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Locura pasional

Gerónimo era un chico muy enamoradizo, él se sentía muy


atraído por su mejor amiga. Ella no se daba cuenta del gran
amor que él le brindaba, en cada carta, en cada poema, en cada
regalo. Emily estaba enamorada de otro hombre y solamente
veía a Gerónimo como un amigo de toda la vida.

El chico de del que estaba enamorada Emily se llamaba


Ezequiel. Él jugaba en la tercera división de Banfield y esto no
le impedía tener excelentes calificaciones. Con muy buen
comportamiento, era muy requerido por las hermanas y primas
de sus compañeros. Pero el solo tenía ojos para una de ellas:
Emily. La situación se le dificultaba porque él era muy frio y le
costaba demostrar sus sentimientos.

Una mañana, Emily y Gerónimo se encontraban conversando


animadamente acerca de los exámenes que tenían esa semana.

De repente la joven presintió como si alguien la estuviese


observando, como si cada uno de sus gestos fueran
monitoreados. Giro la cabeza y lo vio: era Ezequiel, que no
apartaba sus ojos de su silueta. Emily experimento
intimidación pero esto no le impidió sentirse plena y satisfacer
su vanidad.

Al mismo tiempo Gerónimo comenzó a percibir una extraña


inquietud: ¿qué hacía que su amiga no le estuviera prestando
atención? Comenzó el proceso: enojo, rabia, cólera, furia pero
culminaría en ira. No. No terminaría ahí.
El joven se alejó, dejando a la pareja sola y quedándose con
un gusto amargo como la hiel, que nada bueno anticipaba.

Las semanas pasaban y Gerónimo seguís ignorando a Emily


sin que ella supiese el por qué. La adolescente intento en varias
ocasiones acercarse pero él no cedía.

Llego el sábado 4 de enero de 1941, vacaciones escolares,


Emily y Ezequiel habían formalizado su noviazgo hacía ya
unos meses. Y tal como la actitud de Gerónimo adelanto el
último día que hablo con la adolescente el proceso no había
terminado y la ira no era el paso final.

Los ojos del joven inyectados en sangre, sus manos apretadas


fuertemente cada una en los fusibles del pantalón, y una sola
idea: Emily seria de él o de nadie.

Se acercó cautelosamente al parque, donde tantas veces


caminaban juntos, se veían y disfrutaban de horas y horas de
charlas con mates. Los vio. Y sin medir palabra alguna saco su
mano derecha del pantalón que empuñaba un revolver calibre
veintidós y con decisión indolente descargo el tambor del
arma contra los dos amantes, sus dos enemigos y la última bala
se la reservo para él.

Agustina Elsa Valle

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