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La ineluctable escisión de ver, Didi Huberman 09/09/19

Bruno Lemonnier
¿Cómo lo que vemos remite en nuestro cerebro? En esta reflexión, Huberman habla de la dialéctica
de la mirada: cuando vemos lo que está enfrente, pensando en un acto de apreciación, ¿por qué
siempre nos mira algo que es otra cosa y que nos impone desde adentro? Cada cosa que vemos, por
mas neutra que sea su apariencia, nos mira —hacia el interior— y es inevitable no pensar que nos
devuelve algo que hasta ese momento nos parecía invisible.

“Ver no se piensa y no se siente, en última instancia, sino en una experiencia del tacto”. En este
pasaje, Huberman cita a James Joyce para describir una relación entre lo tangible y lo intangible, lo
que hay entre lo tocado y el tocante, entre quien mira y la sensación que le provoca. ¿Se refiere a
una relación entre lo que es material y lo ausente, que puede ser un vacío el cual llenamos con
nuestras propias cargas de significado? ¿Será ese vacío lo que sentimos en el estómago?

Lo que pasa es que, cuando observamos algo que llama nuestra atención, aparentemente vacío y
carente de significado, nos devuelve un reflejo o residuo que solo cobra sentido en nuestros
pensamientos. Hablemos del ejemplo de la tumba: una lápida de piedra situada en un campo con
cientos de figuras iguales. Lo que vemos es solo un símbolo religioso que señala el lugar donde
permanecen nuestros muertos, pero lo que remite es lo que no se ve, los significados que van más
allá de los huesos enterrados y la carne putrefacta, que intencionalmente son escondidos para no
alterar la imagen viva del recuerdo.

Quien mira a lo muerto —el hombre de la tautología— cuida la tumba de quien ama para impugnar
la temporalidad del objeto, es decir, el trabajo de la memoria en la mirada y en el tacto. O sea, la
lápida fría e inerte, rodeada de flores frescas, no es otra cosa que un altar para mantener viva la
ausencia. El hombre de la creencia siempre verá algo más allá de lo que ve. Vive en una especie de
sueño despierto, un modelo ficticio en el que lo “otro” cobra vida y tiene autonomía.

En la siguiente parte del texto, Huberman habla del minimalismo como el “mínimo contenido de
arte”, es decir, figuras simples reducidas a sus formas más elementales, objetos que son vistos por
lo que son; lo que puede poner incomodo a quien busca proyectar una imagen más profunda. En
Gestalt, uno ve solo figuras resaltadas en un fondo secundario; le damos sentido solo a lo que
queremos (y podemos) ver; y al parecer la simplicidad del minimalismo asusta a más de uno.

¿Qué relación existe entre el arte y el sujeto? Eso es personal para quien mira. Pero también ir a un
museo de arte moderno y ver una exposición de un lavabo tirado en él suelo no me dice nada; dudo
que haya un diálogo fructífero. Una mínima imagen solo tiene significado para quien le da un sentido
profundo o religioso. Es por eso por lo que la humanidad, a lo largo de su historia, le ha otorgado
una serie de cualidades mágicas a la naturaleza: eso magnifico que hay, como la lluvia, el sol o un
volcán, debe ser producto de una fuerza divina que provocaba miedo y fascinación.

Para concluir, me parece que quien se dice crítico de arte puede evaluar ciertos aspectos de la
técnica del artista o la armonía entre figuras y colores, entre otras cualidades que ciertamente
desconozco. Para mi el arte es lo que remite, lo que saca del interior alguna emoción o recuerdo y
toma la forma de la mirada. Y ese es el diálogo con el arte, que a su vez mira, objetiva, nombra y
evidencía lo que está adentro y le da una forma lo que hay en nuestros pensamientos.

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