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de Miguel Benasayag
Introducción
Este material es para uso de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines son exclusivamente didácticos.
Vivimos una época que se pretende sin mitos, sin ilusiones, y por eso mismo, sin engaños.
Y como estamos tan esclarecidos no tememos mirar a las cosas de frente, como son,
despojados de todos los sueños y esperanzas del pasado. Pero cuanto más "lúcida" se cree
Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial.
Recibimos una creciente información sobre los peligros que nos amenazan y nos sentimos
impotentes para afrontarlos. Como una reacción al optimismo de la Modernidad, el
pesimismo de la Posmodernidad se muestra tanto o más exagerado. Nada de ilusiones, de
sueños de utopías: la roca sobre la que reposa la ruptura histórica que representa el fin del
mito del progreso y único valor creíble de esta época de crisis es el individuo. Para ponerlo
en otros términos: es cada uno de nosotros en tanto que individuos pendientes de sus
ocupaciones y preocupado por sus intereses; mi cuenta en el banco y mi estado de salud, los
dos ejes “reales” que sostienen y limitan el mundo-embudo del individuo.
situación que asuma la "fragilidad" como una dimensión fundamental de lo que hace a la
esencia misma de la vida.
Esas son las cuestiones que intentaremos abordar en este trabajo.
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1. EL INDIVIDUO, CREACION DE LA MODERNIDAD
En resumen, digamos que nuestra época está tremendamente marcada por aquello que
Spinoza llamaba las "pasiones tristes", caracterizadas por disminuir nuestra potencia de
acción, tornándonos impotentes, temerosos, esperanzados. Además, esta espera no es sólo
una palabra sino el concepto con el que podemos identificar la modernidad...una suerte de
"esperando a Godot".
Más aún, la "compleja" ideología del fin de siglo XX y del inicio del Siglo XXI mantienen
este sentimiento de impotencia y desesperación en nuestros contemporáneos que va a
incrementarse en la medida en que el mundo -cada vez más una totalidad incomprensible y
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hostil- se vuelva más virtual y espectacular. Hay una globalidad desesperada frente a la cual
el individuo aparece como pura impotencia y desolación. La virtualidad y el espectáculo
nos aíslan de la realidad en que vivimos y sobre todo, las relaciones de cada uno con los
otros, con el medio ambiente, y con sí mismo, se vuelven virtuales y espectaculares.
Si la palabra "inautenticidad" que hoy por hoy suena un poco fuera de moda significa
algo, es su capacidad para describir un mundo y una vida con los cuales nos sentimos bien
distantes del "puesto de mando". La complejidad del mundo no sólo hace referencia a la
composición multidimensional de la realidad, sino que es aquello que aparece como una
trama exterior e interior al individuo y que por su increíble enredo nos vuelve incapaces de
determinar las líneas de acción que podrían permitirnos alguna decisión sobre nuestra vida
o sobre el mundo.
No hay, entonces, un individuo por un lado y las masas por el otro. Donde esté el
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Es por eso que pensamos que no se puede identificar el concepto de individuo con el de
"persona", palabra que utilizamos para designar el pliegue caracterizado por una unidad
contradictoria y que determina el ser-ahí de cada uno de nosotros en el mundo.
Para decirlo así, la persona es esta singularidad orgánica que como parte contiene el todo.
O sea, por una parte hay algo común a toda crisis mayor de fin de una civilización, pero a
la vez debemos comprender lo singular de esta crisis que es la nuestra.
Todo sucede como si los procesos de deconstrucción del mundo han terminado por
deconstruir al hombre mismo. En efecto, la modernidad, que en antropologia se llama
“naturalismo” (por la invención de la naturaleza) ha concebido al hombre como único
sujeto, con una intencionalidad y una interioridad, rodeado y frente a una naturaleza
totalmente “desencantada”, sometida a simples procesos mecánicos.
El hombre de la Modernidad, más que Icaro, más que Prometeo, o sea, más allá de los
principios -sagrados o no- que se interponen entre el hombre devenido sujeto y eso que él
considera como su libertad, debe dominar totalmente el mundo y la realidad. Ser libre será
sinónimo de dominar la naturaleza, dominar sus pulsiones, dominar al otro. Más tarde en la
posmodernidad este deseo se verá llevado a un punto culmine, “todo es posible”, vencer
todo límite, vencer, por qué no, la misma muerte.
En una sociedad sagrada, el principio fundador no se explica, porque lo que funda esa
narración no tiene que ser explicado o fundamentado. Al mismo tiempo, si en el comienzo
fue el verbo como todo principio fundador, en esta narración ese principio no precisa ser
desplegado ni explicado: será como un átomo invisible a partir del cual se va a desarrollar
la estructura de la historia de la cultura. La modernidad no escapará a esta regla, y su
principio fundador constituirá este personaje tan paradojal que es el individuo, el individuo
en la sociedad, la partícula elemental en el mundo físico; tal es el “motor inmóvil” de
nuestra cultura.
Comprendamos bien, “el hombre”, como proyecto, como modelo, como forma de una
época histórica no es nunca “ese hombre” que existe en una situación concreta, dado que
“el hombre” de la modernidad es lo que va a advenir, lo que no es todavía.
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El Hombre es la quintaesencia de lo que no es todavía lo que “debería ser”. Y tal vez por
eso, contra viento y marea, la problemática central de Heidegger del ser como ausencia y el
ser-ahí como tendencia hacia…; eso es paradójicamente, muy moderno. El individuo, el
Hombre de la Modernidad “no es todavía” y en esa melancólica incompletud sólo vive un
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Es cierto que la relación de este personaje con las leyes de lo real será totalmente diferente
de la que tuvieron otras civilizaciones con las leyes que rigieron el funcionamiento del
mundo y de la naturaleza. Si para las culturas no Modernas esta relación debía ser de
cohabitación y de respecto, para el Hombre moderno estas leyes y principios apenas
existen, y lo hacen bajo la forma de un desafío que traba su poder. Controlarlas, dominarlas
será un camino por el cual el Hombre podrá alcanzar su propia completud porque, como lo
hemos visto, la libertad se identifica con la dominación.
Individuo y persona
El individuo como figura central de nuestra cultura no sólo es identificable con un cuerpo y
con la persona humana. Es el átomo serializado que determina la base de una cultura. El
individuo no es Juan, Pablo o María, no es más tu o yo: es una forma de organización y de
dominación social fundada sobre la deterritorialización permanente. Es ese personaje que
funciona como una imagen totalizante y totalizadora. Por lo tanto, no se trata de
escandalizar conque aquella ilusión se disipó como por arte de magia y que a pesar de toda
la relevancia que tenía para nuestra época, venimos a concluir que el individuo no existe…
emerja? ¿Cómo puede ser que estructuras dinámicas complejas y discretas se articulen entre
ellas resistiendo a (re)fundirse en la continuidad del infinito? ¿Cómo formas discretas y
autoorganizadas pueden pasar a la existencia?
Es necesario establecer en este punto una distinción de conceptos, dado que el presente es
para el sedentario de la Modernidad (para el individuo) un simple instante, una casi
inexistencia constituida entre un pasado cargado de sobredeterminaciones y un futuro
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A la inversa, el presente del nómade es un presente que desborda eso que la conciencia
puede percibir(o mas bien construir) como el instante presente. Es lo que caracteriza la
situación en la cual nosotros, en tanto múltiples, participamos. Este presente se construye
por el pasado como elemento estructurante del presente, por el futuro -como virtualidades y
potencialidades- que no existe más que en el presente, y por eso que podríamos llamar ‘el
presente del presente’, es decir, por esa parcela del presente que ocupa el lugar de la
representación y la articulación de las tres dimensiones permanentes de la temporalidad.
Como escribe San Agustín “Hay tres tiempos, el presente de las cosas pasadas, el presente
de las cosas presentes y el presente de las cosas futuras”2
Sucede que la Modernidad es identificable con ese largo proceso complejo de una puesta
en perspectiva del mundo por la concepción de un sujeto estancado, que lo mira desde una
cierta superioridad. Y esto remite a la problemática kantiana: ¿cómo puede el interior
conocer cualquier cosa de esa otra totalidad que es el mundo exterior? Ese mundo exterior,
en su momento, de dudoso se convertirá en lejano hasta la virtualidad. El sujeto devenido
en individuo se creerá con el derecho de preguntarse si, poniendo de lado su percepción
subjetiva del mundo, existe algo del orden de la exterioridad (algo “en-sí”).
trayectoria. Como lo escribe Spinoza,”se creen libres por el solo hecho de ignorar sus
cadenas”.
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Nuestra cultura piensa a los fenómenos humanos fundados sobre el cruce -más o menos
catastrófico- de una unidad, el individuo, verdadero átomo humano, y frente a él el mundo.
El individuo, como dentro de una caricatura cartesiana, duda de todo menos de sí. El
mundo frente al que se planta se torna cada vez más virtual, lejano y crecientemente
complejo. Solo que aún incomprensible y dudoso, ese mundo ahí es lo que lo amenaza
constantemente.
De ahí la sensación de impotencia y temor porque, frente a las amenazas concretas siente
la vanidad, la inutilidad de todo acto que se dirige a un conjunto que él mismo considera
como virtual. Si tras el individuo y dentro de un esquema caricatural podemos situar las
amenazas ecológicas, económicas, epidemiológicas, etc., delante de él aparece “el mundo”,
esa pantalla con imágenes virtuales a la cual, en el mejor de los casos, él puede influenciar
por intermedio de los botones de un juego electrónico que manipula.
Los pequeños individuos, encerrados en sus prisiones virtuales (pero con efectos bien
reales) se encuentran a menudo tentados de afirmar que “aquí hace falta un hombre
fuerte…” amor y deseo de totalitarismo en su total deseperanza e impotencia.
pensamiento queda reducido al nivel de la opinión. Más aún: sólo la vivencia personal
tendría el lugar de la verdad. La maniobra es interesante si llegamos a convencernos de que
“cada uno tiene su verdad”, nada podrá quitarle a la verdad su carácter absoluto, a cada uno
su “absoluto” entonces. En ese mundo, cada uno se vive como un primer actor obligado a
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convivir con un tropel de segundones, aunque cada uno de ellos -por supuesto- está
convencido de lo mismo y de tener la verdad.
Por otra parte, si bien es fácil afirmar que todo el mundo es sensible a la miseria del
mundo, es totalmente comprobable que en cada uno de nosotros el día a día termina por
‘volver por sus fueros’. Es sorprendente que la gente se comportan de la misma manera
frente a los graves problemas ecológicos, que afectan su propia supervivencia. El hombre y
la mujer de la Modernidad mantienen esta mueca sonriente en la boca, esta mirada
paternalista y comprensiva en torno a esos “graves problemas” que son los primeros a ser
considerados como muy importantes. Pero…también está lo cotidiano, el día a día, eso que
ellos llaman asombrosamente “la realidad”, es decir el principio de realidad…
Es extraño constatar que luego de oír en la radio, por ejemplo, la noticia de una nueva
catástrofe ecológica irreversible, o de una nueva amenaza concreta, una multa en el
parabrisas de nuestro coche, un muela que duele, una amante poco amable, son
ampliamente suficientes para eclipsar definitivamente estas noticias que provienen de un
“lejano mundo”.
Tenemos entonces que el Hombre moderno llama realidad a los gestos cotidianos a través
de los cuales, justamente, hace abstracción de todo eso que hace a la realidad de la vida de
cada uno de nosotros, o sea, de la vida misma. Es el triunfo de la sociedad-espectáculo que
podríamos definir como sociedad virtual, que no es otra cosa que el triunfo de la inversión
que hizo que las personas llamen ‘realidad’ a un agenciamiento de abstracciones virtuales
que no tienen nada que ver con lo real de su propia vida. Simétricamente, califican de
‘abstracto’ todo aquello que tiene que ver con el devenir y la realidad más concreta.
Si nos aproximamos un poco más a este personaje que es el individuo, vamos a constatar
que esta deterritorialización, esta no pertenencia radical sobre la cual se funda va mucho
más allá de lo que parecería de entrada. El individuo de la posmodernidad se percibe como
no perteneciendo más a un pueblo, a una nación o a una cultura, y apenas a una familia o a
una relación afectiva cualquiera. Pero lo que es más notable en esta suerte de ensueño-
pesadilla de libertad y de dominación es que el individuo va a considerar su propio cuerpo
como un accidente que él analiza como una pertenencia medio embarazosa con la cual, bajo
ningún punto de vista, se identifica. Un individuo puede estar o no contento con su cuerpo,
con su familia, con su nación o con su cultura, pero el punto es que se percibe como un
sujeto radicalmente separado de todas las pertenencias posibles. Este individuo, este
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personaje, puede declarar sin ningún empacho que él no ha tenido la posibilidad de nacer
en tal o cual período histórico, o de haber nacido hombre o mujer, negro o blanco, etc.,
porque considera que todo eso es fruto de la casualidad, y aspirando a conseguir los
instrumentos que le darán el poder de dominar todas esas “contingencias”.
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De su parte, el psicoanalisis se produce como “ciencia del hombre”, sin que jamás se
reflexione sobre la emergencia epocal, o sea el carácter no universal de la figura del
individuo. En el mejor (¿peor?) de los casos todo ocurre como con el padre de la sociología
Emile Durkheim, quien constata que efectivamente la producción de una sociedad de
individuos (que se pretenden) serilizados y autónomos, es el fruto de una evolución
positiva.
En nuestros días, este tema reaparece con una fuerza renovada y hasta desesperada.
Porque ¿cómo hacer para que esos “átomos” pretendidamente autónomos y frente a los
graves problemas de nuestra época, tomen en cuenta el futuro de la humanidad en vez de
eso que pareciera ser su objetivo natural -ellos mismos- con un máximo de poder, bienestar
y confort, con el único fin del regocijo personal? Los teóricos de la comunicación, los
ideólogos de la sociedad del espectáculo siguen pensando los individuos bajo la figura que
planteó Hobbes; “Es necesario que regresemos hacia el primer Estado de Naturaleza y que
consideremos los hombres como si fueran a nacer ahora, y como si estuvieran por salir de
golpe de la tierra, como las calabazas3”. Y esto es lo que no podemos admitir; ¿como hacer
para que una sociedad de “calabazas” se comporte como parte de un todo orgánico que no
empieza ni termina en cada uno de los individuos que, en parte, la componen?
individuo, bien lejos de las simples calabazas, es un personaje que se pretende sin fe y sin
ley, y que considera como su principal búsqueda su propia felicidad y su propio interés.
Como escribió Marx en El Capital, el individuo es el átomo y el pivot de un sistema social
y económico, y por eso no podemos seguir haciéndonos una pregunta naif tal como ¿qué
hacer para salvar a los individuos del poder del dinero?, o, ¿cómo salvar al individuo de las
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Nuestra sociedad acepta como un hecho irrebatible eso que Hobbes presentaba como “el
egoísmo primordial del individuo” y considera como secundario por no decir imaginario, la
posibilidad de transformar el amor de sí, o una parte de ese amor en un amor o un respeto al
prójimo, o mas bien la posibilidad de experimentar y conocer nuestro ser-en-elmundo como
ser de participación y no finalidad en sí. Es cierto que para Freud este amor de sí era
sospechoso, incluso si esta sospecha no lo hacía dudar del carácter primordial y esencial del
individuo. Freud explicaba que amar al otro como a sí mismo es contar con un formidable
desconocido porque, al final, no sabemos nada de cómo cada uno “se ama a sí mismo”, o si
se detesta. Nosotros estamos en el otro extremo ideológico en torno al individuo, enfoque
según el cual éste sería originariamente “malo” -incluso en su estado de calabaza- y la
sociedad debe en consecuencia limitar los impulsos nefastos. Para Jeremy Bentham lo que
hace actuar al individuo es la búsqueda del interés y de la felicidad. Contrariamente a
Freud, el utilitarismo considera de una forma naif que cada hombre sabe dónde se
encuentra su interés: sociedad utilitarista, sociedad transparente, panóptico donde todo se
explica o donde todo lo que aparece es bueno y todo lo que es bueno aparece.
Las nuevas y potentes tendencias del hombre post moderno hacia la eliminación de toda
instancia privada, la vida personal dada como espectáculo, el deseo de presentarse al
“mundo” bajo la forma de una mercancía interesante, confirman estas orientaciones que son
profundas y complejas. -Mírenme…por favor mírenme, porque es con su mirada que yo
puedo amarme, ámenme con su mirada de lo que doy a ver….
Es por eso que el amor propio va siempre acompañado del temor. La sociedad del
individuo está estructurada y marcada por el temor. La desacralización del mundo, lejos de
vacunar al Hombre contra el miedo a lo sobrenatural ha sumergido a los individuos en un
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temor permanente debido al estado de carencia y de espera. Si el individuo es, bajo la forma
del “yo”, quien sueña con el poder, espera esta quimera con el miedo permanente a la
pérdida; individuo de la carencia, de la espera…Nuestras sociedades no se estructuran
sobre los principios positivos de la cultura sino sobre los principios negativos del miedo a
la pérdida, sea del empleo, de la salud, de los bienes, de la vida…
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El individuo se considera como “socio libre” de la sociedad y del mundo. Por eso el
hombre de la modernidad y aún más el posmoderno ama la idea del contrato social que lo
liga “libremente” al resto de la sociedad por un pacto de no-agresión de forma de conjurar
el peligro de muerte que viene de los otros y lo amenaza permanentemente. Por eso mismo
Hobbes admite claramente que toda sociedad reposa sobre el miedo. El Hombre del “yo” es
un hombre que se pretende sin limitaciones pero a la vez sin cualidades. Como el personaje
de Musil, el hombre sin cualidades es el hombre calculador. ¿Por qué los animales no
pueden como los hombres hacer pactos de no agresión que les permitan aumentar su poder
mutuo? Según Hobbes porque el individuo es un personaje “calculador” y tiene la
capacidad de poder prevenir las ventajas del contrato así como de sacrificar, llegado el
caso, un bien inmediato en nombre de un bien superior que vislumbra más adelante.
La libertad absoluta aparece entonces para cada hombre como ese estado ideal donde el
individuo podrá evolucionar sin impedimentos de ninguna naturaleza, sin escasez ni
amenazas. La libertad en nuestra sociedad se percibe como una cuestión individual, y por
eso es que se encuentra frente a una aporía cada vez que intenta pensar los problemas de
orden situacional, cada vez que intenta pensar el vínculo social.
Para poder pensar en términos situacionales precisamos comenzar por volver unos pasos
atrás para poder encontrar en la figura omnipresente del individuo los lazos ontológicos que
tejen en una misma trama la sociedad, la naturaleza y el Hombre. Pues no se trata de
preguntarnos en nombre de qué interés egoísta podríamos llegar a convencer al individuo
de no destruir la vida sobre el planeta, sino por sobre todo de retomar el principio
situacional que funda de una forma común el fenómeno humano y el resto de lo existente.
Es necesario pues, articular libertad y destino, lo que no significa para nada ceder a la
fatalidad. El Hombre ‘sin cualidades’, el individuo, cree por ejemplo que lo puede todo con
la tierra, con el aire y con la naturaleza: el mundo es utilizable. Pero cuando despierta de
esta quimera de dominación recuerda que el Hombre no es un sujeto separado de la
realidad, y que lo que constituye la múltiple realidad no es un agregado de bienes
utilizables…pero esta constatación toma la forma de una pura tristeza, de una pura
desilusión.
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que hay una buena relación costo- beneficio para su “yo”, (su pequeña empresa personal),
que la “ofrenda” será hecha, pero esta vez como una inversión en la bolsa de valores.
individuo. Si en las culturas clásicas aquello que vuelve eternamente bajo la figura de lo
mismo no es otra cosa que el devenir, en la metempsicosis revisada por el individuo lo que
no desaparece jamás es precisamente el individuo. En los relatos y mitos del eterno retorno,
la metempsicosis consiste sobre todo en la transmisión múltiple y desarticulada de
tropismos, tendencias, afinidades electivas, que hacen que en ese derrotero permanente la
energía de vida se recicle y se transforme, y vuelva. En las pseudo místicas de los
posmodernos, es el “yo” de Pepito que vuelve; será así, Pepito hombre, Pepito cucaracha,
Pepito pescado…pero siempre el yo, esperando que finalmente, no nos liberemos de un
karma que nos dejará listos para la eternidad, sino el transplante de esta “riqueza infinita
que soy YO”, a un disco duro y a un cuerpo robótico aumentado.
Es por estas razones que de entrada hay que abandonar la hipótesis clásica que opone
individuo y comunidad. El individuo es el nombre que tiene y produce un tipo de
comunidad, un modo de lazo social, ese que se estructura por el dinero y la ganancia, el
individuo es la base de la sociedad del biopoder donde cada uno de nosotros se vive como
una pequeña empresa personal, con un capital salud, un capital vida…un capital en el
banco, que debemos administrar de manera “útil y eficaz”. De ahí que con la mejor
voluntad del mundo intentamos proteger y recrear el lazo social entre los individuos para
salvaguardar la vida frente a los procesos de destrucción capitalista, y en este trámite no
hacemos otra cosa que reforzar la lógica que pensamos combatir porque en el
neoliberalismo avanzado, el individuo no es otra cosa que el nombre que tiene el lazo social
regulado por la ley de la ganancia y el interés. Escandalizarse por una supuesta destrucción
de los vínculos entre los individuos implica desestimar comprender un supuesto esencial:
estos lazos están siempre ordenados por la ley de la mercancía, en la cual no son más que
avatares.
Todos los proyectos clásicos de emancipación social tuvieron esta debilidad estructural
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porque intentar demostrar a los individuos que su interés pasaba por un proyecto colectivo
de algún tipo no hacía otra cosa que conservar como elemento central el nudo del
capitalismo, es decir, el dispositivo individuo-mundo. El colectivismo durante un siglo
pregonó la superación del capitalismo salvaguardando como posible aliado el átomo
fundador de la relación capitalista de producción. El error consiste en no comprender que la
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Sin embargo si podemos decir que los individuos son como islas en el mar, lo son en
tanto que las islas son ellas mismas pliegues del mar. Como escribe Plotin en las Ennéades:
“No hay un punto donde podamos fijar los propios límites de manera de decir: hasta aquí
soy yo4”. Lo que hace el interior más íntimo del individuo no está tejido de otra cosa que de
la más pura exterioridad. Por eso, la ideología del individuo quiere hacernos creer que cada
uno de nosotros sería una entidad autónoma con un exterior y un interior. Y a partir de ahí
se desarrolla toda una preocupación epistemológica en torno a esta doble cuestión: cómo
conocer eso que nos resulta totalmente exterior y en nombre de que podríamos
relacionarnos con alguien que sería “otro”.
Es que el yo como representación del individuo no es pensable de otra forma que como
otro en medio de otros. El fenómeno humano pensado en términos situacionales nos
experiencia del infinito, de la nada, etc. a través del pensamiento y la práctica, y por otro
lado la inmediatez de lo cotidiano donde, por el contrario, todo parece tener sentido. El
Hombre posmoderno vive una presión permanente entre estos dos polos: la totalidad que
habla del universo, del no-sentido y de la vanidad del hombre, donde solo en las asimetrías
situacionales puede emerger un sentido siempre efímero, y lo cotidiano que aparece como
estancado y sobrecodificado, donde todo es útil y cargado de sentido. No puede elegir ni el
todo que quita sentido a todo acto cotidiano ni la ilusión quimérica de correr detrás de cada
trampa de la vida (el poder, el confort, el dinero, la fama). Esta tirantez establece un campo,
una realidad frágil que para nosotros se denomina “situación”. Intentaremos abordar más
adelante un pensamiento de la situación de la cual podremos despejar una praxis de la
libertad y de la solidaridad. Pensar la situación es lo que nos va a permitir acercarnos a lo
que podríamos presentar como relevante de la cotidianeidad del ser.
Fragilidad y exigencia
En nuestras sociedades en crisis, un ejemplo tremendo de todo esto nos los brindan los
fenómenos que giran en torno a la epidemia de Sida. Los enfermos y quienes se ocupan de
la ‘cuestión Sida’ asumiendo la fragilidad, concebida como aquella dimensión que permite
superar la oposición fuerza-debilidad que estructura nuestras sociedades, nos dan un
mensaje de vida en un ámbito donde cabría esperar una imagen de la muerte. Mientras que,
a los demás, que se supone viven “olvidando la muerte” en verdad se están olvidando de la
vida. De lo que se trata entonces es de desarrollar una filosofía y una praxis que, hablando
de la cotidianeidad del ser, nos permita volver de la estructura social espectacular, lo que no
es otra cosa que repensar la vida.
Nuestras sociedades que cruzan los dedos frente a la imagen de la muerte, son sociedades
de la sobrevida estructuradas por el miedo, la espera y el deseo. Deseo más que paradojal
ya que es deseo de fin del deseo.
Entonces, si como escribe Spinoza, un hombre libre en nada piensa menos que en la
muerte y su vida es una larga meditación sobre la alegría…, hemos perdido la libertad, la
vida y la potencia. Una meditación sobre la vida implica también una praxis de la vida,
aunque para esto hace falta deconstruir la estructura central de la cotidianeidad que nos
condena a una sobrevida disciplinada en esa abstracción y negación de lo real; hace falta
terminar con la sociedad del individuo, no como consigna o creencia ideológica, sino muy
simplemente para que ella no termine con nosotros y con la vida, en aras de sus dioses
caprichosos, la macro economía y la técnica sin regulación cultural.
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Es necesario reordenar nuestra vida a través de los principios reales más inmediatos y
fundamentales dado que, estructurada por el individuo, ¡nuestra vida nos aparece como algo
lejano y abstracto!, vivimos, aunque parezca esto contraintuitivo, “lejos de nuestras vidas”.
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En concreto, como Antígona cuando le recuerda a Creonte que los actos de nuestra vida
pueden y deben estar estructurados por otras exigencias más allá de las que ofrecen la
seguridad, el confort, la buena vida o la vanidad: darse cuenta que cada situación en la que
estamos se estructura con las exigencias que no nos exime de una dimensión no inmediata y
que es fundante y condicion de toda situación, suerte de paradojal trascendencia en la
inmanencia
Estamos proponiendo rechazar la tentación del relativismo posmoderno que aturdido por
la cotidianeidad y la gestión de la supervivencia considera imaginaria toda ley “promulgada
por Zeus” y nos hace al mismo tiempo rechazar todo tipo de tentación integrista que
tendería a ordenar nuestra vida siguiendo la “ley de Zeus”.
La ley de Zeus aquí y ahora, en nuestra época pasa por las invariantes de autorregulación
que determinan concretamente que no todo es posible…porque en los “no posibles” se
fundan los posibles y la potencia de actuar.
Nuestra hipótesis es que lo que existe no existe como lo piensa un realismo naif, como eso
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que esta siempre “ahí”. Por el contrario: la existencia se da siempre bajo la condición de un
devenir, de una actividad que nosotros llamamos exigencia ,que es exigencia y tendencia de
una cierta organicidad. Damacius el gran filósofo néoplatonico, escribe en Los primeros
principios “El ser es la actividad del uno que coincide con la esencia6”
La esencia de una cosa significa aquí, ni más ni menos que una cosa sea lo que es en la
actividad de su devenir, no en la fijeza de la piedra. La persistencia en un modo de ser,
conatus, de esta esencia depende, de la actividad, de la exigencia. El fenómeno humano,
puede ser pensado (dejando de lado la figura de la carencia, de la falta) como esta forma de
vida, interface entre los niveles de autoorganización mixtos y complejos como son la
lengua, la cultura, la técnica, etc. de un lado, y del otro nuestra realidad animal, la especie
como tal, conjunto dinámico y orgánico que posee como fin su propia vida, bajo la
exigencia de protegerla y desarrollarla en cada situación.
Ese compromiso no puede pensarse bajo la figura frágil de un acuerdo racional del
individuo con un programa cualquiera. El compromiso es, por el contrario, siempre
existencial, es un modo de la multiplicidad en medio de la cual está incluida, la situación.
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Ser, como quería Sartre, “protagonista y responsable del mundo” no es más -y desde hace
mucho- un tema reservado a los “grandes personajes del mundo”, tal como se nombra
habitualmente a estos oscuros personajes enamorados del poder y enemigos de la vida.
Ser responsable implica una armonía con lo que tenemos de más íntimo y que por eso
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mismo es lo más universal. Esta universalidad, tanto como esta responsabilidad, es siempre
situacional. Si el individuo parado frente a la pantalla de televisión tiene una clara
conciencia de que ante la complejidad de los problemas del mundo no puede hacer otra
cosa que adherir a un mandato o desear convertirse en mandante, el compromiso situacional
actúa siempre por “singularidad”, o sea, por una puesta entre paréntesis de este universal
abstracto que damos en llamar “mundo”.