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La actividad del mediador está dirigida a lograr la celebración de algún negocio jurídico, y
en tal sentido el mediador es independiente de las partes que llevan a cabo el negocio y no
las representa. Aunque la mediación puede llevarse a cabo en forma espontánea por alguna
persona, y cualquier persona puede actuar como mediador, es común que quien está
interesado en la celebración de algún negocio solicite la intervención de algún mediador,
cuando esa relación de mediación deriva de un contrato; se habla de contrato de mediación,
que podría intentar definirse como aquél en virtud del cual se ofrece a una persona el pago
de una remuneración, si logra que se lleve a cabo algún negocio determinado.
A la mediación puede acudirse para cualquier negocio lícito. El mediador no queda obligado
a llevar a cabo acto alguno, es libre para actuar o no, pero análogamente, la persona con quien
celebró el contrato de mediación es libre para celebrar o no el contrato encomendado; en ese
sentido quien solicita los servicios de un mediador no queda por ello obligado a celebrar el
contrato con persona alguna presentada por el mediador.
Es función del mediador el tratar de lograr la celebración del negocio, pero sin que esté
obligado a actuar; por eso suele decirse que la mediación es un contrato de resultado, en tanto
el mediador tiene derecho al pago de la mediación si logra la celebración del negocio, pero
sin que esté jurídicamente obligado a llevar a cabo acto alguno.
Desde luego, los requisitos anteriores deben entenderse dentro de las prácticas de los
negocios, por lo que las variaciones en cuanto al tipo de contrato y peculiaridades del mismo,
deben estimarse a la luz de la práctica de los negocios más que al de un rígido criterio jurídico,
pues muchas de esas variaciones pueden resultar de la actividad del mediador para tratar de
obtener el acuerdo entre las partes.