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EL LATINO INDOLENTE
CARACTER IDEOLOGICO - *
DEL FATALISMO LATINOAMERICANO
Ignacio Marxín-3aró
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas
San Salvador, El Salvador
Queridos filósofos,
queridos sociólogos progresistas,
queridos psicólogos sociales:
■no ¡odan tanto-con la enajenación
aquí donde lo más jodido
es la nación ajena
Roque Dalcon, Poemas Clandestinos
1. EL SINDROME FATALISTA
(2) las, personas no pueden hacer nada por evadir o por cambiar su
destino fatal; la vida de los seres humanos está regida por fuerzas su
periores, ajenas al propio control y poder;
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••^ta-ndo-de- que resulten lo menos negativas posibles y extraysr^ajiL
máximo de sus posibilidades positivas,
Cuadro 1
Elementos más característicos del fatalismo latinoamericano
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esquema, de referencia incorporado a ías mismas pautas dei pensamiento
cultural en los oaíses de América Latina, Ei latinoamericano perezoso,
inconstante, irresponsable, juerguista y muy religioso. Sobre esta “ma
triz estereotípica”, se dibujan diversos tipos: el oligarca, cosmopolita
y derrochador, “hijo de papá” o pariente de algún dictador-, el militar
erolpista, medio populista y medio gorila, sobornable en todo menos en
su machismo, visceral y de principio; el indígena vago y simplista, de
apariencia obsequiosamente sumisa, pero doolado, rencoroso y vengati
vo.
M o ra bien, es importante distinguir el fatalismo en cuanto actitud
ante la vida de las personas.-'dei fatalismo en cuanto estereotipo social
atribuido a ios latinoamericanos, incluso cuando el estereotipo se lo
apliquen a sí mismos los propios latinoamericanos. En otras.palabras,
habrá que examinar si el fatalismo corresponde a una actitud real de los
latinoamericanos o si más bien constituye una caracterización que se
les atribuye y que, de esa manera, tiene un impacto sobre su existencia,
aunque su comportamiento real no corresponda a esa caracterización.
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Uno de los primeros análisis psicosociales que toca el tema del fata
lismo latinoamericano es el estudio desarrollado por Erich Fromm y
Michael Maccoby entre 1957 y 1963 en un pequeño pueblo mexicano
de 162 ramillas, utilizando la tipología de Fromm sobre el carácter so
cial (ver Fromm 1947, 1953). Según Fromm y Maccoby (1973, pág.
60), los aldeanos estudiados “son envidiosos, suspicaces de los motivos
rmnuos, pesimistas en cuanto al futuro y fatalistas. Muchos se mues
tran sumisos e insatisfechos de ellos mismos aunque son capaces de
rebelarse y de iniciar la revolución. Se sienten inferiores a los citadinos,
más estúpidos y menos educados. Existe un sentimiento abrumador de
impotencia para influir a la naturaleza o-a la máouina industrial que les
domina”. Aparecen, pues, en estos campesinos k>s rasgos típicos del
fatalismo, el pesimismo hacia el futuro, la sumisión y la impotencia
frente al mundo y la sociedad. Por supuesto, estos rasgos no son abso
lutos, ya que, por ejemplo, se mezclan con semillas de rebeldía. Es im
portante, con todo, indicar que la tendencia a rebelarse no constituye
de potosí una^negación del fatalismo, sino que puede constituir incluso
su confirmación: el fatalismo afirmado en el día tras día sólo es puesto
en cuestión mediante la rebeldía violenta y circunstancial que, por lo
general, termina por volver al cauce de “la normalidad fatal”.'
A trav¿s y
otros instrumentos de medición, Rogelio Díaz-Guerrero (1973, 1975)
ha podido concluir que, a diferencia de la sociedad anglosajona, ia socie
dad mexicana tiende a reforzar patrones, de adaptación de carácter
pasivo y conformista. Entre ocho tipos de mexicanos característicos,
Díaz-Guerrero (1935) considera que el tipo “pasivo, obediente aíiiia-
tivo” sería ei más común. Este tipo no cabe identificarlo con ei fatalista
que hemos descrito, pero mostraría algunos de sus rasgos, sobre todo su
conformismo y sumisión frente al orden social establecido. Los rasgos
fatalistas estarían, por tanto, vinculados a las condiciones económicas,
políticas y culturales de cada sistema social. Estudios más recientes
comparando poblaciones equivalentes de mexicanos en Estados Unidos
y México confirman esta relación entre medio social y fatalismo. Cathe
rine E. Ross, John Mirowsky y William C. Cockerham (1983), por ejem
plo, compararon un grupo de 3 30 residentes de El Paso (Estados Uni
dos) con 138 residentes de Juárez (México), con edades comprendidas
enrre los 18 y los 65 años, y encontraron que los mexicanos de sectores
socioeconómicos más bajos eran más fatalistas que los de sectores más
altos, y que los mexicanos en conjunto eran más fatalistas que los nor
teamericanos. .
Los estudios sobre la imagen que los diversos grupos sociales tienen
de sí mismos son sin duda los que mejor permiten apreciar la presencia
del 'esquema fatalista. Estos estudios han sido realizados sobre todo en
Venezuela, impulsados por el trabajo pionero de José Miguel Salazar.
Como en esta obra se les dedica un capítulo entero, apenas aludiremos
brevemente a ellos. En la imagen que el venezolano tiene de sí mismo,
aparecen con insistencia rasgos como “la flojera”,'la pasividad, la irres
ponsabilidad, el pesimismo y la ausencia de sentido histórico. (Salazar,
1970; Santoro, 1975; Salazar y Marín," 1981; Salazar y Rodríguez,
1982; Montero, 1984). Los estudios muestran que la.autoimagen del ve
nezolano no es rígida ni uniforme en toda la población y que está muy
relacionada con las condiciones socioeconómicas propias de cada grupo-,
con todo, confirman que .uno de los'elementos más constantes en la
imagen que el venezolano tiene de-sí mismo es el verse en un marco de
pasividad connatural frente a la realidad..
Según Duran (1978, págs. 100105), junto a esos cuatro rasgos carac-
tf ológicos que él considera comunes a la mayoría de latinoamericanos
se encontrarían otros rasgos diferenciales que configurarían cinco tipos
de carácter social: (a) el capitalino, de mentalidad moderna, dinámica
.^técnica-, (b) ei provinciano, apegado a las. tradiciones ^ a l j k ^ s m o ; _
(c) ei campesino, resignado y opuesto a cualquier cambio-, (d) ei caribe
ño, caracterizado por ei “tropicalismo”, es decir, por conductas desme
suradas c irresponsables; y (e) ei indígena, por io general aislado, pasivo,
fatalista e inclinado a lo mágico. De acuerdo con Duran, estos cinco ti
pos de carácter social coexistirían simultáneamente en cada una de las
naciones del continente latinoamericano.
Así como hay un elementa de falsedad .en el fatalismo, hay otro ele
mento de verdad. Lo falso del fatalismo estriba .en atribuir Ja falta de-
progreso a un destino fatal determinado por la naturaleza y aun por el
mismo Dios; ío verdadero del fatalismo consiste en ia verificación de
que resulta imposible a las mayorías populares latinoamericanas lograr
un cambio de^su situación social mediante sus esfuerzos. El fatalismo
detecta acertadamente el síntoma, pero yerra en su diagnóstico.
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són aspiraban y aun confiaban en mejorar su situación económica y ha-
bitapionai; era d funcionamiento ^inexorable dei sistema social del que
constituían u n a ^ r te marginal el que truncaba sus aspiraciones y sue
ños, manteniéndoles en la misma situación.
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ciuso entraña la manipulación ¡dcuiógica de la simbología cristiana. Qui
zá ahí radique, ai menos en parte, la clave del éxito auc tienen actual
mente enere los Sectores oprimidos centroamericanos las sectas íunda-
mentalistas. Convencidos una vez más de la inmutabilidad de su destino,
atemorizados por las consecuencias que arrastran los intentos históricos
por cambiar esa condición, muchos encuentran sentido en las creencias
miienaristas, consucio en sus liturgias catárticas, tranquilidad en su pic-
tismo individualista. El muenarismo cu as i-Cristi an o de estas sectas remi
te a Dios la salvación inmediata del mundo, sin que al hombre le quepa
más papel que el de rogar por la pronta realización de este último ¿este
nio divino. E! destino jacal que confronta la propia existencia es asumi
do por la acción, quizá no menos fatal, con que Dios pondrá term ino a
b sociedad humana. Lo importante, por lo tanto, no es cambiar el orden
social; lo importante es preparar al individuo para recibir la salvación
de Dios.
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pío destino se mantiene siempre sobre el claroscuro del dommio^que de
hecho tiene cada persona de su propia existencia. Por eso cace hipotcti-
zar cue cuanto mayor sea el control que ejercen de necno las personas
y ios 2tupos sobre su realidad presente, menor sera su convicción íata-
jisca, aun cuando sigan utilizando el mismo esquema para explicar ei
desarrollo de su vida. Y es que, en ultima instancia, la raíz Qei isialismo
no está en la rigidez mental de las personas, sino en la inmutabilidad de
las condiciones sociales trente a las que las personas y grupos existen y
se forman.
La eliminación del fatalismo no puede, entonces, plantearse como
una cuestión alternativa de cambiar ai individuo o cambiar sus condicio
nes sociales; de lo que se trata es oe camoiar la rsiacion entre la persone,
v su mundo, lo oue supone tanto un cara Dio personal como im Cdu.OiO
social Para que las mayorías latinoamericanas puedan .eliminar su fata
lismo no sólo hace falta que modifiquen sus creencias^soore ei carácter
del mundo y de la vida, sino que tengan una experiencia real de modifi
cación de su mundo y determinación de su propio futuro. Se trata de
un oroceso dialéctico en el que el cambio de las condiciones sociales y
ei cambio ele las actitudes personales se posibilitan mutuamente,
(ü) Uno ae ios puntos cruciales para la. eliminación del fatalismo
radica en la organización social de las mayorías populares en función de
p.jpius ¿me.eses, com ce esta manera se superara el individualismo,-
es d e c irla concepción de que cada cual debe confrontar aisladamente
sus condiciones de vida, de que el éxito o fracaso es algo que sólo con
cierne a cada individúe en particular, sin que el destino de uno tenga re
lación alguna con ei destino de los demás. La organización popular su
pone la conciencia de que existe una profunda comunidad de intereses
entre ¡.odos ¡os miembros de las clases oprimidas y de que ia inmutabi
lidad de su mundo es debida, en buena medida, a su división y aisla
miento individualista. En El Salvador se ha podido apreciar el impor
tante papel de las organizaciones populares como elemento dinamizador
de la iniciativa de los oprimidos y aun como alternativa a la oferta tra
dicional de los partidos políticos para emerger de su marginación histó
rica y representar sus intereses frente a otras instancias sociales ri^r
Eliacuría, 1983). . '
BIBLIOGRAFIA
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