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Inicio esta columna con la cita de Kafka, ya que, la Carta al Padre, es una de las joyas

universales de la literatura. Todos los padres y madres deberíamos leerla en algún


momento de la vida y debería ser lectura obligada en caso que se sospeche autoritarismo
o maltrato del padre o la madre hacia su hijo o hija. Según el último estudio adelantado en
Colombia por la Universidad de la Sabana, el 52 % de los padres actuales maltrata a sus
hijos. La cifra debería preocupar a la sociedad, porque un niño maltratado tenderá a tener
dificultades emocionales, afectivas y sociales a mediano y largo plazo.

Estudios realizados por la investigadora Yolanda Puyana, permiten pensar que, 30 años
atrás, los niveles de castigo físico y golpizas eran todavía mayores, pues se producían en
el 62 % de los hogares. Lo que no debe generar la más mínima duda de la necesidad de
rechazarlo como práctica que viola los derechos humanos, y que expone a la sociedad a
complejos problemas de convivencia en el mediano plazo. Nunca hay que olvidar que
hemos convivido con la guerra, las mafias, los secuestros, las masacres, las
desapariciones y el asesinato. Al propio presidente de la república le pareció que la
violación de los derechos de la oposición por parte del senado, era un problema menor y
que no deberíamos preocuparnos por ello.

Es cierto, en Colombia la ética ha sido un problema menor para la sociedad, las


empresas, el gobierno y las familias. Tal vez por eso la reconciliación y el perdón, le están
quedando grandes a un país que se acostumbró a resolver a bala, machete, y sin
ética, los problemas que enfrenta a diario.
Esto ha sido ampliamente estudiado en la psicopedagogía y se le ha denominado con el
bello nombre de Efecto Pigmalión. Si el niño siente que sus padres y maestros tienen
expectativas altas y realistas, llegará lejos, porque así se genera la seguridad necesaria
para avanzar en la vida. Son niños que viven con miedo, porque temen que, en cualquier
momento, los van a golpear, sin saber cuándo, dónde, ni por qué. En cualquier caso, no
aprehenden a interactuar con sus congéneres, porque lo que han visto es que las
personas se relacionan a las patadas, a los gritos y mediante humillaciones.

Él no participa en las decisiones, ya que se supone que debe obedecer para poder ser
formado. Los niños maltratados tienen gran dificultad para expresar sus sentimientos.
De allí, que, por lo general, el daño provocado sea difícilmente reparable. Estudios
psicoanalíticos de seguimiento concluyen que los padres maltratadores tienden a
subvalorar al hijo y que privilegian la disciplina y el rigor. «La confianza que tenías en ti
mismo era tan grande, que no necesitabas ser consecuente para seguir teniendo siempre
la razón». Lo más grave, es que el contexto social y cultural tan violento en el que hemos
vivido como sociedad, tiende a justificar el maltrato, el golpe y la humillación.

Muchos padres y madres todavía creen que es necesario golpear y castigar a sus
hijos, ya que presuponen que a futuro, los hará más fuertes. Son expresiones de una
sociedad enferma y violenta, que termina por justificar el castigo, el maltrato y la violencia
a la mujer y a los niños. No son conscientes de los efectos que el maltrato ha tenido en
ellos y en los niveles de intolerancia y violencia que suele permear las relaciones entre los
colombianos. Esas familias mal tratantes, también han generado una nación que obedece
por miedo a los líderes autoritarios y que impide la participación democrática de la
sociedad.
En el hogar tiene que haber límites y es indiscutible que también están equivocados los
padres que no los establecen y que dejan a sus hijos hacer lo que quieran. Dicen ser
amigos de ellos sin darse cuenta que tenemos infinidad de amigos, pero un solo padre y
madre en la vida. Por eso la pérdida de autoridad en los hogares, es un nuevo y creciente
problema en las sociedades modernas, al que tendremos que referirnos en una próxima
columna. Paradójicamente, la familia permisiva también expresa autoritarismo, en este
caso el mal tratante es el hijo y los maltratados son los propios padres.

Están equivocados quienes creen que se necesita golpear a los niños para que
aprendan. Sin duda, hay que educar a los padres para que aprendan a poner los límites, y
para que lo hagan escuchando y respetando la identidad y los derechos de cada hijo.

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