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Daniela León Gutiérrez

Análisis de las tesis sobre el antisemitismo según Horkheimer y Adorno


Horkheimer y Adorno realizan un análisis minucioso del antisemitismo en su libro “Dialéctica de la
Ilustración”. En el capítulo “Elementos del antisemitismo. Límites de la Ilustración”, desarrollan 7
tesis para abordar los distintos aspectos implícitos en el antisemitismo. Las primeras seis tesis parten
de una perspectiva psicológica, centrándose en los motivos ocultos del antisemita, a nivel individual
y social. Se explicita el rol que tiene el proceso de Ilustración en el antisemitismo, desde el aspecto
económico, religioso y social. La última tesis es posterior a las demás, y se centra en el antisemitismo
en la sociedad liberal estadounidense, particularmente en aspectos como la crisis de la experiencia y
del pensamiento. Así, el antisemitismo psicológico analiza cómo se deforma la subjetividad, la psique
de los individuos; el antisemitismo de ‘ticket’ se centra en cómo acontece el antisemitismo, una vez
que la individualidad y subjetividad han sido automatizadas. El punto común a ambos tipos de
antisemitismo es el rol intrínseco de la Ilustración en la dominación gradual de los individuos, y la
urgencia de la reflexión como remedio ante el control y represión.

I Presentación de la tesis fascista y la liberal

En el primer apartado, Adorno y Horkheimer esbozan las dos tesis dominantes sobre la esencia de los
judíos, las cuales están en conflicto y se contradicen entre sí. Por una parte, está la tesis del fascismo,
que declara la esencia de los judíos como fuente del mal, de lo que se sigue que su destrucción es
necesaria. Por otra parte, la tesis liberal declara que no hay una esencia judía, son ante todo seres
humanos, iguales a los demás:
Para los fascistas, los judíos no son una minoría, sino una raza distinta, contraria: el principio negativo
en cuanto tal; de su eliminación depende la felicidad del mundo entero. Diametralmente opuesta es la
tesis según la cual los judíos, libres de características nacionales o raciales, constituirían un grupo sólo
por su mentalidad y su tradición religiosas. Las «marcas judías » se refirirían más bien a los judíos
orientales, en todo caso sólo a los judíos no asimilados. Ambas doctrinas son a la vez verdaderas y
falsas. (213)

Paradójicamente, se afirma la verdad y falsedad de las tesis. La fascista es verdadera ‘en el estado de
cosas actual’, en la medida en que el fascismo “la ha hecho verdadera”:
Los judíos son hoy el grupo que atrae sobre sí, en teoría y en la práctica, la voluntad de destrucción
que el falso ordenamiento social genera espontáneamente. Los judíos son marcados por el mal absoluto
como el mal absoluto. Así son, de hecho, el pueblo elegido. Mientras que el dominio, desde el punto
de vista económico, ya no sería necesario*, los judíos son designados como su objeto absoluto, del que
se puede disponer sin más. A los obreros** nadie les dice abiertamente tal cosa, por razones obvias;
los negros son mantenidos en su lugar; pero hay que limpiar la tierra de judíos, y en el corazón de todos
los potenciales fascistas de todos los países halla eco la llamada a eliminarlos como moscas. En la
imagen del judío que presentan al mundo, los racistas expresan su propia esencia. Sus apetitos son la
posesión exclusiva, la apropiación*, el poder sin límites, a cualquier precio. Cargan al judío con esta
culpa, se burlan de él como rey y señor, y así lo clavan en la cruz, renovando sin cesar el sacrificio en
cuya eficacia no pueden creer. (213-214)

Estamos frente a una teoría de la opresión que no se limita al aspecto económico, sino que se ocupa
de los motivos psicológicos ocultos en la violencia hacia las minorías. Ciertamente, en la época del

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fascismo hay otras minorías oprimidas, mas no se les hace el objeto central de exterminio: los obreros
son ‘el motor’ económico, en la práctica se les explota, sin ‘decirlo abiertamente’; los negros, son
controlados (intimidados, gobernados). Así, lo que los autores se proponen en estas tesis es responder
a la cuestión de por qué los judíos son la minoría elegida por la colectividad, como cuerpo de desfogue
de violencia.

Las tesis no tratan sobre la ‘esencia’ judía, sino sobre la imagen que el racista proyecta sobre él. Así,
Adorno y Horkheimer sostienen que el antisemitismo expresa más sobre la esencia del racista, que
del judío mismo. Los autores anticipan las dos tesis principales del texto: el sistema económico y
social deforma a los individuos al reprimirlos, éstos desahogan sus pulsiones mediante la violencia,
proyectan su agresividad a un grupo ‘elegido’. Así, los judíos son objeto de proyección de la
subjetividad violenta, y se tornan en el chivo expiatorio de los males del sistema.

En el breve párrafo que caracteriza a la tesis fascista, los autores anticipan las tesis principales del
antisemitismo psicológico: la proyección económica, el antisemitismo religioso, la idiosincrasia, la
proyección falsa. El deseo de posesión y apropiación remite a la tesis económica, la proyección de la
esencia del racista remite tanto a la idiosincrasia como a la proyección falsa, y la alusión al sacrificio
de cristo, al parricidio religioso. Asimismo, se deja en claro que el antisemitismo no es provocado
por lo que el judío es, sino por la imagen proyectada sobre él. Al mismo tiempo que el odio y violencia
no tienen por objeto la eficacia, sino el mero desfogue.

Por otra parte, la tesis liberal es inversa a la fascista, puesto que siendo conceptualmente verdadera,
no corresponde con la realidad, con el estado de cosas del mundo: “es verdadera en cuanto idea. Ella
contiene la imagen de una sociedad en la que el odio deje de reproducirse y de seguir buscando
cualidades sobre las que pueda desfogarse.” (214). Estas líneas constituyen una crítica tanto a la
sociedad liberal como a los derechos humanos, en tanto que promueven la idea de la igualdad humana
en el discurso, al mismo tiempo que sostienen al sistema capitalista y la división de clases, las causas
de desigualdad, explotación, y anulamiento de la subjetividad. En el seno de la sociedad liberal hay
una contradicción manifiesta entre los principios de igualdad y universalidad, y la sociedad
profundamente desigual que se desfoga sobre lo diferente.

Del mismo modo, los autores anticipan la ineficacia de la estrategia liberal. No sólo no protege a las
minorías más allá del discurso y de medidas políticas que no evitan la violencia, sino que además es
auxiliar del fascismo: “Pero la tesis liberal, al presuponer la unidad de los hombres ya en principio
realizada, contribuye a la apología de lo existente” (214). Al limitarse a la verdad discursiva,
neutraliza las estrategias que serían eficaces en la lucha contra el fascismo. No basta con afirmar el
concepto, hay que actuar en la realidad para hacerlo efectivo, pues la praxis es necesaria para traer al
mundo el momento de verdad de la tesis de la unidad. Afirmar la tesis de la unidad sin la praxis,
constituye una estrategia clásica para neutralizar a los movimientos de resistencia: ¿para qué
neutralizar el antisemitismo fascista si, de facto, todos somos iguales?

Advertimos en Horkheimer y Adorno la desconfianza hacia las políticas de izquierda, análoga a la


que tiene Benjamin a la socialdemocracia alemana; las rechazan en tanto que no logran neutralizar la
violencia: “El intento de conjurar la extrema amenaza mediante una política de minorías y una
estrategia democrática es ambiguo, como toda defensiva de los últimos burgueses liberales. Su
impotencia atrae a los enemigos de la impotencia” (214).

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Más allá de la política ineficaz, a los autores les interesa subrayar que el proceso mismo de ilustración
está ligado al dominio, tal como afirman en el capítulo “Concepto de Ilustración”. La concepción de
los derechos humanos depende de la ilustración como proyecto emancipatorio, que buscaba liberar a
los siervos del dominio del soberano, señor feudal, etc. Ahora bien, la universalidad per se de los
derechos humanos está en tensión con la particularidad y la diferencia, el conflicto del concepto
universal y las particularidades excepcionales se traslada a la sociedad. Así, el apoyo del liberalismo
y los derechos humanos está condicionado al anulamiento de la diferencia, a la asimilación de lo
particular a lo universal:
La existencia y el aspecto de los judíos comprometen la universalidad existente debido a su falta de
adaptación. La fidelidad inmutable a su propio ordenamiento de vida los ha colocado en una relación
inestable con el orden dominante. Ellos esperaban que este orden los preservara, sin estar en condiciones
de controlarlo ellos mismos. Sus relaciones con los «pueblos de señores » eran las de avidez y temor. Pero
cada vez que renunciaron a su diferencia frente al sistema dominante, los arribistas adquirieron el carácter
estoico y frío que la sociedad impone hasta hoy*** a los hombres. El entrelazamiento dialéctico entre
ilustración y dominio; la doble relación del progreso con la crueldad y con la liberación, que los judíos
pudieron experimentar tanto en los grandes ilustrados como en los movimientos populares democráticos,
se manifiesta también en el carácter de los asimilados. El autodominio ilustrado mediante el cual los judíos
asimilados pudieron superar en sí mismos los signos dolorosos del dominio ajeno -como una segunda
circuncisión- los ha conducido sin condiciones, de su propia comunidad en disolución, a la burguesía
moderna, la cual se dirige ya irremisiblemente hacia la recaída en la pura opresión, hacia su reorganización
como pura raza” (214).

La ilustración no ha emancipado a las minorías, se limita a ofrecerles la alternativa entre el genocidio


y la asimilación. Si se conserva la particularidad propia, se está expuesto hacia la violencia colectiva
dirigida hacia lo diferente, mientras que si se renuncia a la particularidad, esto lleva al proceso
represor civilizatorio. El autodominio ilustrado disciplina el carácter y cuerpo, lo que, como veremos
más adelante, conlleva un proceso de represión de las pulsiones y naturaleza. Es este mismo proceso
represivo el que lleva a la necesidad de desfogue violento sobre la diferencia. Del mismo modo, la
universalidad del concepto se traduce en la ‘armonía’ de la comunidad’racial’, que evidentemente
excluye a la diferencia. Así, la ilustración lleva a la dominación racial, a la “pura raza”:
Raza es hoy la autoafirmación del individuo burgués, integrado en la bárbara colectividad. La armonía de
la sociedad, profesada un tiempo por los judíos liberales, tuvieron que experimentarla al fin ellos mismos,
sobre su propia piel, como armonía de la «comunidad popular (racial)». Creían que era el antisemitismo lo
que deformaba el orden que, en realidad, no puede existir sin deformar a los hombres. La persecución de
los judíos, como la persecución en general, es inseparable de ese orden*. Cuya esencia, aun cuando pudo
permanecer oculta en determinados períodos, es la violencia que hoy se manifiesta abiertamente. (213-214)

El judío liberal que promueve la asimilación y la armonía social, con el fin de escapar a la violencia,
es a su vez perseguido por la comunidad racial. La asimilación social es asimilación racial. El
comerciante judío que se convierte al cristianismo para acceder a la aceptación social y a la esfera de
la producción, tiene que someterse doblemente y aceptar el rechazo social al judío no asimilado.

Así, Adorno y Horkheimer sostienen que la burguesía moderna, en proceso de ilustración, no llevará
a la liberación de las minorías, sino a su opresión. Esto anticipa la última tesis sobre el antisemitismo,
en la que se explora la mutación de la opresión en la sociedad capitalista estadounidense.

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II Tesis del chivo expiatorio

En esta sección, la explicación del antisemitismo se centra en la necesidad de desfogue de violencia


por parte de la sociedad, y que en esta situación, el judío es el chivo expiatorio sobre el que recae el
odio. La imagen del judío comerciante suscita el furor de los oprimidos. Éstos reaccionan frente a las
contradicciones liberales ligadas a los derechos humanos, mas no exigen la emancipación de los que
sufren. Ante la contradicción entre la promesa de felicidad universal de los derechos humanos, y la
división de clases y explotación económica, los oprimidos exigen igualdad. El antisemitismo como
movimiento popular promueve activamente un ‘nivelamiento’ o ‘igualación’ perversa de la miseria
colectiva: “A aquellos que carecen de poder de mando les debe ir tan mal como al pueblo. Desde el
empleado alemán hasta los negros de Harlem, los ambiciosos seguidores del movimiento han sabido
siempre, en el fondo, que lo único que al fin obtendrían sería el placer de ver también a los otros con
las manos vacías” (215).

En sí mismos, los actos antisemitas son ineficaces e inútiles para el oprimido, no contribuyen a su
emancipación, y los únicos beneficiados materialmente son las élites privilegiadas. Así, el motivo
subyacente al antisemitismo popular no es simplemente la acumulación de riqueza o robo. La
ideología presenta al motivo económico como pretexto, pues el antisemitismo permite a los oprimidos
entregarse a su ‘impulso destructivo’: “La verdadera ganancia con la que cuenta el camarada es la
sanción de su odio por obra del colectivo. Cuanto menos se saca del racismo para otros aspectos,
tanto más obstinadamente se aferra uno al movimiento, en contra de un mejor conocimiento. El
antisemitismo se ha mostrado immune frente al argumento de su falta de rentabilidad. Para el pueblo,
es un lujo” (215).

Adorno y Horkheimer sostienen que para entender al antisemitismo no basta con argumentos
racionales, económicos o políticos, puesto que “la racionalidad ligada al dominio es la misma que
está en las raíces del mal” (216). La racionalidad del dominio desencadena en el genocidio, de modo
que hay que explorar raíces más profundas que la razón misma; los argumentos ‘racionales’ del
fascista remiten a elementos más profundos y pre-racionales, son un espejo de la psique deformada.
Así, el antisemitismo no es meramente motivado por el saqueo, ni por un mero movimiento político,
tampoco basta con refutar al fascismo desde la tesis liberal de los derechos humanos.

Para entender este fenómeno, los autores se centran en aspectos psicológicos: ¿qué deformación de
la conciencia desencadena en el antisemitismo? Sostienen que el antisemitismo es un círculo de
persecución ciega, esto sugiere una subjetividad deformada, tanto en el caso del perseguidor como
del perseguido. Del mismo modo, explorar el origen psicológico del antisemitismo permite ahondar
en los elementos prehistóricos latentes en la conducta:
El comportamiento antisemita se desencadena en situaciones en las que hombres cegados y privados de
subjetividad son liberados como sujetos. […] El antisemitismo es un esquema rígido, más aún, un ritual de
la civilización, y los pogroms son los verdaderos asesinatos rituales. En ellos se demuestra la impotencia
de aquello que los podría frenar: de la reflexión, del significado, en último término de la verdad. (216)

Aquí se vislumbra una de las aparentes aporías de la teoría crítica: es necesario criticar la razón en su
proceso de ilustración, en tanto que conlleva un proceso de dominio y represión. Al mismo tiempo,
la razón es el instrumento con el que contamos para realizar esta crítica, y contrarrestar el dominio.
Ahora bien, la propuesta de los autores no es una refutación racional del antisemitismo, sino una

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crítica desde la razón al proceso de ilustración que deforma a los individuos. La solución que
presentan es la reflexión, como veremos más adelante.

De acuerdo con la tesis del chivo expiatorio, el sistema desencadena un ciclo de violencia en el que
el poderoso ataca al que parece más débil. No se trata simplemente, de una naturalización de la
violencia, o de afirmar una ley del más fuerte. Más bien, se trata de enfatizar que el proceso represivo
civilizatorio hace necesario el desfogue de violencia, al odio a las minorías como válvula de escape.
Por consiguiente, mientras subsista el sistema económico y social, habrá necesidad de víctimas
inmoladas. El antisemitismo va más allá del odio a lo que es el judío, es odio hacia la diferencia:
El furor se desahoga sobre quien aparece como indefenso. Y como las víctimas son intercambiables
entre sí, según la constelación histórica: vagabundos *, judíos, protestantes, católicos, cada uno de
ellos puede asumir el papel de los asesinos, y con el mismo ciego placer de matar, tan pronto como se
siente poderoso como la norma. No existe un antisemitismo genuino; desde luego, no existen
antisemitas de nacimiento (216).

Este relativismo de la opresión hace que los ‘mandatarios supremos’ no odien a los judíos, ni amen a
los antisemitas. Son conscientes de que la norma puede cambiar, y por lo tanto también la víctima
designada. Los fanáticos antisemitas son los más oprimidos y desposeídos, “que no obtienen beneficio
alguno, ni desde el punto de vista económico ni desde el sexual, odian sin fin; no toleran distensiones
o relajación porque no conocen la satisfacción” (217). Su celo es análogo al fanatismo religioso, y su
‘idealismo dinámico’ será explicado en la tesis de la proyección falsa, como una forma de paranoia.
Constatamos que el hincapié que hacen Horkheimer y Adorno en lo psicológico, y no en los
argumentos del antisemita, se basa en que estos últimos son un mero pretexto, una excusa. Los
argumentos del antisemita son engañosos, porque presentan una defensa de la familia, la patria, la
humanidad (217), o incluso presentan la rapiña como motivo racional. Lo que está en juego para el
antisemita no es la salvación del mundo, sino un impulso pre-racional, inconsciente y oculto: “El
oscuro impulso al que la racionalización era desde el principio más afín que a la razón se apodera por
entero de ellos. La isla de racionalidad es anegada […] La acción se convierte efectivamente en
autónoma, en fin en sí misma, y enmascara su propia carencia de finalidad” (217).

Este mecanismo inconsciente es activado en el seno de la sociedad liberal, que conduce al


totalitarismo. Según Horkheimer y Adorno, las contradicciones de los derechos humanos y el estado
real de la sociedad, provocan el furor de las masas oprimidas. Éstas se sienten justamente engañadas,
al constatar que la promesa liberal de felicidad universal es continuamente desmentida:
El liberalismo había concedido la propiedad a los judíos, pero no el poder de mandar. El sentido de los
derechos humanos consistía en prometer felicidad incluso allí donde no hay poder. Pero dado que las
masas engañadas sienten que esa promesa, en cuanto universal, sigue siendo una mentira mientras
existan clases, su furor resulta provocado: se sienten burladas. Incluso como posibilidad, como idea,
las masas deben reprimir continuamente el pensamiento de esa felicidad, y ellas lo niegan con tanta
más furia cuando más maduro está el tiempo de su cumplimiento. Dondequiera que tal pensamiento,
en medio de la privación o renuncia general, aparece como realizado, las masas deben reiterar la
opresión dirigida a su propio anhelo (217).

Mas lo intolerable es la proyección que realizan en el judío, como poseedor de la auténtica felicidad.
Ante esta imagen del judío, quieren nivelarlo con los demás. Poco importa, que el judío sea feliz o
no, pues lo que está en operación es la psique del antisemita, la imagen que tiene del judío como

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‘privilegiado’ del sistema. El privilegio del judío es que ‘recuerda a la tierra prometida’, y el fascista
proyecta sobre él la imagen de la felicidad sin poder, cuya sóla idea “es intolerable porque ésa, y sólo
ella, sería verdaderamente felicidad” (217).

Los autores terminan el apartado con la caracterización del judío y del pensador. El judío es asociado
a la “importencia innata”, mientras que el intelectual es ligado a “la vida buena”, puesto que “parece
pensar -cosa que los demás no pueden permitirse- y no derrama el sudor de la fatiga y del esfuerzo
físico” (217-218). El judío comerciante y el intelectual proyectan una imagen de felicidad sin poder,
por lo cual suscitan el odio de las masas oprimidas: El banquero y el intelectual, dinero y espíritu, los
exponentes de la circulación, son el sueño desmentido de los mutilados por el dominio, de los que
éste se sirve para perpetuarse” (218). Asimismo, se anticipa que el odio suscitado por la explotación
sistemática, se dirige a la esfera de la circulación, como chivo expiatorio. Es decir, a la imagen del
judío como comerciante. La imagen del pensador es interesante, en tanto que en la tesis póstuma, se
obliga al intelectual a amoldarse a la praxis y al trabajo manual.

III Tesis económica

La tercera tesis sobre el antisemitismo se centra en la figura del judío como ‘chivo expiatorio’
económico. Así, Adorno y Horkheimer discuten la imagen del judío como comerciante, y lo que
subyace a esta proyección social. La sección comienza con la contradicción explícita en el odio al
judío ‘usurero’: en una sociedad capitalista que ha “hecho del negocio un absoluto” (218), donde toda
la vida se vincula con el negocio, se tacha al judío por ser materialista.

El fundamento económico del antisemitismo burgués es “el disfraz del dominio como producción”
(218). Esto es, se trata de un dominio mediado por la producción, y disfrazado como sociedad libre
donde todos los ciudadanos son iguales. En épocas como la feudal había un dominio explícito por
parte del señor y monarca, que es reemplazado por el industrial. El industrial se presenta a sí mismo
como ‘productor’, cuando es explotador de los obreros y productores. No sólo acumula bienes en el
mercado, sino también en la fuente de la plusvalía, en el trabajo de los obreros:
Como propietario de las máquinas y del material, forzaba a los otros a producir. Se hacía llamar
productor, pero en secreto sabía, como todos, la verdad. El trabajo productivo del capitalista, ya sea
que éste justificase sus beneficios como compensación al riesgo del empresario -como en la época
liberal -o como salario del director -tal como se hace hoy-, era la ideología que encubría la sustancia
del contrato laboral y la naturaleza acaparadora del sistema económico como tal (217-218).

En este contexto, el judío es el chivo expiatorio económico, en tanto que paga las culpas del sistema.
El obrero se da cuenta de la injusticia y explotación que sufre, cuando intenta adquirir bienes haciendo
uso de su salario. El judío comerciante le hace ver el poco poder adquisitivo que tiene, y por ello es
odiado como responsable del despojo del obrero, en lugar de que el odio se dirija al industrial. Así,
la esfera de circulación es culpada por la injusticia que acontece en el nivel de la producción misma:
Él es, en efecto, el chivo expiatorio, no sólo para maquinaciones e intrigas particulares, sino en el
sentido global de que se carga sobre él la injusticia económica de toda la clase. […] Es en relación del
salario con los precios donde se expresa lo que se retiene injustamente a los trabajadores**. Con su
salario recibieron éstos el principio de su retribución y a la vez el de su despojo. El comerciante les
muestra la letra que ellos han firmado al industrial. Aquél hace de alguacil de todo el sistema y atrae

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sobre sí el odio que debería recaer sobre los otros. El que la esfera de la circulación sea responsable de
la explotación es una apariencia socialmente necesaria. (219)

Si bien es cierto que no todos los comerciantes son judíos, hay una imagen asociada al judío como
comerciante y usurero. No se trata de una coincidencia, pues históricamente se le ha destinado a la
esfera de circulación, y no ha tenido acceso a la plusvalía de la producción. El único modo en que
han logrado ser industriales, ha sido mediante la “redoblada sumisión: “Se les permitió acceder a ellos
sólo si con su comportamiento hacían suyo tácitamente y confirmaban de nuevo el veredicto sobre
los demás judíos: tal es el sentido del bautismo” (219-220). El rol del bautismo es una asimilación
religiosa, social e incluso racial. Al judío que se integra en la armonía de la comunidad racial, le es
permitido acceder a la riqueza de la producción, mas para ello tiene que confirmar el rechazo a lo
‘judío’.

Aquí es manifiesta la falsedad e hipocresía de la sociedad liberal, denunciada a lo largo del texto: por
una parte, proclama la igualdad y los derechos universales, por otra parte, excluye mediante el poder
económico, religioso y social a la ‘diferencia’ que no se asimila a lo universal. El estatus de persona
y ciudadano legítimo está reservado a los que están plenamente integrados a la comunidad racial.

Dada esta condicionalidad de la inclusión, el judío ha dependido históricamente de la protección


inestable otorgada por el poderoso. Esta misma sólo se ha otorgado en la medida en que el judío ha
tenido un rol histórico en la promoción del capitalismo:
En la medida en que podían necesitar al judío como mediador, lo protegían frente a las masas, que eran
las que tenían que pagar el precio del progreso. Los judíos fueron colonizadores del progreso. Desde
que ayudaron a difundir, como mercaderes, la civilización romana en la Europa pagana, fueron
siempre, en consonancia con su religión patriarcal, exponentes de las relaciones ciudadanas, burguesas
y finalmente industriales. Introducían en el país las formas capitalistas de vida y atrajeron sobre sí el
odio de aquellos que tuvieron que sufrir bajo ellas. En nombre del progreso económico, por el cual hoy
se hunden en la ruina, los judíos fueron siempre la espina en el ojo de los artesanos y de los campesinos,
a los que desclasó el capitalismo. Los judíos experimentan ahora en sí mismos su carácter exclusivo y
particular. (220)

En su prehistoria, el judío propaga el capitalismo por supervivencia: ha sido relegado al rol de


comerciante, y sólo accede a la industria mediante el bautismo como prueba de sumisión y
asimilación. Al mismo tiempo, con el capitalismo, promueve valores ligados a la libertad e igualdad:
el derecho universal. Cuenta con la protección del poderoso, y a la vez espera que los derechos lo
amparen. Al difundir los ideales capitalistas de igualdad, esperaba ser protegido por ellos, pero
dependía del favor y alianza con el poderoso. Estaba sujeto a las relaciones inestables y arbitrarias
con la autoridad.

El poderoso protegía al judío por su rol en el capitalismo, en otras palabras, por conveniencia. En
efecto, el judío fue agente del progreso económico y de la introducción del capitalismo. Su vestimenta
estaba asociada con la burguesía, y los valores del capitalismo, esto es, la sustitución del sistema
romano por el libre comercio, y del soberano por el caballero industrial.

En el capitalismo industrial, el judío ya no es esencial. Lo esencial es la esfera de la producción, de


donde se extrae el valor y la plusvalía. Así, el poderoso ya no lo necesita y deja de protegerlo. El

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proceso dialéctico de la ilustración, que pasa de la emancipación y el progreso, al dominio y fascismo,
también afecta al judío:
El caftán era el residuo espectral de una antiquísima vestimenta burguesa. Hoy pone de manifiesto que
quienes lo llevan han sido arrojados a los márgenes de la sociedad*, que, a su vez plenamente ilustrada,
arroja fuera de sí los espectros de su prehistoria. Aquellos que propagaron el individualismo, el derecho
abstracto, el concepto de persona, son ahora degradados a la categoría de especie. Aquellos que jamás
pudieron gozar tranquilamente del derecho de ciudadanía, que habría debido conferirles la cualidad de
hombres, vuelven a llamarse «judíos», sin otras distinciones. […] Él siguió siendo objeto, a merced del
favor, incluso allí donde estaba en su derecho. El comercio no fue su profesión, sino su destino. (220)

Dado el proceso dialéctico de la Ilustración, el que propagó los valores humanos, se ve ahora excluido
de la sociedad. La sociedad ilustrada que desmitifica y se deshace de lo ‘prehistórico’ y ‘mítico’, se
ha vuelto en contra del judío: el espectro de su prehistoria. El proceso de ‘igualamiento’ ahora se
aplica sobre el judío. El judío le sirve como figura de chivo expiatorio, como la ‘cara’ odiada del
capitalismo, lo más visible para los oprimidos, que se vuelven contra el judío y no contra el industrial.
Su rol económico y burgués ocasionó el odio de artesanos y campesinos oprimidos en el capitalismo,
y ahora, de los obreros explotados. En suma, recibe el odio de los más dañados por el sistema
económico.

Al mismo tiempo, el industrial odia al judío por proyección, odia en él la imagen que proyecta de sí
mismo, en tanto acaparador: “Él era el trauma del caballero de la industria, que debe presumir de
creador. Éste advierte en la jerga judía aquello por lo cual en secreto se desprecia: su antisemitismo
es odio a sí mismo, la mala conciencia del parásito” (220-221). Grosso modo, los oprimidos proyectan
sobre el judío la imagen de ‘felicidad sin poder’, mientras que el industrial proyecta su propia esencia.
Ambos lo odian por la imagen que proyectan sobre él.

IV Tesis sobre el origen religioso del antisemitismo

La cuarta tesis se centra sobre el origen religioso del antisemitismo. Al comienzo de la sección,
Horkheimer y Adorno contrastan el rol que la religión tenía en su tiempo, respecto al que tenía en el
pasado. El fascista elimina a la religión de sus motivos antisemitas, predicando la “pureza de la raza
y de la nación” (221). Así, en principio se trata de un antisemitismo laico. No obstante, los autores
sostienen que hay un elemento religioso que subyace en el fascismo.
El celo con que el antisemitismo repudia su tradición religiosa muestra, más bien, que aquélla anida en éste
no menos profundamente que en otro tiempo lo hacía la idiosincrasia profana en el celo religioso. La
religión ha sido integrada como bien cultural, pero no superada (y suprimida). […] el anhelo incontrolado
es canalizado a través de la rebelión popular «racista», los epígonos de los iluminados evangélicos son
desfigurados y pervertidos, según el modelo de los caballeros wagnerianos del Grial, en fanáticos de la
comunidad de sangre y guardias de élite, al tiempo que la religión en cuanto institución en parte se integra
directamente en el sistema y en parte se oculta y transpone en la pompa de los desfiles y de la cultura de
masas. La fe fanática de la que se jactan los amos y sus secuaces no es diversa de aquella obstinada que en
otro tiempo animaba a los desesperados: sólo que su contenido se ha perdido en el camino. De éste no
sobrevive otra cosa que el odio hacia aquellos que no comparte la fe. (221)

Mientras que en el pasado, lo profano se filtraba en la religión (motivos políticos, económicos…), en


tiempos del fascismo totalitario, lo religioso se filtra en lo profano. Ciertamente, la religión ya no es
la manifestación del espíritu, de la verdad, del absoluto. La religión está ligada al proceso de

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ilustración y de dominio: El proceso de ilustración pretende deshacerse de sus mitos, en un proceso
destructivo que también ataca a la religión. Mas este proceso está ligado al dominio de la naturaleza,
de sí mismo, de los otros. Horkheimer y Adorno advierten que el proceso de ilustración no logra
matar a la religión, la cual subsiste, no como manifestación del absoluto, sino como celo religioso y
como institución, las dos ligadas al dominio. La religión se traduce en el fanatismo de los fascistas.

Horkheimer y Adorno sugieren que un punto en común entre la religión fascista y la cristiana es el
antisemitismo. ¿Cuál es la fuente de la hostilidad del cristianismo hacia el judaísmo? Para responder
a esta cuestión, los autores se centran en el proceso de Ilustración en la religión. Primeramente, se
pasa de la práctica mágica al monoteísmo judaico. El modo en que Horkheimer y Adorno describen
a la religión del judaísmo, es análogo a su caracterización del proceso de Ilustración, esto es, del paso
del mito al logos¸al concepto: es el paso del terror preanimista a la universalidad. Tanto el pasado
preanimista como la religión judía, están vinculadas a la experiencia del terror frente a lo trascendente,
lo desconocido, y el mundo natural. En el paso del ritual preanimista al judaísmo, el terror se transfiere
al concepto de sujeto absoluto que somete a la naturaleza. La religión judía forma parte del proceso
de ilustración y dominio: el terror mítico está presente en el Dios que es un Señor que domina la
naturaleza. Esta divinidad es un sujeto absoluto y abstracto, un ser supremo transcendente y universal.
Así, la divinidad judía opera como concepto universal:
Aun en la indescriptible potencia y majestad que este extrañamiento le confiere, el sujeto absoluto
resulta, sin embargo, accesible al pensamiento, que se hace universal justamente gracias a la relación
con un ser supremo, transcendente. Dios como espíritu se opone a la naturaleza como el otro principio,
que no se limita a garantizar su ciego decurso, como todos los dioses míticos, sino que puede también
liberar de él. Pero en su carácter abstracto y lejano se ha reforzado al mismo tiempo el terror a lo
inconmensurable, y la férrea palabra «Yo soy», que no tolera nada junto a sí, supera en inevitable
violencia al veredicto más ciego, pero por ello mismo más ambiguo, del destino anónimo. (222)

Los autores expresan que el judaísmo anticipa un aspecto esencial del cristianismo: el momento de
gracia. Pues el judaísmo remite a una voluntad divina que juzga al ser humano según culpa o mérito,
al mismo tiempo que prometía la alianza entre la divinidad y los seres humanos. Por su parte, el
cristianismo disminuye la distancia entre lo divino y lo humano: “El cristianismo ha atenuado el terror
del absoluto al reencontrarse a sí misma la criatura en la divinidad: el mediador divino es invocado
con nombre humano y muere de muerte humana. Su mensaje es: «No temáis»; la ley se desvanece
ante la fe; más grande que toda majestad es el amor, el único mandato” (222).

Precisamente, la tensión entre el cristianismo y judaísmo se debe tanto a las diferencias entre ellas,
como a las herencias de la una a la otra. Un contraste crucial es que el cristianismo disuelve la
distancia entre lo divino y lo humano:
En la misma medida en que lo absoluto es acercado a lo finito, éste mismo es absolutizado. Cristo, el
espíritu encarnado, es el mago divinizado. La autorreflexión humana en lo absoluto, la humanización
de Dios en Cristo es el proton pseudos. El avance frente al judaísmo se ha pagado al precio de la
afirmación: el hombre Jesús ha sido Dios. Justamente el momento reflexivo del cristianismo, la
espiritualización de la magia, es responsable del mal. Se hace pasar por espiritual precisamente aquello
que, frente al espíritu, se revela como natural. Pues el espíritu consiste justamente en el despliegue de
la oposición a esta pretensión de lo finito. (222)

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El cristianismo se aleja de la práctica mágica al disolver el terror, pero esto conlleva la
espiritualización de la magia. Mientras que el judaísmo mantenía una clara separación de lo divino y
lo humano, el cristianismo acerca lo divino a lo finito, y absolutiza lo finito. El proton pseudos es el
error original, la premisa cuya falsedad provoca la falsedad de la conclusión. Dado que el cristianismo
espiritualiza lo humano y lo natural, el aprovechamiento de la religión es más fácil para el fascista: la
divinización de la raza pura, el celo fanático y la pompa institucional.

Por otra parte, el judaísmo es la religión de la ley, ligada a la autoconservación y al cumplimiento de


la tradición y modos de vida establecidos en la comunidad. El rol que tuvo en el proceso de ilustración
es manifiesto cuando se observa que el judaísmo implicó la racionalización del sacrificio, en tanto
ordenamiento del proceso laboral: “El esfuerzo para liberarse del temor inmediato dio origen entre
los primitivos a la institución del ritual, y ésta se purifica en el judaísmo convirtiéndose en el ritmo
sagrado de la vida familiar y estatal. Los sacerdotes estaban encargados de velar para que la costumbre
fuera respetada.” (223).

El único mandato del cristianismo es la mimesis del amor desinteresado de Cristo. Así, el cristianismo
no conserva el modo de ser establecido, abandona la ley al ámbito profano. Sólo se ocupa de la
salvación, que es la superación de la autoconservación: imitar a Cristo, que se sacrifica a sí mismo.
Así, o bien colabora con la autoridad o bien la usurpa (ya que el orden profano no le compete,
únicamente la vida espiritual). Por eso es tan fácil para las autoridades cristianas colaborar con el
fascismo y otros agentes políticos poderosos.

Los autores reprochan la falsedad del amor cristiano, en tanto que conlleva la renuncia a la
autoconservación, es un olvido de sí mismo al que se consiente debido a la salvación. Mas he aquí
otra herencia judía: la Iglesia no puede garantizar la salvación. Ante esto, se puede optar por la fe
auténtica (creer a pesar de no tener certeza, siendo consciente de la incertidumbre), o por el fanatismo.
El fanático o creyente ingenuo toma su religión como verdad absoluta, “Para éste, el cristianismo, el
supranaturalismo, se convierte en ritual mágico, en religión natural. Él cree sólo en la medida en que
olvida su propia fe. Se atribuye saber y certeza como los astrólogos y los espiritistas” (223). El
creyente ingenuo toma la promesa de salvación como certeza. Pero si la salvación es segura mediante
el sacrificio de sí mismo, también lo es la perdición de los que no renuncian a la autoconservación, y
a la razón que reconoce la incertidumbre de la salvación. Como veremos en la tesis VI, esta falsa
atribución de certeza se trata de una proyección falsa, lo que los autores denominarán como paranoia
del conocimiento, común al fanático religioso y al positivista. En efecto, el religioso olvida su
momento judío y negativo, esto es, el reconocimiento de la incertidumbre de la salvación, y de la
subjetividad del conocimiento.

Esto implica una hostilidad del cristiano, no sólo en tanto que posee una herencia explícita de la
religión judía, sino debido a su proyección falsa que coloca su creencia como verdad absoluta. El no
creyente no sólo está equivocado, está perdido espiritualmente. Al mismo tiempo, hay una hostilidad
hacia la figura del judío, en tanto que no renuncia a su saber y a su autoconservación:
Los otros, en cambio, que sofocaron dicha conciencia y se atribuyeron, con mala conciencia, el
cristianismo como una posesión segura, tuvieron que confirmar su propia salvación en la desgracia
ajena de aquellos que no quisieron ofrecer el sombrío sacrificio de la razón. Tal es el origen religioso
del antisemitismo. Los seguidores de la religión del padre son odiados por los de la religión del hijo
como aquellos que saben más. Es la hostilidad contra el espíritu del espíritu que se embota como

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salvación. El escándalo que provocan los cristianos antisemitas es la verdad que frena el mal sin
justificarlo y retiene la idea de la salvación inmerecida en contra del curso del mundo y del orden
salvífico que, según dicen, deberían realizarla. El antisemitismo debe confirmar la legitimidad del
ritual de fe e historia, cumpliéndolo en aquellos que niegan dicha legitimidad (224).

V Tesis sobre la idiosincracia

La tesis V es particularmente importante, en tanto que trata sobre uno de los aspectos prehistóricos e
instintivos ocultos en el antisemitismo. En efecto, Horkheimer y Adorno enfatizan que “la apelación
a la idiosincrasia” es el argumento tradicional del antisemita.

Por una parte, se trata de explorar un impulso inconsciente ligado al antisemitismo, que va más allá
de los argumentos políticos, económicos y racionales. En suma, la tesis sobre la idiosincrasia excede
lo que dicen los antisemitas, y se centra en lo que los lleva a odiar al judío, a adoptar determinadas
actitudes y acciones violentas. Por otra parte, la importancia de esta tesis radica en que explora el
elemento que para el fascista mismo, no es racional sino fundamentalmente natural y por
consiguiente, no se cuestiona ni somete a discusión: la idiosincrasia, la sensación espontánea de
repugnancia y rechazo que les provocan los judíos.

Ante esta situación, los autores insisten en que no basta una refutación racional de lo que dice el
antisemita, sino que hay que explicar los motivos psíquicos, pre-racionales e instintivos que subyacen
en el antisemitismo. Se trata de realizar una especie de ‘crítica’ de la razón, más allá de los argumentos
que funcionan como pretextos (en cuanto al argumento en sí), pero cuya forma y contenido ilustra
sobre la naturaleza del antisemita. Es por esto que la razón es la vía para contrarrestar al
antisemitismo: “La emancipación de la sociedad frente al antisemitismo depende de que el contenido
de la idiosincrasia sea elevado al concepto y de que el sinsentido cobre conciencia de sí.” (224). Para
desmitificar el argumento de la idiosincracia, hay que conceptualizarla y así cobrar conciencia de su
sinsentido. La idiosincrasia es pre-racional, como un reflejo espontáneo, mas al racionalizarlo,
descubrimos sus fuentes.

Para analizar la idiosincrasia, los autores fijan su atención en la sensación de repugnancia espontánea:
[…] el chirriar de la tiza sobre la pizarra, que perfora el tímpano; el «gusto elevado», que recuerda
las heces y la putrefacción; el sudor que aparece sobre la frente del diligente: todo aquello que no se
ha adecuado completamente o vulnera las prohibiciones en que se deposita el progreso de los siglos
suena a agrio y provoca una repugnancia irresistible” (224). Grosso modo, lo que no se adecúa al
orden del progreso civilizatorio, provoca repugnancia. En sí misma, la idiosincrasia se basa en lo
biológico, en las reacciones corporales y fisiológicas que son catalizadas por el entorno, esto es, la
reacción involuntaria del cuerpo frente al peligro:
señales de peligro ante las cuales se erizaban los pelos y se paraba el corazón en el pecho. En la
idiosincrasia, órganos aislados vuelven a sustraerse al control del sujeto y, ya autónomos, obedecen a
estímulos biológicos elementales. El yo que se experimenta en estas reacciones, cuando se pone la piel
de gallina o se vuelven rígidos los músculos y las articulaciones, no es sin embargo dueño de éstas
(224-225).

Frente al peligro circundante, el cuerpo experimenta rigidez, dicha reacción es una forma de
mimetismo: el viviente se asimila a la naturaleza orgánica, en una relación extrínsica y espacial. Al
mismo tiempo, el yo se aliena de sí mismo, para adoptar las características externas de su entorno:

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“Donde lo humano quiere asimilarse a la naturaleza, se endurece al mismo tiempo frente a ella. El
terror protector es una forma de mimetismo. Aquellos fenómenos de rigidez en el hombre son
esquemas arcaicos de la autoconservación: la vida paga el precio de la supervivencia asimilándose a
lo que está muerto” (225).

La mimesis del yo al ambiente natural y circundante es un mecanismo de defensa instintivo. En este


apartado, Horkheimer y Adorno describen el proceso de ilustración como el paso de la mimesis al
concepto.

Primeramente, en la fase mágica de la civilización la mimesis orgánica es reemplazada por el uso


controlado de la mimesis práctica mágica. Posteriormente, la práctica racional proscribe la mimesis
mediante el trabajo y el concepto. El progreso significa la prohibición de la mimesis incontrolada. El
rechazo a la mimesis bajo la forma de imágenes religiosas, o bien de las representaciones miméticas
(paradigmáticamente el teatro), es una consecuencia de este proceso de racionalidad.

En efecto, el proceso de ilustración está ligado al progreso técnico, esto es, al dominio de la naturaleza.
Esto significa que hay una separación tajante entre el ser consciente y racional, y la naturaleza
orgánica, regida por la repetición y el instinto. Lo cual justifica el tabú de la mimesis, y su prohibición
es una forma de autodominio ilustrado.

De este modo, el proceso civilizatorio educa los cuerpos y sujetos en la prohibición de la mimesis.
También se sugiere que el trabajo ‘alienante’ impide que el trabajador se suma en el ritmo alterno de
la naturaleza:
La educación social e individual refuerza a los hombres en el comportamiento objetivizante de los
trabajadores e impide así que se dejen reabsorber de nuevo en el ritmo alterno de la naturaleza externa.
Toda distracción, incluso toda entrega, tiene algo de mimético. El yo, en cambio, se ha forjado a través
del endurecimiento. Mediante su constitución se cumple el paso del reflejo mimético a la reflexión
controlada. En el lugar de la adecuación física a la naturaleza entra el «reconocimiento…en el
concepto », la asunción de lo diverso bajo lo idéntico (225).

Ahora bien, el proceso dialéctico de la Ilustración no sólo requiere distanciarse de la naturaleza, y por
lo tanto de la mimesis (que es una asimilación a lo natural). En la misma ciencia y en el concepto se
presupone el terror a la naturaleza y a lo desconocido. El terror motiva la necesidad de dominar la
naturaleza, los procedimientos científicos tienen en sí mismos la repetición, que recuerda la repetición
del mito. Así como el paso al monoteísmo transfiere el terror de la naturaleza hacia el Dios soberano,
la Ilustración transfiere el terror mimético orgánico, a la coacción del concepto universal hacia lo
particular, que se traduce en la coacción social. En la sociedad industrial, el terror se sublima mediante
el dominio social y laboral:
Pero la constelación dentro de la cual se instaura la identidad -la inmediata de la mimesis como la
mediata de la síntesis, la adecuación a la cosa en la ciega actuación de la vida o la comparación de lo
reificado en la terminología científica -es siempre la del terror. La sociedad prolonga a la naturaleza
amenazadora como coacción estable y organizada, que, al reproducirse en los individuos como
autoconservación consecuente, repercute sobre la naturaleza como dominio social sobre ella. La
ciencia es repetición, elevada a la categoría precisa y conservada en estereotipos. La fórmula
matemática es, como lo era el rito mágico, una regresión conscientemente manipulada: es la forma más
sublimada del mimetismo. La técnica realiza la adaptación a lo muerto al servicio de la
autoconservación, ya no, como la magia, mediante la imitación material de la naturaleza externa, sino

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por la automatización de los procesos espirituales, mediante la transformación de éstos en ciegos
decursos. Con su triunfo, las manifestaciones humanas se vuelven a la vez controlables y forzadas. De
la adecuación a la naturaleza sólo queda el endurecimiento frente a ella. (225-226).

En esta sección, lo fundamental es que se presenta al proceso civilizatorio como dominio de la


naturaleza exterior e interior, lo cual conlleva la represión del impulso mimético y de lo natural. A su
vez, esto provoca la necesidad de fuga y sublimación de los impulsos reprimidos. A pesar del proceso
represivo, subsisten rasgos miméticos inconscientes e involuntarios:
Los hombres cegados por la civilización experimentan sus propios rasgos miméticos, marcados por el
tabú, sólo en determinados gestos y comportamientos, que encuentran en los demás y que llaman la
atención como restos aislados y vergonzosos en el entorno civilizado. Lo que repugna como extraño
es sólo demasiado familiar. Es la gesticulación contagiosa de la inmediatez reprimida y sofocada por
la civilización: tocar, acercarse, calmar, convencer. (226)

Las relaciones humanas han sido reificadas en relaciones de poder o transacciones comerciales, por
lo que todo movimiento interior incontrolado es rechazado.

Adorno y Horkheimer analizan una forma de expresión involuntaria, que se le escapa tanto al
violentado como al violentador, la mueca.

La mueca manipulada y controlada acontece en el cine, el sistema de justicia, y los discursos de


dominio:
Pero la mímica indisciplinada es el sello del antiguo dominio, impreso en la sustancia viviente de los
dominados y transmitido a lo largo de las generaciones, gracias a un proceso inconsciente de imitación,
desde el vendedor de baratijas judío hasta el gran banquero. Esa mímica suscita el furor porque delata,
en las nuevas relaciones de producción, el antiguo miedo, que ha debido ser olvidado para sobrevivir
en ellas. Al momento de coacción, al furor del verdugo y de la víctima, que aparecen de nuevo unidos
en la mueca, responde la furia del civilizado (226-227).

Primeramente, la mueca se manifiesta en el oprimido, como juego y comedia. La mueca es un juego


de insubordinación en la subordinación. En el mundo laboral, se aceptan las condiciones de
explotación y el dominio. Pero la mueca expresa insatisfacción, insubordinación, a la vez que un
lamento del terror: “Pero la expresión es el eco doloroso de un poder superior, de una violencia que
se hace oír en el lamento. Ella es siempre excesiva, por muy sincera que sea, pues, como en toda obra
de arte, en todo lamento parece estar contenido el mundo entero” (227). En el ambiente de violencia
y dominación civilizada, el cuerpo reacciona mediante la mueca, el endurecimiento que responde al
terror de lo natural y del peligro. En suma, la mueca es el resto que persiste tras el proceso de
civilización y domesticación de los cuerpos.

En contraposición a la mueca, está el trabajo serio, el modo aceptado de interrumpir el sufrimiento.


El trabajo serio y disciplinado logra este propósito porque objetiviza los cuerpos, y los aliena,
neutraliza y reprime los impulsos. Pero esto tiene como consecuencias el “rostro inmóvil e impasible”
(227), esto es, el anulamiento total de la expresión.

El fascista pasa de la total inexpresividad al desfogue violento de las represiones, vemos “la cara de
niño” de los hombres poderosos. Los autores utilizan el ejemplo de los niños porque en el proceso

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civilizatorio se les educa para dejar de ser niños, controlar sus impulsos y adquirir el rostro
inexpresivo. Los niños pasan por el proceso de dominio y autodominio sin haberlo asimilado
totalmente. Así, el fascista experimenta una regresión mediante el desfogue de sus impulsos. Para el
fascista, la represión de los impulsos deriva en la catarsis violenta, en la mimesis y lamento. Los
fascistas se apropian del lamento e imitan el terror antiguo, esto es, intentan erigirse ellos mismos
como el Terror para los judíos:
La voz estentórea de los predicadores de odio y jefes de campo fascistas […]expropian a la naturaleza
incluso el lamento y hacen de éste un elemento de su técnica. Su rugido es respecto al pogrom lo mismo
que el mecanismo sonoro respecto a la bomba de aviación alemana: el grito de terror, que produce
terror, es puesto en acción. Por el gemido de la víctima, que fue el primero en llamar a la violencia por
su nombre; incluso por la palabra misma que designa a las víctimas: francés, negro, judío, esos oradores
se dejan poner deliberadamente en la situación desesperada de los perseguidos, que deben seguir
golpeando. Son la falsa caricatura de la mimesis del terror. Reproducen en sí la insaciabilidad del poder
al que temen. (227)

Grosso modo, se esboza una teoría sobre la violencia y opresión fascista. La tesis es que el terror
originario a lo desconocido ha sido gradualmente reprimido y neutralizado mediante mecanismos
civilizatorios, tales como la educación y el trabajo. No obstante, la civilización no ha logrado eliminar
al terror mediante el proceso de ilustración y racionalidad. Esquemáticamente, hay residuos de
mimesis en la mueca de insatisfacción del oprimido que no se subleva explícitamente. El viejo terror
a la naturaleza, es decir, a lo absoluto, lo desconocido, lo trascendente, persiste en dominados y
opresores. El dominado lo sublima en la mueca y en el lamento: “En las reacciones de fuga, a la vez
caóticas y regulares, de los animales inferiores, en las figuras del hormiguero, en los gestos
convulsionados de los torturados, aparece aquello que en la vida indigente no puede ser controlado:
el impulso mimético” (227).

El opresor quiere replicar el terror en sí mismo, esto es, quiere absolutizarse como el Terror,
representar lo que trasciende al dominado (y así estar a salvo de dicho terror). La mimesis es
‘perderse’ en lo otro o el otro, es asimilarse. La reacción frente a los restos de la mimesis es violenta,
una suerte de mimesis invertida o caricatura de mimesis: el fascista reacciona frente al lamento del
oprimido, mediante mayor violencia, y replica el grito del terror, ejecuta el terror y lo inflinge al que
se lamenta. Frente a su propio terror que quiere negar, el fascista lo replica sobre los otros.

Así, la represión de la mimesis lleva dialécticamente a una cadena de mimesis invertida.


Recordaremos brevemente el contagio mimético, tomando como ejemplo a Platón. Desde su teoría,
la mimesis opera como un contagio en el que el poeta imita a hombres irracionales y pusilánimes,
provocando a su vez el llanto y pusilanimidad del espectador. En el caso de Adorno y Horkheimer,
la mimesis ha sido reprimida, mas el resto mimético provoca el contagio en otros. Hay un resto de
mimesis inconsciente en el torturado, que provoca el furor del civilizado; en su furor, el civilizado
fascista imita a su vez no sólo la mueca y lamento del torturado, sino al Terror mismo.

En suma, esta tesis está basada en la violencia que el proceso civilizatorio inflinge en los individuos.
Mas este dominio de la naturaleza no puede suprimir el instinto más básico de terror frente a lo que
nos trasciende. En la primera parte de la tesis, se presenta la paradoja del fascista, que no soporta ver
los rasgos miméticos en el judío, y al mismo tiempo replica rasgos miméticos en su acto de violencia.

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En la segunda parte de la tesis, veremos que el fascista imita a la imagen que proyecta del judío; actúa
como ‘judío’ para destruirlo. Imita gestos y movimientos, como el ee la mano que argumenta, y el
tono de voz ‘cantarino’. Su antisemitismo es el vehículo que le permite entregarse al acto mimético
sin ser reprimido, ya que se sobrentiende que lo imita para destruirlo. Se trasluce una nostalgia del
vínculo con la naturaleza y con la asimilación:
La energía psíquica movilizada por el antisemitismo político es esta misma idiosincrasia racionalizada.
Todos los pretextos en los que se entienden jefes y seguidores sirven para ceder a la seducción
mimética sin violar abiertamente el principio de realidad, salvando, por así decirlo, la decencia. No
pueden soportar al judío, y sin embargo lo imitan continuamente. No hay antisemita que no lleve en la
sangre la tendencia a imitar lo que para él es «judío» (228).

El antisemita necesita un pretexto para legitimar su acto mimético sin sufrir consecuencias. Adorno
y Horkheimer aluden al sentido del olfato para ejemplificar esta idea. En el olfato subsiste “sobrevive
la antigua nostalgia de lo bajo, de la unión inmediata con la naturaleza externa, con la tierra y el
fango” (228). El olfato permite la asimilación y acercamiento, mientras que la vista conserva tanto la
distancia del objeto, como la identidad del sujeto. Por esta razón, el olfato es más censurado que otros
sentidos, y hay un estigma y vergüenza ligado a los olores, “un estigma de clases sociales bajas, de
razas inferiores y animales innobles” (228). El único modo que tiene el civilizado de ceder a este
placer instintivo y nostálgico, es racionalizándolo: si lo coloca como medio para otro fin práctico y
útil. El antisemita se entrega al impulso mimético, imitando lo más bajo y lo natural, lo que para él
es judío. De esta manera, la burla es un mecanismo de fuga:
Quien busca olores, «malos» olores, para eliminarlos, puede imitar a sus anchas el acto de olfatear,
que tiene en el olor su placer no racionalizado.

En la medida en que el civilizado neutraliza el impulso prohibido identificándose de forma


incondicional con la instancia que lo prohibe, ese impulso es admitido. Si sobrepasa el límite, estalla
la risa. Tal es el esquema de la reacción antisemita. Los antisemitas se reúnen para celebrar el momento
de la exención autoritaria de la prohibición; sólo ese momento los constituye en colectivo, sólo él
instaura la comunidad racial. Su clamor es la carcajada organizada. Cuanto más tremendas son las
acusaciones y las amenazas, cuanto mayor es la cólera, tanto más eficaz y despiadada es la burla. Furor,
burla e imitación envenenada son en realidad lo mismo.(228-229)

La comunidad nazi se funda en la entrega a la mimesis, legitimada por la burla y destrucción de lo


‘natural’, de lo ‘bajo’ y de lo judío. El furor se desata ante los rasgos miméticos en la mueca y lamento
del oprimido; la burla es el mecanismo para asimilarse a lo natural y a lo bajo, y la imitación es el
motivo oculto e inconsciente del antisemita: la nostalgia de la asimilación a la naturaleza.

Ahora bien, los autores van más lejos, y sostienen que el fascista no sólo imita al ‘judío’, sino a las
prácticas mágicas de antaño. Este argumento recuerda a la tesis IV, en la que se insinúa que los
fascistas toman elementos míticos de la religión, tanto en el ‘celo fanático’, como en la pompa
institucional. Se recordará que el cristianismo espiritualiza la magia, al acercar lo divino a lo terrenal.
El fascismo imita al mago-sacerdote, y además utiliza esta mimesis de la mimesis prehistórica, como
acercamiento nostálgico a la naturaleza reprimida por la civilización:
El significado de los emblemas fascistas, de la disciplina ritual, de los uniformes y de todo el aparato
supuestamente irracional, es el de hacer posible el comportamiento mimético. Los símbolos fantasiosos
característicos de todo movimiento contrarrevolucionario, las calaveras y los disfraces, el bárbaro

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redoble de los tambores, la repetición monótona de palabras y gestos, constituyen imitaciones
organizadas de prácticas mágicas: la mimesis de la mimesis. El jefe con el rostro embadurnado y el
carisma de la histeria accionable dirige la danza. Su figura realiza representativamente y en la imagen
lo que a los demás es negado en la realidad. (229)

Al discurrir sobre esta catarsis mimética, los autores remiten a la tesis del contagio: el mecanismo
requiere de la figura del ‘judío’ (u otro personaje) que active el furor y la mimesis disfrazada de
violencia ‘racional’. Frente al contagio, el nivel económico de los judíos, “últimos estafadores
estafados de la ideología liberal” (229), no los protege de la violencia. Es importante resaltar que en
esta tesis opera el mecanismo de ‘proyección’, que será el objeto de la tesis siguiente. La proyección
es una operación cognoscitiva subjetiva e inconsciente, consistente en que un sujeto le adjudica a un
objeto o sujeto las propiedades que él mismo posee: “Al ser ellos [los judíos] tan aptos para producir
dichas corrientes de inducción anímica, se los prepara pasivamente para tales funciones. […] Poco
importa que, como individuos, lleven aun en sí realmente esos rasgos miméticos que provocan el
contagio maligno, o que dichos rasgos les sean atribuidos arbitrariamente” (229). El fascista proyecta
sobre la imagen del judío sus deseos violentos reprimidos e inconscientes, y al acusarlo de ser lo más
abominable, se permite ejecutar sus impulsos sobre el judío:
A los judíos en general se les dirige la acusación de practicar una magia prohibida, un ritual sangriento.
Sólo así, disfrazado de acusación, el deseo inconsciente de los autóctonos de volver a la práctica
sacrificial mimética celebra su alegre resurrección en la conciencia de éstos. Cuando todo el horror de
la prehistoria liquidada por la civilización es rehabilitado como interés racional mediante su proyección
sobre los judíos, no hay ya freno alguno. Ese horror puede ser actuado en la realidad, y esta
actualización del mal supera incluso el contenido de la proyección. (229-230)

Los autores finalizan esta tesis remitiendo al proceso de ilustración como dominación de la naturaleza,
proceso en el que los judíos también han sido agentes:
Ellos -el más antiguo patriarcado que se ha conservado hasta hoy, la encarnación del monoteísmo -
transformaron los tabúes en máximas civilizadores cuando los demás estaban aún estancados en la
magia. […] Los judíos no han extirpado la asimilación a la naturaleza; más bien la han superado,
conservándola en las puras obligaciones del rito. De ese modo han guardado la memoria conciliadora,
sin recaer, a través del símbolo, en la mitología (230).

VI Tesis de la falsa proyección

La sexta tesis se centra en un mecanismo psicológico y cognoscitivo “tan antiguo como la


civilización” (231), la proyección. En efecto, la tesis V y VI se centran en el aspecto psicológico
fundamental, y en cierta medida, connatural al ser humano. Los autores no naturalizan la violencia y
opresión, sostienen que el proceso civilizatorio lleva consigo represión de los impulsos psíquicos, y
que es esta represión la que provoca una distorsión de los mecanismos naturales que son la mimesis
y la proyección. Los autores comienzan esbozando una comparación entre el mecanismo de la
mimesis y de la falsa proyección, que son operaciones inversas:
El antisemitismo se basa en la falsa proyección. Ésta es lo opuesto a la verdadera mimesis, pero es
profundamente afín a la mimesis reprimida: quizás, incluso, el rasgo morboso en el que ésta cristaliza.
Si la mimesis se asimila al ambiente, al mundo circundante, la falsa proyección asimila, en cambio, el
ambiente a sí misma. Si para aquélla lo externo se convierte en el modelo al que lo interno se adecua
y lo extraño se vuelve familiar, la falsa proyección transpone lo interno, a punto de estallar, en lo

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externo y configura incluso lo más familiar como enemigo. Los impulsos que el sujeto no deja pasar
como suyos, y que sin embargo le pertenecen, son atribuidos al objeto, a la víctima potencial. (231)

Como ejemplos de falsa proyección, está el paranoico y el fascista, los cuales eligen a sus víctimas
según las determinaciones de su enfermedad. Mas la disfunción principal de la proyección falsa
consiste en “la incapacidad de distinguir por parte del sujeto entre lo que es propio y lo que es ajeno
en el material proyectado” (231). No sólo se trata de una deformación y represión de la naturaleza
humana, sino de una falla cognoscitiva. Así, Horkheimer y Adorno esbozan una teoría del
conocimiento centrada en la proyección, a fin de explicar su proceso de deformación, y con ello
dilucidar la falsa proyección antisemita.

Los autores retoman a Kant, para quien la percepción y conceptualización están determinados por las
estructuras cognoscitivas del sujeto, de modo que se conoce el mundo como fenómeno, como lo
percibimos y estructuramos, y no como cosa en sí. Desde su interpretación de Kant, lo conocido
remite a la proyección, en el sentido de mecanismo de defensa. El modo más elemental de proyección
es la percepción sensorial, en tanto mecanismo de defensa y supervivencia, herencia de prehistoria
animal. Es un movimiento espontáneo e inconsciente, tan elemental como un reflejo inmediato: “La
proyección está en el hombre automatizada, al igual que otras funciones agresivas y defensivas que
se han convertido en reflejos” (231). Así, el mundo ‘objetivo’ remite a la proyección, siendo:
[…] el producto, inconscientemente actuado, del instrumento animal en la lucha por la vida, es decir,
de aquella proyección espontánea. Pero en la sociedad humana, donde con la formación del individuo
se diferencia también tanto la vida afectiva como la intelectual, el individuo tiene necesidad de un
creciente control de la proyección; él debe afinarla y a la vez aprender a dominarla. A medida que
aprende a distinguir, bajo la presión económica, entre pensamientos y sentimientos propios y ajenos,
surge la distinción entre exterior e interior, la posibilidad de distanciarse y de identificarse, la
autoconciencia y la conciencia moral. (231-232)

En otras palabras, el control sobre la proyección deriva en la distinción entre objetividad y


subjetividad. Ahora bien, no hay que confundir esta perspectiva con la positivista o racionalista. Los
autores realizan una crítica al desprecio de la tradición filosófica hacia la teoría filosófica de la
percepción. Esta tradición subordina la percepción al control del intelecto, y sostiene que la primera
son datos objetivos de los objetos reales. Los autores subrayan el aspecto subjetivo del conocimiento,
y niegan la aparente neutralidad u objetividad de la percepción misma:
Entre el objeto real y el dato indudable de los sentidos, entre lo interno y lo externo, hay un abismo
que el sujeto debe llenar a propio riesgo. Para reflejar la cosa tal cual es, el sujeto debe restituirle más
que lo que recibe de ella. El sujeto vuelve a crear el mundo fuera de sí sobre la base de las huellas que
éste deja en sus sentidos: la unidad de la cosa en la diversidad de sus propiedades y de sus estados; y
constituye así -de paso- el yo, en la medida en que aprende a dar unidad sintética no sólo a las
impresiones externas, sino también a las internas (232).

En suma, el proceso cognoscitivo consiste en percepción y proyección, ya se trate de objetos o de la


identidad del yo. La proyección de lo externo y de lo interno se complementa al grado que el yo es
su mundo de objetos: “La profundidad interior del sujeto consiste únicamente en la fragilidad y
riqueza de su mundo perceptivo exterior” (232). Los autores critican los extremos de la proyección:
el positivismo la anula y se limita al registro de datos, mientras que el idealismo exacerba la
proyección. Lo ideal es, a la manera kantiana, el acompañamiento del dato sensible y del concepto

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(la reflexión): “Sólo en la mediación, en la cual el dato de por sí nulo de los sentidos impulsa al
pensamiento a toda la productividad de la que éste es capaz y, por otro lado, el pensamiento se entrega
sin condiciones a la impresión que le llega, se logra superar la soledad enferma en la que está presa
la entera naturaleza” (233). La proyección consciente es la vía para conciliar la percepción con el
mundo externo: reflejar el mundo en la conciencia, y ser consciente de la diferencia entre ambos. Así,
la explicación sobre el elemento distorsionado del antisemitismo es la ausencia de reflexión, no la
proyección en sí misma:
Cuando el sujeto no está más en condiciones de restituir al objeto lo que ha recibido de él, no se hace
más rico sino más pobre. Pierde la reflexión en ambos sentidos: al no reflejar ya al objeto, deja de
reflexionar sobre sí y pierde la capacidad de la diferencia. [….] Atribuye desmesuradamente al mundo
externo lo que está en él; pero lo que le atribuye es la absoluta nulidad: el puro medio agigantado,
relaciones maquinaciones tenebrosas, la praxis sombría sin la luz del pensamiento (233).

Esto recuerda a la tesis II, en la que se menciona que el antisemitismo consiste en hombres sin
subjetividad que se desfogan sobre el judío (216). En estas circunstancias, la proyección retoma su
función prehistórica de supervivencia, y los individuos patológicos se vuelven contra los otros, en un
estado de guerra proyectiva que se traduce en el estado de guerra material y violenta. Los autores
reafirman que el paranoico sólo repite a su yo enajenado, ya que proyecta en el mundo externo y en
la percepción, su yo sin reflexión:
Cual astrólogo, dota a las estrellas de fuerzas que producen la ruina del despreocupado, ya sea del yo
ajeno en el estadio preclínico, ya del yo propio en el clínico. Como filósofo, hace de la historia
universal la ejecutora de catástrofes y ocasos inevitables. Como loco completo o lógico absoluto,
aniquila a la víctima predestinada mediante el acto terrorista individual o con a bien ponderada
estrategia del exterminio. Así tiene éxito (234).

En seguida, los autores remiten a la proyección de los devotos del fascismo, que tienen en sí mismos
elementos paranoicos: a escala individual, las mujeres adoran al paranoico, tal como los pueblos
adoran a los fascistas totalitarios. Primeramente, las mujeres que se empeñan en obtener posiciones
de fuerza con el fin de la autoconservación, proyectan la nulidad de su subjetividad, así como la
necesidad de la autoconservación. Es más violento para ellas el contacto con la mirada no paranoica,
que con el fascista. Estas mujeres buscan la mirada ‘muerta’ del paranoico, en la que el sujeto está
anulado:
En la mirada confiada, no paranoica, recuerdan aquel epíritu que ha muerto en ellas, porque fuera de
ellas sólo ven los fríos instrumentos de la propia autoconservación. Tal contacto les produce vergüenza
y furor. […] El loco solamente las inflama. La famosa mirada a los ojos no preserva la individualidad,
como lo hace la mirada libre; ella fija y compromete a los otros a una fidelidad unilateral. (234-235)

De manera similar al obrero maltratado por el sistema, que no tolera ni el concepto de una felicidad
sin poder, y al proyectar esta imagen en el judío, siente furor ante su carencia, lo mismo sucede con
la mujer carente de individualidad y condenada a la supervivencia: las personas con subjetividad le
recuerdan lo que le ha sido negado y despiertan su furor. El fascista vacío le permite olvidarse de sí
misma, y comprometerse unilateralmente, la cautiva: “Como a tales miradas les falta la reflexión, los
sujetos carentes de reflexión se sienten electrizados ante ellas. Así son traicionados: las mujeres,
abandonadas, la nación, extinguida” (235).

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Tras esbozar la proyección falsa y paranoica del fascista, junto con la proyección desesperanzada de
los oprimidos, los autores se auxilian del psicoanálisis para caracterizar la proyección patológica,
presentando la teoría de la represión del ello: “Bajo la presión del super-yo, el yo proyecta como
intenciones malignas al mundo exterior los deseos agresivos del ello (que representan, por su ímpetu,
un peligro para él mismo) y logra así liberarse de ellas como reacción a ese mismo mundo exterior,
ya sea en la fantasía mediante la identificación con el presunto malvado, ya en la realidad mediante
una pretendida legítima defensa” (235). El ejemplo paradigmático de impulso prohibido es la
homosexualidad, que se traduce en miedo a la castración y odio reprimido al padre. A su vez, la
represión de la homosexualidad conlleva conductas violentas, análogas a las del paranoico: “La
proyección patológica es una manifestación desesperada del yo, cuya defensa contra los estímulos es,
según Freud, mucho más débil hacia el interior que hacia el exterior: bajo la presión de la agresividad
homosexual el mecanismo psíquico […] experimenta tal agresión como enemigo externo, a fin de
poderla afrontar con mayor facilidad.” (236)

No obstante, los autores advierten que hay un riesgo implícito a toda proyección ‘sana’, en el
momento en que es irreflexiva. Esto es, el pensamiento objetivante que toma la propia proyección no
como un proceso subjetivo, sino como “la cosa misma” (236). Aquí estamos frente a la tesis que
subyace a la caracterización que hacen estos teóricos sobre la ilustración como proceso violento: el
juicio universal implica exclusión, y el juicio objetivante violenta a la naturaleza en lo abstracto,
anticipando la práctica de la violencia. El peligro es que “Toda percepción contiene elementos
conceptuales inconscientes, así como todo juicio contiene elementos fenoménicos no esclarecidos”
(236). Mas, si el acto cognoscitivo es fundamentalmente engañoso, en tanto que se presenta como
proyección objetiva, ¿hay otra vía que no sea el escepticismo?

A pesar del vínculo entre razón y violencia, Horkheimer y Adorno sostienen que la filosofía y la
reflexión son la mejor vía para evitar la proyección falsa, ya sea como neurosis o como proyección
objetivizante:
En la medida en que el pensamiento, en el curso del conocimiento, identifica como tales los momentos
conceptuales dados de forma inmediata en la percepción y por ello de carácter vinculante, los recupera
poco a poco en el sujeto y los despoja de su violencia intuitiva. En el curso de este proceso, todo
estadio precedente, incluso el científico, se revela aún, en comparación con la filosofía, en cierto modo
como percepción, como fenómeno alienado, lleno de elementos intelectuales no reconocidos;
detenerse en cualquiera de esos estadios, sin negación, forma parte de la patología del conocimiento.
Quien absolutiza ingenuamente, por universal que pueda ser el radio de su acción, es un enfermo que
sucumbe al poder ofuscador de la falsa inmediatez (237).

Mas la patología del conocimiento, así sea momentánea, es constitutiva de todo juicio, en tanto que
su esencia es afirmar un contenido de manera universal. Horkheimer y Adorno ven en esta tendencia
absolutizante una patalogía típica del paranoico. Así, el paranoico es el fascista, mas también el
científico y filósofo positivista. Esto nos permite ahondar en el peligro del antisemitismo religioso:
en tanto que se toma la salvación como dogma, como verdad absoluta, se condena de manera absoluta
al que no se convierte. Vemos afirmada la negatividad de la teoría crítica, en la medida en que el
conocimiento está situado históricamente y consiste en estadios que serán negados por otros, en suma,
el pensamiento es dinámico:

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En lugar de consumar teóricamente el fracaso de la pretensión absoluta y de determinar así
ulteriormente el propio juicio, el paranoico se aferra a la pretensión que ha hecho fracasar el juicio. En
lugar de seguir más allá, penetrando en la cosa, en el objeto, todo el pensamiento entra al servicio
desesperado del juicio particular. El carácter irresistible de éste es lo mismo que su intacta positividad,
y la debilidad del paranoico es la debilidad del pensamiento mismo. (238)

Así, la paranoia tiene una explicación psicológica y epistemológica: por una parte, la falsa proyección
del sujeto alienado y sin subjetividad, así como del reprimido, y por otra parte, la proyección
objetivizante que se abstiene de negar su juicio particular. Es así que la “paranoia es la sombra del
conocimiento” (238). Frente a esto, parecería que el mejor antídoto para la paranoia es el proceso de
ilustración vinculado con la cultura y desmitificación. Mas Horkheimer y Adorno extienden el
diagnóstico a las manifestaciones de la cultura media, que se afirman a sí mismas como verdad
absoluta. Denominan como sectas a toda una serie de sistemas defectuosos, que imitan a la ciencia y
a la religión (las fuentes legítimas de paranoia). Grosso modo, el proceso de ilustración ha
incorporado en sí mismo a la paranoia:
El pensamiento pierde impulso, se limita a la aprehensión del hecho aislado. Las conexiones teóricas
complejas son rechazadas como fatiga inútil y molesta. El momento evolutivo del pensamiento, su
aspecto genético e intensivo, es olvidado y reducido a lo presente e inmediato, a lo extensivo. El
ordenamiento de la vida actual no deja espacio al yo para extraer consecuencias intelectuales. El
pensamiento reducido a saber es neutralizado, eutilizado para la calificación en los mercados
sectoriales de trabajo y para aumentar el valor mercantil de la personalidad. Así desaparece la
autorreflexión del espíritu, capaz de oponer resistencia a la paranoia (240).

La crisis del pensamiento, de la proyección no objetivizante, es crucial para el funcionamiento del


totalitarismo, y el sistema económico alienante no posibilita el desarrollo de la subjetividad. Los
autores sintetizan las diversas facetas del antisemitismo en la falsa proyección:
La esfera tradicional de la circulación, en la que residían sus posiciones de poder económico, se va
desvaneciendo. La forma liberal de la empresa había dejado aún una cierta influencia política a las
fortunas dispersas. Ahora, apenas emancipados, son entregados a merced de las fuerzas capitalistas
que se han fundido con el aparato estatal y han escapado a las reglas de la competencia.
Independientemente de lo que los judíos puedan ser en sí mismos, su imagen, en cuanto imagen de
aquello que ha sido ya superado, presenta aquellos rasgos ante los cuales el dominio convertido en
totalitario no puede menos que sentirse mortalmente ofendido: los rasgos de la felicidad sin poder, de
la compensación sin trabajo, de la patria sin confines, de la religión sin mito. Tales rasgos están
prohibidos por el dominio, debido a que los dominados aspiran secretamente a ellos. Y el dominio
puede subsistir sólo en la medida en que los dominados hagan de aquello que desean el objeto de su
odio. Lo que logran mediante la proyección patológica, pues incluso el odio lleva a la unión con el
objeto: en la destrucción (242).

Ante esto, comprendemos que el punto común al antisemitismo económico, religioso e idiosincrático,
es la proyección falsa. La tesis del chivo expiatorio económico se trata de una falsa proyección de los
deseos secretos sobre el judío, y puesto que el sistema totalitario reprime dichos impulsos y deseos,
la transferencia psíquica es hostil y violenta. La tesis económica constataba que el judío ha sido
destinado a la esfera de la circulación, y como agente del capitalismo fue protegido por los poderosos,
a expensas del obrero y artesano. El obrero proyecta sobre el judío la imagen de su deseo, la felicidad
sin poder, a la vez que el industrial proyecta el odio que se tiene a sí mismo en tanto acaparador. Mas
con el desarrollo liberal y la libre competencia, el judío ha sido liberado del ámbito de la circulación.

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Por ello mismo, deja de ser indispensable al poderoso, y la protección cesa. Se convierte en el chivo
expiatorio de la falsa proyección antisemita.

La religión cristiana proyecta en el judío la imagen del que no renuncia a su razón y conocimiento, a
la vez que la conciencia incómoda de la herencia judía en el cristianismo; el cristiano ingenuo y
fanático percibe la salvación como proyección objetivizante, y olvida el elemento subjetivo de la
proyección. La idiosincrasia depende del mecanismo de proyección: el fascista proyecta su deseo
nostálgico de la mimesis en el judío, lo imita para destruirlo y puede ceder al placer mimético. En
resumen, el antisemitismo psicológico es una proyección falsa.

Asimismo, constatamos el sentido de la primera tesis sobre el antisemitismo. Los judíos son el mal
absoluto, porque los fascistas han realizado la verdad de este juicio, es decir, reprimen los impulsos
y deseos, impiden el desarrollo de la subjetividad y del pensamiento, a la vez que dirigen la falsa
proyección a la imagen del judío. Al mismo tiempo, la tesis liberal es verdadera en cuanto idea, mas
no ha sido realizada:
Los antisemitas se dedican a realizar con sus propias manos su absoluto negativo, transformando el
mundo en el infierno que siempre vieron en él. La posibilidad de un cambio depende del hecho de que
los dominados, ante la locura absoluta, tomen posesión de sí mismos y la detengan. Sólo en la
liberación del pensamiento frente al dominio, en la abolición de la violencia, podría realizarse la idea
que hasta ahora ha permanecido no verdadera: la de que el judío es un hombre. […] La emancipación
individual y social frente al dominio es el movimiento opuesto a la falsa proyección, y ningún judío
que supiese aplacar y acallar a ésta en sí mismo sería ya semejante a la desventura que cae sin sentido
sobre él, como sobre todos los perseguidos, animales y hombres. (242-243)

La realización de la tesis de los derechos humanos, según la cual no hay nada esencial particular al
judío, depende de la liberación por medio de la proyección con reflexión. Según los autores, esta
liberación significaría el paso de la sociedad antisemita y paranoica, a la sociedad humana, a la vez
que sería la contradicción de la tesis fascista que se afirma como universal. En efecto, sería la negación
de la verdad de dicha tesis.

Constatamos que la proyección objetivizante y violenta tiene su correlato con la dominación y


violencia, esto es, que la violencia epistemológica de la razón trae consigo la dominación social.
Ahora bien, esto significa que la emancipación del pensamiento, la proyección con reflexión que se
asume como un momento de verdad, trae a su vez, la emancipación social. La negatividad es el arma
más efectiva contra el fascismo, de modo que el aparente ‘pesimismo’ en torno a la razón (es
imposible conocer la verdad absoluta), se torna en un optimismo con reservas: es posible combatir la
falsa proyección del paranoico, llámese fascista, positivista o fanático religioso, a través de la razón
misma, por más limitada que sea. Recordar los límites de la razón, es el antídoto a la falsa proyección
paranoica, que siempre es un riesgo inherente al acto de conocimiento.

Asimismo, cuando los autores afirman que ningún judío se asemejaría a la imagen proyectada sobre
él, remite tanto a la negación de la tesis fascista, como a la tesis de la mimesis. La mueca del que
sufre y su lamento suscitan el furor del reprimido, que proyecta en él lo bajo de la naturaleza a la que
desea asimilarse. Así, la proyección falsa antisemita es neutralizada en todos sus frentes.

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VII Tesis póstuma

Esta tesis parece contradecir todo lo anterior, mientras que las tesis previas se complementan entre
sí: la teoría de la proyección explica el antisemitismo económico, religioso, e idiosincrático. En las
primeras seis tesis estamos ante una teoría psicológica sobre el origen del antisemitismo en una
sociedad represora y totalitaria. Grosso modo la represión deformaba la proyección cognoscitiva en
su vertiente económica, religiosa, idiosincrática y epistemológica, produciendo la paranoia del
fascismo. El remedio se encuentra en la recuperación del elemento subjetivo de la proyección, esto
es, en el reconocimiento de los límites de la razón, y en la autoconciencia de lo que se reprime. De
este modo, el sujeto y la sociedad cesan de ser presas de sus alucionaciones y neurosis: reconocen en
la imagen deformada del judío una proyección, y no la confunden con la realidad objetiva.

En esta tesis, pareciera que se minimiza lo psicológico y que se entiende al antisemitismo como una
perspectiva política conservadora, en el seno de una sociedad liberal:
Pero ya no hay más antisemitas. Al final no eran sino liberales que querían manifestar su opinión
antiliberal. El distanciamiento viejo-conservador de la nobleza y de los cuerpos oficiales frente a los
judíos, a fines del siglo pasado, era sólo una actitud reaccionaria. [….] Cuando la actitud antisemita se
expresaba abiertamente, se sentía al mismo tiempo burgués y rebelde. La invectiva racista era aún una
deformación de la libertad civil. (243)

Podemos entender esto no como un simple falseamiento de lo anterior, sino como su negación: ese
momento de la verdad ha sido negado, y estamos en otra etapa del pensamiento. Así, los teóricos
muestran su coherencia metódica y dialéctica al afirmar que su teoría del antisemitismo no es
universal, necesaria y ahistórica. Precisamente porque es una proyección sobre el fenómeno del
antisemitismo, situada en un contexto específico, hay que teorizar nuevamente sobre el fenómeno del
antisemitismo en otro momento de la historia. En esta tesis, los teóricos se centran en el antisemitismo
ideológico de las sociedades liberales.

La diferencia entre la sociedad liberal alemana que dio lugar a la sociedad totalitaria, y la sociedad
liberal estadounidense de posguerra, es que enn la primera el antisemitismo remitía a una “elección
subjetiva” específica; uno era simplemente antisemita, por las razones subjetivas y psicológicas de
las tesis precedentes. En la segunda, no se elige al antisemitismo por sí solo, es como una elección
‘en bloque’, una elección entre ‘totalidades’ ideológicas. Se trata del antisemitismo en el sistema de
voto en la sociedad liberal estadounidense:
En lugar de la psicología antisemita se ha impuesto el puro «sí» al Ticket fascista. Así como en la lista
electoral del parido, nombres de personas que escapan a su experiencia y que puede votar sólo en
bloque, del mismo modo los puntos esenciales ideológicos son codificados en pocas listas. Hay que
optar / por una de ellas en bloque, si no se quiere que las propias opiniones resulten tan vanas, el día
de las elecciones, como los votos dispersos ante las cifras gigantes que obtienen los colosos. El
antisemitismo no es ya casi nunca un impulso autónomo, sino uno de los ejes de la plataforma: quien
se pronuncia por un tipo u otro de fascismo suscribe automáticamente, junto con la aniquilación de los
sindicatos y la cruzada contra el bolchevismo, la liquidación de los judíos. Las convicciones, por lo
demás falsas, del antisemita han dejado lugar a los reflejos preestablecidos de exponentes impersonales
de los propios puntos de vista (244).

En el antisemitismo psicológico, lo fundamental es la represión y la proyección falsa, esto es, la


paranoia, mientras que el antisemitismo de ticket remite a la cultura de masas. En efecto, el

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antisemitismo psicológico requiere fundamentalmente del contacto y experiencia con judíos. Su
mecanismo opera como una especie de contagio y proyección deformada: dada la represión de los
impulsos naturales, sexuales, y psíquicos, el punto de fuga es la violencia hacia un chivo expiatorio,
en el que se proyecta lo deseado como un elemento hostil o maligno. Es irrelevante la verdad de la
proyección (ésta es fundamentalmente falsa), lo importante es la proyección sobre un prójimo
estigmatizado históricamente. Así, los autores subrayan que el antisemitismo de ticket funciona de
modo radicalmente distinto:
Aceptando el Ticket reaccionario, que contiene el inciso contra los judíos, las masas obedecen a
mecanismos sociales en los que las experiencias de los individuos singulares con judíos no desempeñan
el menor papel. Se ha visto, de hecho, que el antisemitismo puede prosperar magníficamente en zonas
«limpias de judíos», como en el mismo Hollywood. En el lugar de la experiencia aparece el cliché; en
el lugar de la fantasía activa, una pronta y solícita recepción. Bajo pena de desaparecer rápidamente, a
los miembros de todo grupo se le prescribe un deber de orientación. Deben orientarse tanto en el sentido
de saber cuál es el último modelo de avión, como en el de adherirse a una de las instancias prescritas
de antemano por el poder (244).

El elemento común a ambos es la pasividad intelectual del antisemita, la falta de reflexión consciente
y autoconsciente. La forma en que se da esta pasividad y ausencia de reflexión, es lo que distingue a
ambos tipos de antisemitismo.

El progreso técnico y la división del trabajo derivan en un menosprecio a la reflexión, y a su reemplazo


por las respuestas automatizadas. No es coincidencia que se retome la figura del pensador en la tesis
económica y la VII. En el contexto del totalitarismo, estamos en el marco de la contradicción entre
las promesas del liberalismo, y la realidad económica, política y social. Se trata de la perversión
inherente al proyecto civilizatorio: la represión de las pulsiones, de la naturaleza, que va acompañada
de la nostalgia por esa naturaleza, y de su sblimación violenta. En dicho contexto, el intelectual y el
comerciante judío son exponentes de la felicidad sin poder, o de la compensación sin el trabajo
manual. En el contexto del liberalismo estadounidense, el intelectual es sujeto sospechoso, pasa de
ser el privilegiado del sistema, a una suerte de parásito o elemento sobrante, que encima debe
abandonar lo particular de su actividad, y adaptarse al trabajo manual:
En la época de las trescientas palabras fundamentales desaparece la capacidad de llevar a cabo el
esfuerzo del juicio, y con ello, la diferencia entre verdadero y falso. En la medida en que pensar, en
forma altamente especializada, no constituye todavía un requisito profesional en determinados sectores
de la división del trabajo, resulta sospechoso como un lujo anticuado: «pensamiento de sillón». Hay
que hacer o impulsar algo. Cuanto más superfluo hace la técnica el trabajo físico, tanto más
celosamente es elevado éste a modelo para el trabajo intelectual, que en modo alguno debe caer en la
tentación de extraer de ello las consecuencias. (245)

Al mismo tiempo, si el juicio por sí solo conlleva el peligro objetivizante y universalizante, lo cual
implica la exclusión y violencia de lo particular (la armonía de la comunidad racial), en este contexto,
la diferencia también peligra. Se confiere un juicio acrítico que clasifica en ‘amigo’ o ‘enemigo’.

Los autores realizan un diagnóstico global sobre la situación de la sociedad, y la transfiguración del
sistema capitalista: se pasa de la libre empresa a los grandes almacenes, y la pequeña empresa
psicológica, el individuo explotado o empresario, es reemplazado como agente capitalista. En suma,
estamos ante una cultura de masas a nivel político, social y económico, que lleva a la muerte del

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motivo inherente a la ilustración, la formación del individuo como persona. El proceso de Ilustración
se invierte en una locura:
Si en la época liberal la individuación de una parte de la población era necesaria para la adaptación de
la sociedad en su conjunto al estadio alcanzado por la técnica, hoy el funcionamiento del aparato
económico exige una dirección de las masas que no se vea ya perturbada por la individuación. La
tendencia -determinada por la economía- de la sociedad compleja, que se ha impuesto siempre en la
constitución espiritual y física de los individuos, atrofia los órganos del individuo que obraban en el
sentido de ordenar autónomamente la existencia de éste. Desde que el pensamiento se ha convertido
en un simple sector de la división del trabajo, los planes de los expertos y de los jefes competentes han
hecho superfluos a los individuos que planifican autónomamente su propia felicidad. La irracionalidad
de la adaptación dócil y solícita a la realidad / llega a ser para el individuo más racional que la razón.
(246-247)

Al caracterizar la realidad política, Adorno y Horkheimer declaran que la uniformización se da a nivel


global, al grado de que hay bloques de potencias globales pre-determinados. Así, la masificación de
la cultura es global, junto con la nulidad del individuo, su subjetividad es prefabricada globalmente:
El estilo de pensamiento según Tickets, producto de la industrialización y de su propaganda, se adapta
a las relaciones internacionales. El que un burgués elija la lista comunista o la fascista se decide ya
según que le impresione más el Ejército Rojo o los laboratorios de Occidente. La reificación -gracias
a la cual la estructura de poder, hecha posible únicamente por la pasividad de las masas, se presenta
ante éstas como una realidad indestructible- es ya tan acabada que toda espontaneidad, e incluso la
simple idea del verdadero estado de cosas, se ha convertido fatalmente en utopía excéntrica, en
sectarismo marginal. La apariencia -la ilusión- se ha hecho tan densa que el hecho mismo de pe-/netrar
en ella y desenmascararla adquiere objetivamente el carácter de alucinación. Elegir una lista significa
en cambio cumplir la adaptación a la apariencia petrificada como realidad, que a su vez se produce
indefinidamente gracias a dicha adaptación. Justamente por ello, quien vacila es marcado como
desertor. (247-248)

Por eso el pensamiento es un obstáculo para la perpetuación de la cultura de masas: es un momento


de duda, de reflexión, mientras que lo que se exige de la masa es adhesión o rechazo automatizados.
Asimismo, los autores aclaran que este proceso no significa que el proyecto de la ilustración haya
sido realizado, más bien, ha sido anulado. No es la negación del momento de verdad de la ilustración,
es su liquidación:” “Se trata de un proceso de liquidación más que de superación (en sentido
hegeliano), de negación formal más que de negación determinada. Si los desencadenados colosos de
la productividad han superado al individuo, no es porque lo hayan satisfecho plenamente, sino en
cuanto que lo han extinguido como sujeto.” (248)

En este contexto se da la evolución del antisemitismo, en el marco de la crisis de la experiencia. La


respuesta violenta ya no acontece por contacto y contagio, se dirige el odio al señalado por la
sociedad:
Sus componentes no reaccionan orginariamente contra los judíos; más bien han desarrollado una
tendencia instintiva a la que sólo el Ticket indica en cada caso el objeto adecuado de la persecución.
Los «elementos empíricos del antisemitismo», desautorizados por la pérdida de experiencia que se
manifiesta en el estilo de pensar según Tickets, son de nuevo activados y puestos en movimiento por
el Ticket mismo. Por estar ya en un estado avanzado de disolución, dan al neoantisemita la mala
conciencia y, por tanto, la insaciabildiad del mal. (248)

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El mecanismo de aversión y destrucción es activado mediante “esquemas sintéticos proporcionados
por la sociedad” (248-249). Mas se persigue al judío como el mal absoluto, una vez que deja de jugar
un rol económico decisivo. Así, la sentencia de muerte viene dictada por la productividad económica,
que señala a la siguiente víctima, como al artefacto técnico que ha perdido su utilidad:
La administración de los Estados totalitarios, que entrega a la destrucción las partes anacrónicas de la
población, no es más que la ejecutora material de veredictos económicos pronunciados hacee tiempo.
Los pertenecientes a otros sectores de la división del trabajo pueden asistir al espectáculo con la
indiferencia de quien lee en el periódico la noticia acerca de las tareas de limpieza en el lugar mismo
de la catástrofe de ayer. La calidad por la que las víctimas son asesinadas está también borrada desde
hace tiempo. [….] El antisemitsimo fascista se ve obligado en cierto modo a inventar su propio objeto.
La paranoia no persigue ya su objeto sobre la base de la historia clínica individual del eprseguidor;
convertida en existencial social, debe ponerlo ella misma en el contexto de ofuscación de las guerras
y las crisis, antes de que los camaradas psicolgicamente predispuestos puedan asumir su papel de
pacientes y echarse encima con alma y cuerpo. (249).

El odio antisemita pierde la esencialidad que tenía desde la tesis fascista, para la que el exterminio de
la raza opuesta llevaría a la felicidad. El judío es ahora reemplazable por otras víctimas. Al final del
texto, los autores advierten que el método de liberación por tickets no es la solución ni la liberación.
El pensamiento por ticket implica un odio a la diferencia. ¿Cuál sería la vía de la liberación? El
pensamiento, “la Ilustración misma, dueña de sí y en proceso de convertirse en fuerza material, la
instancia que podría romper los límites de la Ilustración” (250).

La respuesta que dan al problema no es esencialmente distinta a la de las tesis previas: tras hacer un
diagnóstico de la sociedad en su vertiente de dominio sobre las minorías y la diferencia, efectúan un
llamado a retomar el pensamiento y la proyección con reflexión. Es el medio más seguro de
neutralizar la ausencia de pensamiento por tickets, y el fascismo psíquico originario.

Conclusión
Las tesis sobre el antisemitismo de Horkheimer y Adorno se centran en la proyección falsa y acrítica
que recae en el judío, en tanto diferencia y minoría. Su estrategia es mostrar cómo el proceso de
Ilustración conlleva una represión y un anulamiento paulatino de la subjetividad, que deriva a su vez,
en la necesidad de desfogue violento y acrítico sobre la minoría. Así, la emancipación auténtica no
viene del progreso o del mero discurso de los derechos humanos. Para realizarla, es necesario
recuperar la subjetividad de los individuos, y que el pensamiento recupere su importancia radical: el
reconocimiento del elemento subjetivo en el conocimiento, y la necesidad de la proyección con
reflexión. No basta con reprimir al fascista o con castigarlo. El diagnóstico de Adorno y Horkheimer
remite a la sociedad en vías de ilustración y progreso, y su propuesta apunta a que una sociedad que
no requiera de chivos expiatorios, ni de paranoia colectiva, es aquella en la que la tesis liberal sea
efectiva: la igualdad como posibilidad real de felicidad sin poder. Esta realización no es posible en la
sociedad liberal represora. Así, en el proyecto de la teoría crítica, se supone la necesidad de la
emancipación de la opresión económica y social, empezando por la división en clases.

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Bibliografía

Adorno T. y Max Horkheimer, “Elementos del antisemitismo. Límites de la Ilustración” en


Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid,1998.

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