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El «Ego» y el «Yo»

De la Introducción a “Eleva tu corazón” de Fulton Sheen

“El extraño caso del Dr. Jekylly de Míster Hyde” es la historia de todo
hombre nacido de mujer, porque dentro de cada uno de nosotros viven dos
nosotros mismos: el “Ego” y el “Yo”; el que aparece exteriormente y el que es;
el hombre que trata con otros hombres y el hombre desconocido para todos
los demás.

El ego es lo que pensamos que somos; el yo es lo que, en realidad,


somos.

El ego es el niño consentido: egoísta, petulante, alborotador y mimado,


el origen de nuestros errores en la vida. ¡El yo es nuestra personalidad hecha
a imagen y semejanza de Dios!

Las vidas de nuestros dos nosotros mismos no pueden ser vividas


simultáneamente. Si pretendemos e intentamos hacerlo, sufriremos
remordimientos, ansiedades y descontento interno. Si la verdadera libertad se
ha de hallar dentro de nosotros mismos, el ego debe ceder al nacimiento de
nuestra propia personalidad. Pero es un compañero tan familiarizado, para
algunas personas, que no puede ser fácilmente dejado de lado, y no hay
provecho ninguno en decirles que el superficial ego no tiene lugar legítimo en
su interior. Lo mismo que la capa de arcilla de las fundiciones, el falso ego
debe ser arrancado, separado y arrojado, y es éste un proceso que implica
desasimiento, dolor, y que causa cierta indignación.

Cuando el ego domina nuestra vida, vituperamos pequeñas faltas en los


demás y excusamos grandes errores en nosotros mismos; vemos la paja en el
ojo ajeno e ignoramos la viga en el nuestro. Somos injustos con los demás y
negamos que haya falta en nuestra actitud; otros hacen lo mismo con nosotros
y decimos que debieran conocer mejor las cosas. Odiamos a otros seres y a
ese odio lo calificamos de “celo”; halagamos a otras personas teniendo en
cuenta lo que pueden hacer en nuestro favor, y a esto lo llamamos “amor”; les
mentimos, y esas mentiras las justificamos denominándolas “tacto”. Somos
remisos para defender en público los derechos de Dios, y a eso lo calificamos
como “prudencia”; procediendo egoísticamente hacemos a un lado a otros
seres, y esa actitud es ante nuestros ojos “procurar nuestros justos derechos”;
somos severos críticos de los demás y decimos que “enfrentamos
valientemente los hechos”; nos rehusamos a abandonar nuestra vida de
pecado, y a cualquiera que así procede lo tildamos de “escapista”. Nos
cuidamos excesivamente y decimos “cuidar la salud”; juntamos más riquezas
de las que son necesarias para nuestra situación en la vida y decimos procurar
la “seguridad”; nos causa disgusto la riquezas de los demás y nos
vanagloriamos de ser “defensores de los sumergidos”; negamos inviolables
principios de justicias, nos aseguramos con toda firmeza en el aire y decimos
ser “liberales”. Empezamos nuestras frases con el pronombre “Yo”, y
condenamos a otras personas como inaguantables, porque desean hablar
acerca de sí mismas, siendo así que nosotros deseamos hablar acerca de
nosotros; arruinamos la vida familiar por medio del divorcio, y decimos que
nos es preciso “vivir nuestra vida”; creemos ser virtuosos... simplemente
porque hemos hallado a alguna otra persona más viciosa.

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