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Una de las tareas del psicopedagogo con relación a la prevención es potenciar los factores
protectores, una opción es promover en el menor (incluso desde la primera infancia) competencias
sociales y emocionales a fin de prevenir el maltrato, la violencia y prácticas autodestructivas. Basada
en la autonomía, autocontrol, respeto, responsabilidad, resiliencia y autoestima. La importancia
de prevenir y/o tratar las secuelas de un menor maltratado radica en que lo más probable es que
en la edad adulta continúe con las prácticas antisociales aprendidas en la infancia. Por ello como
psicopedagogos es pertinente promover en los padres, la resiliencia, disciplina, pautas o patrones
de crianza, el apego y el vínculo afectivo.
“Los resultados del abuso o del descuido infantil no solo son de índole emocional o de
comportamiento sino que cualquiera de ellos puede producir consecuencias graves (Emey, 1989). A
menudo, los niños víctima de abuso presentan retrasos en el lenguaje y en su desarrollo emocional
y cognitivo (Coster, Beeghly y Cicchetti, 1989). Además, tienen más probabilidades que los demás
niños de volverse agresivos, delincuentes o criminales en la edad adulta (Dodge, Bates y Petti, 1990;
Widom, 1989). Es probable que los adolescentes que tuvieron problemas durante su infancia tengan
problemas emocionales, cognoscitivos y de desarrollo, evidentemente debido al descuido
emocional. Los adolescentes que fueron víctima de abuso en su infancia pueden reaccionar
escapando (lo cual puede convertirse en una medida de autoprotección más saludable) o adoptando
actividades autodestructivas como consumo de drogas (NRC, 1993).” (Nossa, 2005, pág. 24)
Manosalva, C. C. (2008). Reflexión en torno al maltrato infantil como transformador cultural. Infancias
Imágenes, 7(1), 15-18.
Como psicopedagogos debemos analizar las causas y consecuencias; sociales, psicológicas,
académicas y en la salud en el menor maltratado, para poder plantear estrategias de intervención
desde la pedagogía. Si realizamos una mirada a la historia de las prácticas de crianza y educación
del menor de edad, se evidencian relaciones jerárquicas, de dominio, poder, castigo, premio,
sumisión, temor, como sinónimo de respeto a un ser superior, comportamientos transmitidos de
generación en generación bajo procesos de socialización en la cotidianidad familiar, como mandatos
culturales; una práctica que hoy podríamos llamar maltrato infantil. Este modelo de relaciones se
basa en una cultura de dominio como opción educadora, existen múltiples ejemplos en la historia
de la humanidad, como lo fue el rol de la iglesia como ente evangelizador de indios y negros esclavos
en la época de la colonia en Latinoamérica.
Transformar una estructura basada en dominio y poder para la crianza y la educación es uno de los
retos sociales del orientador, abordar aspectos culturales para romper paradigmas que contribuyan
a un cambio de conducta aprendida, acompañada de situaciones particulares como lo son
embarazos a temprana edad, necesidades básicas insatisfechas, la usencia de salud mental, que son
el boom de una sociedad aparentemente moderna. La tarea de psicopedagogo es promover
prácticas de educación y crianza en relaciones de dominio y abuso de adultos hacia menores de
edad teniendo como referentes la pedagogía, la democracia, los derechos de niñas, niños y
adolescentes. En Colombia según las estadísticas el maltrato infantil aumenta a diario siendo el
hogar el espacio donde el menor sufre más maltratos, es evidente que los padres de familia y/o
cuidadores principales están incumpliendo en su deber de protección al menor.
“Comprender el maltrato infantil como una ignominia cultural y los retos a que nos abocamos
cuando le apostamos a su prevención, lo convierte en un problema social que requiere una mirada
compleja, para lo que es necesario no reducir su análisis a verlo como un acto en el que intervino de
forma dañina un adulto “malvado, torpe, violento, etc.” sobre un niño, “bueno, inocente y frágil”; se
necesita ir más allá, desde la observación cuidadosa de los fuertes instituidos culturales, religiosos y
sociales que han marcado las sociedades en cuanto a la educación y crianza de los niños y niñas,
hasta pasar por las tensiones que tales instituidos producen; tensiones vigentes y productivas, que
aparecen cada vez con más fuerza, como instituyentes culturales y jurídicos, con nuevos lugares para
percibir, comprender, aprender y encontrarse con los niños y las niñas y, a su vez, se encuentran
“nuevas” propuestas y reconfiguración de prácticas, lenguajes, símbolos de educación y crianza, que
se concretan en relaciones de mutualidad, de solidaridad, de cooperación más democráticas.
”(Monsalve, 2008, pág. 17-18)
Manosalva, C. C. (2008). Reflexión en torno al maltrato infantil como transformador cultural. Infancias
Imágenes, 7(1), 15-18.