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La Máquina se detiene

Por Edward Morgan Forster

Traducción por Damián Lovagnini

I. LA AERONAVE

Imagina, si puedes, una habitación pequeña, de forma hexagonal, como la celda de una abeja. No está iluminada
por la luz de una lámpara o una ventana, y sin embargo está colmada por una suave radiación. No posee aberturas
para ventilación, y sin embargo hay aire fresco. Tampoco hay instrumentos musicales en su interior, pero, al
momento que comienza esta reflexión, la habitación comienza a palpitar con sonidos melodiosos. Hay una silla en el
centro, a su lado una mesa de lectura – esos son todos los muebles-. Y en aquella silla con respaldo, sentado, se halla
un bulto de carne envuelto –una mujer de unos cinco pies de alto – con la piel tan blanca como un hongo. A ella
pertenecía esa pequeña habitación.

Sonó un timbre.

La mujer accionó un botón y la música se detuvo.

“Supongo que debo ver quién es”, pensó, entonces puso su silla en movimiento. La silla, que al igual que la música
funcionaba de manera mecánica, la llevó hasta el otro lado de la habitación donde el timbre continuaba sonando de
manera persistente.

“¿Quién es?” exclamó ella. Su voz se mostraba irritada, puesto que había sido interrumpida varias veces desde el
comienzo de la música. Conocía a varios cientos de personas; en ciertos aspectos, las relaciones humanas habían
avanzado enormemente.

Pero cuando oyó la voz del recibidor, su cara esbozó una sonrisa, y dijo: “Muy bien, charlemos, me aislaré. No creo
que pase nada importante en los próximos cinco minutos, así que puedo dedicarte los cinco minutos completos,
Kuno. Luego debo continuar mi conferencia sobre ‘La música durante el período australiano’ “.

La mujer presionó el interruptor de aislamiento, para que nadie más pudiera hablarle. Luego tocó el aparato de
iluminación y la habitación se sumergió en la oscuridad.

- Sé rápido - exclamó. Su irritación regresaba - Sé rápido, Kuno, estoy aquí en la oscuridad, malgastando mi
tiempo.
Sin embargo, sólo habían pasado 15 exactos segundos desde de que una bandeja que sostenía en sus manos
comenzara a brillar. A través de esta, se disparó una débil luz azul, que se oscureció tornándose púrpura, y entonces
pudo ver la imagen de su hijo.

- Kuno, qué lento eres.

Él esbozó una clara sonrisa.

- Creo que realmente disfrutas la lentitud - Dijo ella.


- Te llamé antes mamá, pero siempre estás ocupada o aislada. Tengo algo que decirte, algo íntimo.
- ¿Qué es, querido mío? Sé rápido, ¿Por qué no me lo enviaste por el correo neumático?
- Porque, algunas cosas prefiero decirlas. Quiero…
- ¿Bueno?
- Quiero que vengas a verme.

Vashti, miró el rostro de su hijo en la bandeja azul.

- ¡Pero puedo verte! – exclamó ella - ¿Qué más quieres?


- Quiero verte, pero no a través de la Máquina – dijo Kuno – Quiero hablarte, pero no por medio de esta
tediosa Máquina.
- ¡Ni una palabra! - dijo su madre, un tanto shockeada – No debes decir nada en contra de la Máquina.
- ¿Por qué no?
- Uno no debe.
- Hablas como si un dios hubiese construido esa Máquina – reclamó Kuno – Creo que hasta debes rezarle
cuando no te sientes feliz. Fue hecha por hombres, no lo olvides. Grandes hombres, pero hombres al fin. La
Máquina es mucho, pero no lo es todo. Veo algo parecido a ti en esta bandeja, pero no te veo. Oigo algo
parecido a través del teléfono, pero no oigo tu voz. Por eso es que deseo que vengas. Hazme una visita, así
podremos vernos cara a cara, y hablar sobre las expectativas que tengo.

Ella le respondió que difícilmente podría tomarse el tiempo para una visita.

- La nave tarda unos dos días en atravesar la distancia que hay entre nosotros.
- No me gustan las naves.
- ¿Por qué?
- Me disgusta ver esa horrible tierra marrón, y el océano y las estrellas cuando todo está oscuro. No puedo
tener ideas dentro de una nave.
- Yo no las concibo en ningún otro lado más que ese.
- ¿Qué tipo de ideas puede darte el aire?

Kuno se detuvo un instante.

- ¿Conoces esas cuatro estrellas que juntas forman un rectángulo? ¿Esas tres que se juntan en mitad del
rectángulo, y las otras tres que cuelgan de ellas, suspendidas?
- No, no las conozco. No me gustan las estrellas. Pero… ¿te dan ideas? Qué interesante, cuéntame.
- Se me ocurre pensar, que se ven como un hombre.
- No entiendo.
- Las cuatro estrellas más grandes forman los hombros y las rodillas del hombre. Las tres estrellas del medio
se ven como los cinturones que antes solían vestir los hombres, y las otras tres estrellas colgantes son como
una espada.
- ¿Una espada?
- Los hombres llevaban espadas consigo, para matar animales y a otros hombres.
- No me parece una muy buena idea, pero es realmente original. ¿Cuándo te acudió por primera vez?
- En la nave – Él calló de golpe, y ella creyó verlo triste. Aunque no podía estar segura, la Máquina no
transmitía señales de expresión. Solamente daba una idea general de las personas - una idea que es
suficiente para todos los propósitos prácticos, pensó Vashti.
Ese imponderable florecer, declarado por una filosofía desacreditada como la esencia real de las relaciones,
era ignorado por la Máquina, de la misma manera que los fabricantes de fruta ignoraban el inmejorable
brote de la uva. Ese algo “suficiente”, fue aceptado hace mucho tiempo por nuestra raza.
- La verdad es, - continuó - que quiero ver las estrellas otra vez. Son estrellas atractivas. Quiero verlas, pero no
desde la nave, sino desde la superficie de la tierra, como hacían nuestros ancestros hace miles de años.
Quiero visitar la superficie.

Nuevamente ella se sorprendió.

- Madre, debes venir, aunque sólo sea para explicarme qué es lo perjudicial de visitar la superficie de la tierra.
- No hay daño, - respondió, controlándose - pero tampoco posee beneficios, la superficie de la tierra es sólo
polvo y barro, no hay nada que aprovechar. Ya no queda vida en ella, y necesitarías un respirador, de otra
manera el frío del aire exterior te mataría. Uno muere inmediatamente en el aire exterior.
- Lo sé; tomaré todas las precauciones necesarias.
- Y más…
- ¿Bueno?

Ella consideró, y eligió sus palabras con cuidado. Su hijo tenía un temperamento extraño, y ella deseaba disuadirlo
de realizar esa expedición.

- Eso contradice el espíritu de esta era - acertó a decir.


- ¿Quieres decir que de esa manera desobedecería a la Máquina?
- De alguna manera sí, pero…

Su imagen en la bandeja azul se desvaneció.

- ¡Kuno!

Se había aislado.
Por un instante, Vashti se sintió sola.

Entonces encendió la luz, y la vista de la habitación, inundada de luz y repleta de botones eléctricos, la reanimó.
Había botones e interruptores por todos lados… botones para pedir comida, música, ropa. Un botón para el baño
caliente, que al ser presionado extraía del suelo un lavabo de (imitación) mármol rosa, lleno hasta el borde de un
líquido tibio desodorizado. Había también un botón para el baño frío. También estaba ese botón que producía
literatura. Y estaban también, por supuesto, los botones a través de los cuales ella se comunicaba con sus amigos. La
habitación, aunque no contenía nada, estaba en contacto con todo lo que le importaba del mundo.

La siguiente acción de Vashti, fue apagar el interruptor de aislamiento, entonces las acumulaciones de los últimos
tres minutos estallaron sobre ella. La habitación quedó atestada con el sonido de campanas y tubos parlantes.
¿Cómo era la nueva comida? ¿La recomendaría? ¿Ha tenido ideas últimamente? ¿Podría alguien contarle sus propias
ideas? ¿Se comprometería a visitar guarderías públicas en fechas tempranas?

La mayoría de estas preguntas, las respondió con irritación – una cualidad que crecía en aquella época acelerada.
Contestó que la nueva comida era horrible. Que no podía visitar guarderías públicas a través del correo de los
compromisos. Que no tenía ideas propias, pero que acababan de contarle una: que cuatro estrellas y tres más en el
medio se veían como un hombre; dudó de que hubiera demasiado en esa idea. Luego apagó la correspondencia, ya
que era tiempo de entregarse a la lectura sobre la música australiana.

El torpe sistema de reuniones públicas había sido abandonado mucho tiempo atrás, ni Vashti ni su audiencia se
movían de sus habitaciones. Hablaba desde su silla, mientras ellos en las suyas la escuchaban y la miraban, bastante
bien. Comenzó con un relato humorístico acerca de la música en la época pre-mongólica, y luego continuó con la
gran explosión de la canción que precedió a la conquista china. Aunque los métodos de I-San-So y la escuela de
Brisbane eran remotos y primitivos, ella sintió (dijo) que su estudio podría reencausar a los músicos de hoy en día:
tenían frescura; tenían, sobre todo, ideas.

La conferencia, que duró unos diez minutos, fue bien recibida, y en el cierre ella y varios de la audiencia escucharon
otra conferencia en el mar; había ideas para obtener del mar, la oradora le entregó un respirador y luego lo
visitaron. Más tarde, se alimentó, conversó con varios amigos, tomó un baño, volvió a conversar, y después solicitó
su cama.

La cama no era como a ella le hubiese gustado. Era demasiado grande, y le daba la sensación de ser demasiado
pequeña. La queja era inútil, porque las camas eran del mismo tamaño en todo el mundo, y poseer una que tuviera
un tamaño alternativo, supondría grandes alteraciones en la Máquina. Vashti se aisló - era necesario, bajo la tierra
no existe el día ni la noche – y repasó todo lo que sucedió desde la última vez que solicitó su cama. ¿Ideas? Casi
ninguna. Eventos… ¿Había sido la invitación de Kuno un evento?

A su lado, sobre la mesa de lectura, se hallaba un sobreviviente de la era de la basura… Un libro. Era el libro sobre la
Máquina. En este, se hallaban las instrucciones ante cualquier posible contingencia. Si sentía frío, o calor, dispepsia,
u olvidaba alguna palabra, iba al libro y este le indicaba qué botón presionar. Lo había publicado el Comité Central.
Había sido copiosamente destinado a ajustarse con un hábito en crecimiento.
Sentada en su cama, lo tomó reverentemente en sus manos. Echó una mirada en redor de la brillante habitación,
como si pudiera haber alguien observándola. Luego, un tanto tímida, un tanto divertida, murmuró: “¡Oh, Máquina!”
“¡Oh, Máquina!”, y acerco el volumen a sus labios. Tres veces lo besó, tres veces inclinó su cabeza, tres veces sintió
el delirio de la aquiescencia. Con el ritual terminado, dio vuelta a la página 1367, que proporcionaba los horarios de
salida de las naves desde la isla, en el hemisferio del sur, suelo bajo el que ella vivía, a la isla situada en el hemisferio
norte, debajo de la cual vivía su hijo.

Pensó, “No tengo el tiempo”.

Vashti oscureció su habitación y durmió; despertó e iluminó la habitación; comió e intercambió ideas con sus
amigos, y escuchó música y atendió sus lecturas; volvió a oscurecer la habitación y a dormir. Sobre ella, debajo de
ella y a su alrededor, la Máquina zumbaba eternamente; ella no advertía el ruido, porque había nacido con él en sus
oídos. La tierra, cargando con ella, zumbaba esparciéndose en el silencio, rotando primero hacia el sol invisible,
luego hacia las estrellas invisibles. Ella despertó e hizo que la habitación se iluminara.

- ¡Kuno!
- No te hablaré - respondió - hasta que no vengas.
- ¿Has estado en la superficie de la tierra, desde la última vez qué hablamos?

Su imagen se desvaneció.

Nuevamente, ella consultó el libro. Se puso muy nerviosa, y se echó hacia atrás con la silla, trepidando.
Imaginándose sin dientes o cabello. Acto seguido, dirigió la silla hacia la pared y presionó un botón desconocido.
Una parte de la pared se abrió lentamente. A través de la abertura, vio un túnel con una leve curvatura, por lo que
no se veía la salida. Debía ir a ver a su hijo. Allí comenzaba el viaje.

Por supuesto, ella sabía todo acerca del sistema de comunicación. No había nada misterioso en él. Debería llamar un
coche, y este volaría para descender el túnel, hasta alcanzar el ascensor que comunicaba con la estación de la
aeronave: el sistema se usaba hacía ya varios años, mucho antes de la fundación universal de la Máquina. Por
supuesto, había estudiado a la civilización que inmediatamente precedía a la suya… la civilización que confundió la
función de la Máquina, y la usó para acercar las personas hacia las cosas, en lugar de acercarles las cosas a las
personas. Aquellos días divertidos, en que los hombres salían para cambiar el aire, en vez de cambiar el aire de sus
habitaciones… Y sin embargo, tenía miedo de estar en el túnel: no lo había visto desde el nacimiento de su último
hijo. Era curvo, aunque no tanto como ella lo recordaba; era brillante, aunque no tan brillante como sugería el
conferencista. Vashti se enfrentaba a los terrores de la experiencia directa. Volvió a entrar en la habitación, y la
pared se cerró nuevamente.

- Kuno - dijo ella -, no puedo ir a verte, no me siento bien.

Inmediatamente, un aparato enorme cayó sobre ella desde el techo, un termómetro fue apoyado automáticamente
sobre su corazón. Se había puesto débil. Unas almohadillas frías aliviaban su frente.
Kuno telegrafió al doctor. Las pasiones humanas continuaban errando de aquí para allá, dentro de la Máquina.
Vashti bebió la medicina que el doctor proyectó dentro de su boca, y la maquinaria regresó adentro del techo. Se oía
la voz de Kuno preguntando cómo se sentía.

- Mejor – y luego, con irritación- ¿Pero por qué no vienes tú a verme entonces?
- Porque no puedo dejar este lugar.
- ¿Por qué?
- Porque, en cualquier momento, algo tremendo podría pasar.
- ¿Has estado en la superficie de la tierra ya?
- No aún.
- ¿Entonces qué es?
- No te lo diré a través de la Máquina.

Vashti hizo un resumen de su vida.

Pensó en Kuno cuando era bebé, en su cumpleaños, su traslado a las guarderías públicas, ella visitándolo allí, cuando
él la visitaba – visitas que acabaron cuando la Máquina le asignó a él una habitación en el otro extremo del planeta -,
“Los deberes de los padres”, decía el libro, “cesan en el momento del nacimiento. Resolución P.422327483.” Verdad,
pero había algo especial en Kuno – de hecho, había algo especial en todos sus hijos – y, después de todo, debería
enfrentar el viaje si él lo merecía. Y “algo tremendo podría pasar”. ¿Qué significaba eso? El sinsentido típico de un
joven, no hay dudas, pero ella debía ir. Una vez más presionó ese botón poco familiar, una vez más se abrió la pared,
y vio el túnel que giraba y se perdía de vista. Cerrando el libro de un golpe, se levantó, se acomodó en el andén, y
llamó el coche. La habitación se cerró detrás de ella: el viaje hacia el hemisferio norte había comenzado.

Estaba claro que era perfectamente fácil. El coche se acercó, y en su interior, encontró sillas con respaldo exactas a
las suyas. Cuando ella lo señaló, se detuvo, y se deslizó hacia el ascensor. Había otro pasajero en el ascensor, la
primera criatura humana a la que le había visto la cara en meses. Pocos viajaban en esos días, porque, gracias a los
avances de la ciencia, la tierra era exactamente igual en cualquier parte. El rápido progreso, por el cual la civilización
anterior tanto había esperado, había terminado destruyéndose a sí mismo. ¿Qué había de bueno en viajar a Pekín si
todo era como en Shrewsbury? ¿Por qué volver a Shrewsbury si todo sería idéntico a Pekín? Los hombres rara vez
movían sus cuerpos; cualquier inquietud que hubiera, se aglutinaba en el alma.

El servicio de la nave era una reliquia de la época anterior. Se mantenía funcionando, porque era más fácil
mantenerlo así que detenerlo o bloquearlo, los intereses de la población ya lo habían superado. Embarcación a
embarcación, pasaría por los vomitorios de Rye o por Christchurch (uso los nombres antiguos), navegaría el cielo
atestado, y haría escala en los muelles del sur… vacíos. Tan bien ajustado estaba el sistema, que,
independientemente de la meteorología, el clima del cielo, ya nublado o calmo, siempre lucía como un caleidoscopio
cuyos patrones se repetían periódicamente. La nave en la que Vashti navegaba había partido al ponerse el sol; ahora
era de madrugada. Siempre que pasara sobre Rheims, se cruzaría con la nave que servía entre Helsingfors y el Brasil,
y cada vez que sobrevolara los Alpes por tercera vez, la flota de Palermo cruzaría el camino por detrás de sí. Ni el día
ni la noche, el viento o las tormentas, mareas o terremotos, impedían ya al hombre. Se había convertido en un
Leviatán. Toda la vieja literatura, con su miedo y elogios hacia la naturaleza, sonaba tan falsa como el parloteo de un
niño.

Sin embargo, cuando Vashti vio el extenso flanco de la nave, en contacto con el aire exterior, su terror hacia la
experiencia directa regresó. Esta no era como la nave del cinematógrafo. Por alguna razón olía – no fuerte ni
desagradable, pero olía -. Y con los ojos cerrados pudo presentir que algo nuevo estaba cerca de ella. Luego, tuvo
que caminar desde donde estaba hasta un ascensor, y verse con los otros pasajeros.

Un hombre que estaba delante, dejó caer su libro – no fue gran cosa, pero eso inquietó a todos –. En las
habitaciones, si se caía el libro, el suelo lo levantaba mecánicamente, pero la pasarela de la nave no estaba
preparada para eso, por lo que el libro yacía inmóvil.

Se detuvieron – esto fue algo inesperado – y el hombre, en lugar de levantar su propiedad, dejó caer los músculos de
sus brazos, sólo para ver cómo fallaban en el intento. Entonces alguien dijo con expresión directa: “llegaremos
tarde”, y todos se agolparon abordo, Vashti pisó las páginas mientras entraba.

Adentro, su ansiedad aumentó. Los arreglos, dentro, se veían viejos y rústicos. Incluso había una mujer en la
atención, a quien tendría que anunciar las necesidades que tuviera durante el viaje. Una plataforma giratoria corría a
lo largo de la nave, claro está, sin embargo Vashti esperaba tener que caminar desde allí hasta su camarote. Algunos
camarotes lucían mejor que otros, y ella no había obtenido el mejor. Pensó que la mujer había sido injusta, entonces
la sacudieron espasmos de ira. Las válvulas de vidrio se habían cerrado, ella ya no podría volver. Vio, al final del
vestíbulo, el ascensor con el que había subido, yendo arriba y abajo, en silencio, vacío. Bajo aquellos corredores de
azulejos brillantes, había habitaciones, descendiendo piso a piso, llegando a la tierra, y en cada habitación, un ser
humano sentado, comía, o dormía, o creaba ideas. Sepultada en lo profundo de la colmena, se encontraba su propia
habitación. Vashti tenía miedo.

“Oh, Máquina”, murmuró, acarició su libro, y se tranquilizó.

Luego, las paredes del vestíbulo parecían fundirse juntas, como esos pasajes que vemos en los sueños, el ascensor se
esfumó, el libro que habían dejado caer se deslizó hacia la izquierda y desapareció, azulejos pulidos se movían como
una corriente de agua, hubo un ligero sacudón, y la nave, saliendo del túnel, se remontó por sobre las aguas del
océano tropical.

Era de noche. Por un momento vio la costa de Sumatra recortada por la fosforescencia de las olas, y colmada de
faros que aún enviaban hacia adelante sus disgregados destellos. Estas cosas también desaparecieron, solamente las
estrellas la distraían ahora. No se hallaban inmóviles, se balanceaban de aquí para allá sobre su cabeza, pasándose
de una claraboya a otra, como si fuese el universo el que la transportaba, y no la aeronave. Y, como pasaba de vez en
cuando en las noches claras, parecían verse en perspectiva, luego en plano; o apiladas, fila sobre fila en infinitos
cielos, concertando la infinitud; un techo limitando por siempre la vista de los hombres. En cualquier caso, se veían
intolerables: “¿Viajaremos de noche?”, preguntaron los pasajeros con enojo, entonces la encargada, sin cuidado,
encendió las luces y bajó las persianas de metal plegable.
Cuando las naves fueron construidas, el deseo de mirar las cosas directamente aún persistía en el mundo. Por eso el
extraordinario número de claraboyas y ventanas, y la proporcional incomodidad que sentían aquellos que eran
civilizados y refinados. Incluso en el camarote de Vashti, se asomó una estrella a través de una imperfección de la
persiana, y luego de varias horas de sueño intranquilo, la molestó un brillo extraño: el amanecer.

Tan pronto como la nave aceleró hacia el oeste, la tierra giró aún más rápido hacia el este y arrastró a Vashti y sus
compañeros una vez más delante del sol. La ciencia había podido prolongar la noche, pero solamente un poco, y
aquellas grandes esperanzas de poder neutralizar la rotación matinal habían cesado, junto con expectativas
probablemente superiores. “Mantenerse al paso del sol”, o incluso adelantársele, había sido el objetivo de la
civilización que precedía a esta. La construcción de aviones de carrera con ese fin, capaces de alcanzar enormes
velocidades, fue dirigida por las mentes más grandes de la época. Dieron la vuelta al mundo, dando vueltas y
vueltas, de oeste a oeste, vueltas y vueltas, entre aplausos de la humanidad. En vano. El globo se orientó hacia el
este más rápido aún y ocurrieron horribles accidentes, entonces el Comité de la Máquina declaró que toda
exploración no-mecánica sería considerada ilegal, y castigada con el desalojoi.

De los desalojos hablaremos más tarde.

Sin dudas, el Comité estaba en lo correcto. Sin embargo, el intento de “derrotar al sol”, despertó el último interés
común que la humanidad experimentara en relación a los cuerpos celestes, o incluso respecto de cualquier cosa. Fue
la última vez que los hombres coincidieron en la existencia de un poder fuera del mundo. El sol había sido
conquistado, sin embargo, este era el final de su dominio espiritual. El amanecer, el mediodía, el crepúsculo, el
sendero zodiacal, ya no tocaban ni las vidas ni los corazones de los hombres, y la ciencia se había refugiado bajo
tierra para concentrarse en los problemas que estaba segura de poder resolver.

Entonces, cuando Vashti advirtió su cabina invadida por un halo de luz rosada, se sintió irritada, e intentó ajustar la
persiana. Pero las persianas se soltaron hacia arriba, y ella vio a través de la claraboya pequeñas nubes rosadas,
balanceándose contra el fondo azul, y cuando el sol se deslizó más alto, su radiación entró directamente, bordeando
la pared hacia abajo, como un océano dorado. Subía y bajaba con el movimiento de la nave, del mismo modo que las
olas cuando crecen y caen, pero avanzó de manera constante, como avanza una marea. A menos que tuviera
cuidado, podría darle en la cara. Un espasmo de horror la sacudió, y llamó a la encargada. La encargada también se
horrorizó, pero no pudo hacer nada; no era su tarea reparar la persiana. Solamente le podía sugerir a la señorita que
cambiara de camarote, lo que, en consecuencia, comenzó a hacer.

La gente era casi exactamente igual en todas partes del mundo, sin embargo la encargada de la aeronave, quizás por
sus excepcionales deberes, había crecido un poco más de lo común. Usualmente debía dirigirse a los pasajeros por
medio del discurso directo, lo cual le había dado cierta dureza y originalidad en las formas. Cuando Vashti se alejó de
los rayos del sol con un grito, se comportó de manera salvaje (alargó su mano para sostenerla).

- ¡¿Cómo se atreve?! - exclamó la pasajera - ¡Está fuera de lugar!

La joven, no comprendió, y pidió disculpas por no dejarla caer. Las personas nunca tenían contacto entre ellas. Esa
costumbre se había vuelto obsoleta, debido a la Máquina.
- ¿Dónde estamos? – preguntó Vashti, despectiva.
- Estamos sobre Asia – dijo la encargada, intentando ser cortés.
- ¿Asia?
- Debe disculpar mi común manera de hablar. He tomado el hábito de llamar a los lugares por los que paso,
por sus nombres no mecánicos.
- Oh, recuerdo Asia. Los mongoles vinieron de allí.
- Aquí debajo, al aire libre, se situaba una ciudad que una vez se llamó Simla.
- ¿Has oído alguna vez sobre los mongoles y la escuela de Brisbane?
- No.
- Brisbane también se hallaba en aire libre.
- Esas montañas a la derecha, déjeme mostrárselas – ella levantó una persiana metálica. La cadena principal
del Himalaya asomó – esas montañas fueron conocidas alguna vez, como el techo del mundo.
- ¡Qué nombre más tonto!
- Debes recordar que, antes del amanecer de la civilización, parecían ser una impenetrable pared que tocaba
las estrellas. Se suponía que nadie a excepción de Dios podía existir por arriba de la cima. ¡Cuánto hemos
avanzado gracias a la Máquina!
- ¡Cuánto hemos avanzado, gracias a la Máquina! – Dijo Vashti.
- ¡Cuánto hemos avanzado, gracias a la Máquina! – dijo como en eco el pasajero que la noche anterior había
dejado caer su libro, parado en el corredor.
- ¿Y esa cosa blanca en las grietas, qué es?
- He olvidado su nombre.
- Cubra la ventana por favor, esas montañas no me dan idea alguna.

El costado norte del Himalaya había entrado en la oscuridad profunda: en la ladera india apenas prevalecía
el sol. Los bosques habían sido destruidos durante la época de la literatura, con el propósito de hacer
celulosa para periódicos, pero la nieve estaba despertando a las glorias de la mañanaii, y las nubes seguían
suspendidas sobre el seno de Kichinjunga. En la llanura se veían las ruinas de ciudades, con pequeños ríos
erosionando sus paredes, y a los costados de estas podían verse, a veces, señales de los vomitorios,
indicando las ciudades de hoy en día.
Por encima de todo, las aeronaves iban apresuradas, atravesando el camino con increíble aplomo, y
acelerando con despreocupación cuando deseaban escapar de las perturbaciones de la atmósfera inferior y
atravesar el techo del cielo.
- Hemos avanzado, de hecho, gracias a la Máquina – repitió la encargada, y escondió el Himalaya detrás de la
persiana de metal.

El día se arrastraba pesadamente hacia adelante. Los pasajeros se sentaron cada uno en su camarote, evitándose
entre sí casi con repulsión física, y anhelando estar una vez más bajo la superficie de la tierra. Eran ocho o diez, casi
todos hombres jóvenes, enviados desde las enfermerías públicas a ocupar las habitaciones de aquellos que
murieron, en diversas partes del mundo. El hombre que había dejado caer su libro se encontraba viajando de
regreso a casa. Había sido enviado a Sumatra con el fin de propagar la raza. Solamente Vashti viajaba por su propia
voluntad.

Al mediodía, echó un segundo vistazo hacia la tierra. La aeronave cruzaba otra cadena de montañas, pero pudo ver
muy poco, debido a las nubes. Masas de roca negra emergían debajo de ella, y se mezclaban indistintamente con la
bruma. Sus formas eran fantásticas; una de ellas se parecía a un hombre postrado.

- No hay ideas aquí – murmuró Vashti, y escondió el Cáucaso detrás de la persiana metálica. Durante la tarde
volvió a mirar. Estaba cruzando un océano dorado, en el cual yacían muchas islas pequeñas y una península.
Volvió a repetir “no hay ideas aquí”, y ocultó a Grecia detrás de la persiana metálica.

II. EL APARATO DE REPARACIÓN

Cruzando un vestíbulo, un ascensor, un camino férreo tubular, un andén, una puerta corrediza, y dejando atrás
todos los pasos desde su partida, Vashti llegó a la habitación de su hijo, que se veía exactamente igual a la suya. Bien
podría haber señalado que la visita era superflua. Los botones, los interruptores, la mesa de lectura y el libro, la
temperatura, la atmósfera, la iluminación, eran exactamente los mismos. Y si Kuno en persona, carne de su carne, se
paró cerca de ella al fin: ¿Qué beneficio había en eso? Ella había sido demasiado bien educada como para estrechar
su mano. Evadiendo sus ojos, ella le habló así:

- Aquí estoy. He tenido el peor viaje y ha retardado enormemente el desarrollo de mi alma. No vale la pena,
Kuno, no vale la pena. Mi tiempo es demasiado valioso. La luz del sol casi me toca, y me he topado con las
personas más maleducadas. Solo puedo detenerme unos cuantos minutos. Dime lo que quieras decir, y
luego debo regresar.
- Me han amenazado con el desalojo – dijo Kuno.

Esta vez, ella lo miró.

- He sido amenazado con el desalojo, y no te podía decir nada al respecto a través de la Máquina.

El desalojo significa la muerte. La víctima es expuesta al aire exterior, lo cual acaba con ella.

- He estado en el exterior desde la última vez que te hablé. Un hecho terrible sucedió, y me han descubierto.
- ¿Pero, por qué no debías ir afuera? – exclamó ella – Es perfectamente legal, perfectamente mecánico visitar la
superficie de la tierra. Más tarde he realizado una lectura en el océano; no hay objeción para eso; simplemente
se solicita un respirador y se obtiene un permiso de salida. Esto no es el tipo de cosa que hace la gente de mente
espiritual, y te he rogado que no lo hicieras, pero no hay ninguna objeción legal con respecto a eso.
- No obtuve un permiso de salida.
- ¿Entonces cómo saliste?
- Encontré una forma de salir por mis propios medios.

La frase no significó nada para ella, y él tuvo que repetirla.


- ¿Por tus propios medios? – murmuró ella – pero eso estaría mal.
- ¿Por qué?

La pregunta la sorprendió excesivamente.

- Comienzas a adorar a la Máquina – dijo fríamente – piensas que es irreligioso de mi parte haber encontrado
una manera de salir por mis propios medios. Es lo mismo que pensó el Comité cuando me amenazaron con
el desalojo.
Esto la enfureció.
- ¡Yo no adoro a nada! – gritó – estoy mucho más avanzada. No creo que seas irreligioso, pues nada queda ya
similar a una religión. Todo el miedo y la superstición que alguna vez existió, fue eliminado por la Máquina.
Sólo quería decir que encontrar una salida por tus propios medios era… Además, no hay ninguna nueva
forma de salir.
- Eso es lo que siempre se creyó.
- Excepto a través de los vomitorios, para lo cual uno debe tener un permiso de salida, es imposible salir. Es lo
que el libro dice.
- Bueno, el libro está equivocado, porque he salido caminando.

Kuno poseía cierta resistencia física.

Por estos tiempos era un desmérito ser musculoso. Cada niño era examinado al nacer, y todo aquel que
diera señales de indebida fuerza física era destruido. Los humanistas podían protestar, pero no habría sido
un gesto realmente amable dejar vivir a un atleta; nunca sería feliz en el tipo de vida por el cual la máquina
lo había convocado; siempre desearía árboles para trepar; ríos en los que poder bañarse; prados y colinas
contra los cuales podría medir su fuerza. El hombre debía adaptarse a su entorno, ¿cierto? En los principios
del mundo, los débiles debían ser expuestos en el Monte Taygetus, en su ocaso, los fuertes deben sufrir la
eutanasia para que la Máquina progrese, para que la Máquina progrese, para que la Máquina progrese
eternamente.
- Sabes que hemos perdido el sentido del espacio. Decimos “el espacio ha sido aniquilado”, pero no hemos
aniquilado al espacio, sino el sentido del mismo. Hemos perdido una parte de nosotros mismos. He decidido
recuperarla, entonces comencé a caminar de arriba hacia abajo el andén del camino férreo, fuera de mi
habitación. De arriba hacia abajo, hasta cansarme, y así recuperé el sentido de “cerca“ y “lejos”. “Cerca”, es
un lugar al que puedo llegar rápidamente con mis pies, no un lugar al que el tren o la aeronave pueden
llevarme rápido. “Lejos”, es un lugar al que no puedo llegar rápidamente con mis pies; el vomitorio “está
lejos”, aunque podría llegar allí en treinta y ocho segundos llamando al tren. El hombre es la medida. Esa fue
mi primera lección. Los pies de los hombres son la medida para la distancia, sus manos, la medida de lo que
posee, el cuerpo es la medida de todo lo que es querible y deseable y fuerte. Luego fui más allá: fue
entonces que te llamé por primera vez, y no viniste. Esta ciudad, cuyas únicas salidas son los vomitorios,
como sabes, ha sido construida en las profundidades bajo la superficie de la tierra. Habiendo atravesado el
andén que está fuera de mi habitación, tomé el ascensor hacia el siguiente y también lo atravesé, y así hice
con cada uno hasta llegar a la parte más alta, donde empieza la tierra. Todos los andenes eran exactamente
iguales, y lo único que gané visitándolos fue desarrollar mi sentido del espacio y mis músculos. Pienso que
debería haber estado conforme con esto (lo cual no es poca cosa), pero mientras caminaba y meditaba, se
me ocurrió que nuestras ciudades fueron construidas cuando el hombre aún respiraba en el aire exterior, y
que debía haber conductos de ventilación para los obreros. No podía pensar en otra cosa que no fueran
estos conductos de ventilación. ¿Habían sido destruidos por todos los tubos de comida, de medicina, de
música, que la Máquina había desarrollado más tarde? ¿O quedaban aún residuos de estos? Una cosa era
segura. Si tenía que buscarlos en algún lugar, debía ser en los túneles del ferrocarril, en la parte más alta. En
cualquier otro lugar, el espacio ya había sido utilizado.
Estoy contando mi historia de manera rápida, pero no creas que no he sido cobarde o que tus respuestas
nunca me desalentaron. Eso no es lo apropiado, no es mecánico, no es decente caminar a través del túnel
férreo. No tuve miedo de pisar un riel electrificado y morir. Temí de algo mucho más intangible, hacer algo
que la Máquina no podía advertir. Entonces me dije a mí mismo “el hombre es la medida”. Y fui, y después
de muchas visitas encontré una abertura.
Los túneles, por supuesto, estaban iluminados. Todo es luz, luz artificial; la oscuridad es excepcional.
Entonces cuando hallé una grieta negra entre unos azulejos, supe que era una excepción y me sentí
satisfecho. Introduje mi brazo (en un principio no pude introducir más que eso) y lo agité de un lado a otro,
extasiado. Aflojé otro azulejo, introduje mi cabeza y grité en la oscuridad: “¡Estoy en camino, voy a hacerlo!”
y mi voz reverberó en los pasajes sin fin. Creí escuchar los espíritus de aquellos obreros muertos, que cada
tarde regresaban a la luz de las estrellas, y a sus esposas, y a todas las generaciones que vivieron al aire libre
diciéndome “Lo conseguirás, estás en camino”.

Hizo una pausa. Absurdas como él, sus últimas palabras la conmovieron. Kuno había solicitado
recientemente para ser padre, y su pedido había sido rechazado por el Comité. Él no era un espécimen que
la Máquina deseara perpetuar.

- Entonces pasó un tren. Me rozó, pero introduje mi cabeza y mis brazos en el agujero. Tuve suficiente por un
día, entonces me arrastré hacia el andén, descendí en el ascensor y solicité mi cama. ¡Oh, qué sueños! Luego
te llamé otra vez, y una vez más me rechazaste.

Ella agitó su cabeza y dijo:

- No, no hables de estas cosas terribles. Me haces infeliz. Estás renunciando a la civilización.
- Pero he recuperado el sentido del espacio, y un hombre no puede descansar después de eso. Decidí
meterme en ese agujero y trepar por la tubería. Así fue que ejercité mis brazos. Día tras día, lo hice mediante
movimientos ridículos, hasta que mis carnes dolieron, y pude levantar el colchón de mi cama con mis manos
y sostenerlo extendido durante varios minutos. Entonces solicité un respirador y comencé. Fue fácil al
principio. El adhesivo se había podrido, y rápidamente empujé algunos azulejos más, y trepé por encima de
ellos hacia la oscuridad, y los espíritus de la muerte me confortaron. No estoy seguro de lo que quiero decir
con eso. Sólo digo lo que sentí. Sentí, por primera vez, que habían protestado contra la corrupción, y que así
como los muertos me consolaban a mí, yo estaba consolando a aquellos que no nacieron. Sentí que la
humanidad había existido, y que andaban sin ropas. ¿Cómo puedo explicar eso? Estaban desnudos, la
humanidad andaba desnuda, y esos tubos y botones y maquinarias, no vinieron al mundo con nosotros. Ni
nos van a acompañar al partir, y tampoco son tan importantes mientras estemos aquí. Si hubiera sido más
fuerte, me habría sacado toda la ropa que tenía, y desvestido, habría penetrado en el aire exterior. Pero eso
no es para mí, quizás tampoco para mi generación. ¡Subí con mi respirador, con mis ropas higiénicas y mis
tabletas dietéticas! Mejor de esa manera que de ninguna. Había una escalera hecha de algún tipo de metal
primitivo. La luz del ferrocarril caía sobre sus peldaños inferiores, y vi que conducía directamente hacia
arriba, por encima de los escombros que están el principio de la tubería. Quizás nuestros ancestros la subían
y bajaban una docena de veces al día, durante la construcción. Mientras subía, unos bordes afilados me
desgarraron los guantes, y mis manos sangraron. La luz me ayudó por un momento, pero luego todo se
volvió más oscuro, y fue peor cuando el silencio empezó a atravesar mis oídos como una espada. ¡La
Máquina zumba! ¿Lo sabías? Su zumbido penetra en la sangre, y es posible que también controle nuestros
pensamientos. ¡Quién sabe! Yo, ya estaba más allá de su poder. Entonces pensé: “este silencio significa que
lo que hago está mal”. Pero oí voces en medio del silencio, que nuevamente me dieron fuerzas – se rio -, las
necesitaba. Un momento después, me golpeé la cabeza contra algo.

Ella suspiró.

- Alcancé uno de esos tapones neumáticos que nos protegen del aire exterior. Debes haberlos visto en la
aeronave. Plena oscuridad, mis pies sobre los peldaños de una escalera invisible, mis manos cortadas; no
puedo explicar cómo hice para sobrevivir hasta allí, pero las voces seguían fortaleciéndome, y en ese
momento palpé unos seguros. El tapón, supuse, tenía unos ocho metros de ancho. Extendí mi mano lo más
lejos que pude alcanzar. Era perfectamente liso. Sentí que casi alcanzaba el centro. No exactamente el
centro, porque mi brazo era demasiado corto. Entonces una voz dijo: “Salta. Merece que lo intentes. Quizás
haya una manija en el centro, y puedas tirar de ella y llegar a nosotros por tus propios medios. Y si no
hubiera una manija, y cayeras y te hicieras pedazos, aun así valdría la pena: lo mismo vendrías a nosotros por
tus propios medios”. Entonces salté, encontré la manija y…

Se detuvo. Se juntaron lágrimas en los ojos de su madre. Comprendió que estaba predestinado, si no murió hoy,
moriría mañana. No había lugar en el mundo para una persona como él. La pena se le mezcló con el enojo. Sintió
vergüenza de haber dado a luz a un hijo así, ella que siempre había sido tan respetable y tan llena de ideas. ¿Era
realmente aquél niñito a quien le había enseñado el uso de las palancas y botones, a quien le había dado sus
primeras lecciones con el libro? Ese vello que desfiguraba sus labios, demostraba que estaba retrocediendo hacia
una especie de estado salvaje. Con el atavismo, la Máquina suele no tener piedad.

- Había una manija, y la tomé. Me balanceé en la oscuridad como en un trance, y oí el zumbido de esas
maquinaciones como el último suspiro de un sueño que moría. Todas las cosas que me preocupaban y
aquellas personas con las que había hablado a través de los tubos, me parecieron infinitamente pequeñas.
Mientras tanto, la manija giraba. Mi peso hizo que algo se pusiera en movimiento, y fui pasando lentamente,
y entonces… No puedo describirlo. Estaba tumbado con mi cara hacia el sol. Brotaba sangre por mi nariz y
mis oídos, y podía oír un rugido enorme. El tapón, conmigo colgando de él, simplemente había volado de la
tierra, y el aire que fabricamos aquí abajo salía a través del respiradero hacia el aire de arriba. Brotaba como
una fuente. Me arrastré volviendo hacia allí (porque el aire exterior me lastimaba), y tomé grandes
bocanadas desde el borde. Mi respirador salió despedido Dios vaya a saber dónde, mi ropa estaba
desgarrada. Me quedé con los labios cerca del hueco, y aspiré hasta que la sangre paró. No puedes imaginar
nada más llamativo. Este agujero en la hierba (del que te hablaré en un minuto), el sol iluminando su
interior, no muy fuerte, entre nubes marmoladas (la paz, la quietud, el sentido del espacio, y, rozando mis
mejillas… ¡La rumorosa fuente de nuestro aire artificial! Pronto descubrí mi respirador, meneándose de
arriba hacia abajo en las alturas, por sobre mi cabeza, y más alto aún se podían ver varias aeronaves. Pero
nadie mira nunca hacia afuera desde las aeronaves, y aunque me hubieran visto no me habrían recogido. Allí
estaba, varado. El Sol iluminó un pequeño camino hacia abajo en la abertura, dejando ver los primeros
peldaños de una escalera, pero me era imposible alcanzarlos. Podría haber sido expulsado hacia afuera otra
vez más por la fuga de aire, o bien caerme y morir. Sólo podría yacer en la hierba, aspirando y aspirando, y
de tanto en tanto, mirar a mí alrededor. Sabía que me hallaba en Wessex, porque había tomado la
precaución de asistir a una lectura sobre el tema antes de empezar. Wessex se encuentra encima de la
habitación en la que estamos hablando ahora. En el pasado fue un importante Estado. Sus reyes dominaban
toda la costa sur, desde Andredswald hasta Cornwall, mientras que la defensa de Wansdyke los protegía en
el norte, ocupando el terreno alto. El conferencista solamente se dedicaba al surgimiento de Wessex, por lo
que no sé cuánto tiempo mantuvo ese poder internacional, ni siquiera el conocimiento podía ayudarme. A
decir verdad, en ese momento no podía hacer otra cosa más que reír: ahí estaba, con un tapón neumático a
mi lado, y un respirador flotando sobre mi cabeza, aprisionados los tres, en un pozo con hierba crecida que
estaba rodeado de helechos.

Kuno, se puso serio una vez más.

- Suerte para mí que era un hoyo. Porque el aire comenzó a retroceder y a llenarlo, de la misma manera que
el agua llena un bol. Pude arrastrarme hasta allí. En ese momento me detuve. Respiré una mixtura, en la
que el aire que me lastimaba predominaba, sin importar por donde descendiera. Esto no era tan malo. No
había perdido mis tabletas, continuaba ridículamente alegre, y me había olvidado de la máquina por
completo. Mi nuevo objetivo era ahora, llegar a la cima, donde se encontraban los helechos, y ver todos los
objetos que había más allá. Me precipité hacia la pendiente, pero el nuevo aire era aún demasiado
penetrante para mí, y regresé rápido, después de haber llegado a ver algo gris asomándose. El sol se puso
muy débil, y recordé que se hallaba en Escorpio, ya que también había asistido a una lectura sobre eso. Si el
sol está en Escorpio y te hallas en Wessex, eso significa que deberás ser lo más rápido que puedas, o todo se
pondrá muy oscuro. (Esta fue la primera información útil que he sacado de una conferencia, y espero que
sea la última). Hice un intento desesperado por respirar el nuevo aire, y avanzar hasta donde me atreviera,
fuera del pozo. El hueco se llenaba lentamente. Por momentos creí que la fuente sonaba con menos vigor.
Mir respirador parecía estar danzando más cerca de la tierra; el rugido disminuía.

Se interrumpió.

- No creo que esto te interese. El resto te interesará aún menos. No hay ideas en esto, y desearía no haberte
molestado para que vinieras. Somos demasiado diferentes, madre.

Ella le pidió que continuara.


- Era la tarde cuando trepé por el declive. El sol se había retirado del cielo muy rápido esta vez, y no tenía una
buena vista. Tú, que acabas de cruzar el techo del mundo, no querrás escuchar sobre la cantidad de colinas
que vi, bajas colinas descoloridas. Pero para mí estaban vivas, y el césped que las cubría era como una piel,
debajo de la cual sus músculos vibraban, y sentí que aquellas colinas llamaban a los hombres con una
incalculable fuerza en el pasado, y que las amaban. Ahora ellos dormían, quizás para siempre. En comunión
con los sueños de humanidad. Feliz el hombre, feliz la mujer, que despierte en las colinas de Wessex. Porque
aunque duerman, nunca morirán.

Su voz se elevó con pasión.

- ¿No puedes ver, no pueden ver todos tus conferencistas, que estamos muriendo y que lo único que vive
realmente aquí abajo es la Maquina? Creamos a la máquina para que hiciera lo que deseáramos, pero ahora
somos incapaces de hacerlo nosotros. Nos ha robado el sentido del espacio y el sentido del tacto, ha
distorsionado las relaciones humanas y redujo al amor un simple acto carnal; ha paralizado nuestros cuerpos
y nuestros deseos, ahora nos obliga a rendirle culto. La Máquina se desarrolla, pero en nuestra línea. La
Máquina avanza, pero no hacia nuestros objetivos. Sólo existimos por los corpúsculos de sangre que corren
por nuestras arterias, y si pudiera funcionar sin nosotros, nos dejaría morir. Oh, no tengo más remedio (o a
lo sumo, sólo uno) que decirle a los hombres, una y otra vez, que he visto las colinas de Wessex, de la misma
manera que las vio Alfredo el Grande cuando derrotó a los daneses.
Entonces, el sol se puso. Olvidé mencionar que un banco de niebla reposaba entre mi colina y las otras, y
que era del color de las perlas.

Se interrumpió por segunda vez.

- Continúa – dijo su madre cansinamente.

Kuno sacudió su cabeza.

- Continúa, nada de lo que digas puede angustiarme ahora, estoy inalterable.


- Debería decirte el resto, pero no puedo, sé que no puedo: adiós.
Vashti se quedó, confundida. Todos sus nervios se estremecían con las blasfemias de Kuno. Pero también estaba
siendo inquisitiva.

- Esto no es justo- se quejó -, me has hecho atravesar el mundo para que oiga tu historia, y es lo que voy a
hacer. Dime, de la forma más breve posible, porque esto es una verdadera pérdida de tiempo, cómo
regresaste a la civilización.
- ¡Oh, eso! – dijo para comenzar – Querrías escuchar sobre la civilización, ciertamente. ¿Llegué a la parte en la
que mi respirador cayó al suelo?
- No, pero ahora comprendo todo. Te pusiste tu respirador, y decidiste caminar a lo largo de la superficie de la
tierra hasta llegar a un vomitorio, y entonces tu conducta fue reportada al Comité Central.
- De ninguna manera.

Se pasó la mano por la frente, como si disipara una fuerte impresión. Luego resumiendo la narración, volvió a ella
una vez más.

- Mi respirador cayó cerca de la puesta del sol. Ya te mencioné que la fuente, parecía más débil, ¿cierto?
- Sí.
- Cuando llegaba la puesta del sol, dejé el respirador donde cayó. Como decía, me había olvidado
absolutamente de la Máquina, y no le presté gran atención al tiempo, ocupado con otras cosas.

i
Desalojo: se emplea este término para reemplazar a la palabra “homelesness” cuya sustantivación por medio del sufijo “Ness”
daría como resultado la traducción literal “sinhogaridad” o resultados similares, inaplicables al español.
ii
Glorias de la mañana: nombre de la familia de plantas cuya flor posee forma de campanilla. En español se puede traducir como
“campanilla” o “enredadera”.

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