, por haber llegado el turno de su grupo, oficiaba como sacerdote delante
de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre del sacerdocio, entrar en el santuario del Señor para
quemar incienso. Cuando llegó la hora de ofrecer el incienso, la multitud reunida afuera estaba
orando. En esto un ángel del Señor se le apareció a Zacarías a la derecha del altar del incienso”
Lucas 1, 8-11

La antítesis es Zacarías. A él también se le aparece el mismo ángel que se le apareció a María.


Lucas nos presenta dos tipos de personas. Ambos son personas que respetan y cumplen con su
religión. Ambos son externamente personas creyentes.

Zacarias reacciona ante el anuncio milagroso del ángel:

“¿Cómo podré saber esto? Porque yo soy anciano y mi mujer es de edad avanzada” Lucas 1,18

María responde del siguiente modo:

“¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?” Lucas 1,34

¿Cuál es la diferencia?

Zacarías quedará mudo hasta el nacimiento de su hijo anunciado. ¿Por qué? Zacarías pide saber.
Pide explicaciones. Pide pruebas racionalistas. Quiere que se le demuestre algo que está fuera de
toda explicación. Zacarías imita a los primeros padres cuando trasgrediendo las palabras del Señor,
trasgrediendo su límite de creaturas, toman del fruto de la ciencia del árbol del bien y del mal.
Zacarías no tiene fe porque no acepta no entender. No acepta su condición de creatura. No acepta
que Dios esté más allá de sus límites y quiere que esté a su mismo nivel, a su nivel de comprensión
y de entendimiento. En definitiva, no acepta que Dios sea Dios y provea en su vida.

La fe no es pedir conocer y comprender todo antes de vivir lo que Dios nos pide.
La fe es, más bien, pedir como podemos hacer aquello que Dios nos propone hacer. La fe es
reconocer que Dios es Omnipotente. Que es Providente. Que Él actúa en nuestra vida, sin que
necesariamente lo comprendamos y entendamos del todo. La fe es confiar personalmente que Dios
está obrando en nuestra vida día a día.

María reconoce que esto va a suceder (modo verbal indicativo = afirmación con certeza, y voz
media = acción que recae sobre el sujeto). Por eso, su pregunta realmente suena como “dime cómo
lo haremos”… y después de experimentar Su acción en la vida, se entiende. No se rehúsa la
entendimiento, no es algo irracional… la fe va más allá de la razón, no prescinde de ella.

La fe, pues, no se trata solo de una manifestación externa: ir religiosamente a misa, rezar
devotamente, realizar actos de caridad... La fe se trata de una adhesión total de la vida a Dios…
adhesión en la que se reconoce (y se deja) que Él sea Dios… Se trata de una adhesión tanto del
corazón como de nuestra inteligencia…

Iniciativa de Dios

«A los seis meses, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea» Lucas 1,26

La fe no es en primer lugar un gran acto nuestro… no se trata de nuestro mérito, de nuestros


grandiosos recursos… La fe inicia por obra y gracia de Dios. Así de sencillo. Es Él quien
primerea… es Él quien envió un ángel a María para que Ella pueda responder con fe a su misión.
Dios es el primero en accionar, pero se sirve siempre de una mediación.

Hoy nos podemos preguntar: ¿cuáles fueron aquellos ángeles en nuestra vida que fueron
enviados por Dios para que recibamos el Don infinito de la fe? ¿mamá, papá, abuelitos?
La fe es cambio radical de vida

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al
santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo
en su vejez; de hecho, la que decían que era estéril ya está en el sexto mes de embarazo. Porque
para Dios no hay nada imposible» Lucas 1,35

Dios irrumpe en la vida de María. La apertura de fe de María cambia su vida. Y nunca será
igual. Es importante notar que el Evangelio llama por dos veces «virgen» a María. Una virgen, en
la sociedad hebrea, era un nombre preciso para aquella mujer que se iba a casar. Es decir, para una
persona que se prepara para convertirse en mujer, en madre. Así, para el pensamiento hebreo,
cuando una mujer es madre llega a la plenitud de su feminidad. Llamarla virgen significa que Ella
todavía no está completa… Cuando se convierte en Madre de Jesús, por su fe, María experimenta
el cambio más radical y de mayor plenitud que puede vivir una Mujer.

Pero, notemos lo siguiente: Dios irrumpe cuando María ya estaba direccionada hacia una meta.
Ella estaba comprometida con José. Dios no irrumpe, no llega a nuestra vida, si es que nosotros
no estamos direccionados, si no estamos ya aceptando caminar por Su camino. En pocas palabras,
Dios no nos impone algo. Pero, lo que sí hace Dios es irrumpir y traer novedad. Hay cambio,
novedad en continuidad con nuestro ser. NO podemos pensar que la fe nos dejará como estábamos
antes… Dios cambia lo que Él disponga que es mejor para nosotros y Dios lo cambia de modo que
sea el modo más auténtico de nuestro ser.

Aquí se muestra el rostro más puro de la fe: la fe es la acción de Dios que cambia nuestra vida
en el momento en el que aceptamos que Él sea nuestro Dios. ¿Cuál es la esencia de esta acción de
Dios? La vida. Lo más esencial de la acción de Dios que se nos narra en este pasaje es: Dios trae
vida allí donde no había. Nace una vida en un vientre virginal (o lo mismo podríamos decir de
aquel que en este momento es un bebé pero que después va a dar Su vida por nosotros. Y, Dios lo
va a resucitar: nueva vida ahí donde no había, donde estaba la muerte). Lo esencial es la vida. La
fe es esencialmente esto: es alguien que se encontró con Dios y aceptó que Él lo rehiciera (y lo
vaya rehaciendo). Se trata de una vida nueva. Una vida que cambia porque se enamoró de Dios, y
a partir de ese momento, todo en su vida tiene un nuevo filtro: vemos la realidad desde este amor,
vemos a los demás y nos comportamos con los demás a partir de este amor, actuamos a partir de
este amor…
Alégrate

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» Lucas 1,28

En esta frase, que en castellano perdemos su intensidad repetitiva, se nos revela algo central de
nuestra reflexión. En el griego original, jaire kejaritomene… un intento de traducción sería feliz
agraciada por que sos llena de gracia…

Se nos invita a la alegría cuando Dios llega, porque Él solo viene para donar… no para quitar…

La fe comienza a partir de la alegría. La fe comienza creyendo a la gracia, al bien, a la bondad…


no inicia por temores, miedos, obligaciones… eso no es fe.

Después del saludo, se dice: “El Señor está contigo”. Dios no nos exige nada antes de darnos
Su gracia. No tenemos que pagar ningún tributo o sacrificio. Él siempre va a estar con nosotros.
Eso es la fe: tener la certeza que Dios siempre está conmigo.

Pero, lamentablemente, nosotros podemos no estar con Él. Podemos elegir vivir como si Él no
estuviera aquí con nosotros. Pero, Él es siempre fiel. Él jamás se apartará de nosotros, por más
bajo que caigamos o más pecados traigamos. Su presencia, su amor son siempre gracia, son
siempre gratuitos.

María se turbó

Estamos en el corazón de María, como ya habíamos mencionado. Esta historia no puede no


haber sido contado sino por María: se nos describe lo que sintió, se nos descubre su interioridad y
su diálogo en la intimidad con el enviado de Dios.

El enemigo número 1 de la fe: el miedo. En griego Fobos. De ahí las distintas fobias. Muchas
veces creemos que el miedo nos paraliza. Pero, en el griego se acoge mejor lo que realmente nos
hace Fobos: nos hace fugar. El verbo en griego es día-tarasso, que podemos traducir por ser
atravesado (totalmente) por una agitación, inquietud, alboroto. El miedo, pues, nos hace
movilizarnos no de modo libre, sino fugando, corriendo agitadamente… actuamos, reaccionamos,
por temor al que dirán, al que dijeron… ¿qué es lo que turba nuestro corazón?
La fe no trae necesariamente la paz y tranquilidad (emocional)… A María, de hecho, más que
a nadie no se le reservó del dolor. María tendrá muchos y graves problemas… la fe no es decir:
“tranquilo, no tendrás problemas”.

¿Cuál es entonces la respuesta de La fe? Leamos lo que dice el ángel: Dios estará siempre
contigo, delante tuyo y Él te mira con gracia y amor:

«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios» Lucas 1,30.

En resumen, la fe no te dice: “serás sanado de tu enfermedad, no estarás solo…”. La fe te dice:


“has hallado gracia delante de Dios”.

No hay nada imposible para Dios

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al
santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo
en su vejez; de hecho, la que decían que era estéril ya está en el sexto mes de embarazo. Porque
para Dios no hay nada imposible» Lucas 1, 35-37.

¿Creemos realmente que María tuvo una concepción virginal? ¿Creemos que Jesús realmente
resucitó? ¿Creemos que una mujer estéril y de avanzada edad pueda concebir un hijo?

Si creemos en eso, podemos creer que Dios pueda realizar hasta aquellas cosas que ya las
condenamos al fracaso. Podemos creer que Dios vaya poco a poco cambiando. Podemos creer que
en los tiempos de Dios, aquellos imposibles se darán.

Podemos preguntarnos: ¿Cuáles son mis imposibles? ¿Cuál es la cosa por la que tanto rezo y
que casi casi estoy dándola por perdida, por irrealizable?

Creamos sinceramente: Para Dios, nada es imposible. Todo lo que entra dentro de Su Plan, es
realizable.
La fe se vuelve apostolado

Apostolado desde la alegría

¿Qué reacción tiene María después del Anuncio? María sale y se dirige a la casa de su prima
Isabel…

«Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel
dejándola se fue. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa,
a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó
Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo»
Lucas 1, 38-41.

María, dice el evangelio, se fue con prontitud… hay distintos modos como se puede traducir
esta palabra: con celo, con dedicación, con alegría…

Elemento esencial de nuestro apostolado es la alegría. Cristianos misioneros tristes, Apóstoles


de Cristo tristes, son aquellos que aun no se han encontrado con la Nueva Vida que Dios les trae.
Si recordamos los pasajes del NT en el que aparecen este tipo de personas, son los discípulos que
se quedan solo en la muerte de Cristo (discípulos de Emaús o los Apóstoles asustados ante la
muerte de Su Maestro). Se trata de un cristianismo que se reduce solo a una lista de “Nos”. Una
lista de prohibiciones. Eso genera tristeza. Eso no es lo que Dios quiere de nosotros.

Nuestro Padre, como todo padre y madre, quieren que sus hijos sean felices. No negamos que
hayan cosas (o muchas cosas) en nuestra vida que debemos decirle “no”. Pero, el cristianismo es
mucho más que eso, es una vida de “sis”. Sí al amor, sí a la vida desde el amor a todos (incluso a
nuestros enemigos), si a la entrega en el servicio a nuestros hermanos.

Podemos ponernos ese termómetro en nuestro corazón: ¿cuán alegre soy en mi vida? ¿Con
cuanta alegría anuncio al Señor?

Notemos que María fue a un lugar específico. Ella no fue al Templo en Jerusalén para decir: yo
seré la Madre de Dios. Nuestro anuncio, el apostolado que Dios quiere que hagamos, es en primer
instancia en nuestro metro cuadrado vital. Familia, amigos, compañeros. No hay que esperar a que
nos caiga un super proyecto, o no hay que esperar a inventarnos algo…
Lo primero es lo más cercano. Hay como anillos de apostolado. Y esos anillos los define mi
corazón: mis hijos, mi pareja, mis amigos y amigas, la gente que Dios pone en mi camino…
después, si notamos que mi corazón pide más (y esto es muy real y santo) vamos siendo perceptivos
a los caminos de Dios. Él nos mostrará en qué proyectos ayudar. Pero, lo principal ya cae en nuestra
mirada. Hasta donde mis ojos ven, ahí puedo anunciar a Cristo. ¿Qué cosas me piden mayor
atención en mi vida?

Cuál es el contenido de la misión

El segundo misterio gozoso del rosario en alemán se focaliza en lo esencial. En castellano


decimos: “La visitación de María a Isabel”. En alemán dicen: “Jesús, vos que sos llevado por María
a la casa de Isabel”. Y esto es lo esencial.

El apóstol de Cristo (María la primera de todos), es aquel que deja el primer lugar a Cristo. El
protagonista es Jesús, no somos nosotros, ni nuestros grandes esfuerzos o trabajos, o cualidades o
capacidades. El centro de nuestro apostolado es Cristo. Es llevar Jesús a los demás. Que Jesús se
transmita a los demás, no solo de palabra (De hecho en el pasaje del evangelio María no pronuncia
aun palabra y ya se siente la presencia de Jesús) sino también con la vida.

Será el Papa Pablo VI quien profetizará: nuestro tiempo ya no necesita tanto de maestros que
todo lo saben, sino de testigos que anuncian con la coherencia de su vida y acciones lo que profesan
de palabra.

¿Cómo está mi coherencia de vida cristiana? ¿Soy más testigo o soy un profesor catedrático
que siempre tiene la razón y no acepta quien lo contradiga?

Si como testigos cotidianos del amor de Dios en nuestra vida, lo anunciamos, lo vivimos,
espontáneamente. Si vivimos esto, es natural que alguien nos diga: «apenas llegó a mis oídos la
voz de tu saludo, saltó de gozo mi interior» Lucas 1,44.

Ser apóstol de Jesús es contagiar de la alegría que vivimos en nuestro corazón, porque
cotidianamente nos encontramos con el amor extraordinario de Cristo. Se trata de una vida
extraordinaria. Y la gente nota ese cambio, cuando se da. Cuando realmente tenemos fe de que
Dios ha obrado en mi vida, ya no somos iguales, la gente se encuentra con gente extraordinaria.

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