Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
páginas y Cae la noche tropical, escrituras que abarcan dos décadas, de 1968 a 1988. El hilo
conductor de estas ficciones estaría en el rechazo de Puig a toda forma de autoritarismo, el
cual se plasma en la articulación que en sus obras adopta su mito personal con los mitos
colectivos que rigen un imaginario conformado según códigos que provienen de la cultura
de masas. A partir de ese núcleo de significación primordial, cada texto avanzaría en la
indagación de los íntimos resortes que alimentan y reproducen las relaciones de poder en
una sociedad signada por la violencia y la intolerancia. Las referencias exceden el marco de
la Guerra Sucia, que aparece como síntoma y símbolo máximo del autoritarismo para
remontarse al peronismo en sus diferentes etapas: el primer gobierno peronista en La
traición..., la llamada Revolución Libertadora del ’55, el comienzo de la represión, tortura
y censura con el gobierno de Onganía en The Buenos Aires Affair, el regreso de Perón en
los ’70 y la recuperación del movimiento por parte de la nueva izquierda y los grupos
guerrilleros en Pubis angelical, la persecución, el exilio, la censura durante el gobierno de
la viuda de Perón y la dictadura en Maldición eterna... Corbatta sostiene que “la actitud de
Puig respecto del peronismo, como respecto de otros temas que sirven para definir la
Argentina contemporánea, es ambivalente: reconoce sus logros a la vez que es fuertemente
crítico de su lado nazi-fascista” (125).
Por último, Corbatta dirige su mirada hacia un grupo de películas, rodadas entre 1984
y 1993: La historia oficial, de Luis Puenzo, Hombre mirando al sudeste, de Eliseo Subiela,
De eso no se habla de María Luisa Bemberg y Un muro de silencio de Lita Stantic. Aquí
como en los capítulos anteriores, se apunta a explorar el modo en que la narración
(cinematográfica en este caso) se acerca a los hechos reales y “pasa a desarrollar una serie
de estrategias narrativas que buscan a la vez eludir la censura, expresarse, denunciar y
resistir para de ese modo entender y combatir el horror que tiene lugar en el país entre 1976
y 1983” (145). De esta propuesta, surge algo problemático, ya planteado en referencia a la
lectura que propone la autora para una de las novelas de Saer, puesto que las películas
examinadas fueron filmadas en tiempos de la democracia recobrada, y por lo tanto, no
debieron enfrentar un aparato institucional de censura cultural como el que existió,
especialmente para el material fílmico, hasta 1983.
Sí reconocemos que existió un presupuesto básico que actuó en la sociedad argentina,
al menos durante los primeros años de la democracia y tiene que ver con la necesidad de
revisar la historia oficial y sacar a la luz todas aquellas zonas ocultas, problemáticas,
traumáticas que habían sido eludidas en los debates y que debían reinstalarse en la sociedad
civil, siendo uno de los modos privilegiados de efectuarlo, la producción cultural. Así, por
ejemplo, la metáfora hospitalaria de Hombre mirando al sudeste (1986) —que Corbatta
relaciona con la novela Soy paciente de Ana María Shua, escrita en 1980, por cuanto ambas
operan con el hospital como metáfora de un país enfermo— no podría ser interpretada como
una estrategia narrativa para eludir el control de la censura, sino que la alegoría, la metáfora
y ciertos recursos fantásticos, deben leerse como recursos formales que caracterizan la
producción fílmica de su director, la cual se aleja de los parámetros de la representación
realista. Más allá de esta observación, es preciso observar que en este último capítulo se
realizan interesantes paralelismos entre la serie literaria y la serie fílmica, con lo cual se
destacan tópicos recurrentes en ambas como la censura y la autocensura que niegan y
RESEÑAS 331