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CLASE VIRTUAL GRUPOS EXPRESIVOS

Hospital de Día

Introducción:

Tomando en cuenta que se trata de una clase para un curso que se dicta de forma virtual,
y no en forma presencial, intentaré plasmar lo más claramente posible el modo en que se
piensan los grupos expresivos dentro del tratamiento de pacientes psicóticos en un
dispositivo como es el Hospital de Día.
En primer lugar, hay que situar las particularidades de este dispositivo de tratamiento,
ubicando que se trata de una forma de tratamiento ambulatorio, en el cual los pacientes
concurren al hospital diariamente (en el horario vespertino), y realizan su terapia
psicológica individual y grupal, su terapia psiquiátrica, y hacen su pasaje por los
diferentes grupos expresivos. En otras palabras sería una internación parcial.

Presentación de los grupos:

El Hospital de Día cuenta con siete grupos expresivos que se llevan a cabo durante los
cinco días de la semana. Estos son: grupo de plástica, grupo de lectura de diarios, grupo
de movimiento, grupo de teatro, grupo literario, grupo de música, y por último, el grupo
de radio. De acuerdo al armado formal del tratamiento, cada grupo se da en un día de la
semana, salvo dos días en los que se dan dos grupos.
Cada grupo se da en el espacio físico del servicio de Hospital de Día, y tiene una
duración de una hora.

Lógica de los grupos expresivos:

Cada uno de los grupos se puede tomar como una estructura que consta de un tiempo,
un espacio, una consigna y una legalidad determinadas, matriz formal que permite que
la actividad pueda realizarse. Por otro lado, esta matriz tiene un fundamento terapéutico
que, según el caso de cada paciente, va a tomar distintas direcciones, pero que siempre
estarán articuladas con las coordenadas de su tratamiento.
Los grupos, a diferencia de un taller, no están pensados a la manera de actividades
recreativas u ocupacionales en las cuales los pacientes “aprendan” a hacer cosas nuevas,
o estén “ocupados” para no pensar en su padecimiento. No se trata de que los pacientes
vengan al Hospital de Día a recrearse o a divertirse (por más que estos puedan ser
alguno de los efectos que se produzcan), sino que se apunta más bien a que cada
paciente logre apropiarse de la oferta que significa un grupo, y pueda hacer algo
subjetivo con la actividad que el grupo propone, esto es, imprimirle un sello singular a
la actividad que elige realizar, sello este que le permitirá trabajar activamente con
alguno de los avatares de la enfermedad que tanto obstaculiza su vida en sociedad y que
tanto padecimiento les significa. En este punto se puede ver que hay pacientes que, por
ejemplo, toman un grupo de teatro para reproducir algo de una vivencia traumática y así
tramitar, vía la propuesta del grupo, parte del padecimiento que tal escena les produce,
o hay otros que simplemente acuden al grupo por los ejercicios de relajación y
caldeamiento porque les proporciona un modo de contrarrestar las alucinaciones
auditivas cuando están fuera del hospital. Además, si tomamos en cuenta que los grupos
están conformados con otros, hay que pensarlos como una especie de escena que le
permite a cada paciente poner a trabajar algo de su enfermedad, dentro de un espacio, de
un tiempo, de ciertas normas y de una consigna compartida. Con otros que se
encuentran atravesados por la misma condición, la de ser pacientes del Hospital de Día,
nominación ésta que tiene un primer efecto de pertenencia, de ilusión grupal.
A partir de ese momento, los pacientes comienzan a vivenciar el paso por las primeras
actividades del dispositivo. Hablar de tiempo, espacio, normas y consignas, implica
pensar estas categorías como base de un ordenamiento simbólico, ordenamiento que
pauta un horario, un espacio físico, cosas que se pueden y que no se pueden hacer, y una
propuesta de trabajo. Este orden le ofrece al paciente lugares distintivos por donde
elegir circular, ya que si bien la idea desde el equipo tratante es que el paciente pueda
acudir a todos los grupos del dispositivo, hay casos en que se arma un circuito
específico de acuerdo a lo que el equipo decide que es mejor para ese sujeto que
comienza un tratamiento. Siempre es necesario pensar si la especificidad del grupo es
conveniente o no para la cura de ese paciente. En este sentido hay que contemplar el
modo en que cada paciente pueda sostener la actividad y, desde la coordinación, intentar
que lo pueda hacer. Si el equipo considera que el grupo no es pertinente para ese
paciente porque lo puede desorganizar más de lo que está, o porque el paciente no
soporta estar compartiendo ese grupo con el resto, se decide que no participe y se le
indican otras actividades del dispositivo. O si la coordinación observa que un paciente
no puede participar de la misma forma que lo hacen los demás compañeros, y se tiene
que reestructurar la consigna para ese paciente en particular, lo hace. Es decir, que se
trabaja el caso por caso, tomando en cuenta los recursos de los que dispone ese paciente
para hacer frente a la exigencia que significa un grupo expresivo, e intentando
insertarlos dentro de una lógica terapéutica de tratamiento.
Un ejemplo que grafica bien esta manera de funcionamiento es el caso de una paciente
que en el grupo de movimiento refería que le gustaba la actividad pero que le costaba
mucho esfuerzo participar, debido a dolores físicos que sentía por su “fatiga crónica”, y
que por ende, había veces que ese día prefería faltar a su tratamiento para no tener que
pasar por esa situación de malestar. Desde la coordinación, se veía que esta paciente
hacía lo imposible por seguir las consignas pero que se le dificultaba mucho sostener la
actividad. Entonces se pensó que lo más indicado para ella era que se abriera su
inquietud al grupo, al cierre, y que entre todos se pensase en su “problemática”.
Planteado el tema con el resto de los pacientes, y, previo acuerdo con estos, se le ofreció
la posibilidad de hacerlo sentada en una silla, a lo que la paciente se puso contenta y
aceptó inmediatamente. A partir de este momento se mostró más aliviada durante el
grupo y dejó de faltar ese día al hospital.
En este ejemplo se puede ver cómo la paciente, al decir lo que le pasaba en un grupo,
logró hacer algo con aquello que le deparaba su psicosis y que estaba obstaculizando su
asistencia al tratamiento, y cómo a partir de la intervención del coordinador y la
inclusión de sus compañeros, ella encuentra una forma de alojarse en un lugar singular
distinto al resto, pero sin quedar afuera de la trama grupal. Otro modo muy distinto de
responder a su demanda hubiese sido decirle que era importante participar de la
actividad de la misma manera que lo hacían todos, porque sentada no iba a poder hacer
los ejercicios que la consigna proponía. De este modo se estaría apelando a un sentido
masificante del grupo, a un “para todos” que desestima el elemento subjetivo de su
pedido y lo deja por fuera del fenómeno grupal. Probablemente esta intervención
hubiese impedido que la paciente siga concurriendo al hospital los días del grupo.

Posición ética del coordinador. (Producción de un objeto, aparición de un sujeto):

Cada uno de los grupos está coordinado por, al menos, dos profesionales del equipo ya
sean psicólogos, psiquiatras, musicoterapeutas, o psicopedagogos. Es decir, que se trata
de un equipo que hace base en la interdisciplina de distintos saberes, hecho que
enriquece el trabajo en cualquiera de los espacios terapéuticos.
La función del coordinador, atravesada por las mismas variables que antes citaba, el
tiempo, el espacio, la consigna y las normas, no es otra que la de presentar al grupo de
pacientes la tarea, y ver el modo en que cada uno puede abordarla. Para esto es
necesario que el coordinador esté al tanto de cada paciente, que sepa qué sintomatología
presenta, qué situación lo desorganiza, con qué se angustia, o algún otro dato relativo a
su tratamiento que pueda ser de utilidad a la hora de intervenir o de pensar la actividad;
este seguimiento del paciente es lo que se trabaja semanalmente en la reunión de equipo
que conglomera a todos los profesionales de equipo.
La posición del coordinador habita una permanente tensión entre llevar el pulso de la
consigna, para que los pacientes cumplan con la tarea propuesta, y estar atento al
momento en que pueda hacer aparición el sujeto en la actividad. Porque no es lo mismo
que el paciente realice mecánicamente una actividad, a que se comprometa
subjetivamente con la misma y algo de su padecer se ponga en juego, se ceda durante el
grupo, ya sea en una pintura, en un escrito, o en un movimiento que hace para pegarle a
la pelota. El coordinador observa, escucha, e interviene en esta perspectiva, para que lo
que se hace en un grupo pase de ser una simple consigna a cumplir, y se transforme en
una herramienta terapéutica más del tratamiento. La producción subjetiva no es que el
paciente aprenda un saber acerca del oficio de pintar o de conducir una radio, sino que
tome un papel activo en la cura que eligió, y así produzca algo nuevo con relación a su
padecer, algo que lo alivie. Este saber hacer que el sujeto irá construyendo a lo largo de
su tratamiento, si bien está facilitado por la consigna propuesta, y sostenido por el lugar
del coordinador, es algo que elabora el sujeto durante su encuentro con cada grupo,
marca propia que produce y que orienta las particularidades de su cura. De este modo, el
paciente se va alojando en su tratamiento, se va apropiando de ese modo de hacer que
encuentra en las diferentes actividades, y que le permiten un reposicionamiento en
relación a su enfermedad, dejando una posición pasiva que lo cristaliza, y tomando
responsabilidades en todo lo que decide hacer o no hacer. En este sentido, el
coordinador no sólo coordina la dinámica de la actividad en sí, sino que orienta, y
acompaña al paciente en la creación de ese lugar nuevo, lugar en el que deja de ser
objeto de fenómenos psicóticos para pasar a ser un sujeto que puede hacer con eso. Y no
un hacer desde un ideal de salud, sino un hacer íntimamente relacionado con lo que el
sujeto descubre que es capaz. Esta es la ética que conduce y sostiene la práctica de los
coordinadores, ética basada en una posición de escucha activa, que apunta a la aparición
de un sujeto dentro de una variedad descriptiva de síntomas y diagnósticos que si bien
ayudan y apuntalan el tratamiento, muchas veces velan la responsabilidad que el sujeto
pueda tener en lo que le sucede en la vida. Si esto ocurre será poco lo que el paciente
pueda hacer con su enfermedad, salvo lo que le esté indicado por el amo de turno que
este dirigiendo su tratamiento. No es lo mismo que el paciente sepa que puede intervenir
en el proceso de su cura, rectificando posiciones subjetivas con respecto a su
enfermedad, a que crea que siempre va a ser igual y que debe atenerse, sin reservas, a lo
que le dicen los médicos, psicólogos, u otros agentes de salud. Para esto, la función del
coordinador, enmarcada en una ética que busca que el sujeto advenga, es estratégica ya
que opera en una escena donde el paciente está en relación a objetos a producir: una
ficción teatral, un comentario acerca de una noticia, una canción, etc., y en la medida en
que logre dicha producción (no que cumpla con lo que dicta la consigna), algo de su
posición subjetiva se va a modificar.
En términos libidinales, se podría decir que parte de la líbido comprometida en la
sintomatología que aqueja al sujeto pasa a formar parte del objeto producido y esto
comporta un cambio sustantivo en la dinámica de su vida. Sin la presencia de un
coordinador que esté éticamente comprometido en dicho cambio, la producción de un
objeto sería sólo una cuestión de tecnicismo y no de apuesta subjetiva.
El trabajo con pacientes psicóticos en el ámbito de los grupos expresivos también
funciona a modo de que el equipo se vaya presentando en el tratamiento del paciente, y
que éste vaya relacionándose con otros integrantes del mismo, estableciendo distintos
canales transferenciales que dan lugar a otros estilos de intervención, que si bien pueden
ser diferentes entre sí, están anudados en el mismo discurso terapéutico.

Lic. Martín Raffo


M.N: 31.945
hmartinraffo@gmail.com

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