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VI Jornadas de Jóvenes Investigadores

en Literaturas y Artes Comparadas

Roland Barthes: usos latinoamericanos

Universidad Nacional de Tres de Febrero


Buenos Aires, Centro Cultural Borges, 30 de noviembre al 2 de diciembre de 2015

“Tiempos y sujetos para unos estudios literarios[; o Barthes, Lacan, 2015.]”

Francisco Gelman Constantin

Departamento de Letras e Instituto de Literatura Hispanoamericana (UBA)/ Conicet

simbiosisficticia@hotmail.com / fgelmanc@filo.uba.ar

Resumen

El seminario La preparación de la novela se anuncia bajo la aspiración de encontrar, en


la tensión de esa expectativa de una obra futura, el programa de una relación reflexiva
con la literatura que no presuponga una reificación del texto literario entendida como
represión del sujeto. Enfrentándose al positivismo y al marxismo como exponentes de
esa represión, Barthes no reniega de su propio recorrido intelectual, sino que más bien
admite que la represión es inseparable del retorno de lo reprimido, entre los que media –
apenas, pero sensiblemente– un lapso de tiempo. Al enfocar el recurso a lo novelesco
como terapéutica frente a dicha represión, la ponencia procurará un encuentro posible
entre Barthes y Jacques Lacan, apelando al modo en que en este último –desde algunos
escritos y seminarios– los teoremas de la irreductible narratividad del fantasma y la
imborrabilidad del tiempo lógico en la constitución simbólica del sujeto concurren a los
ojos contemporáneos hacia una exploración de la posición de lo literario en una crítica y
una teoría que asuman esta misma inquietud por impedir que temporalidad y
subjetividad sucumban bajo el peso de la estructura (y del cientificismo).
La novela de esta ponencia podría empezar una tarde de junio de 2015. El seminario

interno de una cátedra de Teoría y Análisis Literario de la UBA se reúne para discutir

La preparación de la novela en una oficina de Estudios de Género. Unas semanas antes,

sus integrantes han discutido aquel Boris Groys que en Volverse público narraba la

ubicuidad del “proyecto estético” en la escena artística contemporánea, que suspende el

tiempo resultativo de la obra. Unos meses antes de eso, Flavia Costa señalaba a Groys

en un auditorio de la misma universidad el interés que esa noción de proyecto tenía para

quienes formulan proyectos de investigación en instituciones superiores, y de ciencia y

técnica. El año anterior, la propia UBA aprobaba el financiamiento de doscientos

cincuenta pesos mensuales al proyecto de investigación de otra cátedra de teoría

literaria, que dirigía la atención a aquellas intervenciones críticas que, en lugar de

“objetivar lo literario”, “al producir narraciones de sus propios procedimientos,

configuran tramas que incluyen tanto posturas enunciativas como la posibilidad de

transformación de los materiales literarios sobre los que actúan” (Delfino, 2015: 2). Y,

más cerca de nosotros, la última semana de agosto de este año, un instituto de

investigación pedía a sus integrantes que costearan una actividad de aniversario con sus

salarios, y dos investigadores reflexionaban en correos electrónicos a sus colegas sobre

el entrejuego de las crisis de financiamiento y la restructuración de los marcos

institucionales de investigación, en su relación con las expectativas de identificación

académica provenientes del instituto.

A cuantos haya agobiado la secuencia de aquella escena inicial y sus varias analepsis y

prolepsis, puedo tranquilizar asegurando que no pretendo someterlos a escuchar una

sola línea de la novela de esta ponencia; sí, en cambio, dejar que gravite como

inminencia sobre la propia ponencia. Con el tiempo suspendido del proyecto, esas

escenas (o incidentes) sitúan el modo en que los estudios literarios en una capital
latinoamericana pueden dirigirse al seminario de Roland Barthes La preparación de la

novela, con la intención de reflexionar sobre los medios para impedir que su

profesionalización equivalga a la reificación de objetos bajo la orden de la

burocratización cientificista, o –inversamente– que la resistencia a la burocratización

conduzca a la denegación romántica de la profesionalización.i

Barthes abre sus sesiones de diciembre de 1978 en el Collège de France remitiendo su

curso al “principio de fijar una enseñanza o un habla institucional a un fantasma”

(Barthes, ff/vv: séance 2.12.78, 00:02:50), y la necesidad de ese desafío se produce, dice

él, “bajo el efecto de (…) [dos] evidencias y de un acontecimiento” (Barthes, 2005: 36).

La primera de esas evidencias es la rutina, que explica como la forclusión de lo nuevo y

de la aventura. “Ad-ventura, es decir lo que me adviene (…), siendo la aventura siempre

finalmente una suerte de exaltación del sujeto. ¿Qué es la aventura? Es un episodio en el

que el sujeto –de una manera u otra y cualquiera sea la determinación– está en estado de

exaltación.” (Barthes, ff/vv: séance 2.12.78, 00:16:40). Sujeto afectado por una

determinación cualquiera que lo suspende en estado de exaltación, tal es la situación de

un sujeto a quien el fantasma mantiene en la expectativa de compleción respecto del

objeto de su deseo: la exaltación es la esperanza de la obra mientras se permanece

enamorado. “El fantasma lanza la obra pero también la bloquea: pues repite

incansablemente un placer del futuro sin llegar a programar realmente su realización”,

agrega Barthes (2005: 266).

Puesto que escribir es verbo de voz media, la preparación de la novela es la preparación

del autor, la remisión del autor de vuelta a la situación de inminencia. Por eso la

insistencia en la distinción entre compararse a escritores e identificarse con escritores.

El término de la comparación solo puede ser un “Roland Barthes” ya constituido,

mientras que la identificación se resuelve topológicamente sin suponer su preexistencia.


Así puede entenderse el camino que lleva de la escritura de Roland Barthes par Roland

Barthes en 1975 al seminario sobre La preparación: cuando la anamnesis libra de la

memoria se reabre la causa del sujeto-autor, contra las exigencias institucionales de

reconocerse como autor/albacea de la obra que lo precede.ii La rutina amenaza con

instalarse como respuesta a la exigencia social “no de escribir algo nuevo, (…) sino de

gestionar lo que se ha escrito, gestionar su obra repitiéndola” (Barthes, ff/vv: séance

2.12.78, 00:31:30). El posesivo “su”, por supuesto, debe retener a nuestros efectos su

ambigüedad, la obra mía en cuanto podría ser la obra de cualquier otro en el que las

instituciones me inviten a reflejarme; tal es el régimen individuante de la propiedad que

importa.

En 1964 (analepsis), urgido por la mudanza de auditorio, Lacan, por su parte, retoma su

seminario reevaluando la relación de la práctica analítica con las instituciones –La

ciencia, la universidad, la iglesia– y resitúa la experiencia del inconsciente como

“pulsación temporal” (1990: 313). El tiempo en cuestión es el intervalo que separa la

indeterminación radical de aquel encuentro del cuerpo con el lenguaje que constituye al

sujeto, respecto del instante de inscripción del sujeto en la ley del significante que lo

estructura; la escena analítica aparece, a través de la transferencia, como sostenida en su

referencia a ese lapso evanescente.

La expresión lacaniana “ya-siempre” (de tradición alemana y retomada por él de

Blanchot y Heidegger) manifiesta el modo en que la dimensión instituyente de lo

simbólico informa retroactivamente de atemporalidad la experiencia. Así, leemos en el

“Discurso de Roma”: “Es que por la relaciones del orden simbólico, es decir por el

campo de lenguaje del que nos ocupamos acá, todo está siempre ahí” (Lacan, 2001:

154; cursivas del original). Por contraste, entonces, con el “ya-siempre” podríamos

situar bajo el emblema del ‘todavía no’ la hiancia desde la que lo real del sujeto impide
esa clausura de la temporalidad.iii El sujeto del psicoanálisis, en su condición de

advenimiento, resguarda la temporalidad bajo la figura de la inminencia, suspenso que

reaparece como metáfora en el fantasma.iv

La organización narrativa imaginaria del fantasma es precisamente aquello que, dentro

de la estructura simbólica, hace reaparecer el espaciamiento temporal del sujeto respecto

de los efectos normativos del significante, es decir la determinación burocrática del

discurso de mando. Escribe Lacan: “[los estragos ejercidos por el significante] se

advierten bien temperados en el estatuto del fantasma, a falta del cual el criterio tomado

de la adaptación a las instituciones humanas redunda en una pedagogía” (2001: 367). La

escena fantasmal imagina la concurrencia de aquello que la cesura simbólica

distribuye;v en nuestros términos, la preparación fantasea en la novela futura el

reencuentro del autor con aquello que se ama en las obras que se ama.

En el momento en que Barthes sostiene en la identificación imaginaria entre

investigador literario y autor la obra como función del deseo, con todo, Lacan declara en

el marco de su seminario –en ese momento, el vigésimo quinto, El momento de

concluir– que el lector puesto en posición de sujeto-supuesto-saber-leer-de-otro-modo

recorta en la poesía el decir de un autor no al identificarse con él sino al advertir las

huellas del choque del lenguaje con el cuerpo que subyacen a cualquier identificación

imaginaria (Lacan, 1996: 9-10, 34-36). Para que el acontecer discreto de esas huellas

sea legible, es preciso estar situado en un lugar (y un tiempo) distinto del de ese cuerpo.

Alguna inquietud recorre ya el curso de la preparación de la novela entendida como

mantenimiento de la espera. El seminario de Barthes la registra al pasar como el

fantasma de “haber terminado” (2005: 209), que no coincide por fuerza con el habeas

opus de las instituciones. Una urgencia de conclusión que no solo es imposible hacer a

un lado, sino que de hecho preside toda experiencia de preparación, como impaciencia.
Cuando la novela haya terminado, acaso venga alguien a declarar que había vivido:

únicamente una carta de lector puede declarar luego de la fecha que la obra respondía a

una necesidad desconocida, “definición del libro vivo” (Barthes, 2005: 210). Puesto que

esa carta solo puede llegar después,vi hay más de una forma de la prisa. Si hay un apuro

que afecta al sujeto por asentir una identificación que se le propone, bajo pena de perder

privilegios que nadie ha garantizado (Lacan, 1999: 200-211), en ese mismo lugar se

asienta otra urgencia, una prisa sincopada peor dispuesta para aproximarse a la

prefectura.vii

Un capítulo de la novela de esta ponencia se escribe mientras se termina de salir de la

anestesia, en una sala de recuperación de hospital, bajo condiciones muy distintas de las

de la sala de espera; se escribe o se boceta: unas notas de celular. La prisa por tomar

esas notas no coincide con el apuro de volver en sí que impone el hospital en los plazos

calculados que rigen la atención de los pacientes, puesto que escribiendo se tarda un

poco más que eso; esta otra prisa cauciona entonces sí contra cualquier intento

romántico de hacer del sujeto una simple demora. Respecto del sujeto como

advenimiento, la institución médica mandata un apuro a ya haber llegado a consentir sus

protocolos, a reconocerse bajo el tiempo de recuperación que ellos tabulan. La prisa

para admitir esa identificación es función tanto del capitalismo como de la institución

médica; pero durante ese mismo apresuramiento, algo se escribe.viii

De vuelta en la ponencia de esta novela, el problema se formula como prevenciones

ante un mesianismo de la subjetivación, porque es inaudible una ética que no incluya la

urgencia. Para comprender la importancia en el curso de Barthes del fantasma de “haber

terminado” hay que retomar las condiciones restantes que definían la esperanza de

preparar la novela. Además de la rutina, Barthes deja sentados el apremio de la edad

madura –“un momento en el curso de la edad, de la vida, en el que se hace requisito


legal, necesario, mirar a la cara el uso del tiempo antes de la muerte” (ff/vv: séance

2.12.78, 00:13:10)– y la experiencia del duelo. Así en su Diario del duelo, escribe la

“[p]risa que tengo (…) por integrar mi pena en una escritura” (Barthes, 2009: 23.3.78)ix;

más tarde explica Barthes que debemos entender por ‘integración’, pero importa más

aquí tomar nota de esa “prisa” escrituraria. E, importa añadir, esa vejez o efectivo duelo

son también los de cierta (o toda) literatura; pero es que nada como las actas de

defunción para atestar el paso de la vida.

En la versión lacaniana del duelo –nos ha persuadido Jean Allouch– la angustia

proviene de la negativa a desprenderse de aquel resto de sí que el muerto lleva prendado

(2011: 315-320). Ese resto es precisamente también aquí el objeto a, aquello que se ama

en lo que se ama, el objeto de coloratura fálica que aloja para el sujeto en su amado o

amada su propia incompletud. Citemos otra vez el Diario de duelo: “Cuando mamá

vivía (…), estaba en la neurosis por miedo a perderla. Ahora (…), este duelo es por así

decirlo el único punto de mí que no es neurótico: como si mamá, en un último don, se

hubiera llevado lejos de mí la parte mala de la neurosis”: doliendo a su madre, Barthes

se abre camino a través de la castración. En este sentido, entonces, la urgencia de

escritura que para Barthes emana del duelo no puede ser nunca la de comenzar una

novela o prepararla, sino forzosamente la de concluirla. Si el fantasma nos permite

debitar placer en el suspenso (Allouch, 2011: 42), actuar con acuerdo a lo real que aloja

el fantasma es obedecer a la orden de concluir, acceder a morir en la obra. (Hay, por lo

tanto, en el fantasma, una hendidura temporal que distribuye entre una temporalidad

suspensiva y esta otra dimensión póstuma que contemplamos con espanto cuando los

narratólogos nos vuelven su fantasía mortificante de transformar el tiempo en fórmula

lógica atemporal). Cuando el duelo por la literatura concluye, se hace legible la herida

en el lenguaje que ha producido su encuentro con un cuerpo, del sujeto supasado.


La sesión final del seminario de 1964 de Lacan lleva por título en su edición impresa

“Reste à conclure” (Lacan 1990: 291). Es una anfibología que la traducción oficial al

español resolvió como “Queda por concluir” (Lacan, 1987: 269), interpretación correcta

pero que se decide por el suspenso: la sesión aparece como manifestación de la

imposibilidad de concluir, como índice hacia lo intratado/intratable que impide el cierre.

Como digo, una interpretación posible y teóricamente consistente; pero no excluye la

otra traducción posible, que sería “resto para concluir”. Y es que “resto para concluir”,

el descarte o desperdicio por antonomasia del que se ocupa esa sesión, es precisamente

el objet (petit) a. Si hay en efecto un apremio burocrático por concluir, aquella urgencia

de identificación/reconocimiento, también hay una prisa lesiva disparada no por la

estructura sino desde lo real, un resto que nos apura hacia el fin como causa del deseo.

Cuando, luego del fin, la novela reaparece en la lectura como acto incompleto pero

finito, pretérito, la singularidad de la herida de la que se sostuvo puede fulgurar ante los

ojos de alguien.

Si la novela de esta ponencia quisiera mantenerse ella misma en el suspenso, no tendría

final sino sucesivos reinicios desplazados, como los Ejercicios de estilo de Raymond

Queneau, a quien tanto Lacan como Barthes leían con fruición. Narraría aquí algunas

pequeñas anécdotas de las instituciones y haría amar el seminario interno como

reapertura del tiempo interrogativo que antecede la fijación de una enseñanza; tomaría

placer en el proyecto de una lengua por venir y se burlaría de la autobiografía como

oxímoron insalvable. Si lo principal fuera en cambio desincronizarse, la ponencia de

esta novela se apretaría en dirección a un cierre, saltaría varios pasos argumentativos y

se declararía por una investigación forense sin ciencia ni policía que llamamos lectura,

pues no hay literatura (que pueda decirse).x


Allouch, Jean (2011), Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, Buenos Aires,
Cuenco de Plata. Trad. de S. Mattoni
Barthes, Roland (ff/vv), registros sonoros del seminario “La préparation du roman”,
Collège de France, 1977-1980. Disponibles en <ubu.com/sound/barthes.html>
_______
(2005), La preparación de la novela, México D. F., Siglo XXI. Ed. de N. Léger y
É. Marty y trad. de P. Wilson.
_______
(2009), Journal du deuil, París, Seuil. Ed. de N. Léger.
Delfino, Silvia (2015), programa del seminario “Narrar para re escribir: investigación
literaria y cultural”, Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Disponible en
<filo.uba.ar>.
Lacan, Jacques (1987), Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos
Aires, Paidós. Trad. de J. L. Delmont-Mauri y J. Sucre revisada por D. Rabinovich
con el acuerdo de J.-A. Miller.
_______
(1990), Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, París, Seuil. Ed.
de J.-A. Miller.
_______
(1996), Le moment de conclure. Séminaire 1977-1978, París, I.S.I. Ed. de la A. F.
I.
_______
(1999), Écrits I, París, Seuil.
_______
(2001), Autres écrits, París, Seuil [Fénix].

i
La polaridad debería revelar para nosotros menos una polaridad ontológica que la contradicción
inmanente a una paradoja escrituraria: en el territorio de nuestros estudios literarios, las más de las veces
la denegación romántica aparece como compensación desesperada de parte de quienes en silencio han
prestado asentimiento cabizbajo a la burocratización.
ii
Y por cierto que la burocratización es, tan pronto como la atemporalización, la aserción del tiempo
progresivo de la acumulación del saber, opuesta a toda reestructuración por anamnesis.
iii
Y podríamos extender la fórmula un poco más a ‘todavía no totalmente’, convocándonos a situar para
los estudios literarios un sujeto sexuado del que se sostiene la crítica al saber constituido de juicios
universales. Para mayor fulguración, la formulación del goce femenino en términos del No-Todo se
produce bajo el auspicio de un seminario titulado, precisamente, Todavía.
iv
Por razones de orden topológico, la pulsación real del inconsciente y la incoatividad del fantasma no
son idénticas; es su ocurrir en un mismo lugar lo que permite a una iluminar a la otra (Lacan, 2001: 326).
v
En las palabras de Jean Allouch, “La ‘estructura imaginaria del fantasma’ es el torno, el molinete entre S
y petit a, es el troquel mismo. En tanto que imaginario, el fantasma es el troquel, es aquello que lo
compone, es su composición. Este punto merece alguna atención, más [aun] en la medida en que la
primacía de lo simbólico (…) de alguna manera ha encubierto el asunto: para funcionar como tal, para
‘volver al deseo apto para el placer’, el fantasma debe ser tomado dentro de su propia estructura
imaginaria; es decir debe presentarse de tal manera que en el nivel imaginario se suponga el horizonte de
una no-distinción entre $ y petit a” (2011: 263).
vi
Con su agilidad característica, durante la lectura de la ponencia Ariel Schettini nos sugería leer aquellas
cartas de lectores desconocidos narradas por Barthes en su seminario como parodia de aquella otra carta
de la reina que siempre llega a destino (Lacan, 1999: 41). Añadamos, para seguirlo al pie de la letra, que
el Barthes drag queen así invocado debe tomar su ansiedad inconfesa por las misivas de lectores como
enésimo síntoma de la desesperada necrofilia que objeta cualquier comprensión errónea de la muerte del
autor como una liquidación del sujeto: el goce del lector escribe otra historia (otro personal de la novela).
vii
Por lo que respecta al apremio por aproximarse a la prefectura, alguna palabra sobre la burocratización
debe ser dicha a propósito de aquellos que creen encontrar en la oposición teoría-metodología un progreso
epistemológico decisivo, cuando en realidad simplemente condescienden allí en una distinción
tecnocrática emanada de quienes distribuyen fondos para la investigación defendiendo los protocolos de
las ciencias.
Irónicamente, cuando –en cambio– otros llevan adelante una reflexión teórico-epistemológica sustantiva
y la anuncian titulando un apartado “método”, no faltan quienes al reseñar esos libros imaginen leer allí
una palabra “metodología” que de ningún modo ha sido escrita, ignorando palmariamente la densa
carnadura filosófica y literaria que subyace a la cuidadosa elección de la palabra “método”.
viii
A quien eche en falta una coartada teórica más abierta para el excurso intimista, puedo consolar
tardíamente con alguna posdata. Es que si se advierte que la teoría barthesiana del deuil/chagrin no se
opone a toda teoría psicoanalítica del duelo, sino que de hecho puede componerse con cierta fluidez con
la teoría lacaniana tal como la reconstruye Allouch, eso es precisamente por el modo en que ambas se
enfrentan a aquella modalidad organicista de discurso médico que sostiene plazos y etapas pautados para
el “trabajo de duelo”.
ix
El Journal du deuil se cita utilizando las fechas de las entradas del diario, puesto que se ha trabajado
con una edición digital que omite la paginación gráfica, aparentemente realizada por la propia editorial
Seuil.
x
Apostillas al momento de la lectura. Hace poco, Adriana Rodríguez Pérsico advertía agudamente en
Amsterdam (youtube.com/watch?v=Tulm3Ik7gCg) sobre la capacidad figural de las crisis: el modo en
que hacen reaparecer imaginarios de las crisis que las precedieron. En este sentido, vale la pena en este
momento hacer el movimiento retroactivo. Entre el 1964 y el 1977-78 de los que nos ocupábamos aquí, la
hendidura que distribuye hacia un lado el tiempo de la inminencia y hacia el otro el tiempo póstumo debe
ser forzosamente 1968; lo que la enseñanza anudada al fantasma nos exige no es optar entre uno y otro
tiempos, sino remitirnos a esa hendidura como único recurso para evitar a la vez la denegación romántica
de la profesionalización y la burocratización. Lo que la crisis política del 1968 francés parece reclamar a
la del 2015-16 argentino es reflexionar si el naufragio de la derecha populista à la De Gaulle solo puede
ceder el lugar a la derecha liberal, o acaso podemos apresurarnos a dar alguna batalla.

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