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RESUMEN
El artículo presenta una visión general sobre el Juego Simbólico, el cual le permite al
niño crear representaciones mentales del mundo que le rodea, expresar las emociones a
través de los personajes o roles asumidos, desarrolla la imaginación y la creatividad,
facilita la conversación entre iguales y favorece el proceso madurativo para poder
comprender y resolver los problemas del entorno que le rodea.
INTRODUCCIÓN
Holland (1994), citada por Cuervo (1999) argumenta que “importará poco que los
fonoaudiólogos generen más conocimiento y amplíen el alcance y la sofisticación de sus
habilidades clínicas para atender las poblaciones –tradicionales y nuevas – de personas
con discapacidades de la comunicación, si no son capaces de lograr que los servicios
lleguen a quienes los necesiten”
Para los niños, el juego es un asunto muy serio (y debería serlo también para los adultos).
A través de esta actividad desarrollan muchas de sus destrezas y se van formando una
imagen del mundo. Durante el siglo XIX, y de modo más intenso en el siglo XX, se va
consolidando la relación del binomio juego y educación. El "aprender jugando", se va
apoderando de la realidad familiar y escolar. Podemos encontrar las ideas de autores
como Pestalozzi y Fröebel, los aportes desde el campo de la educación especial de
Montessori o Decroly, la innovación metodológica propiciada por la Escuela Nueva y las
generadas a partir de la obras del Post- Constructivismo de Wallon y Vygotsky, entre
otros.
El juego simbólico es particularmente importante pues implica la capacidad del niño para
imitar situaciones de la vida real y ponerse en los zapatos de otras personas. Se trata de
una actividad en la que el niño pasa continuamente de lo real a lo imaginario (y viceversa),
que le ayuda a ampliar su lenguaje, desarrollar la empatía y, sobre todo, repercute
significativamente en la competencia social, intelectual e independencia personal, entre
otros, permitiéndole también encontrar soluciones a sus conflictos y situaciones
problemáticas a través de éste.
A lo largo de todo el documento iremos viendo diferentes perspectivas del juego, el
juego simbólico y sus beneficios para mejorar la relación del niño con el ambiente y los
demás, así como mejorar su lenguaje y comunicación.
Un amplio número de estudios han reportado cómo el discurso de tanto adultos como
niños se relacionan con actividades específicas. Wood, McMahon y Cranstoun (1980);
Bruner (1983); y Tizard y Hughes (1984) han explicado la manera en la cual ciertas
actividades favorecen la comunicación. Por ejemplo, cuando un adulto y un niño pequeño
(alrededor de los 18 meses) leen juntos un libro, la rutina de sentarse cerca y voltear las
páginas ayuda a establecer exactamente de qué se está hablando. Además, la estructura
de la actividad y su naturaleza repetitiva hacen más fácil para el primero predecir la
respuesta lingüística del segundo. En conjunto, estas características incrementan las
oportunidades de que el adulto sea capaz de determinar lo que el niño está intentando
decir, aunque su articulación todavía tenga un pobre desarrollo. De otro lado, las
expectativas convencionales acerca de qué significados son apropiados para la actividad
permite inferir una estrecha gama de posibles interpretaciones y se reduce la posibilidad
de que se confunda la intencionalidad del niño (Scollon, 1979).
En los primeros meses de vida, el adulto resulta necesario para generar el escenario del
juego y facilitar la apropiación del mismo por parte de los niños. El escenario, se refiere
tanto a los espacios y materiales, como a la situación que se presenta. El adulto es quien
anticipa las posibles intervenciones que tienen por objeto dinamizar los procesos
cognitivos, afectivos y sociales que se suceden en el juego, buscando que éste sea cada
vez más autónomo y sostenido.
Si el adulto conoce a fondo los juegos de los niños y los marcos de realidad presentes en
cada uno, puede leer con mayor facilidad las interpretaciones que los estos hacen de su
realidad, y comprender las diferentes situaciones que se van presentando. Desde allí,
puede ofrecer diferentes alternativas que amplíen o complejicen las zonas de
conocimiento, llevando a los niños a construir nuevas respuestas. Por su parte, los niños
parecen tener bastante claro cuándo aceptar la intervención del adulto, cuándo buscarla
o cuándo transformarla.
Goodman (1969) expresa que cada niño lleva a la escuela 5 ó 6 años de lenguaje y
experiencia. Estos vitales elementos se desarrollan fundamentalmente a través del
juego, ocupación primordial en esta etapa de la vida, el cual sirve como organizador de
elementos sensoriomotores, emocionales, perceptivos, cognoscitivos y lingüísticos que
ayudan a crear un modelo interno de sí mismo y del mundo externo que lo rodea. Jugar
involucra la posibilidad de aprender, comunicarse, modificar, variar, crear, cambiar y el
ajuste frente a situaciones y elementos nuevos.
Los niños que no aprenden a jugar, debido a padre y ambientes poco estimulantes,
manifiestan problemas en la escuela y en las situaciones sociales. Luria (1978) refiere
una experiencia en la cual se instala a un hombre acostado en el piso de una cámara
impermeable a la luz y al sonido, aislándolo de los efectos externos. Este inicialmente
tiende a dormirse, pero después la prueba se hace insoportable para el sujeto. Algo
semejante es lo que pasa al niño con el aislamiento al que se le somete por parte de sus
padres.
Stemberg y Powell (1983) insisten en que los buenos lectores combinan la información
escuchada o leída con su propio "conocimiento del mundo" en la memoria semántica, para
crear una nueva entidad dentro de la cabeza, que representa el significado del texto o
discurso. Y Miller (1979) explicita que el significado que cualquier elemento tiene para
una persona consiste en la historia total de su interacción con dicho elemento.
Obviamente, tal interacción no implica en forma exclusiva la "manipulación física" del
mismo, sino el acceso cognitivo al concepto. De tal manera, el niño que tenga un
insuficiente o imperfecto conocimiento del mundo debido a deficiencias en alguno o
algunos de los factores antes mencionados no estará listo para el procesamiento
semántico de la lecto - escritura.
Cada vez se ve jugar menos a los niños en el hogar y en el jardín infantil. La televisión, el
computador, los juegos electrónicos o la vida típica de los llamados "niños de
apartamento", están espantando la movilidad y creatividad. El juego no puede ser visto
como una simple sumatoria de acciones inconexas o desvinculadas de la realidad. Los
niños crean reglas, ambientes, juguetes y situaciones de juego, pero además, introducen
modificaciones a los mismos y generan situaciones en las que se puede repetir y
recomenzar cuantas veces se quiera, sin correr el riesgo de ser sancionado por cometer
errores.
Cada cual juega a aquello para lo que tiene habilidad, y si es demasiado complejo o
demasiado simple, lo abandona o cambia. Por otra parte, el carácter interdependiente y
cooperativo de las reglas, pone a los niños en situaciones de interacción social con sus
pares. En este tipo de intercambios, los niños se sienten obligados a ser lógicos y a
hablar con sentido al tener que coordinar sus acciones con las de otros.
Bruner (1983) afirma que los juegos practicados con los bebes lo van formando e
integrando socialmente. A través de diversas actividades experimentales y / o
pragmáticas, explica la importancia que tienen estos juegos mencionados para que el niño
pueda acercarse progresivamente al uso del lenguaje.
Dentro de una serie de esas contribuciones del juego encontramos la comprensión de los
turnos de la conversación (el niño aprende esto a partir de la estructuración de las
partes del juego). También, el placer del juego que mantiene al niño concentrado en él, le
será útil para luego mantenerse en una actividad compleja, una “realidad estructurada”,
“una forma de vida”.
Es decir, que las estructuras de los juegos “…se imponen en formatos del tipo indicar y
solicitar, que, en efecto, son esenciales para el desarrollo y la elaboración de estas
funciones comunicativas. Ellos proporcionan el medio que hace posible su
convencionalización y, finalmente, su transformación de formatos en actos de habla más
flexibles y móviles…”1
Según Miller (1979), sin comunicación, la organización social es imposible. El individuo que
no habla con ningún miembro de un grupo está necesariamente aislado y no puede adquirir
el conocimiento, ya que éste se construye mediante el intercambio dialógico que permite
negociar la interpretación del mundo.
Otro aspecto importante del rol del Fonoaudiólogo es el control de las condiciones
acústicas del lugar de juego y aprendizaje. El ambiente sonoro tiene mucha
influencia sobre la capacidad de escuchar, porque el niño "se entrena" a escuchar los
sonidos que percibe o sea a enfocar su atención sobre lo que desea. Si las condiciones de
ruido en el medio son demasiado fuertes, el niño se ve obligado a protegerse y deja de
escuchar, bloqueando el acceso de información al Sistema Nervioso.
El ruido parece interferir con la de atención, memoria y la capacidad de los niños para
discriminar entre estímulos auditivos significativos, sobre todo del campo del habla. El
ruido de fondo, en particular los murmullos, los gritos de otros niños jugando fuera de la
habitación o el cuarto de juego y el discurso irrelevante, interfieren en la capacidad de
los niños para comprender la palabra hablada. Esto puede tener serias consecuencias
para el desarrollo del lenguaje.
Pero igualmente muchos niños de nuestra actual era presentan limitaciones en sus
capacidades para aprehender la información auditiva, debido a la interferencia del ruido
en los hogares, las guarderías, los centros de estimulación y colegios.
El juego simbólico es uno de los elementos más importantes en el desarrollo del niño y
eje fundamental para el lenguaje, la capacidad cognitiva y la socialización. Esta actividad
consiste en la imitación o reproducción de situaciones de la vida diaria, utilizando objetos
semejantes o no a lo real, dándoles un valor simbólico. Es decir, representando hechos o
situaciones supuestas, o dramatizadas, a través de juguetes. Es el “hagamos de cuenta
como si fuera”, transformando cualquier objeto en lo que imaginemos o necesitemos en el
momento, como un cubo de plástico en un auto, o una cuchara en un avión.
Este tipo de juego aparece a los dos años de edad y sigue desarrollándose durante la
infancia hasta los seis y siete años. Permite al niño crear representaciones mentales del
mundo que le rodea ya sean reales o imaginarias, permite expresar las emociones a través
de los personajes o roles asumidos, desarrolla la imaginación y la creatividad, facilita la
conversación entre iguales y favorece el proceso madurativo para poder comprender y
resolver los problemas del entorno que le rodea.
Los niños pequeños tienen un repertorio limitado de situaciones y personajes que pueden
imitar. No vienen con un programa interno de cómo jugar, cosa que creen muchos padres,
por lo cual inicialmente es necesario ayudarles a recrear personajes y situaciones. El
adulto debe ser el modelo, para lo cual el Terapeuta del Lenguaje / Fonoaudiólogo
proporcionará pautas de la forma en que éste puede proponerle nuevos personajes y
contextos con los que se puedan identificar y estimulen el juego simbólico.
Los niños con mayor destreza en el juego simbólico tienen un vocabulario más amplio y
más posibilidades de combinar palabras (Johnston, 1994). Entre los procedimientos
específicos más relevantes utilizados por el adulto, a través del juego para facilitar la
interacción y el lenguaje, cabe destacar las siguientes estrategias:
El Autodiálogo: el adulto narra o relata lo que hace, presentando un modelo de
habla, sin hacer ningún tipo de demanda al niño
Expansiones: son expresiones que repiten lo que dice el niño, añadiendo detalles
gramaticales, fonéticos y semánticos relevantes.
CONCLUSIÓN
En el juego del niño con el adulto y los objetos, se entreteje la acción y las señales que
regulan la interacción comunicativa. A medida que el niño se desarrolla, utiliza el lenguaje
y la expresión en todas sus modalidades para regular la acción conjunta, dándose una
mutua interpretación de las intenciones y un ajuste recíproco tanto la expresión como en
la acción.
El juego simbólico aparece a los dos años de edad y sigue desarrollándose durante la
infancia hasta los seis y siete años. Permite al niño crear representaciones mentales del
mundo que le rodea ya sean reales o imaginarias, permite expresar las emociones a través
de los personajes o roles asumidos, desarrolla la imaginación y la creatividad, facilita la
conversación entre iguales y favorece el proceso madurativo para poder comprender y
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