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La Misoginia,

ideología de las relaciones humanas


Una introducción
Daniel Cazés Menache*

Preliminar
Complejidad de la misoginia cotidiana
Las siguientes son algunas reflexiones que considero imprescindibles para comprender el
ambiente en el que se desarrollan la ciencia, la filosofía y la política. Ese ambiente es la
esfera ideológica y moral del medio histórico fluido en el que se plantean los grandes
problemas de las búsquedas científicas, se crean y sistematizan los conocimientos, se
elaboran y procesan las interpretaciones y el pensamiento, y las acciones son concebidas y
puestas en marcha.

Me refiero al complejo sistema de condiciones, situaciones y circunstancias siempre dadas


por sobrentendidas como algo tan natural que no exige siquiera que se piense en ellas, y que
se denomina misoginia.

Es el manto cultural, omnipresente e invisible o invisibilizado, que lo envuelve todo en las


relaciones sociales, en los móviles que las sustentan, en la predisposición con que sus sujetos
participan en ellas.

Lo primero que considero indispensable señalar, es que se trata del enfoque general básico y
de la motivación ideológica ineluctable (el sentido común) de las acciones humanas, que
conforman las circunstancias profundamente arraigadas en los vínculos cotidianos. Con tal
carácter, este enfoque está presente en cualquier proceso de elaboración intelectual, desde el
más simple hasta el más consistente. Se expresa tan directamente como es posible, pero sobre
todo a través de signos, señales y símbolos; en lo que se dice y en lo que no es necesario decir
tanto como en lo que debe decirse y en lo que es necesario no decir; en la cotidianidad
intangible y en los tiempos sacros de los rituales que rodean, validan, reproducen y actualizan
la hegemonía y los consensos sociales al dominio con sustento en los mitos básicos de todas
las sociedades, de todas las culturas de que tenemos noticia directa o indirecta.

Misoginia y enajenación
Para definir la misoginia
El término misoginia designa una conjugación inextricable de temor, rechazo y odio a las
mujeres. Hace referencia a todas las formas en que a ellas se asigna –sutil o brutalmente–
todo lo que se considera negativo y nocivo.

La misoginia, como concepción del mundo y como estructura determinante, génesis,


fundamento, motivación y justificación de la cotidianidad, está destinada a inferiorizar a las
mujeres. Por ello se liga de manera indisoluble a la convicción masculina universal, más
inconsciente e involuntaria que consciente y elaborada, de que ser hombre es lo mejor que
puede sucederle a las personas, y de que, por lo tanto y antes que nada, ser hombre es no ser
mujer.
*
Director del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, miembro
de su Programa de Investigaciones Feministas. La primera versión de este texto fue presentada en el encuentro
que tuvo el mismo nombre de este libro. Para la elaboración del texto, revisión y su complemento con citas y
referencias, conté con la valiosa colaboración de Haydeé García Bravo, a quien le expreso mi agradecimiento.
En esta concepción se inserta la conciencia actuante, la voluntad política de cada instante,
conforme a las cuales todo lo que no es realidad o atributo de los hombres (de cada hombre y
de todos los hombres) debe ser inferiorizado, deslegitimado, encubierto, estigmatizado,
ridiculizado y, si resulta conveniente, condenado y suprimido.

En este sentido, la categoría misoginia es pieza fundamental de la metodología filosófica,


cognoscitiva, ética y política formulada y desarrollada principalmente por mujeres durante la
última mitad del siglo XX, para abrir los senderos igualitarios posibles para el tercer milenio,
al que, entre otras cosas por ello, han denominado milenio feminista.

La misoginia, entendida como ambiente fundante de la cotidianidad humana y como


estructura básica del dominio masculino, es la marca más clara e indeleble de las relaciones
sociales y de las concepciones hegemónicas de la realidad. Conocemos enorme cantidad de
justificaciones científicas y de sobrentendidos doctos que acríticamente justifican y
fundamentan esas concepciones con la pretensión de dar carácter biológico, universal e
indiscutible al orden misógino.

A manera de ejemplo de la presencia irreflexiva de la misoginia en la ciencia, mencionaré lo


que hallé en mi última visita al llamado Museo del Hombre de París 1, antes de que se iniciara
su desmantelamiento para dar lugar a otra institución de corte igualmente colonial y racista.

En la sala introductoria, se exponía la prehistoria humana con recursos pedagógicos y


técnicos de calidad excepcional. El recorrido por un pasillo permitía observar la sucesión de
los dioramas a lo largo de una barandilla en cuyo pasamanos hueco había piedras de las eras
paleolíticas y hasta la neolítica, de manera que las representaciones didácticas se
ejemplificaban con piezas originales. Además, en varios monitores paralelos corrían videos
con reconstrucciones de sitios prehistóricos y de escenas supuestas por especialistas.

En las vitrinas se exponían cuevas en las que se encuentran diferentes fósiles relacionados
con cada industria lítica, que, en magistrales reconstrucciones, eran miniaturas de mujeres y
hombres que vivían según una pretendida división natural del trabajo: ellas, al interior o a la
entrada de las cavernas, limpiaban el espacio o hacían otras labores domésticas en torno al
fogón, los niños revolotean junto a ellas y los hombres se aprestaban para la cacería o la
recolección, o bien cazaban o recolectaban a cierta distancia.

Se trataba, pues, de una prehistoria a imagen y semejanza de nuestro patriarcado misógino


histórico: con esa concepción docta expuesta en lo que fue la institución antropológica más
prestigiosa del mundo, hay que rendirse a la evidencia científica de que siempre existió la
familia tal y como se la concibe oficialmente hoy en día.

En el primer piso del mismo museo había una exposición que conmemoraba la fecha en que
nació el ser humano (homme) número 6 mil millones en una localidad francesa. Era de hecho
una niña registrada ahí con toda la documentación administrativa y fotográfica que se
consideró pertinente.

1
En francés no se puede decir historia humana o derechos humanos, pues al menos en el uso, tanto popular como
docto, no existe lo humano, existe el hombre, por eso el Museo del Hombre, aunque lo pretendía, nunca fue
Museo de la Humanidad.

2
A la entrada de la exposición, cada visitante podía proporcionar sus datos personales y ser
ubicado conforme a su expectativa de vida, los límites temporales de su actividad
reproductiva y otros parámetros demográficos. Como una predicción de adivinos de feria,
pero proporcionada por la ciencia en un impreso de computadora.

Antes de emprender esa experiencia, cada visitante podía leer en un poster de enormes
dimensiones:

Hay en la Tierra 6 mil millones de hombres. Su primera característica consiste en que la


mitad son mujeres

Éste me parece el momento adecuado para recordar que en su obra más conocida, Simone de
Beauvoir2 llama la atención sobre las visiones científicas en que prevalecen concepciones
misóginas.

Simone reconoció las aportaciones del evolucionismo, pero criticó que sus teorías principales
se quedaran en el determinismo biológico. También ubicó sus reflexiones en el materialismo
histórico, pero señaló que en él sólo los hombres son sujetos de la historia: los amos y sus
esclavos oprimidos, los opresores feudales y sus siervos, los capitalistas explotadores y los
proletarios explotados, pero nunca las mujeres sujetas a lo que más tarde llamaríamos el
dominio de género. También apreció los aportes del psicoanálisis, pero consideró inaceptable
que para prácticamente todas sus tendencias la sexualidad femenina es definida por una
carencia3.

Concepciones consideradas científicas equivalentes a las citadas, tienen sus propias


manifestaciones en todas las disciplinas del conocimiento y del desarrollo tecnológico4.

Parte inseparable de este tipo de enfoques panópticos omnipresentes, es la certeza


incontestable de que sólo los hombres somos seres plenos y normales, mientras que a las
mujeres siempre les falta algo (el pene, la racionalidad, la capacidad de abstracción y de
imaginación creativa…), y de que tal carencia las hace no sólo incompletas y
fundamentalmente deficientes, sino además extrañas, anormales, dementes, diferentes: son
las otras, el otro universal5, y consecuentemente resultan naturalmente peligrosas.

2
De Beauvoir, Simone, Le deuxième sexe, Éditions Gallimard, Paris, (1949), 1976.
3
No puedo evitar referirme en este contexto a Zelig, el personaje camaleónico de Woody Allen, que al
mimetizarse con su psicoanalista afirma haber discutido con Freud su desacuerdo porque el primer psicoanalista
estaba seguro de que no son los hombres quienes sufren de envidia del pene.
4
Véanse por ejemplo los trabajos presentados en el I Encuentro Nacional de Ciencia, Tecnología y Género
(abril de 2003) y del V Congreso Iberoamericano de Ciencia, Tecnología y Género (febrero de 2004), ambos
realizados en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM.
5
"¿No habría una situación en la cual la alteridad fuese llevada por un ser a un título positivo, como esencia?
¿Cuál es la alteridad que no entra pura y simplemente en la oposición de las dos especies del mismo género?
Creo que lo contrario absolutamente contrario, cuya contrariedad no es afectada en absoluto por la relación que
puede establecerse entre él y su correlativo, la contrariedad que permite al término permanecer absolutamente
otro, es lo femenino. El sexo no es una diferencia específica cualquiera... La diferencia de los sexos tampoco es
una contradicción..; no es tampoco la dualidad de dos términos complementarios, porque dos términos
complementarios suponen un todo preexistente... La alteridad se cumple en lo femenino. Término del mismo
rango, pero en sentido opuesto a la conciencia". Lévinas, E. Le Temps et l'Autre, citado por Simone De
Beauvoir, op cit.
3
Entre las expresiones más burdas y frecuentes de la misoginia hallamos aquellas que dan por
ciertos, proclaman y difunden todos los defectos, los pecados y las lacras que se atribuyen a
todas las mujeres simplemente porque son mujeres. Son expresiones con las que, además, se
valida que se las sentencie a todas, como si fuera un solo ser 6, porque ninguna posee el total
de las virtudes que se considera que debieran tener sólo porque son mujeres.

La misoginia no es patrimonio exclusivo de los hombres. Es parte estructural del dominio


patriarcal del que somos portadores y expresión cultural viva y militante de todos los sujetos
de cada sociedad.

Las mujeres son, tanto como los hombres, agentes del patriarcado que las somete y las hace
seres humanos de segunda categoría; al igual que en los hombres, en ellas la misoginia es
interiorizada en el consenso individual a la hegemonía opresiva, como explicación de la
realidad y como código básico de las relaciones y las acciones sociales, desde las más nimias
e imperceptibles hasta las más complejas y formalizadas.

La misoginia es, en este sentido, deber ser individual y colectivo, público e íntimo, y deber
conformar seres en apego a creencias que ni se analizan ni se cuestionan y que de esa manera
integran la moral (doble o múltiple) y la moralidad vigentes en las relaciones de género7.

Se trata de un complejo y muy intrincado sistema de mandatos insalvables e inobjetables, de


razones más o menos bien formuladas, de moralejas y credos misceláneos, de afectividades
contradictorias e incluso caóticas, que funcionan al unísono como si fueran movidas por
mecanismos de relojería de alta tecnología.

Ese sistema ideológico es impuesto con el mismo peso a cada hombre y a cada mujer, aunque
de manera diferenciada según el género asignado y la experiencia individual de vida.

El hombre (los hombres): medida de todas las cosas


Quizá la síntesis más acertada de las concepciones misóginas, a la vez elementales,
primordiales y doctas, es el apotegma de Protágoras de Abdera, sofista agnóstico, heraclitiano
y moralizador, quien en el siglo IV ACA8 determinó que el hombre es la medida de todas las
cosas en su tiempo y en su espacio, “de las que son en cuanto son y de las que no son en
cuanto no son”9. Es pertinente considerar por extensión –tenida cuenta de la estructura
misógina de la sociedad en que vivieron su amistad y sus masculinidades compartidas
Protágoras, Pericles y Eurípides–, que el hombre es la medida de todas las mujeres, quienes,
como categoría de la misoginia, también son cosas10.
6
Amorós, Celia, Feminismo. Igualdad y diferencia, UNAM, México, 2001.
7
Cabe aclarar entre paréntesis que la moral y la moralidad se sustentan precisamente en creencias y prejuicios,
incluso en la fe; la ética se ubica en la dimensión de los códigos elaborados y pactados de la manera más
racional posible conforme a los valores jurídicos y ciudadanos adoptados en consensos explícitos.
8
Antes de la cuenta calendárica cristiana actual
9
Diccionario de Filosofía de Juan Ferrater Mora actualizado bajo la dirección de Josep-María Terricabras,
Ariel, Barcelona, 1994. El principio de Protágoras, llamado también homo mensura, que aparecía en su obra
perdida La verdad, es referido por Platón, Aristóteles, Diógenes Laercio y Sexto el Empírico.
10
Doy por descontado que hombre significa todos los hombres que han existido, que existen y que existirán, ya
que es aceptado que el término masculino singular incluye a todas las mujeres aunque mujer no tenga las
mismas propiedades semánticas. Me parece evidente que cuando se dice el hombre o los hombres nadie tiene en
mente a la mujer ni a las mujeres. Por ello, entre otras razones igualmente axiomáticas, carece de sentido
discutir si Protágoras usó la palabra ·anthropos (traducible como ser humano) o ·androu (hombre de sexo
masculino); además, ambos términos griegos provienen de la misma protorraíz griega antigua (indoeuropea)
4
Gran parte de lo que suele decirse de las mujeres en espacios masculinos o controlados por
hombres –la familia, la escuela, el púlpito y los espacios eclesiales, la calle, la taberna, los
llamados medios, la academia, los foros legislativos, judiciales y de gobierno–, es expresión
diversa, más o menos burda o refinada, de la misoginia vigente como estructura constitutiva
milenaria de nuestras concepciones y relaciones.

Cada vez se acepta con mayor claridad que la misoginia genera violencia, más aún, que es el
motor de la violencia. Es en sí misma violencia, no violencia simbólica11, sino –por decirlo
así– violencia violenta. Cuando se ejerce contra las mujeres, sujetas a la opresión de género12,
va desde el silencio hasta el asesinato pasando por los retruécanos sexistas (bromas, albures),
la alabanza cosificante por cumplir los más arbitrarios cánones de belleza y de bondad tanto
como de eficacia doméstica, y la galantería u otras formas inferiorizadoras de exaltación –
como el piropo y la caballerosidad13.

Enajenación masculina
La misoginia tiene también como manifestación la enajenación de los hombres. La condición
masculina y las prerrogativas de que gozamos en el patriarcado, originan y organizan nuestra
enajenación.

Defino esta categoría en varios planos complementarios desde los que es posible percibir las
dimensiones de la misoginia masculina:

a) Tenemos en primer lugar los privilegios de género prescritos como patrimonio exclusivo
de los hombres, que gozamos de ellos por el solo hecho de haber nacido hombres y de haber
sido asignados desde nuestro nacimiento al género dominante.

Tales prerrogativas y las ventajas que traen aparejadas, provienen de la expropiación (una
forma de enajenación) monopolizadora de los recursos creados por la humanidad, que desde

*KNT conforme a la reconstrucción de M. Swadesh. (Tras la huella lingüística de la prehistoria, Coord de


Humanidades-UNAM, México, 1987 y Estudios sobre lengua y cultura, ENAH, México, 1960).
11
Véase Bourdieu, P. "Reproduction interdite. La dimension symbolique de la domintaion économique", Etudes
rurales, 113-114, p. 15-36, 1989. Bourdieu, P. y Löic J.D. Wacquant, "La violencia simbólica", en Respuestas
por una antropología reflexiva, Grijalbo, México, 1995 y Bourdieu P. La dominación masculina, Anagrama,
Barcelona, 2000.
12
En las sociedades patriarcales pocas personas se salvan de ser oprimidas en algún sentido, es decir de sufrir
algún tipo de expropiación de sus posibilidades humanas, de discriminación o de exclusión para poder
desarrollar sus potenciales. En el mundo patriarcal la opresión de las mujeres es la más amplia, profunda,
sistemática y duradera en la historia. Sin embargo, las mujeres no sólo son oprimidas por ser mujeres; a la
opresión por su condición de género se agregan otras. Además de las mujeres, que están sometidas a opresiones
múltiples pues su condición genérica se articula con otras condiciones y situaciones, hay hombres que, pese a su
condición genérica de dominio, en su singularidad son objeto de diferentes tipos de opresión por su pertenencia
de clase, étnica, de edad, filiación política o creencia religiosa, escolaridad, lengua, preferencia erótica, jerarquía
laboral, capacidad económica, etcétera. Para profundizar sobre estas categorías véase Cazés, Daniel, La
perspectiva de género. Guía para la formulación, la puesta en marcha, el seguimiento y la evaluación de
investigaciones y acciones gubernamentales y cívicas, asesorado por M. Lagarde y con la colaboración de B.
Lagarde, CONAPO-ProMujer, México; 1999.
13
Algo equivalente acontece, por ejemplo, cuando se glorifica a los pueblos indios como abstractos portadores
de ciertos valores especialmente definidos para formar parte de los discursos hegemónicos como depósitos de
identidad nacional y protección del medio ambiente, a los que se relaciona con la naturaleza, la perfección, la
pureza y la supuesta autenticidad de culturas interpretadas desde fuera por quienes las han sometido, y con la
obligación de preservar símbolos y leyendas.
5
tiempo inmemorial se han puesto fuera o muy lejos del alcance de las mujeres para constituir
con ellos la superioridad de los hombres.

Se trata, pues, de la enajenación de recursos que son patrimonio de la especie humana, con
los que se ha constituido el monopolio masculino universal.

b) Para comprender otra dimensión de la enajenación masculina, hay que advertir que todos
los hombres podemos gozar de la preeminencia que se nos ofrece como recompensa por la
permanente tensión que provoca en nosotros la obligación de usufructuar, al menos en alguna
medida, los recursos de la humanidad para compartir entre nosotros el dominio patriarcal.

Es claro que ningún hombre ejerce todos los poderes y que los que tiene cada uno no los
disfruta todo el tiempo. Sin embargo, en principio y en los hechos, nos pertenecen en
exclusiva aquellos que se nos adjudican para que gocemos de ellos mientras contemos con los
atributos suficientes de lo que se ha llamado la masculinidad hegemónica en cada cultura,
conforme a la ubicación individual en la jerarquía de la propia sociedad.

c) En cada tradición cultural funcionan escalas de valorización propias para definir a los
hombres de verdad, es decir, a los que son dignos del apelativo por considerarse que lo son
en plenitud.

Para serlo, cada hombre debe cumplir con ciertas condiciones de manera aceptable para
quienes ejercen el poder de la definición y la aprobación. Para ello hay que pasar
adecuadamente por determinadas etapas formativas y pruebas de pasaje y de preservación de
la hombría y de la virilidad14.

Para vivir este proceso en forma suficientemente adecuada y satisfactoria, los hombres
estamos sometidos a lo largo de nuestras existencias individuales a presiones sociales
insalvables que, aunque puedan pasar desapercibidas por la costumbre y por ser definidas
como naturales e instintivas, producen de incontables maneras tensiones implacables,
manifiestas día a día, segundo a segundo. Se ha asegurado que cada hombre está obligado a
demostrar a cada instante que es hombre15, lo que basta para localizar el punto de partida de
tales tensiones. Éstas explican en parte la enajenación definida como concepción inexorable
de que las presiones, las tensiones, las ansiedades y las angustias a que me refiero son en
realidad manifestación del mayor de los placeres intrínsecos de nuestra condición genérica.

El poder de dominio y el ansia de ejercerlo tanto como sea posible sobre las mujeres y sobre
otros hombres (a través del acoso y el dominio que se ejercen sobre ellas, y de la competencia
y el enfrentamiento entre hombres, de las aspiraciones de éxito y el triunfo, de la dureza de
carácter y de actitudes, de la transformación de los demás en enemigos a derrotar...), se
funden y se confunden con el gozo de vivir, del que se eliminan o se reducen al mínimo los
deleites posibles de la convivencia equitativa, solidaria y pacífica.
14
He identificado esquemáticamente los siguientes momentos del ciclo de vida de los hombres: 1. La niñez o el
primer aprendizaje de la masculinidad dominante. 2. La juventud o los primeros ensayos de ubicación en la
trama y la urdimbre de la hegemonía entre los hombres y en relación con las mujeres. 3. La llegada a la edad
adulta con la decisión de las características preferentes de la masculinidad propia. 4. La madurez, cuando se ha
asumido de manera permanente la masculinidad individual, el enfrentamiento de los conflictos y el disfrute de
las canonjías masculinas. 5. Las etapas de la viropausia o andropausia, de las crisis de la hombría, y de la lucha
por preservar los atributos de la virilidad o de la aceptación de los limites o de la pérdida de esos atributos.
15
Como Badinter, Elisabeth, XY: la identidad masculina, Alianza, Madrid, 1993.
6
Parte considerable de la enajenación está en la certeza incuestionable de que la alegría de la
vida se halla en las prerrogativas del dominio, por las que debemos pagar el precio
constituido por las zozobras de la misoginia.

d) Desde esta perspectiva, los hombres nos enajenamos también de la posibilidad de


construirnos como seres humanos y de contribuir a edificar la equidad y la igualdad de los
géneros, la paz y la colaboración en asociación solidaria y libertaria.

Para tomar el término enajenación en un sentido propiamente marxista (ligado a las


definiciones de modo de producción, estructura económica y superestructura ideológica e
institucional), puede decirse que en cada acción masculina misógina que proporciona y cobra
los supuestos placeres del dominio, cada hombre deja una parte de sí mismo, la cual se
incorpora a la opresión de género en toda su extensión. En otras palabras, así como al crear
plusvalía el proletariado incorpora una parte de su ser a la mercancía, en cada acción
misógina cada hombre deja una parte de las posibilidades masculinas de construir la
humanización igualitaria y libertaria, el ser genérico16 de la humanidad y de cada individuo,
de contribuir a la transformación definitiva de la prehistoria en historia.

Para explorar los orígenes del patriarcado en occidente (Mesopotamia y Grecia)

Tesis preliminares
El origen de la estructuración misógina del patriarcado se pierde en las épocas paleolíticas, de
las que nuestros conocimientos son extremadamente restringidos porque su documentación es
limitada y sus características muy particulares. Gerda Lerner 17 considera que en las
sociedades mesopotámicas el proceso se inició hacia el año tres mil y se prolongó hasta el
siglo VI ACA. Esta cronología es sólo indicativa, pues cada sociedad siguió sus propios
ritmos; como sea y conforme a lo que la misma autora sostiene en relación con la propiedad
privada, quizá desde antes la misoginia ya tenía fuertes raíces. Lerner señala que en la
Babilonia del segundo milenio ACA las mujeres ya estaban dominadas por los hombres,
aunque algunas aún gozaban de independencia y estatus elevado.

Hay quienes consideran que los primeros grupos humanos, recolectores que en ocasiones
ingerían proteínas animales y también cazaban, basaban su supervivencia en la solidaridad de
sus integrantes18. Eran trashumantes que cubrían un territorio más o menos extenso y en
expansión, originarios de alguna región meridional de África que, transformando a la
naturaleza desde que crearon la cultura19, fueron poblando el planeta al recrear condiciones
tropicales en todas las latitudes. Sólo la colaboración igualitaria entre mujeres y hombres
pudo permitir que esos seres carentes de especialización, crearan, para adaptar el medio
natural a sus necesidades, la naturaleza artificial20, como se ha definido a la cultura; de esa
manera, en su proceso evolutivo (proceso de hominización o de humanización) desarrollaron
el sistema nervioso y alcanzaron la posibilidad de inventar las formas de sustituir todas las
especializaciones de que carecían.

16
Marx, C. El capital, Tomo I, Siglo XXI, México, 1984, y, con Federico Engels, La ideología alemana,
Grijalbo, México, 1987.
17
Lerner, Gerda, The creation of patriarchy, Oxford University Press, New York, 1986.
18
Eisler, Riane. El caliz y la espada. La mujer como fuerza en la historia. Editorial Pax, México, 1997.
19
Cuando menos desde homo habilis, hace unos 2,5 millones de años.
20
Malinowski, B. Una teoría científica de la cultura y otros ensayos, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1948.
7
Es posible, que por alguna razón durante la estancia más o menos prolongada de algún grupo
en un paraje conocido previamente, mujeres quizá recién paridas y otros miembros del grupo
que no podían tomar parte en la recolección o en la cacería, notaran que la vegetación que
habían consumido con anterioridad había vuelto a crecer. Así pudieron descubrirse (o más
bien inventarse) lo que con el paso del tiempo serían la agricultura y la medicina, como lo
sugirió Alejandra Kollontai21.

El cultivo y la ganadería tomarían el sitio que hasta entonces habían tenido la recolección y la
cacería o el seguimiento de rebaños no domesticables, y darían lugar a la vida sedentaria hace
alrededor de doce milenios. Quizá a esas alturas de lo que Morgan22 llamaría barbarie
(posterior al salvajismo), ya se había establecido la opresión de género con referencia
justificativa a la participación diferencial de mujeres y hombres en la reproducción biológica
concebida como base de la responsabilidad femenina de la reproducción social y cultural.

De esa manera, se habría estipulado la importancia suprema de las actividades, los roles y los
poderes masculinos, se habría restado o anulado el prestigio y el poderío de los femeninos y,
como compensación, se iniciaría o desarrollaría la exaltación de la maternidad como
asignación preferencial y estructurante de las mujeres.

Presento a continuación una síntesis de las tesis de Lerner a este respecto, con mi propia
interpretación de las mismas:

a) Antes de que se establecieran la propiedad privada y la sociedad de clases, fue


preciso que los dominadores expropiaran la capacidad reproductiva de las mujeres. La
misoginia y su estructuración de la opresión de género fueron los cimientos de la
jerarquización social.
b) Los Estados (o las ciudades-Estado) de las épocas más arcaicas tomaron como
modelo a los modelos patriarcales previos, de manera que toda la organización social se
concibió para fortalecer al patriarcado.
c) La dominación (proceso permanente) y el dominio (cada hecho concreto) cobra
forma en la práctica masculina del sometimiento de las mujeres en el grupo social
propio. El esclavismo, primera forma de la sociedad clasista, debió iniciarse con la
esclavitud de las mujeres incorporadas a un grupo a partir del intercambio concertado o
violento con otros grupos.
d) La subordinación de las mujeres (consuetudinaria antes de cualquier codificación
jurídica) fue de las primeras estipulaciones legales. La violencia, la dependencia y la
complicidad de mujeres poderosas garantizaron el consenso de las mujeres sometidas.
e) Si se acepta que las clases sociales se definen respecto de la relación con los medios
de producción, las relaciones femeninas de clase dependen de la vinculación de cada
mujer con el o los hombres de quienes depende.
f) La subordinación de género no cancela la posibilidad de que haya sacerdotisas,
shamanas y curanderas que representen a otras personas ante lo sobrenatural (incluida la
enfermedad). La capacidad que tienen las mujeres de dar vida dio lugar a contar hasta la
actualidad con deidades femeninas. Originalmente rigieron en los mitos de la fecundidad
21
Kollontai, Alexandra, La mujer en el desarrollo social, Labor, Madrid, 1976 y Mujer, historia y sociedad:
sobre la liberación de la mujer, Fontamara, Barcelona, 1982.
22
Morgan, Lewis Henry, La sociedad antigua, CNCA, México, 1993. Para Marx y Engels, el salvajismo y la
barbarie de Morgan debieron corresponder con los modos de producción de la comunidad primitiva y tal vez en
parte con el esclavismo, en tanto que la barbarie y la civilización abarcarían en parte al esclavismo y a los
modos de producción posteriores.
8
y la fertilidad. Pero poco a poco (particularmente con el establecimiento de los sistemas
patriarcales de parentesco) ambas facultades se trasladaron a la unión de una deidad
femenina con una masculina más poderosa, y se hizo a las deidades femeninas consortes
de dioses, se les asignaron advocaciones diversas o se las hizo eclipsarse en las
religiones oficiales.
g) El monoteísmo semita consagrado en el Antiguo Testamento es resultado de la
aniquilación misógina entre cultos misóginos y lo que restaba de la veneración de diosas
de la creación de la vida; así ésta se transfirió a un señor todopoderoso (al que a veces se
designa rey del universo y señor de los ejércitos). En el mismo proceso ideológico, a las
mujeres se les asignó el pecado, el mal y la razón de la mortalidad humana23. De esta
manera, la deidad suprema y única sólo aceptaría como interlocutores a los hombres, con
quienes además establecería un pacto del que quedaron excluidas las mujeres.
h) Esta formulación bíblica sintetiza el mito fundacional de la civilización, en el que se
da por sentado y aceptado que la subordinación de las mujeres es natural e
incuestionable.

Para épocas remotas de la vida humana, incluso desde antes de la escritura, algunos hallazgos
de la arqueología prehistórica y los textos glíficos y cuneiformes más antiguos (cuya
existencia define a la civilización), permiten interpretaciones bastante sólidas respecto de las
llamadas sociedades solidarias24 (o ya jerarquizadas que mantenían algunos rasgos solidarios)
y de las concepciones misóginas más vetustas que nos es dado analizar aunque sea de modo
parcial.

Una exploración de mitos de creación y antiguas deidades


Los mitos de creación o de origen responden a la estructura social y cultural del momento en
que son establecidos o puestos al día. Pero siempre es posible hallar en ellos, y también en
informaciones etnográficas de grupos actuales –incluyendo los propios– rastros de mitos
anteriores que, actualizados o no, siguen funcionando incluso de manera contradictoria
porque son fundamento interpretativo polivalente de ideologías adosadas a intereses de
dominio y consenso diversos25.

La antropóloga Peggy R. Sanday26 analizó 112 mitos de creación en otras tantas sociedades
actuales. En 32 de ellas la creación se atribuye a una pareja divina.

Algo semejante sucedía en tiempos remotos, con los inicios neolíticos de la agricultura en el
vasto Creciente Fértil.

Los mitos paleolíticos y neolíticos que pueden ser rastreados a partir de documentos
pictóricos y escultóricos previos a la aparición de la escritura así como de los más antiguos
textos jeroglíficos y cuneiformes, fueron sometidos a adaptaciones en cada sociedad a lo
23
Yehovah 'Elohyim creó a los seres humanos a su imagen y semejanza; la leyenda en que la mujer es
condenada a parir con dolor y a enemistarse con la serpiente del árbol de la sabiduría, evoca la derrota de una
deidad femenina reducida a la servidumbre de la maternidad a manos de una deidad masculina que en la misma
maniobra priva a la humanidad de la vida eterna.
24
Eisler, Riane, op cit.
25
Maurice Godelier, por ejemplo, describió, en La producción de grandes hombres. Poder y dominación
masculina entre los Baruya de Nueva Guinea (Akal, Madrid, 1986), las concepciones y los rituales en que los
baruya de Papua Nueva Guinea jerarquizaban las relaciones de género al menos hasta la década de 1980, y
sugirió algunas semejanzas con la Francia de fines del siglo XX.
26
Sanday, Peggy R. Female Power and Male Dominance : On the Origins of Sexual Inequality, citado por
Lerner, Gerda. The creation of patriarchy, Oxford University Press, New York, 1986. (145 y ss.)
9
largo del tiempo, conforme en ellas se desarrollaron los poderes y la opresión. Algunas de
esas adaptaciones de importancia tuvieron lugar cuando menos desde el cuarto milenio ACA
en aquellas primeras sociedades agrícolas y sedentarias y, desde antes, cuando en los grupos
patriarcales de recolectores y pastores se instituyeron formas que podríamos considerar
primigenias del Estado si esto fuera válido para etapas tribales avanzadas.

Una de esas adaptaciones fue la institución de una deidad masculina suprema, única
todopoderosa, omnisciente y omnipresente (a imagen y semejanza del patriarca ideal) que,
cuando menos oficialmente, fue sustituyendo a las deidades múltiples tribales y locales; éstas,
incluso en las primeras urbes, no eran concebidas con poderes universales, sino más bien
como representaciones de fuerzas inexplicables entre las que seguramente estaba la
procreación.

La adaptación patriarcal de las creencias ligadas al dominio se fundamentó, como lo explica


Gerda Lerner27, en tres cuestiones ideológicas fundamentales:

1. Quién crea la vida.


2. Quién es responsable del origen del mal y del pecado.
3. Quién posee en exclusiva la mediación entre los humanos y lo sobrenatural, es decir, quién
tiene el monopolio del trato directo con la divinidad.

Las tesis sintetizadas más arriba hacen referencia a estas problemáticas que se traducen en
varios complejos de mitos:

a) los que transformaron el culto al útero en culto al falo y al semen;


b) los que representaron a la vida con un árbol permitido, y al conocimiento pecaminoso y
pecaminógeno con un árbol prohibido;
c) los que regularon los lazos de parentesco, los pactos entre hombres y entre ellos y con la
divinidad, así como las jerarquías sociales, al tiempo que sacralizaron el poder y el
dominio masculinos.

En lo que respecta a esta última cuestión, conviene recordar que el propósito político con el
que se instalaron la misoginia y el patriarcado en los tiempos más remotos de la civilización,
ha sobrevivido hasta nuestros días al menos en un ritual cotidiano:

Los hombres que practican el judaísmo puntualmente, y de manera inequívoca los ortodoxos,
elevan la primera plegaria de cada día para agradecer a su deidad masculina omnipotente no
haberlos hecho mujeres. Las mujeres hebreas no pueden dirigirse al dios que idearon sus
presuntos ancestros, por lo que la voluntad divina de rendirle culto es un privilegio de los
hombres cuya consolidación cotidiana hay que asegurar cotidianamente, sobre todo ahora que
han surgido grupos feministas entre las ortodoxas judías.

Algunas creadoras de vida, sus allegados masculinos y su sustitución por ellos


Se considera que los cultos mágicos y religiosos (es decir, como la mitificación de mayor
antigüedad) son los relacionados con la fertilidad y la fecundidad (la tierra y el útero). La
evidencia de tal veneración parece atestiguada por la abundancia de figuras femeninas en que
se resaltan los atributos de la maternidad y que a menudo se relacionan con otros símbolos de
la prodigalidad natural y agrícola. Aunque esta tradición puede remontarse a tiempos
27
Lerner, Gerda, op cit.
10
paleolíticos, permaneció con la instauración de la misoginia.

La supremacía en el culto de deidades femeninas se expresa en los mitos de creación más


antiguos que dan a diosas el poder de la creación de la vida y que en ocasiones, sin duda
tardías, se asocian de varias maneras con deidades masculinas.

En las leyendas sumerias encontramos reiteradas referencias a las diosas Nana como suprema
deidad llamada la poderosa señora, la creadora, y Nammu, madre que parió el cielo y la
tierra.

Los mitos referidos en exclusiva a la exuberancia femenina corresponden a la implantación y


la estructuración de las diversas opresiones y sin duda al fortalecimiento y la consolidación
de las que existían previamente.

Así por ejemplo, muchas figuras halladas en gran número en el antiguo Israel bíblico han sido
fechadas en épocas en que el culto a Yehovah 'Elohyim ya estaba establecido, pero
corresponden también a expresiones de religiosidad popular y que coexistían con la religión
oficial del monoteísmo masculino.

Ésas y otras figuras femeninas con rasgos sexuales exagerados evocan deidades que en mitos
más antiguos regían, solas o con sus parejas y otros seres míticos, el mundo conocido tribal o
localmente al inicio de la agricultura o desde antes.

Sobre épocas anteriores y respecto de la labor mítica conjunta de diosas y dioses, resumo,
como hasta ahora y con mi propia visión, datos e ideas de Riane Eisler28:

En Sumeria se veneró a las deidades femeninas creadoras y procreadoras Ninhursag e Inanna,


en Babilonia a Kubab e Ishtar, en Fenicia a Astarté y en Canaán a Anath.
Contemporáneamente, Hékate era en Grecia una deidad equivalente.

En Mesopotamia, se hallan huellas de que antes del dios único actuaron parejas divinas. Así,
en Sumeria la madre Nammu creó a An, dios del cielo, y a Ki, diosa de la tierra.

En Babilonia Tiamat y su consorte eran considerados progenitores de las otras deidades.

En Asiria, del útero de la sabia Mami, también llamada Nintu, nació la especie humana a la
que dió forma con arcilla; a Ea, su hermano, le encargó cortar el ombligo de las figuras a
medida que nacían.

Es posible que en este mito esté presente una advocación arcaica de Yehovah 'Elohyim,
cuando –en una estructura social solidaria– compartía sus poderes míticos con una deidad
femenina –quizá con la mitad de ese nombre o con otro29.

28
Eisler, Riane, op cit.
29
En el Antiguo Testamento (compilado hacia el siglo IV ACA pero cuyos textos más antiguos parecen datar
de fines del II Milenio ACA), la deidad única se llama Yehovah 'Elohyim; el segundo es un término plural y
podría traducirse como 'divinidades' o 'deidades'. En el versículo 1 del Génesis (“Dios -'Elohyim- creó los cielos
y la tierra”), sin embargo, no se menciona a Yehovah. Sin duda la doble denominación posterior expresa un
acuerdo entre las escuelas yehovista y elohista a la hora de establecer el canon sagrado. Pero cabe preguntarse si
11
En otra versión, seguramente posterior y correspondiente a formas patriarcales más
acentuadas, Mami lleva a cabo todo el proceso creativo a instancias de Ea.

Los nombres de la pareja divina (una diosa y un dios –su hijo o su hermano menor–) abundan
en Mesopotamia. En el más antiguo panteón sumerio, la diosa de la tierra Ki presidía la
creación con An y ambos dirigían a los otros dioses.

Con el poder patriarcal, las deidades femeninas mesopotámicas que tenían un asociado o
auxiliar masculino pasaron a ser hijas o esposas de esa o de otras deidades masculinas. Así,
Ki se convitió en consorte de Ea o Enki y fue desplazada por éste, y las diversas
advocaciones de la diosa madre (llamada según el sitio Nihnlil, Nihntu, Ninhursag y Aruru)
sufrieron cambios semejantes o desaparecieron, como en el caso de Nammu.

En Canaán, Anath era la hermana-consorte de Baal, a quien asesinó Mot (deidad de la


muerte). Anath mató a Mot, pero Baal retornó del inframundo para convertirse en dios
supremo al tiempo que Anath perdía su poder, igual que, en Lagash, Ningirsu sometió a su
esposa Bau.

En Elam, la diosa madre fue deidad principal cuyo sitial fue usurpado por su marido
Humban; algo semejante sucedía en la misma época con otras deidades femeninas, cuando en
Egipto Isis cedió su lugar a su hermano-esposo Osiris y, fuera del Creciente Fértil,
transformaciones míticas como ésas se registraron en Anatolia, Creta y Grecia (aquí Gaia
había creado el mundo, a las deidades y a los seres humanos pero pronto fue casi eliminada
del panteón clásico).

Todo esto acontecía durante el tercer milenio ACA, cuando los sacerdotes habían reducido a
las sacerdotisas a posiciones inferiores, o las habían desplazado y solos regían y controlaban
las ciudades-Estado en Mesopotamia y otras áreas culturales.

Como ya se indicó, devoción a deidades femeninas se basa en la constatación de que de las


mujeres proviene la vida. Ese culto ha persistido30. Con el patriarcado se resaltaron por
encima de todo las características maternas de las diosas, si bien al mismo tiempo a Ishtar se
la hizo patrona de las prostitutas y de las tabernas, y también novia virgen de los dioses.

Desde inicios del neolítico, si es que no desde antes, se implantaron las especializaciones del
poder y las opresiones, al tiempo que se instauró o se consolidó el dominio de los jefes de las
unidades del parentesco y de la organización militar. Para entonces ya eran preeminentes las
deidades masculinas y abundaban los símbolos fálicos y misóginos.
además la denominación en plural (con la que se inicia el Génesis) y el nombre doble singular+plural que se
emplea después es rastro de alguna creencia remota en una divinidad dual. Ya señalamos que en Sumeria y
Acadia se creyó que la creación resulta de la colaboración entre los principios femeninos y masculinos; esto, por
un lado, puede ser expresión de lo que Riane Eisler llama sociedades solidarias (no patriarcales), y por otro
recuerda que originalmente muchas deidades semíticas actuaban en pareja.
30
Recordemos sólo dos casos: En el último siglo ACA, Tito Lucrecio Caro, epicúreo romano, inicia su tratado
De rerum natura (De la naturaleza de las cosas, Espasa-Calpe, Madrid, 1969) adjudicando a Venus la creación
del universo y la capacidad materna de propiciar la paz en plenas guerras imperiales. Por otra parte, en el
cristianismo sigue siendo hoy fundamental el culto a María, desarrollado a partir de los cultos semitas y luego
en los indoeuropeos a deidades femeninas de la fertilidad (Schmidt, Wilhelm, Manual de historia comparada de
las religiones: Origen y formación de la religión. Teorías y hechos, Espasa-Calpe, Bilbao, 1932).
12
Con Hammurabi se codificaron las leyes y se estableció jurídicamente el sistema de
parentesco de base patriarcal. Fue la misma época en que los gobernantes mesopotámicos se
adjudicaron poderes divinos y la exclusividad del trato directo con las deidades.

No es sorprendente que en el proceso la diosa madre, además de perder su supremacía,


resultara domesticada y transformada en esposa de alguna deidad masculina, aunque algunos
de sus poderes imaginarios sobrevivieron en la religiosidad popular.

Antes, incluso hasta el segundo milenio ACA, hombres y mujeres tenían la misma relación
con fuerzas misteriosas personificadas en mujeres y hombres de las mitologías particulares.
En esos casos, la opresión de género aún no adjudicaba las causas del mal y de la muerte a las
mujeres. En todo caso, las fuentes del dolor y el sufrimiento humanos (cuando no se
cumplían de manera adecuada los deberes sacros o profanos) provenían de hombres y
mujeres y de deidades masculinas y femeninas por igual.

Fueron épocas en que la creación se concebía como obra de diosas o de parejas, y para
comunicar con la deidad era indiferente el sexo.

Con el imperio de la misoginia no se borró de la fantasía religiosa la capacidad reproductiva


específica de las mujeres, pero se crearon las condiciones para que ellas fueran identificadas
con las deidades femeninas sometidas al dominio de dioses, para que sólo rogaran protección
a éstos o se comunicaran con fuerzas malignas, y para que los hombres, identificados con los
dioses, invocaran a las deidades femeninas sólo por sus características maternas o maternales.

Nuestros mitos fundacionales


La Biblia
Las ideologías occidentales misóginas que prevalecen aún hoy en día se remontan a dos
fuentes clásicas primordiales: la semita, algunos de cuyos orígenes mesopotámicos se
examinan aquí; hoy derivan de las formas hebreas cuyo canon se fijó hacia fines del siglo IV
ACA –inmediatamente antes de la Traducción de los Setenta–, y la clásica griega cuya
elaboración docta y literaria data aproximadamente de la misma época, más o menos con un
siglo de diferencia (si pensamos en Esquilo).

Ambas tradiciones, y otras vernáculas que no alcanzaron registro literario tan difundido pero
que siguen presentes con intensidades diversas en todo el mundo cristiano actual, iniciaron su
convergencia en las convulsiones del imperio romano de los años finales de la cuenta
calendárica anterior.

De la mitología semita proviene el mito fundacional básico de nuestra cultura y por lo tanto
de nuestra afectividad, que ha llegado hasta nosotros en dos versiones31.

En una32 “Yehovah 'Elohyim dijo: hagamos al ser humano (el 'adam) a nuestra imagen y
semejanza. Para que domine sobre todo lo que está vivo sobre la tierra. Creó Yehovah
'Elohyim al ser humano (el 'adam) a su imagen y semejanza, macho (zajar) y hembra

31
Las traducciones del Génesis son del autor, hechas de la edición de Sinaí, Tel Aviv, 1994, y confrontadas con
otras versiones al castellano, sobre todo la católica de La Biblia Cultural. PPC y Ediciones SM, España, 1984.
Cuando es pertinente se transcriben los términos hebreos del original.
32
Génesis 1:26-28.
13
(nekevah) los creó. Los bendijo Yehovah 'Elohyim y les dijo: Reprodúzcanse y
multiplíquense y llenen la tierra”.

En esta versión, la divinidad de doble nombre creó simultáneamente, a su imagen y


semejanza, dos seres humanos cuya designación hebrea es 'adam (término vinculado con
'adamah, tierra), y los creó con sexo diferente, como lo eran las divinidades duales en la
mitología mesopotámica.

La otra versión del mismo mito, la más recordada y difundida, es más reciente y corresponde
a la visión patriarcal dominante en el momento en que se estableció el canon del Antiguo
Testamento. En esa actualización del mito se estableció que Yehovah 'Elohyim creó primero
al hombre (el 'adam), tomado de la tierra, y después formó a la mujer de una costilla suya:
“por eso se llamará varona ('ishah) porque del varón ('ish) ha sido sacada”33, como lo
consigna una traducción que respeta una de las formas de la lengua hebrea que hace del
vocablo mujer el femenino de hombre y no una palabra diferente como en otras formas de la
misma lengua y también en la nuestra.

La mujer, quien al concluir la historia dejará de llamarse 'ishah para recibir el nombre de
Javah (Eva) –la viviente, la vital, la animada–, surge del cuerpo de quien habría de ser su
señor. El nombre de éste fue desde entonces el de la humanidad en su conjunto (en hebreo ser
humano se dice ben 'adam, hijo de 'adam, en masculino singular).

El primer hombre había sido encargado por el creador de nombrar y clasificar al universo,
esto es, de transformar al caos (tohu vabohu) en cosmos ('olam; Yehovah 'Elohyim es melej
ha'olam, rey del universo); es decir, a la incertidumbre anónima de la naturaleza en el orden
nominal de la percepción humana.

Así, sólo cuando el mito deja bien establecido y organizado al universo creado por la deidad
única masculina, da entrada a la mujer, desde luego como un ser subordinado:
“Dijo Yehovah 'Elohyim: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda.
Entonces… lo hizo caer en un letargo y se durmió, y mientras dormía le sacó una costilla
[que convirtió] en una mujer ('ishah) y se la llevó al hombre ('adam).
Dijo el hombre ('adam)…: Es hueso de mis huesos y carne y de mi carne; se llamará mujer
('ishah) porque del hombre ('ish) fue tomada”34.

La primera mujer fue la ayuda que concibió el todopoderoso para que el primer hombre
dejara de estar solo, pudiera reproducirse y se ocupara debidamente de cultivar y comandar el
mundo.

He ahí el primer avance de la misoginia fundacional.

Previamente35, Yehovah 'Elohyim había puesto al 'adam en el huerto del Edén para que lo
trabajara y lo cuidara, y le había advertido:

“Podrás comer de todos los árboles del huerto, pero del árbol del conocimiento del bien y del
mal no, porque el día que comas de él morirás”.

33
Génesis 2:23. La Biblia Cultural, Op cit.
34
Génesis 2:18-23.
35
Génesis 2:15-17
14
Dada la resolución que más adelante tomaría Yehova 'Elohyim, se entiende que no prohibió
que los seres humanos se alimentaran de los frutos del árbol de la vida eterna.

La mujer, inducida por la serpiente, se vio ante la alternativa de escoger entre la sabiduría y la
inmortalidad. El primer pecado fue el conocimiento (o la conciencia) revelado como
conocimiento o conciencia de la desnudez, es decir, del sexo; el primer castigo sería el dolor
en el parto y el sudor en el trabajo para proveer el pan. Dos signos inequívocos de sexualidad
escindida: la maternidad y el privilegio de proveer. La condena de la mujer se estructuró
como servidumbre y a su maldad se atribuyó que todos los seres humanos tuvieran que morir
irremediablemente.

“La serpiente, el ser más astuto de la creación, dijo a la mujer ('ishah): 'Elohyim les ordenó
no comer de todos los árboles del huerto'. Y la mujer respondió: '...del fruto del árbol que está
en el centro del huerto, dijo 'Elohyim, no comerán'. Dijo la serpiente: '... 'Elohyim sabe que el
día que coman del árbol se abrirán sus ojos y conocerán, como 'Elohyim, el bien y el mal'.
Vio la mujer ('ishah) que era bueno comer del árbol. Entonces tomó uno de su frutos, lo
comió y convidó al hombre ('ish). Entonces se abrieron sus ojos y se dieron cuenta de que
estaban desnudos”36.

Enseguida37 Yehovah 'Elohyim descubrió que habían adquirido el saber y preguntó al 'adam
“`¿Quién te dijo que estabas desnudo? ¿Comiste del árbol prohibido?´ El 'adam contestó: 'La
mujer ('ishah) que me diste, me ofreció el fruto del árbol, y comí'.
Entonces dijo Yehovah ´Elohyim a la mujer ('ishah): '¿Qué has hecho?' Y ella respondió: 'La
serpiente me sedujo y comí'.
Dijo Yehovah 'Elohyim a la serpiente: 'Por lo que has hecho serás maldita entre... todos los
seres vivientes. Entre tu descendencia y la de la mujer ('ishah) habrá enemistad, ella te herirá
en la cabeza y tú la herirás en su talón'.
A la mujer ('ishah) le dijo: 'Parirás hijos con dolor, servirás a tu hombre ('ish) y él te
dominará'.
Al 'adam le dijo: `Como oíste la voz de tu mujer ('ishah) y comiste del árbol del que te
ordené no comer, maldita será la tierra ('adamah) por tu culpa. Con fatiga comerás sus
frutos38 todos los días de tu vida. Con el sudor de tu frente comerás el pan39, hasta que vuelvas
a la tierra ('adamah) de la que fuiste formado...'

Entonces el 'adam dio a su mujer ('ishah) el nombre de Eva (Javah)–vitalidad– porque será la
madre de todos los vivientes”40.

Para que no se cumpliera el vaticinio de la serpiente y los humanos no fueran como 'Elohyim,
éste se dijo (o éstos se dijeron): “Ahora que el 'adam es como uno de nosotros..., sólo le falta
comer también del árbol de la vida y vivir eternamente.

36
Génesis 3:1-6. Nótese que la serpiente da a la deidad su nombre plural. Esto puede deberse a que se trata de
una versión elohista, o una referencia a épocas en que no había concluido la eliminación de las deidades
femeninas. Por lo demás, es evidente que la serpiente y el dios son enemigos en pugna.
37
Génesis 3:9-19.
38
Referencia general que podría ser específica de tradiciones recolectoras o pastoriles.
39
Aquí la evocación puede ser ya de una cultura agrícola que hace pan del trigo.
40
Génesis 3:20.
15
Entonces Yehovah 'Elohyim echó del huerto del Edén al 'adam... para que trabajara la tierra...
y puso a los querubines y la espada de fuego para cuidar el camino hacia el árbol de la
vida”.41

Historias de serpientes y del pecado original


En los estratos arqueológicos correspondientes al neolítico, aparecen muy a menudo
representaciones de serpientes, y en las mitologías antiguas es frecuente la asociación entre
deidades femeninas y serpientes que simbolizan a la sabiduría.

En Egipto, por ejemplo, la cobra uzait (el ojo) era el jeroglífico del término diosa, casi
idéntico al nombre de la diosa Ua Zit, deidad principal en el Bajo Egipto predinástico. Más
tarde, las diosas Hathor y Maat eran llamadas también Ojo, y en Per Uto debió existir un
templo de Ua Zit, pues los griegos llamaron a esa localidad Buto, que es el nombre griego de
la diosa cobra.

En relación con la sabiduría de las mujeres, podemos recordar otras referencias antiguas: En
Erech, la diosa Nidaba era llamada sabia de las cámaras sagradas que enseña los secretos.
Otros epítetos sumerios de deidades femeninas (dadora de ley, la justicia y la misericordia,
primera jueza), pueden evocar una sabiduría jurídica primitiva, tal vez codificada por
mujeres, conforme a la cual las sacerdotisas, a menudo relacionadas con serpientes, ejercían
también como juristas y administradoras de justicia.

Por otra parte, la diosa Ninlin de Mesopotamia enseñaba los métodos de la agricultura, al
tiempo que Isis en Egipto y Deméter en Grecia seguían siendo conocidas como legisladoras y
sabias dispensadoras de sabiduría virtuosa, consejos y justicia.

Las deidades prebíblicas de la fertilidad se vinculan con la creación y los árboles de la vida, y
al mismo tiempo con las serpientes del conocimiento.

En el antiguo Egipto, Nun era la serpiente que al salir del Mediterráneo, en una regurgitación
apoteótica creó la tierra y a la humanidad.

En la Creta minoica abundan las figuras femeninas con los pechos descubiertos, los brazos
levantados a ambos lados del cuerpo y una serpiente en cada mano; la convivencia solidaria
de esa época es atestiguada en el Palacio de Knosos por las pinturas llamadas de La Fiesta. Y
en muchos mitos griegos y romanos, como los de Atenea, Hera, Deméter, Atargatis y Dea
Syria están también presentes las serpientes.

En Mesopotamia, una figura femenina del siglo XXIV ACA lleva una serpiente alrededor de
la garganta. La cananea Ashtoreth, o Astarté, diosa del Árbol de la Vida, es representada por
la serpiente, y en un bajorrelieve sumerio de 2500 ACA, hay dos serpientes junto a sus
imágenes.

El sometimiento de la serpiente
Cuando los mitos oficiales se reformaron para legitimar los requerimientos misóginos del
patriarcado, las serpientes tuvieron que incorporarse como emblema del dominio masculino,
o bien ser derrotadas, distorsionadas y desacreditadas.

41
Génesis 3:22-24.
16
En el mito cananeo, Baal (hermano-consorte de la diosa principal desplazada) sometió a la
serpiente Lotan cuyo nombre comparte la raíz del término con que se la designa. Cerca de
ahí, en Anatolia, una deidad masculina hitita asesinó al dragón (gran serpiente) Illuyankas.

El mito de la expulsión del Edén, evidencia la doble condena del saber femenino y de las
serpientes, símbolo de las deidades femeninas que la mitología oficial denigraba.

La serpiente profética aconsejó a la primera mujer desobedecer los mandatos de un dios


masculino, y la mujer siguió ese consejo y desoyó la orden de 'Elohyim (como lo llama la
serpiente).

En la mitología hebrea primitiva (como en la griega en el caso de la Pitonisa –el pitón


oracular de Grecia destruido por Apolo– y más tarde en el de la Sibila de Roma), una
sacerdotisa era la portadora de la sabiduría y la revelación divinas. Así pues, conforme a la
leyenda bíblica, el advenedizo Yehovah 'Elohyim al que se estaba imponiendo como dios
único y absoluto, no podía esperar que sus órdenes fueran cumplidas por la serpiente
despreciada por el patriarcado, ni por la única mujer ligada a ella. Por rechazar someterse a la
ignorancia y a la adoración monopólica de un patriarca misógino, la 'ishah, recibiría un
castigo más despiadado que el destinado al 'adam. Ella se religó en la desobediencia con la fe
precedente de la que se desligaba el 'adam, quien sin embargo la siguió como si estuviera
seguro de ser perdonado porque él también quería saber pero únicamente por seducción.

Javah (Eva) y todas las mujeres que nacerían después de ella, quedarían sometidas al dios
misógino y vengador encarnado en sus representantes terrenales, los hombres.

En el contexto histórico del momento en que fue redactado el Génesis (cerca de un siglo
después de que Esquilo escribiera la Orestiada en Grecia), el castigo se concibió como el
confinamiento de la sexualidad femenina en la maternidad, y en declarar pecaminoso para las
mujeres todo lo que no fuera procreación.

Paréntesis mesoamericano
Marcela Lagarde42 tiene un estudio inédito sobre la caída y el descuartizamiento de
Coyolxauhqui, deidad femenina de la luna y las estrellas, a quien asesinó Huitzilopochtli pese
a la alianza de la diosa con sus cuatrocientos (o incontables) hermanos.

Ambas deidades eran descendientes de Coatlicue, la de falda de serpientes, diosa de la vida,


la tierra, la fertilidad y la muerte, que da a luz a todo y todo lo devora. Cuando esta diosa
madre adoptó características andróginas y concibió en virginidad al futuro dios guerrero
Huitzilopochtli (y así iniciar la implantación o el fortalecimiento del patriarcado), su hija
Coyolxauhqui se rebeló en alianza con los centzon huitznahua, también hijos de Coatlicue,
para detener la transformación de las relaciones que se estaba incorporando a los mitos
oficiales43.

La diosa madre Coatlicue quizá originalmente fue la lideresa de la tribu de los huitznahua; ya
deificada, un día quedó embarazada al caer en su seno una pluma –emblema de Tetzouitl,dios
42
Comunicación personal.
43
Aunque no concuerdo con sus interpretaciones, sigo en este resumen a Noemí Quezada (Sexualidad, amor y
erotismo. México prehispánico y México colonial, UNAM, México 1996, pp. 66-81) y a Miguel León Portilla
(Los antiguos mexicanos, FCE, México, 1995 y Literaturas de Mesoamérica, Consejo Nacional de Fomento
Educativo, México, 1984).
17
masculino del sol–, y por ello fue amenazada por su descendencia anterior. Pero desde su
vientre, Huitzilopochtli la hizo su cómplice, y cuando iba a ser atacada él decidió nacer. Vio
la primer luz armado con una rodela, un dardo y una vara, con la cara pintada y la cabeza
emplumada. Enseguida pidió una culebra encendida, xiuhcóatl, con la que decapitó a
Coyolxauhqui antes de despeñar el cuerpo de esta, que quedó hecho pedazos al pie del Cerro
sagrado de la Serpiente (Coatepec), cuya réplica en Tenochtitlan era el Templo mayor, al
frente de cual se halló la representación del cuerpo desmembrado de la hermana mayor
derrotada, sustituida por su asesino, “el vencedor, el varón único”.

La Coyolxauhqui del Templo mayor era una mujer de entre 40 y 50 años, con una delicada
papada, veterana de muchas maternidades que le dejaron los senos flácidos y el vientre lleno
de pliegues.

En el momento en que se ubica la lucha cósmica entre esta diosa madre casi anciana y su
vigoroso hermano recién nacido, gobernaba a los mexicas la señora Ilancuéitl, esposa de
Acamapichtli, considerado el primer emperador azteca desde que la reemplazó al quedar
viudo, veinticuatro años después de la fundación de Tenochtitlan.

Angel María Garibay cita un canto mexica que se refiere al triunfo del dios misógino y lo
retrata:

“En la Montaña de la Serpiente es capitán,


junto a la montaña se pone la rodela como máscara.
¡Nadie a la verdad se muestra tan viril como él!”

Es importante, por una parte, la abundancia de serpientes en la representación de Coatlicue, y


el hecho de que su hija Coyolxauhqui, rebelde ante el poder patriarcal, haya sido eliminada
con un pedernal en forma de serpiente por su hermano menor en el mito que marca el ascenso
del dios-sol de la guerra, y la instauración o algún tipo de consolidación del patriarcado
militarista en el centro del México antiguo.

Si bien hacen falta estudios sobre la temática de que me ocupo para Mesoamérica, considero
pertinente señalar que al tiempo que el culto a la deidad de la guerra se acentuaba, otra
serpiente fue desplazada y exiliada. Se trata de Quetzalcóatl –el andrógino que parió un hijo–,
serpiente emplumada ligada a la sabiduría, que enseñó a labrar los metales, la lapidaria y la
astrología, además de haber entregado a los seres humanos el maíz.

Aparentemente el Quetzalcóatl deificado fue originalmente un personaje histórico, señor de


los Toltecas, cuya derrota política lo llevó a la expulsión que se hace coincidir con la
expansión por Mesoamérica de su cultura, atestiguada por ciertos rasgos de los hallazgos
arqueológicos y de los documentos preparados por los cronistas españoles.

También me parece importante resaltar que el emblema totémico de un grupo mexica


conquistador, eternizado hasta hoy en la mitología oficial republicana, consiste en un ave de
rapiña –símbolo entre otras cosas del sol– que devora una serpiente. Y que en el momento de
la conquista española existía entre los aztecas un dignatario –algo así como un sabio
consejero principal del señor de Tenochtitlan– cuyo título era cihuacóatl (mujer serpiente o
serpiente mujer o serpiente hembra).

18
La tradición griega
Aunque ya me he detenido en algunos mitos griegos, ahora me referiré un poco más
detalladamente a varios aspectos de su misoginia.

Más serpientes desplazadas


Para continuar aún con la derrota de las serpientes ligadas a la sabiduría femenina
desconocida por el dominio misógino, recordaré las múltiples matanzas de serpientes en la
mitología griega. Por ejemplo, Zeus mató a Tifón, Apolo a Pitón; y Hércules a Ladón,
guardiana del árbol de la fruta sagrada de Hera quien lo había recibido de la diosa Gaia al
casarse, cuando Zeus la desplazó.

Hay que recordar también que en Creta, donde hasta el tercer milenio ACA subsistió
aparentemente una sociedad solidaria, las deidades femeninas de las dos serpientes y las
representaciones de convivencias festivas de hombres y mujeres son sustituidas por el culto al
Minotauro ahí representado y ligado además con la construcción del trono más antiguo de
que se tenga noticia en occidente (y que está esculpido sobre un muro de piedra en el Palacio
de Knossos).

La Orestiada
Esta trilogía de Esquilo (Agamemnón, Las Coéforas y Las Euménides), un siglo más joven
que la versión definitiva del Génesis, se refiere al juicio a que se somete a Orestes por el
asesinato de su madre, Clitemnestra, quien a su vez había dado muerte a su marido,
Agamemnón.

En un alegato jurídico, el dios Apolo sostiene que los hijos no están emparentados con sus
madres44:

No es la madre
del que llaman su hijo engendradora,
sino tan sólo del embrión nodriza.
El padre engendra, y el materno seno
al germen extranjero da hospedaje,
y si place a los dioses, lo conserva.
Es prueba de mi aserto que sin madre
puede el padre engendrar.
De ellos es testigo esta diosa inmortal, hija de Zeus.
Ni de matriz la cárcel tenebrosa
la aprisionó jamás, ni diosa alguna
tan bella prole producir pudiera.

Así presenta Apolo a Atenea, nacida como mujer adulta de la cabeza de Zeus e hija preferida
de éste45.
44
Esquilo, La Orestiada, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1971.
45
Era representada con un casco y una lanza –deidad guerrera– que conserva de épocas anteriores una piel de
cabra bordeada por serpientes. Sin duda era una deidad prehelénica minoica relacionada con las serpientes, de la
que se apropiaron y a la que desarrollaron los griegos. Éstos le adjudicaron la virginidad, de la que provienen
sus epítetos Palas y Partenos. Era protectora de la ciudad, de la vida urbana, de la artesanía y de la agricultura –
para apropiarse de la pendiente occidental del Partenón creó el olivo, que ofreció a los atenienses mientras
Poseidón prometía un caballo o un manantial. Entre los símbolos totémicos que se le atribuyeron estaban
precisamente el olivo, las serpientes de su capa y el búho (sabiduría y razón). Durante los festejos de Palatenea –
19
Al juzgar a Orestes, Atenea, quien debe dar el veredicto final, confirma personalmente la
tesis de Apolo y se declara agente del orden patriarcal:

Sin madre nací;


y en todo (salvo en el himeneo)46,
lo varonil mi corazón cautiva.
Por la causa del padre me declaro.
No me mueve a piedad la desventura
de la mala mujer
que al propio esposo, al dueño del hogar, quita la vida.
De Orestes será el triunfo,
aunque los votos por una y otra partes iguales sean.
Jueces a quien este cuidado incumbe:
vaciad las urnas y contad los votos.

Atenea, como guardiana del patriarcado, establece así, de una vez y para siempre, que la
sabiduría puede tener forma de mujer, pero sólo puede provenir de la cabeza de un hombre.

Con tales argumentos, Atenea derrota a las Euménides, o Furias, últimas representantes del
orden premisógino, al emitir su sentencia con la que absuelve y hacer que Orestes sea
absuelto de toda culpa por el asesinato de su madre.

Aunque sólo fuera de manera legendaria y ritual, el matricidio dejó así de ser crimen en la
Grecia clásica. Con esa jurisprudencia se sacralizaron la supremacía de la paternidad y se
redujo al mínimo la importancia de la relación humana primigenia, pero además se despojó
oficialmente a la maternidad de todos los poderes míticos que había conferido a las mujeres y
que podía seguir asignándoseles (aunque en la cotidianidad doméstica siguieran ejerciendo
aquellos que convenían al domino masculino).

“¿Por qué un dramaturgo brillante como Esquilo escribiría una trilogía dramática alrededor
de tal tema? ¿Y por qué esa trilogía (que en su época no fue teatro en el sentido actual de la
palabra, sino drama ritual específicamente destinado a apelar a las emociones y a exigir
conformidad con las normas prevalecientes), tenía que ser representada ceremonialmente ante
todo el pueblo de Atenas, incluyendo mujeres y esclavos, en ocasiones rituales
importantes?”47

La Orestiada evoca la época en que se resolvió eliminar oficialmente las tradiciones


premisóginas y se impuso el dominio patriarcal. Esquilo, intelectual orgánico de ese dominio,
mostró, fundamentó y justificó el viraje de las normas solidarias hacia las del dominio
misógino.

su cumpleaños- se rendía culto a la fertilidad. Con el desarrollo del militarismo ateniense, se volvió también
deidad guerrera. El hecho de que compartiera esta característica con el dios extranjero Ares puede relacionarse
con un reparto de funciones, pero también indica la importancia popular que conservaban las deidades
femeninas. Atenea inventó la brida para dar a los hombres el dominio del caballo. Era la deidad tutelar de
Atenas y tuvo como sede a la Acrópolis, desde donde reinaban los poderes de la ciudad. En la Iliada inspiró y
dio la batalla al lado de los héroes griegos. En la Odisea es la deidad tutelar del rey Fidias (el arquitecto de
Pericles) y Esquilo contribuyeron significativamente a la imagen de Atenea.
46
Conforme al mito griego, Atenea era una de las tres diosas vírgenes, nunca tuvo marido, amante ni hijos.
47
Eisler, Riane, op cit.
20
De esta manera, las mujeres quedarían condenadas de antemano (como Clitemnestra), si tan
solo concebían alguna resistencia a su condición social sumisa. En el drama normativo de
Esquilo48, Atenea, deidad femenina de múltiples advocaciones incluyendo la de la sabiduría,
acepta el dominio impuesto en la ciudad-Estado de la que es patrona. Se trata de una
elaboración ideológica de la transformación de las leyes de lo que había sido el sistema de
propiedad comunal o clánica de transmisión matrilineal. Con la Orestiada estamos, por lo
tanto, ante la elaboración ideológica (explicación mítica y religiosa) que buscó construir el
consenso para la sustitución de las formas jurídicas premisóginas y prepatriarcales, por el
sistema de posesión masculina privada de la propiedad y de las mujeres.

En la Orestiada, la tradición popular representada por el coro es derrotada, y su


personificación obligada a rendirse: Irremediablemente derrotadas, las Euménides (o Furias)
se retiran a las cavernas de la Acrópolis obedeciendo la orden de Atenea. Como últimos
vestigios del poder femenino preolímpico, ellas seguirán hilando los destinos de mujeres y
hombres y determinando el tiempo en que deben nacer y morir. Pero en adelante, las que
fueron custodias de los antiguos poderes de las mujeres quedarían reducidas como figuras
menores, casi marginales, en el panteón dominado por nuevos dioses masculinos.

Las Euménides, sin embargo, habían alcanzado a decir a Apolo, el verdadero vencedor del
juicio:

Derribaste las antiguas leyes.


A las viejas deidades engañaste...
¡De antiguas diosas,
nuevo dios,
te burlas!

Aristóteles pitagórico: el amor a la sabiduría


Simone de Beauvoir hace notar al comienzo de El segundo sexo:

“Un hombre no habría tenido la idea de escribir un libro acerca de la situación singular de los
machos en la humanidad... Un hombre no comienza nunca ubicándose como individuo de
cierto sexo: el hecho de que sea hombre es incuestionable...: el hombre representa a la vez lo
positivo y lo neutro hasta el punto de que se dice `los hombres´ para designar a los seres
humanos pues el sentido singular de la palabra vir se ha asimilado al sentido general del
término homo... La mujer se presenta como lo negativo de manera tal que toda determinación
se le asigna como limitación sin reciprocidad”49.

Las primeras líneas del libro son palabras de hombre, de Pitágoras, citado en el primer
epígrafe:

Hay un principio bueno que creó el orden, la luz y al hombre,


y un principio malo que creó el caos, las tinieblas y la mujer.

48
Rockwell, Joan, Fact in fiction: the use of literature in the systematic study of society, Routledge y Kegan
Paul, London, 1974.
49
De Beauvoir, op cit, página 14. Las referencias son traducciones mías a la edición de 1976.
21
En el siglo IV ACA, Pitágoras de Samos organizó y encabezó en Crotona una comunidad
ascética formada exclusivamente por hombres célibes. En ella se profesaban las enseñanzas
místicas del maestro. Era una sociedad secreta presocrática y a la vez una agrupación política
misógina que se quería escuela filosófica y hermandad religiosa. Sus convicciones básicas se
refieren a la naturaleza matemática de la realidad, a la filosofía como instrumento de la
purificación espiritual que conduce a la fusión entre el alma y lo divino, y al significado
místico de ciertos símbolos. De acuerdo con Aristóteles50, Pitágoras, quien declaró al 10
número perfecto, estableció una tabla con los siguientes opuestos, principios binarios de la
creación de todas las cosas:

Limitado Ilimitado
Par Non
Unidad Pluralidad
Derecha Izquierda
Masculino Femenino
En reposo En movimiento
Recto Curvo
Luz Tinieblas
Bien Mal
Cuadrado Oblongo

Desde luego, para Aristóteles el desprestigio moral y la incompletud humana de las mujeres
se define en la columna de la izquierda. Nótese que Aristóteles sobrentendía que todo lo que
coincide con el cuadrado es orden mientras que lo ilimitado y sus afines corresponden al
caos, y que en su propio pensamiento único identificaba al movimiento con lo femenino y
con la pluralidad, y todo ello con el mal.

Esta tabla tomada del estagirita51 complementa la cita de Pitágoras con la que Simone de
Beauvoir resume, para comenzar, las concepciones dominantes sobre la esencia humana,
sistematizadas por escrito en la tradición occidental hace más de dos mil años, arraigadas por
milenios desde las primeras elaboraciones del pensamiento patriarcal y poderosamente
vigentes hoy.

El principio masculino contiene lo limitado, o más bien lo delimitado, en el sentido de que lo


delimitado es orden, clasificación, jerarquización. Como en los mitos bíblicos que también
estaban fijándose lejos de Grecia.

Lo masculino es par y al mismo tiempo representa la unidad. Es la derecha, lo que está en


reposo, lo que es recto, lo luminoso, el bien y lo cuadrado.

50
Algunas de las sinopsis incluidas aquí provienen de la Encyclopaedia Britannica, University of Chicago,
Oxford, Cambridge, London, Toronto, Tokyio, Australia, EUA, 1981, y del Diccionario de Filosofía de Juan
Ferrater Mora actualizado bajo dirección de Josep-María Terricabras, Ariel, Barcelona, 1994.
51
De Pitágoras y de su comunidad no quedó nada escrito y; lo que se conoce de ellos proviene de referencias;
Aristóteles de Estagira menciona otras listas de opuestos (como la del médico Alcmaeón de Crotona, el primero
que practicó la vivisección más de un siglo antes de Pitágoras). Sin duda sus propias concepciones,
desarrolladas desde su aprendizaje en la Academia de Platón (a cuyo sobrino Speussipos se ha atribuido la
elaboración de la tabla reproducida arriba), influyeron en la educación de Alejandro de Macedonia y del resto de
sus alumnos en las academias que estableció en Assus tras la muerte de su maestro, y en el Liceo que creó en
Atenas.
22
El principio femenino rige lo ilimitado, lo negativo, es lo non, lo singular aislado, por
contraposición a lo par que es complicidad en el poder, y la pluralidad caótica o libertaria
contraria a la unidad en el orden y la autoridad (la unidad parece concebida como fascio
sintético atado por un cinturón de cuero que no puede romperse –el lazo de lo masculino
frente a lo femenino disperso); lo femenino es curvo y está en movimiento y por ello evoca la
informalidad, la anarquía y el desconcierto; es el mundo de las tinieblas, de lo incierto, que
inspiran la búsqueda de lo desconocido y de lo diferente; es, por todo eso, oblongo y significa
el mal.

Algo fundamental en esta concepción es la división en dos del universo desde el ámbito del
amor clásico a la sabiduría.
Nuestras más antiguas tradiciones clásicas documentadas de tal manera que pueden rastrearse
con bastante solidez, coinciden en los aspectos básicos del milenario régimen patriarcal de
relaciones y de las concepciones más importantes de la misoginia religiosa filosófica, política
y científica. Según el plano desde el que se elaboren los discursos del dominio, la Biblia y las
obras de Aristóteles son referencias imprescindibles, muy a menudo confundidas en las
ideologías cristianas por intermedio de la acción del imperio romano que controló las tierras
de los tanaístas hebreos y de los pensadores griegos, y de unos y otros asimiló lo necesario
para llevar adelante al patriarcado y a la misoginia.

Alternativas en curso
La obra de Poulain de la Barre, un precursor
Simone de Beauvoir transcribe en un segundo epígrafe estas palabras de François Poulain de
la Barre, cura católico y cartesiano convertido al protestantismo once años después de la
publicación de su última obra:

Debe sospecharse de todo lo escrito por los hombres acerca de las mujeres, pues ellos son
juez y parte a la vez.

Este filósofo francés que El Segundo Sexo nos permitió descubrir, publicó en 1673 De l
´égalité des deux sexes (La igualdad de ambos sexos), en 1674 De l´éducation des dames
pour la conduite de l´esprit dans les sciences et dans les moeurs. Entretiens (La educación de
las mujeres para la formación del espíritu en las ciencias y en las costumbres.
Conversaciones), y en 1675 De l´excellence des hommes contre l´égalité des sexes (La
excelencia de los hombres contra la igualdad de los sexos)52.

Las tres obras se enmarcaron en la llamada querelle des femmes en la que intervinieron, entre
otros, Perrault y Molière.

Para retratar a Poulain con más detalle, agrego estas palabras suyas:

“Dios une la mente al cuerpo de la mujer del mismo modo que al del hombre, y los une por
las mismas leyes. Los sentimientos, las pasiones y las voluntades establecen y mantienen esta
unión. Puesto que la mente no opera de un modo en un sexo que en el otro, es igualmente
capaz de las mismas cosas”53.

52
Actualmente preparo la edición crítica de estos tres libros, en traducción al castellano en que hablo y escribo.
53
Este párrafo, como el epígrafe citado antes, provienen de su libro de 1674.
23
Como lo hace notar Celia Amorós54, el título del trabajo de Poulain sobre la educación, indica
el propósito de derivar hacia los derechos de las mujeres las implicaciones de la crítica
cartesiana del prejuicio, la tradición y el argumento de autoridad, así como del dualismo
mente-cuerpo.

Poulain dirigió esta obra a las mujeres, “aunque (sus consejos) no sean menos útiles para los
hombres por la misma razón de que las obras dirigidas a los hombres sirven igualmente para
las mujeres, pues el método para instruir a unos y a otras es el mismo, siendo como son de la
misma especie”.

Es, pues, un proyecto concebido por un hombre para contribuir a la equidad y la igualdad de
género. Se trata de cinco conversaciones. En ella, el ideario de Poulain, derivado como una
propuesta ética y política de su exposición de 1673 sobre la igualdad, es expuesto por dos
mujeres, Sofía, que lleva “el nombre de la sabiduría misma” y Eulalia, “que habla bien”, y
por dos hombres, Timandro, “hombre honesto que se rinde a la razón y al buen sentido” y
Estasímaco, “pacífico..., enemigo de las controversias[y] de la pedantería”.

Poulain define la relación orgánica entre igualdad y libertad, incluye a las mujeres en los
discursos filosófico y político, hasta entonces exclusividad masculina, y se anticipa a
Condorcet (Sobre la admisión de las mujeres al derecho a la ciudadanía) y a Olympe de
Gouges (Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, por la que fue
guillotinada), quienes, en 1790 y 179155, respectivamente, reivindicaron la igualdad en la
educación y la extensión de los derechos del hombre y de la ciudadanía a las mujeres.
Poulain fue también antecesor de otras personalidades de la revolución francesa, entre las que
Anne Soprani56 menciona al enciclopedista Diderot, al místico François Boissel, así como al
académico Thomas, al abad Mably y a Charles Laclos, quienes escribieron en 1722, 1776 y
1782, al diputado Amar57, a las damas en cuyos salones preciosistas se discutía de feminismo
(de Deffant, de Tencin, Geoffrin, de Lespinasse) a la lectora de Luis XVI Armande Gacon
Dufour, y a algunas de las feministas que organizaron clubes revolucionarios, tomaron parte
en los debates de la Asamblea y fueron activistas notables en diversos ámbitos sociales y
políticos franceses al final del siglo 18 (Germaine de Staël, Sophie de Condorcet, Louise de
Kéralio, Théroigne de Méricourt, Reine Audu, Manon Roland, Lucile Desmoulins, Françoise
Hébert, Claire Lacombe, Pauline Léon, Etta Palm).
A diferencia de su maestro Descartes, pero siempre en el contexto de “la lucha contra el
prejuicio y [por] la articulación del nuevo método de conocimiento para la fundamentación
de la ciencia”, Poulain, en palabras de Celia Amorós, se propuso “llevar la racionalidad en la

54
En su Presentación de De la educación de las damas para la formación del espíritu en las ciencias y en las
costumbres, Ediciones Cátedra-Instituto de la Mujer, Madrid, 1993. Mis observaciones van en la línea del
ensayo de esta filósofa, siguiendo casi siempre la Introducción y la traducción de Ana Amorós. De la primera de
estas autoras, véase también “El discurso de la igualdad en el pensamiento de Poulain de la Barre”, págs. 11-20
de Historia de la teoría feminista, que ella coordinó, Universidad Complutense-Dirección General de la Mujer,
Madrid, 1994.
55
Olympe de Gouges, "Déclaration des Droits de la Femme et de la Citoyenne" (1791), en Olympe de Gouges.
Ecrits Politiques 1788-1791 y 1791-1793. Tomo 1 y 2, Éditions Côté-femmes, Paris, 1993. Y J.A.N. de Caritat,
marquis de Condorcet, "Sur l’admission des femmes au droit de cité", in Journal de la Société de 1789, n°5, 3
juillet 1790.
56
La révolution et les femmes de 1789 à 1796, MA Éditions, París, 1988.
57
Quien en octubre de 1793 presentó la reivindicación política de las mujeres al preguntar en la Convention si
podían ejercer derechos políticos, formar parte del gobierno, y deliberar en asociaciones políticas y populares.
La respuesta de los convencionistas fue, por supuesto, negativa.
24
`configuración de las relaciones vitales´ nada menos que a la relación entre los sexos, ámbito
por excelencia de la irracionalidad y la obstinación ancestral del prejuicio”.

En su última obra, Poulain ofreció y refutó los argumentos con que se detracta a las mujeres y
que sirven para aprobar la limitación de su educación conforme a la “honestidad” de su sexo.

Se ha considerado a Poulain precursor del feminismo y de la revolución, así como autor del
“primer discurso filosófico antipatriarcal” con el que emprendió la pragmatización de las
implicaciones del cartesianismo en el ámbito social, convencido de que la lucha contra el
prejuicio ha de tener virtualidades reformadoras no sólo en las ciencias, sino también (y
principalmente) en las costumbres, es decir, en lo que para Gramsci sería 250 años después
“la concepción del mundo que se expresa implícitamente... en todas las manifestaciones de la
vida, individuales y colectivas”,58 sentido común, filosofía y praxis cotidiana de las masas.

En palabras cartesianas y como formulación ética y política dos siglos y medio más antiguas
que las del italiano, “el conocimiento verdadero del bien y el mal no puede reprimir ningún
afecto en la medida en que ese conocimiento es verdadero, sino sólo en la medida en que es
considerado él mismo como un afecto”.

Esta afirmación resulta ineludible cuando se emprende cualquier análisis de la condición


masculina y de las relaciones vitales de los hombres.

El planteamiento de Poulain puede resumirse así: el ancestral prejuicio de la desigualdad de


los sexos es el más obstinado; si se refuta sobre la premisa de que l´esprit (como se solía
llamar entonces a la razón) no tiene sexo, podrán refutarse los demás, y “habremos
contrastado las condiciones de posibilidad, no sólo lógicas sino pragmáticas de... [la] lucha
contra el prejuicio ampliado... al ámbito de la praxis social... El prejuicio... está arraigado en
intereses, configura actitudes, troquela conductas y determina ofuscaciones: no basta con
argumentar... La reconstrucción de los argumentos y de la tópica del adversario... [es] algo
más que un ejercicio retórico...: la liberación del interés de la razón frente a las razones de los
intereses ha de ser objeto de convicción capaz de reorientar las voluntades y de compensar las
inclinaciones contrarias...”, pues, dice Poulain “entre todos los prejuicios, ninguno... [como]
aquel que comúnmente se tiene sobre la desigualdad de ambos sexos.... Las opiniones
diversas... no se fundan sino en el interés o en la costumbre, y... es incomparablemente más
difícil librar a los hombres de los sentimientos en los que están sumidos que de aquellos que
han abrazado por el motivo de las razones que les han parecido las más convenientes y las
más fuertes”. De modo que “como se juzga que los hombres no hacen nada más que por la
razón, la mayoría no puede imaginarse que no ha sido consultada para introducir unas
prácticas... implantadas con tal universalidad que se imagina que son la razón y la prudencia
las que las han creado...”

De esta manera, para Celia Amorós, Poulain trata “... no ya de demostrar more deductivo la
igualdad entre los sexos como idea verdadera, sino de potenciarla como sentimiento moral
con virtualidades en orden a la transformación de las costumbres...”.

En términos del cura francés, “las mujeres están tan convencidas de su desigualdad e
incapacidad que hacen virtud no sólo de soportar la dependencia, sino de creer que está
fundada en la diferencia que la naturaleza ha establecido entre ellas y los hombres”.
58
Il materialismo storico e la filodofia di Benedetto Croce, Einaudi, Torino, 1964, página 7.
25
Poulain adelantó con estas palabras algo que es muy importante para El segundo sexo59, y
planteó que la diferencia no puede ser fundamento de la desigualdad.

Ambas concepciones resultan básicas para reconocer a las mujeres como sujetas, y para su
construcción como tales. Y en la toma de posición tanto como en la espontaneidad de las
actitudes de los hombres en su relación entre ellos y con las mujeres.

La visión que Poulain tuvo de los orígenes de la desigualdad, se resume así:

“En la primera edad del mundo..., todos... [los seres humanos] eran iguales, justos y sinceros
y solamente tenían por regla y por ley el buen sentido. Su moderación y su sobriedad eran la
causa de su justicia... Pero a partir del momento en que a algunos hombres, abusando de sus
fuerzas y de su ocio, se les ocurrió querer someter a los demás, la edad de oro y de libertad se
trocó en una edad de hierro y servidumbre. Los intereses y los bienes se confundieron de tal
manera por la dominación que algunos solamente pudieron vivir dependiendo de los otros. Y
esta confusión, que fue en aumento a medida que se iban alejando del estado de inocencia y
de paz, produjo la avaricia, la ambición, la vanidad, el lujo, la ociosidad, el orgullo, la
crueldad, la tiranía, el engaño, las divisiones, las guerras, la fortuna, las inquietudes, en una
palabra, casi todas las enfermedades del cuerpo y del espíritu que nos afligen”.

Dejamos aquí a Poulain que, como se advierte, también se ocupó de la enajenación masculina
en la misoginia, sin olvidar que en sus textos fue a un tiempo juez y parte. Y también
subrayemos que para él la educación sólo tiene sentido para acabar con el prejuicio, es decir,
para desarrollar el conocimiento y la ciencia que son lo contrario del prejuicio, y para que el
prejuicio deje de dominar las costumbres, es decir, la cotidianidad y sus motivaciones en
cualquier plano:

Nada tendrá sentido si no está arraigado en el sentido común. No basta con las leyes mientras
no se conviertan en costumbre, en uso y costumbre, diríamos hoy.

Orfeo: un mito para el futuro


Volvamos a los clásicos. Esta vez con el mito registrado por Ovidio 60 del que me permito
exponer mi propia interpretación.

Todo parece indicar que Orfeo era un chamán que trabajaba con la música. Iba a casarse con
Eurídice, pero el día de los esponsorios ella fue picada por un áspid (¿la serpiente de la
sabiduría?) y murió. Al menos murió como posible esposa de Orfeo. Desesperado, él
emprendió un descenso al Averno en búsqueda de su amada, a quien pensaba recuperar para
encerrarla en el cautiverio doméstico. Para entrar al reino de Hades, donde éste vivía con
Perséfone desde que la raptó para desposarla, Orfeo encantó con su música al Cancerbero
guardián del submundo. No logró convencer a Hades, pero Perséfone se apiadó de él y

59
S. de Beauvoir la subraya cuando, en los epígrafes del tomo II de El Segundo Sexo, contrapone a Kierkegaard,
uno de los iniciadores del existencialismo, con Sartre, el existencialista más cercano a la autora. Dice el primero:
“¡Qué desgracia ser mujer! Y cuando se es mujer, sin embargo, en el fondo la peor desgracia es no comprender
que es una desgracia”, y Simone responde en el segundo epígrafe tomado de Sartre: “Semivíctimas,
semicómplices, como todo el mundo”.
60
Ovidio Nason, Publio, Las metamorfosis, UNAM-Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios
Clásicos, México, 1979.
26
negoció un arreglo con el señor del Averno: Eurídice podría ir hacia la salida siguiendo a
Orfeo, pero si éste volteaba a verla antes de estar fuera del Averno, ella se quedaría ahí.

Es posible que Hades supiera lo que iba a suceder, pero es seguro que Eurídice seguía
resistiéndose ante la amenaza de compartir su cotidianidad con Orfeo, y que respiró aliviada
cuando él fue vencido por la ansiedad y vio antes de tiempo a la que ya consideraba su presa
recobrada.

Orfeo regresó desesperado a Tracia, territorio de contradictorios cultos a Dionisios, dios


misógino y enajenador, donde las ménades libertarias luchaban contra él y contra sus aliadas
las bacantes.

Esto acontecía en los momentos en que se instauraba el logos en el pensamiento griego


(representado debido a razones desconocidas por el dios del vino y sus sacerdotisas), al
tiempo en que surgían movimientos por la libertad intelectual y por la libertad del placer
(expresados en las acciones de las ménades, que habían sido también sacerdotisas de una
advocación diferente de Dionisos; quizá Eurídice era una de éstas).

Al regreso de Orfeo, las ménades se acercaron a él, pero él no quiso tener tratos con las
mujeres, actuó como el misógino que siempre había sido, y también practicó la pederastia.

Las ménades enfurecidas lo destazaron y arrojaron su cráneo al mar. Tiempo después, la


cabeza desprendida del cuerpo de Orfeo encalló en una playa de Lesbos, donde se había
instalado Eurídice.

Pasó por ahí una serpiente (otra vez la serpiente de la sabiduría y la sensatez), que se metió
por las cavidades óseas. Se dice que Eurídice lo encontró, que ambos recuperaron la vida y
que por fin pudieron compartir su cotidianidad mítica.

Para mí, el mito de Orfeo describe y valora la misoginia enajenante de los hombres y la
posición de las mujeres aliadas de las serpientes ante ella. Pero también ofrece la posibilidad
de una transformación cultural proveniente de todo aquello que en la antigüedad
representaban los ofidios.

Así pues, el mito de Orfeo es el mito de la posibilidad que tenemos los hombres de alejarnos
de la misoginia y desenajenarnos si conseguimos que nos pique la culebra de la ilustración, la
sabiduría y la pasión por los gozos de la equidad.

Ciudad Universitaria, abril de 2004.

27

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