Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Más ética,
más desarrollo
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 4
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 5
Más ética,
más desarrollo
Bernardo Kliksberg
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 6
© Bernardo Kliksberg
© INAP
Dirección: c/Atocha, 106. 28012 - Madrid
Teléfonos: 91.27.39.100
Web: www.inap.map.es
Catálogo general de publicaciones oficiales:
http://publicaciones.administracion.es
A mis padres, Clara (z'l) amor e integridad sin límites, y Eliézer escritor
y luchador infatigable, de quienes aprendí lo principal
A mis hijos Iosi, Esther, Rubén, Annat y Joel, mis estímulos y mi orgullo
Índice
15 Primera Parte
El impacto de la ética sobre el desarrollo
17 Más ética, más desarrollo
20 La ética cuenta
23 El capital social y la cultura. Las dimensiones postergadas del desarrollo
67 Segunda Parte
Los desafíos éticos de América Latina
69 Los niños latinoamericanos en riesgo
72 Más desigualdad, más corrupción
75 La marginalidad rural
77 Un escándalo ético. Los niños de la calle
79 La pobreza en América Latina. Revisando mitos sobre la política social
109 La discriminación de la mujer en el mundo globalizado y en América
Latina
Índice / 1
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 2
Prólogo / 3
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 4
cir la ética en las leyes económicas. Se viene hablando así de desarrollo humano
basado en los valores sociales y sustentado sobre la promoción, junto a las for-
mas tradicionales de capital –físico y humano–, de un nuevo capital recientemente
descubierto por las ciencia sociales: el capital social.
Junto a la potenciación de las virtualidades de este capital social, comple-
mentado por las otras formas, estamos asistiendo a una revitalización de las polí-
ticas públicas. Y es que, no puede dejar de recordarse, por obvio y pretencioso
que pueda parecer, que los gobiernos deben estar al servicio de los problemas de
la población, deben hacerse cargo de las funciones y responsabilidades que la
sociedad demanda. En particular, se está depositando en las políticas sociales
una gran confianza como elementos complementarios y motores del crecimiento
económico. Unas políticas sociales de las que, sin duda, somos herederos y a las
que debemos el desarrollo en las sociedades avanzadas. Y si nos concretamos en
América Latina, los múltiples desafíos que el avance significativo de democrati-
zación en esta región del planeta presenta se están encarando con una visión
diferente, fruto de la percepción del origen en que radican los problemas que
obstaculizan su desarrollo: la desigualdad y la pobreza.
En el marco de la discusión existente en esta zona sobre las vías para el desa-
rrollo se inscriben las aportaciones de Bernardo Kliksberg. La tesis central del
autor es que es posible construir una economía con rostro humano, esto es, eco-
nomías donde se invierta fuerte en la gente, donde haya buenos niveles de equi-
dad y que además crezcan. Con un discurso fluido y ejemplificador de la reali-
dad latinoamericana, Kliksberg va desgranando las claves para la construcción
de un desarrollo humano basado en los valores sociales y plantea las propuestas
para hacer efectivo un crecimiento ético. Aparecen así en la palestra nuevos con-
ceptos como capital social, solidaridad, participación, responsabilidad social empre-
sarial, como aspectos clave para alcanzar un desarrollo humano que acabe con la
pobreza.
El punto de partida lo constituye el cuestionamiento de la visión reduccionis-
ta del desarrollo. Aunque el tema económico es central, el desarrollo no puede
quedar reducido a la economía, sino que, por el contrario, se debe concebir como
un modelo integrado en el que, junto a lo económico, se tengan en cuenta las ins-
tituciones, la política, el desarrollo humano y el medio ambiente. Es ésta, indu-
bitablemente, una propuesta argumentada y con posibilidades, fundamentada en
unos modelos de desarrollo integrado, que traten de conciliar crecimiento eco-
nómico y progreso social. Para ello, apunta Kliksberg, hay que recuperar la rela-
ción entre valores éticos y comportamientos económicos, “poner en el centro de
la agenda pública temas como la coherencia de las políticas económicas con los
Prólogo / 5
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 6
Palabras preliminares / 7
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 8
Bernardo Kliksberg
Washington, junio de 2006
Introducción
Sed de ética
Introducción / 9
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 10
Introducción / 11
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 12
Zero”, cuyo lema es el de la solidaridad: “El Brasil que come, ayudando al Bra-
sil que tiene hambre” y ha llamado a una gran alianza en torno a él. En la Argen-
tina, el presidente Néstor Kirchner ha dado la más alta prioridad a la inversión
social, destinando amplios recursos a ella, a pesar de las dificultades del país. Al
transmitir su concepción de prioridades ha subrayado: “Hay que terminar con la
discusión bizantina de que gastos como salud son improductivos”. Aplicando esa
misma ética de colocar en primer lugar a la gente, ha indicado respecto de las ne-
gociaciones sobre la deuda externa en su discurso de inauguración de las sesio-
nes del Congreso Nacional (marzo 2004): “No pagaremos la deuda a costa del
hambre y la exclusión de millones de argentinos”. Ambos presidentes encabezan
según la encuesta LatinBarómetro la tabla de aprobación pública regional.
Esta obra tiene por finalidad aportar elementos que permitan enriquecer el gran
debate sobre la ética que comienza a perfilarse en el continente. En ella, el autor
integra diversos trabajos que ha preparado, los cuales abordan las relaciones en-
tre ética y economía desde distintos ángulos.
En la Primera Parte se llama la atención sobre los impactos concretos que la
presencia o ausencia de valores éticos pueden tener sobre el desarrollo. Asimismo,
se trabaja en detalle sobre la idea de capital social, que ha relegitimado la incor-
poración al pensamiento sobre el desarrollo de una serie de aspectos marginados
en el centro de los cuales esta la ética. En la Segunda Parte se incursiona sobre
los desafíos éticos fundamentales que presenta la América Latina de hoy en el
campo de la infancia, la desigualdad, la marginalidad rural, los niños de la calle
y la discriminación de género, se presenta un panorama de conjunto sobre la po-
breza y se revisan mitos circulantes sobre la política social. En la Tercera Parte
se muestran y analizan expresiones concretas de la ética en acción, como el vo-
luntariado, la responsabilidad social empresarial, el papel de la familia, y se ela-
bora sobre un gran tema para el futuro de América Latina: la participación, que
puede ser un dinamizador del desarrollo del capital social y que es al mismo
tiempo una exigencia ética. Finalmente, se presentan propuestas para una econo-
mía orientada por la ética.
La discusión sobre la ética ha vuelto impulsada por la ciudadanía para que-
darse y expandirse después de la preponderancia en las últimas décadas de un
pensamiento economicista reduccionista que consideraba al tema económico un
mero tema técnico. La realidad ha demostrado las limitaciones de ese enfoque.
La falta de un debate ético permanente ha generado una anomia que ha facilita-
do la corrupción.
cambio y progreso que son los valores éticos. Ilustran sus posibilidades entre
otras expresiones, la evidencia de que el principal flujo de capitales que recibe
hoy América Latina son las remesas de los inmigrantes pobres a países desarrolla-
dos que están movilizadas por valores familiares, y la constatación por la CEPAL
de que las cifras de pobreza de la región serían todavía un 10% mayores sino fue-
ra por la lucha denodada de las mujeres pobres jefas de hogar.
El papa Juan Pablo II llamó la atención (2003) sobre la falta de sustentabili-
dad de un modelo de desarrollo que no integre las dimensiones éticas. Dice el Pa-
pa: “en el mundo de hoy no basta limitarse a la ley del mercado y su globaliza-
ción; hay que fomentar la solidaridad evitando los males que se derivan de un ca-
pitalismo que pone al lucro por encima de la persona y la hace víctima de tantas
injusticias. Un modelo de desarrollo que no tuviera presente y no afrontara con
decisión esas desigualdades no podría prosperar de ningún modo”.
En América Latina, hay hoy una sed de ética. Vastos sectores confluyen en la
necesidad de superar la escisión entre ética y economía que caracterizó las últi-
mas décadas. Una economía orientada por la ética no aparece como un simple
sueño, sino como una exigencia histórica para lograr que la paradoja de la pobreza
en medio de la riqueza pueda realmente superarse y construir un desarrollo pu-
jante, sustentable y equitativo. El precepto bíblico que ordena hacerse responsa-
bles los unos por los otros indica que frente a tanto sufrimiento de tantos no hay
lugar a más postergaciones en este desafío decisivo.
Bernardo Kliksberg
Introducción / 13
preliminares_esp 13/9/06 12:21 Página 14
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 15
Primera Parte
El impacto de la ética
sobre el desarrollo
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 16
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 17
En la raíz de su éxito está el capital social, nuevo hallazgo de las ciencias del
desarrollo. Detectado en los estudios pioneros de Putnam (1994), abarca por lo me-
nos cuatro dimensiones: los valores éticos dominantes en una sociedad, su capaci-
dad de asociatividad, el grado de confianza entre sus miembros y la conciencia cí-
vica. Los resultados de las mediciones econométricas son concluyentes. Cuanto
más capital social, más crecimiento económico a largo plazo, menor criminalidad,
más salud pública y más gobernabilidad democrática. La noción no pretende su-
plantar el peso en el desarrollo de los factores macroeconómicos, sino que llama la
atención sobre que deben sumarse a ellos estas dimensiones. El mero reduccionis-
mo economicista es una visión estrecha y lleva a políticas ineficientes.
El Premio Nobel de Economía Amartya Sen subraya (1997): “Los valores eticos
de los empresarios y los profesionales de un país (y otros actores sociales clave)
son parte de sus recursos productivos.” Si son a favor de la inversión, la hones-
tidad, el progreso tecnológico, la inclusión social, serán verdaderos activos; si,
en cambio, predominan la ganancia rápida y fácil, la corrupción, la falta de es-
crúpulos, bloquearán el avance. La idea ha sido acogida hoy por los principales
organismos internacionales. El Banco Mundial, el Banco Interamericano de De-
sarrollo (BID) y las Naciones Unidas, entre otros, han creado áreas dedicadas a
impulsar el capital social.
En una América Latina y una Argentina con un enorme potencial pero ago-
biadas por gravísimos problemas sociales, debería prestarse mucha atención a es-
tos factores. Unicef dice que mueren anualmente en la región 500.000 niños por
causas previsibles, y más de 95 millones son pobres. En la Argentina, casi el 75%
de los niños se halla por debajo de la línea de la pobreza, y el 46% de los jóve-
nes de la Capital Federal y el conurbano están desocupados. Entre las causas de
que países potencialmente tan ricos tengan tanta pobreza se coincide hoy en des-
tacar los déficit éticos y el hecho de que éste es el continente más desigual de to-
do el planeta, y que ello es regresivo para el progreso económico y social.
El capital social puede ayudar. Se expresa en formas muy concretas que es ne-
cesario fortalecer y que pueden desempeñar un papel muy importante. Una de
ellas es el voluntariado. En la Argentina, sin la acción de organizaciones ejem-
plares como Cáritas, la AMIA, la Red Solidaria y muchas otras, la pobreza sería
aún peor. El ejemplo de cartoneros que juntaron y entregaron 900 kilos de ali-
mentos a niños tucumanos más pobres aún que ellos indica el potencial inmenso
de la solidaridad que encarnan los voluntarios.
Círculos virtuosos
La ética cuenta
Hay una sed de ética en América Latina. La opinión pública reclama en las
encuestas y por todos los canales posibles comportamientos éticos en los líderes
de todas las áreas, y que temas cruciales como el diseño de las políticas econó-
micas y sociales y la asignación de recursos sean orientados por criterios éticos.
Contrariamente a ese sentir, las visiones económicas predominantes en la región
tienden a desvincular ética y economía. Sugieren que son dos mundos diferentes
con sus propias leyes, y que la ética es un tema para el reino del espíritu. Este ti-
po de concepción que margina los valores morales parece haber sido una de las
causas centrales del “vacío ético” en el que se han precipitado diversas socieda-
des latinoamericanas. La idea de que los valores no importan mayormente en la
vía económica práctica ha facilitado la instalación de prácticas corruptas que han
causado enormes daños. El papa Juan Pablo II ha encabezado el cuestionamien-
to de la supuesta dicotomía entre ética y economía. Ha señalado repetidamente
que es imprescindible volver a analizar la relación entre ambas, y que la ética no
sólo no es ajena a la economía sino que debería orientarla y regularla. Así, entre
otros aspectos el Papa exige un “código ético para la globalización.”
Esta discusión está lejos de ser teórica. Tiene sustanciales efectos prácticos.
La ética incide todos los días en la economía.
Lo que una sociedad hace respecto de los valores éticos puede tener importancia
decisiva en su economía. En contra, como en los casos de Enron, Collor de Me-
llo, Fujimori, la grave crisis de corrupción en la Argentina de los años noventa y
otros ejemplos similares, o a favor. Si una sociedad cultiva sistemáticamente sus
valores éticos, cosecha resultados. Noruega, por ejemplo, es el número uno —en los
últimos tres años— entre 180 países del mundo en la tabla de Desarrollo Huma-
no de la ONU. Una economía potente, con altísimo desarrollo social y sin corrup-
ción. Esa sociedad trata por todos los medios de mantener muy altos estándares
éticos. Así está analizando continuamente y con autocrítica sus responsabilida-
des como país desarrollado hacia el mundo en pobreza, y su gobierno impulsa
una discusión ética permanente sobre los desafíos éticos de la sociedad en las es-
cuelas. Los valores éticos anticorrupción y pro igualdad, solidaridad y coopera-
ción que ha puesto en marcha son esenciales en sus logros económico-sociales.
Esos valores son cultivados cuidadosamente en el sistema educativo en todos sus
niveles y a través de ejemplos de los líderes.
Es imprescindible en una América Latina agobiada por grados agudos de po-
breza y desigualdad (casi uno de cada dos latinoamericanos es pobre, la pobreza
es más elevada que en 1980, la desigualdad es la mayor del planeta) recuperar la
estrecha relación que debería haber entre valores éticos y comportamientos eco-
nómicos. Ello significa poner en el centro de la agenda pública temas como la
coherencia de las políticas económicas con los valores éticos, la responsabilidad
social de la empresa privada, la eticidad en la función pública, el fortalecimien-
to de las organizaciones voluntarias, y el desarrollo de la solidaridad en general.
Todos los actores sociales deberían colaborar para que la ética volviera, tanto pa-
ra erradicar la corrupción como para motivar actitudes positivas.
Es fundamental al respecto el papel que puede jugar la educación en todos sus
ámbitos y particularmente en las universidades. Las nuevas generaciones de pro-
fesionales deben ser preparadas a fondo en sus responsabilidades éticas. Ello es
crucial en áreas decisivas para el desarrollo, como las de gerentes, contadores, eco-
nomistas y otras profesiones afines. Así, entre otros aspectos, los especialistas en
ciencias gerenciales deberían ser formados para impulsar un avance en las prácti-
cas de responsabilidad social empresarial, muy limitadas en las realidades latinoa-
mericanas y nacional (como lo indica, entre otros, un estudio reciente de IDEA de la
Argentina, Tercer Sector, junio 2003)1. Los contadores deberían velar por la pro-
tección de los intereses de la comunidad garantizando confiabilidad y transparen-
cia total en la información tanto en el área pública como privada. Los economistas
deberían contribuir en la generación de una economía que enfrente las tremendas
exclusiones actuales, como la pauperización de los niños (60% de éstos en Améri-
ca Latina son pobres), la destrucción de familias por la pobreza y el desempleo
(una de cada cinco en toda la región), la marginación de los jóvenes (su tasa de de-
socupación duplica en la región y en la Argentina las elevadas tasas promedio), las
que derivan de las discriminaciones de género, del maltrato a las edades mayores,
a las minorías indígenas, a los discapacitados, y otras.
El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz (2003) formula agudas suge-
rencias respecto de la necesidad de una ética para economistas. Dice que es im-
prescindible que una profesión tan influyente tenga definitivamente regulaciones
éticas, y que un código de ética razonable debería incluir inicialmente por lo me-
nos tres principios. Primero, no recomendar a los líderes públicos de los países
en desarrollo teorías no probadas por la realidad; segundo, no decirles que hay
una sola alternativa; y tercero, ser sensibles a los efectos de sus recomendacio-
nes sobre los sectores desfavorecidos y transparentar los costos que van a pagar
dichos sectores por ellas.
1
El estudio realizado en doce empresas de primera línea recoge entre las afirmaciones de los mismos entrevistados, se-
gún indica la revista Tercer Sector, que “no se está en presencia de un cambio de paradigma en cuanto al rol que tienen
las empresas en el desarrollo de la sociedad y que las prácticas socialmente responsables no atienden las expectativas y
demandas del conjunto de los actores sociales.”
Un incisivo periodista americano escribió, frente al caso Enron, que los altos
ejecutivos corrompidos conocían bien los Diez Mandamientos, pero que en rea-
lidad los tomaron como “las diez sugerencias.” Algo parecido ha sucedido en
América Latina. Los valores morales fueron degradados, marginados, excluidos.
Es hora de recuperarlos para la toma de decisiones cotidiana; son los únicos que
pueden garantizar la América Latina soñada. La educación en general y la uni-
versidad en particular pueden jugar un papel esencial en este proceso a través de
todos sus integrantes. La urgencia es máxima. Hay demasiado agobio y exclu-
sión en esta región y en este país, y la sed de ética aumenta a diario.
A inicios del siglo XXI la humanidad cuenta con inmensas fuerzas producti-
vas. Las revoluciones tecnológicas en curso han alterado sustancialmente sus ca-
pacidades potenciales de generar bienes y servicios. Los avances simultáneos en
campos como la informática, la biotecnología, la robótica, la microelectrónica,
las telecomunicaciones, la ciencia de los materiales y otras áreas han determina-
do rupturas cualitativas en las posibilidades usuales de producción, ampliándo-
las extensamente, y con un horizonte de continuo crecimiento hacia adelante. Sin
embargo, 1.300 millones de personas carecen de lo más mínimo y viven en la po-
breza extrema, con menos de un dólar de ingresos al día; 3.000 millones se ha-
llan en la pobreza y tienen que subsistir con menos de dos dólares diarios; 1.300
millones de personas carecen de agua potable; 3.000 millones no tienen instala-
ciones sanitarias básicas; y 2.000 millones no reciben electricidad.
Alcanzar la deseada meta del desarrollo económico y social es más viable que
nunca en términos de tecnologías y potencial productivo pero, al mismo tiempo,
el objetivo se halla muy distante de amplias poblaciones en diversos continentes,
entre ellos, América Latina.
La “aldea global” en que se ha convertido el planeta, en donde las interrelacio-
nes entre los países y los mercados se multiplican continuamente, parece caracte-
rizarse por una explosión de complejidad, direcciones contradictorias de evolución
y altas dosis de incertidumbre. Exploradores de las fronteras de las nuevas realida-
des, como Ylia Prygogine (1988), Premio Nobel de Química, han señalado que la
mayor parte de las estructuras de la realidad actual son “estructuras disipativas de
final abierto”; es difícil predecir en qué sentido evolucionarán, y las lógicas tradi-
cionales son impotentes para explicar su curso. Edgar Morín (1991) resalta que en
lugar del “fin de la historia”, vaticinado por algunos que alegaron que al desapare-
cer el mundo bipolar la historia sería previsible y hasta “aburrida”, lo que tenemos
ante nuestros ojos es que “de aquí en adelante el futuro se llama incertidumbre.”
La historia en curso está marcada por severas contradicciones. Así, por ejemplo, al
mismo tiempo que el conocimiento tecnológico disponible ha multiplicado las ca-
pacidades de dominar la naturaleza, el ser humano está creando desequilibrios eco-
lógicos de gran magnitud, que ponen en peligro aspectos básicos del ecosistema y
su propia supervivencia. Mientras que las capacidades productivas han llevado la
producción mundial a más de 25 trillones de dólares, las polarizaciones sociales se
han incrementando fuertemente y, según los informes de las Naciones Unidas
(1998), 358 personas son poseedoras de una riqueza acumulada superior a la del
45% de la población mundial. Las disparidades alcanzan los aspectos más elemen-
tales de la vida cotidiana. Los acelerados progresos en medicina han permitido una
extensión considerable en la esperanza de vida pero, mientras en las 26 naciones
más ricas ésta alcanzaba, en 1997, a 78 años de edad, en los 46 países más pobres
era, en el mismo período, de 53 años.
La idea del progreso indefinido está siendo suplantada por visiones que
asignan un papel mayor a las complejidades, las contradicciones y las incerti-
dumbres y buscan soluciones a partir de integrarlas a las perspectivas de aná-
lisis de la realidad.2
En este marco general hay un nuevo debate en activa ebullición en el campo
del desarrollo. En la búsqueda de caminos más efectivos, en un mundo en el que
la vida cotidiana de amplios sectores está agobiada por carencias agudas y don-
de se estima que una tercera parte de la población activa mundial se halla afec-
tada por serios problemas de desocupación y subocupación, el debate está revi-
sando supuestos no convalidados por los hechos y abriéndose hacia variables a
las que se asignaba escaso peso en las últimas décadas.
Hay una revalorización en el nuevo cuestionamiento de aspectos no incluidos en
el pensamiento económico convencional. Se ha instalado una potente área de análi-
sis en vertiginoso crecimiento que gira en derredor de la idea de “capital social.”
Uno de los focos de esa área, a su vez con su propia especificidad, es el reexamen
de las relaciones entre cultura y desarrollo. Lourdes Arizpe (1998) señala: “La cul-
2
Morín (1991) resalta las dificultades para tener una visión clara de hacia adónde avanza la historia: “Estamos en lo des-
conocido, más aún, en lo inominado. Nuestro conocimiento de tiempos actuales se manifiesta solamente en el prefijo sin
forma ‘pos’ (posindustrial, posmoderno, posestructuralista), o en el prefijo negativo ‘anti’ (antitotalitario). No podemos
dar un rostro a nuestro futuro, ni siquiera a nuestro presente.”
tura ha pasado a ser el último aspecto inexplorado de los esfuerzos que se desplie-
gan internacionalmente, para fomentar el desarrollo económico.” Enrique V. Igle-
sias (1997) subraya que se abre en este reexamen de las relaciones entre cultura y
desarrollo un vasto campo de gran potencial. Resalta: “Hay múltiples aspectos en la
cultura de cada pueblo que pueden favorecer a su desarrollo económico y social; es
preciso descubrirlos, potenciarlos y apoyarse en ellos y hacer esto con seriedad sig-
nifica replantear la agenda del desarrollo de una manera que a la postre resultará más
eficaz, porque tomará en cuenta potencialidades de la realidad que son de su esen-
cia y, que hasta ahora, han sido generalmente ignoradas.”
Ubicado en este contexto bullente en reclamos por rediscutir la visión con-
vencional del desarrollo e integrar nuevas dimensiones, este trabajo procura po-
ner en foco un tema relevante del nuevo debate: las posibilidades del capital so-
cial y de la cultura de aportar al desarrollo económico y social. Particularmente,
el trabajo se centra en sus posibles contribuciones a América Latina, una región
con graves problemas de pobreza (afecta a vastos sectores de la población) y de
iniquidad (es considerado el continente más desigual del planeta). Seguramente,
la integración de estos planos hará mucho más compleja aún la búsqueda de es-
trategias y diseños adecuados. Pero ésa es la idea. Las políticas basadas en dise-
ños que marginan aspectos como los mencionados han demostrado muy profun-
das limitaciones.
El trabajo apunta a cumplir su propósito a través de varios momentos sucesi-
vos de análisis. En primer lugar, se presentan aspectos de la crisis del pensamien-
to económico convencional. La nueva atención prestada al capital social y a la
cultura se inscribe en esa crisis. En segundo término, se explora la idea de capi-
tal social. El énfasis se pone, en este caso, no en la discusión teórica, sino en su
presencia concreta en realidades actuales. En tercer término, con apoyo en los de-
sarrollos anteriores, se pasa a observar “el capital social en acción” en realidades
latinoamericanas. Se indaga, a través de experiencias concretas de la región, có-
mo el capital social y la cultura constituyen potentes instrumentos de construc-
ción histórica. Por último, se formulan algunas reflexiones sobre posibles apor-
tes de la cultura al desarrollo latinoamericano.
objetivos finales del desarrollo tienen que ver con la ampliación de las oportuni-
dades reales de los seres humanos de desenvolver sus potencialidades. Una so-
ciedad progresa efectivamente cuando los indicadores claves, como los años que
la gente vive, la calidad de su vida y el desarrollo de su potencial, avanzan. Las
metas técnicas son absolutamente respetables y relevantes, pero contituyen me-
dios al servicio de esos objetivos finalistas. Si se produce la sustitución silencio-
sa de los fines reales por los medios, se puede perder de vista el horizonte hacia
el cual se debería avanzar y equivocar los métodos para medir el avance. La ele-
vación del Producto Bruto per cápita, por ejemplo, aparece en la nueva perspec-
tiva como un objetivo importante y deseable, pero sin dejar de tener en cuenta en
ningún caso que es un medio al servicio de fines mayores, como los índices de
nutrición, salud, educación, libertad y otros. Sus mediciones no reflejan por tan-
to, necesariamente, lo que está sucediendo en relación con dichas metas. Amartya
Sen (1998) analiza detalladamente esta visión general en el caso de los recursos
humanos. Señala que constituye un progreso considerable el nuevo énfasis pues-
to en ellos, pero que debe entenderse que el ser humano no es sólo un medio del
desarrollo sino su fin último. Esa visión no debe olvidarse. Subraya: “Si en últi-
ma instancia considerásemos al desarrollo como la ampliación de la capacidad de
la población para realizar actividades elegidas libremente y valoradas, sería del
todo inapropiado ensalzar a los seres humanos como ‘instrumentos del desarro-
llo económico’. Hay una gran diferencia entre los medios y los fines.”
Stiglitz (octubre de 1998) enfatiza que la confusión medios-fines ha sido fre-
cuente en la aplicación del Consenso de Washington: “Se ha tomado la privati-
zación y la liberalización comercial como fines en sí mismos más que como me-
dios para alcanzar un crecimiento sostenible, equitativo y democrático. Se ha fo-
calizado demasiado en la estabilidad de los precios, más que en el crecimiento y
la estabilidad de la producción. Se ha fallado en reconocer que el fortalecimien-
to de las instituciones financieras es tan importante para la estabilidad económi-
ca como controlar el déficit presupuestario y aumentar la oferta de dinero. Se ha
centrado en la privatización, pero se ha puesto demasiado poca atención en la in-
fraestructura institucional, que es necesaria para hacer que los mercados funcio-
nen y, especialmente, en la importancia de la competición.”
A partir de estas percepciones sobre la estrechez del enfoque meramente téc-
nico y la necesidad de delimitar fines y medios, se plantean visiones ampliatorias
de los objetivos que debería perseguir el desarrollo. Junto con el crecimiento eco-
nómico surge el requerimiento de lograr el desarrollo social, propiciar la equidad,
fortalecer la democracia y preservar los equilibrios medioambientales. El Con-
senso de los presidentes de América en Santiago (1998) reflejó este orden de
mente economicista del desarrollo puede tropezar, en cualquier momento, con blo-
queos muy serios que surgen de las otras áreas y así se ha dado en la realidad.
Hay en curso, en ese marco, una reevaluación integral de las relaciones entre
crecimiento económico y desarrollo social. En la visión convencional se suponía
que, al alcanzar tasas significativas de crecimiento económico, éste se “derrama-
ría” hacia los sectores más desfavorecidos y los sacaría de la pobreza. El creci-
miento sería, al mismo tiempo, desarrollo social. Las experiencias concretas han
indicado que las relaciones entre desarrollo económico y desarrollo social son de
carácter mucho más complejo. El seguimiento de la experiencia de numerosos
países, efectuado por las Naciones Unidas a través de sus informes de Desarro-
llo Humano, no encuentra corroboración para los supuestos del llamado modelo
de derrame. No basta con el crecimiento para solucionar la pobreza. Al ser abso-
lutamente imprescindible, éste puede quedar estacionado en ciertos sectores de
la sociedad y no llegar a los estratos sumergidos. Pueden incluso darse tasas sig-
nificativas de crecimiento y, al mismo tiempo, continuar en vigencia agudas ca-
rencias para amplios sectores de la población. James Migdley (1995) señala que
esa forma de crecimiento ha caracterizado a muchas naciones desarrolladas y en
desarrollo en los últimos años y la denomina “desarrollo distorsionado.” El cre-
cimiento, constata, no ha sido acompañado en ellas por un mejor acceso a pro-
tección de salud, educación, servicios públicos y otros factores que contribuyen
al bienestar social. Se plantea entonces que, junto a los esfuerzos que es desde ya
necesario realizar por el crecimiento, deben practicarse activas políticas de desa-
rrollo social y propiciarse la equidad. Formarán parte de dichas políticas inver-
siones —mantenidas en el tiempo y considerables— en educación y salud, ex-
tensión de los servicios de agua potable, instalaciones sanitarias y energía eléc-
trica, protección a la familia y otras. Para que el crecimiento signifique bienestar
colectivo, debe haber simultáneamente desarrollo social.
El análisis de las interrelaciones entre ambos está yendo, incluso, más lejos.
Se resalta que son interdependientes. James Wolfensohn (1996), presidente del
Banco Mundial, ha planteado al respecto: “Sin desarrollo social paralelo no ha-
brá desarrollo económico satisfactorio.”
Efectivamente, el desarrollo social fortalece el capital humano, potencia el
capital social y genera estabilidad política, bases esenciales para un crecimiento
sano y sostenido. Alain Touraine (1997) sugiere que es necesario pasar a otra ma-
nera de razonar el tema: “Queda así planteado el principio central de una nueva
política social: en vez de compensar los efectos de la lógica económica, ésta de-
be concebirse como condición indispensable del desarrollo económico.”
Según el análisis del Banco Mundial, hay cuatro formas básicas de capital: el
natural, constituido por la dotación de recursos naturales con que cuenta un país;
el construido, generado por el ser humano que incluye diversas formas de capi-
tal (infraestructura, bienes de capital, financiero, comercial, etcétera); el capital
humano, determinado por los grados de nutrición, salud y educación de su pobla-
ción; y el capital social, descubrimiento reciente de las ciencias del desarrollo.
Algunos estudios adjudican a las dos últimas formas de capital un porcentaje ma-
yoritario del desarrollo económico de las naciones a fines del siglo XX. Indican
que allí hay claves decisivas del progreso tecnológico: la competitividad, el cre-
cimiento sostenido, el buen gobierno y la estabilidad democrática.
¿Qué es, en definitiva, el capital social? El campo no tiene una definición con-
sensualmente aceptada. De reciente exploración, se halla, en realidad, en plena de-
limitación de su identidad, de aquello que es y de aquello que no es. Sin embargo,
a pesar de las considerables imprecisiones, existe la impresión cada vez más gene-
ralizada de que, al percibirlo e investigarlo, las disciplinas del desarrollo están in-
corporando al conocimiento y la acción un amplísimo número de variables que jue-
gan roles importantes en él y que estaban fuera del encuadre convencional.
Robert Putnam (1994), precursor de los análisis del capital social, considera
en su difundido estudio sobre las disimilitudes entre Italia del Norte e Italia del
Sur que, fundamentalmente, lo conforman: el grado de confianza existente entre
los actores sociales de una sociedad, las normas de comportamiento cívico prac-
ticadas y el nivel de asociatividad que la caracteriza. Estos elementos son eviden-
ciadores de la riqueza y fortaleza del tejido social interno de una sociedad. La
confianza, por ejemplo, actúa como un “ahorrador de conflictos potenciales”
porque limita el “pleitismo.” Las actitudes positivas en materia de comporta-
miento cívico, que van desde cuidar los espacios públicos hasta el pago de los
impuestos, contribuyen al bienestar general. La existencia de altos niveles de
asociacionismo indica que es una sociedad con capacidades para actuar coope-
rativamente, armar redes, concertaciones, sinergias de todo orden a su interior.
deserción aumenta. Si el capital social interno es alto, los hijos aprovechan el ca-
pital humano de los padres, éste se transforma en capital humano de los hijos, y
su deserción es menor. Cita como ejemplo casi máximo el caso de las familias
asiáticas en Estados Unidos que en su primera época, cuando enviaban los hijos
a comenzar la escuela, acostumbraban comprar dos juegos de todos los libros pa-
ra poder apoyar directamente el estudio de los niños.
Encontró otras correlaciones significativas entre capital social y deserción es-
colar. Las relaciones de las familias con amigos, que a su vez pueden ser útiles
para los hijos en sus estudios, los rodean de afecto y les pueden proporcionar va-
liosos contactos las llamó capital social externo. Comprobó que cuando las fami-
lias se van de una ciudad a otra, como sucede con frecuencia en Estados Unidos,
ese capital social externo desaparece y ese es uno de los factores que resiente el
rendimiento de los hijos en la escuela, por lo tanto la deserción sube. Si en la nue-
va ciudad los hijos van a escuelas religiosas, la deserción es menor. La razón so-
ciológica es que en ellas a los padres les es más fácil reconstruir capital social ex-
terno que en las escuelas comunes. Encuentran con más facilidad afinidades con
otros padres del mismo grupo religioso.
Otro precursor, Pierre Bourdieu (1980), definió el capital social como “la su-
ma de recursos, reales y virtuales, que acumula un individuo o un grupo debido
a la posesión de relaciones menos institucionalizadas o una red permanente de
conocimiento y reconocimientos mutuos.”
Diferentes analistas actuales de esta vieja-nueva forma de capital ponen el én-
fasis en diversos aspectos. Entre otros, para Kenneth Newton (1997) el capital
social puede ser visto como un fenómeno subjetivo, compuesto por valores y ac-
titudes que influencian sobre cómo las personas se relacionan entre sí. Incluye
confianza, normas de reciprocidad, actitudes y valores que favorecen la supera-
ción de relaciones conflictivas y competitivas para conformar vínculos de coo-
peración y ayuda mutua. Stephan Baas (1997) dice que el capital social tiene que
ver con cohesión social, con identificación con las formas de gobierno, con ex-
presiones culturales y comportamientos sociales que hacen a la sociedad más co-
hesiva y más que una suma de individuos. Considera que los arreglos institucio-
nales horizontales tienen un impacto positivo en la generación de redes de con-
fianza, buen gobierno y equidad social. El capital social juega un papel impor-
tante en estimular la solidaridad y en superar las fallas del mercado a través de
acciones colectivas y el uso comunitario de recursos. James Joseph (1998) lo per-
cibe como un vasto conjunto de ideas, ideales, instituciones y arreglos sociales,
mediante los cuales las personas encuentran su voz y movilizan sus energías par-
ticulares para causas públicas. Bullen y Onyx (1998) lo ven como redes sociales
basadas en principios de confianza, reciprocidad y normas de acción.
En visión crítica, Levi (1996) destaca la importancia de los hallazgos de Putnam,
pero acentúa que es necesario dar más énfasis a las vías por las que el Estado
puede favorecer la creación de capital social. Considera que el foco que pone
Putnam en asociaciones civiles, lejos del Estado, deriva de su perspectiva románti-
ca de la comunidad y del capital social. Ese romanticismo restringiría la identifica-
ción de mecanismos alternativos para la creación y uso del capital social y limitaría
las conceptualizaciones teóricas. Wall, Ferrazi y Schryer (1998) entienden que la
teoría del capital social necesita mayores refinamientos antes de que pueda ser
considerada una generalización medible. Serageldin (1998) resalta que, mientras
hay consenso en que el capital social es relevante para el desarrollo, no hay
acuerdo entre los investigadores y prácticos acerca de los modos particulares en
que aporta al desarrollo, en cómo puede ser generado y utilizado y cómo puede
ser operacionalizado y estudiado empíricamente.
Mientras prosigue la discusión epistemológica y metodológica totalmente le-
gítima, dado que los estudios sistemáticos sobre el tema recién se iniciaron un
poco más de una década atrás y éste es de una enorme complejidad, el capital so-
cial sigue dando muestras de su presencia y acción efectiva. En ello queremos
concentrarnos.
Una amplia línea de investigaciones enfocadas a “registrarlo en acción” está
arrojando continuamente nuevas evidencias sobre su peso en el desarrollo. Entre
ellas, Knack y Keefer (1996) midieron econométricamente las correlaciones en-
tre confianza y normas de cooperación cívica y crecimiento económico, en un
amplio grupo de países, y encontraron que las primeras presentan un fuerte im-
pacto sobre el segundo. Asimismo, su estudio indica que el capital social integra-
do por esos dos componentes es mayor en sociedades menos polarizadas en
cuanto a desigualdad y diferencias étnicas.
Narayan y Pritchet (1997) realizaron un estudio muy sugerente sobre el gra-
do de asociatividad y el rendimiento económico en hogares rurales de Tanzania.
Detectaron que aun en esos contextos de elevada pobreza, las familias con ma-
yores niveles de ingresos (medidos por los gastos) eran las que tenían un más al-
to grado de participación en organizaciones colectivas. El capital social que acu-
mulaban a través de esa participación los favorecía individualmente y creaba be-
neficios colectivos por diversas vías. Entre ellas:
• sus prácticas agrícolas eran mejores que las de los hogares que no tenían par-
ticipación; derivaban de ella información que llevaba a que utilizaran más
agroquímicos, fertilizantes y semillas mejoradas;
asociaciones voluntarias con mortalidad. Cuanto más baja es la primera, crece la se-
gunda. Los investigadores introducen en el análisis el grado de desigualdad econó-
mica. Cuanto más alto —demuestran—, menor es la confianza que unos ciudada-
nos tienen en otros. El modelo estadístico que utilizan les permite afirmar que, por
cada punto de aumento en la desigualdad en la distribución de los ingresos, la tasa
de mortalidad sube dos o tres puntos con respecto a lo que debiera ser. Ilustran su
análisis con diversas cifras comparadas. Estados Unidos, a pesar de tener un ingre-
so per cápita de los más altos del mundo ($ 24.680 en 1993), la esperanza de vida
(76,1 en 1993) es inferior a la de países con menor ingreso, como Holanda ($ 17.340,
esperanza de vida 77,5), Israel ($ 15.130, esperanza de vida 76,6) y España ($
13.660, esperanza de vida 77,7). Una distribución más igualitaria de los ingresos
crea mayor armonía y cohesión social y mejora la salud pública. Las sociedades con
mayor esperanza de vida mundial, como Suecia (78,3) y Japón (79,6), se caracteri-
zan por poseer muy altos niveles de equidad.
La desigualdad, concluyen los investigadores, hace disminuir el capital social
y ello afecta fuertemente la salud de la población.
El capital social, al margen de las especulaciones y las búsquedas de precisión
metodológicas, desde ya válidas y necesarias, está operando en la realidad a diario
y tiene gran peso en el proceso de desarrollo. Puede aparecer a través de las expre-
siones más variadas. Por ejemplo, como destaca Stiglitz (octubre, 1998), son estra-
tégicas para el desarrollo económico las capacidades existentes en una sociedad pa-
ra resolver disputas, impulsar consensos, concertar al Estado y al sector privado.
Hirschman (1986), pioneramente, plantea al respecto un punto que merece toda la
atención. Indica que se trata de la única forma de capital que no disminuye o se ago-
ta con su uso, sino que, por el contrario, la hace crecer. Señala: “El amor o el civis-
mo no son recursos limitados o fijos, como pueden ser otros factores de producción;
son recursos cuya disponibilidad, lejos de disminuir, aumenta con su empleo.”
El capital social puede, asimismo, ser reducido o destruido. Moser (1998) ad-
vierte sobre la vulnerabilidad de la población pobre, en ese aspecto, frente a las
crisis económicas. Resalta: “Mientras que los hogares con suficientes recursos
mantienen relaciones recíprocas, aquellos que enfrentan la crisis se retiran de ta-
les relaciones ante su imposibilidad de cumplir sus obligaciones.” Fuentes (1998)
analiza cómo en Chiapas, México, las poblaciones campesinas desplazadas, al
verse obligadas a migrar, se descapitalizaron severamente en términos de capital
social, dado que se destruyeron sus vínculos e inserciones básicas. Puede, asimis-
mo, como lo señalan varios estudios, haber formas de capital social negativo, co-
mo las organizaciones criminales, pero ellas no invalidan las inmensas potencia-
lidades del capital social positivo.
Por otra parte, el capital social negativo tiene una diferencia marcada en opi-
nión del autor, respecto del positivo. Carece de la dimensión decisiva de este úl-
timo, los valores éticos positivos. Ello hace que su capital social sea muy frágil.
Por ejemplo, en el caso de un grupo mafioso, su carecer inmoral creará las con-
diciones para que, en cualquier momento, intenten sobreponerse unos a otros, o
destruirse para apoderarse del botín, lo que pulverizaría la confianza personal y
la asociatividad construidas.
La cultura cruza todas las dimensiones del capital social de una sociedad. La
cultura subyace tras los componentes básicos considerados capital social, como
la confianza, el comportamiento cívico, el grado de asociacionismo. Como lo ca-
racteriza el informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la Unes-
co (1996): “La cultura es maneras de vivir juntos... moldea nuestro pensamiento,
nuestra imagen y nuestro comportamiento. La cultura engloba valores, percep-
ciones, imágenes, formas de expresión y de comunicación y muchísimos otros
aspectos que definen la identidad de las personas y de las naciones.”
Las interrelaciones entre cultura y desarrollo son de todo orden y asombra la
escasa atención que se les ha prestado. Aparecen potenciadas al revalorizarse to-
dos estos elementos silenciosos e invisibles, pero claramente operantes, que in-
volucra la idea de capital social.
Entre otros aspectos, los valores de que es portadora una sociedad van a inci-
dir fuertemente sobre los esfuerzos de desarrollo.
Los valores predominantes en el sistema educativo en los medios de difusión
masiva y en otros ámbitos influyentes en la formación de aquéllos, pueden esti-
mular u obstruir la conformación de capital social que, a su vez, como se ha vis-
to, tiene efectos de primer orden sobre el desarrollo. Como lo subraya Chang
(1997): “Los valores ponen las bases de la preocupación del uno por el otro más
allá del solo bienestar personal. Juegan un rol crítico en determinar si avanzarán
las redes, las normas y la confianza.” Valores que tienen sus raíces en la cultura
y son fortalecidos o dificultados por ésta, como el grado de solidaridad, altruis-
mo, respeto, tolerancia, son esenciales para un desarrollo sostenido.
La cultura incide marcadamente sobre el estilo de vida de los diversos grupos
sociales. Un significativo estudio realizado en Holanda (Rupp, 1997) trató de de-
terminar diferencias en estilo de vida entre hogares obreros de un mismo nivel
socioeconómico, que se diferenciaban netamente en un aspecto: algunos de ellos
enviaban a sus niños a escuelas con un fuerte énfasis en lo cultural y otros a es-
cuelas inclinadas hacia lo económico. Los comportamientos que surgieron eran
muy distintos. Los padres culturalmente orientados utilizaban más tiempo y ener-
gía en formas de arte sencillas como cantar, ejecutar instrumentos musicales y
leer un libro cada mes. Incluían el gusto por formas simples del arte y la búsque-
da de una vida saludable, natural y no complicada. Los padres con orientación
hacia lo económico se centraban en logros de esa clase, bienes materiales y en
aspectos como la apariencia externa. Con similares trabajos y niveles de ingre-
sos, la actitud cultural era la variable básica que estaba impulsando comporta-
mientos muy diversos.
En la lucha contra la pobreza la cultura aparece como un elemento clave. Co-
mo agudamente lo destaca la Unesco, en el informe mencionado (1997): “Para
los pobres, los valores propios son frecuentemente lo único que pueden afirmar”.
Los grupos desfavorecidos tienen valores que les dan identidad. Su irrespeto, o
marginación, pueden ser totalmente lesivos a su identidad y bloquear las mejo-
res propuestas productivas. Por el contrario, su potenciación y afirmación pue-
den desencadenar enormes potenciales de energía creativa.
La cultura es, asimismo, un factor decisivo de cohesión social. En ella, las
personas pueden reconocerse mutuamente, cultivarse, crecer en conjunto y desa-
rrollar la autoestima colectiva. Como señala al respecto Stiglitz (octubre, 1998),
preservar los valores culturales tiene gran importancia para el desarrollo, por
cuanto sirve como una fuerza cohesiva en una época en que muchas otras se es-
tán debilitando.
Capital social y cultura pueden ser palancas formidables de desarrollo si se
crean las condiciones adecuadas. Su desconocimiento o destrucción, por el contra-
rio, pueden crear obstáculos enormes en el camino hacia el desarrollo. Sin embar-
go, podría preguntarse: ¿lograr esa potenciación no pertenecerá al reino de las gran-
des utopías, de un porvenir todavía ajeno a las posibilidades actuales de las so-
ciedades? En la sección siguiente del trabajo se intenta demostrar que ello no es
así, que hay experiencias concretas que han logrado movilizarlos en escala con-
siderable al servicio del desarrollo y que debe prestárseles la máxima atención
para extraer enseñanzas al respecto.
La pregunta de cómo abaratar el costo de los productos alimenticios para los sec-
tores humildes de la población ha tenido una respuesta significativa en la ciudad de
Barquisimeto, Venezuela. Iniciadas en 1983, las ferias de consumo familiar han lo-
grado reducir en un 40% los precios de venta al público de productos verdes como
frutas y hortalizas y en un 15% al 20% los precios de víveres. Ello beneficia sema-
nalmente a 40.000 familias de esa ciudad de un millón de habitantes. Esas familias,
integrantes principalmente de estratos bajos y medios bajos, obtienen al comprar en
las ferias un ahorro anual que se estima en 10,5 millones de dólares.
Las ferias están integradas por un amplio número de organizaciones de la so-
ciedad civil. Formalmente, constituyen parte de CECOSESOLA, la Central Cooperati-
va del Estado Lara, pero en su operación intervienen grupos de productores, aso-
ciaciones de consumidores y pequeñas empresas autogestionarias. Así, en ellas par-
ticipan 18 asociaciones de productores agrícolas, que agrupan a cerca de 600 pro-
ductores y 12 unidades de producción comunitaria. Esos pequeños y medianos
agricultores y los productores de víveres colocan su producción a través de las fe-
rias. Éstas comprenden 50 puntos de venta, que operan los tres últimos días de la
semana y proveen directamente a la población 300 toneladas semanales de produc-
tos hortofrutícolas y víveres comunes para el consumo hogareño.
Las ferias ofrecen, como producto básico, un kilo de productos hortofrutíco-
las por un precio único. Ello simplifica al máximo su operación. Entre los pro-
ductos se hallan: papa, tomate, zanahoria, cebolla, pimentón, lechuga, ñame,
ocumo, apio, ayuma, yuca, repollo y plátano. Los hacen llegar a través de sus
transportes y locales directamente del pequeño productor al consumidor. Todos
ganan. El pequeño productor, antes dependiente de “roscas” de la comercializa-
ción y de vaivenes continuos, a través de ellas tiene asegurada la venta de su pro-
ducción a precios razonables y es uno de los cogestores de toda la iniciativa. Los
consumidores reciben productos frescos a precios mucho más reducidos que los
del mercado.
Las ferias han crecido rápidamente durante estos 15 años y se han convertido
en el principal proveedor de alimentos y productos básicos de la ciudad de Bar-
quisimeto.
Su expansión puede observarse en el siguiente cuadro, incluido en el sistemá-
tico estudio de ellas preparado por Luis Gómez Calcano (1998):
Como se observa, a partir de de una sola feria y casi sin capital inicial, éstas
han crecido aceleradamente en todos los indicadores incluidos en el cuadro. En-
tre 1990 y 1997 aumentó en un 78% el número de toneladas semanales de pro-
ductos verdes vendidos y se duplicó la cantidad de familias atendidas.
¿Cuáles han sido las bases de estos éxitos económicos y de eficiencia de un
conjunto de organizaciones de base de la sociedad civil, sin capital, que se lan-
zaron a un mercado como el de comercialización de productos agroalimentarios
de alta competitividad y escasos márgenes de beneficio?
En la base del éxito parecen hallarse elementos clave del capital social. Los
actores de la experiencia, (Ferias de Consumo Familiar, 1996) señalan:
“Tratando de buscar las claves para comprender los logros que hemos obte-
nido, podemos mencionar:
Los varios centenares de trabajadores que llevan adelante las ferias y las aso-
ciaciones vinculadas a ellas han establecido un sistema organizacional basado en
la cooperación, la participación, la horizontalidad y fuertemente orientado por
valores.
Las ferias tienen tras de sí una concepción de vida que privilegia, según indi-
can sus actores, la solidaridad, la responsabilidad personal y de grupo, la trans-
parencia en las relaciones, la creación de confianza, la iniciativa personal, y el
amor al trabajo.
Esta tabla de valores no permanece confinada a alguna declaración escrita,
como sucede con frecuencia, sino que se trata de cultivar sistemáticamente en la
organización. Un observador externo (Bruni Celli, 1996) describe así la dinámi-
ca cotidiana de las ferias: “Los valores cooperativistas de crecimiento personal,
apoyo mutuo, solidaridad, frugalidad y austeridad; de enseñar a otros, de no ser
egoísta y dar lo mejor de sí para la comunidad, son temas de reflexión continua
en las ocho o más horas de reuniones a las que asisten todos los trabajadores de
Cecosesela a la semana. El alto número de horas dedicadas a reuniones podrían
verse como una pérdida en productividad, pero son el principal medio a través
del cual se logra la dedicación, el entusiasmo y el compromiso de los trabajado-
res de la organización.”
Enmarcado en esos valores, el diseño organizacional adoptado parece haber
jugado un papel decisivo en los resultados obtenidos. Está centrado en principios
como la participación activa de todos los integrantes de la organización, en la co-
municación fluida, el análisis y el aprendizaje conjunto y la rotación continua de
tareas. Uno de sus rasgos es que todos los centenares de trabajadores ganan igual
remuneración, que es un 57% superior al salario mínimo nacional. Además, la or-
ganización ha creado un fondo de financiamiento, que presta a tasas bajas y un
fondo integrado de salud. Al ser una remuneración modesta, sus miembros han
indicado que tienen otros incentivos, como participar de un proyecto con estos
cia directa junto a la representativa, reducción muy fuerte del margen para la co-
rrupción, al hacerse tan trasparente y vigilado el proceso de manejo de las finan-
zas públicas, condiciones desfavorables para las prácticas clientelares, y descen-
tralización de las decisiones.
El proceso se basó en el capital social existente en esa sociedad. Había en ella
una tradición relevante de asociaciones de la comunidad. Se movilizaron activa-
mente y cumplieron un papel fundamental en los diversos niveles de deliberación
creados. Como señala Navarro, el proceso tuvo un eje decisivo en la voluntad po-
lítica del alcalde de superar los esquemas de concentración del poder usuales y
convocar a la población y a dichas asociaciones a, en definitiva, “compartir el poder.”
Ese llamado y la instalación de mecanismos genuinos de participación actuaron
como ampliadores del capital social. Se disparó la capacidad de cooperación, se
creó un clima de confianza entre los actores, se generaron estímulos significati-
vos para un comportamiento cívico constructivo. La cultura asociativa preexis-
tente fue un cimiento esencial para que la población participara y resultó fortale-
cida enormemente. El proceso demostró las potencialidades que aparecen cuan-
do se superan las falsas oposiciones entre Estado y sociedad civil y se produce
una alianza entre ambos.
En Porto Alegre, el capital social se comportó de acuerdo con las previsiones
de Hirschman antes señaladas. Al invertirse, mediante el presupuesto participati-
vo, en mecanismos que implican su uso intensivo, creció. Lo señala con preci-
sión el libro del BID antes mencionado (1997), que destaca que el proceso parti-
cipativo: “… ha tenido un enorme impacto en la habilidad de los ciudadanos pa-
ra responder a los retos organizadamente, como comunidad y en la capacidad de
trabajar en forma conjunta para mejorar la calidad de la administración pública
y, en consecuencia, la calidad de la vida.”
Algunas enseñanzas
la puesta en acción de fuerzas latentes en los grupos sociales, que pueden incidir
considerablemente en su capacidad de generar soluciones y de crear. En todas las
experiencias se hizo entrar en juego la habilidad para buscar respuestas y ejecu-
tarlas cooperativamente, se creó un clima de confianza entre los actores, se par-
tió de sus culturas, se las respetó cabalmente y se promovió su desarrollo y se
fomentó un estilo de conducta cívica solidario y atento al bienestar general. El
estímulo a estos factores y otros semejantes creó energías comunitarias y organi-
zacionales que pudieron llevar adelante amplios procesos de construcción, a par-
tir de la miseria en Villa El Salvador, de recursos ínfimos en las ferias de Barqui-
simeto y de recursos limitados y déficit en Porto Alegre.
Un segundo rasgo común es la adopción de un diseño organizacional, total-
mente no tradicional, que se demostró en la práctica como conformador de un há-
bitat adecuado para la movilización de capital social y cultura y para la obtención
de eficiencia. En los tres casos la base de ese diseño fue la participación organi-
zada de la comunidad. Hemos analizado en detalle las posibilidades organizacio-
nales de la participación, en un trabajo reciente (Kliksberg, 1998). Allí se seña-
la, sobre la base del análisis de experiencias comparadas internacionales y de am-
plia evidencia empírica, que la participación tiene ventajas competitivas relevan-
tes respecto de los diseños jerárquicos usuales y se identifican los mecanismos a
través de los cuales se generan dichas ventajas. Por otra parte, la participación
forma hoy parte central de los modelos de gerencia de las organizaciones más
avanzadas existentes.
Un tercer elemento distintivo de las tres experiencias es que, tras la moviliza-
ción del capital social y la cultura y los diseños de gestión, abiertos y democrá-
ticos, hubo una concepción en términos de valores. Ello resulta decisivo. Sin esa
concepción no hubieran podido resolverse las múltiples dificultades que deriva-
ron del camino innovativo y no tradicional, seguido. Esos valores sirvieron de
orientación continua, al tiempo que motivaron poderosamente el comportamien-
to y transmitieron la visión de las metas finales hacia las que se dirigían los es-
fuerzos, visión que actuó como inspiradora permanente.
En la región se están desarrollando otras experiencias, que se caracterizan por
las marcadas especificidades de cada caso por seguir, total o parcialmente, ras-
gos como los delineados y agregarles otros. Sus resultados son muy relevantes.
Entre muchas otras, mencionables, se hallan: el programa EDUCO, en El Salvador,
basado en la autoorganización de familias campesinas pobres para la gestión de
escuelas rurales; los programas de Vaso de Leche en Perú; el papel de comuni-
dades indígenas organizadas, en Bolivia y Ecuador; la participación de los padres
en el manejo de las escuelas en Minas Gerais; y los diversos programas identifi-
indicado las experiencias reseñadas y otras muchas en curso. La crisis del pensa-
miento económico convencional abre una “oportunidad” para que, en la búsque-
da de un pensamiento más comprensivo e integral del desarrollo, se incorporen
en plena legitimidad sus dimensiones culturales.
Antes de explorar algunas de las intersecciones posibles, una advertencia de
fondo. La cultura puede ser un instrumento formidable de progreso económico y
social. Sin embargo, allí no se agota su identidad. No es una mera herramienta.
El desarrollo cultural es un fin en sí mismo de las sociedades. Avanzar en este
campo significa enriquecer espiritual e históricamente a una sociedad y a sus in-
dividuos. Como lo subraya el Informe de la Comisión Mundial de Cultura y De-
sarrollo de la Unesco (1996): “Es un fin deseable en sí mismo porque da sentido
a nuestra existencia.” Esa perspectiva no debe perderse. Una reconocida econo-
mista, Françoise Benhamou (1996), hace al respecto prevenciones para ser aten-
didas. Señala: “En realidad, sólo en áreas de un economicismo a ultranza se pue-
de pretender justificar el gasto cultural en función de los recursos tangibles que
éste puede generar como contrapartida. Las ganancias que la vida cultural le pue-
de aportar a la colectividad no siempre cubren los gastos ocasionados. Evidente-
mente, el interés de estos gastos debe ser evaluado en función de otros criterios,
que van más allá de la dimensión económica.”
Benhamou reclama criterios diferentes para medir el “rendimiento” de algo que
es, en definitiva, uno de los fines últimos de la sociedad. Advierte sobre la aplicación
mecánica de criterios usualmente empleados en el campo económico y las conse-
cuencias “fáciles” y erradas que pueden extraerse de ellos. Destaca: “Sería lamenta-
ble que en momentos en que las ciencias de la economía reconocen el valor de la di-
mensión cualitativa del objeto que están evaluando, los economistas se empeñen en
tomar en cuenta solamente las repercusiones comerciales de la inversión cultural.
¿Hay que quejarse del costo de la vida cultural que, en definitiva, es realmente mo-
desto? ¿No habrá que ver en él el símbolo de una nación adulta y próspera?”.
Junto con ser un fin en sí misma, la cultura tiene amplísimos potenciales por
movilizar para el desarrollo. Entre ellos se hallan los que se presentan, sumaria-
mente, a continuación.
Los grupos pobres no poseen riquezas materiales pero tienen un bagaje cul-
tural, en oportunidades, como sucede con las poblaciones indígenas, de siglos o
milenios. El respeto profundo por su cultura creará condiciones favorables para
la utilización, en el marco de los programas sociales, de saberes acumulados, tra-
diciones, modos de vincularse con la naturaleza, capacidades culturales natura-
les para la autoorganización, que pueden ser de alta utilidad.
Por otra parte, la consideración y valoración de la cultura de los sectores des-
favorecidos es un punto clave para el crucial tema de la identidad colectiva y la
autoestima. Con frecuencia, la marginalidad y la pobreza económicas son acom-
pañadas por desvalorizaciones culturales. La cultura de los pobres es estigmati-
zada por sectores de la sociedad como inferior, precaria, atrasada. Se adjudican
incluso, “alegremente”, a pautas de esa cultura las razones mismas de la pobre-
za. Los pobres sienten que, además de sus dificultades materiales, hay un proce-
so silencioso de “desprecio cultural” hacia sus valores, tradiciones, saberes, for-
mas de relación. Al desvalorizar la cultura, se está, en definitiva, debilitando la
identidad. Una identidad golpeada genera sentimientos colectivos e individuales
de baja autoestima.
Las políticas sociales deberían tener como un objetivo relevante la reversión
de este proceso y la elevación de la autoestima grupal y personal de las poblacio-
nes desfavorecidas. Una autoestima fortalecida puede ser un potente motor de
construcción y creatividad. La mediación imprescindible es la cultura. La promo-
ción de la cultura popular, la apertura de canales para su expresión, su cultivo en
las generaciones jóvenes, la creación de un clima de aprecio genuino por sus con-
tenidos harán crecer la cultura y, con ello, se devolverá identidad a los grupos
empobrecidos.
En América Latina hay interesantes experiencias de este orden. Entre ellas, la
pujante acción de formación de coros populares y conjuntos musicales la reali-
zada en Venezuela en las últimas décadas. Por la vía de un trabajo sostenido se
conformaron en distintas comunidades, muchas de ellas pobres, conjuntos que
aglutinaron a miles de niños y jóvenes en derredor, principalmente, de temas de
la cultura popular. Estos espacios culturales, al mismo tiempo que permitían ex-
presarse y crecer artísticamente a sus miembros, les transmitían amor y valora-
ción por su cultura y fortalecían su identidad. Asimismo, tenían efectos no pre-
vistos. La práctica sistemática de estas actividades fomentaba, de hecho, hábitos
de disciplina, culto por el trabajo y cooperación. Similares experiencias se reali-
zaron en gran escala en períodos recientes en Colombia y en otros países.
sos de crisis. Se estima que cerca del 30% de las familias de la región constituyen
unidades con sólo la madre al frente. En la gran mayoría de los casos se trata de fa-
milias de escasos recursos. Asimismo, han aumentado los hijos extramatrimoniales,
indicador de la renuencia de las parejas jóvenes a conformar familias estables, mu-
chas veces influida por las dificultades económicas para sostenerlas.
Los espacios culturales ayudan a fortalecer esta institución, eje de la sociedad
y de incalculables aportes a ella. La actividad conjunta de sus miembros, en di-
chos espacios, puede solidificar lazos. En ellos, las familias tienen la posibilidad
de encontrar estímulos, respuestas, enriquecer sus realidades, compartir expe-
riencias con otras unidades familiares con similar problemática.
Cultura y valores
3
Una pionera investigación sobre la incidencia de los valores en la vida cotidiana y el tejido social se halla en el sugerente
trabajo del PNUD “Desarrollo Humano en Chile, 1998. Las paradojas de modernización”. Éste explora el mundo interno
de las personas y la calidad de sus relaciones con los otros y realiza hallazgos de gran relevancia en términos de capital
social, de cultura y de problemas de desarrollo. Identifica un extenso malestar social en la sociedad ligado, entre otros as-
pectos, al debilitamiento de las interrelaciones, la desconfianza y temor al “otro.” Muy probablemente se encontraría una
agenda de problemas del mismo orden si la investigación se realizara en muchas otras sociedades actuales de la región y
de afuera de ella.
4
Puede encontrarse una exploración detallada de la trascendencia de los valores culturales para el fortalecimiento de una
sociedad democrática y la necesidad de enfrentar y superar en la región actitudes culturales autoritarias, en los trabajos
del Proyecto Regional Cultura y Democracia, impulsado por el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad
de Maryland, que dirige Saúl Sosnowski.
• Una comunidad local viva: buenas redes sociales, lugares atractivos para
reunirse y actividades comunes en el ambiente local.
• Identificación y compromiso local: conocimiento de historia regional, tra-
diciones y monumentos culturales, conciencia de las bases culturales de la
comunidad local actual y sus tradiciones y tolerancia.
• Libertad, posibilidad de opciones y una vida activa: libertad de presiones so-
ciales conformistas, libertad de elegir las comunidades sociales en las que
uno participa, posibilidad de desafiar las propias limitaciones de uno.
• Seguridad: seguridad material, seguridad social, compasión humana, se-
guridad contra la violencia, seguridad en el tráfico. (Grupos de diversas
edades, obviamente, obtuvieron distintas prioridades.)
• Ambiente de crecimiento para niños y jóvenes: las oportunidades en el fu-
turo de la comunidad local, una comunidad a la que les gustaría volver, el
reto de escuchar las necesidades de la juventud, actividades diseñadas e
implementadas por los propios jóvenes con el activo apoyo de la comuni-
dad adulta.
• Inclusión y participación: hacer cosas juntos, apoyar a los entusiastas,
crear buenas condiciones para el crecimiento del voluntariado.
• Servicios públicos y privados: salud, disponibilidad de bienes y servicios,
escuelas, vivienda, transporte.
• Medioambiente: la naturaleza como fuente de creación, la polución me-
dioambiental como problema.
• Disponibilidad de entretenimientos y actividades culturales.
• Disponibilidad de empleos.
5
Pueden hallarse varios trabajos recientes sobre las nuevas formas de la pobreza en América Latina en B. Kliksberg
(2003), “Hacia una economía con rostro humano.” Fondo de Cultura Económica, 10ma edición. El autor explora detalla-
damente el tema de la iniquidad en B. Kliksberg (1999), “Desigualdad y desarrollo en América Latina. El debate poster-
gado.” Reforma y Democracia. Revista del CLAD, Caracas.
Segunda Parte
Los desafíos éticos
de América Latina
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 68
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 69
Nadie discute que los niños deberían tener el derecho a estudiar. Los países avan-
zados están logrando que sus niños completen totalmente el preescolar, la primaria
y la secundaria. En América Latina sólo 1 de cada 5 va al preescolar y si bien casi
todos inician la primaria, paso muy positivo, el 37% de los adolescentes de 15 a 19
años desertan de la escuela, casi la mitad de ellos antes de terminar la primaria. Las
altísimas tasas de deserción y repetición están concentradas masivamente en la
población infantil pobre. Los niños pobres tienen las mismas “ganas” de estudiar
que todos, pero no pueden hacerlo. Las causas son muy concretas. Un porcentaje
abandona por desnutrición. Otro muy relevante porque trabaja; según la OIT hay 22
millones de niños menores de 14 años que trabajan largas jornadas en la región. Lo
califica de “esclavitud forzada”, dadas las condiciones lesivas para su salud y edu-
cación y la explotación a que son sometidos. En Bolivia, Perú y Ecuador el porcen-
taje de niños trabajadores entre las edades de 10 y 14 años excede el 20% (BID,
2002). Una tercera razón de la deserción de los niños pobres es que muchos vienen
de familias desarticuladas por el embate de la pobreza. Aquí se halla uno de los ma-
yores sufrimientos “silenciosos” que viven a diario los niños latinoamericanos.
La familia en peligro
¿Niños de la calle?
Se los suele llamar “niños de la calle.” Son la expresión extrema de que algo
no anda bien en nuestras sociedades. Cada vez son más. Se encuentran viviendo
en las calles de Buenos Aires, Río, São Paulo, Bogotá y cualquier ciudad impor-
tante de la región. Viven en extrema pobreza, su salud es ínfima y su maltrato ex-
tremo. Un estudio del BID en Honduras encontró que el 60% de los 20.000 niños
en esa condición en Tegucigalpa sufren depresión y 6 de cada 100 optan por sui-
cidarse. Mil trescientos niños y jóvenes han sido asesinados allí en los últimos 4
años, según ha denunciado Casa Alianza, premiada ONG que los defiende. Diversos
organismos internacionales han lanzado una campaña para que deje de llamárse-
los niños de la calle; ello es engañoso, pareciera que la calle fuese su elección.
No es así, como lo plantea el padre Cesare de la Rocca del Brasil: “no existen ni-
ños de la calle, sino niños fuera de la escuela, la familia y la comunidad.” Es la
sociedad entera la que no está cumpliendo con sus funciones más elementales.
Hora de reaccionar
ños, en qué medida asegura los derechos indiscutibles que les asignan la ética
más básica y las constituciones democráticas. Muchos países de América Latina
están distantes de pasar esa prueba.
Es hora de que el discurso consensual sobre la infancia se traslade a los hechos
concretos. Se necesitan políticas públicas que realmente se hagan responsables por
garantizar a todos los niños sus derechos indiscutibles de nutrición, salud, educación
y desarrollo y que protejan el pilar de su felicidad y equilibrio, la familia. Es un mo-
mento de encrucijada. Las políticas pueden ir en una u otra dirección. Así, por ejem-
plo, hay quienes prometen una solución muy sencilla para los niños delincuentes:
bajar la edad de imputabilidad para encarcelarlos. En ninguna sociedad avanzada
del mundo se hace hoy eso. Todo el esfuerzo está volcado en su rehabilitación. Es-
tá demostrado que la mejor manera de reducir las tasas delincuenciales de niños y
jóvenes se halla en invertir en fortalecer la familia, aumentar la educación y crear
oportunidades de trabajo en el caso de los jóvenes (hoy se estima que la tasa de de-
socupación juvenil latinoamericana supera el 20%). A la acción pública a través de
políticas agresivas pro infancia pobre debe sumarse una amplia movilización de la
sociedad civil. Empresas privadas socialmente responsables que colaboren, el vo-
luntariado, las organizaciones de todo orden pueden contribuir a una ejecución efi-
ciente de las políticas públicas y adicionar recursos e iniciativas creativas. Son no-
tables los logros de Unicef e instituciones como, entre otras, Cáritas, Fe y Alegría,
Casa Alianza. Una alianza estratégica entre políticas públicas responsables y el ca-
pital social puede cambiar la situación.
Es urgente actuar. Las generaciones futuras juzgarán a América Latina más
que nada por lo que ha hecho con su gente y sobre todo con sus niños. ¿Seguire-
mos en esta pasividad culpable frente a tanto sufrimiento infantil o pondremos
en marcha la indignación que pregonan los textos bíblicos frente a las grandes in-
justicias éticas como ésta?
echa por tierra muchas ideas convencionales sobre las causas de la corrupción y
abre nuevos caminos para combatirla. Sobre la base de estudios econométricos
en más de 100 países, los investigadores concluyen que hay una estrecha correla-
ción entre desigualdad y corrupción. Cuanto más altos son los niveles de iniqui-
dad mayor es la corrupción esperable. Establecen que se verifica una hipótesis
generalizada en la literatura sobre corrupción que plantea que ésta es función de
la motivación y la oportunidad. En las sociedades altamente polarizadas, los gru-
pos de mayor poder cuentan con más oportunidades e incentivos para prácticas
corruptas y mayores posibilidades de impunidad. Su acceso a la compra de in-
fluencias legales e ilegales es muy importante. En cambio, los grupos pobres y
los medios alcanzan en esas sociedades limitados niveles de articulación políti-
ca, dificultades de organización y son débiles para monitorear a los poderosos y
defenderse de esas prácticas. La corrupción, a su vez, es uno de los canales prin-
cipales multiplicadores de desigualdad. Afecta regresivamente la composición
del gasto público, los niveles de inversión, el crecimiento económico y el funcio-
namiento democrático. Gupta (1998) estima que un incremento de un punto en
el índice de corrupción hace aumentar el Coeficiente Gini, que mide la desigual-
dad en la distribución del ingreso en 5,4 puntos.
Se genera un círculo perverso. Cuanto más desigualdad, más corrupción. A su
vez, esta última es una de las vías por las que la desigualdad traba el crecimiento
y se reproduce, generando entonces ambientes propicios a la corrupción. Se re-
fuerzan mutuamente. Se concluye que para actuar contra la corrupción estructural-
mente se impone abordar a fondo el tema de la desigualdad —en lugar de verlos
como dos cuestiones no conectadas— y marginarlo como sucede en el pensa-
miento económico convencional predominante en América Latina y Argentina.
La investigación hace otra constatación que refuta la ortodoxia circulante.
Determina cuantitativamente que al contrario de lo que se piensa, los gobiernos
pequeños —y no los grandes— son los que presentan mayores niveles de corrup-
ción. Los pequeños implican sociedades donde hay bajos niveles de presión im-
positiva y escasas transferencias y subsidios. Los grandes representan con fre-
cuencia tendencias inversas. Detrás del rol de los gobiernos y los niveles de co-
rrupción hay un factor común, los grados de equidad. Una muestra de ello es el
caso de los países escandinavos, que son líderes en inexistencia o bajos niveles
de corrupción y cuentan con amplios y muy activos gobiernos. Tienen elevados
niveles de igualdad. El monto promedio del 10% de más altos ingresos, corres-
ponde a sólo 1,5 el del 50% de la población que menores importes percibe. Un
estado activo es un componente central de este cuadro. El tema no es eliminar la
actividad estatal para reducir la corrupción, sino mejorar su calidad para que fa-
transparente, participativo, articulado con la sociedad civil, tiene un gran rol por
jugar. Así, mientras que en 1995, la mayoría de los ciudadanos eran partidarios de
las privatizaciones, la última edición de la encuesta LatinBarómetro dice que los
tiempos han cambiado. Así el 79% de los centroamericanos están insatisfechos
con el traspaso a control privado de servicios públicos estatales de suministro de
agua, electricidad y telefonía y sólo el 17% considera que las privatizaciones han
sido beneficiosas. En la Argentina, una encuesta de Artemio López (febrero
2004) en la región metropolitana y partidos del conurbano indica que el 78,6%
de la población no quiere reprivatizaciones y el 51,3% piensa que la mayoría de
las empresas privatizadas no cumple sus contratos. Al mismo tiempo son abru-
madores los pedidos para ampliar los servicios públicos de atención a la pobla-
ción en campos cruciales como la salud, la educación y otros similares.
El reclamo por más equidad, la articulación creciente de la sociedad para con-
seguirla, la percepción de que tiene como uno de sus componentes un Estado ac-
tivo en la provisión de servicios básicos a la ciudadanía, el amplio apoyo que las
políticas públicas orientadas en estas direcciones están teniendo en países como
la Argentina y Brasil entre otros, pueden ayudar a terminar con los incentivos que
favorecieron a la proliferación de la corrupción.
Uno de los efectos más perversos de los años noventa en el país fue la cuasi
legitimación de las prácticas corruptas como “viveza criolla” y la estereotipación
como “idiotas” de quienes se resistían a beneficiarse con ellas. Una gran lucha-
dora anticorrupción, la jueza francesa Eva Joly, nos recuerda en su reciente obra
Impunidad (2003) que en realidad es al revés. “Idiota” es en la acepción original
ateniense del termino aquel que piensa solamente en sus intereses privados,
mientras que “un hombre libre digno de ese nombre se consagra al bien común.”
La marginalidad rural
Un fin en sí mismo
Por otra parte, este objetivo es un fin en sí mismo. Reducir la pobreza juve-
nil rural y mejorar los niveles de educación y salud en el campo es una deuda éti-
ca. El impulso a formas de economía plural y solidaria en las zonas rurales pue-
de ayudar mucho al respecto y tiene en el país una larga tradición con logros tras-
cendentes. En ella se inscribe la acción pionera de las colonias agrícolas, fruto de
generaciones migratorias que las transformaron a través de la acción colectiva en
emporios de actividad y en modelos de organización social. Promovieron moda-
lidades cooperativas que tuvieron gran éxito.
Ya en 1900, por ejemplo, se creó en Basavilbaso la cooperativa La Agrícola
Israelita. En ese año se registraron en el país 1.492 cooperativas agrarias con ca-
si 450.000 miembros.
Hay en las áreas rurales un gran capital social de asociatividad y valores éticos,
que se refleja en la red cooperativa, en el apego a los valores morales y a la fami-
lia, en el cultivo natural de la solidaridad y la hospitalidad propias del hombre de
campo argentino y otros aspectos no cuantificables, pero, como hoy sabemos, alta-
mente influyentes en la economía. Urge crear condiciones que abran paso a la mo-
vilización de este inmenso capital social, a través de amplias alianzas de las políti-
cas públicas, los municipios, los grupos empresariales y la sociedad civil. Hay de-
masiado sufrimiento, exclusión y postergación de niños, jóvenes y familias, no ad-
misible moralmente, en las áreas rurales del país y de la región.
Leidy Tabares es una niña de la calle de Medellín cuyo nombre recorrió el mun-
do. Sobrevivía vendiendo rosas de mesa en mesa. Fue la figura central de la Vende-
dora de rosas una célebre película colombiana que documenta la vida de los niños
de la calle nominada para la Palma de Oro de Cannes. Todos los protagonistas eran
como Leidy y su dura vida estremeció al mundo. Su encanto y actuación le valieron
el premio de mejor actriz en tres festivales internacionales. Por todo ello según infor-
ma El País de Madrid (Carlin, 2004), recibió sólo 1.000 euros. Un año después tuvo
que volver a la calle a vender rosas. De los 17 niños que actuaron en el film, nueve
fueron asesinados. En las principales ciudades del Brasil, grupos policiales o parapo-
liciales asesinan diariamente 3 niños de la calle y hay quienes llaman a estos niños
“desechables.” En Honduras un promedio mensual de 50 niños y jóvenes menores
de 23 años han sido asesinados en los últimos años sin que estos crímenes hayan si-
do denunciados. En la provincia de Buenos Aires, el Ministerio de Seguridad emitió
tiempo atrás una circular a los jefes policiales que tuvo que ser anulada a causa del
repudio ciudadano. Ordenaba: “poner a disposición de la Justicia de Menores (o sea
encarcelar) a los niños desprotegidos en la vía pública y/o pidiendo limosna.”
Bruce Harris, director de Casa Alianza, laureada por defenderlos, los llama
“los nuevos parias de la tierra.” Estima que hay 40 millones de niños en Améri-
ca Latina que viven en la calle o trabajan en ella. Detrás está la necesidad de tra-
bajar para sobrevivir, familias quebradas, exclusión social. En México, Bolivia,
Perú y Ecuador trabajan el 20% de los niños menores de 14 años. En Brasil se
estima que hay 2 millones de niños trabajando, en Argentina 1.500.000. En Cen-
troamérica, 1.300.000. Los niños que viven en la calle en muchas ciudades de
América Latina duermen en edificios abandonados, debajo de puentes, en porta-
les, parques, alcantarillas. Su trabajo es limpiar parabrisas, hacer malabares con
tando a los niños que viven en ellas. Se impone la necesidad de políticas públi-
cas fuertes en este campo crucial, el fortalecimiento de las organizaciones ac-
tuantes y la movilización de la sociedad civil. La nueva gestión presidencial ha
indicado su agenda social, de modo muy concreto, al destinar recursos crecien-
tes a este secor (cerca del 80% del aumento de la recaudación fiscal de los últi-
mos seis meses). Están dadas las condiciones para enfrentar el problema.
Según estimaciones recientes, en la última década se ha triplicado la cantidad
de niños de la calle en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Seguiremos viendo, impasi-
bles, a los niños en los semáforos arriesgar su salud haciendo acrobacias y jugan-
do con fuego para recoger unas monedas o actuaremos colectivamente para de-
volverles la esperanza?
seguridad personal.” Señalan que a lo largo de diez años los países “habían pro-
curado aplicar con considerable vigor las diez políticas económicas que confor-
man el Consenso de Washington... pero los resultados estuvieron debajo de las
expectativas y se hizo necesario un nuevo enfoque.” La CEPAL (2002) se refiere al
período de 1997 a 2002 como la “media década perdida para el crecimiento”, con
una reducción del 2% en el producto bruto per cápita.
Los análisis de muy diversas fuentes indican una América Latina en profun-
da conmoción. La evolución de los hechos ha generado fuertes protestas socia-
les en numerosos países de la región que toman formas diferentes de acuerdo con
los contextos históricos. Sin embargo, existen al mismo tiempo datos esperanza-
dores. De acuerdo con las encuestas, a pesar de los graves problemas económi-
cos, la gran mayoría de los latinoamericanos respalda firmemente el proceso de
democratización emprendido por la región. En un mundo donde sobre 190 paí-
ses sólo 82 son democráticos, América Latina aparece como una de las áreas del
orbe con más avances en este campo. Los datos económicos críticos destruyeron
buena parte de la “ilusión económica”, pero no han doblegado la ilusión de la de-
mocracia. LatinBarómetro (2002) señala que lejos de caer en tentaciones autori-
tarias, en 14 países de la región el apoyo a la democracia creció a pesar de la cri-
sis. Un caso muy significativo es el de la Argentina. Pese a los dramáticos quie-
bres económicos y sociales, el apoyo a la democracia creció. Un reclamo muy
concreto parece surgir de estas tendencias. Los latinoamericanos, en amplias pro-
porciones, no están pensando en dejar de lado la democracia, no están pidiendo
menos democracia, sino más democracia. Una sociedad civil cada vez más arti-
culada y activa está exigiendo real participación ciudadana en el diseño e imple-
mentación de las políticas públicas, transparencia, control social, profundizar la
descentralización del Estado y metas semejantes.
Esa combinación, en una situación muy delicada, con la búsqueda afanosa de
soluciones a través de la democracia, abre muy importantes posibilidades de ac-
ción para políticas renovadoras. Urge pensar en nuevas ideas en aspectos crucia-
les, entre ellos: ¿cómo diseñar políticas económicas con rostro humano, cómo ar-
ticular estrechamente las políticas económicas y las sociales, cómo mejorar la
equidad en el continente más desigual del todo el planeta, cómo llevar adelante
alianzas virtuosas entre Estado, empresas y sociedad civil en todas sus expresio-
nes para enfrentar la pobreza, cómo garantizar el fundamental derecho a la salud
hoy debilitado? Un interrogante de fondo es cómo recuperar una reflexión que li-
gue ética y economía, iluminando desde los valores éticos el camino por seguir
y recuperando la ética como un motor del proyecto de desarrollo.
La pobreza crece
Cuadro 1
Evolución de la pobreza en América Latina, 2000-2002
(porcentaje de la población)
Las estimaciones nacionales indican que la pobreza tiene una alta presencia en to-
da la región con muy pocas excepciones. En Centroamérica son pobres el 75% de los
guatemaltecos, el 73% de los hondureños, el 68% de los nicaragüenses y el 55% de
los salvadoreños. Es pobre el 54% de la población peruana, más del 70% de la ecua-
toriana, el 63% de la boliviana y se estima que más del 70% de la venezolana. En Mé-
xico es pobre actualmente el 54% de la población (The Washington Post, 2003) y se
halla en pobreza extrema cerca de la mitad de esa cifra (24,2%). En Brasil se estima
que 44 millones de personas están en extrema pobreza y ganan menos de un dólar dia-
rio (Projeto Fome Zero, 2001). Argentina es un caso muy ilustrativo de las dificulta-
des de la región. Un país que tenía, a inicios de los años sesenta porcentajes menores
al 10%, pasó a tener en 2002 un cuadro de extrema gravedad, como puede apreciar-
se en las cifras siguientes generadas por su sistema oficial de estadísticas sociales:
Cuadro 2
Fuente: Presidencia de la Nación, Consejo Nacional de Coordinación de Políticas, Sociales, Sistema de Información,
Evaluación y Monitoreo de Programas Sociales, Siempro (www.siempro.gov.ar/default2./htm), 2002.
Como se observa, más de la mitad del país pasó a ser pobre y la calidad de la
pobreza se ha deteriorado fuertemente. Los pobres extremos representan una pro-
porción importante de la pobreza total. Las cifras para los jóvenes son mucho
peores. Las estimaciones de mayo de 2003 señalaron un 54,7% de la población
en pobreza (una mejora respecto del 57,8% de diciembre de 2000).
Sin trabajo
Cuadro 3
América Latina. Tasas de desempleo abierto, según sexo y edad, en zonas urbanas
Alrededor de 1990 y 2000 a/ 17 Países
México Total 3 2 8 6
Hombres 3 3 8 7
Mujeres 3 2 8 4
Nicaragua Total … ... … ...
Hombres … ... … ...
Mujeres … ... … ...
Panamá Total 19 ... 35 ...
Hombres 16 ... 32 ...
Mujeres 23 ... 40 ...
Paraguay Total 6 ... 16 ...
(Asunción) Hombres 6 ... 15 ...
Mujeres 7 ... 17 ...
República Total 20 14 34 19
Dominicana Hombres 11 9 22 13
Mujeres 32 21 47 27
Uruguay Total 9 14 24 31
Hombres 7 11 22 27
Mujeres 11 17 28 35
Venezuela Total 10 13 19 24
Hombres 11 13 20 22
Mujeres 8 14 18 28
El derecho a la salud
porcentaje del Producto Bruto Interno. Estos esfuerzos han posibilitado llevar al
90% la inscripción en la escuela primaria y a reducir considerablemente los ni-
veles de analfabetismo. Sin embargo, hay preguntas inquietantes sobre temas cla-
ve como la deserción, la repetición y la calidad diferenciada de la educación se-
gún estratos sociales.
Los siguientes datos (Preal, Diálogo Interamericano, 2001) son ilustrativos al
respecto indican grandes distancias entre la región y otras zonas del planeta.
Gráfico 1
Dificultades en educación; alumnos que terminaron el cuarto grado
100
% de grado de capacidad
80
de lectura en 1994
60
40
20
0
Corea
Canadá
España
Trinidad y Tobago
Cuba
Uruguay
Malasia
Chile
Indonesia
Costa Rica
México
Zambia
Venezuela
Ecuador
Zimbabwe
Perú
Brasil
Paraguay
Bélice
Sudáfrica
República Dominicana
Honduras
El Salvador
Colombia
Nicaragua
País
Gráfico 2
Dificultades en educación; alumnos que terminaron la secundaria
100
60
40
20
0 Corea
OECD
Estados Unidos
Canadá
España
Filipinas
Malasia
Chile
Tailandia
Brasil
Argentina
México
Indonesia
Paraguay
País
Mientras que en Corea el 90% de los jóvenes termina los estudios secundarios,
en los tres países más poblados de la región, Brasil, México y Argentina, la fina-
liza menos del 40%.
La escolaridad latinoamericana tiene un perfil fuertemente sesgado. De he-
cho, hay una gran discriminación según el grupo étnico y el color, como puede
observarse a continuación:
Gráfico 3
Escolaridad comparada de diferentes grupos étnicos
Blancos
Brasil
Afrobrasileros
No indígenas
Guatemala
Indígenas
No indígenas
Perú
Indígenas
No indígenas
Bolivia
Indígenas
0 2 4 6 8 10
Gráfico 4
Gasto público por alumno
Gasto por alumno (en dólares)
7.000
6.000
5.000
4.000
3.000
2.000
1.000
0
Estados Unidos
Canadá
España
Corea
Malasia
Chile
México
Tailandia
Uruguay
Costa Rica
Colombia
Argentina
Brasil
Trinidad y Tobago
República Dominicana
Indonesia
Jamaica
Panamá
Cuba
Venezuela
Ecuador
Egipto
Paraguay
Honduras
Nicaragua
Guatemala
Perú
El Salvador
País
Mientras que Canadá gasta 6.000 dólares anuales por alumno, Perú sólo 200
y el país que gasta más de la región, Chile, 1.500.
Como resultado del conjunto de la situación, estimaciones recientes (Preal
2003) señalan que cerca del 37% de los adolescentes latinoamericanos de entre
15 y 19 años de edad abandonan la escuela a lo largo del ciclo escolar. Alrede-
dor del 70% lo hacen tempranamente antes de completar la educación primaria
o una vez terminada. La tasa total de deserción en zonas rurales es del 48% y en
las urbanas del 26%.
La familia en riesgo
Hay una víctima silenciosa del aumento de la pobreza en la región; es una ins-
titución reconocida unánimemente como pilar de la sociedad, base del desarrollo
personal, refugio afectivo, formadora de los valores básicos la familia. Muchas
familias no pueden resistir las penurias permanentes de los recursos más elemen-
tales, el desempleo prolongado, las incertidumbres económicas amenazantes co-
tidianas y se quiebran. Hoy más de una quinta parte de los hogares humildes de
la región han quedado sólo con la madre al frente. Por otra parte, ha aumentado
fuertemente la tasa de renuencia de las parejas jóvenes a formar familia ante los
signos de interrogación sobre trabajo, ingresos y vivienda. Las graves dificulta-
des económicas tensan al máximo a las familias no sólo humildes, sino también
de los estratos medios. Se crean condiciones que favorecen, entre otros, una ca-
nalización extremadamente perversa, que es la violencia doméstica. Los estudios
del BID (Buvinic, Morrison, Schifter, 1999) indican un fuerte aumento de los in-
dicadores respectivos en la región. Según ellos, entre un 30% y un 50% de las
mujeres latinoamericanas, según el país en que viven, sufren de violencia psico-
lógica en sus hogares y de un 10% a un 35%, violencia física. Influyen en ello
causas múltiples pero claramente el stress socioeconómico feroz que hoy viven
muchas familias incide significativamente en la situación.
Aun en sociedades desarrolladas, la pobreza deteriora severamente a las fa-
milias. Un estudio reciente de amplia cobertura nacional con 11.000 entrevistas
en Estados Unidos (Rumbelow, 2002) concluye que las mujeres negras, las más
afectadas por la pobreza, tienen menores tasas de formación de familias, mayo-
res tasas de divorcios y menores tasas de volver a formar familia. Los investiga-
dores dicen que las presiones que la pobreza pone sobre la relación familiar son
las responsables de ello. Señalan que las mismas tasas afectan a las mujeres blan-
cas que viven en áreas pobres.
La desarticulación de numerosas familias en la región por el embate de la po-
breza significa a su vez daños severos a los niños en todos los planos básicos. Re-
percute en el rendimiento escolar, incide en los índices de deserción y repetición
y afecta aun aspectos físicos básicos. Katzman (1997) señala sobre la base de di-
versos estudios efectuados en el Uruguay que los niños extramatrimoniales tie-
nen una tasa de mortalidad infantil mucho mayor y que los niños que no viven
con sus dos padres sufren mayores daños en diferentes aspectos del desarrollo
psicomotriz. En el caso de los hogares con violencia doméstica, los efectos son
muy graves. Un estudio del BID en Nicaragua (1997) muestra que los hijos de fa-
milias con violencia intrafamiliar son tres veces más propensos a asistir a consul-
tas médicas y son hospitalizados con mayor frecuencia. El 63% de ellos repite
años escolares y abandona la escuela en promedio a los 9 años de edad.
Los latinoamericanos están pagando muy caro el deterioro social. Uno de los
costos más visibles y duros es el aumento incesante de los índices de criminalidad.
El número de homicidios creció un 40% en la década de 1990. Hay 30 homi-
cidios por cada 100.000 habitantes por año, tasa que multiplica por seis la de los
países de criminalidad moderado como los de Europa occidental. Este aumento
continuo de los índices ha convertido a América Latina en la segunda área geo-
gráfica con mayor criminalidad del planeta, después de la zona más pobre del
Gráfico 5
Ingreso que recibe el 5% más rico
(Porcentaje del ingreso total)
0.26
América Latina
Ingreso del 5% más rico/Ingerso
0.24
África
0.22
0.14 Desarrollados
0.12
0 2.000 4.000 6.000 8.000 10.000 12.000 14.000
Gráfico 6
Ingreso que recibe el 30% más pobre
(Porcentaje del ingreso total)
0.13
Desarrollados
0.12 Asia meridional
Ingreso del 30% más pobre/Ingerso
Asia oriental
0.11
0.1 África
0.09
0.08
América Latina
0.07
0 2.000 4.000 6.000 8.000 10.000 12.000 14.000
América Latina es la región donde el 5% más rico recibe más que en ningu-
na otra, 25% del ingreso nacional y el área en donde el 30% más pobre recibe
menos, 7,5%. Tiene la mayor brecha social de todas las regiones.
El 10% más rico de la población tiene un ingreso que es 84 veces el del 10%
más pobre.
El 20% más rico de la población recibe el 60% del ingreso nacional, mientras
que el 20% más pobre sólo percibe el 3%.
La elevada desigualdad determina que de dos tercios a tres cuartos de la po-
blación, según el país, tengan un ingreso per cápita que es menor al ingreso per
cápita nacional. Ello verifica el aserto del paradigma de desarrollo humano de la
ONU y otras aproximaciones al cuestionar la utilidad del ingreso per cápita nacio-
nal como medición del progreso de las naciones. Como se observa en sociedades
muy desiguales como las latinoamericanas, no informa sobre la situación real de
la gran mayoría de la población.
La iniquidad latinoamericana no sólo se presenta en el plano de la distribu-
ción de ingresos. Afecta otras áreas clave de la vida, como el acceso a activos
productivos, y al crédito, las posibilidades de educación, la salud y actualmente
la integración al mundo de la informática1. La brecha digital en ascenso está
1
El autor analiza detalladamente las diferentes iniquidades latinoamericanas y su dinámica en: Kliksberg, Bernardo
(2000), Desigualdade na America Latina. O debate adiado. Unesco, Cortez Editora, Brasil.
¿Cómo atacar problemas tan graves como los presentados sumariamente, que
significan la subutilización de buena parte de los recursos humanos de la región,
minan la gobernabilidad y entran en colisión directa con los valores éticos en los
que cree América Latina, como la protección de los niños, la familia, oportuni-
dades para los jóvenes, derecho a la salud y posibilidades de vida digna para to-
do ciudadano? La política social aparece como un instrumento central para en-
frentarlos. Si los países de la región contaran con políticas sociales integrales, co-
sibles. Un país debe hacer todo lo que esté a su alcance para crecer, tener estabi-
lidad, progreso tecnológico, competitividad, pero los hechos indican que el cre-
cimiento solo no resuelve el problema de la pobreza. Uno de los mitos que han
quedado en el camino de las ideas convertidas en dogmas con frecuencia en las
últimas décadas es el del “derrame.” El supuesto de la visión económica conven-
cional es que producido el crecimiento se irá derramando hacia los desfavoreci-
dos y los sacará de la pobreza. Las realidades han ido en otra dirección. Si una
sociedad es muy desigual, como la latinoamericana y sus políticas sociales débi-
les, aun logrando crecimiento, éste casi no permea a los sectores pobres. El Ins-
tituto de Investigaciones del Banco Mundial se pregunta en su sugerente obra La
calidad del crecimiento (2000) cómo se explica que países que han tenido simi-
lares tasas de crecimiento muestran, sin embargo, resultados muy distintos en
cuanto a logros en el mejoramiento de la vida de la gente y en cuanto a la sus-
tentabilidad y calidad de ese crecimiento. Es muy diferente un crecimiento que
beneficia en primer término a unos pocos sectores, que concentra aún más las
oportunidades y los ingresos, que se da sólo en algunos centros urbanos, que di-
ficulta el desarrollo de las Pymes y de otros emprendimientos económicos de ba-
se, a un crecimiento que genera polos de desarrollo en todo el país, potencia el
campo, mejora la equidad, impulsa la pequeña y mediana industria y difunde la
tecnología. Es característico del primer tipo, “un crecimiento distorsionado”, el
relegamiento de la política social; sólo existe para apagar grandes incendios. El
segundo, el “crecimiento compartido”, tiene como eje una política social que po-
tencie a la población y aumente sus posibilidades de integración al modelo de
crecimiento. La política social es una base estratégica para obtener la calidad de
crecimiento deseable.
tra que asignar recursos para la salud no es gastar, sino invertir a altísimos nive-
les de retorno sobre la inversión. El mito, indica la comisión, dice que el creci-
miento económico de por si mejorará los niveles de salud. Los esfuerzos debe-
rían, por ende, concentrase en él. El análisis de la historia reciente muestra reali-
dades diferentes. Examinando las economías más exitosas de los últimos 100
años se verifica que los hechos funcionaron a la inversa. Grandes mejoras en la
salud pública y la nutrición estuvieron detrás de impresionantes despegues eco-
nómicos como el del sur de Estados Unidos, el rápido crecimiento de Japón a ini-
cios del siglo XX y el progreso del sudeste asiático en 1950 y 1960. Fogel mues-
tra estadísticamente que el aumento de las calorías disponibles para los trabaja-
dores en los últimos 200 años (en países como Francia e Inglaterra) ha hecho una
importante contribución al crecimiento del Producto Bruto per cápita. Diamond
(2002) señala que las historias de éxito económico recientes, como Hong Kong,
Mauritania, Malasia, Singapur y Taiwán, tienen algo en común: han invertido
fuertemente en salud pública y su Producto Bruto creció al descender la mortali-
dad infantil y aumentar la esperanza de vida. Los buenos niveles de salud públi-
ca no son por tanto una consecuencia sino un prerrequisito para que una econo-
mía pueda crecer. Con una población con problemas de salud, el rendimiento
educativo baja, se pierden muchos años de vida activa posible y se reducen los
niveles de productividad. La comisión midió econométricamente el costo que
significa no hacer políticas de salud enérgicas. Concluye que el Producto Bruto
de África sería hoy 100.000 millones de dólares mayor si años atrás se hubieran
hecho todos los esfuerzos para actuar contra la malaria. La alta malaria está aso-
ciada con una reducción del crecimiento económico del 1% o más por año.
Los datos informan que la asignación de recursos a la salud, forma típica del
llamado gasto social, no es tal gasto, sino una inversión neta. Por otra parte, la
Comisión estima que tiene una tasa de retorno sobre la inversión de 6 a 1.
Múltiples análisis indican que la misma situación se observa en otra expresión
básica del llamado gasto social: la educación. La educación es un fin en sí mismo
en una sociedad democrática. Por otra parte, es un recurso económico decisivo en
el escenario de la economía mundial actual. La calidad de las calificaciones de la
población de un país determina aspectos fundamentales de su posibilidad de desa-
rrollo y absorción de las nuevas tecnologías y de sus niveles de competitividad. Co-
mo lo señala Thurow (1996), hemos pasado a economías “conocimiento intensi-
vas.” Las industrias de punta no están basadas en recursos naturales ni en capital,
sino principalmente en conocimientos, como sucede con las telecomunicaciones,
la biotecnología, la microelectrónica y la informática. En esas condiciones desta-
ca: “el conocimiento es la única fuente de ventajas relativas.” La educación es la
vía maestra para generar y poder utilizar conocimiento. La tasa de retorno sobre la
inversión para las industrias que colocan fondos para conocimiento y capacitación
duplica a la de las industrias que concentran su inversión en planta y equipo. Lo
mismo sucede en otros campos. Según los cálculos de Unicef un año más de esco-
laridad para las niñas en América Latina podría reducir las tasas de mortalidad in-
fantil en un 9‰. El incremento del capital educativo reduciría el embarazo adoles-
cente, mejoraría la capacidad de manejo de la mujer en el período de preparto y
posparto y su cultura para un desempeño nutricional adecuado.
No es gasto el concepto que describe el valor que para la economía y la so-
ciedad tiene la aplicación de recursos a programas educativos eficientes. Como
lo señala Delors (1999): “hay mucho más en juego; de la educación depende en
gran medida el progreso de la humanidad... Hoy esta cada vez más arraigada la
convicción de que la educación constituye una de las armas más poderosas de
que disponemos para forjar el futuro.”
La estrecha visión de la política social como gasto debe dar paso a su rol real.
Asignar recursos a una política social eficientemente gestionada significa inver-
tir en el desarrollo de las potencialidades y capacidades de la población de un
país. Ello es un fin en sí mismo y a la vez es la herramienta más poderosa de de-
sarrollo que se conozca.
nuo como para fantasear que el Estado podía resolver todas las fallas del merca-
do, ni tan bobo como para creer que los mercados resolvían por sí mismos todos
los problemas sociales. La desigualdad, el paro, la contaminación, en ésos el Es-
tado debía asumir un rol importante.” En la región más desigual del planeta y con
altos niveles de desocupación, el rol social de la política pública es estratégico.
Así, enfrentar las desigualdades significa poner en marcha políticas públicas ac-
tivas y bien gerenciadas que conviertan en hechos los lemas consensuales en la
región: educación para todos, salud para todos, trabajo, a los que se pueden agre-
gar hoy otros como: democratización del crédito, impulso a las pequeñas y me-
dianas empresas y acceso universalizado a la informática y a la Internet.
Según indica la experiencia, el mercado, que tiene un amplio potencial pro-
ductivo pero al mismo tiempo el riesgo de graves fallas, como la sustitución de
la competencia por los monopolios u oligopolios, no está en condiciones de dar
respuesta a estas perentorias necesidades. Por ejemplo, destacando sus limitacio-
nes en el campo de la salud dice el Informe de la OMS, “Macroeconomía y salud”
(2001), que las enfermedades típicas de los pobres no interesan a los grandes la-
boratorios porque no son atractivas en términos de mercado. Así aunque hay mu-
chas personas con tuberculosis latente y 16 millones que la padecen, el último
fármaco salió al mercado en 1967. Un estudio de la American Medical Associa-
tion sobre las enfermedades tropicales que afectan a sectores humildes en su ma-
yor parte, concluyó, que entre 1975 y 1997 sólo aparecieron 13 fármacos nuevos,
la mitad fruto de investigaciones veterinarias.
En el terreno de la educación, problemas muy delicados como la alta iniqui-
dad que significa que menos de un 20% de los niños de la región concurren a al-
gún preescolar, instancia obligada de formación hoy en el mundo desarrollado,
no tienen resolución de mercado, porque en su gran mayoría son niños de fami-
lias sin recursos. Los no concurrentes no tienen posibilidades si no surgen de la
política pública.
La ciudadanía capta claramente estas realidades. En la encuesta LatinBaró-
metro 2001, al preguntar si el Estado no puede resolver ninguno de los proble-
mas que se identificaron, sólo el 6,6% de los entrevistados contestó que piensa
de ese modo. El 53,.2% considera que puede resolver todos, la mayoría o bastan-
tes problemas. Hay una expectativa que ha crecido por las frustraciones, por po-
líticas públicas activas, particularmente en el campo social, de que sean geren-
ciadas con eficiencia y transparencia.
¿Son posibles? Un prominente pensador gerencial, Henry Mintzberg, señala
en el Harvard Business Review (1996) que no entiende por qué no, que la inefi-
ciencia no es exclusiva de ningún sector de la economía, que la idea de que el
El Banco Mundial realizó una encuesta en gran escala a los pobres del mundo;
40.000 individuos de 50 países, entre ellos varios de América Latina, fueron inda-
gados sobre sus percepciones de la pobreza (Banco Mundial, 2000). Explicaron que
la pobreza no es sólo carencia de recursos básicos. Va mucho más allá, destruye o
erosiona las familias y causa daños psicológicos y afectivos. Enfatizaron que sobre
todo es atentatoria contra su dignidad como seres humanos. Una de sus vivencias
centrales es la “mirada desvalorizante” que converge sobre ellos desde diferentes
sectores de la sociedad. Se los ve como personas inferiores, casi subhumanas por su
pobreza material. Ello afecta su autoestima y su dignidad.
Al ser interrogados sobre en qué organizaciones confiaban, colocaron en el
primer lugar de su escala a las agrupaciones de los mismos pobres. Uno de los
elementos fundantes de ello es que allí ellos realmente participan y recuperan su
confianza en sí mismos y en su comunidad. Las recomendaciones de los investi-
gadores son superar los moldes tradicionales de la política social e invertir en for-
talecer las capacidades de organización de los sectores que carecen de recursos,
mediante capacitación de sus líderes, infraestructuras para actividades societa-
rias, desregulación jurídica y otros medios.
Las visiones circulantes en la región suelen percibir al pobre encerradas en la
mirada desvalorizante, sin incluir estas realidades. El pobre aparece como el ob-
jeto de programas que buscan atenuar impactos económicos y no como un suje-
to que puede hacer aportes importantes y a través de ellos redignificarse.
Diversas investigaciones latinoamericanas indican que cuando la capacidad de
organización de los sectores de bajos recursos es alentada, o por lo menos no obs-
truida, los resultados productivos son muy relevantes. Así, estudiando econométri-
camente la movilización del capital social de sectores rurales pobres a través de los
comités de campesinos en el Paraguay, José R. Molinas (Molinas 2002) concluye:
“La acción colectiva entre campesinos es central para cualquier intento efectivo de
reducción de pobreza rural. Puede contribuir significativamente a reducir la po-
breza rural a través de la provisión de bienes públicos tales como el mejoramiento
de la educación pública, mejores rutas, mejores puestos de salud, la ayuda para la
diseminación de nuevas tecnologías y la solución de fallas de mercado en la provi-
sión de créditos para los pobres... El capital social facilita la acción colectiva entre
los campesinos.”
En Perú, una investigación de la universidad del Pacífico (Portocarrero y
Millán, 2001) encontró que los pobres tienen una actitud muy positiva hacia el
trabajo voluntario, Díaz Albertini (2001) señala: “no tienen acceso al mercado y
al estado, luego acuden a ellos mismos para garantizar toda una serie de bienes,
servicios y apoyos sociales.” Los pobres contribuyen en más del 80% de los tra-
bajos voluntarios en las principales ciudades del Perú, como lo indica el cuadro
siguiente:
Cuadro 4
Comparación de diferentes dimensiones del trabajo voluntario
en cinco ciudades principales del Perú según nivel socioeconómico – 1997
(en porcentajes)
Dimensiones del Nivel Nivel Nivel bajo Nivel bajo Nivel muy Nivel muy
trabajo voluntario alto medio superior interior bajo sup. bajo inf.
% que realizó trabajo 25 33 37,4 34,1 26,2 23,9
voluntario en 1997
en cada nivel
socioeconómico
Con respecto al total 2,8 16,9 16,9 28,5 31,0 4,0
de trabajo voluntario
de 1997
Trabajo voluntario 27,3 25,4 31,3 22,1 13,0 12,5
en el área religiosa
Trabajo voluntario en 9,1 16,4 17,9 22,1 34,4 31,3
el área de desarrollo
y vivienda
Tipo de trabajo 54,5 53,7 37,3 20,4 21,1 25,0
realizado: enseñanza
y capacitación
Tipo de trabajo 27,3 29,9 32,8 33,6 50,4 50,0
realizado: mano
de obra
Como se observa, los pobres son gran mayoría entre los voluntarios; mientras
que los estratos altos y medios hacen sus aportes fundamentalmente en enseñan-
za y capacitación, los bajos los hacen a través de su mano de obra.
Frente al mito que desvaloriza a los pobres y se autocumple al profundizar a
través de ello su exclusión, surge la posibilidad de una política activa que otor-
gue poder a sus comunidades y organizaciones. Como destaca Brown (2002), ad-
ministrador general del PNUD: “una fuente central de la pobreza es la carencia de
poder de los pobres.” El hecho de que pueda dotarse de cierto poder puede per-
mitir que recuperen su “voz” sofocada por el mito.
Otro recurso maestro de la política social, dificultado con frecuencia por los
mitos, es el de las cooperaciones interorganizacionales. Una política social eficaz es
aquella que ataca efectivamente las causas y no sólo los síntomas de la pobreza.
Como éstos son múltiples, se requerirá necesariamente de la acción integrada de
diversas organizaciones de diferentes campos. Hace falta sumar gobierno central,
regiones, municipios, sociedad civil, organizaciones de los propios pobres. Inte-
grar acciones en las áreas de trabajo, educación, salud, familia y otros. Se impo-
nen alianzas estratégicas entre las diferentes organizaciones. Hace falta superar
las estrechas visiones puramente sectoriales tan usuales en la práctica organiza-
cional de la región.
El mito plantea algunas falsas oposiciones. Una de sus expresiones más fre-
cuentes es el supuesto enfrentamiento entre Estado y sociedad civil en el campo
social. Son presentadas como opciones excluyentes. Se requiere lo contrario, la
suma. Ninguno solo puede hacer la tarea. Una política social pública activa es
una responsabilidad irrenunciable en una América Latina que presenta las alar-
diatos y muy intensos en muchos otros lugares y afectar especialmente a los paí-
ses en desarrollo por su alta vulnerabilidad.
Es un mundo interrelacionado en lo económico, lo financiero, las comunica-
ciones, los mensajes informáticos, los transportes y con difusión creciente de
ciertos estilos de vida, desde sus puntos más fuertes hacia los otros.
Está lleno de oportunidades de aumentar la producción de alimentos, avanzar
en medicina, poner en marcha sistemas educativos a distancia con acceso a los
lugares más remotos y un sinnúmero de otras posibilidades de progreso.
Sin embargo, hay una paradoja. Se observan graves procesos de estancamien-
to o deterioro en las condiciones de vida básicas de buena parte de sus habitan-
tes, más de la mitad se hallan por debajo de la línea de la pobreza, las desigual-
dades ascienden a límites casi desconocidos, hay muy graves problemas en el
campo más elemental, la posibilidad de trabajar, y surge como una contradicción
central el eje inclusión-exclusión; amplios sectores del género humano están to-
talmente excluidos de las oportunidades y los progresos.
Juan Somavia (2000), secretario general de la OIT, describe así la situación:
“La globalización destruye las industrias tradicionales y crea en consecuencia un
aumento del número de desempleados superior al que los sectores industriales de
tecnologías avanzadas son capaces de absorber. El resultado es la marginación de
los trabajadores del mundo industrializado y también del menos desarrollado,
que no disponen de posibilidades para adaptarse a la nueva situación.” El Infor-
me de desarrollo humano del PNUD (1999) puntualiza: “Cuando el mercado va
demasiado lejos en el control de los efectos sociales y políticos, las oportunida-
des y las recompensas de la mundialización se difunden de manera desigual e ini-
cua, concentrando el poder y la riqueza en un grupo selecto de personas, países
y empresas, y dejando al margen a los demás.”
Frente a realidades de este orden, numerosas voces prominentes encabezadas
por el papa Juan Pablo II, reclaman un código ético para la globalización. La éti-
ca debería marcar los fines e indicar qué medios son lícitos para el progreso y
cuáles no, de lo contrario los resultados pueden ser muy inciertos. El Papa (2001)
ha planteado: “la Humanidad comprometida en el proceso de mundialización de-
be concederse un código ético y a indicado que la Iglesia continuará trabajando
con todas las personas de buena voluntad para que el vencedor en este proceso
sea la Humanidad y no solamente una elite de privilegiados, que controla la ciencia,
la tecnología, las comunicaciones y los recursos del planeta en perjuicio de la
gran mayoría de las personas.” Entre otros pronunciamientos en similar direc-
ción, dice Guy Verhofstdadt (2001), primer ministro de Bélgica, anterior presi-
dente de la Unión Europea: “la globalización puede ser utilizada para bien o para
Buena parte de los habitantes del planeta viven muy por debajo de la línea de
la pobreza, aun estimada de un modo conservador. Mientras que en los países de-
sarrollados es pobre aquel cuyos ingresos son menores a cifras del orden de los
1.000 dólares mensuales, hay en el mundo 1.300 millones de personas que ganan
menos de 30 dólares por mes y 3.000 millones cuyos ingresos son menores a 60
dólares en igual período.
Carecen de lo más básico: el agua, elemento esencial para la vida. Mil trescien-
tos millones de personas no tiene agua potable. Se estima que anualmente mueren
3.400.000 personas por infección directa del agua, alimentos contaminados en or-
ganismos portadores de enfermedades, como los mosquitos que tienen su hábitat
en aguas en mal estado. En su desesperación, los pobres compran agua y, según la
comisión Mundial del Agua (1999), pagan por un producto de calidad dudosa has-
ta doce veces lo que abonan las clases medias y altas que la reciben directamente
de la canilla en su casa. También otros dos elementos clave para cualquier enfoque
de salud preventiva y para la vida diaria son escasos en las zonas pobres. Tres mil
millones de personas no tienen servicios de saneamiento y 2.000 millones carecen
de electricidad.
Por otra parte, la pobreza sigue significando en vastas áreas desnutrición. Se-
gún las estimaciones de la FAO (1998), 828 millones de personas de los países en
desarrollo tienen hambre crónica y otros 2.000 millones padecen deficiencias de
micronutrientes básicos, como vitaminas y minerales.
La pobreza no ha retrocedido desde 1980, sino que, según los datos del Ban-
co Mundial, ha aumentado. Un especialista inglés, Peter Tonwsed, resalta que en
investigación es posible ver con facilidad cómo la pobreza no es inofensiva, “la
pobreza mata.” Efectivamente, incide en los parámetros vitales esenciales. Así
los estudios de Unicef demuestran que si un niño tiene deficiencias nutricionales
en los primeros años de vida, sufre daños irreversibles en sus capacidades neu-
ronales, que dificultarán su vida para siempre.
Reflejando las paradojas del mundo globalizado, mientras una parte del géne-
ro humano padece desnutrición, en el otro extremo, en los países desarrollados,
uno de los males más alarmantes de la salud pública es la obesidad.
“Cómo podemos decir que los seres humanos son libres e iguales en dig-
nidad, cuando más de un billón de ellos vive luchando para sobrevivir con
menos de un dólar diario, sin agua corriente potable y cuando más de la
mitad de la humanidad carece de servicios sanitarios.
“Algunos de nosotros nos preocupamos por la caída del mercado bursátil,
o nos preocupamos por obtener el último modelo de computadora, cuan-
do más de la midad de nuestros semejantes, hombres y mujeres, tienen
preocupaciones mucho más básicas, como de dónde proveerán alimento a
sus niños.”
a. Las brechas entre el 20% de la población mundial que vive en los países más
ricos y el 20% que reside en los más pobres son de gran magnitud en todos
los planos. El 20% más rico es dueño del 86% del Producto Bruto Mundial,
el 20% más pobre sólo del 1%. Asimismo, los primeros tienen el 82% de las
exportaciones mundiales de bienes, los segundos el 1%. En materia de inver-
siones, el 68% de las inversiones extranjeras directas van a los ricos y sólo el
1% a los pobres.
b. Las tendencias son alarmantes, las distancias no tienden a reducirse sino a au-
mentar. En 1960, las diferencias de ingresos entre unos y otros eran de 30 a 1.
En 1990 pasarán a ser de 60 a 1 y en 1997 de 74 a 1.
c. La década de 1990, mostró procesos de signo inverso entre los países pobres
y los ricos. Más de 80 países vieron reducidos sus ingresos per cápita. Del
otro lado, 40 países tuvieron un crecimiento medio del ingreso per cápita su-
perior al 3% anual.
e. Ante datos de este orden, las Naciones Unidas resaltan sin ambages: “las de-
sigualdades globales en ingresos y estándares de vida han alcanzado propor-
ciones grotescas.”
C. El acceso a la salud
Por otra parte, en las últimas décadas se han producido avances científicos y téc-
nicos de gran envergadura en las ciencias médicas, con un potencial excepcional
de impacto sobre los indicadores básicos de salud. Estos progresos han creado
condiciones muy favorables para mejorar fuertemente la salud pública.
Sin embargo, si bien ha habido progresos se observan enormes brechas que
de hecho crean situaciones muy diferenciadas entre diversos sectores de la po-
blación mundial. Detrás de ellas están operando activamente factores como las
marcadas desigualdades antes referidas y la debilidad de las políticas estatales de
protección de la salud.
El cuadro siguiente da cuenta de la situación general en la actualidad:
Cuadro 5
Esperanza de vida y niveles de mortalidad por categoría de desarrollo del país
(1995 - 2000)
Fuentes: Informe de desarrollo humano 2001, Cuadro 8 y cálculo del CMH a base de indicadores del desarrollo del Ban-
co Mundial, 2001. Organización Mundial de Salud, Macroeconomía y salud, 2002.
Las largas luchas por la equidad de género han generado importantes avan-
ces. Entre ellos, la igualdad de derechos jurídicos, la mayor participación políti-
ca, los progresos de la mujer en los diversos niveles de la educación y su rápida
y creciente incorporación a la fuerza de trabajo. Todos estos logros han reestruc-
turado su situación personal e influido en su posición en la familia y en la socie-
dad. A pesar de ello subsisten gruesas brechas y muchísimas mujeres ven coarta-
das de formas múltiples sus posibilidades existenciales básicas. Inciden en estas
brechas los procesos regresivos de deterioro social reseñados, la vulnerabilidad
ante ellos de los grupos más débiles, como las mujeres urbanomarginales y las
campesinas, y la sobrecarga adicional que significa la perduración de discrimi-
naciones de género, con fuerte base cultural y social.
Los problemas mencionados —pobreza, desigualdad, exclusión— golpean en
muchos casos particularmente a la mujer. Su número entre los pobres suele ser ma-
yor que los promedios generales; el crecimiento de la desigualdad las afecta como
trabajadoras por un lado y por otro como mujeres, la falta de acceso a oportunidades
tecnológicas tiene más presencia en ellas y especialmente sufren las consecuencias
de la iniquidad en salud. A pesar de los avances médicos, las tasas de mortalidad ma-
terna en el mundo en desarrollo son muy altas como consecuencia de la falta de sis-
temas de protección adecuados. Según las cifras de la ONU, 500.000 madres mueren
anualmente al dar a luz, más del 98% en los países en desarrollo. Por otra parte, las
mujeres son la primera fila de la lucha por la defensa de la vida de los niños. En las
condiciones desfavorables de la pobreza, ello significa cargas muy duras.
Con sus luces y sombras, ¿qué está sucediendo con la condición de la mujer
en general en términos de cifras?
Un estudio del Banco Mundial (2001) indica que las brechas son aun muy
amplias incluso en aspectos elementales. El estudio analiza las desigualdades en
derechos básicos sociales, económicos y legales, y establece el siguiente cuadro:
Gráfico 7
1
Este Europa del América M. Oriente Asia del Sub-Saharan OECD
Asiático Este y Asia Latina y y África Sur África
y el Pacífico Central el Caribe del Norte
Note: Un valor de 1 indica baja igualdad de género en materia de derechos y un valor de 4 alta igualdad de género.
Fuente: Datos en materia de derechos humanos (1992); medidas de población de World Bank (1999d).
The World Bank (2001). Engendering development. (Oxford University Press).
nistros eran mujeres. Suecia era el único país donde había una mayoría de minis-
tros mujeres (55%). Las mujeres representaban asimismo sólo el 11% de los par-
lamentarios del mundo. Sólo en los países nórdicos y en Holanda significaban
más de un tercio de los congresales.
Algunos de los procesos típicos de la economía globalizada abrieron oportu-
nidades de integración laboral a las mujeres, pero al mismo tiempo significaban
cargas y sacrificios desproporcionales para ellas.
En un riguroso trabajo de investigación, Nilufer Cagatay, del PNUD (2001),
analiza los impactos de la liberalización del comercio exterior sobre las mujeres.
Muestra que al aumentar en los países en desarrollo el porcentaje que significan las
exportaciones sobe el producto nacional bruto se produce un aumento en la parti-
cipación de la mujer en los empleos remunerados, entre otras, en actividades como
las maquiladoras. Ello la integra al mercado de trabajo, lo que mejora su posición
social. Sin embargo, resalta que las investigaciones indican diversas limitaciones y
costos por estos logros. En primer lugar, la expansión del empleo femenino no ha
llevado a cerrar las brechas salariales de género. Asimismo, los puestos consegui-
dos se han mostrado inseguros e inestables, porque esta expansión ha ocurrido en
una era de pérdida en general de la capacidad de negociación de los trabajadores.
En segundo lugar, mientras un grupo de mujeres se incorpora a la fuerza laboral,
otras, las menos calificadas, pierden empleos y medios de subsistencia. Tercero, la
tendencia puede ser revertida con la incorporación de avances tecnológicos que
sustituyen mano de obra en las industrias de exportación. En cuarto lugar, la incor-
poración laboral significa un aumento de la carga de trabajo total de la mujer, por-
que sus tareas —no pagas— en el hogar no se reducen. En quinto término, si bien
las mujeres se dotan de poder al trabajar, su fuerza de negociación con las empre-
sas sigue siendo menor que la de los hombres. En resumen, Cagatay concluye: “la
expansión y liberalización del comercio internacional tiene efectos contradictorios
sobre el bienestar de las mujeres y las relaciones de género.”
Otra dimensión usual de los procesos globalizadores, la implantación de po-
líticas de ajuste, ha golpeado con fuerza en forma mayor a las mujeres que a los
hombres. En los países en desarrollo, las reducciones laborales que son propias
de estas políticas han caído en primer lugar en los sectores menos calificados y de
menor capacidad de negociación, en los que hay fuerte concentración de mujeres.
Asimismo, han incrementado las desigualdades salariales entre los calificados y
los no calificados. El Banco Mundial (1995) señala que en América Latina los
ajustes han reducido mucho más dramáticamente las remuneraciones horarias de
las mujeres que las de los hombres, por su alta inserción en puestos de baja retri-
bución.
2
Resalta al respecto la CEPAL en su Panorama Social 2000-2001: “El aporte económico de las mujeres que trabajan con-
tribuye a que una proporción importante de los hogares situados sobre la línea de pobreza puedan mantenerse en esa po-
sición” (Santiago de Chile, 2001).
La feminización de la pobreza
Ha aparecido en los casilleros estadísticos típicos con expresión cada vez más
elevada el grupo denominado “madres solas jefas de hogar.” En gran proporción
se trata de madres pobres que han quedado solas al frente del núcleo familiar an-
te la deserción del cónyuge a su vez fuertemente influida según diversos trabajos
(Katzman, 1992) por la imposibilidad de seguir cumpliendo su rol de proveedor
principal de ingresos. Estos hogares tienden a ser unidades familiares muy débi-
les en términos económicos y en muchos casos se hallan bordeando la indigen-
cia. Dice el Informe de la Comisión Latinoamericana y del Caribe sobre el desa-
rrollo social, encabezada por Patricio Aylwin (1995): “El inmenso deterioro de
las condiciones de vida de los sectores medios y particularmente de los más pobres,
que en nuestra región se ha hecho patente especialmente a partir de los años
ochenta, afecta proporcionalmente más a las mujeres que a los hombres. La casi
totalidad de los países de América Latina tiene porcentajes de hogares con jefa-
tura femenina superiores al 20%, lo que contribuye fuertemente al fenómeno co-
nocido como la feminización de la pobreza.”
La pobreza es un destructor sistemático de familias y ataca particularmente a
las mujeres. Esto es una realidad no sólo latinoamericana sino internacional. Una
reciente investigación de amplios alcances en los Estados Unidos (The Center for
Disease, Control and Prevention, 2002) indagó a 11.000 mujeres y arribó a las si-
guientes conclusiones al respecto:
• El sector de la población más afectado por la pobreza, las mujeres negras,
tenía menores tasas de matrimonialidad, mayores tasas de divorcio y me-
nores tasas en cuanto volver a casarse.
• Cuando se analizaba a mujeres blancas que vivían en áreas pobres, las ta-
sas descendían al mismo nivel que los de las mujeres negras.
• La investigación concluye que las presiones que la pobreza pone sobre las
relaciones de pareja son determinantes en estos desequilibrios.
Cuadro 6
América Latina (12 países): mujeres entre 20 y 24 años con hijos
sobrevivientes tenidos antes de los 20 años, según cuartiles de ingreso
per cápita de sus hogares, 1994
(porcentajes)
Como se observa, las cifras de mujeres que han tenido hijos antes de los 20
años son mucho más altas entre los pobres que en los no pobres en todos los paí-
ses. En total se estima que en los centros urbanos de la región, el 32% de los na-
cimientos que se dan en el 25% más pobre de la población son de madres ado-
lescentes. En las zonas rurales la proporción es aún mayor, 40%. En total 80% de
los casos de maternidad adolescente en América Latina están concentrados en el
50% más pobre de la población, mientras que el 25% más rico sólo tiene un 9%
de los casos. En las áreas rurales, las cifras son 70% de los casos en el 50% más
pobre y 12% en el 25% más rico.
Una variable central en el embarazo adolescente es, según las correlaciones
estadísticas, el nivel educativo, como puede verse en el siguiente cuadro:
Cuadro 7
América Latina (12 paises): mujeres entre 20 y 24 años con hijos sobrevivientes
tenidos antes de los 20 años, según nivel educacional alcanzado, 1994
(porcentajes)
Cuadro 8
América Latina (11 países) tiempo de búsqueda de trabajoa
entre quienes han perdido el empleo (en meses)
Fuente: CEPAL, “Panorama Social de América Latina” 2000-2001, sobre la base de tabulaciones especiales de encuestas
de hogares de los distintos países.
a
Excluye aquellos cesantes que han buscado empleo por un período superior a dos años.
b
Corresponde al Gran Buenos Aires.
c
La medición registra el tiempo que el informante lleva sin trabajo, no el tiempo que lleva buscando trabajo.
d
Corresponde al total nacional.
Cuadro 9
América Latina (16 países): relación entre la remuneración media de las mujeres
y la de los hombres, por grupos de ocupación 1999
(en porcentajes)
Fuente: CEPAL “Panorama Social de América Latina” 2000-2001, sobre la base de tabulaciones especiales de las encues-
tas de hogar de los repectivos países.
a
1998.
b
1997.
c
Total nacional.
Cuadro 10
América Latina (17 países): ingreso medio de la población urbana ocupada
en sectores de baja productividad del mercado del trabajo, 1990 - 1999
(en múltiplos de las respectivas líneas de pobreza per cápita)
Fuente: CEPAL, “Panorama Social de América Latina” 2000-2001, sobre la base de tabulaciones especiales de encuestas
de hogares de los respectivos países.
a
Se refiere a los establecimientos que ocupan hasta cinco personas. En los casos de Chile (1996), El Salvador, Panamá,
República Dominicana, Uruguay (1990) y Venezuela se incluye a los que tienen hasta cuatro empleados. En los casos en
que no se dispuso de información sobre el tamaño de los establecimientos no se proveen cifras para el conjunto de las
personas ocupadas en sectores de baja productividad.
b
Se refiere a trabajadores por cuenta propia y familiares no remunerados sin calificación profesional o técnica.
c
Incluye a personas ocupadas en agricultura, silvicultura, caza y pesca.
d
En el año 1990, se incluyó a los asalariados sin contrato de trabajo bajo “Microempresas.”
e
Datos provenientes de las encuestas de caracterización socioeconómica nacional (CASEN).
f
A partir de 1993, se amplió la cobertura geográfica de la encuesta hasta abarcar prácticamente la totalidad de la pobla-
ción urbana del país. Hasta 1992, la encuesta comprendía a cerca de la mitad de dicha población, sólo con la excepción
de 1991, año en el que se realizó una encuesta de carácter nacional.
g
Datos provenientes de las encuestas nacionales de los ingresos y gastos de los hogares (ENIG).
h
A partir de 1997 el diseño muestral de la encuesta no permite el desglosamiento urbano-rural. Por lo tanto, las cifras co-
rresponden al total nacional.
Actividad doméstica
Cuadro 11
América Latina (16 países): tasa de actividad doméstica
por grupos de edad - 1999
Fuente: CEPAL, sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogar de los repectivos países.
a
1998.
b
1997.
c
Total nacional.
d
Estadísticamente no significativo.
Participaciín política
Si bien ha habido claros progresos, los logros obtenidos se hallan a gran dis-
tancia de una verdadera igualdad de oportunidades. Analizando las cifras actua-
les de participación de mujeres en los Congresos, los cargos ministeriales y las
posiciones de alcalde en cinco países de la región, se obtienen los siguientes re-
sultados:
Gráfico 8
Mujeres en el gobierno, año 2000
Congresos
18
% del total de lugares
16 20
Ministerios
14 15
% del total
12 10
10 5
8 0
Ecuador
El Salvador
Guatemala
Nicaragua
Uruguay
Ecuador
El Salvador
Guatemala
Nicaragua
Uruguay
10
Alcaldías
8
% del total
6
4
2
0
Bolivia
Ecuador
El Salvador
Guatemala
Nicaragua
Uruguay
Fuente: ¨Women and Power in the
Americas, a Report Card¨, Inter American
Dialogue 2001; y UNDP Development
Report 2000-2001.
Gráfico 9
Porcentaje de niños de 12 a 23 meses inmunizados por nivel de educación
100
80
Porcentaje
60
40
20
0
Asia oriental y América Latina Medio Oriente Asia del Sur África
el Pacífico y el Caribe y África Subsahara
del Norte
Fuente: Datos de educación e inmunización de las últimas encuestas de demografía y salud. Porcentajes de poblaciones
The World Bank (199d), The World Bank (2001), Engendering development (Oxford University Press).
Algunas indagaciones van aún mucho más lejos. Folbre (1994) sostiene que
las mujeres manifiestan mayor tendencia al altruismo y a la cooperación. Una in-
vestigación sobre el capital social en comunidades campensinas en el Paraguay
(Molinas, 1998) verificó efectivamente que los comportamientos cooperativos
ocurrían con la mayor frecuencia en grupos con alta participación femenina.
Constató: “la participación femenina efectiva en los comités campesinos aumen-
taba la performance de dichos comités... y las posibilidades de las comunidades
campesinas de combatir la pobreza.”
El Banco Mundial sugiere otra correlación muy especial. Señala: ”..mayor
igualdad en la participación de mujeres y hombres está asociada con empresas y
gobiernos más transparentes y con mejor gobierno. Donde la influencia de las
mujeres en la vida pública es mayor, el nivel de corrupción es menor.” Propor-
ciona al respecto el siguiente cuadro:
Gráfico 10
Índice de corrupción
10
0
4,0 4,5 5,0 5,5 6,0 6,5 7,0
que entregan subsidios al hogar sujetos a que los niños asistan y permanezcan en la
escuela. Por otra parte, se deberían fortalecer las estrategias para atender a las nu-
merosas jóvenes y mujeres pobres que no terminaron la escuela primaria. Tendrían
que impulsarse programas pensados para mujeres que trabajan largas jornadas. Ex-
periencias como las de “Fe y Alegría”, que permiten a mujeres de esas caracte-
rísticas completar por radio estudios formales, indican con sus excelentes resultados
caminos promisorios. Se debería dar una atención especial al caso de las madres
adolescentes con programas innovativos que partan de sus realidades y puedan ayu-
darlas a completar los ciclos educativos de los que con frecuencia desertan.
La lucha por la educación de la mujer campesina debe intensificarse aún más.
Su asistencia a la escuela sigue teniendo amplias brechas en relación con los hom-
bres. La acción por realizar debe cuestionar frontalmente los prejuicios culturales
que están incidiendo en ello y multiplicar oportunidades educativas para estas mu-
jeres. Un campo especial es el de las mujeres indígenas. Deben crearse programas
educativos adaptados a sus características, que con pleno respeto de su cultura y su
idioma permitan mejorar sus posibilidades reales de tener acceso a educación.
Debe haber políticas mucho más consistentes y activas que las actuales en ma-
teria de protección de la familia. Ello puede mejorar sustancialmente la situación
concreta de la mujer y permitirle su incorporación a la educación y el trabajo en mu-
cho mejores condiciones. Los apoyos públicos en campos como el cuidado de los
bebés, la multiplicación de oportunidades de preescolar, la ayuda en el cuidado de
las personas de edades mayores y otras áreas pueden ser de alta utilidad práctica.
En cuanto al mercado de trabajo deberían transparentarse las actuales situa-
ciones de discriminación, ponerse sobre la mesa de discusión, para que ello pue-
da ayudar a generar políticas que les den respuesta. Cuando se les da a las muje-
res en general y a las pobres en particular oportunidades productivas reales, los
resultados para ellas y la sociedad en su conjunto son muy concretos. Lo ilustra
entre otras experiencias el estimulante caso del Grameen Bank, la institución más
reconocida del mundo en microcrédito. Muhammad Yunus, su inspirador, y su
equipo decidieron prestar pequeñas sumas a mujeres campesinas pobres de Ban-
gladesh. El Banco tiene hoy dos millones de prestatarios de los cuales el 94% son
mujeres. El préstamo promedio es de 140 dólares. Ha prestado 1.500 millones de
dólares a los más pobres en 35.000 aldeas, la mitad de las que existen en ese país.
Los resultados son impresionantes, y numerosos países del mundo han pedido la
asistencia del Grameen Bank para montar experiencias similares. Los prestata-
rios han mejorado su vida y la mitad de ellos han superado la línea de pobreza.
La tasa de recuperación de los préstamos, con estos clientes, mujeres campesinas
pobres, ha sido de más del 98%.
3
Mencionado por Cecilia López, Margarita Ronderos Torres. Reforma Social con perspectiva de género. Aportes para la
discusión. BID-CEPAL-UNIFEM, México 1994.
4
Gloria Bonder ha desarrollado un muy interesante programa para tratar de reentrenar a las mismas maestras que en mu-
chos casos transmiten estereotipos enraizados. Ver al respecto Gloria Bonder “Altering sexual stereotypes through tea-
cher training”, en Nelly Stromquist Women and Education in Latin-American, Lynne Rienner Publishers, 1992.
Tercera Parte
La ética en acción
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 142
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 143
En esos países es una actividad altamente valorada. Se la mira con gran res-
peto y los presidentes y primeros ministros le rinden homenajes. Forma parte de
la vida cotidiana. En Estados Unidos, 100 empresas firmaron recientemente un
programa para apoyar la participación en tareas voluntarias comunitarias de sus
tres millones de empleados.
El voluntariado no brota de la nada. En los países mencionados hay políticas
públicas que lo promueven activamente, con desgravaciones fiscales, apoyo ins-
titucional, significativos subsidios y, sobre todo, con su cultivo en el sistema edu-
cacional.
El caso latinoamericano
Sin embargo, son muy débiles los apoyos institucionales y los incentivos pa-
ra este invalorable capital. A pesar de ello, las organizaciones de la sociedad ci-
vil generan más del 2,5% del Producto Bruto en la Argentina, Perú y otros países.
Muchas de ellas han ganado el reconocimiento y los más altos niveles de con-
fianza de la sociedad. Entre otras, Cáritas, la AMIA y la Red Solidaria en la Argen-
tina. En Brasil, Comunidade Solidaria; en la región andina, Fe y Alegría; en Chi-
le, el Hogar de Cristo; en América Central, Casa Alianza y muchas otras. Entre
múltiples referencias recientes, ilustran el enorme potencial de América Latina,
el gran eco colectivo de voluntariado que ha tenido el programa Hambre Cero en
Brasil y la multitudinaria respuesta (más de 5.000 participantes y 900 organiza-
ciones de 34 países) al encuentro continental sobre el voluntariado, convocado
en Santiago por el gobierno de Chile y por la Iniciativa Interamericana de Capi-
tal Social, Ética y Desarrollo del BID (mayo, 2003).
No es de extrañar este potencial. La actividad voluntaria, que contradice la
fría imagen del ser humano como homus economicus de los textos de economía
convencionales, no está movida por la búsqueda de beneficios económicos ni de
poder. Es producto de valores éticos, de la conciencia.
En una encuesta en Perú sobre por qué se práctica el voluntariado, las dos res-
puestas mayoritarias de los voluntarios fueron “el deseo de ayudar a otros” y
“sentirse realizado como persona” (universidad del Pacífico, 2001). Las bases
culturales latinoamericanas son ricas en estos ideales éticos. En la civilización ju-
deocristiana y en las culturas indígenas que forman parte central de la matriz cul-
tural de la región, el mandato de ayudar a otros es terminante. El texto bíblico
transmite el mensaje de que es simplemente la manera correcta de vivir. Enfati-
za, asimismo, que en realidad quien ayuda al otro se está ayudando a sí mismo.
La investigación moderna lo está corroborando. En un artículo en El País, de
Madrid, Luis Rojas Marcos (2001), director del sistema sanitario y de hospitales
públicos de Nueva York, muestra que los voluntarios tienen menos ansiedad,
duermen mejor, tienen menos estrés y mejor salud en general. Concluye así: “El
voluntariado es bueno para la salud.”
Además de su aporte concreto, la actividad voluntaria tiene en ámbitos como
el latinoamericano otro valor especial. Frente al frecuente individualismo y a la
indiferencia ante al drama de la pobreza, envía el mensaje de que somos respon-
sables el uno del otro, el mismo que plantearon Moisés y Jesús. Por otra parte,
Se las llama “remesas migratorias’’. Son los envíos que efectúan a sus países de
origen los inmigrantes de América Latina que llegaron en los últimos años a Esta-
dos Unidos y a Europa. En 2003, esos envíos sumaron $ 40.000 millones y se trans-
formaron en la principal corriente de capitales hacia la región. Superaron en 50% las
inversiones extranjeras y duplicaron la ayuda externa, incluyendo donaciones y
préstamos de organismos internacionales. Significan más del 2% del producto bru-
to de la región. Son un gran aporte para la economía hecho por modestísimos traba-
jadores, que se desempeñan en tareas que nadie quiere realizar en los países a los
que emigraron, entre ellas la limpieza, la construcción, la cocina y la agricultura.
Según un informe del Diálogo Interamericano (2004), las remesas represen-
taron, en 2002, el 30% del producto bruto en Nicaragua, el 25% en Haití, el 15%
en El Salvador, el 12% en Honduras, el 17% en Guyana y el 12% en Jamaica. Su
monto crece continuamente. Entre 1996 y 2003, se cuadruplicó. Tales giros cam-
bian la situación de las economías, al proveerlas de divisas fundamentales. Sig-
nifican más de la tercera parte de las exportaciones de países como República
Dominicana, El Salvador y Nicaragua. Son la segunda fuente de divisas de Mé-
xico. Asimismo, tienen un impacto multiplicador de grandes proporciones en la
economía, porque se transforman en consumo. Amplían el mercado interno y
cumplen un papel fuertemente reactivador.
El Fondo Multilateral de Inversiones del BID estima que en 2002 ese impacto
fue de 100.000 millones de dólares. Como señala Donald Terry, su gerente, “las
cifras son asombrosas desde cualquier perspectiva’’. Por otra parte, constituyen,
de hecho, una gigantesca red de protección social. Las remesas van a sectores
muy pobres de la población y elevan sustancialmente sus ingresos, salvándolos
de la pobreza extrema. El Diálogo Interamericano indica que doblan los ingresos
del 20% más pobre de la población en Honduras, Nicaragua y El Salvador. En
México, el 40% de las remesas va a municipios muy pobres, de menos de 30.000
habitantes, que sin ellas no podrían sobrevivir.
Tienen una característica especial, muy preciada para una América Latina que
se ha visto afectada por la volatilidad de los flujos de capital, guiados con fre-
cuencia por cálculos especulativos: son estables. A pesar de que la tasa de desem-
pleo entre los latinos en Estados Unidos en los dos últimos años creció un 2%,
las remesas no dejan de ir en aumento.
Este fenómeno, con efectos económicos y sociales virtuosos de todo orden, no
tiene explicación alguna en los textos de economía convencionales. Según el razo-
namiento que impregna a estos textos, los actores de la economía se desempeñan,
básicamente, como homus economicus. Procuran maximizar sus ganancias y no ca-
be esperar sorpresas al respecto. Sugieren incentivar por todas las vías esta moti-
vación de lucro para empujar la economía. Esta visión reduccionista del compor-
tamiento humano —que ha demostrado tener riesgos considerables en América La-
tina, aun en la Argentina y que excluye el peso de los valores éticos en la econo-
mía— es terminantemente refutada, una vez más, por el caso de las remesas migra-
torias. Sin un acuerdo previo, actuando en forma individual, la gran mayoría de los
modestos inmigrantes latinoamericanos ha adoptado una conducta que contradice
la idea del homus economicus. En los más variados contextos, envían una parte de
sus reducidas remuneraciones a los familiares que dejaron en su país.
Por ejemplo, en España, principal destino migratorio después de Estados Uni-
dos, envía remesas el 97,1% de los ecuatorianos, el 90,8% de los colombianos y
el 98,4% de los dominicanos. Los giros suponen un sacrificio muy importante
para los inmigrantes latinoamericanos. Sus ingresos son bien limitados. En 2000,
el 40% de los latinoamericanos ganaba en Estados Unidos menos de 20.000 dó-
lares anuales y el 70%, no alcanzaba los 35.000 dólares anuales. Debían afrontar
con ello subsistencia, vivienda, educación, salud y gastos adicionales. Un 35%
de los latinoamericanos carece de seguro de salud y sólo cuatro de cada diez tie-
nen una cuenta bancaria. Por otra parte, las empresas de transferencias les cobran
altísimas comisiones y con frecuencia pierden también en el tipo de cambio. Sin
embargo, nada de ello los detiene. Cerca de ocho veces al año envían sus reme-
sas. En casos como el de los dos millones de salvadoreños residentes en Estados
Unidos, ellas representan más del 10% de sus ingresos. A los envíos en efectivo
se suman los artefactos domésticos y presentes de todo orden para el hogar, que
llevan para Navidad. Para financiar todo ello deben reducir los gastos, ya muy
acotados, de su propio grupo familiar y, en muchísimos casos, tomar varios traba-
jos en jornadas que superan a menudo las doce horas diarias. ¿Qué los impulsa a
hacerlo? Los valores éticos y, entre ellos, uno decisivo: el sentido de la familia.
La migración significa un desgarramiento profundo. Estos inmigrantes lo sufren,
pero mantienen con toda perseverancia los valores familiares básicos. Los lazos fa-
miliares son la explicación última de este comportamiento solidario, silencioso, sen-
cillo y de gran efectividad que se ha convertido en la principal y más segura fuente
de ingresos de muchos países de la región. La lealtad a sus padres, hermanos, hijos,
abuelos, el deseo de asistirlos, actúa como una motivación que los lleva a estos es-
fuerzos y conductas que no figuran en los textos. La familia aparece allí en la for-
ma en que el papa Juan Pablo II la describió recientemente (2004): “Con su estupen-
da misión para dar a la humanidad un futuro rico de esperanza’’.
Se impone apoyar este esfuerzo de tanto mérito, e impacto, facilitando las reme-
sas y bajando sus elevados costos y comisiones. El Fondo Multilateral de Inversio-
nes del BID realiza una campaña con muchas instituciones para lograr ese objeti-
vo, mediante la ampliación y el abaratamiento de los canales de envío. Al mismo
tiempo, urge en países como la Argentina, donde ha tenido tanto peso un economi-
cismo estrecho, recoger la lección de ética aplicada que surge de estos humildes
latinoamericanos y volver a rescatar la visión de que la asunción de las respon-
sabilidades éticas por parte de gobiernos, empresas y sociedad civil puede ser una
fuerza decisiva para la configuración de una economía pujante y humanizada.
Unidas para el Desarrollo (PNUD) (1993) destaca que: “La participación es un ele-
mento esencial del desarrollo humano” y que la gente “desea avances permanen-
tes hacia una participación total.”
Otros organismos de cooperación internacional globales, regionales, subregiona-
les y nacionales están sumándose al nuevo consenso. Pero el proceso no se limita a
los dadores de cooperación y préstamos para el desarrollo. Va mucho más lejos. En
las sociedades latinoamericanas se está dando un crecimiento continuo de abajo ha-
cia arriba de la presión por estructuras participatorias y una exigencia en aumento
sobre el grado de genuinidad de ellas. La población demanda participar y, entre otros
aspectos, una de las causas centrales de su interés y apoyo a los procesos de descen-
tralización en curso se halla en que entrevé que ellos pueden ampliar las posibilida-
des de participación si son adecuadamente ejecutados.
Como todos los cambios significativos en la percepción de la realidad, esta
relectura de la participación como una estrategia maestra de desarrollo tiene an-
clajes profundos en necesidades que surgen de la realidad. América Latina está
iniciando el siglo XXI con un cuadro social extremadamente delicado.
El panorama de pobreza e iniquidad pronunciada, inadmisible en un sistema
democrático como el que ha alcanzado la región después de largas luchas y blo-
queador del desarrollo, reclama respuestas urgentes e imaginativas. Ha sido el
motor fundamental del nuevo interés surgido en torno de la participación comu-
nitaria. La experiencia muchas veces frustrada o de resultados limitados en las
políticas y proyectos de enfrentamiento de la pobreza ha dejado como uno de sus
saldos favorables la constatación de que en la participación comunitaria puede
haber potencialidades de gran consideración para obtener logros significativos y,
al mismo tiempo propiciar la equidad.
La participación siempre tuvo en América Latina una legitimidad de carácter
moral. Desde amplios sectores se planteó frecuentemente como un derecho bási-
co de todo ser humano, con apoyo en las cosmovisiones religiosas y éticas pre-
dominantes en la región. También tuvo continuamente una legitimidad política.
Es una vía afín con la propuesta histórica libertaria de los padres de las naciones
de la región y con el apego consistente de ella al ideal democrático. Ahora se
agrega a dichas legitimidades otra de carácter diferente, que no excluye las ante-
riores sino se suma a ellas. La participación tiene una legitimidad macroeconó-
mica y gerencial. Es percibida como una alternativa con ventajas competitivas
netas para producir resultados en relación con las vías tradicionalmente utiliza-
das en las políticas públicas. Ello ubica la discusión sobre la participación en un
encuadre diferente al de décadas anteriores. No se trata de una discusión entre
utópicos y antiutópicos, sino de poner al servicio de los severos problemas socia-
les que hoy agobian a buena parte de la población los instrumentos más efecti-
vos y allí aparece la participación, no como imposición de algún sector sino co-
mo “oportunidad.”
Como toda oportunidad, su movilización efectiva enfrenta fuertes resistencias
de diversa índole. Su presencia es evidente al observar la vasta brecha que sepa-
ra en América Latina el “discurso” sobre la participación de las realidades de su
implementación concreta. En el discurso el consenso parece total; y la voluntad
de llevarla adelante, potente. En la realidad, el discurso no ha sido acompañado
por procesos serios y sistemáticos de implementación. Esa distancia tiene entre
sus causas principales la presencia silenciosa de bloqueos considerables al avan-
ce de la participación.
Este trabajo procura aportar a la reflexión abierta —que es imprescindible llevar
a cabo en la región hoy— para ayudar a que las promesas de la participación comu-
nitaria puedan hacerse realidad en beneficio de los amplios sectores desfavorecidos.
Para ello plantea una serie de tesis sobre aspectos claves del tema. Tratan de poner
en foco en qué consiste la nueva legitimidad de la participación, resaltar cómo for-
ma parte de un movimiento más general de replanteo de ella en la gerencia de avan-
zada, identificar algunas de las principales resistencias subterráneas a la participa-
ción y sugerir estrategias para encararlas.
El objetivo de fondo no es exhaustivizar ninguno de los temas planteados, si-
no ayudar a construir una agenda de discusión históricamente actualizada sobre
la materia y estimular su análisis colectivo.
Cuadro 1
Efectividad según los niveles de participación de la comunidad
en proyectos rurales de agua
Fuente: Deepa Narayan. The contribution of People´s Participation: 121 Rural Water Supply Projects. World Bank, 1994.
Por otra parte, señalan los investigadores, la participación fue un factor fun-
damental de empoderamiento de la comunidad. Influyó fuertemente en:
Los resultados indican que la participación no debe limitarse a algunas etapas del
proyecto. La efectividad aumenta cuando está presente en todo el ciclo del proyec-
to. Por ello, los serios problemas que encuentran los proyectos de agua que son di-
señados sin saber la opinión de los beneficiarios y en los que se espera después que
la comunidad no consultada se hará responsable por su operación y mantenimiento.
El cambio en la aplicación de la participación generó variaciones sustancia-
les a lo largo de la vida de los proyectos. Entre otros casos examinados, en su fa-
se 1 el proyecto del Aguthi Bank en Kenya fue conducido sin la participación de
la comunidad. Estuvo plagado de problemas, demoras en la construcción, sobre-
costos y desacuerdo sobre los métodos de pago de los consumidores y tuvo que
paralizarse. Fue rediseñado y los líderes locales se autoorganizaron en el Aguthi
Water Committee. Mediante su labor con el equipo del proyecto movilizaron el
apoyo de la comunidad. Ella comenzó a contribuir con trabajo y aportes econó-
micos. Desarrollada de ese modo, la fase 2 se completó en tiempo y dentro del
presupuesto fijado. La comunidad paga las tarifas mensuales acordadas por el
servicio y el mantenimiento del sistema, y cogestiona ambos con el gobierno. En
Timor, Indonesia, el programa Wanita, Air Dan Sanitasi se propuso ayudar a que
sectores de la comunidad fundaran y administraran su propio sistema de agua. Se
formaron grupos, pero los equipos gubernamentales demoraban en llegar por lo
que aquéllos incrementaron su participación y comenzaron a operar solos. Nego-
ciaron derechos de agua con un grupo vecino, consiguieron material de construc-
ción y construyeron tanques de agua con una limitada asistencia técnica.
La opción por la participación en lugar de otras modalidades posibles se con-
sidera, asimismo, la causa determinante del éxito en el Proyecto de Agua Rural
do término, en todos los casos ha habido un respeto por aspectos como la histo-
ria, cultura e idiosincrasia de la población. No se “impusieron“ formas de parti-
cipación de laboratorio, sino que se intentó construir modalidades que fueran co-
herentes con esos aspectos. En tercer término, todas estas experiencias, que son
de largo aliento, tuvieron como un marco subyacente un proyecto en términos de
valores, de perfil de sociedad por lograr, de formas de convivencia diaria por las
que se estaba optando.
¿Por qué la participación da resultados superiores? Ese es el objetivo de aná-
lisis de la siguiente tesis del trabajo.
usualmente cinco o seis años— es posible que no sigan dando beneficios signi-
ficativos a los países receptores.”
Tampoco la meta de equidad es de obtención lineal. No basta con tener la in-
tención de asignar recursos a través de los proyectos a grupos desfavorecidos. Si
los modelos organizacionales empleados presentan características que sólo per-
miten el acceso real a esos recursos a sectores de determinados niveles de califi-
cación y capacitación previa, los programas pueden ser cooptados por dichos
sectores. Es frecuente el caso de programas para pobres, cuyas complejidades ad-
ministrativas de acceso llevan a que grupos de clase media se conviertan en sus
principales beneficiarios.
Las dificultades reseñadas y otras identificables indican que debe haber una
estrecha coherencia entre las metas de eficiencia, equidad y sostenibilidad y el
“estilo organizacional” empleado. Es ésa la base práctica de la que surgen las
ventajas comparativas de los modelos participativos genuinos. Sus rasgos estruc-
turales son los más acordes con el logro combinado de las “suprametas.”
En cada una de las etapas usuales de los programas: diseño, gestión, monito-
reo, control, evaluación, la participación comunitaria añade “plus” prácticos y li-
mita los riesgos usuales.
En la elaboración del programa social, la comunidad puede ser la fuente más
precisa de detección de necesidades relevantes y de en priorización. Es quien más
conocimiento cierto tiene sobre sus déficits y la urgencia relativa de éstos. Asimis-
mo, puede hacer aportes decisivos sobre múltiples aspectos requeridos para un di-
seño exitoso, como las dificultades que pueden encontrarse en el plano cultural y a
su vez las “oportunidades” que pueden derivar de la cultura local.
Su integración a la gestión del programa logrará diversos efectos en términos
de efectividad organizacional. Puede poner en movimiento la generación de
ideas innovativas. Permitirá rescatar en favor del proyecto elementos de las tra-
diciones y la sabiduría acumulada por la comunidad que pueden ser aportes va-
liosos. Asegurará bases para una “gerencia adaptativa.” La experiencia de los
programas sociales demuestra que ése es el tipo de gerencia más acorde. Conti-
nuamente se presentan situaciones nuevas, en muchos casos inesperadas y se ne-
cesitan respuestas gerenciales sobre la marcha. En gerencia adaptativa, el mo-
mento del diseño y el de la acción deben acercarse al máximo. Para lograr resul-
tados efectivos de la acción, el diseño debe reajustarse continuamente sobre la
base de los emergentes. La comunidad puede posibilitar la gestión adaptativa su-
ministrando en tiempo real continuos “feed backs” sobre qué está sucediendo en
la realidad, e incluso agregando constantemente información que puede ayudar a
evitar situaciones luego difíciles de manejar.
1
El autor analiza detalladamente el tema en su obra El pensamiento organizativo: de los dogmas a un nuevo paradigma
gerencial (13ª edic., Editorial Norma, 1994).
Sus contextos son ahora, como se dice en gestión estratégica, “un mundo de en-
trometidos” donde variables intrusas de todo orden aparecen sorpresivamente, e
influyen. Asimismo, el tiempo ha mutado sus características. En gerencia tradi-
cional se entrenaba para proyectar las realidades pasadas y para tomar decisiones
sobre la base de esas proyecciones. Se extrapolaban cifras presupuestarias, par-
ticipaciones en el mercado, etcétera. Actualmente, en una época donde las tasas
de cambio de la realidad son ultraaceleradas, el pasado puede ser una guía enga-
ñosa. El presente difiere radicalmente del pasado. A su vez, el futuro no se halla
a gran distancia, como sucedía antes. El presente se transforma muy velozmen-
te, convirtiéndose rápidamente en futuro. Las fronteras entre ambos son cada vez
más cercanas. La gerencia no puede apoyarse en la proyección del pasado, ni en
cuidadosas planificaciones de mediano y largo plazo. Tiene que ser fuertemente
adaptativa y tener gran capacidad para innovar.
El medio sumariamente descripto exige otro tipo de diseños organizacionales,
de estilos gerenciales y de habilidades en sus miembros. Las organizaciones que
han conseguido desenvolverlos están a la vanguardia en logros en diversos cam-
pos. La imagen ideal de la organización mutó. No es más la de rigurosamente or-
denada: la necesidad pasa por la creación de “organizaciones inteligentes”, con
capacidad para tener una relación estrecha con el contexto, entender las “señales
de la realidad” y actuar en consecuencia. Para ello deben ser necesariamente “or-
ganizaciones que aprenden.” Entre sus capacidades esenciales estará la de saber
“gerenciar conocimiento.” Este tipo de organizaciones no son viables sin un per-
sonal comprometido. La inteligencia, el aprendizaje, la administración del cono-
cimiento y la innovación no se hallan al alcance de una persona por mayores que
sean sus calidades. Sólo pueden ser generadas desde el conjunto del personal, a
través de equipos de trabajo. Peter Drucker (1993) plantea agudamente: “El líder
del pasado era una persona que sabía cómo ordenar. El del futuro tiene que saber
cómo preguntar.” Necesita imprescindiblemente de los otros. Como resalta
Goldsmith (1996), entre las habilidades de los ejecutivos exitosos se hallan aho-
ra las de escuchar, hacer “feed back” continuo, no caer en el usual sesgo de las
estructuras jerárquicas tradicionales de “matar” al que dice la verdad sino, por el
contrario, estimularla, reflexionar.
El modelo deseado para el siglo XXI es el de organizaciones inteligentes, que
aprenden, adaptativas, innovadoras. En la búsqueda de caminos para construir-
las, gerentes, expertos e investigadores llegaron permanentemente en los últimos
años a la participación. Estudios pioneros como los de Tannenbaun (1974) ya
arrojaban evidencias al respecto. Después de analizar empresas jerárquicas y par-
ticipativas en diversos países se observaron significativas correlaciones entre al-
Por otra parte, se aspira hoy a una alta tasa de innovación. Sin ella no hay en
los mercados actuales competitividad. Las investigaciones demuestran que la ta-
sa de innovación es mayor en los trabajos en equipos interdepartamentales, lo
que significa estructuras horizontalizadas. También indican en forma consisten-
A. El eficientismo cortoplacista
B. El reduccionismo economicista
Otra línea de razonamiento coherente con la anterior percibe todo el tema del di-
seño y ejecución de programas sociales desde categorías de análisis puramente eco-
nómicas. Las relaciones que importan son de costo/beneficio medido en términos
económicos. Los actores se hallarían motivados por cálculos microeconómicos pu-
ros y persiguen básicamente la maximización de su interés personal. Lograr que
produzcan sería un tema de meros “incentivos materiales”. Las evaluaciones desde
este enfoque sólo perciben los productos medibles con unidades económicas. Mu-
chos de los aspectos de la participación comunitaria no ingresan, por tanto, en este
marco de ubicación frente a la realidad. Ella genera productos como el ascenso de
la autoestima y la confianza en las fuerzas de la comunidad que escapan a este ra-
zonamiento. Las motivaciones a las que apela como responsabilidad colectiva, vi-
sión compartida y valores de solidaridad no tienen que ver con los incentivos eco-
nomicistas. Las evaluaciones no toman en cuenta los avances en aspectos como co-
hesión social, clima de confianza y grado de organización.
Al desconocer todos estos factores, el economicismo priva a la participación
de “legitimidad.” Es una especie de ejercicio de personas poco prácticas o soña-
doras sin conexión con la realidad. Sin embargo, los hechos indican lo contrario.
Los factores excluidos forman parte central de la naturaleza misma del ser huma-
no. Cuando se niegan, hay sensación de opresión y las personas se resisten a
aportar mediante múltiples estrategias. Cuando facilitan, en cambio, dichos fac-
tores, pueden ser un motor poderoso de productividad.
Amartya Sen (1987) realiza sugerentes anotaciones sobre los errores que im-
plica el economicismo. Señala: “La exclusión de todas las motivaciones y valo-
raciones diferentes de las extremadamente estrechas del interés personal es difí-
ganar apoyos temporarios. Luego las realidades son muy pobres en participación
real. Incluso sistemáticamente en los intentos manipulatorios se trata de relegar a los
conductores auténticos de la comunidad y de impedir que surjan líderes genui-
nos. Se procura, asimismo, crear “líderes a dedo” que puedan ser, en definitiva,
un punto de apoyo para el proyecto manipulatorio. Cuando la comunidad percibe
las intenciones reales, se produce un enorme efecto de frustración. Las conse-
cuencias son graves. No sólo la comunidad resistiéndose dejará de participar y la
experiencia fracasará, sino que habrá quedado fuertemente predispuesta en con-
tra de cualquier intento posterior, aun cuando sea genuino.
A veces ella no existe. El proyecto que se está llevando a cabo está ligado a cier-
tos fines de algunos sectores y dar participación real podría obstaculizarlo. En otras
ocasiones, el cálculo es que disminuiría el poder que tendrían las autoridades.
Sin embargo, con participación los efectos podrían ser muy diferentes. En al-
ta gerencia el llamado de investigadores como John Kotter, de la universidad de
Harvard, a organizaciones empresariales más abiertas a la influencia de sus inte-
grantes despertó inicialmente muy fuertes resistencias en el liderazgo empresarial
tradicional. Pero después de años de lanzado, el autor indica que la experiencia
real fue en sentido opuesto. Quienes compartieron el poder organizacional, actuali-
zaron de ese modo en aspectos clave su organización, incrementaron la innova-
tividad y la productividad y aumentaron entonces su “poder total disponible”.
Quienes se encerraron y no aceptaron compartir fueron los dueños absolutos de
organizaciones cada vez menos competitivas, por lo tanto de un “poder total” en
reducción.
Experiencias como las de Porto Alegre y otras sugieren que procesos seme-
jantes se dan en el campo de la participación comunitaria. Las autoridades muni-
cipales que desarrollaron en Porto Alegre un proyecto genuinamente participati-
vo recibieron un apoyo creciente y cada vez más generalizado de toda la pobla-
ción, que percibió que toda la ciudad mejoraba. Sus bases reales de poder no dis-
minuyeron por compartirlo, sino que aumentaron y fueron reelectas en varias
oportunidades.
¿Cómo enfrentar las importantes resistencias y obstáculos a la participación
reseñados y otros agregables?
elección cada tantos años de las autoridades máximas— y ejerza una influencia
real constante sobre la gestión de los asuntos públicos. Se están desarrollando po-
sitivos y crecientes procesos de fortalecimiento de la sociedad civil. Aumenta a
diario el número de organizaciones de base, mejora su capacidad de acción, se
está enriqueciendo el tejido social.
Todo este medioambiente en cambio crea actitudes y percepciones culturales
que ven la participación de la comunidad como una de las vías principales para
activar la democracia en los hechos concretos.
Junto a ello, las urgencias sociales latinoamericanas son extensas y profundas.
La región presenta amplios sectores de la población sin agua potable y sin instala-
ciones sanitarias mínimas. Tiene una elevada cantidad de población desnutrida, lo
que va a significar severas consecuencias. Se ha estimado así que una tercera parte
de los niños de Centroamérica menores de 5 años presentan una talla inferior a la
que debieran. La deserción escolar en primaria es muy elevada. Por otra parte, la
repetición es del 50% en el primer grado y de 30% en cada uno de los grados pos-
teriores. Ello produce, según indica Puryear (1998), que un niño de la región pro-
medio permanece siete años en la escuela primaria y completa en ellos sólo cuatro
grados. Las tasas de desocupación abierta son muy elevadas y las de desocupación
juvenil aún mayores. Ha crecido aceleradamente la violencia urbana.
La unidad familiar está agobiada por el peso de la pobreza y se destruyen nu-
merosas familias.
Encarar los difíciles problemas señalados requerirá políticas públicas renovadas,
donde asoma la necesidad de concebir diseños de doctrinas que articulen estrecha-
mente lo económico y lo social y dar alta prioridad a agresivas políticas sociales.
La instrumentación de nuevos procedimientos y programas requiere imaginación
gerencial. Se necesitan modelos no tradicionales de mayor efectividad. Allí la
participación comunitaria, como se ilustró en las secciones previas del trabajo,
da resultados y tiene ventajas comparativas.
Éstas y otras demandas y fuerzas pro participación deben ser movilizadas para
afrontar las resistencias y obstáculos. Se requiere para tal fin diseñar y poner en
práctica políticas y estrategias apropiadas para dar la “pelea por la participación.”
Entre ellas:
Estudios de este orden y muchos otros necesarios, como los relativos a las di-
versas modalidades organizacionales existentes en participación, sus ventajas y
limitaciones, pueden contribuir a crear un fondo de conocimientos al respecto
que fortalecerá la acción concreta.
para el desarrollo de innovaciones en todas sus etapas, que luego pueden ser
aprovechadas colectivamente. Pero se requiere para ello, como en otros
campos, políticas de apoyo a la realización de experiencias innovativas.
Así, por ejemplo en el gobierno del Canadá, el Premio 1991 a la Adminis-
tración innovativa en el área pública fue dedicado al tema “Participación:
empleados, gerentes, organizaciones.” La existencia de un premio de esta
índole motivó 68 presentaciones de experiencias de todos los niveles
del gobierno canadiense. Las enseñanzas derivadas han dado lugar a múl-
tiples análisis, que a su vez están retroalimentando a otras experiencias y
proyectos.
d. Es necesario forjar una gran alianza estratégica en torno de la participa-
ción. Diversos actores sociales tienen alto interés en su avance. Normal-
mente, sus esfuerzos son aislados. Su articulación en niveles sectoriales y
nacionales puede dar fuerza renovada a la acción. Entre ellos aparecen ac-
tores como los municipios, las organizaciones no gubernamentales, uni-
versidades, asociaciones vecinales, comunidades religiosas que trabajan
en el campo social, diversos organismos internacionales y, desde ya, las
comunidades desfavorecidas.
El trabajo conjunto de éstos y otros sectores para impulsar la participa-
ción, proteger experiencias en marcha, buscar el compromiso de sectores
cada vez más amplios, obtener recursos en su apoyo, fortalecer la investi-
gación y otros planos de acción puede mejorar significativamente las con-
diciones para su aplicabilidad.
e. Un punto central por encarar, que puede ser uno de los ejes de trabajo de
la alianza estratégica, es la generación de conciencia pública respecto de
las ventajas de la participación. Es necesario procurar que el tema tras-
cienda la discusión de los especialistas y se convierta en una cuestión de
la agenda pública, dadas sus implicancias de todo orden. Se requiere una
tarea intensiva con medios masivos de comunicación sobre la materia.
Asimismo nutrir la discusión con información detallada sobre todos los
aspectos: potencial, dificultades esperables, experiencias internacionales,
enseñanzas de las pruebas realizadas y en marcha. Dada la genuinidad de
la propuesta de la participación, una opinión pública informada al respec-
to puede ser un activo factor en su favor.
Cuarta Parte
Propuestas para una
economía orientada por la ética
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 178
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 179
dría titular “Hacia una nueva visión de cómo tratar de mejorar la vida cotidiana
de la gente”, tan torturada y castigada por lo que ha sucedido en este país.
Desarrollaremos el tema en varias etapas sucesivas. En primer lugar, se pre-
sentará un cuadro de dónde está la Argentina en materia de situación social.
En segundo lugar, se acercará la discusión internacional sobre el rol de la políti-
ca social. Muchas veces hay debates en la Argentina que son como que se estuvie-
ra inventando realmente la rueda completa. Es interesante saber qué se discute so-
bre política social en el nivel internacional, no para copiar sino para tener referen-
cia de qué está sucediendo; hay tendencias nuevas muy importantes en el mundo.
En tercer término, trataremos de poner a foco falacias usuales en el debate ar-
gentino sobre la política social. El tipo de debate que ha habido en la última década
ha estado fuertemente contaminado por ciertas falacias. Falacias significa razona-
mientos falsos, antinomias no existentes, la tendencia hacia parcializar, sectarizar to-
talmente el razonamiento. Esto es muy importante en un sistema democrático, por-
que en él, el debate colectivo finalmente tiene impacto en los hechos. Hay algunas
investigaciones recientes en el nivel mundial, muy terminantes sobre eso; incluso
discusiones que no tienen impacto inmediato, pueden influir con posterioridad en
los hechos. Los hechos están ligados a lo que las sociedades piensan sobre la reali-
dad. Por ello parece muy relevante poner en foco el tema de las falacias.
En cuarto lugar mostraremos algunos ejes de una propuesta alternativa. La in-
tención no es sólo presentar datos críticos e identificar razonamientos distorsio-
nados como las falacias, sino sobre todo el afán constructivo de aportar propues-
tas renovadoras.
Finalmente se explicará por qué hay esperanza y por qué es posible superar la
pobreza en la Argentina. Se reseñarán algunas condiciones de viabilidad nacionales
e internacionales que permiten pensar que la sociedad argentina puede enfrentar es-
te desafío, uno de los mayores que ha tenido en toda su existencia histórica.
Cuadro 1
Evolución de la polarización social en la Argentina
Diferencias entre el 10% de mayores ingresos y el 10% de menores ingresos
1986 12 veces
1993 18 veces
1995 22 veces
1998 24 veces
2000 26 veces
2001 28,7 veces
Frente al panorama crítico descripto, ¿cuál debe ser el rol de la política social?
En la Argentina, la discusión sobre este tema ha dejado mucho que desear y
hace falta mejorar la calidad del debate de la sociedad al respecto. La política so-
cial es vista como un tema casi menor, y la discusión está contaminada por fuer-
tes prejuicios hacia ella.
neros. Está basado, como todo el modelo nórdico, en una elevadísima inversión
en la gente y en muy bajos niveles de desigualdad.
Son estructuras sociales que producen crecimiento con equidad y realizan un
trabajo sistemático en el cultivo de los valores éticos.
Hemos revisado la trascendencia de la política social como eje del crecimien-
to económico y su papel fundamental como protección de los derechos básicos
del ciudadano. Examinaremos algunas falacias usuales en el debate argentino.
Son mensajes que han sido absorbidos por amplios sectores de opinión y los han
llevado a razonar erróneamente. Si no se avanza en la superación de esos men-
sajes, resultará difícil armar una política social que realmente logre los resulta-
dos deseados por la comunidad.
Una disgresión sobre algo que muchas veces se omite mencionar. El Grameen
Bank es el banco más exitoso del mundo: tiene 98% de retorno sobre los crédi-
tos que ha prestado. Es propiedad de los varios millones de campesinos pobres a
los que Mohamed Yunus empezó prestando montos mínimos, para que pudieran
comprar abonos, o una vaca y está siendo replicado actualmente en numerosos
países del mundo. Incluso, varios estados de los Estados Unidos han pedido la
ayuda del Grameen Bank para establecer estructuras, de microcrédito en gran es-
cala para los pobres. Lo que no se dice normalmente es que la gran mayoría de
los prestatarios de los créditos son mujeres. Ellas son muy buenas pagadoras. El
papel de la mujer en la lucha contra la pobreza y hay muchas otras investigacio-
nes al respecto, es totalmente diferente de los estereotipos usuales. Son mucho
más exitosas en la administración de bienes escasos y más eficientes coordina-
doras de unidades comunitarias de producción, en zonas pobres. En Paraguay
hay una serie de investigaciones y experiencias recientes en comunidades cam-
pesinas pobres que lo corroboran (Molina, 2003).
Una tercera falacia es la que opone estado y sociedad civil. Pareciera que el
tema social es del presidente del país, o de Cáritas, que hay que optar en una di-
rección o en otra.
En las sociedades más exitosas del mundo, hay un equipo Estado más socie-
dad civil. Hay altísimos niveles de articulación actualmente.
El rol de las políticas públicas es claro. El Estado es responsable en una so-
ciedad democrática de garantizar a todos los ciudadanos el derecho a alimentar-
se, a salud, a educación, a oportunidades de trabajo. En Europa occidental ese de-
recho está legislado: si una persona gana menos del sueldo necesario para vivir,
desde Portugal hasta Noruega, el Estado acude inmediatamente a restablecer el
equilibrio. No hay discusión al respecto, es un derecho de la ciudadanía. Las po-
líticas públicas tienen una responsabilidad central. Pero la sociedad civil, a tra-
vés de expresiones como el voluntariado la responsabilidad social empresarial,
tiene un rol fundamental que en nuestras sociedades está desvalorizado. Se ve en
ellas a los voluntarios como un fenómeno de algunos quijotes aislados o de amas
de casa con tiempo que se reúnen porque no tienen mejor actividad que hacer. Es
un error grave. El voluntariado es actualmente productor en los países desarro-
llados del 5% al 10% del Producto Bruto Nacional. Las organizaciones de base
voluntaria ayudan a muchísimos sectores de la población con todo tipo de moda-
lidades. Hay una complementación creciente entre las políticas públicas y dichas
organizaciones. Las primeras utilizan cada vez más activamente a las segundas,
por las muchas ventajas que ellas tienen. Así, entre otros aspectos, el voluntaria-
do significa muchas cosas en una sociedad significa poner en el centro de la me-
sa el principio de la solidaridad. Las organizaciones voluntarias y las fundacio-
nes empresariales buscan a su vez la articulación estrecha con las políticas públi-
cas para poder potenciar su propio esfuerzo.
Otra falacia es considerar a los pobres como un objeto y no un sujeto (los tí-
picos programas para los pobres). Los éxitos mayores en política social no son
los programas para los pobres, sino son los que creen en los pobres y los dotan
de cierto poder.
Los pobres pueden no tener nada desde el punto de vista material, pero en
América Latina tienen normalmente un inmenso capital social. Vienen en diver-
sos casos de civilizaciones milenarias y tienen valores, niveles de conciencia co-
munitaria, cultura, tradiciones, que si se potencian, y se les da oportunidad, pue-
den producir resultados asombrosos.
Cuando se pasa de la falacia de ver a los pobres solamente como objetos y se
encara seriamente el tema de la participación comunitaria a la vez que no se su-
bestima a la población pobre, se respeta su cultura y se hace lo que hoy recomien-
dan nuevos estudios —invertir en capacitación de los líderes de las organizacio-
nes pobres— es posible obtener desarrollos potentes.
Algunas conclusiones finales apoyadas en los puntos anteriores sobre por qué se
puede superar la pobreza que hoy agobia a buena parte de la población del país: en
primer lugar, desde ya que ello no es un desafío para una organización o una per-
sona. Debe ser una empresa colectiva o no será factible.
Hay ciertas condiciones de viabilidad para poder pensar de manera esperan-
zadora a pesar de los datos críticos referidos.
Soplan vientos nuevos en el planeta en la discusión mundial sobre los temas
sociales que pueden favorecer los planteos argentinos y del mundo en desarrollo.
Son inspiradores llamamientos cercanos del papa Juan Pablo II.
El Papa afirma (2000): “es necesaria una nueva y más profunda reflexión so-
bre la naturaleza de la economía y su propósito.” Propone que la economía esté
regulada por la ética, que la globalización se halle gobernada por un código ético.
En la Argentina y en América Latina casi se ha perdido la capacidad de relacio-
nar ética con economía. Se presentan en la visión económica ortodoxa como dos
mundos absolutamente diferenciados. Recuperar sus vínculos es volver al espíritu
de la Biblia donde la ética preside las actividades humanas incluyendo la econo-
mía. Al mismo tiempo, es retornar a los inicios de la ciencia económica donde es-
tuvieron estrechamente vinculados. Así por ejemplo, Adam Smith, uno de los pa-
dres de la economía, se preocupó activamente de la relación entre la ética y la eco-
nomía y del peso de los valores éticos en el comportamiento económico.
El Papa dice (2000): “invito a los economistas y profesionales financieros, así
como a los líderes políticos, a reconocer la urgencia de asegurar que las prácti-
cas económicas y las políticas vinculadas tengan como su meta el bien de cada
persona y de la totalidad de la persona.”
La concepción del Papa es el bien de cada persona y de la integridad de la
persona, no son estas concepciones que nos recortan totalmente como consumi-
dores, clientes, usuarios, “pedacitos de.”
Y finalmente el Papa propone (1999) y su propuesta es muy clara: “Impulsar
una nueva cultura de solidaridad internacional y cooperación donde todos, parti-
cularmente las naciones ricas y el sector privado, acepten responsabilidades por
un modelo económico que sirva a todos.” Su modelo económico es un modelo
que “sirva a todos”, que incluya a todos.
Hay un enorme movimiento mundial en esta misma dirección, en volver a
vincular ética con economía, que tiene manifestaciones de todo orden y que ha
estado en primera fila en luchas como las patentes médicas y el sida, la condo-
nación de la deuda externa de los países más pobres y la apertura real de los mer-
cados de los países ricos a los productos de los países en desarrollo.
La opinión pública en los países desarrollados no está distante de América
Latina en estos temas. Dos encuestas recientes lo indican. Una, que hizo la OCDE
(2003), que reúne a los 22 países más desarrollados del mundo, preguntó a sus
ciudadanos qué piensan sobre el nivel de ayuda que los países del club de la OCDE,
están dando a los países en desarrollo. La mayor parte de la opinión pública de
los países desarrollados contestó que debía ser mayor.
Otra encuesta del Banco Mundial (2003) entrevistó a 6.000 líderes mundiales
de todos los continentes sobre las relaciones entre pobreza y paz. La gran mayo-
ría dijo que no va a haber paz si no se erradica la pobreza. Claramente vinculó
como causa estructural de los conflictos a las diversas formas de la pobreza. Em-
pieza a crecer el cuestionamiento a contradicciones esenciales de la actual eco-
nomía mundial. Entre ellas, un cálculo reciente de varios organismos dice que si
hace tres años se le hubiera condonado la deuda externa a los 20 países más pobres
y ese dinero se hubiera invertido en salud, hoy vivirían 21 millones de niños que
murieron por falta de atención. Otro análisis indica que el costo para los países
desarrollados de condonar la deuda de los 52 países más pobres del mundo sería
en 20 años, 4 dólares mensuales por habitante. Si se le consultara a la opinión pú-
blica de los países desarrollados al respecto, estaba muy claro según las encues-
tas referidas que la respuesta sería favorable.
Junto a estos nuevos vientos internacionales en Argentina, como en América
Latina, el avance de la democratización da una base de fuerte apoyo a políticas
públicas cercanas a las demandas de la gente. La democratización trae una fuerte
presión por una nueva agenda de prioridades donde la erradicación de la pobre-
za es central. Finalmente, otro factor que fundamenta las esperanzas es el poten-
cial ético que ha demostrado tener la sociedad argentina.
Se pregunta con gran frecuencia si el contrato social está roto en la Argenti-
na. El contrato social entró hasta hace poco tiempo en una etapa de resquebraja-
miento profundo.
La pérdida de credibilidad de los liderazgos fue muy importante. Pero se
mantuvo en plenitud el contrato ético, que está por debajo del contrato social.
Llamo contrato ético al sentido de la responsabilidad del uno por el otro, al sen-
timiento de que la solidaridad es un valor fundamental.
La Argentina registró en medio de esta crisis económica agudísima que lega-
ron las políticas aplicadas en la década de 1990 un récord de ascenso de perso-
nas que práctican la solidaridad. Según las encuestas Gallup, se duplicó en los úl-
timos años el número de personas que se integraron a organizaciones voluntarias
La sociedad americana sigue discutiendo activamente sobre las causas del caso
Enron. Sin llegar al fondo de ellas será difícil prevenir situaciones similares. En
Enron, la séptima empresa de la economía americana, su alta gerencia con la com-
plicidad de una de las más importantes empresas auditoras del mundo —Arthur
Andersen—, perpetró todo tipo de acciones delictivas. Hicieron perder sus ahorros
a millones de pequeños accionistas, robaron virtualmente sus fondos de pensiones
a los propios empleados de la empresa obligándolos a invertirlos en acciones de la
empresa que sabían estaban destinadas a perder todo valor, engañaron a clientes y
proveedores y casi destruyen la credibilidad de todo el sistema financiero vital pa-
ra la economía. Enron no fue un caso aislado. Se sucedieron otros similares en cor-
poraciones muy importantes como entre otras World Com, Tyccon y Health South
Corp. y hay ahora acusaciones de fiscales de varios estados a maniobras ilegales de
bancos de inversión, analistas de bolsa y fondos mutuales. La discusión es ¿qué es-
tá fallando? Los ejecutivos de Enron eran en muchos casos egresados de los mejo-
res Master en Business Administration (MBA) de los Estados Unidos, su educación
gerencial era impecable. Además no eran precisamente necesitados. Sus paquetes
remuneratorios los ubicaban entre los ejecutivos mejor pagados de los Estados
Unidos. Entonces ¿qué pasó? Evidentemente, había una falla ética de grandes pro-
porciones. No era sólo de individuos. En el reciente juicio del estado de California
contra uno de los responsables, que engañó sistemáticamente al Estado y le causó
graves daños en materia de abastecimiento de energía eléctrica para maximizar ga-
nancias, la abogada defensora dijo que su cliente reconocía todos los cargos, pero
que tenía un atenuante; había sido entrenado para eso por la compañía. La falla éti-
ca estaba en toda la cultura corporativa.
reclutadoras de personal sugieren que sería más efectivo aún pedir a los estudian-
tes servicios comunitarios como un requerimiento. El decano de la escuela de ge-
rencia del MIT, Sloan, Richard L. Schmalensee (2003), considera: “toda revisión
de las fallas de las corporaciones americanas debe incluir no sólo las codicias y
excesos de unos pocos ejecutivos de alto nivel, sino todas las vías en que esta-
mos entrenando gerentes corporativos” y propone entre otros aspectos un jura-
mento “hipocrático” del gerente. El decano del reputado Instituto de Empresas
de Madrid, Ángel Cabrera está proponiendo a sus pares una formula de juramento
que finaliza diciendo, “Si yo no violare este juramento, podré disfrutar de la vi-
da y de éxito. Seré respetado mientras viva y recordado con afecto después.” Ca-
brera dice que pronunciar ese juramento en acto masivo enfrente de sus familias
y sus compañeros hará sentir a los egresados que “tienen una responsabilidad.”
Ciertamente, los valores éticos deberían enseñarse desde los primeros esta-
dios educativos, en el ámbito familiar y la sociedad toda debería jerarquizarlos y
cultivarlos. Haberlo hecho así es parte de la explicación principal de por qué un
país como Finlandia es el líder mundial de la tabla de Transparencia Internacional,
no tiene corrupción y lo mismo sucede con el bloque de países nórdicos (Noruega,
Suecia, Dinamarca, Islandia). Sin embargo, la responsabilidad de las escuelas o
facultades donde se preparan gerentes es clave. Por otra parte, no se trata sola-
mente de enfatizar que no se debe caer en corrupción, sino más allá educar para
la responsabilidad social empresarial. Ese concepto se ha ido ampliando cada vez
más ante las exigencias de la sociedad civil en los países desarrollados y hoy impli-
ca que una empresa debe tener trato limpio con los consumidores, buen comporta-
miento con sus empleados, cuidar el medio ambiente, comportarse con toda co-
rrección en los países en desarrollo e involucrarse activamente en programas en
favor de la comunidad y de la ciudad donde opera. Estos comportamientos co-
mienzan a premiarse y castigarse por la sociedad y los consumidores. Hay un re-
clamo social en aumento por empresas más éticas.
América Latina tiene graves problemas en este campo. Junto a la conocida co-
rrupción en sectores públicos, son innumerables los casos de corrupción corporati-
va. La idea de responsabilidad social empresarial está en diversos países en un es-
tadio primario y atrasado. La universidad latinoamericana y particularmente las fa-
cultades donde se forman economistas, gerentes y otras profesiones clave para el
desarrollo tienen una gran responsabilidad al respecto. La gran discusión ética pen-
diente sobre la economía y la gerencia necesarias para nuestras sociedades debe re-
flejarse activamente en los currículos. No se trata de dictar una materia más que se
llame ética, para calmar la conciencia. La enseñanza de la ética debe transversali-
zarse. En cada área temática deben examinarse dilemas e implicancias éticas. Tam-
bién debe generarse una agenda de investigación sobre las dimensiones éticas de
las políticas económicas y de las prácticas gerenciales. Asimismo la universidad
debe hacer extensión activa sobre estos temas al medio. La cuestión no se resuel-
ve sólo con códigos de ética que después tengan cumplimiento limitado. La uni-
versidad debe estar a la cabeza de una acción colectiva de amplios alcances para
reforzar la formación y los valores éticos de profesionales cuyas decisiones pueden
influir tanto en la vida de sus pueblos. La Argentina, particularmentes debe actuar
con energía en este campo, dado el pasado inmediato de prácticas corruptas en di-
versos ámbitos organizacionales y el intento de casi legitimarlas ante la sociedad,
hoy combatir frontalmente por su nuevo presidente.
En las bases de nuestra civilización, en la Biblia, se halla el mensaje de que
la conducta de los seres humanos debe estar regida en todas sus instancias por la
ética. Se expresa en los Diez Mandamientos entregados por la Divinidad. Todo
indica que tienen más vigencia que nunca. En América Latina es imprescindible
afirmar los valores éticos como reglas de vida esenciales para el desarrollo, la de-
mocracia, la convivencia y la plenitud personal.
rior?, dos terceras partes contestaron que se hallaban en peores condiciones. Ese
sentimiento tan profundo de frustración está vinculado a esta contradicción.
Queremos acercarnos a este enigma recorriendo varias etapas. En primer lugar
reconstruiremos brevemente el listado de problemas que agobian la vida cotidiana.
En segundo lugar, vamos a tratar un tema poco abordado y que se debería ex-
plorar mucho. Cuando hay problemas importantes, los seres humanos por natu-
raleza tienen diferentes respuestas. Algunas respuestas son positivas, como en-
frentar los problemas y dar la pelea.
Pero también hay otra respuesta. Los seres humanos tienen una excepcional
capacidad de racionalizar, de inventar alguna razón por la que no tienen nada que
ver con lo que está sucediendo y no les corresponde hacer nada al respecto. Va-
mos a identificar cuatro coartadas que se utilizan en el discurso público y en la
discusión usual en América Latina para enfrentar el tema de la pobreza desde la
coartada, no desde la acción.
En tercer término, trataremos de asomar algunos elementos de juicio sobre las
causas del enigma latinoamericano. Por qué el sudeste asiático está donde está y
estos países, en cambio, en la situación de deterioro social presente.
Finalmente, procuraremos fundamentar por qué se debe tener esperanza. In-
tentaremos mostrar que es viable construir en la región una economía con rostro
humano; que hay muchísimos elementos como para poder pensar en levantarla y
que existen en el mundo economías con rostro humano y se están dando incluso
en América Latina, pasos interesantes en esa dirección.
La intención de fondo no es agotar estos densos temas sino mostrar que hay
una agenda distinta para pensarlos.
Porque los latinoamericanos están enojados, tan enojados que están transfor-
mando el mapa político de América Latina, están diciendo a través del sistema
democrático que quieren cambios muy profundos. El LatinBarómetro testifica
terminantemente que los latinoamericanos no quieren saber nada con algún tipo
de aventura autoritaria. Al mismo tiempo, que están profundamente desconten-
tos de cómo está funcionando el sistema democrático, rechazan cualquier otro
modelo que no sea la democracia.
En otras palabras, la protesta ha adquirido formas esperanzadoras. Los lati-
noamericanos están muy descontentos con lo que está pasando en los sistemas
Se acercaron diversos problemas que explican por qué la gente protesta en di-
ferentes formas en toda América Latina. Esa protesta tiene múltiples canalizacio-
nes. Enfocaremos sucintamente algunas coartadas con las que, con frecuencia,
ciertos sectores tratan de “racionalizar” los problemas en lugar de enfrentarlos y
buscarles solución. La primera coartada es convertir a la pobreza en un problema in-
dividual. Así se afirma que los niños están en la calle porque eligieron vivir de
ese modo, que la desnutrición infantil tiene que ver con la ignorancia y la falta
de cuidados de determinadas familias, o que los pobres son pobres porque son in-
dolentes, no les gusta trabajar, no tienen iniciativa. El razonamiento subyacente
es en todos los casos: “El problema de la pobreza es un problema de él. De su
biografía.” Cuando el 50% de la población es pobre en el continente o como
cuando en la Argentina el 60% de la población infantil está por debajo de la línea
de la pobreza, es muy difícil decir que la pobreza es una elección individual o es
un problema de falta de voluntad personal. Evidentemente, hay determinantes es-
tructurales que están bloqueando las oportunidades elementales de desarrollo.
La segunda coartada es decirle a la población pobre “Hay que tener pacien-
cia, es un estadio del desarrollo, una vez que los ajustes se hayan producido y lo-
gren sus efectos, el crecimiento se derramará y va a terminar con la pobreza.” Es-
ta coartada ha sido refutada por las realidades económico-sociales. Detrás de es-
ta coartada está la idea de que al haber crecimiento automáticamente se va a de-
rramar, va a sacar a los pobres de la pobreza. Las Naciones Unidas han estudia-
do numerosos países en sus informes de desarrollo humano. En ninguno de ellos
funcionó el “derrame.” No opera así la economía.
mano es la de rebelarse frente a cuadros como los descriptos. Eso está hoy en
riesgo por la coartada que promueve refugiarse en la insensibilidad.
Existe el gran riesgo de empezar a ver todo esto “como si lloviera”, como si
fuera parte de la naturaleza que los chicos vivieran en la calle, los ancianos men-
digasen y los nuevos pobres buscasen su sustento en la basura. No es parte de la
naturaleza, es parte de lo que ha sucedido en estas sociedades. Fueron las socie-
dades las que generaron realidades como éstas. Tienen causas muy concretas.
Entre las causas centrales de por qué estos países que estaban destinados al
éxito en los años sesenta tienen problemas sociales tan agudos están las que se
reseñan brevemente a continuación.
Con frecuencia se aplicaron políticas públicas rígidamente ortodoxas y estre-
chamente economicistas que produjeron los resultados que están a la vista. Hoy
ya no es una discusión ideológica, ahí están sus consecuencias. Buena parte de
la población empobrecida, la clase media destruida. Al mismo tiempo exacerba-
ron las desigualdades. Hay que buscar alternativas más integradas.
El papel de la desigualdad es central en lo que pasó en América Latina. No hay
futuro con grandes desigualdades. En Noruega, primer país del mundo en desarro-
llo humano, la distancia entre lo que gana el empresario privado y el operario es 3
a 1, en Corea es 8 a 1, en diferentes áreas geográficas de América Latina, supera el
100 a uno. Los impactos de ello son enormes. Es difícil crecer cuando se está de-
saprovechando el potencial del 50% de la población, excluida de un trabajo esta-
ble y productivo y relegada a estar fuera del mercado de consumo.
Otra causa es la desvalorización de las políticas públicas, esta idea de que se
puede sin el Estado, que el Estado es un desecho histórico. Hay un gurú de la alta
gerencia, un vigoroso pensador canadiense: Henry Mintzberg, de la universidad
de McGill quién reflexionando sobre la gerencia pública y la gerencia privada,
en el Harvard Business Review, (Mintzberg, 1996) señala con ironía que la idea
de que el mejor gobierno es el no gobierno “es el gran experimento de economis-
tas que nunca han tenido que gerenciar nada.” Creer que sin instrumentos de po-
lítica pública se pueden combatir los problemas centrales ha llevado en América
Latina a reducir indiscriminadamente la institucionalidad pública, desprestigiar
la función pública y casi desarticularla. Hay diversas instituciones internaciona-
les, entre ellas el Banco Mundial, que hoy señalan continuamente que ha habido
dos errores serios al respecto. Uno de ellos era creer que el Estado puede hacerlo
todo. Otro, el de las últimas décadas, es creer que sin un Estado eficiente puede
haber desarrollo sostenido.
Otras razones de los problemas creados han sido el relegamiento del capital
social, de la capacidad de acción de la sociedad civil y la falsa oposición entre
Estado y sociedad civil.
Otro factor ha sido el peso de la corrupción en diversas realidades. Estas cau-
sas se han abordado extensamente por una amplia literatura reciente1.
V. La salida
1
Entre otras obras, Joseph Stiglitz analiza los problemas prácticos causados por la aplicación de políticas ortodoxas en
El Malestar en la Globalización (Editorial Tarus, 2002) y Amartya Sen examina sus insuficiencias conceptuales en Teo-
rías del desarrollo a principios del siglo XXI (incluido en Louis Emerij, José Núñez del Arco, El desarrollo económico y
social en los umbrales del siglo XXI (BID,1998; puede leerse también en www.iadb.org/etica). El autor profundiza sobre
los factores incidentes en las dificultades de América Latina en Bernardo Kliksberg Hacia una economía con rostro hu-
mano” (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2002).
ducto Bruto en varios países desarrollados en bienes y servicios sociales. Están con-
centrados en las áreas donde se requiere solidaridad. El voluntariado puede ser un
instrumento muy potente cuando trabaja junto con la política pública.
Otra expresión del capital social movilizado es la responsabilidad social de la
empresa privada. En los países desarrollados hoy ésta es una cuention relevante,
hay una presión de la opinión pública muy intensa. El tema no es simplemente
de filantropía empresarial. Se está en un nivel mucho más avanzado, se habla del
concepto de “Ciudadanía Corporativa.” La empresa privada es un actor central
en la sociedad, tiene la capacidad de producir bienes y empleos que pueden ayu-
dar al conjunto de la economía, hay que facilitarle su acción. Pero tiene obliga-
ciones, responsabilidades, porque cumple un rol muy decisivo en la sociedad.
Entonces se le exige “Ciudadanía Corporativa”, que sea un buen ciudadano.
Un tercer gran componente del capital social es lo que hoy se llama el “em-
poderamiento de las comunidades pobres.” Ellos tienen un inmenso capital so-
cial y cultural. El autor compartió recientemente en Bolivia un panel con un lí-
der de Villa El Salvador del Perú, la experiencia social más premiada de Améri-
ca Latina. Como se ha referido anteriormente, son 350 mil pobres en su mayoría
provenientes de los Andes peruanos que lograron salir de la pobreza extrema, por
sus propios medios y llegar a una pobreza digna. Redujeron de manera abrupta
las tasas de mortalidad infantil y alcanzaron buenas tasas de escolaridad. Cons-
truyeron autogestionariamente un municipio entero: levantaron las escuelas, las
calles, las viviendas, los hospitales, las bibliotecas. Ganaron el Premio Príncipe
de Asturias, el premio mundial de la Unesco por sus avances en educación, el
premio de las Naciones Unidas como Ciudad Mensajera de la Paz. Su joven lí-
der, de ascendencia indígena, explicó al multitudinario auditorio de directivos
públicos, privados y académicos de toda América Latina que la cultura indígena
es la causa de que pudieran hacer todo lo que hicieron. Una cultura que valoriza
las pautas de solidaridad y de acción colectiva, heredera de las tradiciones de los
Andes peruanos. El líder decía: “Nos dicen pobres. Yo les pido por favor que no
nos llamen más pobres. ¿Cómo miden ustedes la pobreza? ¿Nosotros somos po-
bres en valores? ¡Qué vamos a ser pobres en valores! ¿Somos pobres en cultura?
¿Somos pobres en tradiciones de solidaridad? ¿Somos pobres en el concepto de
familia? ¿Somos pobres en el respeto a los ancianos? ¡Somos bien ricos! —afir-
mó— No corresponde que nos llamen pobres.”
El “empoderamiento” de las comunidades humildes de América Latina, el
darles oportunidades y favorecer su articulación, su organización, la educación
de sus líderes, puede producir efectos virtuosos de gran peso. Hay ejemplos muy
prácticos, desde Villa del Salvador a lo que esta sucediendo en el Ecuador, don-
de los más humildes, los indígenas dieron saltos sucesivos hacia adelante, en el
tiempo, se articularon, se organizaron y hoy tienen voz por primera vez en el es-
cenario político de su país.
Estos tres factores combinados: el voluntariado, la responsabilidad social de
la empresa privada y la articulación y “empoderamiento” de los pobres, son ca-
pital social en acción. El capital social articulado con las políticas públicas activas
que deben ser las responsables en primer lugar de la lucha contra la pobreza, con-
forman una combinación poderosa. Opera en los países muy avanzados. Pero no
sólo en ellos. En América Latina hay un pequeño país, muy modesto, Costa Rica,
con tres millones y medio de habitantes, pobre en recursos naturales, que no tiene
ni petróleo, ni gas, ni recursos de energía baratos, que ha logrado construir una
sociedad que tiene actualmente una muy elevada esperanza de vida, un sistema
de salud pública que protege al 98% de la población y un sistema de educación
que permite que casi todos los habitantes lleguen a niveles de escolaridad signi-
ficativos. ¿Cómo lo logra? Costa Rica tiene un Coeficiente Gini que es uno de
los mejores de América Latina, o sea, la desigualdad es muy pequeña. Asimismo,
combina un Estado que se ha hecho responsable y una sociedad civil movilizada. El
estado costarricense ha garantizado a la población el derecho a la educación y a
la salud. Ello forma parte de un pacto nacional. Su última evolución fue que modi-
ficaron la Constitución. Pero no para ver quien sacaba mayores ventajas políticas,
sino para incluir un artículo por el que ningún gobierno podrá gastar en educa-
ción menos del 6% del producto bruto nacional. América Latina gasta menos del
4,5% del producto bruto nacional, los países europeos del siete al ocho por ciento,
Corea, Israel y otros cerca del 10%. Costa Rica tiene un proyecto nacional donde la
educación y la salud son prioridades reales, un Estado que a pesar de las limita-
ciones de recursos se hace responsable por asegurar los derechos básicos y una
sociedad civil movilizada, articulada, fuertemente presente, muy participativa.
Esa combinación entre políticas públicas que se hacen responsables, que tratan
de obtener crecimiento económico y eficiencia económica pero al mismo tiempo
miran hacia la gente que es en definitiva la clave de un crecimiento económico
sostenido, que buscan preservar la igualdad, el acceso a oportunidades y una socie-
dad civil profundamente movilizada es la combinación que pude desencadenar
círculos virtuosos, la combinación base de una economía con rostro humano.
VI. Por qué es viable construir una economía con rostro humano
¿Es viable una economía con rostro humano? ¿Es viable en América Latina?
¿O es simplemente un ejercicio de buenos deseos? Creemos que es viable. Por lo
pronto, a los costarricenses no les fue mal dándole prioridad absoluta a gastar en
educación y salud. Hoy tienen una suerte de Silicon Valley. Algunas de las prin-
cipales empresas mundiales de tecnología de punta eligieron Costa Rica para es-
tablecerse porque tiene una población altamente escolarizada, paz social y esta-
bilidad política. En el LatinBarómetro, cuando se le pregunta a la gente su grado
de satisfacción con el funcionamiento del sistema democrático en Argentina, el
8% contesta que está satisfecho, en Costa Rica el 65%. No es gratuito, unas po-
líticas públicas responsables, una sociedad civil movilizada y altos niveles de
equidad generan esta respuesta.
Es viable construir una economía con rostro humano por varias razones, aun-
que ello desde ya es complejo y en cada realidad será diferente. Primera razón:
la gran esperanza es el proceso de democratización de América Latina que tiene
idas y vueltas, pero que va avanzando significativamente. En la medida en que
se descentralice el estado, que haya más transparencia, que haya control social de
la acción pública, que haya participación ciudadana en escala cada vez mayor,
que haya mejor genuinidad en los representantes de la ciudadanía en todos los ni-
veles, que la democracia sea no solamente votar una vez cada tantos años sino
que incluya diferentes formas de participación activa permanente, las políticas
públicas se van a acercar más a las reales necesidades de la población. Se van a
generar políticas públicas de mejor calidad.
El proceso de democratización en América Latina avanza a través de expre-
siones como la satisfacción en Costa Rica y el descontento profundo en Argentina
que llevó a un gobierno cuya vinculación estrecha con la prioridades de la pobla-
ción le está valiendo cifras récord de aprobación. Desarrollos semejantes hay en
otras realidades. Ellos son una condición de viabilidad muy importante que da
bases políticas a la construcción de una economía con rostro humano.
Segundo, se puede construir porque lo más básico el contrato ético entre los
ciudadanos está a salvo. El contrato social, el contrato entre los representantes y
la ciudadanía, está resquebrajado. Una de las razones centrales son los altos niveles
de desigualdad. La desigualdad es ilegitima, la gente tiene derecho a sentirse re-
sentida con el hecho de que se han cerrado las oportunidades, que existe mucha
movilidad social pero sólo descendente, en lugar de la movilidad social deseable.
Sin embargo, está a salvo el contrato ético, el contrato entre las personas en las
bases de la sociedad. En la Argentina, por ejemplo, en medio de los picos de po-
Bibliografía
Bibliografía / 213
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 214
Cagatay, Nilufer (2001). Trade, Gender and Poverty. UNDP, New York, octubre.
Carlin, John (2004). La presión de Leidy Tabares. El País semanal. Madrid. 25
de enero.
Center for disease, control and prevention (2002). Investigación comentada por
Helen Rimbelow “Study look at women marriage and divorce.” The Washington
Post, 25 de julio.
CEPAL (1997). La brecha de la equidad. Santiago de Chile.
Etzioni, Amitai (2002). “When it comes to ethics, B-Schools get an F”. The Washing-
ton Post, 4 de agosto.
Bibliografía / 215
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 216
Bibliografía / 217
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 218
Kaztman, Ruben (1992). ¿Por qué los hombres son tan irresponsables? Revista
de la CEPAL, No. 46, Abril.
Katzman, Ruben (1997). Marginalidad e integración social en el Uruguay. Revista
de la CEPAL, No.62, Agosto (LC/G.1969-P), pp. 93-119.
Kaztman, Ruben (1997). Marginalidad e integración social en Uruguay. Revista
de la CEPAL, Agosto.
Kawachi, I., B. Kennedy y K. Lochner (1997). “Long Live Community. Social
Capital as Public Health”. The American Prospect. (noviembre-diciembre),
pp. 56-59.
Kawachi, Ichiro y Bruce P. Kennedy (2002). The health of nations: why inequa-
lity is harmful to your health. The New Press, New York.
Kernagham, Kenneth (1994). “Facultamiento y Administración Pública: ¿Un avance
revolucionario o una tendencia pasajera?” Canadian Public Administration,
vol. 32, Nº 2.
Kliksberg, Bernardo (1998). Seis tesis no convencionales sobre participación.
Revista Instituciones y Desarrollo. Red de Gobernabilidad y Desarrollo Ins-
titucional. PNUD.
Knack, Stephan y Philip Keefer (1997). “Does social capital have an economic
payoff? A cross country investigation”. Quarterly Journal of Economics, no-
viembre. Vol. 112, No.4, pp. 1251-1288.
Kotter, John (1989). “¿Qué hacen los gerentes realmente eficaces?” Harvard Bu-
siness Review, noviembre-diciembre.
Bibliografía / 219
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 220
Página 12. Irina Hauser (10/1/03). Los cartoneros de Buenos Aires ayudan a un
comedor tucumano.
Peters, T. J. (1998). “Driving on chaos.” Knopf, New York.
Pogge, Tomas (2002). World poverty and human rights. Cambridge. Polito Press.
Portocarrero, Felipe y Armando Millan (2001) ¿Perú, país solidario? Centro de
Investigación de la universidad del Pacífico, Lima.
PREAL (2001). Partnership for educational revitalization in the Americas, Lagging
behind. Inter-American Dialogue, Washington, DC.
PREAL (2003). Deserción escolar. Un problema urgente que hay que abordar. En
Formas y Reformas de la educación, marzo.
Prigogine, Ilya (1998). Tan sólo una ilusión. Una exploración del caos al orden.
Tusquets Editores, Barcelona.
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (2001). Informe so-
bre Desarrollo Humano. New York.
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (1999). Informe so-
bre Desarrollo Humano. New York.
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (1993). “Informe so-
bre Desarrollo Humano.”
Projeto Fome Zero (2001). Uma proposta de política de segurança alimentaria.
Projeto Fome Zero, Instituto de Ciudadanía. Brasilia.
Puryear, Jeffrey (1998). “La educación en América Latina: Problemas y desafíos.”
Programa de Promoción de la Reforma Educativa en América Latina (PREAL),
Washington.
Putnam, Robert (1994). Making Democracy Work. Princeton NJ: Princeton Uni-
versity Press.
Putnam, Robert (1995). “Bowling alone: America’s declining social capital”.
Journal of Democracy. 6-1, enero. 65-78.
Bibliografía / 221
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 222
Bibliografía / 223
Mas etica & mas desarrollo 13/9/06 11:59 Página 224
Wall, E., G. Ferrazzi, y F. Schryer (1998). Getting the goods on social capital.
Rural Sociology, Vol. 63, No. 2, pp. 300-322.
Waton, Richard E. (1995). “From control to commitment in the workplace.” En
Kolb, Osland, Rubin, The organizational behavior. Prentice Hall.
Whitehead, Dafoe y B. Whitehead (1993) “Don Quayle was right”. The Atlantic
Monthly, New York, abril.
Wickrama K.A.S. y Charles L. Mulford (1996). “Political democracy, economic
development, disarticulation, and social well-being in developing countries”.
The Sociological Quarterly, pp. 375-390.
Wilpert, Bernhard (1984). “Participation in organizations: evidence from inter-
national comparative research”. International Science Journal, Vol. 36, Nº 2.
Wilson, J (1994). “Los valores familiares y el papel de la mujer”, Facetas, No 1,
Washington, DC.
Wolfensohn, James D. (1996). “El gasto social es clave”. Clarín, Buenos, 26 de
febrero.
World Health Organization (2002). Macroeconomics and health. Ginebra.