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Pasión en las tinieblas


Sandra Field

Pasión en las tinieblas (1983)


Título Original: «Sight of a stranger»
Colección: Bianca n.° 85 - 28-9-83
Protagonistas: Blaise y Sally

Argumento:
Ciega a consecuencia de un accidente, y abandonada por Rick, su prometido,
responsable del mismo, Sally sentía que la vida había terminado para ella.
Ciega a consecuencia de un accidente, y abandonada por Rick, su prometido,
responsable del mismo, Sally sentía que la vida había terminado para ella.
En aquel crucial momento apareció Blaise, hermanastro de Rick, que, sin
mostrar ninguna consideración por su desgracia, hizo que ella dejara de
compadecerse, devolviéndole el deseo de vivir.
Sin embargo, Sally no sólo quería la ayuda de Blaise, deseaba algo más…

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CAPÍTULO 1
EL DÍA que él llegó fue como cualquier otro. Sally no había imaginado cambio
alguno, no suponía que su vida nunca volvería a ser igual.
Había llovido, pero no con intensidad. Sabía que las pequeñas gotas pendían de
los pétalos de las flores. Una vez, siendo niña, había tratado de beber agua de
lluvia de un tulipán y descubrió una hormiga ahogada en el fondo de la flor.
Ahora, sentada en silencio junto a la puerta que conducía al jardín, recordaba
eso y, al hacerlo, esbozó una sonrisa. No podía olvidar que había escupido el
agua de la flor y que su madre, sorprendida por su acción, le había reprochado
sus malos modales. Todo eso parecía pertenecer a un tiempo tan lejano...
Cambió de posición en la silla. Dedicaba, últimamente, demasiado tiempo a
recordar cosas, porque no había mucho que pudiera hacer. Con los ojos
cerrados, y dejando que sus dedos recorrieran los delicados brazos tallados de
la antigua silla, combatió la desesperación que siempre la sofocaba, como
asediándola para, ante la menor señal de debilidad, golpearla y envolverla.
Fue entonces cuando oyó que un coche se detenía frente a la casa. Su oído se
había agudizado más de lo normal durante los últimos meses, y supo de
inmediato, por el sonido del motor, que se trataba de un coche lujoso. Una
puerta del vehículo se cerró. Escuchó los pasos de alguien que cruzaba el
sendero pedregoso de la entrada y que luego subía con agilidad los escalones
que llevaban a la puerta principal de la casa. Sabía que se trataba de un hombre
muy seguro de sí. No era el doctor Snider, médico de la familia, ni el coronel
Fawcett, compañero de bridge de su madre. Sonó el timbre y a la imaginación
exacerbada de Sally le pareció un ruido cargado de impaciencia que denotaba
que quien llamaba tenía un carácter dominante. Bridget fue a abrir la puerta.
— Buenas tardes —dijo un hombre, y la joven se estremeció en la silla al
reconocer esa voz—. Por favor, ¿podría decirme si la señorita Hart está?
— Sí, señor. Pase por aquí, por favor.
Sally reconoció en seguida esa voz. Era Rick, que después de muchos meses
había vuelto a ella, al lugar al que pertenecía. Lo único que la joven pensó en
ese momento fue que no se había lavado el pelo, y que el vestido que llevaba

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puesto era uno viejo que su madre le había elegido y que a ella no le gustaba.
Sin embargo, en seguida reconoció que tales pensamientos eran ridículos.
— Estás sentada en medio de las sombras otra vez, jovencita —objetó Bridget
con la confianza que le daba la familiaridad que tenía con la muchacha.
Encendió la luz y el visitante recorrió la habitación con la mirada. Muebles
estilo Victoriano sobre alfombras persas. Altas ventanas con gruesas cortinas
que permitían el paso de muy poca luz del exterior, incluso en los días soleados.
La habitación se hallaba demasiado ordenada, de modo que parecía que nadie
la utilizaba con frecuencia. Después de observar la sala, los ojos del hombre se
dirigieron a la joven que estaba sentada.
Sally había comenzado a incorporarse y parecía como si le costara mucho
trabajo fijar la vista. Antes de que él pudiera hablar, ella susurró:
— ¿Eres tú, Rick? ¡No sabes cuántas ganas tenía de que volvieras!
Las manos de la joven estaban entrelazadas sobre su regazo, mientras que una
sonrisa empezaba a iluminar su rostro.
— Ven, acércate —sugirió, y el visitante caminó hacia ella para luego detenerse,
con los puños apretados.
— Perdón —dijo él con brusquedad—. No soy Rick. Me llamo Blaise Strathern.
Soy el hermanastro de Rick.
La joven sintió como si el recién llegado la hubiera golpeado. Su expresión de
alegría se desvaneció, mientras se acomodaba de nuevo en la silla. Su expresión
reflejaba angustia cuando preguntó:
— ¿Usted no es Rick? ¿Es su hermanastro? Ni siquiera sabía que tuviera un
hermanastro.
— No me sorprende que nunca me haya mencionado —contestó él, muy serio—
. Para decirlo de la mejor manera, nunca nos hemos llevado bien.
— Su voz se parece mucho a la de Rick —afirmó ella, con un deje de duda en la
voz.
—No soy Rick.
Procurando reponerse de la sorpresa, Sally preguntó:
—¿Cómo dijo que se llamaba?

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—Blaise.
—Es un nombre francés, ¿verdad?
— Sí. Mi madre era francesa.
Algo en el tono de voz del visitante hizo que la joven se abstuviera de hacerle
más preguntas, y sin saber qué decir, se dirigió a la empleada:
— Bridget, quizá el señor Strathern desee tomar algo.
— Un whisky con soda, por favor.
— Muy bien, señor. Sally, querida, ¿qué te traigo?
— Un jerez estaría bien, Bridget.
La mujer abandonó la habitación y el silencio se apoderó del lugar. Una serie de
preguntas desfilaban en la mente de Sally, ninguna de las cuales se atrevía a
formular; en cambio, Blaise Strathern parecía estar satisfecho de encontrarse
sentado y en silencio. Dirigiéndose a él, la joven preguntó, con estudiada
amabilidad:
— ¿Vive en la costa oeste, señor Strathern?
— No. Por el momento estoy en Quebec.
Más silencio. Sally volvió de pronto la cabeza al oír que entraba Bridget.
— Aquí está su whisky, señor —dijo el ama de llaves—. Pondré tu jerez sobre la
mesa, al lado de la silla, Sally.
— Gracias, Bridget —respondió la joven, y segundos después se levaba la frágil
copa a los labios, no sin antes brindar—: Por una agradable estancia en el oeste,
señor Strathern.
Ella oyó el sonido que hacía el hielo en el vaso del visitante.
Escucha —dijo Blaise bruscamente—. En primer lugar, no me vuelvas a llamar
«señor Strathern». Estoy seguro de que el apellido Strathern ya te resulta lo
suficientemente desagradable para que encima tengas que recordarlo cada vez
que te dirijas a mí. En segundo lugar, dejemos de hablar tonterías y vamos al
grano.
La seguridad de Blaise hizo que la joven se estremeciera y preguntara en voz
baja:
— ¿Al grano? ¿De qué está hablando?

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— Supongo que te imaginarás que no he venido hasta aquí para hacer una
visita social.
— Entonces, ¿cuál es la razón? —inquirió Sally, inclinándose hacia delante—.
Rick —dijo, como respondiéndose a sí misma—. Algo le ha pasado a Rick.
— Rick sigue prosperando, como siempre lo ha hecho y seguirá haciéndolo.
Aún te importa, ¿verdad?
— Es que... —comenzó a decir, bajando la cabeza para que él no viera su
expresión—. Después de todo, yo era su prometida.
— Sí. Estabais comprometidos. Y después del accidente, del cual él fue
responsable, te dejó, ¿no es cierto?
La brutal pregunta quedó suspendida en el aire. Sally movió una mano para
coger su copa. Sus ojos verdes miraban al espacio, y su temblorosa mano volcó
la copa sobre la bandeja.
— Siempre hago algo así —comentó con desesperación.
— Eso es porque está ciega —afirmó Blaise Strathern, sin compasión—! Eso fue
lo que mi precioso hermanastro te hizo, ¿o no? Por su criminal descuido
provocó el accidente que te dejó ciega. Y después, no tuvo valor para quedarse
a tu lado.
Ella se llevó una mano a la boca. —¡Cómo le odia!
— Y tú tendrías que odiarle también. Pero esta tarde, si yo hubiese sido Rick,
me habrías recibido con los brazos abiertos, ¿estoy equivocado?
—¡No!
— No mientas, Sally. Recuerda que vi tu expresión.
— Bueno, posiblemente lo hubiera hecho —replicó ella, con fastidio—. Pero
usted no es Rick, y por lo tanto, nada de esto es de su incumbencia.
— Lo estoy haciendo de mi incumbencia. —¿Porqué?
—Por ti.
— Está hablando con acertijos —respondió ella bruscamente—. Yo no soy nada
para usted, Blaise Strathern.
— Posiblemente ahora no, pero lo serás. — ¿Está amenazándome? —preguntó,
perpleja.

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— Si lo quieres interpretar así...


—Mire, hace media hora no sabía ni que usted existía, y sigo sin saber a qué ha
venido. Pero de una cosa sí estoy segura: no me agrada su presencia. ¡Nunca he
conocido a nadie tan grosero y arrogante como usted!
— Bien —dijo él con calma—. Por lo menos te he hecho reaccionar. Empezaba a
dudar que pudieras hacerlo.
Indignada, la joven echó mano de la campanilla, que estaba junto a su asiento,
para llamar a Bridget. Él se movió con tal rapidez que Sally apenas tuvo tiempo
de advertir que le arrebataba la campanilla de ¡a mano.
— No hagas eso —le ordenó—. No he venido aquí desde Quebec para que me
eches.
El seguía sosteniéndole con fuerza la mano, mientras ella procuraba, sin éxito,
liberarse. Sintió un repentino temor y que su corazón latía más deprisa. Su
madre no estaba, por lo que Bridget y ella estaban solas en casa, con un hombre
del cual no sabía nada. Blaise apoyó su otra mano sobre un hombro de la joven,
quien sintió, a través de la fina tela de su vestido, el calor y la fuerza del
visitante.
— ¡Suélteme! —exclamó Sally, casi sin aliento.
—No temas —dijo él, con sorprendente ternura—. ¿Es que no comprendes que
tenía que saberlo? Yo debía averiguar si aún quedaba en ti algo de espíritu de
lucha. Cuando entré hace un rato y te vi, pensé que había llegado tarde.
Ella movió la cabeza, como si se rindiera. Las manos de Blaise estaban sobre sus
hombros, y Sally sabía que él se encontraba muy cerca. Podía sentir el calor del
cuerpo y la rítmica respiración del visitante. De repente, experimentó angustia
por su ceguera; quería saber cómo era Blaise. Aunque la pregunta podía parecer
carente de importancia para su interlocutor, la joven se atrevió a formularla. —
¿Qué estatura tiene?
— Levántate y lo verás.
— ¿Está tomándome el pelo? —preguntó ella, con nerviosismo. — ¿Qué quieres
decir? —preguntó él, sorprendido.
— Levántate y lo verás.

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— Oh... ¿qué quieres que haga, Sally?¿Que utilice un vocabulario especial


contigo porque estás ciega? ¿Que evite utilizar palabras como: «ver», «mirar»,
«ojos»? No obtendrás ese tipo de concesión de mi parte. Para mí, eres una joven
normal que está ciega y que evidentemente aprovecha esa circunstancia como
excusa para desperdiciar su vida. No esperes que te anime a que sigas
haciéndolo. Eso es todo.
Su franqueza, aunque la molestó, fue como un soplo de aire fresco. Con
frecuencia, las amigas de su madre se habían quedado en un silencio
embarazoso al utilizar, sin advertirlo, tales palabras, lo que había agudizado en
Sally la sensibilidad ante tales expresiones. Pero Blaise Strathern estaba
tratándola como a cualquier otra persona.
La joven se puso lentamente de pie. Deslizó las manos sobre el pecho de Blaise,
comprobando que llevaba una camisa de seda y lo que parecía una chaqueta de
cuero. Su cabeza, pensó Sally, quedaba a la altura de la barbilla del hombre.
—Es alto.
— Un metro ochenta, y ochenta y cinco kilos de peso —dijo él, aparentemente
divertido
— Y es deportista —agregó ella, sonriendo.
— Boxeo, maratones y esquí.
Ella comenzó a reír, y parecía imposible que esos ojos verdes que brillaban
frente a él no pudieran ver. Ésta era la Sally de un año atrás, la Sally que Rick
había conocido. Mirándola con intensidad y observando que las mejillas de la
joven estaban encendidas, Blaise le preguntó:
—¿Porqué te ríes?
—Sólo recuérdeme que debo comportarme correctamente cuando este con
usted —replicó, bromeando—. No soy pareja para usted, eso es indudable.
Ella no pudo ver cómo los ojos de Blaise brillaban, ni corno éste posaba la
mirada en los labios sensuales de la joven.
—Tienes que saber lo hermosa que eres —comentó él, con cierta agresividad.
La joven retrocedió.
—No puedo pensar que soy hermosa —dijo en voz baja.

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— Entonces, eres una tonta.


— Usted no mide sus palabras, ¿verdad? —En general, no lo considero
necesario.
Blaise era diferente de su hermanastro, pensó Sally al recordar, con dolor, el
encanto e ingenio de Rick, que jamás la había tratado así. — ¿Usted se parece en
algo a Rick?
— Hay quien dice que somos iguales —respondió él, con indiferencia—. El pelo
rubio, los ojos azules...
Ella contuvo un suspiro, considerando que de nada le servía la lacónica
descripción y preguntó:
— ¿Cómo está Rick? ¿Le ha visto?
—Le vi la semana pasada después de varios meses, ya que estuve en Francia.
Me había enterado de que se había comprometido, pero no sabía nada del
accidente ni de sus consecuencias. Cuando hablé con Rick y me lo contó, decidí
venir a verte.
— ¿Porqué? —quiso saber la joven.
— Es evidente que Rick es responsable de esto —afirmó él, acariciándole los
párpados con un dedo—. Se alejó de su responsabilidad.
Como su hermano mayor, sentí que debía venir a verte, por lo menos para tener
una idea de cómo te habías enfrentado a lo ocurrido. Al entrar en esta
habitación supe que tenía una tarea ante mí.
Ella se refugió tras una máscara de formalidad, afirmando con frialdad:
— En eso está equivocado, señor Strathern. No hay nada que deba hacer aquí.
Así estoy bien, y lo que menos necesito es otro bienintencionado benefactor.
La joven se sorprendió ante la amargura de sus propias palabras, ya que no
había advertido la profundidad de su resentimiento contra la legión de amigos
de su madre que, tras visitarla casi diariamente durante las primeras semanas,
se habían ido alejando poco a poco.
— Cuando entré en esta habitación vi a una joven sentada, sola, en la oscuridad,
sin hacer nada; sólo sentada —afirmó él, como si no la hubiese oído—. Mal
vestida, pálida como un fantasma, y necesitando urgentemente ¡a atención de

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un peluquero —añadió, tocando una manga del vestido de Sally.


— Una peluquera viene a casa a peinarme —respondió ella, irritada— , aunque
no ha podido venir en las últimas dos semanas.
— ¿Por qué no vas tú a la peluquería?
—¿Cómo? Intenté ir una vez, caminando con la ayuda de un bastón. Tropecé y
caí; me tuvieron que traer a casa en taxi. Algo humillante.
—Tu madre podría llevarte.
— Lo hizo una vez. Pero la molestó tanto que la gente nos mirase que no volvió
a hacerlo.
—Comprendo —replicó él, suspirando. Sally sintió que él comprendía la
sensación de frustración y angustia por tener que depender siempre de otras
personas—. Muy bien —añadió Blaise—. Llama a la peluquera mañana
temprano y pide hora para uno de estos días. Yo haré que vayas y vengas sin
problemas, y mañana por la tarde te llevaré a dar un paseo en el bosque.
Trataremos de poner un poco de color en tus mejillas.
—¡Señor Strathern! —exclamó Sally, aferrándose a la silla.
— Blaise.
— Bueno, Blaise. Escuche, esto ha ido demasiado lejos y ya no es ni siquiera
gracioso. Aunque, para empezar, tuviese usted algún tipo de obligación, lo que
es discutible, en cuanto a mí se refiere, considero que ya la ha cumplido. Desde
el accidente —su voz se quebró— , me he hecho una nueva vida. Tal vez a usted
no le parezca muy atractiva, pero la que está ciega soy yo. Por lo tanto, puede
volver a su casa, y cuando vea otra vez a Rick, dígale que me va bien.
—Yo no le miento a nadie, Sally —respondió él, colocándole, con firmeza una
mano sobre un hombro—. Mañana a las dos. Encontraré solo la salida. Hasta
mañana.
Ella abrió la boca para hablar, pero oyó los pasos de Blaise que se alejaban, el
sonido de la puerta principal al cerrarse de nuevo, seguido del rugir del motor
que le indicó que su visitante se había marchado. Las piernas le temblaban y
Sally se dejó caer en la silla.
— Sally, querida. ¿Estás bien? Oí que el señor Strathern se iba.

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— Sí, estoy bien, Bridget —afirmó la joven, controlando un deseo casi


irresistible de reír al darse cuenta de que esa tarde había afirmado varias veces
que estaba bien.
— Veo que derramaste tu jerez —dijo Bridget, sonriendo—. Hacía mucho
tiempo que no te ocurría —añadió, y después de hacer una pausa, preguntó—:
¿Cómo te fue con tu visitante?
Bridget había estado con los Hart desde que Sally podía recordar. Oficialmente,
era el ama de llaves, aunque para Sally siempre había sido una amiga, cuyos
ojos azules, de mirada severa, ocultaban nobles sentimientos.
— Dice que vendrá mañana otra vez, para sacarme a pasear. Le dije que no
quería, pero no creo que haya escuchado ni una palabra de lo que dije.
— Parece ser un hombre acostumbrado a que las cosas sean como él dice.
— ¿Qué aspecto tiene, Bridget?
La mujer se sentó, ya que nada había que le gustara más que una amable charla.
—Es elegante —contestó con suavidad—. Buen físico, muy alto. Tiene un
abundante cabello rubio y los ojos... azules, como el color del cielo en verano —
concluyó, orgullosa, su descripción.
— ¿Qué edad dirías que tiene? —preguntó Sally, fascinada por la descripción.
— Oh, posiblemente alrededor de treinta y cinco años. Viste muy bien; se ve
que tiene dinero. ¿A qué hora va a venir mañana?
—A eso de las dos de la tarde.
— Entonces tendrás que lavarte el pelo. Si hace buen día, te podrás poner el
traje beige.
Aparte de los paseos por el jardín, hacía semanas que Sally no salía de casa, de
modo que experimentó la ansiedad de hacerlo, mezclada con una dosis de
temor.
—Me asusta, Bridget —confesó la joven—. No entiendo qué es lo que quiere de
mí.
— Quizá sólo quiera sacar a pasear en su coche a una joven atractiva —sugirió
Bridget.
— Quisiera creer eso. Pero no me parece que sea tan sencillo.

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— El tiempo lo dirá, ¿no crees, querida? —señaló Bridget como si pronunciara


palabras cargadas de gran sabiduría—. ¿Necesitas algo antes de acostarte?
— No, gracias.
— Bien. Te veré por la mañana entonces. Y plancharé tu traje a primera hora.
Sally estaba de nuevo a solas con sus pensamientos. La última vez que se había
puesto ese traje beige había sido para salir con Rick, según recordó con dolor.
Era un cálido día de primavera y, después de comer, pasearon cogidos de la
mano, por la bahía de Victoria, donde se hallaban amarradas embarcaciones de
todo tipo. Los cerezos y los tulipanes estaban en flor y el aire arrastraba la
promesa del verano. Ella estaba enamorada, y todo le parecía hermoso.
Había conocido a Rick el verano anterior, durante su primer año en la
universidad de Victoria. Él estaba dando una serie de conferencias de economía
que duraban una semana. Era un importante ejecutivo y asesor fiscal de una
importante empresa de Victoria. Debido a que ella había estudiado siempre en
un colegio de monjas, su experiencia con los hombres era limitada.
Durante los primeros meses en la universidad, había quedado claro que su
madre no aceptaba a los jóvenes estudiantes, que llevaban vaqueros y barba. De
modo que Rick Strathern, con sus impecables trajes de ejecutivo y sus buenos
modales, le había parecido a la madre de Sally un acompañante adecuado para
su hija. La situación cambió cuando el aspecto y comportamiento de Rick
hicieron que la chica perdiera la cabeza y antes de que pudiera darse cuenta, se
enamorase de él. El sonido de su voz, por teléfono, alegraba los días de Sally, y
los besos de Rick la dejaban temblando. Dispuesta a complacerle, la joven
accedía a todos sus caprichos, por lo que nunca discutían.
La relación entre ellos se convirtió en un torbellino de diversión, sin que
tuviesen tiempo para analizar su situación. Debido a su ingenuidad, Sally no
advirtió que Rick comenzó a alejarse y a mostrarse menos apasionado, lo que en
el fondo agradecía.
Se iban a casar en agosto. Un mes antes habían tomado la embarcación que
efectuaba el recorrido desde la isla de Vancouver hasta el territorio continental,
para visitar a unos amigos de Rick en Fraser Valley. Se les había hecho tarde y

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Rick conducía el automóvil a mucha velocidad. Si Sally hubiese tenido que


criticar algo de su novio, habría sido, justamente, su manera de conducir. Varias
veces había sentido miedo por la forma descuidada que tenía de conducir y por
la falta de respeto que tenía hacia los demás conductores. Ese día, con una
mano apoyada sobre la rodilla de su novio, ella le había reprochado tal actitud.
— No importa si llegamos un poco tarde, ¿verdad, Rick? Me ha dado miedo
cuando has adelantado a ese camión.
— Sí importa —respondió él con brusquedad—. Los Hudson han invitado a
otra pareja, Dick y Nancy Marling. Dick es vicepresidente de Pacific
Investments y podría resultar un contacto valioso para mí. No quiero empezar
el fin de semana llegando tarde; ésa no sería la manera de causar una buena
impresión.
— ¡Pensé que éste sería un fin de semana alejado de todo lo que fuera trabajo!
— Querida, en mi profesión nunca se aleja uno de él. Algunos de mis mejores
negocios fueron fruto de fines de semana como éste.
— ¿Quieres decir que eliges a tus amigos según su utilidad?
— Decirlo así suena muy frío, pero supongo que tienes razón. —¿Y yo? ¿Qué
utilidad tengo para ti?
El la miró sonriendo. Conducía con las ventanas abiertas, y el viento le
despeinaba.
— Eres demasiado joven y dulce como para saber de qué se trata todo esto —
afirmó, en tono de broma—. Y por eso te quiero.
Sally sonrió, insegura, sabiendo que había algo que le desagradaba de la
conversación.
— Seguramente has tenido otras muchas novias... —dijo titubeando.
— Oh, algunas —replicó él con indiferencia mientras adelantaba a otro coche.
— ¿Eran como yo?
— ¡Por Dios, no! Ellas tenían experiencia. Por eso quiero casarme contigo, Sally,
porque eres diferente.
Ella debía sentirse satisfecha ante tal afirmación. Entrelazó las manos sobre el
regazo mientras el vehículo avanzaba a gran velocidad. Veinte minutos más y

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llegarían. La carretera era ahora más estrecha, siguiendo el terreno montañoso


tras el cual el sol se ocultaba por entre las cumbres de las montañas Rocosas. A
gran velocidad, ascendieron otra colina. Rick lanzó una maldición al conductor
del vehículo que los precedía, echó una mirada rápida por el retrovisor y se
pasó al carril izquierdo para adelantar al otro coche.
De pronto, hizo su aparición un camión de carga que avanzaba hadadlos,
lanzando abundante humo por el tubo de escape. Se oyó el estruendoso ruido
de la bocina. Sally no olvidaría la impresión que le causó esa masa de acero
avanzando hacia ellos y el gesto de horror del camionero.
Rick hizo una maniobra con el volante, pero demasiado tarde. El camión golpeó
el lado izquierdo del coche, y para Sally, el mundo terminó en medio del ruido
de los metales porque el fuerte impacto la hizo perder el conocimiento.
Los días que siguieron nunca dejaron de ser una confusión en su memoria.
Oscuridad. Dolor. Sonido de voces remotas e irreales.
Cinco días después del accidente, Sally recuperó el sentido. Estaba confusa y
atemorizada. No sabía dónde se hallaba ni porqué había tanta oscuridad a su
alrededor. Algo suave y ajustado le cubría los ojos y, cuando trató de abrirlos,
no pudo hacerlo. Horrorizada, gritó:
— ¡Por favor! ¿Dónde estoy?
Ahí comenzó la pesadilla de la cual no despertaría. Suaves voces femeninas le
decían que todo estaba bien, pero ella sabía que no era así; un médico hablaba
de: «traumatismo grave», «daño en el nervio óptico», «afortunadamente
ninguna herida exterior», «quizá una operación dentro de uno o dos años», y...
«Ceguera». Frases y palabras que cada vez la atemorizaban más.
La gente iba y venía, las enfermeras, los médicos, tanto de medicina general
como especialistas. Así transcurrió una semana hasta que Sally se atrevió a
formular a su madre la pregunta que la atormentaba:
— ¿Por qué no ha venido a verme?
Ella sabía que Rick no había resultado gravemente herido.
Hubo una pausa notoria. Sally estaba acostumbrándose a distinguir las
diferentes entonaciones en la voz de las personas y no tuvo dificultad en

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percibir las evasivas de su madre al responderle.


— Pensó que necesitarías tiempo para superar la impresión inicial, querida.
Como sabes, él sólo tiene unos puntos en una mano y leves contusiones, de
modo que fue dado de alta al día siguiente. Creo que logró visitar a sus amigos,
después de todo —lo que hizo recordar a Sally la famosa entrevista de trabajo—
. Pero después tuvo que tomar un avión para volver a Victoria. No le era
posible quedarse aquí. Estoy segura de que vendrá a verte el fin de semana.
Los días pasaron lentamente y, al final, llegó la noche del viernes, seguida del
sábado. Fue el domingo por la tarde cuando Sally oyó los familiares pasos
aproximarse por el pasillo hacia su habitación. Permaneció callada en la cama,
mientras el corazón le latía rápidamente. Los pasos se detuvieron al lado de su
cama, y cuando ya no pudo soportar más el silencio, preguntó en voz alta:
—¿Eres tú, Rick?
— Hola, querida — respondió él, besándola en la frente a la vez que colocaba al
lado de la joven un enorme ramo de claveles.
—Has traído flores, ¿verdad? Huelen muy bien. Gracias. —¿Qué tal estás?
— Bien, supongo. Los dolores de cabeza ya no son tan fuertes. Dicen que podré
levantarme dentro de unos días —respondió ella, procurando, sin éxito, ver a
través del vendaje.
—¡Fantástico! Supongo que irás muy pronto a tu casa.
— Sí —contestó Sally, buscando con desesperación algo que decir—. ¿Te has
reincorporado al trabajo?
—Tuve que volver casi de inmediato, estamos más ocupados que nunca con el
nuevo contrato con Stanway, y la posibilidad de lograr que la compañía
Marsden se fusione con nosotros... —prosiguió él, indefinidamente, mientras
Sally dejaba de escuchar, hasta que, de pronto, algo la hizo prestar de nuevo
atención—... De modo que debemos aplazarlo por un tiempo, ¿no crees,
querida?
—¿Qué? –preguntó ella—. ¿Aplazar qué?
— Nuestra boda. ¿No me estabas escuchando? — ¿Aplazarla hasta cuándo?
—Sólo por un tiempo, hasta que veamos cómo marchan las cosas. No creo que

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debamos apresurarnos, ¿no te parece?


—Rick, ¿estás diciéndome que no quieres casarte conmigo? —inquirió la joven,
reuniendo todo el valor posible para formular la pregunta.
—¡No! ¡Por supuesto que no! —exclamó él, irritado—. Creo que no me has oído,
Sally. Sólo te he dicho que teníamos que esperar un poco; hasta el otoño tal vez.
— Una esposa ciega no es lo que esperabas — afirmó ella con brutal honestidad.
Tomando las manos de la joven entre las suyas, Rick confesó:
— Te quiero, Sally... Pero debemos ser sensatos y permitirnos adaptarnos a
esta... dificultad.
—Sí —afirmó ella, con absoluta frialdad—. Supongo que tienes razón.
— Ah, aquí está la enfermera —afirmó Rick con tal alivio que Sally no supo si
reír o llorar—. Le pediré que ponga las flores en un florero. ¿Te gustan,
querida?
—Son preciosas —replicó ella sin lograr ocultar la tensión y el agotamiento que
su voz reflejó.
— ¿Cansada, señorita Hart? —preguntó la enfermera, con tono jovial.
Sally replicó apenas moviendo la cabeza y no se sorprendió cuando Rick dijo:
—Bueno. Me voy, Sally. Mi avión sale dentro de dos horas.
Le cogió una mano y le dio un rápido beso.
Olvidando su orgullo, Sally inquirió:
—¿Podrás venir a verme otra vez?
—Claro que sí. Estaremos en contacto. Cuídate, querida.
La enfermera anduvo a su alrededor durante unos minutos que para Sally
fueron eternos, hasta que salió de la habitación dejándola I sola con su
desesperación, compañera constante durante tantos días.
Cumpliendo su palabra, Rick volvió a visitarla. Fue el último día de Sally en el
hospital, cuando ya casi había abandonado toda esperanza de que él volviera.
La joven estaba vestida, sentada junto a una ¡ventana, aguardando a que su
madre la llevara a casa, cuando oyó los pasos familiares en su habitación.
Volviendo la cabeza, exclamó:
— ¡Rick! Me alegro de que hayas venido. ¿Cómo estás?

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— Bien. ¿Así que ya te vas a tu casa? Debes estar contenta.


No lo estaba. Durante las últimas semanas el hospital se había convertido en su
hogar, con sus reglamentos y rutinas. Abandonarlo y salir a lo desconocido la
atemorizaba. En el mundo exterior ya no estaría en el anonimato de ser tan sólo
otro paciente; sería anormal, distinta, ajena a la multitud. No estaba contenta
sino asustada. Pero intuyó que no debía compartir ese secreto con Rick.
—Ahora que estás aquí, podemos irnos juntos a casa —dijo, con timidez.
—Me temo que no podrá ser.
Apretando los puños sobre su falda, la joven sintió que sus dudas de las últimas
semanas de pronto tomaban cuerpo. Dirigió sus hermosos y ciegos ojos hacia él
sin poder ver que él eludía su mirada.
—Algo anda mal, ¿verdad, Rick? Es mejor que me lo digas.
—Me han trasladado a la costa —contestó él—. Me iré la semana que viene. Es
un ascenso importante para mí y no puedo rechazarlo.
Tras el silencio de ella, Rick continuó hablando.
— Bueno. ¿No vas a felicitarme?
Ella se sintió como un animal en una trampa esperando e! tiro de gracia.
— Si es el cargo que quieres, entonces me alegro por ti —afirmó, fingiendo
alegría.
— No lo haces nada fácil —comentó él, indignado—. No puedo casarme
contigo, Sally. Tienes que comprender que eso es imposible ahora. Viajaré
demasiado, tendré que agasajar a mucha gente y tú no te sentirás cómoda
llevando ese tipo de vida.
—Hablas por ti, Rick, no por mí —subrayó ella, sintiendo que la ira corría por
sus venas—. Lo que quieres decir es que no deseas una esposa ciega.
—No sería justo que me casara contigo, sería exigirte demasiado.
— ¡No seas tan presumido! —Gritó Sally, perdiendo el control—. Lo que
quieres decir es que yo obstaculizaría tu camino. Sería una molestia para ti, un
estorbo. Los ambiciosos y jóvenes ejecutivos se casan con mujeres sanas, no con
mujeres como yo.
—Estás interpretando mal mi actitud...

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—Es la única interpretación, ¿no es así? —Interrumpió ella, mientras con las
manos se tocaba las sienes; sentía un fuerte dolor de cabeza—. Es mejor que te
vayas, Rick. No llegaremos a nada así.
— Mira, Sally, lo siento...
— Por favor, Rick, quiero que te vayas —reiteró la joven. Había perdido mucho
peso desde el accidente, y no le resultó difícil quitarse el anillo de compromiso
que él le había regalado.
—Guárdalo. Yo...
— No. Quiero que te quedes con él —afirmó Sally, sintiéndose en el límite de
sus fuerzas—. Adiós, Rick.
Él cogió el anillo, murmuró algo que ella no entendió y abandonó la habitación.
Hundida en la silla, se llevó a los labios las manos frías, tratando de contener los
sollozos que, una vez desencadenados, no podría controlar. Se sintió
traicionada.
Lentamente, Sally volvió a la realidad. La habitación estaba más fresca ahora y
ella se sentía cansada. Se levantó y fue hasta la puerta; había memorizado la
ubicación de cada mueble, escalera y puerta de la casa, lo que le permitía
desplazarse con facilidad. Tras apagar las luces, ascendió los dieciocho
peldaños de la escalera, pasó junto al reloj de pie que tan bien conocía y caminó
diez pasos hacia su dormitorio. Comenzó a desvestirse, doblando con cuidado
las prendas de modo que no tuviera dificultad en encontrarlas por la mañana.
Su camisón estaba debajo de la almohada. Se lo puso y se acostó.
Curiosamente, después de revivir esos últimos instantes con Rick, no era el
recuerdo de él lo que la conducía al sueño, sino el de su visitante cuya voz
profunda colmaba su memoria, al igual que la firmeza de sus manos y su
agresiva honestidad. Si se lo permitía, Blaise podría cambiar su vida, alterar la
rutina plácida y segura y romper el caparazón protector que ella había
construido con esmero sobre sus emociones y heridas del pasado. Se durmió
pensando que, al día siguiente, le diría que no quería verle más.
CAPÍTULO 2

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LAS COSAS no iban a ser tan sencillas. Fue notorio, al día siguiente, que
Bridget estaba de parte de Blaise Strathern, ya que había planchado el traje y
limpiado los zapatos de la joven antes de que ésta se levantase.
—Después de ducharte, te secaré el pelo y te lo arreglaré un poco — afirmó
Bridget, mientras llevaba a la joven una taza de té a la cama.
—No pienso salir con él, Bridget. He decidido que no quiero. Lamento que
hayas planchado el traje, podías haberte evitado ese trabajo.
—¡Nada de eso! ¿Un hombre tan apuesto como él? Claro que saldrás con él.
—No —insistió Sally, con terquedad—. Odio salir. Me siento como si todo el
mundo estuviese mirándome. Y ya sabes cómo me caí esa vez que tuve que
regresar a casa en taxi. No lo haré, Bridget.
—Es posible que el señor Strathern tenga algo que decir al respecto.
—Puede decir lo que quiera. A menos que utilice la fuerza para sacarme de
casa, no puede obligarme a hacer nada que yo no quiera.
— Puede ser que sí o tal vez no —dijo Bridget, enigmática—. De todos modos,
no hay nada malo en que te arregles. Ese traje te queda muy bien y, aunque no
quieras salir, es posible que él quiera quedarse y tomar una taza de té.
Sally consideró que Blaise Strathern no era la clase de hombre que se sentaría a
tomar té y hablar cortésmente, pero se abstuvo de decirlo. De cualquier manera,
era posible que Bridget tuviese razón: le animaría saber que estaba bien
arreglada, y le daría más confianza en sí misma, algo que necesitaría para
enfrentarse y oponerse a los deseos de su visitante.
A las dos en punto, el timbre sonó. Sally se encontraba arriba, palpando el
contenido de un cajón de la cómoda para encontrar el perfume y a pesar de su
intención de permanecer en calma, se sintió nerviosa. Se aplicó, rápidamente,
perfume en las muñecas y el cuello, y avanzó hacia la puerta. Cuando Blaise
Strathern entraba en la casa, ella descendía la escalera, tocando el pasamanos,
dispuesta a no cometer errores. Él la observó en silencio.
La joven parecía otra. El cabello le caía en forma de ondas hasta los hombros,
mientras que el maquillaje acentuaba sus rasgos. Llevaba un traje de chaqueta y
una blusa verde. Los zapatos de tacón alto, acentuaban la fragilidad de sus

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tobillos. Terminó de bajar la escalera y posiblemente él percibió una pequeña


duda en ella antes de dirigirse a él, con una mano extendida para saludarle.
— ¿Señor Strathern?
Él le cogió la mano y ella advirtió que la llevaba á sus labios, sintiendo algo
similar al fuego en la piel. Tensa, procuró liberarse mientras todos sus sentidos
le advertían de un peligro. Al oír que Bridget se retiraba, volvió la cabeza y la
llamó.
— Estoy esperando al chico de los periódicos, querida. Es mejor que aguarde en
la cocina —fue la respuesta que le dio el ama de llaves.
Se sintió sola y contrariada, ya que había contado con el apoyo de la presencia
de Bridget. —¿Estás lista?
— No iré —contestó de inmediato, considerando que no había motivo para
andar con rodeos.
—Conque esas tenemos, ¿eh? Te vistes elegantemente y te pones guapa sólo
para darte el valor de decirme que me marche.
Sally se sonrojó, ya que Blaise estaba diciéndole la verdad.
—No quiero salir con usted. No veo qué utilidad pueda tener eso.
—Estás equivocada, querida. Ven, hace muy buen día. Pasearemos primero en
mi coche y después te llevaré a algún sitio a tomar el té.
Infructuosamente, la joven procuró liberar su mano, a la vez que exclamaba
molesta:
¿No ha oído? He dicho que no...
—No me vas a convencer, Sally. De modo que lo mejor que puedes hacer es
rendirte.
— ¡No creo que usted esté acostumbrado a que una mujer le diga no!
—Es posible que tengas razón —afirmó él, con ironía—. Sea como sea, tú vas a
venir conmigo, Sally, aunque tenga que cogerte en brazos y llevarte así al coche
—dijo él, cogiéndola rápidamente de la cintura. Ella levantó las manos en un
gesto instintivo para alejarle, pero él añadió para convencerla—: Por favor,
Sally. Hace sol, estamos en primavera y a mí me gustaría salir contigo.

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La joven se quedó sin aliento. Cuando él intentó dominarla, ella no tuvo


dificultad en combatirle, pero ante tal ruego se sentía impotente.
—Está bien —capituló—. ¿Está mi bolso por aquí?
— Sobre la mesa. Te lo alcanzaré.
Blaise deslizó una mano bajo el brazo de Sally cuando descendían los escalones
de entrada a la casa, y a lo largo del camino empedrado, hasta el coche. La
ayudó a acomodarse en el asiento. Un momento después se sentó junto a ella,
puso el motor en marcha y, siguiendo el largo sendero bordeado de árboles,
salió a la carretera.
— Pensé que podíamos ir hacia el norte. Sé dónde hay un parque muy
agradable.
— Por motivos muy evidentes, no importa mucho a donde vayamos —afirmó
ella.
—Me alegro de que lo hayas dicho. Así queda todo claro, ¿no es verdad? Hacía
mucho tiempo que no me encontraba con alguien tan dispuesto como tú a ser
desdichado.
— ¡Qué cosa tan terrible ha dicho!
— ¿Sí? Detente a pensarlo un momento. Luego, dame las respuestas más
honestas a las preguntas que quiero formularte.
— ¿Quiere que me comporte como si nada me pasara? —preguntó Sally con las
mejillas encendidas por la ira—. En el hospital me aseguraron que mi aspecto es
el mismo de antes del accidente, de modo que, supongo, no se nota que estoy
ciega. Excepto cuando me tropiezo con las cosas, derramo mi comida, o no
puedo salir de casa sin alguien que me acompañe. ¡Estoy ciega, Blaise Strathern,
de modo que deje de tratarme como si sólo me hubiese cortado un dedo!
— ¡Ya sé que estás ciega! También hay miles de ciegos, muchos de ellos
mayores que tú y en peor situación. Pero no se quedan sentados en sus casas
compadeciéndose. Tienen trabajos, han aprendido a leer Braille, tienen perros-
guía en lugar de bastones blancos...
—Mi madre nunca soportaría a un perro en casa —interrumpió ella, con actitud
infantil.

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—... y no se quedan sentados en sus casas compadeciéndose — repitió Blaise.


Mientras estaba internada, Sally había pensado en aprender Braille cuando
volviera a su casa y se había propuesto ser tan independiente | como pudiese.
Pero Rick había salido de su vida, llevándose consigo el amor, la risa y las
esperanzas compartidas. De alguna manera, su madre había ido postergando
las visitas programadas al instituto local de ciegos, y los sondeos de Sally,
respecto a un perro habían encontrado una fría negativa. Entonces, los días
habían pasado, todos iguales, mientras que de forma imperceptible la seguridad
y comodidad de la casa se convertían en algo cada vez más importante que
cualquier intento de Sally por recobrar la confianza en sí misma.
Movió las manos sobre su falda, inclinó la cabeza y se percató, por primera vez
en muchos días, de lo aislada que estaba y del fracaso de sus proyectos iniciales.
Algo reflejó su expresión, porque el hombre que estaba a su lado extendió una
mano para acariciar las suyas, al tiempo que le decía:
—Te has dejado aislar, ¿verdad? Ni te diste cuenta de cómo iba ocurriendo...
— Supongo que tiene razón —sostuvo ella, con la honestidad que la
caracterizaba.
— Reconocer el problema es el primer paso para resolverlo.
Sin darse cuenta siquiera de que estaba llamándole por su nombre y no por su
apellido, Sally contestó:
— Eso es cierto, Blaise; sin embargo, no hay solución.
— ¿Quieres seguir como hasta ahora?
¡No! —exclamó ella, con tal fuerza que se sorprendió—. Pero no tengo muchas
salidas.
— Habías empezado a estudiar en la universidad cuando todo esto ocurrió, ¿no
es así?
—Sí.
— Aprende Braille, consíguete un perro y vuelve para obtener tu licenciatura.
— ¡Usted plantea el asunto como si fuera sencillo!
— Claro que no es sencillo, Sally, pero sí posible.
La joven permaneció en silencio, con el ceño fruncido.

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— Estaba estudiando historia —de pronto Sally rompió el silencio.


— No lo sabía. Yo soy una mezcla de historiador y arqueólogo. Ahora estoy
investigando los primeros asentamientos humanos en Quebec, lo que explica el
año que pasé en Francia.
El rostro de Sally se alegró, y la joven comenzó a formular preguntas con
entusiasmo, olvidando sus anteriores discrepancias con él. El tiempo pasó
rápidamente, y antes de que ella pudiera notarlo, Blaise había detenido el coche.
Descendió y le abrió la puerta.
— Hay un banco cerca. Vamos a sentarnos. La guió hasta allí.
— Desde donde estoy sentado —dijo—, puedo ver las islas Golfo en el Estrecho
y, a la distancia distingo las cimas de las montañas en Washington. Hay una
playa debajo de nosotros y árboles que empiezan a florecer. El mar es más azul
que el cielo.
— Bridget me dijo que sus ojos son del color del cielo en verano. Por vez
primera, ella presintió que Blaise estaba desconcertado.
— Bueno... son azules.
Ella sonrió con picardía, mientras el viento le agitaba el cabello.
—Creo que le he hecho sonrojar.
Riendo, y con actitud masculina, él respondió:
— Nunca lograrás que reconozca eso.
El sol iluminaba, cálido, el rostro de Sally. La joven aspiró con fuerza.
—Gracias por haberme traído aquí, Blaise. Me siento muy bien. —Es un placer
para mí, Sally.
— ¿Qué ropa lleva puesta? —preguntó ella, queriendo imaginárselo.
— Pantalones beige, camisa blanca y chaqueta marrón. Tentativamente, la joven
levantó una mano.
— Me gustaría tener una idea más precisa de su aspecto. ¿Le importa si le toco?
— No, no me molesta.
Cerrando los ojos, Sally llevó ambas manos hacia el rostro de Blaise y sus dedos
iniciaron una suave exploración. Sintió que su cabello era abundante y suave,
su rostro, con rasgos demasiado firmes y angulosos para tener un atractivo

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clásico, el mentón prominente y la nariz recta. Sus dedos encontraron los labios
de Blaise, y permanecieron un instante allí, mientras Sally encontraba difícil
mantener su actitud formal.
Sintió que el pulso se le aceleraba, aunque no percibió que él se esforzaba por
permanecer inmóvil. Abruptamente, la joven dejó caer las manos sobre el
regazo y dijo, casi sin aliento:
—Gracias.
— ¿No hay posibilidades de que recuperes la vista?
— En el hospital se habló de operarme, pero el doctor Snider, el médico de la
familia, dice que no hay posibilidades de recuperación y que es una locura
pensar en una operación.
— Ya veo —replicó él, con tristeza—. Vamos a tomar el té. ¿De acuerdo?
La serenidad que la había invadido, se desvaneció de pronto al saber que debía
decir la verdad.
—Blaise, me dan pánico los restaurantes. Una vez fui a uno con mi madre y
algunas amigas suyas y fue una experiencia horrible. Preferiría ir a casa, Bridget
podría prepararnos el té.
— No, Sally. Ya está bien de huir. Créeme, será diferente cuando estés conmigo.
La joven sintió el peso de las manos de Blaise sobre los hombros.
—Quiero que confíes en mí —prosiguió él —. Estaré junto a ti todo El tiempo.
No te dejaré caer, ni derramar nada, ni que te humilles de ninguna manera. Si
confías en mis cuidados, nadie notará que eres ciega.
— Algunas veces... tengo una pesadilla —comenzó a confesar Sally, mientras
apoyaba la cabeza sobre un hombro de Blaise y colocaba una mano en el pecho
masculino—. Voy a un restaurante y, de pronto, la persona con la que estoy
desaparece y los camareros se burlan de mí, al tiempo que las personas de las
otras mesas dejan de hablar para mirarme, y yo no sé a dónde ir ni qué es lo que
hay delante de mí...
Él la rodeó con un brazo, acercándola hacia sí.
— Nunca te haré eso, Sally. Confía en mí.

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Ella podía oír el rítmico latir del corazón de Blaise. No había estado en una
situación como aquella desde hacia casi un año. Se sentía a la vez cómoda y
segura, aunque nerviosa. Una parte de ella sabía que debía escapar de ese
abrazo, mientras la otra quería permanecer así, y una tercera reconocía la
necesidad de deslizar sus manos por debajo de la chaqueta de él y de elevar su
rostro y dejar que Blaise la besara. Para su horror, esta última era la más
poderosa de las tres.
Apoyó las palmas sobre el pecho de Blaise y, empujándole, pensó que había
confiado en Rick y ahora su hermanastro le pedía también su confianza, aunque
ya sabía que Blaise era un hombre totalmente diferente a aquél.
— Preferiría ir a casa — expresó la joven, sin tomar en cuenta lo que él le
acababa de decir.
— ¿Sabes lo que me estás demostrando? Me estás demostrando que la
seguridad es más importante que el riesgo. Estás dándole la espalda al mundo,
Sally. ¿Es eso lo que quieres, pasar el resto de tu vida encerrada en esa casa
acompañada sólo por Bridget y tu madre? Eres joven y hermosa, y podrías
vivir... la decisión es tuya.
Asediada por las palabras de Blaise, sabiendo que él tenía razón, Sally luchó por
mantener la calma. Él continuó hablando en medio de los chillidos de una
gaviota.
— Soy capaz de cogerte en brazos y llevarte por la fuerza a ese restaurante, y tú
lo sabes tan bien como yo. Pero no lo haré, Sally, porque como he dicho hace un
minuto, la decisión tiene que ser tuya.
Sólo piensa con cuidado antes de tomarla. Porque si dices: «No. Llévame a
casa», te obedeceré. Y esta noche, tomaré el avión de regreso a Quebec y no
sabrás de mí. Pero si respondes: «Sí», entonces haré todo lo que pueda para
ayudarte a ser independiente, una persona normal otra vez.
Él ya no estaba tocándola. La joven notó que se había alejado un poco, poniendo
cierta distancia entre ambos. Estaba segura de que Blaise había dicho todo lo
que pensaba decirle. La decisión era, en efecto, suya. Ella podía buscar refugio,
como un animal asustado, a la sombra de su madre y de los cuidados de

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Bridget, o bien salir al sol y al viento para enfrentarse a los peligros y


satisfacciones de la vida.
De pronto, Sally recordó una escena de su pasado. Su padre había muerto antes
de que ella cumpliera cinco años, y aunque no tenía muchos recuerdos suyos, lo
que no había olvidado era que le había enseñado a montar en bicicleta. Era un
día soleado, y su padre había corrido junto a ella, sosteniendo la bicicleta del
sillín para ayudar a la niña a mantener el equilibrio. La soltó y ella siguió,
tambaleante, por la entrada de vehículos de la residencia, sabiendo que él no la
dejaría caer aunque pensara que podría arreglárselas sola. Sabía que su padre
no se habría pasado diez meses encerrado en una casa silenciosa sintiéndose
derrotado, solitario y aburrido. Instintivamente, reconoció que Blaise Strathern
era una persona que le habría agradado.
Levantando la cabeza en actitud desafiante, dijo:
— Por favor, Blaise, ¿podría llevarme al restaurante?
— Me agradará mucho hacerlo.
Una respuesta sencilla para una solicitud sencilla. Eran palabras que, no
obstante, podían cambiar su vida. Y Sally lo sabía. Él la cogió de las manos y,
haciéndola ponerse de pie, le preguntó:
—¿Lista?
— Lista —respondió ella, después de lo cual ambos rieron. Con un brazo
alrededor de la cintura de Sally, él la condujo al coche.
Quince minutos después, Blaise se dirigió por una carretera secundaria, y al
pasar una elevación del camino, detuvo el vehículo.
Estaban parados delante de un pequeño hotel que antes había sido 'a residencia
familiar de uno de los magnates madereros. Era un lugar encantador, con
hermosos jardines y buena comida.
Mientras aguardaba a que él la ayudara a descender del coche, Sally se sintió
tensa. Debía seguir adelante. Ya no podía retroceder. Era como si fuera a vivir
una aventura. Blaise pareció leer sus pensamientos, porque al abrir la puerta del
coche, le comentó:
—Calma, Sally. Recuerda que estamos haciendo esto para pasarlo bien.

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—Yo no estoy muy de acuerdo con eso —contestó ella, con reticencia.
Él la ayudó a bajar y mantuvo un brazo en torno a la cintura de la joven.
—Eres una chica muy guapa, y estás en compañía de un hombre que te
considera muy atractiva, y es primavera, y cualquiera que te vea con el aspecto
que tienes ahora lo que menos pensará es que estás ciega. Todos se mantendrán
muy ocupados envidiándome por ser tu acompañante.
— ¡Son sólo halagos! —afirmó ella, sin poder evitar una sonrisa.
— Y si sigues sonriendo así mientras yo te sostengo de este modo, como pienso
seguir haciéndolo, estarán convencidos de que estamos enamorados.
— ¡Oh! —exclamó ella, desconcertada, y sin saber qué decir. Sentía la excitante
presencia de Blaise a su lado mientras él la guiaba a través del aparcamiento. Le
dio indicaciones en voz baja respecto a los escalones de entrada y los subió sin
dificultad. Una vez en el interior del local, una camarera les dio la bienvenida,
sin notar nada extraño en la joven.
—Una mesa junto a la ventana, por favor —dijo Blaise—. ¿Está bien, querida?
—preguntó a continuación, inclinando la cabeza hacia Sally.
Ella se sintió sonrojar cuando se acercó a Blaise mientras respondía:
— ¡Naturalmente!
Los tibios labios de Blaise rozaron una mejilla de la muchacha, sorprendiéndola
la inesperada caricia. Ella se sentó junto a él, situando con el tacto el borde de la
mesa y los brazos de la silla. Con mucha moderación, Blaise la ayudó a
seleccionar lo que le gustara del menú y, cuando la comida llegó, Sally se
sorprendió de que tuviera hambre. Canapés y trozos de pastel alternaban en
finos platos de porcelana.
— Eso no parece justo para usted —dijo ella, sonriendo.
—La próxima vez, te llevaré a cenar. ¡Tienes que ver el partido que le puedo
sacar a un filete! A propósito, ¿cuándo tienes cita con la peluquera?
— Mañana a las diez.
— Bien. Te recogeré a las nueve y media. Tengo entradas para el concierto de
mañana por la noche. De allí iremos a cenar a Pierrots.

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—Está tomándose muchas molestias —protestó. —Deja que yo decida eso.


¿Estás lista para que nos vayamos? —Sí, gracias —respondió Sally cortésmente,
aunque su expresión | era de incertidumbre.
Él la guió por el salón, pagó la cuenta y la condujo hacia fuera.
— Por aquí no vamos al coche —protestó de pronto Sally. —Quiero enseñarte el
jardín.
Sally sintió que los tacones se le hundían en la hierba y que el aroma de las
flores impregnaba el aire.
—Los cerezos y los ciruelos están en flor —explicó Blaise, suavemente—. Junto
a unos arbustos que bordean el jardín hay algunas | rocas entre las cuales
crecen pequeñas flores de muchos colores.
No corría la brisa y sólo se oía el zumbar de abejas que volaban de una flor a
otra. Sabiendo que debía formular a Blaise la pregunta que tantas veces había
querido hacerle, aunque deseosa de no alterar la paz y tranquilidad que existía
entre ellos, se decidió:
—¿Por qué está haciendo todo esto, Blaise? ¿Por qué me dedica tanto tiempo,
llevándome a restaurantes y conciertos? No lo entiendo.
— Ya te dije uno de los motivos: cuando Rick me dijo lo que te había ocurrido
como resultado del accidente, sentí, como su hermano mayor que soy, que
debía venir a ver cómo te encontrabas.
— ¿De modo que soy una obligación para usted?
— Al principio así fue, es cierto.
—Me tiene lástima —dijo ella, con tono acusador—. ¡Odio eso! exclamó— ¡No
soporto pensar que hay personas que me compadecen!
—Estás llegando a conclusiones equivocadas, Sally. Yo nunca dije que te tuviera
lástima, ni tampoco es ése el motivo por el cual te dedico tiempo.
— ¿Porqué, entonces? — Por esto —respondió él, muy serio.
Sally se sintió llevada hacia él, e instintivamente se puso rígida. Pero su fuerza
no fue obstáculo para Blaise. Oprimida contra su pecho, la joven sintió que él le
cogía la barbilla y le hacía levantar el rostro para cubrir sus labios con los suyos,
mientras la serenidad del jardín se desvanecía como si nunca hubiese existido.

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Sally intentó alejarse, pero Blaise prolongó el beso hasta que ella no pudo seguir
resistiendo. Experimentando una sensación nueva para ella, Sally sintió que el
corazón le latía muy deprisa, y se acercó más a él sabiendo que, si le soltaba, se
caería.
El latir del corazón de Blaise también era violento, y su respiración agitada. Con
voz ronca, sosteniéndola con firmeza, Blaise habló de nuevo.
—Es por eso. Ni lo imaginabas, ¿no es verdad, mi hermosa Sally?
— ¡Yo no soy su Sally! —rectificó ella, experimentando un temor indescriptible.
Como si ella no hubiese hablado, él prosiguió:
—No imaginabas que quería hacer esto desde que te vi.
— Está loco —susurró la chica—. Hace veinticuatro horas ni siquiera me
conocía.
—Eso es verdad. Hace veinticuatro horas sólo eras la ex novia de Rick. Yo ni
siquiera había visto una fotografía tuya.
— Yo le había dado una a Rick —afirmó ella, con dolor.
— Entonces la perdió o me mintió cuando me dijo que no tenía ninguna.
Sally sintió que la traición final de Rick estaba en el hecho de que ella le
importaba tan poco que no había guardado su fotografía.
—Rick pertenece al pasado, Sally —afirmó él, con brusquedad—. Sé que creías
estar enamorada de él...
— ¿Que lo creía? —interrumpió ella con ira, echando el cabello hacia atrás—.
Yo estaba enamorada de él...
— ¿Alguna vez te hizo sentir lo mismo que has sentido cuando estabas entre
mis brazos?
La respuesta era negativa, por supuesto, aunque ella no estaba dispuesta a
reconocerlo.
— Rick era amable y bueno —replicó—. Yo no le hubiese permitido que me
besara como usted lo acaba de hacer.
— ¿Ah, no? —preguntó él, desafiante—. Entonces probemos esto. Sally sintió
que el cuerpo de Blaise se interponía entre ella y el sol, aunque el beso era ahora
más suave y firme mientras él deslizaba una mano sobre el hombro hasta la

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nuca de la chica. Los labios de Blaise liberaron los de ella y se apoyaron sobre
sus ojos cerrados para |recorrer sus mejillas y regresar a su boca.
Ante la insistencia de Blaise, los labios de la joven se abrieron. Abrazándola, él
la acercó más hacia sí y Sally rodeó con sus brazos el cuello de Blaise para
rendirse a un beso que pareció durar una eternidad.
Fue Blaise quien le puso fin, con unas palabras que rompieron el ¡encanto del
momento.
—Rick tampoco te besó nunca así, ¿no es verdad? —Esto ha sido tan sólo un
juego para usted —replicó ella, con amargura, procurando recuperar el
control—. Posiblemente usted tenga la experiencia amorosa que a Rick le
faltaba, Blaise Strathern, pero jamás creí que fuese tan ingenuo como para
confundir eso con el amor. Yo amaba a Rick.
—Sería preciso que pusieras la frase en tiempo presente —afirmó el,
despiadado—. Pero él no lo merece, Sally; nunca lo mereció ni lo merecerá. Y tú
tendrías que saberlo. Y no trates de buscar excusas Para justificarlo, porque no
las hay —añadió, con increíble percepción.
— ¡Usted no sabe nada de eso!
—¿Así que insistes en defenderlo? Es algo que no requiere explicación, ¿verdad,
Sally? No tiene mucho sentido continuar con esta conversación —concluyó,
cogiéndola de un brazo como si fuera un extraño—. Vámonos.
En el camino de vuelta a casa, él condujo a mayor velocidad, como si no
pudiese esperar más para librarse de ella. Sally no podía pensar en un tema de
conversación que rompiera el silencio que se había creado entre ellos. Al llegar
a la residencia, Blaise detuvo el coche ante la escalera de entrada, la ayudó a
descender y, cuando iba a llamar al timbre, le dijo a la joven con frialdad:
—Te recogeré mañana temprano.
— Por favor, no se preocupe. Conseguiré un taxi —contestó ella, con igual
indiferencia.
— A diferencia de Rick, yo no dejo de cumplir mi palabra. Dije que te llevaría y
así lo haré.

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—Como usted diga —aceptó Sally, sabiendo que continuar la discusión habría
sido inútil.
—Estás exagerando, querida —dijo él con desgana—. A propósito, quiero que
sepas que, de un modo u otro, te haré olvidar a Rick — añadió y, tras besarla en
la boca con pasión, bajó rápidamente los escalones mientras Bridget abría la
puerta.

CAPITULO 3
BRIDGET estaba en el primer piso, al día siguiente, cuando sonó el timbre.
— Buenos días, señor Strathern. Entre, creo que Sally estará arriba. Iré a
buscarla.
Pero Sally esperaba en el comedor, con cierto temor, la llegada de Blaise. Se
dirigió rápidamente a la entrada. Llevaba una falda floreada, una blusa de
algodón bordada, y sandalias. Escuchar la voz de Blaise cuando contestó al
saludo de Bridget, había sido suficiente para hacerla sonrojar, a pesar de que
procuraba controlarse. Consideraba importante borrar de la mente de Blaise la
imagen que tenía de ella. Bridget quiso avisarle que, al avanzar, tropezaría con
la aspiradora, pero no lo hizo a tiempo y Sally cayó de rodillas, gritando
atemorizada. Pero, en lugar de golpearse contra el suelo, lo hizo contra un
tuerte pecho varonil y unas fuertes manos la ayudaron a ponerse de pie. Pudo
oír el latido del corazón de Blaise.
— ¿Estás bien?
Sin decir nada, Sally asintió con la cabeza, mientras pensaba que lo peor de su
condición era el modo inesperado en que podía ocurrirle un accidente.
— Sally, querida, lo lamento —repitió Bridget varias veces, al borde de las
lágrimas—. Pensé que estabas arriba, de lo contrario no habría dejado este
aparato aquí.
No se podía evitar, y no ha ocurrido nada grave —dijo Blaise, en tono
autoritario mientras Sally se divertía con las disculpas de rigor.
Supongo que tiene razón, señor —replicó Bridget, sabiendo que, de no haber
sido por Blaise habría continuado con sus lamentaciones.

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—Es mejor que nos vayamos, Sally, si tienes la cita a las diez.
—Sí. Hasta luego, Bridget. No te preocupes, estoy bien.
Cogiéndola de un brazo con amabilidad, Blaise ayudó a Sally a descender la
escalera de salida. El día era soleado y la joven aspiró con alegría el fresco aire
primaveral. La brisa hizo ondear su cabello y le levantó la falda más arriba de
las rodillas.
—Es bueno estar al aire libre —afirmó con espontaneidad, y de igual modo
agregó—: Blaise, sé que discutimos ayer, pero quiero que sepa cuánto aprecio lo
bondadoso que es conmigo... cualquiera que sea el motivo.
—Es un placer para mí —contestó él con desgana. Después de poner el coche en
marcha, dijo—: He hecho un par de llamadas telefónicas esta semana. Podrás
hacer un curso de lectura en Braille, y te he apuntado en una lista de espera
para que obtengas un perro-guía.
— ¡Está programando mi vida! —exclamó ella, animada. —Alguien tiene que
encargarse. Es evidente que tú no estabas haciéndolo.
— ¡Mi madre nunca me permitirá tener un perro, Blaise! —protestó Sally,
angustiada.
— Éste no será un perro común...
—Eso no le importará a ella.
— Podría proporcionarte todo un nuevo estilo de vida, y tu madre no puede
oponerse a eso. Como ejemplo, te diré que, de haber tenido un perro, hace un
rato no te habrías caído.
— Sé que no me lo permitirá —insistió, bajando la cabeza.
— Eso lo veremos. A propósito, ¿por qué no la he conocido aún? ¿Está fuera de
la ciudad?
—Sí. Fue a visitar a unos amigos en California. Regresará mañana por la tarde.
—Comprendo. Tendrás que empezar a hacer ejercicios con regularidad, Sally.
Hay que estar en buena forma para manejar a uno de esos perros.
Sally suspiró, sabiendo que todo sería inútil. Su madre tenía una voluntad de
hierro, según había descubierto ella por experiencia propia. Entonces, en lugar
de pensar en los cambios que podría ocasionar un perro-guía en su vida, mejor

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sería disfrutar de aquel día, ya que su madre no podía estropeárselo, pensó la


chica.
Sally salió de la peluquería elegantemente peinada. Luego, Blaise y ella
caminaron, cogidos del brazo, por una calle muy transitada y se sentaron en la
terraza de una cafetería. Allí hablaron de sus poetas y compositores favoritos
mientras bebían café. Sally pasó la tarde en su casa como envuelta en una
placentera nube. A pesar de las críticas que pudiera hacerle a Blaise Strathern,
debía reconocer los cuidados que le dispensaba. Por la noche asistieron al
concierto. Sally estaba entusiasmada con la música de Tchaikovsky y aplaudió
con ganas cuando terminó el espectáculo. Tras el concierto, cenaron, y el vino la
hizo hablar con mayor soltura sobre su vida. Blaise la llevó de vuelta a casa;
cuando llegaron, Sally, con timidez, apoyó una mano sobre un brazo de él y le
dijo:
—Gracias por una noche tan maravillosa, Blaise; me he divertido mucho. Y
gracias por cuidarme tan bien.
Apoyando una mano sobre la de ella y acariciándole la muñeca, él le respondió
con suavidad:
—Yo también me he divertido, Sally. Eres una chica estupenda: ingenua,
espontánea, sencilla... Y he descubierto que cuando te describo las cosas, yo
mismo las veo con nuevos ojos. Es una valiosa experiencia. Por lo tanto, yo
también tengo que estarte agradecido.
Emocionada por tales palabras, Sally se sintió al borde de las lágrimas. Blaise se
movió en la oscuridad, deslizando una mano por debajo de su chai, para
acariciarle un brazo desnudo, mientras con la otra le levantaba el rostro para
besarla.
La chica se acercó más a él, jugueteando con su cabello y acariciándole las
mejillas mientras su boca le exigía más. Aunque sin experiencia, respondió
apasionadamente, lo que desencadenó una incontrolable pasión en Blaise que
pronto envolvió a los dos. Sally sintió cómo él comenzaba a besarle el cuello
mientras le bajaba los tirantes del vestido y le acariciaba los senos, notando el
impacto que causado en ella.

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— No te haré daño —le prometió, a la vez que continuaba besándola—. Eres tan
hermosa, Sally, y te deseo tanto... —decía, cuando dejó repentinamente de
hablar.
— ¿Qué pasa? —preguntó ella, desconcertada.
— Alguien acaba de encender la luz de la entrada. Hay un coche aparcado junto
al garaje; un Mercedes negro.
—Mi madre; ha venido muy pronto —afirmó Sally, arreglándose el vestido con
manos temblorosas. — ¿La temes? Ella asintió con la cabeza.
— Es ridículo, ¿verdad? Tengo veintiún años y, sin embargo, la tengo miedo.
— Entraré contigo.
— Es mejor que no lo haga. Lo más seguro es que se enfade.
— Razón de más para entrar.
— Pero Blaise...
— ¿Recuerdas lo que te dije ayer? Debes confiar en mí. De modo que hazlo
ahora, Sally.
Antes de que ella pudiera seguir oponiéndose, él la había ayudado a bajar del
coche y la guiaba. La puerta de entrada se abrió y la pareja quedó bañada en
luz.
— Así que por fin llegas a casa, Sally —afirmó Loma Hart, modulando la voz
como era habitual cuando estaba furiosa.
Consciente de que Blaise se encontraba a su lado, la chica respondió
aparentando naturalidad:
—Sí, ya he llegado. He pasado una noche maravillosa, mamá. Quiero
presentarte...
— No creo que sea necesario que hagas ninguna presentación — interrumpió
Loma con brusquedad—. Es mejor que entres y te vayas derecha a la cama.
Sabes lo que te dijo el médico respecto a que no debías cansarte demasiado.
— No estoy cansada —replicó Sally irritada—. Me siento bien.
— No toleraré groserías, Sally. Soy yo quien te cuida, y tener una jovencita ciega
como responsabilidad no es nada fácil.
La joven se estremeció y la confianza que acababa de adquirir en

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sí misma se esfumó en ese instante. Con Blaise casi había olvidado su ceguera;
ahora, se la obligaba a recordar su situación y el esfuerzo que la misma
significaba para su madre.
La voz de Blaise sonó como un latigazo, y la chica de inmediato se dio cuenta
de que estaba enfadado.
— Señora Hart, mi nombre es Blaise Strathem; soy el hermanastro de Rick.
Estuve algunos meses fuera del país, pero al regresar me enteré del accidente y
quise saber cómo estaba su hija. Le agradecería que me autorizara a llevar a
Sally a pasear en mi coche mañana por la tarde. ¿Te parece bien a las dos, Sally?
— Eso no será posible. Sally tendrá que descansar mañana — afirmó Loma,
antes de que la joven respondiera.
— Sally es una joven sana, y le hace mucho bien salir.
— Sally está ciega, señor Strathem —replicó Loma, con visible ira—. La
respuesta es no. Ahora, discúlpenos por favor...
—Dos cosas, señora Hart. En primer lugar, procuraré alentar a Sally para que
sea lo más independiente posible. En segundo lugar, vendré a buscarla mañana
a las dos. Si cuando venga, me dice que no puedo verla, derribaré la casa,
ladrillo a ladrillo, hasta encontrarla. Espero que me haya entendido.
Perpleja, Sally sintió que él apoyaba las manos sobre sus hombros y, tras darle
un beso, le dijo:
—Te veré mañana, Sally. Gracias, una vez más, por una hermosa noche.
Al salir, cerró la puerta.
El hecho de que él hablara así y la tocara, había dado a la chica el valor que
necesitaba.
—Tienes razón, mamá, estoy cansada. Es mejor que me vaya a la cama. Te veré
por la mañana, y podrás contarme entonces cómo te ha ido. Buenas noches.
El silencio fue la respuesta. Sally subió la escalera hacia su dormitorio,
pensativa. Gracias a Blaise había conseguido cierta segundad en sí misma,
aunque no mucha. Probablemente, debido a la sorpresa, Loma no había dicho
más. Pero la batalla no había terminado.

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Mientras se peinaba, pensó que su vida había cambiado durante los dos últimos
días y que no podría volver a la que había llevado desde el accidente hasta
entonces. Con Blaise había caminado por entre la multitud, comido en
restaurantes, asistido a un concierto. Todo eso la hacía desear más. Pensó que,
con un perro-guía, tendría aún más libertad. Se propuso entonces convencer a
su madre a la hora del desayuno.
Sally había terminado de desayunar, cuando oyó los pasos de Lorna en la
escalera. Tomó otro sorbo de café, procurando disimular los nervios.
— Buenos días —dijo, animada—. ¿Has dormido bien? —Tan bien como
puedes suponer.
La respuesta no resultaba alentadora. No obstante, y procurando hablar con
amabilidad, la joven preguntó:
— ¿Compraste ropa en California? ¿Qué llevas puesto ahora?
Habitualmente, era posible distraer a Lorna hablándole de su guardarropa, pero
hoy no era así.
— Un traje verde —replicó, fastidiada.
Sally sabía que Lorna siempre vestía con elegancia. La imaginó bronceada,
después de dos semanas tomando el sol, y en perfecto estado físico, ya que
hacía gimnasia todos los días. Con cuarenta y nueve años, Lorna podía decir
que tenía cuarenta. Había dedicado casi toda su vida a mantenerse en forma y a
alejar los signos del envejecimiento.
— Espero que hayas recuperado la sensatez, Sally. Estoy segura de que las
atenciones del señor Strathern te han resultado halagadoras, pero es evidente
que eso no puede durar. No sé a qué está jugando al hacerte falsas promesas,
pero eso tiene que terminar.
Sally suspiró.
— Lo único que ha hecho es mostrarme que tengo dos opciones: seguir como
hasta ahora o tratar de mejorar al máximo mi situación. La decisión es mía, no
suya. Quiero salir con más frecuencia, estar entre la gente, hacer cosas —hizo
una pausa, como dudando, y añadió—: Habitualmente no hablamos de mi

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padre, ¿no es cierto? Pero te diré que, mientras decidía qué hacer, no pude
evitar pensar que él me habría alentado...
— ¡Tu padre! —exclamó Lorna, interrumpiéndola—. No te permitiré que actúes
como tu padre, hoy aquí y mañana allí, siempre volando a algún lugar
desconocido y nunca en casa cuando se le necesitaba. Tu lugar está junto a mí.
—Mamá, yo...
—Me lo debes —prosiguió Lorna—. No ha sido fácil para mí, estando sola,
criarte desde que tenías cinco años. Y aun antes de eso, tu padre no era una
gran ayuda.
Abrumada tanto por el veneno en las palabras de Lorna como por esta nueva
perspectiva del matrimonio de sus padres, la chica preguntó con timidez:
—¿No le querías?
— ¡No! ¡Le detestaba!
— Posiblemente ésa era la razón por la que nunca estaba en casa.
— No estamos aquí para discutir sobre tu padre — afirmó furiosa—. Estamos
hablando de ti.
—Temes que me parezca a él, ¿no es cierto? Y que me vaya y te deje sola —
afirmó Sally con suavidad, mientras tomaba, por vez primera, conciencia de la
actitud posesiva de su madre—. Pues no lo haré.
— Deja de hablar como si fueras un psicoanalista —replicó Lorna—. Después
de todos los años que te he dedicado, me debes algo. No quiero que vuelvas a
ver a ese tal Blaise Strathern. Es una influencia negativa para ti.
—¿Por qué? —preguntó Sally, tratando de entender lo que acababa de oír.
— Noto un cambio en ti; estás más impertinente...
—Creo que tendrías que felicitarle —interrumpió Sally, con frialdad—. ¿No lo
entiendes, mamá? Él me ha hecho vivir, me ha hecho recobrar la confianza en
mí misma. ¿No te alegras?
— Sólo puedo repetir que no quiero que venga más aquí. Esta tarde se lo diré.
Sally se inclinó hacia delante, como aferrándose al mantel blanco Lo único que
quiere es que yo aprenda Braille y que tenga un perro guía .Eso es todo. —

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¡NADA de perros! Si tuviese uno, podría salir sola, incluso volver a la


universidad.
Mama…
Tengo veintiún años, y no puedes impedírmelo —afirmó Sally, armándose de
todo su valor.

Mi querida niña —se reía Loma—. Olvidas lo esencial: el dinero. No tienes


dinero propio. Y yo no te lo daré para una idea tan descabellada.
¿No quieres que supere mi ceguera? —Pregunto Sally, mientras las rodillas le
temblaban bajo la mesa—. Deberías estar contenta porque quiero ser más
independiente, no sería tanta carga para ti. Ignoras la realidad, niña —dijo
Loma con frialdad—. Supongamos que consigues tu licenciatura, aunque no
veo cómo podrías hacerlo .Después ¿qué? ¿Crees que podrías obtener trabajo?
Por supuesto que no. La idea es ridícula. Es muy cruel por parte del señor
Strathem crearte falsas esperanzas.
A pesar de su convicción, Sally comenzó a dudar ante la firmeza con que su
madre acababa de expresarse. Posiblemente tenía razón, y ella debía aceptar
sus limitaciones en lugar de luchar por superarlas. Como si hubiera adivinado
las dudas de su hija, Loma añadió, decidida.
Esta tarde le diré que no quieres volver a verle. Créeme, a la larga será lo mejor
para ti, Sally.
Sally se llevó las manos a la cara, sintiéndose demasiado confundida y alterada
como para contestar. Se preguntaba si quien tenía razón era Blaise, con su modo
de ser dominante y su insistencia en que ella superase su impedimento, o su
madre, diciéndole que fuera realista y aceptara su situación.
Decidida, Lorna se levantó, empujando la silla hacia atrás, Hoy tendré dos
mesas de bridge, de modo que puedes bajar y conversar con la gente a medida
que los invitados vayan llegando. Espero que Jessie juegue mejor que la última
vez. Será mejor que hable con Bridget respecto a la comida. Además, la sala
necesita una buena limpieza. Descuidó un poco las cosas mientras estuve
ausente.

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Sally permaneció sentada, inmóvil, sabiendo que, para Loma, el asunto estaba
concluido. Ella, Sally, debería quedarse en casa aquella tarde y, por la noche,
cumplir su tarea de hablar amablemente con el asmático coronel Fawcett, el
galante doctor Snider y la coqueta Jessie Harper.
Pensó que no podría soportarlo. Se dirigió hacia una ventana abierta junto a la
cual permaneció de pie mientras le llegaba la fragancia del jardín junto con el
sonido de los coches que pasaban por la calle, un perro que ladraba... el mundo,
saludándola, exhortándola a formar parte de él.

CAPÍTULO 4
DESPUÉS de comer, Sally fue a su habitación, aparentemente para descansar.
Había quedado claro que Loma se enfrentaría a Blaise cuando éste llegara a las
dos. Cerró la puerta del dormitorio y se dirigió a su armario, donde encontró
los pantalones vaqueros y una camisa. Se quitó la falda y el suéter que llevaba,
así como el collar de perlas.
Se cepilló el cabello y se aplicó un poco de perfume. Abrió de nuevo la puerta
de su dormitorio, para escuchar atentamente. La casa estaba en silencio.
Caminó por el pasillo hacia la escalera de atrás. Esperó mientras Bridget
terminaba de hablar con el carnicero. Cuando oyó que la puerta de atrás se
cerraba y que el ama de llaves se dirigía a la parte principal de la casa,
consideró que el camino estaba libre.
Fue palpando la pared de la cocina hasta encontrar la puerta. La abrió y las
bisagras chirriaron. La joven aguardó, tensa, a que alguien viniera a averiguar
qué pasaba, pero sólo oyó el ruido de la aspiradora. Deslizando una mano sobre
los ladrillos, se desplazó por la parte posterior de la casa. Su plan era esperar
entre los arbustos del camino de entrada e interceptar a Blaise antes de que
llegara a la casa y encontrara a Loma esperándole. Consideró de vital
importancia decirle a Blaise los verdaderos motivos por los cuales no podría
independizarse en lugar de dejar que él escuchara lo que Loma decidiera
inventar. Estaba mentalmente preparada para la inevitable partida de Blaise
después de contarle sus problemas, ya que nada habría que lo retuviera cuando

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comprobara que casi estaba prisionera; le parecía horrible tener que convertirse
en una esclava de la comodidad de la casa de su madre, por la falta de dinero.
Pero ahora tenía que cumplir con éxito la tarea de internarse entre los arbustos
sin que Loma o Bridget la vieran.
Con sigilo, Sally se alejó de la casa, caminó junto al viejo muro de piedra y abrió
el portón, avanzando hasta que sintió, contra el rostro, las hojas de los arbustos
y advirtió que caminaba sobre la hierba. Con cuidado se internó más en el
bosquecillo.
Años atrás había jugado allí. Pero ahora era distinto. Las ramas le lastimaban el
rostro y las raíces protuberantes la hacían tropezar. No obstante, insistió en su
avance, perdiendo toda noción de tiempo mientras se concentraba en
determinar la dirección en que se desplazaba. De pronto oyó, por entre los
árboles, el sonido de un coche que abandonaba la carretera y tomaba el sendero
hacia la casa. Blaise había llegado antes de lo que pensaba, y Sally temió que,
después de todo el esfuerzo, no le alcanzaría.
Se tambaleó mientras descendía por una pendiente, lastimándose los brazos con
las ramas. Tropezó con una piedra y cayó de rodillas en el sendero. Oyó el
rechinar de las ruedas del vehículo al frenar, seguido por el golpe de una puerta
que se cerraba y los pasos de un hombre.
— ¡Sally! —exclamó Blaise, ayudándola a levantarse—. ¡Dios santo! ¡Pensé que
te atropellaría! ¿Estás bien?
— Perdón. No quise asustarte —dijo ella, agitada.
Él le miró el rostro, pálido, los brazos y las manos llenos de rasguños. La chica
no podía ver que él también había palidecido, pero si pudo escuchar los fuertes
latidos de su corazón al levantarla.
— Lo siento, Blaise, pero creí que no te encontraría y que irías directamente a
casa sin verme antes.
— Pasa algo, ¿no es verdad? Ella asintió con la cabeza. ¿No quieres que vaya a
tu casa?
~ No. ¿Podemos dar una vuelta en el coche? Necesito hablar contigo.

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—Por supuesto. Permíteme ayudarte a subir. Las piernas le temblaban a Sally, y


se sintió aliviada al sentarse .Blaise se colocó junto a ella y se alejó del lugar
dando marcha atrás.
—Relájate y descansa —sugirió Blaise—. Ya hablaremos.
Ella siguió el consejo, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Hacía muy
poco tiempo que conocía a Blaise, aunque dependía mucho de él. Sabía que le
echaría de menos cuando se fuera.
Blaise condujo el vehículo hasta que el camino terminó en un rudimentario
sendero.
— Esta granja es de un amigo —explicó Blaise—. Entraremos y buscaremos un
lugar protegido del viento —bajo unos árboles, Blaise extendió una manta y se
sentó—. Bien —continuó él—. Dime qué pasó desde anoche.
Tras una dificultad inicial en su relato, Sally le describió la escena de la mañana,
incluidas las revelaciones de la relación matrimonial de sus padres y el
ultimátum de Loma.
— Siempre he sabido que mi madre era muy posesiva, pero jamás pensé que lo
fuera hasta el punto de mantenerme aislada y dependiendo totalmente de ella
—concluyó—. En consecuencia, como ves, todo es inútil —agregó, poniendo
una mano sobre un brazo de Blaise —. Pero, aunque esto no haya funcionado,
Blaise, quiero agradecerte tu esfuerzo. Sólo quiero... —comenzó a decir, pero al
notar que se sonrojaba, calló.
— ¿Qué es lo que quieres, Sally?
—Te echaré de menos cuando te hayas ido —replicó, con devastadora sencillez.
— ¿Así que crees que esto es el fin de todo?
— Por supuesto—respondió ella, sorprendida.
—Tengo algo que contarte —dijo él, con calma—. No quise hablarte de esto
ayer hasta haber arreglado todos los detalles. Pero, lo primero de todo es que te
debes dar cuenta de que estás librando dos batallas. Por un lado, está tu
ceguera, naturalmente. Pero también debes liberarte de la dominación de tu
madre.

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—Eso es pedir demasiado —dijo Sally, con timidez—. Soy lo único que mi
madre tiene.
—Tonterías. Ella es una mujer con dinero, con una buena casa y muchas
amistades. No ignores los hechos.
— Quieres decir que no dramatice.
—También eso.
— ¿Qué es lo que me querías contar? —preguntó la chica, sabiendo que a pesar
de que tuviera que meditar lo que él acababa de decirle, intuía que Blaise tenía
razón.
—Quiero que me escuches con mucha atención, sin interrumpirme hasta que
haya terminado —le ordenó él, con severidad—. He hablado con el médico que
te atendió en Vancouver, después del accidente. Me puso en contacto con un tal
doctor MacAuley, de Toronto; un médico relativamente joven aunque conocido
por ser un brillante oftalmólogo. Ha visto tu historial y considera que merece la
pena que vayas a Toronto. Serás internada en un hospital y él te hará una serie
de pruebas para decidir qué posibilidades hay de que recuperes la vista con una
operación.
Sally se inclinó hacia adelante.
— ¿Quieres decir... que podré ver otra vez?
—El doctor MacAuley quiere que vayas a Toronto, Sally. Eso es todo lo que
estoy diciendo. Nada de promesas. Nada de garantías.
— ¿De modo que podría ir hasta allí para nada?
—Sí.
Al advertir que estaba agarrada a Blaise, Sally retiró las manos para colocarlas
sobre las mejillas, a la vez que se ruborizaba.
—No, Blaise. No iré.
—¿Porqué?
— No soportaría un viaje hasta allí para tener que volver sin esperanzas.
— Estás suponiendo lo peor.
—De todos modos, no quiero volver a un hospital.

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— He reservado dos plazas en el avión que sale para Toronto mañana por la
mañana.
—Bueno, puedes cancelarlas —afirmó ella
—No, Sally.
—No iré, Blaise. El doctor Snider dijo que no había ninguna Posibilidad de...
—El doctor Snider no es oftalmólogo. El especialista de Vancouver— me dijo
que te enviara.
¿De verdad? — preguntó ella, esperanzada.
La cogió por los hombros, para observar su rostro y le preguntó
¿Qué puedes perder?
Nada supongo, porque no puedo empeorar, ¿verdad? —razonó para añadir
con desaliento—: Pero, de todos modos, no puedo ir, Blaise yo no tengo dinero.
Y después de lo que ha pasado, mi madre no me dará nada.

Los billetes están pagados, ¡No , puedo permitir que hagas eso!
Está hecho. Y tu madre tendrá que aceptarlo
Estoy asustada, Blaise. Claro que lo estás. Es un riesgo enorme, Sally, pero
debes correrlo.
Haces que todo parezca tan sencillo... —dijo ella, mientras apoyaba la mano
sobre la pierna de Blaise—. Nunca hablé así con Rick confesó —. No sé por
qué...
Las circunstancias son distintas —afirmó él, con fastidio—después de todo, Rick
y tú estabais enamorados.
Sintiendo el calor de Blaise en los dedos, la chica pensó que había sido feliz con
Rick y que tal vez por eso no había necesitado hablar con él como con Blaise.
Quisiera poder convencerte de que Rick no vale nada.
Sorprendida por la violencia contenida que reflejaba la voz de Blaise, Sally
levantó el rostro, como queriendo mirarle, y compartir con él las dudas que
tenía. Pero antes de que pudiera hablar, Blaise la hizo tenderse sobre la manta,
junto a él, y comenzó a besarla.

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Parecía como si, con un beso, quisiera borrarle el recuerdo de Rick. Fue un
ataque contra el cual ella no tenía defensa alguna, ya que al primer contacto de
sus labios, Sally supo que eso era lo que estaba pidiendo al apoyar la mano
sobre el muslo de Blaise. Un intenso calor la envolvió hasta convertirse en llama
mientras él seguía besándola. Sally no nnecesitó escuchar la voz de Blaise para
saber que la deseaba, Y por vez primera sintió la urgencia de responderle, de
darle todo lo que pedía.
Cuando Blaise deslizó una mano por debajo de su blusa para acariciarle los
senos, ella le acarició el pecho, experimentando un placer indescriptible. De
pronto, Blaise se apartó un poco de ella y se quedó inmóvil.
— ¿Qué pasa, Blaise? —Preguntó, tocándole el rostro—. ¿Pasa algo malo?
Abruptamente, él la soltó, afirmando con brusquedad: —Esto es una locura. No
tenía por qué besarte así. — ¿No te... gustó?
—Claro que me gusta. No eres tan inocente, Sally. —No lo soy...
—Mira. Tú estabas comprometida con Rick, de modo que no actúes como si
nunca nadie te hubiera besado —la interrumpió, fastidiado—. Conociendo a
Rick, estoy seguro de que no eres la chica inocente que aparentas ser.
Con la blusa aún desabrochada, exponiendo la blancura de su cuello y
hombros, Sally se levantó furiosa.
— ¡Estás equivocado, Blaise Strathern! ¡Nunca hice el amor con Rick!
— Él me dijo que lo habíais hecho, Sally. Anonadada, dio un paso atrás y
afirmó: —Entonces te mintió.
— ¿Por qué habría de molestarse en mentirme?
— ¿Por qué? —Preguntó ella a su vez, golpeándose con un puño la rodilla—.
No lo sé, lo único que puedo decirte es la verdad: nunca hice el amor con Rick,
ni con ningún otro.
—En el caso de que así fuera...
—No me crees, ¿verdad? ¡No crees una sola palabra de lo que acabo de decir!
—No quiero seguir discutiendo, Sally —manifestó él, con impaciencia—. Soy yo
quien empezó y me disculpo. Dadas las circunstancias no debí hacerlo.

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— ¿Dadas las circunstancias? —inquirió ella, y Blaise no contestó—. Yo


responderé por ti —añadió—. Porque estoy ciega. Ibas a decir eso, ¿verdad?
— En parte, Sally, pero no por lo que tú piensas. No puedo explicártelo ahora.
Sally ya no le escuchaba.
— ¿Me llevas a casa, por favor? —preguntó sin ocultar su nerviosismo.
— Sí —hizo una pausa, después de la cual añadió—: Sally...
Ella levantó el rostro, repentinamente esperanzada, pero él sólo dijo:
— Pase lo que pase, quiero que recuerdes que estoy de tu parte. Sorprendida y
atemorizada, la chica ya no sabía qué creer. —¿En serio? ¿En serio estás de mi
parte, Blaise?
Le cogió un brazo con firmeza.
— Sí. Te lo prometo. —Quiero ir a casa—susurró ella.
Pensó que regresar a su casa significaba una nueva batalla con su madre. Era
una batalla que había supuesto tendría que librar sola, pero cuando el coche se
detuvo frente a la mansión, Blaise anunció:
— Entraré contigo. Bridget abrió la puerta.
— ¡Oh! ¡Sally, querida! ¡Estaba tan preocupada! Tu madre está furiosa —esto
último lo dijo en un susurro.
— ¿Dónde está la señora Hart? —preguntó Blaise, con frialdad.
— Aquí estoy, señor Strathern. Tu aspecto es terrible, Sally. ¿Qué diablos has
estado haciendo? ¿Trataste de fugarte con él?
Antes que la joven respondiera, Blaise dijo:
— Se equivoca, señora Hart. Mañana llevaré a Sally a Toronto para que la vea
un especialista; existe la posibilidad de una operación.
— ¡De ninguna manera!
— Creo que comprobará que su hija lo ha decidido por sí sola.
— No habrá operación —afirmó, con ira, la señora Hart—. Ya le he dicho a Sally
que no estoy dispuesta a pagar por ninguno de sus ridículos planes.
— Yo me haré cargo de los gastos.
Sally se sentía tensa al percatarse de que, por primera vez, Lorna se había
encontrado con la horma de su zapato.

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— Comprendo —dijo su madre, con engañosa calma—. ¿Y qué recibirá a


cambio, señor Strathern?
— ¡Mamá! —exclamó Sally, llevándose las manos al rostro encendido—. No es
lo que tú piensas. Sólo quiere ayudarme.
— Realmente, tienes mucho que aprender, hija —dijo Lorna, riendo con
crueldad—. Tu ingenuidad es encantadora, pero está un poco fuera de lugar.
— No toleraré sus insinuaciones, señora Hart —afirmó Blaise, molesto—. Me
siento responsable de Sally por lo que Rick hizo. Eso es todo.
Sally dudó por un momento respecto a cuál de los dos tenía razón.
— El señor Strathern tiene razón, mamá. Esto es tan sólo un acuerdo de
negocios. Y, sin importarme quién pague, iré.
— Me disgusta tu actitud desafiante —le respondió Lorna.
— Lo siento, pero estoy luchando por algo que es importante para mí.
—Comprendo —afirmó la mujer—. Si estás dispuesta a hacerlo, Sally, no quiero
que el vecindario se entere de que no puedo sostener a mi hija, de modo que
pagaré los gastos. Su dinero no será necesario, señor Strathern.
— Perfecto —replicó él—. Te recogeré mañana a eso de las ocho y media de la
mañana, Sally. El avión sale a las diez y tengo que internarte en el hospital en
cuanto lleguemos a Toronto.
—Gracias —respondió la chica, sorprendida por el tono impersonal que había
adoptado él, suponiendo que, delante de su madre, no la tocaría. Y así fue.
— Buenas tardes, señora Hart —se despidió con formalidad—. Y Acuerda la
promesa que te hice, Sally.
Cuando la chica oyó que la puerta se cerraba, quiso salir corriendo tras él.
—¿Cuáles son las posibilidades de esta operación? —preguntó la madre.
— No lo sé. Los médicos podrían incluso decidir no operar —constó Sally,
angustiada.
Todo esto es ridículo —afirmó Lorna, con ira—. Como dije una vez, este
hombre parece estar dispuesto a alentarte en vano. Pero es evidente que ya no
me escuchas.

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—Tengo que intentarlo —dijo la joven con terquedad, temiendo que su madre
tuviera razón—. ¿Te importaría decirle a Bridget que me ayude a hacer el
equipaje? —sabiendo que por lo menos había ganado una batalla pequeña, Sally
subió por la escalera.
Veinticuatro horas después, la enfermera le preguntaba alegremente.
— ¿Tiene todo lo que necesita, señorita Hart?
— Por favor, llámame Sally —contestó, correspondiendo a la amabilidad con
que la otra la había tratado.
— Y yo soy Anita. Estaré las próximas dos semanas en este turno, de modo que
estaremos juntas a menudo. De paso le diré que está bajo el cuidado del mejor
médico que tiene este hospital. Si se puede hacer algo, el doctor MacAuley lo
hará. Si necesita algo, toque el timbre. El horario de visitas termina a las nueve y
vendré a esa hora a prepararla para la noche. Seguramente dormirá bien, ha
tenido un día agotador.
La jornada había sido agitada, desde la fría despedida de su madre y el cálido
abrazo de Bridget, hasta la confusión del aeropuerto de Toronto y los trámites
de ingreso al hospital. Pero Blaise había permanecido a su lado, guiándola.
La enfermera salió de la habitación y Sally la oyó hablar en el pasillo con Blaise.
La chica se acomodó en la cama. Se había puesto el camisón más bonito que
tenía. Oyó que Blaise entraba en la habitación y sonrió.
—Hola.
— Estás guapísima —afirmó él, con un tono extraño en la voz.
Sally se sonrojó y, preguntándose si él estaría observándola detenidamente, le
sugirió apoyando una mano sobre la cama:
—Ven. Siéntate.
—Te he traído unas flores.
— ¿Qué flores son? —preguntó mientras recordaba que un año antes, en un
lejano hospital, Rick le había regalado un ramo de claveles.
— Rosas rojas. Son por tu valor y por la promesa que te hice.
—Oh... —Sally no supo qué decir. Las rosas rojas eran símbolo de amor, y los
dos lo sabían.

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—Cuando todo esto haya terminado, Sally, irás a pasar un par de semanas en la
casa de verano de mi padre, en las montañas Gatineau. Ya lo he arreglado.
Después de la operación no podrás viajar enseguida. Eso te dará la oportunidad
de recuperarte.
— Pareces estar muy seguro de que me operarán.
— Supongo que sí.
Él permaneció en silencio y, tras unos instantes, ella preguntó, frunciendo el
ceño:
— ¿Pasa algo malo, Blaise? Estás muy callado.
— Hay algo que debo decirte.
— ¿Qué es? —inquirió la chica, atemorizada.
— Salgo esta noche de viaje, Sally. Estaré fuera de aquí por lo menos una
semana.
— ¿Eso quiere decir que no estarás aquí mientras el médico esté haciéndome las
pruebas, y tal vez operándome? —preguntó, al saber que no contaría con su
única fuente de seguridad.
—Lo lamento, Sally, mucho más de lo que puedo expresar...
— Yo contaba con que tú estarías aquí —dijo ella, ocultando su rostro entre las
flores a la vez que confesaba—: Te necesito.
—Lo siento —murmuró él, cogiéndole las manos—. Déjame explicarte, Sally. Te
dije que soy arqueólogo, ¿verdad? Pues bien, hay una excavación en el norte,
donde se investiga la posibilidad de que los vikingos hubieran desembarcado
allí. El hombre que debió concluir el trabajo sufrió un ataque cardíaco. Así que
me llamaron ayer Por teléfono para que le sustituyera. Hay mucho trabajo y
dinero en esa expedición y, créeme, es muy importante. Me necesitan por lo
menos para organizar un poco las cosas.
Ella escuchó, perpleja, la explicación, y luego preguntó:
— ¿Sabías esto desde ayer?
—Sí.
—¿Por qué no me lo dijiste? Pensé que estarías todo el tiempo aquí.

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— Lo sabía. No te lo dije, Sally, porque temí que no quisieras venir —respondió


con firmeza.
— Me engañaste—susurró la chica.
—Tuve que hacerlo, Sally. ¿No lo entiendes? No tenía otra solución.
— ¿Y me pides que confíe en ti? —replicó ella, hundiendo el rostro en la
almohada.
Cogiéndola por los hombros, y casi sacudiéndola, Blaise le ordenó:
— Respóndeme a una sola pregunta. Si te lo hubiese dicho ayer, ¿habrías
venido hoy aquí?
Sally luchaba por soltarse de sus manos.
— No lo sé. ¿Cómo podría saberlo?
— No creo que hubieses venido —afirmó él, en voz alta—. Y yo no estaba
dispuesto a correr ese riesgo. Por lo menos estás aquí, Sally, y el doctor
MacAuley te examinará.
— No tengo por qué quedarme —sollozó—. Me iré y... — ¿Cómo?
La pregunta la interrumpió. Perdió fuerzas. Sin embargo, con toda la amargura
que implicaba un año de dependencia de los demás, capituló.
—Has cubierto todas las posibilidades, ¿no? Sabes que no puedo irme sin ti. De
modo que estoy atrapada aquí.
—Será para tu bien, Sally. Aun en el peor de los casos, si no es posible operarte,
por lo menos te habrás liberado lo suficiente de tu madre como para regresar a
casa e ingresar en la universidad.
—Vosotros, los Strathern, sois todos iguales. Primero Rick, ahora tú...
—¡Basta, Sally! Sabes que no hay comparación...
— Ah, sí. Olvidaba que no te gusta que te comparen con Rick —afirmó la chica,
sollozando—. Vete, por favor, Blaise. Estoy cansada.
—Lamento haberte disgustado, Sally —dijo él, con tristeza—. Pero sabes que
todo lo hago por tu bien... Estaré pensando en ti y volveré lo más pronto
posible. Prometo que no tardaré más de una semana.
Ella deseaba que él se fuera, aunque también quería que la abrazara.

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Blaise le dio un beso fugaz en la mejilla, se levantó de la cama y ella notó que
quería decirle algo. Aguardó, tensa, pero sólo oyó sus pasos alejarse y luego la
puerta al cerrarse.
Sally se llevó las manos a la boca, para evitar gritar el nombre de Blaise y
rogarle que volviera. La habitación estaba en silencio y vacía. Cuando se dio la
vuelta en la cama, para ocultar su rostro en la almohada, percibió el aroma de
las rosas.

CAPÍTULO 5
PASADO el tiempo, Sally recordaría las tres semanas transcurridas en el
hospital como una serie de sensaciones definidas, separadas por espacios de
tiempo que le parecieron interminables. Recordaba la voz suave del doctor
MacAuley haciéndole una pregunta detrás de otra. Según él, había un setenta y
cinco por ciento de probabilidades de éxito al efectuar la operación y, sin
reflexionar demasiado, Sally accedió a ésta. Recordaba al salir de la anestesia las
drogas para mitigar el dolor, y luego el tiempo de espera en la oscuridad, sus
ojos cubiertos nuevamente por vendas, mientras su cuerpo luchaba por
mantener la calma, que era un factor importante para su curación. También
recordaba el interés de las enfermeras, y la dolorosa sensación de que a pesar
del interés de ellas y del médico, y del telegrama enviado por Loma, estaba sola.
— Blaise había dicho que pensaría en ella y que regresaría al cabo de una
semana, pero diez días después no había recibido noticias suyas.
Inevitablemente, Sally comenzó a preguntarse durante las horas que
permanecía acostada en el cuarto en penumbra, si Blaise no la habría engañado.
La promesa de que estaría junto a ella no parecía tener un significado claro a
juzgar por el abandono absoluto en que se hallaba. Todos sus cuidados y la
insistencia de que se librase de la pasividad en que se había mantenido,
parecían parte de un juego al que él la había sometido.
La primera semana en el hospital, le echó de menos y se hacía la ilusión de que
escuchaba los pasos familiares de Blaise y su voz. Pero, a medida que los días
pasaban, el dolor y el desengaño tomaron el lugar de esa esperanza, mientras el

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resentimiento cobraba fuerza. Sally le había imaginado diferente a Rick, pero


parecía ser como él.
En ambos casos el resultado había sido para ella el mismo: el abandono en los
momentos más difíciles. Casi empezaba a temer el retorno de Blaise. No quería
oír explicaciones ni excusas, afirmaciones que ella no podría creer.
Finalmente, llegó el día en que las vendas le fueron retiradas y, para Sally se
produjo el milagro de la vista recuperada. Nunca había visto nada más hermoso
que la austeridad de la habitación del hospital, y el doctor MacAuley, satisfecho
por el éxito de la operación, le pidió que no se sobreexcitara.
Siguieron más días de descanso y recuperación física tras la intervención
quirúrgica, sin visitas y con el constante silencio por parte de Blaise. Ella había
ansiado que él fuera lo primero que viese al recobrar la vista, pero al parecer, al
llevarla a Toronto, Blaise había cumplido con su obligación y ya no quería más
responsabilidad en el asunto. No deseaba verla. Para él, era un capítulo
acabado. Sally no podía llegar a ninguna otra conclusión.
Anita, la enfermera del turno vespertino, que resultó ser tan atractiva como
Sally la había imaginado, le había asegurado a la joven que todo estaba listo
para su viaje a las montañas Gatineau.
— Un coche con chófer vendrá por ti esta tarde —indicó Anita, visiblemente
impresionada por el hecho.
Para Sally, la noticia fue más atemorizante que alentadora, ya que a menos que
Blaise fuera en ese vehículo, ella sería lanzada a un mundo de desconocidos.
Sally y Rick habían estado juntos en la costa oeste, por lo que ella no conocía a
los padres del muchacho. A pesar de todo, para darse valor, se puso el traje que
había utilizado para salir con Blaise, aparentemente siglos atrás; se maquilló y
se cepilló el cabello hasta hacerlo brillar. Era temprano aún, por lo que encendió
la radio y se quedó de pie junto a la ventana de la habitación. No oyó los Pasos
que se acercaban, sino solamente una voz profunda que le resultó familiar:
—Hola, Sally.
Sintiendo que todo su resentimiento se desvanecía para ser sustituido por un
intenso placer porque él había vuelto, la chica se volvió, sonriendo. Pero la

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sonrisa desapareció al pensar que no había imaginado a Blaise como estaba


viéndole ahora: su rostro sería más masculino, su cabello más abundante, sus
ojos más azules y brillantes... y la verdad la estremeció. No era Blaise la persona
que acababa de entrar, sino Rick.
Se aferró al borde de la ventana y, rápidamente caminó hacia adelante mientras
él la miraba con preocupación. — ¿Estás bien? Lo siento. No quise asustarte.
— Sí... sí. Estoy bien. Es que... me sorprendió verte. Eso es todo.
— Me imagino que sí —afirmó él, con calma y mirándola con intensidad—.
Quiero hablarte al respecto en el trayecto a casa. ¿Estás preparada para salir?
Blakeney está afuera, con el coche, y creo que lo tiene mal aparcado. Es mejor
que nos demos prisa.
Ella indicó dónde estaba su maleta y cogió el impermeable. Ya había cumplido
los trámites de salida, y se había despedido del doctor MacAuley y las
enfermeras. Sintiéndose extraña, precedió a Rick fuera de la habitación en la que
pasara tantas horas de soledad. Al caminar, procuró no pensar en su felicidad al
suponer que Blaise había vuelto ni en su desilusión al comprobar su error.
Bajaron, y salieron al sol del comienzo de verano. Sally se puso las gafas oscuras
que el doctor MacAuley le había entregado y se sintió agradecida por todo lo
que sus ojos le permitían ver. Miró hacia el cielo azul, preguntándose si de ese
color serían, realmente, los ojos de Blaise. Suspiró, impaciente, pensando que
debía dejar de pensar en él. Había desaparecido de su vida tan rápidamente
como había aparecido. Además, ahora estaba con Rick, a quien había amado un
Año antes...
El chófer estaba de pie, junto a una limousine, dispuesto a tomar la maleta que
Rick llevaba. Tocándose la gorra con la mano, en un gesto nada servil, el
hombre saludó:
— Buenas tardes, señorita.
Sally le miró con curiosidad, advirtiendo al mismo tiempo la impaciencia de
Rick, que no trataba a los sirvientes como personas.
—Usted me resulta familiar —dijo la joven.
Sonriendo, el chófer respondió:

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—No sabía si me reconocería, señorita Hart. Soy Sam Biakeney, del equipo de
fútbol de la universidad. Empezaba a estudiar Derecho.
— Por supuesto que te recuerdo y, por favor, llámame Sally —pidió ella,
sonriendo. Mientras estuvo en la universidad no desarrolló actividades fuera
del plan de estudios, por lo que no conocía muy bien a Sam. Recordaba que
estaba comprometido con Lisa Dewitt, una atractiva rubia con uno de los más
altos coeficientes intelectuales de la universidad.
— Lisa está trabajando en Ottawa —explicó Sam, como si hubiese adivinado los
pensamientos de Sally—. Así que me busqué un trabajo para el verano y tuve la
suerte de conseguir éste. Me alegro de que tu operación haya resultado bien —
agregó, con timidez.
— Gracias, Sam...
— Es mejor que nos vayamos, Sally —interrumpió Rick, con impaciencia—. El
viaje es largo y nos están esperando.
Pero Sally ya no era la joven sumisa de un año antes. Con calma, y tomándose
tiempo para hacerlo, continuó hablando con el joven.
— Me gustaría verte otra vez, Sam, en cuanto me haya instalado, para que me
cuentes las últimas novedades de la universidad.
—Claro que sí. Lo haré encantado —replicó Sam, mientras abría la puerta
posterior del vehículo.
Sally y Rick se acomodaron en el asiento de atrás. Sam se sentó al volante,
separado de ellos por un cristal. Con suavidad, el automóvil se puso en marcha.
— Será un viaje de tres horas —explicó Rick, con clama, aunque Sally sabía que
él estaba aún molesto porque había hablado con Sam—. ¿Quieres descansar?
— No —respondió ella y, en un esfuerzo por conversar, añadió—: Es
maravilloso estar fuera del hospital.
—Supongo que sí.
Hubo un silencio, pero negándose a sentirse humillada, la chica prosiguió:
— ¿Cómo son tus padres, Rick? No llegué a conocerlos. Oh... papá es un ex
ministro, miembro del Senado y presidente honorario de un par de compañías.
Normalmente no está en Hardwood, está siempre muy ocupado. Mamá pinta,

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lee y es visitada por los vecinos. Su salud es muy delicada y debe cuidarse.
Estoy seguro de que te van a gustar.
— Es muy amable por tu parte tenerme en la casa.
— Fue idea de Blaise, según tengo entendido —replicó Rick con cierta malicia.
Está allí? —inquirió Sally, intentando aparentar naturalidad.
— ¿Quién? ¿Blaise? No. Todavía está en el norte, según sé. Sigue revolviendo
tumbas antiguas.
— ¿Por qué no te cae bien Blaise? —preguntó ella.
—Tú le conoces, ¿no?
— Esa respuesta no es suficiente —respondió Sally, sintiendo absurdamente
que debía defender a Blaise.
—Oh. Siempre está tan seguro de sí mismo, es tan dominante... No me digas
que te gustó.
— De no haber sido por Blaise —afirmó Sally—, aún estaría sentada en la sala
de mi madre, ciega, aburrida. No habría venido a operarme si él no me hubiera
traído. De modo que con él tengo una deuda de gratitud que jamás podré
pagarle.
—Gratitud —repitió Rick, irritado—. Siempre fue bueno para organizar la vida
de los demás. De todos modos, creo que debe sentirse satisfecho por la
recuperación de tu vista, ¿no es así?
— No creo que lo sepa. Se fue al norte antes de la operación y no he sabido
nada de él desde entonces.
—Es típico de Blaise. Cuando empieza a seguirle la pista a alguien que vivió
hace mil años, no se puede contar con él. El siglo veinte no existe para él.
Rick acababa de confirmar algo que ella ya se imaginaba, pero las palabras que
había utilizado la habían hecho daño.
Mirándola con suspicacia, Rick le preguntó:
— Eso te molesta, ¿verdad?
— Supongo que sí —respondió la chica con lentitud. En un esfuerzo por
distraerse, le miró con intensidad, procurando descubrir los posibles cambios

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que se habían producido en él en el año transcurrido. De pronto, decidió


plantear las cosas sin titubeos.
—Al parecer, en una crisis, no se puede contar con ninguno de los hermanos
Strathern.
— ¿Recuerdas que te dije en el hospital que quería hablar contigo? —Preguntó
él, con interés—. Ahora puedo contarte la verdad, Sally. Hasta ahora no había
podido hacerlo. ¿La verdad de qué?—De por qué tuve que dejarte hace un año,
romper nuestro compromiso.
Sally sintió que la ira se apoderaba de ella.
—Aquel día me dijiste el porqué. Me explicaste que habías sido ascendido y
trasladado y que una esposa ciega no encajaba en tus planes.
Él se inclinó hacia adelante, colocando un brazo sobre el respaldo del asiento,
mientras ella se esforzaba por mantener las manos quietas, sobre su regazo.
—Eso fue lo que te dije sí. Eso fue lo que tuve que decirte — afirmó él, sin la
seguridad ni el tono de voz de Blaise.
—No sé qué es lo que quieres decir, Rick —dijo ella, aparentando tranquilidad.
—Permíteme ser franco contigo, aunque temo que te dolerá, Sally...
—Soy más dura que antes —interrumpió la chica.
—Lo he notado —replicó él, sonriendo como a ella siempre le había gustado—.
Has crecido, ¿no es verdad, Sally? Hasta estás más guapa.
—Pero no estamos hablando de mi belleza ni de mi madurez protestó la chica,
tensa.
—Muy bien —comenzó a decir Rick—. Mientras estabas en el hospital y
después de que los médicos hubieran diagnosticado tu ceguera, tu madre fue a
verme. Me dijo que quería que rompiera el compromiso.
— ¿Porqué? —preguntó Sally, perpleja.
El le cogió las manos, aunque ella casi no lo advirtió.
—Aclaremos algo antes, Sally. Yo te amaba y quería que fueras mi esposa.
Naturalmente, me sentí muy mal por tu ceguera, pero eso no cambió las cosas
respecto a mí. Quería casarme contigo. ¿Me crees? Ella se encogió de hombros,
rogándole, con la mirada, que prosiguiera.

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— Pero tu madre me obligó a ver las cosas de otra manera. Me dijo que
necesitarías cuidados constantes, que no podría dejarte sola, que no podrías
salir sola, tampoco ser la anfitriona en una cena ni invitada a ninguna recepción.
También estaba el problema de tener niños. ¿Cómo habrías podido cuidarlos?
Me hizo comprender que nuestro matrimonio habría significado para ti una
terrible carga, algo que no podrías soportar.
— ¿Y te lo creíste? —preguntó ella, inmóvil.
— ¿Qué otra solución tenía? Ella consideró que el único lugar para ti estaba en
tu casa, porque era un terreno familiar para ti y porque Bridget podría ayudar a
cuidarte. No creo que haya sido una decisión fácil para tu madre, porque ella
podía habernos animado para que nos casáramos y así librarse del problema.
Pero estaba convencida de que el ambiente familiar y los cuidados suyos eran
todo lo que necesitabas. Y estaba dispuesta a sacrificar algo de su propia
independencia en aras de todo eso. Nunca admiré tanto a tu madre como ese
día.
Rick sacó un cigarrillo y lo encendió.
—Cuando comprendí que estarías mejoren tu casa, supe que debía romper
nuestro compromiso, y fue lo más difícil que había hecho en mi vida, Sally. El
ascenso estaba pendiente hacía algún tiempo, pero la posibilidad de ir a Quebec
fue pura coincidencia. La acepté y utilicé como razón para romper nuestro
compromiso. No podía decirte la verdad —miró hacia afuera y, al volverse
agregó—: Pensé de corazón en tu bienestar, Sally. Es todo lo que puedo decir.
Sally estaba confundida por lo que acababa de escuchar. Loma pudo,
efectivamente, haberse conducido así. Por vez primera se preguntó por qué
había permitido que las cosas ocurrieran así.
— Al menos di que me crees, Sally.
— Supongo que no tengo otro remedio. Pero debes darme tiempo para
pensarlo, Rick. Estoy muy impresionada. Primero te veo otra vez, y ahora
escucho todo esto.
Ella miró hacia abajo y vio que estaban cogidos de la mano, lo que le impidió
advertir el destello calculador en los ojos de Rick.

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— Por supuesto, querida —dijo con suavidad—. En cuanto me enteré de que


irías a Hardwoods organicé mi esquema de trabajo para poder estar contigo
todo el tiempo posible. Pero quería aclarar el punto de nuestro compromiso de
inmediato. Era muy importante para mí decirte la verdad.
—Gracias, Rick. Lo comprendo —replicó ella, apretándole la mano, antes de
que él la retirase—. ¿Te importa si trato de dormir un poco? Todavía me canso
mucho, y el doctor MacAulay me dijo que procurara no fatigarme.
—Por supuesto que no me importa —respondió él—. El asiento es reclinable y
hay una almohada ahí atrás. Ponte cómoda.
Sally se recostó, cerró los ojos, aliviada, y dejó de pensar en todo lo que Rick le
había dicho. Arrullada por el movimiento del coche se durmió.
Un rato después, Rick la despertó.
— Ya casi hemos llegado, Sally. Faltan unos diez minutos. — ¿Ya?—murmuró
ella.
— Has dormido casi tres horas —dijo él, riéndose.
Sally cogió el bolso y rápidamente se peinó y retocó el maquillaje. Enseguida
miró hacia afuera y vio que ya no estaban en la ciudad sino avanzando por una
carretera secundaria, dentro de una vasta propiedad rural.
Mientras la ayudaba a descender cuando llegaron, Rick le dijo, con naturalidad:
—Todo esto será mío un día. Entremos para que conozcas a mis padres. Falta
aún media hora para la cena. Papá insiste en cenar siempre a la misma hora, de
modo que podremos tomar un aperitivo. Sam se ocupará de tu maleta.
Volviendo la cabeza, Sally hizo un guiño a Sam antes de seguir a Rick hasta la
elegante puerta principal. Él la hizo pasar, conduciéndola a través de un amplio
salón hasta la sala.
Al principio, pensó que la sala estaba vacía, pero de pronto escuchó una voz,
proveniente de detrás de un biombo estilo oriental, que decía, con tono
petulante:
—Charles, por favor, tráeme otra copa. No sé adonde fue Stepton.
— Soy yo, Rick, mamá. He traído a Sally.

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—Así que ya has vuelto, querido —dijo la voz—. ¡Maravilloso! Ven. He tenido
un día agotador y sólo quiero descansar.
Louise Strathern tendría probablemente la misma edad que Loma Hart, pero no
se parecía en nada. Louise tenía el pelo negro y lo llevaba recogido, haciendo
resaltar su hermoso perfil, muy parecido al de su hijo. Sus ojos eran grises, y sus
labios estaban pintados llamativamente. Llevaba un vestido drapeado y las
esmeraldas brillaban alrededor de su cuello.
Rick hizo las presentaciones y una lánguida mano con las uñas pintadas de rojo
se extendió hacia Sally.
—Estoy encantada de que estés con nosotros, querida —murmuró Louise—.
Espero que tengas una agradable estancia.
—Gracias. Es muy amable por su parte permitirme estar aquí, señora Strathern.
— No te preocupes, querida. Eres amiga de Blaise, ¿verdad?
— Bueno... sí. Fue él quien...
— Eso me pareció —se notaba una indudable satisfacción en la voz melosa.
Rick interrumpió:
— Hace un año Sally estaba comprometida conmigo, mamá. —Oh, sí, ya
recuerdo —dijo Louise, examinando una de sus perfectas uñas ovaladas—.
Pareces muy joven, Sally; estoy segura de que fue una sabia decisión anular tal
compromiso.
Sally cambió de tema.
— ¿Ha sabido algo de Blaise, señora Strathern?
— Por favor, querida, llámame Louise. Señora Strathern suena demasiado
formal, ¿no crees? ¿Blaise? ¿Por qué debería haber tenido noticias suyas?
— Bueno, porque se supone que regresará aquí cuando termine su trabajo en el
norte.
— Quizá... pero no lo sé. Hace años que desistí de seguirle la pista. Rick,
querido, consígueme otra copa. Sabes prepararla como a mí me gusta. Y tal vez
la amiguita de Blaise quiera tomar algo también.

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— Blaise me dijo que estaría fuera sólo una semana, y ya hace un mes que se
marchó. ¿No le preocupa pensar que le puede haber ocurrido algo? —inquirió
Sally.
— ¡Cielo, no! Blaise puede cuidarse solo. Lleva una vida horrorosa, querida,
siempre tratando de desenterrar cosas que en mi opinión estarían mejor bajo
tierra.
— ¿Tiene usted una dirección o un número de teléfono donde se le pueda
localizar? —insistió la joven.
— Creo que se fue a Newfoundland, ¿o eso fue la vez anterior? —con alivio,
Louise sonrió al recién llegado—. Oh, aquí está Charles, pregúntale a él.
Sally ya sabía que Charles Strathern era el padre de Blaise y Rick, y que su
primera esposa había sido la madre de Blaise. Ahora, mientras caminaba hacia
ella con la mano extendida, vio con tristeza unos ojos azules... seguramente
iguales que los de Blaise.
— ¿Qué querías preguntarme, jovencita?
Charles Strathern tenía sesenta años. Su pelo era canoso, y se conservaba muy
bien físicamente.
— Me preguntaba si usted sabría cómo podría ponerme en contacto con Blaise.
Ante la sola mención del nombre de su hijo mayor, el brillo de aquellos ojos
azules desapareció.
— Me temo que no hay teléfonos en el lugar donde se encuentra. ¿Puedo
ofrecerle una copa, señorita Hart? ¿O puedo llamarla Sally? —consultó su reloj
de pulsera—. Faltan catorce minutos para que sirvan la cena, así que hay
tiempo.
Era evidente que el tema de Blaise no se mencionaría más. La cena fue deliciosa,
pero interminable, y Sally sentía un fuerte dolor de cabeza. Al levantarse todos
de la mesa, Rick observó: —Pareces cansada, Sally. ¿Quieres retirarte a tu
habitación? Ella le sonrió, agradecida.
— Sí, por favor. Con permiso, Louise.
— Por supuesto, querida. Nunca me levanto antes del mediodía, Pero estoy
segura de que lo pasarás muy bien por la mañana. Stepton se encargará de ti.

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— Está bien, mamá. Indicaré a Sally el camino —expresó Rick sin darle
importancia.
— Puedo encontrar mi habitación sola, Rick. — ¿Qué habitación es la suya,
mamá?
— La de la parte derecha, querido, ya que Blaise no está.
— Creo que te excediste en tu preocupación por Blaise, tarde o temprano mamá
se dará cuenta de que eres mi amiga, no la de él — hizo notar Rick al salir del
comedor.
— ¿No puedo ser amiga de los dos? —inquirió la chica.
— ¡No, no lo puedes! —¿Porqué no?
— Blaise y yo jamás hemos compartido nada. —Quizá sea el momento de
comenzar a hacerlo.
— Pero no en tu caso, Sally.
Ninguno de los dos había elevado la voz, sin embargo, a Sally le pareció que
gritaban.
— Esta discusión no nos conduce a ninguna parte. Te veré mañana. ¿A qué hora
vuelves del trabajo?
—Tengo una reunión a la una y media... digamos que estaré aquí a las cuatro.
— Bueno, gracias por todo. Buenas noches, Rick.
Aunque Sally trató de evitarlo, la boca de él encontró la suya. Fue un beso más
apasionado que de costumbre en Rick.
— Estás muy cansada, lo haremos mejor la próxima vez. Buenas noches, Sally.
Fue un alivio quedarse sola. Sin mirar apenas lo que la rodeaba, Sally se quitó la
ropa y se acostó, cayendo casi de inmediato en un profundo sueño.
CAPÍTULO 6
ALA MAÑANA siguiente, una criada despertó a Sally. Le llevaba el té en una
bandeja de plata. Bebiéndolo con lentitud, la joven comenzó a observar todo lo
que la rodeaba. La habitación era exactamente lo que Sally había soñado.
Se sirvió otra taza de té. El reloj de oro, decorado con cupidos, marcaba las
nueve y media. Rick y Charles ya se habrían marchado, y Louise, sin duda,
estaría aún durmiendo, lo que significaba que permanecería sola el resto de la

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mañana. Pensó en Rick. Si era cierta la intervención de Lorna en sus vidas, él


había roto su compromiso con la mejor de las intenciones. ¿Significaba eso que
todavía la amaba? La había besado la noche anterior. Un año atrás, incluso seis
meses antes, habría dado cualquier cosa por ese beso. ¿Por qué, entonces, no
había sentido nada la noche anterior? Ni placer ni deseo, tampoco rechazo.
Quizá é! tenía razón y todo se debió a que ella estaba muy cansada.
Llegó hasta ella el aroma de las rosas del florero. Blaise le había regalado rosas,
pero no blancas, sino rojas. Nunca sintió indiferencia cuando Blaise la besaba.
Pero él se había marchado dejándola, sin importarle... y habiendo estado sólo
veinticuatro horas en la casa, sabía que allí no había lugar para Blaise. ¿Por qué?
¿De quién era la culpa? No había cumplido con su palabra para con ella; quizá
había hecho tantas veces lo mismo con su familia que ya no se preocupaban por
él, ni les importaba su ausencia.
Saltó de la cama y se puso la bata y las pantuflas. Louise había dicho que la
habitación de Blaise se encontraba en esa parte de la casa; quizá dentro de su
habitación, Sally obtuviese una pista acerca de la Personalidad de aquel
hombre, que nunca había visto y que en cierta forma era un extraño, pero que se
había acercado mas a ella que ninguna otra persona.
El pasillo estaba desierto, y no se oía ningún ruido. Abriendo de par en par las
tres puertas siguientes, Sally descubrió lo que obviamente sólo eran
habitaciones para huéspedes. Sólo quedaba una puerta por abrir, situada al
final del pasillo. La abrió y entró, cerrando la puerta tras sí.
Al instante supo que la búsqueda había llegado a su fin, y tuvo la extraña
sensación de llegar a casa, de ser bienvenida. El cuarto expresaba la
personalidad de quien lo habitaba. Tres de las paredes habían sido pintadas en
gris perla, y la cuarta estaba cubierta por estantes con libros. Una vitrina con
cerámicas se encontraba situada entre las dos ventanas. Desde allí podían verse
los campos, el río y las colinas.
Había esperado encontrar una fotografía de Blaise, siquiera una del colegio o
del grupo de la universidad, pero la única foto que vio, colocada en un marco

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de plata, era la de una mujer de pómulos salientes y ojos profundos. Sally supo
de inmediato que se trataba de la madre de Blaise.
Sin apresurarse, eligió un libro y luego se vistió y bajó. Se sentó en el jardín un
rato y comió en compañía de Louise. Cuando la mujer se fue a visitar a una
amiga, Sally se quedó charlando con Sam. Por la tarde durmió un rato, se duchó
y se puso un vestido azul de punto y zapatos de tacón alto.
Cuando Rick entró en la sala, exclamó:
— ¡Merece la pena venir conduciendo desde la ciudad para esto! — Como si
estuviera en todo su derecho, atravesó la habitación y la besó en la boca—.
¿Cómo estás, querida? Te veo mucho más descansada. ¿Qué tal has pasado el
día?
Él parecía estar encantado de verla, de modo que la sonrisa de Sally fue quizá
demasiado cálida al responder:
—Muy bien, gracias.
— Me alegro mucho. ¿Te traigo algo de beber?
Fue una agradable compañía durante la cena y ella se sintió agradecida. Charles
y Louise habían sido invitados a jugar al bridge, por lo tanto se marcharon
después de cenar.
— ¿Así que ahora te tengo para mí solo? ¿Qué te gustaría hacer? Podríamos dar
un paseo en el coche, si te parece bien.
Sally recordó en ese instante el camión precipitándose hacia ellos, de manera
que contestó:
—No... No me parece bien.
Rick la abrazó.
—Lo siento, querida. ¿Crees que en algún momento olvidé que el accidente fue
culpa mía? ¿Crees que me lo he perdonado?
Pero había sido culpa suya, y ella tenía miedo de montar en un coche si era Rick
el que conducía.
— Preferiría no ir, Rick —murmuró—. ¿Por qué no andamos un poco?
—Comenzaba a llover cuando llegué...
A Sally le gustaba caminar bajo la lluvia, pero era evidente que a Rick no.

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— Lo sé. Entonces, ¿por qué no invitamos a Sam a venir a la ciudad con


nosotros? —sugirió—. Podríamos ir los cuatro, con Lisa; ella te caerá muy bien,
estoy segura.
— ¡Querida! —Exclamó Rick—. Sam es el chófer. Por un instante la chica pensó
que estaba bromeando. — ¿Tiene eso algo de malo? —inquirió, tajante.
— No estoy acostumbrado a ser visto en público con el chófer y su amiga.
— Sam es un buen estudiante y Lisa no se le queda atrás. Y, además, resulta que
son amigos míos.
— Deberías saber que ahora debo tener cuidado al elegir a los míos, Sally. No
quiero discutir contigo. Encendamos la chimenea en la biblioteca y escuchemos
música, no tenemos por qué salir.
Era una oferta de paz, y en contra de su voluntad ella la aceptó. Le siguió fuera
de la habitación. Al llegar a la biblioteca, comenzó a examinar los estantes de
libros. Pronto la leña crepitaba en la chimenea al tiempo que Bárbara Streisand
cantaba seductoras canciones de amor. Rick se disponía a apagar las luces
cuando Sally exclamó:
— ¡Espera un momento, Rick! Esas fotos son de la familia, ¿no es así?
— Sí —respondió él, sin interés.
Sally se acercó y las miró detenidamente.
Charles y Louise en el jardín. Rick jugando al tenis, Louise, Charles y Rick en
una foto más formal y, finalmente, Rick sentado en los escalones de la entrada
principal. Eso era todo. Disimulando su extrañeza, preguntó:
— Si Blaise vivía en esta casa, ¿por qué no hay ninguna foto suya?
— Se fue de casa a los dieciséis años. — ¿Y porqué?
— No lo sé. Supongo que siempre fue un solitario y nunca se esforzó mucho
por adaptarse. No creo que papá le haya perdonado todavía por habernos
dejado.
— ¿Y cuándo volvió otra vez a casa?
— Diez años después, más o menos. Incluso ahora, rara vez permanece aquí
más de una semana.
— ¿Tiene otra casa?

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—Tiene una casa en los bosques, en alguna parte al norte de Toronto. Nunca he
estado allí, así que no sé exactamente donde está.
— ¿Se ha molestado alguien en llamar allí para saber si ha vuelto de su viaje?
—Por supuesto que no. ¿Por qué? —refunfuñó Rick.
— Porque es un miembro de tu familia.
— ¿Quieres dejar de repetir la misma canción? —explotó Rick.
— Nadie habla de él en esta casa. ¿Qué hizo para merecerlo?
—gritó ella.
— Dado que tú eres la única interesada, mejor se lo preguntas a él la próxima
vez que lo veas.
— Olvidas, Rick —replicó Sally con sarcasmo—, que nunca le he visto —Rick
tardó un momento en captar el significado de esas palabras, lo que le dio
tiempo a ella para arrepentirse de haberlas pronunciado—. Lo siento, Rick,
nunca debí haber dicho eso. ¿Pero te das cuenta ahora de por qué estoy tan
interesada en ver una fotografía suya? Él hizo que mi vida cambiara, y todavía
no he podido agradecérselo, y a nadie parece importarle dónde se encuentra.
— Está bien. Siento haber perdido la calma. Pero parece que lo único que
quieres desde que llegaste aquí es saber algo acerca de Blaise, y comienzo a
cansarme de tantas preguntas. Ven y siéntate a mi lado, junto al fuego, quiero
hablarte del negocio que he hecho hoy.
Ella sabía que ninguna de sus preguntas sería respondida. Pero no queriendo
discutir más, se sentó a su lado, y trató de demostrar interés en un tema que no
le interesaba lo más mínimo.
—Eres tan guapa... —dijo él con voz ronca—. Más que hace un año. No tienes ni
idea de lo mucho que te he echado de menos, Sally.
—También yo —replicó Sally, y era verdad—. A menudo me pregunté por qué
no podrías al menos haberme ido a ver de vez en cuando.
—Tu madre me hizo prometer que no lo haría; pensó que eso sólo te haría más
daño. ¿De veras me echaste de menos, cariño? —preguntó, acariciándole un
hombro.

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—Por supuesto que sí —contestó la chica, distraída, recordando la forma en que


Blaise se había enfrentado a su madre, diciéndole que derrumbaría la casa
ladrillo a ladrillo si se negaba a dejarle pasar.
— Me alegro. Porque eso significa que todavía te importo —expresó él,
deslizando una mano bajo el cabello de ella, y atrayéndola hacia sí con
sorprendente fuerza.
Sally parpadeó, volviendo a la realidad sobresaltada.
Rick...
El silenció toda protesta besándola como un experto, ignorando la tensión de su
cuerpo y su falta de respuesta.
Cuando levantó la cabeza, había fuego en sus ojos.
—Cálmate y disfruta. Nadie nos molestará aquí.
Ella lo intentó, porque después de todo se trataba de Rick, a quien había amado
no hacía mucho tiempo. Pero no funcionó. No había ni el más ligero rastro de la
dulzura de los besos de Blaise. Trató de separarse de él.
—¡Por favor, Rick, detente!
—Te amo, Sally. Nunca he dejado de quererte.
Eso tenía que terminar. Con toda calma de que fue capaz, la chica
dijo:
— Rick, esto es demasiado para mí. Recuerda que permanecí sola durante el
año que estuve ciega, y todavía me estoy acostumbrando al hecho de haber
recuperado la vista. Es muy pronto para saber lo que siento por ti. ¡Sólo hemos
pasado unas pocas horas juntos!
— Necesito una copa —confesó él, dirigiéndose hacia el bar, y agregó—:
¿Quieres una?
—No, gracias —ella trató de cambiar de tema—. Louise me ha dicho que vais a
dar una fiesta mañana. Dime, ¿estoy invitada?
— Por supuesto. Le dije a mamá que serías mi compañera. Habrá unas veinte
personas, creo. Mi jefe y su esposa: Gerald y Joan Thurston, algunos amigos y
socios de papá. Quiero que Gerald se lleve una buena impresión de ti, ha
comenzado a insinuar que debo

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establecerme.
Gerald y Joan Thurston fueron los primeros en llegar a la fiesta y enseguida
repararon en Sally. Gerald era de constitución fuerte y de estatura baja. Su
esposa, arreglada con exageración, tenía la mirada más fría que Sally había
visto, junto con una memoria semejante a la de una computadora respecto a
todo lo referente a las relaciones entre las «mejores» familias. Pronto llegó a la
conclusión de que el árbol genealógico de Sally era aceptable, y enseguida
perdió el interés por ella, dejándola a merced de las exageradas atenciones de
Gerald.
— Eres adorable, querida —murmuró Gerald—. Rick es un joven muy
afortunado. Me estuvo hablando de la tragedia de vuestro compromiso, y me
alegro de veros juntos otra vez. Un muchacho encantador, llegará lejos. ¿Sería
prematuro felicitarte?
— Así es —respondió la chica con sequedad.
— Sigue mi consejo, no esperes demasiado. Rick es un buen partido, no dejes
que se te escape.
Permanecer en la reunión comenzó a significar un gran esfuerzo para Sally, ya
que aún se cansaba con facilidad. El humo de los cigarrillos le irritaba los ojos y
la mayor parte de la conversación se basaba en chismes que no le interesaban.
Por fin se retiraron los últimos invitados. Con un suspiro teatral, Louise dijo
que tendría que descansar dos días para recuperarse. Charles la siguió fuera de
la habitación, dejando solos a Rick y Sally.
—¡Les has caído muy bien a Gerald y Joan! —exclamó Rick. Sally no podía
imaginar que a Joan le cayera bien nadie, aunque se abstuvo de decirlo.
— Él parece creer que nuestro compromiso es un hecho consumado.
— Bueno, lo es, ¿no crees? Sé que terminarás por aceptarme. —Me gustaría que
no estuvieses tan seguro, porque no...
—Me pondré de rodillas, si es eso lo que quieres. De veras, Sally, estoy ahora
más enamorado de ti que nunca, y quiero que seas mi esposa. ¿Te casarás
conmigo, cariño?
—No puedo, Rick. Ahora no.

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— ¿Qué quieres decir con «ahora no»? —inquirió.


—No estoy preparada.
—Lo estabas hace un año.
—Lo sé. Pero en un año me han sucedido demasiadas cosas, y he tenido que
aprender a arreglármelas sin ti. Debes darme tiempo, Rick.
—Realmente has cambiado.
—Claro que sí, fue inevitable.
Las facciones de él se endurecieron.
— Creo que aquí hay algo que salta a la vista... ¿sucedió algo entre Blaise y tú?
A su mente llegó el recuerdo del canto de los petirrojos en la colina, mientras
Blaise la besaba; en cinco minutos él la había enseñado más acerca de la pasión
que puede encenderse entre un hombre y una mujer, que ningún otro hombre.
Dudó un segundo más de lo necesario, y Rick la cogió por los hombros, y le
preguntó:
—Tengo razón, ¿sucedió algo, no es cierto? Dime la verdad, Sally.
—No pasó nada importante. Me besó, sí. No tengo que disculparme ante ti ni
ante nadie por ello. Era, y lo soy, libre para besar a filien me plazca. Y eso no es
todo, Blaise me dijo dos cosas que no Pude entender. Primero, que no
conservabas mi foto, y segundo, que habíamos hecho el amor. Te di una foto
mía el día de tu cumpleaños,
¿Recuerdas? Y sabes tan bien como yo, que jamás hicimos el amor. ¿Por qué le
mentiste, Rick?
Él se volvió, cogiendo un cigarrillo.
— Blaise siempre ha tenido éxito con las mujeres. Cuando me dijo que iba a ir a
verte, tuve miedo de lo que pudiese hacer. Pensé que si le decía que habíamos
hecho el amor, se daría cuenta de que me pertenecías y no se acercaría a ti. Pero
no funcionó, ¿no es así, Sally?
— No —replicó ella—, reflejándose en su voz toda la amargura de las falsas
promesas de Blaise—. Sólo le hiciste pensar que sería una presa fácil.
—¿Y lo fuiste? Ella se sonrojó. —Te diré lo que le dije a él: ¡nunca he hecho el
amor con nadie!

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— Yo soy el que te hará el amor, Sally, no Blaise. ¿Está claro? Ella temblaba. La
pregunta de él no tenía respuesta, de modo que ella hizo una a su vez. — ¿Y la
fotografía?
— Romper nuestro compromiso fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida.
Después de eso no podía soportar mirarla porque sólo me recordaba lo mucho
que había perdido. Odio decirte esto, porque suena muy teatral, pero la tiré al
río. Nunca se lo dije a Blaise, porque se lo habría tomado a risa.
— Rick, no quiero que pienses que estoy enamorada de Blaise.
— Si tú lo dices...
— Pero en cuanto a ti y a mí, necesito tiempo.
Debido a que la cara de él estaba en la sombra, no pudo percibir la expresión
calculadora de sus ojos en ese momento. Vio en cambio, su encantadora e
infantil sonrisa.
— Por supuesto, cariño. Vale la pena esperar por ti, ¿no lo sabías? Con súbita
gratitud, ella descansó su frente en el pecho de él.
— Es mejor que te vayas a la cama, debes estar exhausta — sugirió. Conmovida
por su preocupación, le besó rápidamente en los labios.
—Gracias por comprenderme. Buenas noches, te veré mañana.
Los siguientes días, parecía como si Rick hubiese aceptado la necesidad de Sally
de esperar. Fue otra vez el compañero agradable de las primeras épocas,
cuando acababan de conocerse, haciéndola reír, y obsequiándole con
extravagantes regalos. Cuando tuvo que hacer un viaje de una semana de
duración a Vancouver, notó que le echaba de menos, ya que Charles y Louise
estaban pasando unos días en un balneario en Thousand Islands.
Se sentía mucho mejor, y todos los días daba largos paseos por los bosques y
campos que rodeaban la casa; su piel se había bronceado y había recuperado el
peso que había perdido en el hospital. Y siempre el milagro increíble de poder
ver... si no hubiese sido por su preocupación constante por Blaise, se habría
sentido completamente feliz.
Subía corriendo la escalera, dos días después de la partida de Rick, cuando sonó
el teléfono. Stepton, el mayordomo, respondió:

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— Hardwood. Habla Stepton... ¿Quién es...? —hubo un largo silencio e


inconscientemente, Sally se encontró esperando la próxima contestación —. ¿En
dónde se encuentra, señor? ¿En dónde... ? Quédese allí, señor. Mandaré a
Blakeney por usted... ¿Me ha oído, señor? ¿Señor Strathern...? —con lentitud,
Stepton colgó.
— ¿Pasa algo malo? —inquirió Sally, incapaz de ocultar su preocupación.
Stepton pareció no encontrar las palabras adecuadas para responder.
— No... no lo sé. Era el señor Strathern... —¿Rick?
— No, no... El señor Blaise.
La joven sintió que el corazón le daba un vuelco. — ¿En dónde está? ¿Se
encuentra bien?
— Está en la estación de ferrocarril.
Stepton parecía estar bastante preocupado; era la primera vez, desde que Sally
había llegado a Hardwood, que veía que alguien se preocupaba por Blaise.
Poniendo su mano sobre el brazo del hombre, preguntó:
— ¿Qué está haciendo allí?
— O está ebrio o se siente enfermo. Apenas pude comprender lo que me decía.
Le dije que enviaría a Blakeney a buscarlo.
— Iré con él.
— Oh, no, señorita, eso no estaría bien. Sally no hizo caso de sus protestas. —
¿En dónde está la estación?
— Blakeney lo sabe. Pero, señorita...
Sally ya había salido, y corría hacia el garaje, sobre el cual Sam tenía un
pequeño apartamento.
— No corras así, hace demasiado calor —dijo de buen humor.
— Sam, Blaise acaba de llamar por teléfono, está en la estación. Stepton piensa
que le ha pasado algo malo. ¿Podemos ir de inmediato?
— Seguro, pero, ¿qué diablos hace en la estación?
— No lo sé... ¡date prisa, Sam!
— Está bien, está bien. Iremos en el Chevrolet. —¿Qué distancia tenemos que
recorrer?

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— Cerca de quince kilómetros. ¿Por qué piensa Stepton que le ha ocurrido algo
malo?
— Dijo que Blaise estaba ebrio o enfermo.
— Bueno, pronto lo sabremos. Tranquilízate.
— Es más fácil decirlo que hacerlo.
La estación era pequeña, con un edificio pintado en un color anaranjado. No
había señales de vida.
El corazón de Sally latía muy deprisa. De pronto la joven experimentó un miedo
terrible y se agarró del brazo de Sam.
— ¿En dónde podrá estar?
— Hay una sala de espera ahí enfrente. Vamos a ver.
Todavía del brazo de Sam, recorrieron el edificio. Un hombre estaba apoyado
en una pared; debió haber oído sus pasos, porque se volvió para mirar, y con
evidente esfuerzo se enderezó, tratando de mantenerse en pie sin ayuda de la
pared.
— Sally. Oh, Dios, Sally, la operación no tuvo éxito —dijo al vera la joven con
gafas oscuras. Sally se detuvo. Era la voz que la había perseguido durante el
último mes y medio: Blaise había regresado. Se soltó del brazo de Sam y se
quitó las gafas para dejar al descubierto sus ojos. Comenzó a caminar hacia él.
—Bridget tenía razón —dijo con calma—. Tus ojos son del color del cielo en
verano.
Por un momento creyó que él se caería, y le cogió de los brazos.
—Gracias a Dios —musitó Blaise—. Pensé que la operación no había tenido
éxito, y que te había hecho pasar por todo eso para nada.
Cerrando los ojos, comenzó a desplomarse, y Sally gritó:
— ¡ Sam! ¡ Ven a ayudarme!
— No está borracho, sino enfermo. Lo mejor que podemos hacer es llevarle a
casa lo antes posible. Espera aquí con él, Sally. Iré por el coche.
Por un momento Blaise y ella se quedaron solos. La chica recorría con la mirada
aquel rostro de barbilla firme y amplia frente, ahora bañada de sudor, bajo un

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mechón de cabello rubio. Sus ojos estaban hundidos y el calor de la fiebre le


teñía las mejillas.
En un momento Sam estuvo a su lado, y entre los dos lo introdujeron en el
coche. La cabeza de Blaise colgaba a un lado, y Sally se dio cuenta de que él no
tenía idea del lugar donde se encontraba o hacia dónde le llevaban.
— Date prisa, Sam —pidió ella, con voz quebrada.
A toda velocidad recorrieron el camino de vuelta. Sam se detuvo lo más cerca
posible de la puerta.
— Voy a buscar a Stepton, quédate aquí con él.
Blaise estaba inconsciente, y su respiración era rápida. Los dos hombres lo
trasladaron al interior de la casa.
— Deberíamos llevarlo directamente a su habitación —dijo Sam en tono
autoritario—. Sally, el nombre del médico de la familia se encuentra en la libreta
que está al lado del teléfono, trata de comunicarte con él.
Corrió a hacer lo que le pedían, aunque las manos le temblaban. Al saber el
médico las condiciones en que se hallaba Blaise, comentó con calma:
—Probablemente sea una recaída de malaria, ya le ha sucedido otras veces.
Estaré allí dentro de un cuarto de hora.
Volvió a subir, cruzándose con Stepton en el camino.
— ¿Cómo está? —preguntó, ansiosa.
— Consciente otra vez, señorita, pero muy inquieto.
Subió corriendo el resto de la escalera, y atravesó el pasillo hasta llegar a la
habitación de Blaise.
— Sally —murmuró con voz débil pero completamente lúcido—, no estaba
soñando que podías ver de nuevo.
Ella le sonrió y se sentó en el borde de la cama, sin notar la presencia de Sam.
— Llámame si necesitas algo —sugirió el muchacho antes de abandonar la
habitación.
— No, no estabas soñando, Blaise. El doctor MacAuley dice que quizá necesite
gafas para leer, pero excepto eso, todo está bien —un escalofrío recorrió el
cuerpo de él —. ¡Tienes frío! —exclamó Sally.

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— No te preocupes, ya me ha sucedido otras veces. Aunque no me sentí tan mal


como ahora.
—El doctor Saunders llegará pronto. Supone que has contraído la malaria.
— Así es... estuve un par de años en África.
— Hay mucho que desconozco de ti —observó ella.
Él trababa de controlar el temblor que sacudía su cuerpo. Sin pensarlo, Sally le
cogió una mano, tratando de transmitirle calor. —No te vayas, por favor —
suplicó él.
— Me quedaré tanto tiempo como me necesites —prometió la chica, mientras
las lágrimas asomaban a sus ojos. Le pareció deprimente ver a un hombre tan
vigoroso asirse a su mano como un niño.
El doctor Saunders era un hombre vivaz, con escaso cabello cuidadosamente
peinado. Sus movimientos eran rápidos y precisos, y su mirada astuta y amable
a la vez.
— Suéltale la mano, Blaise. Ella volverá cuando yo te haya examinado.
Sally abandonó la habitación. Intuía que el doctor Saunders, al igual que
Stepton, se alegraba de ver nuevamente a Blaise en Hardwood.
Cuando más tarde salió el médico de ia habitación de Blaise, preguntó:
—¿Están Charles y Louise en casa?
— No, estarán fuera durante una semana.
—Ya veo. ¿Sabes algo de enfermería? —la chica movió la cabeza negando—.
Está peor de lo que suponía y me pregunto si no sería mejor internarle en el
hospital. Aunque sería más agradable para él permanecer en casa.
Le explicó lo que ella debería hacer en caso de quedarse Blaise allí. Sally afirmó:
—Estoy segura de que podría arreglármelas —dudó un instante—. ¿Es un
ataque más fuerte de lo habitual?
— Creo que el accidente ha debilitado sus defensas. — ¿El accidente? —repitió
ella, perpleja.
—De modo que no te lo dijo. Típico de Blaise, siempre oculta sus problemas.
—¿Qué accidente? —volvió a preguntar Sally.

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— Al parecer, una semana después de llegar allí, un miembro de la tripulación


quiso fotografiar el mar, desde las rocas, durante una tormenta. Fue arrastrado
por el agua, y se habría ahogado de no ser por Blaise. Desgraciadamente, el mar
golpeó a Blaise contra las rocas y se rompió algunas costillas y se hizo una
herida en la pierna que le impidió moverse. Además, perdió mucha sangre.
— Eso explica el porqué no vino a verme. Pero, ¿por qué no me lo hizo saber?
—susurró ella.
— Por dos razones, según creo. La primera es que estaban aislados, a muchos
kilómetros de toda región habitada. Allí no hay caminos, ni oficinas de correos,
y tampoco teléfonos. En segundo lugar, Blaise se acostumbró a la falta de
interés de sus padres en lo referente a sus problemas; nunca se le habría
ocurrido avisarles.
A pesar de su preocupación, Sally suspiró con alivio: el silencio de Blaise tenía
una explicación, además él estaba en casa...
El médico miró su reloj de pulsera.
—Me retiro. Llámame esta noche a casa si empeora. De lo contrario, pasaré
mañana a primera hora camino del hospital.
Ella le sonrió, agradecida.
—Gracias. Adiós, doctor Saunders.
Durante las horas siguientes, Blaise se sumió en un sueño intranquilo. Stepton
llevó un catre de una de las habitaciones vecinas, y lo armó para que ella
pudiera descansar en ia habitación de Blaise; Sam la sustituyó un rato para que
cenara.
—Llámame si me necesitas. ¿Estás segura de que puedes encargarte de todo tú
sola? —le preguntó Sam.
— Es lo menos que puedo hacer. Si no fuese por él, aún estaría ciega.
— ¿De modo que lo que sientes por él es gratitud?
— Por supuesto.
— No te canses demasiado. Buenas noches, Sally.
Sam se había convertido en un buen amigo. Recordó el modo en que Rick se
había negado a tener su amistad. Fue a su dormitorio, donde se cambió de ropa

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y se puso un camisón y una bata de terciopelo verde. Al volver a la habitación


de Blaise, vio que aún dormía. Poder verle le parecía un milagro, y durante un
largo rato, permaneció quieta al lado de su cama, sin dejar de observarle; era
como si tratara de llegar más allá de la superficie, hacia el interior de ese
hombre que aún era un enigma para ella. Odiado por Rick, ignorado por sus
padres, dominante y exigente... y, sin embargo, vulnerable y desamparado en
ese momento.
A las once, apagó la luz y se acomodó en el catre, segura de oírle si la llamaba.
La habitación en penumbras era tan acogedora como le había parecido la
primera vez que la vio, y experimentó una profunda alegría por estar donde
estaba. Ése era su lugar, pensó, al tiempo que el sueño la vencía.
CAPÍTULO 7
ALGUIEN gemía. Preguntándose si soñaba, confundida por encontrarse en una
cama que no le era familiar, Sally miró su reloj. Eran las tres y media de la
madrugada. Se frotó los ojos y de pronto despertó por completo al recordar
dónde y con quién estaba. Se levantó con rapidez y fue hasta la cama de Blaise.
Él tenía los ojos cerrados, pero continuaba quejándose. Al ponerle una mano en
el hombro, sintió que todo su cuerpo se estremecía.
El debió sentir la presencia de la chica porque parpadeó, y sus asombrados ojos
azules la miraron.
—¿Sally? —ella apretó su hombro ligeramente.
— Sí, estoy aquí.
—Pensé que te habías marchado —musitó, cogiendo su mano.
Sus manos estaban heladas. Sally trató de taparle con el edredón, pero seguía
tiritando ,y en un gesto que le llegó al corazón, él colocó su mejilla contra la
palma de su mano, anhelando su calor.
Ella dudó sólo un instante. Se quitó la bata, apagó la luz, levantó las sábanas y
se acostó a su lado. Sin pensarlo, pegó su cuerpo al de él, acercándolo aún más
con su brazo; estaba tan frío que pareció quitarle a ella todo su calor.
—Sally, no deberías...

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—Cállate. Es la única manera de darte calor, Blaise. Quédate quieto —con


lentitud, el calor del cuerpo de ella comenzó a transmitirse a su pecho y piernas,
y el temblor de él disminuyó.
Al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, Sally pudo distinguir los Muebles de
la habitación. A su lado, vio el cabello rubio y el fuerte Pecho varonil. Nunca
había tenido tanta intimidad con un hombre, de manera que un nuevo calor
recorría sus venas. Como si hubiese leído sus pensamientos, la mano de él se
deslizó hasta su cintura, atrayéndola, al tiempo que hundía su rostro en el
cuello femenino donde la piel era suave y perfumada. Finalmente sus labios se
encontraron. Ella debió sentir temor o por lo menos timidez, pero nada de eso le
ocurrió, sino todo lo contrario, su corazón cantaba dentro de su pecho.
Confiada, correspondió a sus besos y con la misma confianza, se acercó más
hacia él.
El tiempo dejó de existir mientras permanecían tan juntos.
—Eres muy hermosa, Sally.
Sin motivo se apartaron el uno del otro. Blaise apoyó la cabeza en el hombro de
ella y, al acariciarle, Sally expresó teda la ternura que sentía hacia él. Los ojos de
Blaise se cerraron, su respiración se hizo más profunda y regular al tiempo que
se quedaba dormido en sus brazos. Tuvo miedo de despertarle si volvía a su
cama, por lo tanto, permaneció quieta a su lado, disfrutando de esa cercanía
física que nunca había experimentado y, emitiendo un suspiro de felicidad,
también se quedó dormida.
Alguien la sacudía con tanta fuerza que se despertó sobresaltada. La luz del
amanecer se había filtrado en la habitación mientras dormía. Vio unos ojos
azules que la miraban con furia. Angustiada preguntó:
— ¿Qué ocurre, Blaise?
— ¿Qué diablos haces en mi cama?
—Tenías tanto frío, que me acosté a tu lado para calentarte.
— ¡Dios mío, Sally!
— Me despertaste durante la noche. Me asusté porque estabas muy frío. Eso es
todo, no ha pasado nada.

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— Me pregunto qué excusa habrás utilizado para meterte en la cama de Rick.


— Nunca lo hice —contestó la chica con furia—. ¡Ya te lo dije! Te mintió al
decirte que había hecho el amor conmigo.
— ¿Por qué habría de molestarse en decir una mentira semejante?
—Porque sabía que irías a verme, y quería que pensaras que tenía algún
derecho sobre mí. — ¿Y lo tiene?
— No, por supuesto que no.
— No pareces muy segura. — ¿Por qué estás tan enfadado?
Con sorprendente rapidez, la inmovilizó y la besó en la boca. No había ternura
en ese beso; con terror, ella trató de liberarse.
— Sal de mi cama, Sally, a menos que desees que Stepton o alguna de las
criadas te encuentre aquí.
Avergonzada y herida, ella exclamó con amargura: —Tus tácticas de
cavernícola no me impresionan. Quizá fuera mejor que Rick te diera una o dos
lecciones en cuanto a técnica.
— Sal de mi dormitorio, bruja.
Sally saltó de la cama y la grisácea luz de la mañana hizo brillar los pliegues de
su camisón de nylon. Se colocó la bata sobre los hombros, y huyó de la
habitación.
Su dormitorio le ofreció una especie de refugio. Blaise era como una tormenta,
pensó. ¿Cómo abrigar la esperanza de comprenderle? Había sido tierno y
apasionado con ella, pero también cruel y violento. Pareció estar celoso de Rick,
aunque eso significara que la quería para sí. Quizá era una explicación
demasiado simple el atribuir su proceder a los celos.
— Señorita Hart, ¿puedo entrar, por favor?
Sally abrió la puerta y se encontró con una de las criadas, que le llevaba el té.
—Oh, gracias —murmuró.
— ¿Cree que debería llevarle algo al señor Strathem?
—No, debe estar dormido.
Poco después de haber bajado Sally, llegó el doctor Saunders, tal como le había
prometido. Después dé ver a Blaise, se reunió en el comedor con Sally.

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—Está mejorando —dijo—. Es un hombre muy fuerte, pero deberá cuidarse


durante un día o dos. Encárgate de eso, Sally.
—No me imagino a nadie impidiendo que Blaise Strathern haga lo que tiene
ganas de hacer.
El médico soltó una carcajada.
—¡Tienes toda la razón, por supuesto! Bueno, ahora está durmiendo, y
esperemos que tenga el buen sentido de permanecer en Cama hoy. Creo que no
tendré necesidad de volver por aquí.
Después de comer, Sally dormitaba en un sillón de la biblioteca cuando entró
Stepton.
—¿Señorita? Teléfono para usted, la telefonista dijo que era una conferencia.
Al levantar el auricular, oyó la voz de Rick:
—¿Cómo está mi chica favorita?
Se sintió muy contenta al oír su voz.
—Hola Rick, qué agradable sorpresa.
—He salido pronto de la reunión y he llamado para saber qué tal estabas.
Bien. ¿Cómo van los negocios?
El describió las maniobras y complicaciones de su último contrato. «Ése era su
mundo, el de las finanzas y negocios», pensó Sally.
—Lo siento, debo estar aburriéndote —observó él.
—Me temo que esta llamada te costará mucho.
—¿Y eso qué importancia tiene? Es maravilloso oír tu voz. ¿Ya han vuelto mis
padres?
—No. Volverán dentro de un par de días.
—¿Qué has hecho desde que me fui?
—Bueno, muchas cosas. Blaise volvió ayer.
— Ya veo —dijo Rick con frialdad.
—Estuvo enfermo. Tuvo un accidente y se lastimó una pierna. Además, contrajo
la malaria. Tuvimos que llamar al doctor Saunders.
¿Quién le cuida?
Sam y Stepton —replicó ella, evasiva—. He ayudado, por supuesto.

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¿Por qué no le llevasteis al hospital?


Está lleno. Y yo era capaz de hacer lo que fuera necesario.
—¿Cuándo se va?
— No lo sé, aún se está recuperando.
— Crees que exagero, ¿no es así, Sally? Pero si Blaise puede quitarme algo que
es mío, lo hará. Y tú eres mía, Sally, no lo olvides.
— Rick, ya no estoy comprometida contigo... Como si ella no hubiese hablado,
él repitió:
— Eres mía.
— Estás sacando las cosas de quicio.
—No lo creo. No conoces a Blaise como yo. Voy a cortar, me esperan en el bar
antes de cenar. No creo que vuelva a casa antes del fin de semana. Cuídate,
cariño, y recuerda que te quiero.
— Adiós, Rick —colgó y durante unos minutos permaneció allí, sumida en sus
pensamientos. De acuerdo con Rick, cualquier interés que Blaise pudiese
demostrar sería motivado por el hecho de que ella le pertenecía a Rick.
¿Era eso cierto? ¿Por qué se había preocupado tanto por ella cuando estaba
ciega, sacándola a pasear, hablando con ella acerca de su madre, insistiendo en
llevarla al hospital, invitándola a Hardwoods? El resultado final había sido
ponerla otra vez en el camino de Rick, ¿y por qué quería él eso? Incapaz de
responder a ninguna de sus propias preguntas, cogió un libro de la biblioteca,
subió a su cuarto, y nuevamente fue un alivio cerrar la puerta y quedarse sola.
Cuando Sally bajó a desayunar a la mañana siguiente, la primera Persona que
vio al entrar al comedor fue a Blaise, sirviéndose una taza de café. Parecía más
atractivo que de costumbre con pantalones grises y una camisa blanca, su rostro
había recuperado el color y el sol orillaba sobre su espeso cabello rubio. Él
recorrió con la mirada a la joven, que llevaba puesta una falda verde claro,
combinada con una blusa fruncida, verde y blanca. Se había recogido el pelo en
una coleta.
—Buenos días, Sally.
Ella sonrió con nerviosismo.

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— Hola. ¿Te duele la pierna?


— Un poco —respondió él, con impaciencia.
— Y ¿qué tal estás?
— Como un animal enjaulado. Si no salgo hoy de esta casa, me volveré loco.
Con indiferencia premeditada, ella preguntó:
— Bueno, no hay razón para que no puedas salir. — ¿Qué vas a hacer hoy?
Ella le dio la espalda y se sirvió un poco de tocino y huevos revueltos.
— No lo sé, es demasiado temprano todavía.
— ¿Por qué no nos llevamos la comida y vamos a pasar el día fuera, donde nos
plazca?
—No creo que desees mi compañía.
— Estás muy equivocada. Pero merezco esa respuesta. Comencemos de nuevo.
Sally, me gustaría que pasaras el día conmigo, ¿lo harás?
Sólo había una posible respuesta.
—Me encantaría.
—Muy bien. Le diré a Stepton que nos prepare la comida. Te veré fuera dentro
de media hora.
Ella asintió. Un día entero con Blaise era un regalo inesperado. Experimentó
una enorme alegría. Sería un día perfecto, pensó esperanzada.
Y así lo fue al principio. Blaise parecía muy tranquilo, y Sally no pudo evitar
compararle con Rick, que no sabía disfrutar de la paz y soledad de la vida al
aire libre. Los paseos por el campo no le gustaban.
Había aparcado el coche al borde del camino, llevando con ellos la cesta del
picnic, mientras caminaban por el sendero que seguía la orilla de un río. Bajo los
árboles, los helechos reposaban verdes y frescos, y también abundaban las
fresas silvestres. Sally se detuvo para recoger algunas y sus labios y dedos
quedaron de inmediato manchados de rojo. Juntando algunas en la palma de la
mano, se dirigió hacía Blaise, que había tendido una manta en el suelo. Allí
comieron lo que la cocinera les había preparado, y más tarde, Blaise se tumbó
en la hierba.

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—¿No te importa si duermo un poco? —bostezó y cerró los ojos. Sentada frente
a él, con las piernas cruzadas, Sally le observó mientras dormía. Carácter fuerte
y voluntad imperiosa fue lo que pudo notar en su rostro. Moviéndose con
lentitud para no despertarle, cerró la tapa de la cesta y luego vagó entre los
árboles hasta el arroyo, comenzando a seguir su curso montaña arriba. Sus
orillas estaban cubiertas por violetas silvestres. Se arrodilló y cortó unas pocas.
Absorta en su tarea, no oyó a Blaise que se aproximaba, aunque sintió que era
observada. Miró a su alrededor y de inmediato le vio.
— Espero no haberte asustado. Te vi tan guapa cortando las flores, que no quise
interrumpirte.
Ella se puso en pie con rapidez, con el ramo de violetas en la mano.
— ¡Míralas, Blaise! ¡Qué bonitas son! —y como a menudo le había ocurrido en
los últimos días, se sintió sobrecogida por el milagro de su visión recuperada—.
Gracias a ti las puedo ver, nunca te lo podré agradecer lo suficiente, Blaise.
— No quiero tu gratitud.
Ella sintió como si la hubiese abofeteado.
—Por supuesto que te estoy agradecida, ¿por qué no habría de estarlo?
— ¿Fue por eso por lo que me cuidaste cuando estuve enfermo, porque sentías
gratitud? ¿Fue por eso por lo que te acostaste a mi lado? ¿Es por eso por lo que
estás conmigo ahora?
— ¡No! —explotó ella—. He venido porque he querido. Pero si no lo he hecho
por gratitud, ¿qué hay de malo en ello?
—Debes haber pasado mucho tiempo con Rick desde que saliste del hospital, y
no habrá sido también por gratitud.
—Habría sido difícil evitarlo, viviendo los dos en la misma casa contestó Sally
con frialdad.
— ¿Aún le quieres?
—Quizá. No es asunto tuyo lo que siento por Rick.
— Sí, lo es. Sé que quiere reconquistarte.
— ¿Cómo puedes saber eso? No le has visto últimamente.
— Sé cómo funciona su mente. — ¿Por qué os odiáis?

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— Nunca dije que le odiara, Sally. —Creo que le odias.


— Pues estás equivocada. Lo que él siente por mí es otra cuestión y no quiero
especular sobre eso. Lo que sí quiero saber es lo que tú sientes hacia él.
— Blaise, hacía más de un año que no le había visto. Había aprendido a vivir sin
él. Es demasiado pronto para saber qué siento.
—Quizá esto te ayude a decidirte. No te asustes, no te haré daño. Pero he estado
deseando hacerlo desde que te vi esta mañana —ella se perdió en las
profundidades de sus ojos y la boca de él encontró la suya, y cuando sus brazos
se ciñeron sobre ella, se estremeció de placer, y su último pensamiento racional
fue que también ella había estado deseándolo desde por la mañana.
Pero no estaba preparada para lo que él dijo después.
— Quiero que hagas algo por mí. La próxima vez que Rick te bese, deseo que
recuerdes lo que acaba de suceder entre nosotros. Si te hace sentir lo mismo que
yo, cásate con él. Pero si no lo hace, y estoy seguro de que no podrá, no sigas
con él, Sally. Sería como suicidarte. No os entenderíais, no podría haber
comunicación entre vosotros. Acabaríais divorciándoos. ¿Entiendes lo que te
digo? Se necesita amor para crear lo que existe entre tú y yo.
— Entonces, de acuerdo con tu razonamiento, quizá tú deberías casarte
conmigo.
—Tal vez. Pero no me gusta meter la nariz en propiedad ajena. Rick te ha
pedido que te cases con él, ¿verdad? ¿Y cuál fue tu respuesta, pequeña Sally?
— Mi respuesta fue no. — ¿Así de simple?
— Así de simple. Le dije que era demasiado pronto y que necesitaba más
tiempo.
—Me alegra que hayas mostrado algo de sensatez. — ¿Por qué no quieres que
me case con Rick, Blaise?
— Porque vales diez veces más que él. — ¿Es la única razón?
— Si hubiera más razones, no te las diría ahora. Tendrás que esperar para
satisfacer tu curiosidad.
—¿Qué? —se burló ella—. ¿Blaise Strathern tiene miedo de decir lo que siente?
—La discreción es la parte más importante del valor.

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—Te divierte eso, ¿verdad? Estamos jugando al ratón y al gato.


— Por supuesto. Hacía mucho tiempo que no encontraba una mujer como tú.
— ¿Tendría que sentirme halagada por lo que acabas de decir?
— Ya lo estás. He conocido muchas mujeres, pero todas han terminado por
aburrirme.
Ella le sonrió provocativamente.
— ¿Te aburro, Blaise?
—No, Sally, de ninguna manera.
Blaise la cogió de un brazo y el color desapareció de las mejillas de la chica al
sentir miedo.
— ¿Qué pasa?
Aunque trató de reponerse, tiritaba.
—Tienes frío —comentó Blaise—. Mejor nos vamos.
En silencio recogieron sus cosas y llegaron hasta el coche. Sally se recostó en el
asiento, sintiéndose muy cansada y deprimida. Aunque Blaise condujo a
bastante velocidad, llegaron tarde a la casa. La limousine estaba aparcada en el
garaje.
—Parece que papá y Louise ya han vuelto —comentó Blaise.
—Pensé que no vendrían hasta mañana.
— Yo también.
—Hace bastante que no te ven. Les agradará que estés en casa.
Él se encogió de hombros.
—Quizá. ¿Me acompañas a verlos?
Ella había planeado subir derecha a su habitación y cambiarse de ropa antes de
la cena, sin embargo, respondió:
Por supuesto, estoy deseando saber qué tal se lo han pasado.
Él abrió la puerta principal y condujo a la chica hacia la sala.
Louise, elegante como siempre, estaba de pie al lado de la ventana, fumando un
cigarrillo en una larga boquilla. Los oyó entrar y se volvió para saludarlos.
— ¡Qué alegría veros! Qué bien te veo, Sally, la compañía de Blaise te sienta de
maravilla. Me alegro de que estés otra vez en casa, Blaise.

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— Hola, Louise. Cada día estás más guapa.


— ¡Adulador! —rió Louise, pero evidentemente encantada—. ¿Qué has hecho
desde que nos fuimos, Sally? Menos mal que Blaise apareció justo cuando
estabas sola y necesitada de compañía.
— Es cierto. Cuando Rick me llamó por teléfono anoche, le pude decir que
estaba en buenas manos.
— ¿Dijo cuándo llegaría?
— No antes del fin de semana.
— Los Thurston vienen a las ocho; cenarán con nosotros. Quizá Gerald traiga
más noticias de Rick, ya que acaba de llegar de Vancouver.
— Mejor subo a cambiarme, entonces —sugirió Sally.
— Estás muy bien —intervino Blaise, con tono burlón.
La voz que se oyó desde el umbral de la puerta era cortante.
— Sally es invitada nuestra, Blaise. Por favor, quiero que lo tengas en cuenta.
Hubo un silencio mortal. Luego Charles atravesó la habitación y los dos
hombres se miraron fijamente.
— Hola, papá —dijo Blaise con mucha calma—. Bienvenido a casa — levantó su
vaso en un saludo burlón—. ¿No vas a corresponderme?
— Por supuesto que me alegra que estés de vuelta —afirmó Charles con notoria
falta de sinceridad.
Louise interrumpió.
—Charles, dame otra copa, por favor. ¿Mereció la pena tu viaje, Blaise?
¿Conseguiste lo que buscabas?
— Sí. Pero quizá vuelva este verano para ver cómo siguen las cosas —repuso
sin poder ocultar su entusiasmo.
— ¿Has visto a Rick desde que volviste? —preguntó Charles, interrumpiéndole.
— No, ya se había ido a Vancouver.
— Está trabajando en un asunto importante, incluso para el país. El mensaje era
claro, pensó Sally. El trabajo de Rick era muy importante; el de Blaise no.
Entonces dijo:

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—Pienso que cualquier país que descuida la herencia que le legó el pasado, para
concentrarse sólo en el progreso tecnológico y en la futura riqueza, corre un
importante riesgo.
— ¡Oíd eso! —exclamó Blaise, alegre—. Sally, son casi las siete, vamos a
cambiarnos de ropa —antes de que ella pudiese contestar, la cogió del brazo y
la condujo escaleras arriba. En la penumbra del pasillo él se detuvo, y la chica
observó su expresión —. Puedes ser muy agresiva si te lo propones, ¿lo sabías?
Ella bajó la vista.
— No debía haber dicho eso, tu padre pensará que soy terriblemente grosera.
Pero estaba enfadada.
—Me di cuenta. Serías muy leal con el hombre que amaras, ¿no es verdad?
— Supongo que sí. Si creyera en lo que él hace. Y supongo que no le amaría si
no fuese así.
— ¿Crees en lo que hace Rick? —¡No!
— ¿Porqué no?
— No me parece auténtico. Ni siquiera honesto.
El asintió con una especie de amarga satisfacción.
— Piensa en lo que acabas de decir, Sally. Piénsalo muy cuidadosamente. Y
ahora démonos prisa o llegaremos tarde a cenar.
Al dirigirse él hacia su habitación, Sally le siguió con la mirada. Era cierto, no
respetaba el trabajo de Rick, las maniobras, la implacable manipulación de
vidas humanas.
La inevitable conclusión fue que no amaba a Rick. Lo que había sentido había
sido el final de un amor inmaduro. Había estado demasiado ciega para
descubrir al verdadero Rick, apresada en un torbellino de romance, fiestas y
diversión, viendo sólo su encanto y su atractiva apariencia. Sólo había visto lo
superficial, nunca lo real.
Jamás podría casarse con Rick. Este pensamiento le causo alivio ya que sintió
que se había liberado de una parte de su pasado que podría muy fácilmente
haberla vuelto a atrapar.
CAPÍTULO 8

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EN MEDIA hora, Sally estuvo lista, y al mirarse en el espejo se sintió


complacida con su propia imagen. Llevaba puesto una blusa blanca de seda,
una falda negra y un sencillo collar de oro. El cabello suelto sobre los hombros
enmarcaba su rostro realzado por el maquillaje. Su atuendo la hacía parecer
mayor y más sofisticada. Oyó un golpe en la puerta y una voz profunda
preguntó: — ¿Lista, Sally? —Pasa. La puerta se abrió y Blaise entró.
— Sigues sorprendiéndome. Nunca sé el aspecto que tendrás, ni qué dirás. Me
fascinas, Sally.
Se paró cerca de ella y el espejo reflejó su imagen. Parecía frágil, pequeña y
delgada a su lado. Él colocó las manos en sus hombros, y en el espejo sus
miradas se encontraron. Deslizó las manos por sus brazos hasta sus muñecas,
luego acarició su sedoso cabello. Y siempre con los ojos en los suyos, como
hipnotizándola.
—Te deseo... ¿lo sabías?
— Sí —contestó la chica. — ¿Y tú a mi?
— Sí —susurró.
— Es una buena cosa que no hayas aceptado la propuesta de Rick. Haré que no
cambies de idea.
Ella bajó la vista cuando él la hizo volverse. Sus labios se encontraron. El
pasado y el futuro dejaron de existir. Sólo existía el Presente, y el presente era
Blaise; él era todo lo que ella siempre había deseado.
Pasaron segundos, tal vez minutos antes de que él la soltara.
— Nunca he deseado tanto a una mujer como te deseo a ti. Algún día o alguna
noche, muy pronto, te lo probaré.
Ella se sintió incómoda. Él la deseaba, ¿pero la amaba? Recordó el miedo que
había sentido en el bosque, y de nuevo lo experimentó reflejándose en su
mirada.
— ¿Ocurre algo?
— No... No, por supuesto que no. Excepto que vamos a llegar tarde.
— Bueno, por lo menos no deberemos sostener una conversación formal con los
Thurston, que no son de modo alguno el tipo de gente que me gusta.

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Sally se rió, pues ella sentía lo mismo. Con rapidez se pasó un cepillo por el
pelo y retocó la pintura de labios.
— ¿Vamos? —preguntó.
Él le ofreció el brazo, y unos segundos después entraban juntos en el comedor.
Hacían una pareja llamativa: él, alto y rubio; ella, morena y delgada. Louise le
dijo a Gerald Thurston, que estaba sentado a su derecha:
— Estamos muy contentos por tener a Blaise de nuevo con nosotros, y Sally está
encantada porque puede disfrutar de su compañía.
Él le guiñó un ojo y dijo en voz lo suficientemente alta, como para que las seis
personas que se encontraban allí lo escucharan:
— Bueno, después de todo, estoy seguro de que Sally extraña la compañía de
Rick... ¿no es cierto, Sally?
Consciente de que todo el mundo la estaba observando, replicó:
— Yo... por supuesto. Pero...
— Nada de peros, jovencita —prosiguió Gerald—. Rick me dijo anoche que os
debía felicitar.
— ¿Por qué, Gerald? —preguntó Blaise con brusquedad.
— Porque pronto habrá boda, por supuesto —anunció Gerald—. Brindemos por
Rick y Sally, y su futura felicidad.
Sólo Joan y Charles levantaron sus copas; Louise se quedó inmóvil en su silla y
Sally no se atrevió a mirar a Blaise, hasta que por fin habló:
— Gerald, me temo que esto es un error... Rick y yo no estamos comprometidos.
Rick me pidió que me casara con él, antes de su partida, y le dije que no.
—Eres demasiado tímida, querida. Podría decirte que estoy encantado, le
estuve diciendo a Rick que ya era hora de que se estableciera y no puedo
imaginarme una novia más bonita y encantadora que tú —exprimió un limón
sobre su plato—. Excelente salmón, Charles.
La conversación cambió hacia el tema de los diferentes pescados, y luego los
problemas de la industria pesquera en la costa este. De pronto, Blaise le dijo a
Sally en voz baja:
— Vamos a pasear un rato después de cenar.

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—Lo que ha dicho es mentira —dijo ella, con súbito miedo. Pero él ya se había
dado la vuelta y charlaba con Joan Thurston. Al terminar la cena, se dirigieron
todos a la sala. Blaise cogió a Sally de un brazo, al tiempo que explicaba a los
Thurston:
—Le prometí a Sally un poco de aire fresco después de la cena. Ha sido un
placer veros otra vez.
—No tardes, muchacho. Es la prometida de tu hermano, después de todo —
observó Gerald con picardía.
—Lo tendré en cuenta.
— ¿Le diste a Sally la carta de Rick? —preguntó Joan a su esposo.
— ¡Casi se me olvida! —Gerald buscó en el bolsillo y sacó un sobre —. Aquí
está.
Sally lo cogió y dirigiéndose a Blaise dijo:— Subiré por una chaqueta. No
tardaré.
—No es necesario. Puedes ponerte mi chaqueta sobre los hombros. No hace frío
afuera.
Tenía razón. Era una hermosa noche, con el cielo tachonado de estrellas.
Deteniéndose en el círculo de luz frente a la puerta principal, Blaise sugirió:
—Abre la carta, Sally.
— No tengo ninguna prisa por abrirla.
—¿Cómo? ¿Una carta de un prometido y no tienes prisa por abrirla?
—No es mi prometido, Blaise, ya te lo dije.
— Ábrela, porque si no lo haces, lo haré yo.
Molesta, Sally rasgó el sobre, extrajo una hoja y la leyó. Antes de que pudiera
guardarla otra vez en el sobre, Blaise se la quitó. La chica recordó algunas de las
frases: «Querida Sally, nunca sabrás lo feliz que me has hecho... el compromiso
más rápido que conozco... con todo mi amor...»
Antes de que Blaise hablara, ella afirmó:
— Lo que dice la carta es mentira. — ¿Y esperas que me lo crea?
— ¡Te juro que es mentira!

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— Baja la voz. A menos que quieras que Gerald y Joan oigan lo que hablamos.
Tú me dices una cosa y él otra.
— Él está tramando algo, Blaise.
— ¿Por qué, Sally? ¿De quién tienes miedo? Nunca nos ha visto juntos.
— Cree que eres una especie de donjuán.
—¡ Oh, por el amor de Dios!
— Le hice ver claro a Rick lo mucho que te debía. — ¿La palabra «gratitud» otra
vez, Sally?
— ¿Por qué te desagrada tanto? Pero, dime una cosa, ¿a quién crees a Rick o a
mí?
— Querría creerte, Sally, Dios sabe cuánto lo deseo. Pero dejemos esto por
ahora. ¿En qué piensas?
— En lo poco que te conozco y te comprendo —suspiró ella. —Estás
equivocada, Sally, sabes mucho acerca de mí. Sabes que me preocupa lo que te
suceda, si no fuese así, no te habría llevado a Toronto. Y sabes que te encuentro
deseable. —También sé que no confías en mí.
— Se necesita tiempo para confiar en alguien, Sally.
Los dedos de él recorrieron sus mejillas y labios. Blaise había dicho que la
encontraba atractiva, ella también pensaba lo mismo de él, pero, ¿eso era todo?
Ella quería su confianza, su aprobación, su amor... porque le amaba. Amaba a
Blaise Strathern. Su fuerza, la forma en que se ocupaba de ella, su orgullo y su
carácter. Todo la había conducido hacia él. Sabía que le amaba, y que le amaría
hasta el día de su muerte.
—¿Por qué me miras fijamente? Parece como si nunca me hubieras visto —se
inclinó hacia ella—. Sally, ¿estás bien?
— Sí... estoy bien —contestó, sabiendo lo lejos de la verdad que se hallaban sus
palabras. Porque amaba a un hombre que no confiaba en ella, y que a pesar de
haber dicho que la deseaba, nunca había dicho que la amaba. Un hombre contra
quien Rick la había prevenido... de pronto comenzó a tiritar y palideció.

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—Tienes frío —antes de que pudiera evitarlo, Blaise la acercó hacia sí y ella
descansó la mejilla en su pecho. Allí era donde quería estar. En sus brazos
encontraba toda la seguridad que siempre necesitaría, la alegría y todo el amor.
Como si él hubiese percibido algo, la abrazó en silencio durante unos minutos.
Luego se separaron.
— Sally —musitó. Su beso fue lento y seguro, como si quisiera decirle algo a
través de sus labios. Ella le miró, incapaz de definir lo que acababa de suceder
entre ellos. ¿Una promesa para el futuro? ¿Un acuerdo sin palabras?— Será
mejor que entremos —dijo él, finalmente.
¿Había comenzado a confiar en ella? Su mirada buscó la de él y supo que así
era.
El resto de la velada transcurrió sin novedades, y cuando Sally regresó a su
habitación, nada había estropeado la paz y felicidad que los había envuelto. Su
relación había cambiado, y aunque no tenía ni idea de hacia dónde los
conduciría, quería esperar y verlo, confiando en Blaise como él confiaría en ella.
Cuando se acostó, el sueño llegó casi de inmediato.
La despertó el ruido de la lluvia sobre el tejado. Desperezándose, se acercó a la
ventana y miró hacia fuera. Siempre le había gustado caminar bajo la lluvia. Se
preguntó si Blaise y ella podrían salir a caminar, cogidos de la mano charlando,
compartiendo sus pensamientos, conociéndose más el uno al otro. Y quizá...
inconscientemente sonrió.
Se vistió con cuidado, poniéndose ropas muy femeninas. Sin embargo, cuando
bajó al comedor, no había nadie allí. Entró Stepton con una cafetera.
— Recién hecho, señorita Sally —dijo esbozando una sonrisa.
— Buenos días, y gracias, me encantaría una taza. ¿En dónde están los demás?
— La señora bajará más tarde. El señor Strathern se ha marchado a la ciudad y
el señor Blaise acaba de desayunar.
—¡Oh!
Sólo un monosílabo, pero Stepton debió haber captado el leve tono de
desilusión de su voz.

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— Le llegó con el correo de la mañana un gran número de informes que en


apariencia estaba esperando. Dijo que pasaría la mayor parte del día trabajando
en su cuarto.
Sally había estado esperando la oportunidad de poder hablar a solas con
Stepton, a quien había visto del lado de Blaise, más que del de su padre.
— Stepton, esto no me incumbe, pero no puedo dejar de notar que Blaise y su
padre no se llevan bien. Rick me contó una vez que Blaise se había ido de casa a
los dieciséis años y que su padre jamás se lo perdonó. ¿Es ésa la única razón?
— No, señorita, ésa no es la razón... El asunto viene de muy atrás.
——¿Sí?
— La primera señora Strathern, que se llamaba Ghislaine, era la dama más
hermosa que he visto, joven, llena de vida, y tan enamorada del señor Charles,
y él de ella, que impresionaba verles juntos. Incluso después de haber nacido
Blaise, eran inseparables. No me interprete mal, querían a su hijo como a una
prolongación de ellos mismos. Pero no le necesitaban. Quizá al crecer eso le
lastimara casi tanto como lo que sucedió... ¡quien sabe!
Stepton hablaba con lentitud, perdido en el pasado. Hablaba de un hombre
muy diferente del actual, un Charles más joven, vibrante y alegre,
profundamente enamorado de su bella esposa Ghislaine.
— Cuando Blaise cumplió cinco años habían planeado una sorpresa para él;
compraron entradas para un circo famoso que estaba en la ciudad, y pensaban
cenar juntos en el restaurante que acababa de ser inaugurado. Se fueron a eso
de las cuatro. Dos horas más tarde recibimos el mensaje de que había ocurrido
un accidente. La madre de Blaise había muerto y su padre estaba herido. Blaise
recibió apenas unos rasguños, y todos pensamos que había sido muy
afortunado. No nos imaginábamos....
— ¿Imaginar qué, Stepton?
— Nos enteramos más tarde por el señor Charles de lo que en verdad había
sucedido. El coche que causó el accidente no se detuvo ante una luz roja. El
conductor estaba borracho. El señor Charles hizo lo posible por evitarlo, pero
no pudo. Al ver lo que iba a suceder, la señora pudo quizá haberse salvado,

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pero en cambio, se arrojó sobre su hijo para protegerle del golpe. Ella murió en
el acto, mientras que Blaise resultó ileso. El señor Charles jamás pudo perdonar
a Blaise por ser él el sobreviviente.
— ¡Pero, Stepton, es terrible decir eso!
—Terrible o no, señorita, es la verdad. Durante mucho tiempo no pudo soportar
siquiera ver a Blaise, de modo que el chico fue enviado a una serie de
internados. Se hacía expulsar y volvía a casa, sólo para ser enviado a otro.
Después de un tiempo dejó de intentar su regreso a casa. Entonces, el señor
Charles contrajo matrimonio con la segunda señora Strathern, y al nacer el
señor Rick todos esperamos que las cosas se suavizaran. Creo que hasta cierto
punto fue así, por lo menos en ese tiempo Blaise podía volver a casa durante las
vacaciones. Estaba verdaderamente encantado de tener un hermano, y hacía lo
posible por llevarse bien con el niño. Quizá pensaba que de esa forma se
arreglarían las desavenencias entre su padre y él. Pero nunca funcionó... tal vez,
inconscientemente, el señor Strathern predispuso a su hijo menor contra su
hermano, y después de un tiempo Blaise dejó de esforzarse. Fue al colegio, y los
fines de semana pasaba el mayor tiempo posible con sus amigos. El día que
cumplió los dieciséis años, salió por la mañana para ir al colegio y no volvió.
—¿Y qué hizo?
—Consiguió trabajo en un barco de carga. Lo cogió en Johannesburgo y siguió a
través de África, Oriente Medio, Grecia y Europa. Tres años más tarde regresó
al Canadá, se matriculó en la universidad y obtuvo su título . Hoy es una
personalidad en su círculo profesional, Rara vez viene a Hardwoods, y entre él y su
padre existe la misma enemistad y amargura de antes.
Entiendo lo que quiere decir —dijo Sally, sin esperanzas—. ¿No hay nada que se pueda
hacer?
La segunda señora Strathern, con toda justicia, y a pesar de que adora a Rick, ha tratado
de que Blaise se sienta más cómodo aquí, y en cierto modo lo ha conseguido, pero el
problema es demasiado complejo como para que pueda alguna vez ser remediado.

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El teléfono comenzó a sonar, y Stepton dijo, tan formalmente como si la anterior


conversación nunca hubiese tenido lugar:
—Con permiso, señorita.
A solas, Sally se paró frente a la ventana, viendo caer la lluvia. A | los cinco años
Blaise había perdido a sus padres: a la madre porque 1 murió, a su padre debido a un
odio que la mente del niño jamás podría haber comprendido. Sally podía imaginar
demasiado bien el asombro, el temor y la soledad que marcaron cada paso que
daba. A los dieciséis años había saltado al mundo de los adultos y se las había
arreglado solo... pero de hecho hacía mucho tiempo que estaba solo. Y ese muchacho se
había convertido en el hombre que la había salvado de la autocompasión y de la
soledad, que la había liberado de Loma, que le había devuelto la vista. El hombre
cuyos besos la hacían estremecer y cuyas caricias despertaban en ella sensaciones
que no sabía que existiesen....

CAPÍTULO 9

INCAPAZ de quedarse allí, Sally abandonó el comedor y corrió escaleras arriba. La


última puerta del pasillo estaba cerrada y ningún sonido provenía de su interior. Se
puso un impermeable y unas botas, y salió a caminar hasta la hora de comer. Luego
leyó un rato. Escribió a su madre y a Bridget. No podía buscar la compañía de Sam,
porque estaba en la ciudad con Charles; Stepton había estado tan serio a la hora de la
comida que pensó que se había arrepentido de sus confidencias; y Blaise, el único a
quien realmente quería ver, estaba aún encerrado en su habitación. Estaba sentada en
la cama, cuando oyó unos pasos subiendo la escalera. Salió al pasillo. Era Peggy, una
de las criadas.
—Traigo té para el señor Strathern, señorita Hart. ¿Usted también quiere?
—Oh, no, gracias, Peggy —en un súbito impulso, sugirió—: Deja, yo se lo llevaré.
Fue con la bandeja hasta el final del pasillo.
—Pase —dijo Blaise con impaciencia.

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Al entrar, Sally agrandó los ojos con asombro. La cama y la mayor parte del
suelo estaban cubiertos de papeles. Sobre el escritorio había mapas y hojas
mecanografiadas. La papelera estaba llena.
— ¿Qué haces? —preguntó la chica.
—Esta mañana llegaron los informes preliminares de mi último proyecto. Debo
completar estadísticas y abreviar todo el asunto para poder manejarlo.
¿Puedo ayudarte? —dijo sin pensar.
Él cogió la bandeja, buscó algún lugar donde colocarla y de pronto los dos se
echaron a reír al contemplar el desorden que había en la habitación.
— No está tan mal como parece. Sé dónde se encuentra cada cosa.
— ¡Seguramente no vas a poder dormir en tu cama esta noche! — ¿En dónde
sugieres que duerma, Sally?
— No tengo ni idea —se ruborizó.
Él puso la bandeja sobre la tapa de la máquina de escribir y se aproximó a ella.
— ¿Ni idea? —repitió lentamente.
— Blaise, por favor...
— Es mejor que te vayas, tengo mucho que hacer.
He preguntado si te podía ayudar.
¿Lo dices en serio?
— Por supuesto.
— ¿Sabes escribir a máquina? Ella asintió.
— Muy bien. Le diremos a Stepton que traiga otro escritorio. Si puedes
mecanografiar estas hojas, luego las revisaré y las volveremos a mecanografiar
para el informe final.
Al principio Sally trabajó con lentitud, porque la letra de Blaise no era muy fácil
de entender y la mayor parte del vocabulario era técnico. Pero perseveró, y más
tarde Blaise tuvo que llamarla dos veces para atraer su atención.
— La cena está lista, Sally.
— Primero déjame terminar esta frase... He hecho otra página.
— Excelente. ¡Estás contratada!
Ella rió, y se miró los dedos manchados de tinta.

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— Voy a lavarme. Nos encontraremos abajo. — ¿Crees que podrás ayudarme


un rato más esta noche?
— Seguro. Me gustaría terminar esa primera parte. — ¿Porqué me ayudas,
Sally? —inquirió él, abruptamente.
— Me gusta. Es un desafío —replicó con honestidad.
Sintiendo que su respuesta le había desilusionado de alguna manera, le vio
darse la vuelta y comenzar a desabrocharse los puños. A punto de salir de la
habitación, vio sobre el escritorio la fotografía, en el marco de plata que había
llamado su atención unos días antes, y preguntó.
—Esa foto... ¿es de tu madre?
— Sí, murió cuando yo tenía cinco años —dijo él con voz cortada.
— Lo sé. Stepton me contó todo lo del accidente y la forma en que tu padre te
odió por ello.
—Stepton habla demasiado.
— Suena tonto decir que lo siento, pero es así.
— Guárdate tu compasión.
Ella había comenzado a hablar y debía terminar. —Quizá a causa de tus propios
problemas con tu padre pudiste ayudarme respecto a mi madre.
— Si quieres creer eso, hazlo. Me voy a cambiar, Sally. Te sugiero que te vayas.
— Lo que en realidad quieres decir es que no tienes ganas de hablar de nada
relacionado con tu madre o tu padre.
—Exactamente.
— Barrer todo debajo de la alfombra y pretender que no ha pasado nada —
expresó ella imprudentemente.
— ¿Y qué otra cosa quieres que haga? Abrazar a mi padre y decirle que le
quiero, ¿es eso lo que me sugieres? La última vez que lo hice tenía diez años.
Me rechazó y al día siguiente fui enviado a visitar a unos parientes. Ese día me
dije que nunca lo volvería a hacer, y no veo ninguna razón para cambiar de
idea.
Ella pudo imaginar con facilidad a ese niño de diez años.

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—Lo siento, Blaise —murmuró con los ojos llenos de lágrimas—. No debería
haberte dicho nada, no es de mi incumbencia.
—No, no lo es. Pero ¿por qué estás tan impresionada? —pregunto él, mirando
las lágrimas que brillaban en sus pestañas.
Ella le miró en silencio. No podía decirle que era porque le amaba. ..y a causa de
ese amor, se preocupaba del niño que había sido , del hombre que era ahora.
Sintió cómo latía su corazón. Había estado ciega. Hacia unas semanas, cuando
él la había besado en el restaurante, tenía la verdad frente a ella y no había
sabido verla, imaginándose, en su confusión, que aún estaba enamorada de
Rick. Completamente ciega, pues el hombre que estaba a su lado era todo lo que
había ansiado siempre...
— Vamos a llegar tarde a cenar —musitó ella con voz ronca. Blaise la abrazó de
pronto.
— Cuando me miras de ese modo, todo lo que deseo es abrazarte y no dejarte ir
nunca.
Se oyó la campanilla que anunciaba la cena.
— Salvados por la campana —dijo él, riendo—. Dile a Louise que bajaré dentro
de un par de minutos.
En su habitación, Sally se pintó los labios y se peinó en medio de miles de
conjeturas. Jamás había conocido a un hombre tan lleno de contradicciones
como Blaise Strathern; tierno y cariñoso un instante, áspero y colérico al
siguiente. Aunque recordando lo que le había dicho hacía unos momentos,
pensó que tal vez él llegaría a amarla.
Los dos días siguientes reforzaron lo que al principio sólo parecía un sueño.
Blaise y ella trabajaron juntos, y cuanto más leía los documentos, más intrigada
estaba. Sus preguntas se volvieron más frecuentes. Ella trabajaba con renovado
entusiasmo, y la compenetración entre ellos crecía por momentos. Era una clase
de compañerismo que Sally no conocía, ya que nunca había podido compartir
los intereses de Rick.
Estaba terminando una corrección, antes de la cena, el segundo día, cuando
Blaise se acercó para mirar lo que hacía; se inclinó sobre el respaldo de la silla,

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colocando el brazo alrededor de sus hombros al señalar un error, al tiempo que


ella le miraba sonriendo.
Para el hombre que, sin aviso, abrió la puerta, debió haber parecido una escena
íntima: las dos cabezas, una tan rubia, la otra tan oscura, inclinadas sobre los
papeles, el murmullo de las voces, el cuerpo del hombre inclinado sobre el de la
mujer en una actitud a la vez protectora y posesiva. El observador exclamó:
— Sally, ¿qué diablos estás haciendo aquí?
Las dos cabezas se volvieron.
—¡Rick! —exclamó la chica, sonriéndole—. No sabía que volvías hoy.
—Estoy seguro de que no lo sabías. O no te habría encontrado en el dormitorio
de Blaise.
Sally se levantó con lentitud, muy consciente de la presencia de Blaise detrás de
ella.
— He estado ayudando a Blaise con unos informes, corno puedes ver.
— Puedo ver mucho. Aunque nunca creí, Blaise, que necesitaras excusas de ese
tipo para introducir a una mujer en tu dormitorio.
—Ten cuidado, Rick —le advirtió Blaise con mucha calma.
— ¡Al diablo con el cuidado! —Explotó Rick—. Vuelvo de mi viaje de negocios
y encuentro a mi prometida encerrada en el dormitorio de mi hermano durante
tres días. ¿Cómo quieres que me sienta?
— Nada ha sucedido aquí que no hubiese podido suceder en la sala delante de
tus padres —gritó Sally furiosa—. ¡Y no soy tu prometida!
— Sally, la noche antes de que me fuera me dijiste que te casarías conmigo. ¡No
puedes haberlo olvidado!
—Te dije que necesitaba más tiempo, y no te prometí que me casaría contigo.
—Cariño —Rick hablaba con evidente asombro—. No entiendo lo que pasa. Si
esto es una broma, no le veo la gracia.
— Estoy muy lejos de bromear.
Él buscó en su bolsillo, extrayendo un estuche forrado en terciopelo.

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—Mira, hasta te compré el anillo que querías. —No te pedí ningún anillo, ni te
dije que me casaría contigo, tampoco he sido tu prometida desde hace más de
un año. Además, yo...
— Vamos, Sally —la interrumpió Rick—. ¿Para qué les iba a decir a Gerald y
Joan que estábamos comprometidos si no hubiese sido cierto? No me gusta
hacer el ridículo delante de mi jefe.
Ella se quedó sin habla, pues las palabras de él parecían ciertas. A Rick le
importaba demasiado su posición social en la empresa como Para arriesgarla
por una tonta mentira. Su duda no pasó inadvertida para Rick, que se aproximó
y la cogió por el brazo sonriéndole.
— Ni siquiera me has saludado —dijo con suavidad, e inclinando la cabeza, la
besó en los labios.
Sally permaneció rígida, soportando su breve beso, así corno el triunfo que se
reflejaba en sus ojos claros.
— Así está mejor. Querida, a Blaise no le importa lo que suceda entre nosotros,
y éste no es el lugar adecuado para discutir nuestros asuntos privados. Bajemos,
la biblioteca debe estar vacía y allí podremos charlar. Te quiero demasiado
como para que haya malentendidos entre nosotros.
— Decídete, Sally —la apremió Blaise—. Debo trabajar una hora más antes de la
cena, así que puedes quedarte aquí y ayudarme, o irte y tener una conversación
íntima con tu supuesto prometido. — ¿Qué quieres que haga? —Querida, no
esperes que lo decida por ti. Ella tomó la decisión de inmediato. Hablaría con
Rick primero y regresaría con Blaise. Pero antes dijo:
— Blaise, digo la verdad cuando afirmo que no estoy comprometida con Rick.
Blaise pareció no haberla escuchado. Se puso a mirar un montón de papeles y
mapas que se encontraba sobre el escritorio. Molesta, se dirigió a Rick.
— Bajemos —sin esperar respuesta, salió de la habitación.
La biblioteca estaba vacía. Tan pronto como Blaise cerró la puerta, Sally dijo:
— Debes terminar con esta farsa, Rick. Sabes tan bien como yo que nunca te
prometí que me casaría contigo.
Él encendió un cigarrillo con lentitud, al tiempo que respondía:

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— Por supuesto.
— Entonces, ¿qué es lo que te propones?
— Si no te puedo tener, por lo menos me aseguraré de que Blaise tampoco lo
haga.
— i Blaise no ha demostrado el más mínimo interés en casarse conmigo!
—¿A quién intentas engañar?
— ¡A nadie!
— Vamos, Sally, he visto a Blaise con muchas mujeres, pero nunca le he visto
mirar a ninguna como te mira a ti. .
—¿Qué quieres decir?
— Si no lo sabes, no seré yo quien te lo diga. — ¿Por qué lo odias tanto?
— Desde que era muy joven, supe que Blaise podía despertar en mi padre
emociones más fuertes que las que yo nunca le inspiré. Siempre fui aceptado y
amado, por supuesto. Pero jamás fue un sentimiento tan intenso como el que le
inspiraba Blaise, que fuera malo no es lo más importante.
— Eso es horrible —protestó la chica—. Blaise tuvo una infancia terrible.
— Eres muy dulce e ingenua, Sally. Pero, ¿sabes? sería mejor que te casaras
conmigo, no con Blaise. Yo te daría independencia y no preguntaría demasiado;
en cambio, Blaise te devoraría. Te exigiría todo, cuerpo y alma.
Ella pensó que ojalá lo hiciera, sin darse cuenta de que su rostro reflejaba ese
anhelo.
— ¿Eso querrías, no es así? ¡Pues no lo vas a conseguir!
— Si Blaise decidiera casarse conmigo, no podrías hacer nada por impedirlo.
Somos adultos, después de todo.
— Espera y verás. Y entre tanto, mejor preparémonos para la cena. Mamá dijo
que habría invitados.
— Escúchame, Rick. No quiero más anuncios de nuestro compromiso.
Corrió escaleras arriba, sin detenerse en su habitación. Pero cuando llamó a la
de Blaise, no hubo respuesta. Esperó y volvió a llamar. Silencio. Abrió la puerta
y miró. No había señales de él y su chaqueta ya no estaba en el respaldo de la
silla.

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Sintió una gran desilusión, sabiendo que no estaría tranquila hasta que no le
contara lo que había sucedido en la biblioteca. Pensó que lo vería a la hora de
cenar, y con eso en mente, eligió un bonito vestido rosa. Al pensar que volvería
a ver a Blaise, se le colorearon las mejillas y sus ojos brillaron. Las maniobras de
Rick de pronto le parecieron infantiles y sin importancia.
A punto de dejar la habitación, oyó que llamaban. Segura de que sería Blaise,
fue a abrir. Pero era Stepton.
— Señorita, su madre le llama por teléfono.
Bajó la escalera con rapidez. En sus últimas conversaciones telefónicas, Loma la
había escuchado con más interés.
— Hola, mamá. ¡Qué alegría oírte!
— Hola, Sally. ¿Cómo estás?
Hablaron de la salud de Sally, y ésta le contó que estaba ayudando a Blaise en
su trabajo. Luego hubo silencio y la chica notó que Loma vacilaba.
— ¿Te pasa algo? Pareces... diferente.
— Bueno, yo... —Loma se detuvo, y luego comenzó a hablar otra vez—. Lo que
ocurre es que Harry... el coronel Fawcett para ti, me propuso matrimonio. Y he
dicho que sí.
— ¡Felicidades, mamá! Te hará muy feliz. Debiste habérmelo dicho antes.
— Pensé que quizá no estarías de acuerdo. — ¿Por qué no?
— Bueno, a mi edad...
—Tonterías. Eres una mujer muy atractiva y has estado sola demasiado tiempo.
—Eso es lo que dice Harry. Él quería que te lo dijera, asegurándote que siempre
serás bienvenida en nuestra casa.
—Dale las gracias de mi parte. ¿Cuándo es la boda?
— Dentro de tres semanas. ¿Vendrás? —Por supuesto que sí.
—¿Y tú qué noticias tienes? ¿Se han solucionado las cosas con Rick? —¡No!
— Pareces muy segura —comentó Loma con frialdad. —Mamá... —Sally vaciló
pero necesitaba decirlo—. Rick me dijo que rompió nuestro compromiso porque
tú se lo pediste...¿es eso cierto?

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—Oh, no —dijo Loma sorprendida—. Él me llamó por teléfono para decirme


que quería romper. Debo reconocer que no traté de hacerle cambiar de idea.
—Entonces, me mintió —dijo Sally, pensativa—. No me casaría con él ahora
aunque fuese el último hombre que quedara sobre la tierra.
— ¿Es su hermano más atractivo? Déjame decirte algo, Sally. La razón por la
cual accedí a vuestro compromiso fue porque pensé que Rick sería fácilmente
manejable. Casi no conozco a Blaise, pero me parece que es todo lo contrario.
Sería mucho más difícil vivir con él que con Rick. Y ya dejo de darte consejos.
Hazme saber el día que llegarás y te iremos a buscar al aeropuerto.
—Encantada. Saluda de mi parte al coronel... a Harry, y dile que me he alegrado
mucho.
—Gracias, querida. Cuídate. Adiós. —Adiós.
Sally colgó el teléfono y permaneció unos instantes sumida en sus
pensamientos. Ese cambio en la vida de Loma no habría tenido lugar si ella no
se hubiese ido de su casa, contando con la protección de Blaise; ni hubiera
existido esa cercanía entre madre e hija, surgida, paradójicamente, del hecho de
estar separadas.
Cuando llegó a la sala, había unas veinte personas, y Blaise estaba en el extremo
opuesto de la habitación, enfrascado en animada conversación con una joven
pareja y una hermosísima pelirroja. Antes de que Sally reaccionara, llegó Rick y,
cogiéndola del brazo, la condujo hacia un grupo de personas. Cuando
finalmente fueron al comedor, Blaise y ella estaban situados muy lejos el uno
del otro. Podía verle, escuchar su voz y su risa, pero la comunicación entre ellos
era imposible. Después de cenar, volvieron todos a la sala. Por el rabillo del ojo
vio cómo Blaise y la pelirroja abandonaban juntos la habitación. Finalmente, los
otros invitados comenzaron a retirarse, y pudo escapar hacia su dormitorio.
Le dolían los hombros debido a la tensión, sentía la garganta seca, y los ojos le
ardían por el exceso de humo de cigarrillos. Luchó contra la depresión que
amenazaba con abatirla y que se debía a que Blaise la había evitado. Ella
necesitaba hablarle, aclarar el malentendido. Pero su comportamiento indicaba

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que él no sentía la misma necesidad. Quizá no le importaba si aún seguía su


relación con Rick.
¿Podía eso ser cierto, que le resultara indiferente a Blaise? No lo podía creer. No
después del compañerismo de los últimos días. De los besos que habían
compartido. Al día siguiente le buscaría y le diría lo que había sucedido entre
Rick y ella. Y conociendo a Rick, él la creería. Se acostó.
No oyó las pisadas que se aproximaban por el pasillo. Una mano agarró el
picaporte, y sin ruido alguno, abrió la puerta. Por un instante la sombra de un
hombre se reflejó en la alfombra. Luego se retiró, dejando la puerta abierta, y
los pasos siguieron su camino hacia el final del pasillo donde el observador
entró y se sentó al lado de la ventana, en espera de que regresara un coche.
Pasaron casi dos horas antes de que su vigilia fuera recompensada.
CAPÍTULO 10
SALLY estaba soñando. Debía estar sonando, pensó, ya que la voz que
murmuraba en su oído era la de Blaise. Una mano acariciaba su hombro
desnudo y ella se estremecía de placer. —Estoy tan contenta de que estés aquí...
Quería verte. —Lo sabía.
Ella levantó los brazos porque tenía miedo de que desapareciera. Tenía que ser
real, ya que su piel era cálida, suave.
Desde el umbral de la puerta llegó una voz áspera y violenta, la misma que
había murmurado algo en su oído momentos antes. Era la voz de Blaise.
— ¡Embustera! Me has estado mintiendo todo el tiempo. Espantada, vio que el
rostro que estaba a su lado era el de Rick. Le empujó con horror.
— ¿Qué estás haciendo aquí?
—Estoy aquí porque tú me invitaste, querida.
— ¡No! —se sentó, dándose cuenta de que el sueño se había transformado en
pesadilla. Dirigió la mirada hacia el hombre que se hallaba de pie en la puerta,
todavía con ropa de calle. Seguramente acababa de llegar—. Blaise, yo no...
—Olvídate de mí, Sally. Es cosa tuya haber elegido dormir con mi hermano,
aunque es una pena que no hayas sido lo suficientemente honesta como para

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decírmelo. Buenas noches —la miro con tal desprecio que ella sintió como si la
hubiesen golpeado. Con extremado cuidado, él cerró la puerta.
Casi sin saber lo que hacía, Sally gritó su nombre. Pero las palabras de Rick la
volvieron a la realidad:
—Si yo fuera como tú, no iría tras él. Cuando Blaise esta tan enfadado como
ahora, no se sabe lo que puede ser capaz de hacer.
Ella se volvió. Estaba desnudo de cintura para arriba.
—Tú planeaste esto, ¿no es cierto? Esperaste hasta que volviese para estar
seguro de que nos vería.
—Todo lo que dije en la biblioteca era en serio, y supongo que con esta escena,
cualquier cosa que hubiese podido suceder entre tú y Blaise, se arruinará.
—No dejaré que sea así.
— ¿Piensas que te va a creer? Blaise tiene unas ideas muy puritanas acerca de
las mujeres, no se conformará con lo que deje otro, créeme.
— Blaise es diez veces más hombre de lo que tú serás jamás, Rick. Suceda lo que
suceda, terminé contigo, y no quiero volver a verte. Creo que lo que has hecho
es despreciable. Si Blaise y yo no podemos arreglar las cosas, mañana me
marcharé de aquí. Y ahora, ¡sal de mi habitación!
— Oh, sí, me voy. Después de todo, he cumplido mi propósito.
— No entiendo por qué alguna vez pensé que estaba enamorada de ti. Debí
haber estado loca.
— Un último consejo, Sally. Quédate en tu habitación cuando me haya
marchado. Blaise siempre ha sido imprevisible. Buenas noches, duerme bien.
Durante cinco minutos, la chica permaneció inmóvil en la cama. Luego se puso
la bata y abandonó el dormitorio. No se molestó en llamar a la puerta de Blaise.
Entró. Blaise estaba de pie al lado de la cama.
— Vete —dijo cuando vio a la joven.
Sally se apoyó contra la puerta. Parecía haberse quedado sin voz, de modo que
en silencio movió la cabeza de un lado a otro. —Te dije que te fueras, Sally —
repitió Blaise.
— No... Aún no. Hay cosas sobre las que debemos hablar.

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— Ésta es tu última oportunidad, vete o no seré responsable de lo que suceda.


— Blaise, dame cinco minutos, es todo lo que pido —suplicó con desesperación.
— No estás en situación de pedir nada.
— Sólo escúchame, ¡por favor!
É! fue hacia ella, sin dejar de mirarla. La agarró de un brazo y la empujó hacia la
cama.
— Es mejor que te sientes —habló él —, esto nos puede llevar más de cinco
minutos.
Ella se sentó en el borde de la cama. Tenía la mente en blanco.
— Creía que tenías algo que decirme.
— Sí, Blaise, sé que parece que Rick y yo somos amantes... —Oh, sí, eso me
pareció —la interrumpió él.
— Pero no es como tú piensas. Él confesó en la biblioteca que estaba haciendo
una especie de juego. Yo estaba dormida. Debe haber llegado a mi habitación
unos minutos antes de que tú entraras. Y cuando me desperté... bueno, pensé
que eras tú.
Ella no estaba preparada para lo que Blaise hizo en seguida. La arrojó sobre la
cama, y la cogió por las muñecas.
— ¿Quieres que crea eso? Rick y tú fuisteis amantes no te molestes en seguir
negándolo ¿y dices que no distinguiste entre él y yo? ¡Me pones enfermo! —
¡No has escuchado una palabra de lo que te he dicho! Me has condenado desde
el principio. ¿Qué te pasa, Blaise? Como tu madre murió y te dejó solo, ¿odias a
todas las mujeres? ¿Es eso? —No mezcles a mi madre en esto.
—Di en el blanco, ¿verdad? —furiosa, trató de liberar sus manos, pero lo único
que consiguió fue que uno de los tirantes de su camisón se rompiese, quedando
al descubierto uno de sus senos. Al ver la expresión de los ojos de él, el color
desapareció de su rostro, y se encogió contra el colchón—. No lo hagas, Blaise...
—¿Por qué no? Viniste a mí cuarto por tu propia voluntad. —No para esto —
susurró ella.

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Al comenzar él a besarla, trató una vez más de liberarse. Finalmente cesó de


luchar y se abandonó a sus besos. Correspondió a su pasión, como si hubiesen
caído todas las barreras. Todo estaba bien, le amaba.
—Te amo, Blaise —dijo de pronto. —¿Hace una hora le dijiste lo mismo a Rick?
Fue como si él hubiese despreciado un regalo que ella le podía dar.
—¿Sally?
Ella movió la cabeza de un lado a otro, sintiéndose vencida. Había apostado y
perdido. Lo único que cabía era una retirada tan digna como fuese posible.
Blaise la había dejado libre, reteniéndola solamente por el brazo.
— Déjame ir, por favor. Ya ha sido suficiente. Quiero volver a mi dormitorio.
— Eso es lo más sensato que has dicho. Y escucha, Sally, no vuelvas.
— ¡Eso sería lo último que haría! —exclamó ella con amargura, dirigiéndose a la
puerta con el rostro bañado en lágrimas. Tardó en dormirse y su sueño fue
intranquilo.
A la mañana siguiente, se despertó temprano. Se metió en la ducha y el agua
caliente la refrescó e hizo que reflexionara. El resultado de la visita al
dormitorio de Blaise había sido un desastre. Pero un nuevo día comenzaba y los
dos habían tenido tiempo durante la noche para pensar. Quizá él hubiese
encontrado algo de veracidad en su historia.
Se secó el cabello frente al espejo y se puso unos pantalones y una camisa
blanca, con un pañuelo anudado alrededor del cuello. Respiró hondo para
darse valor, y se dirigió al cuarto de él. No hubo respuesta a su llamada.
Insistió. Otro largo silencio. Abrió la puerta, esperando encontrar a Blaise
todavía en la cama.
La habitación estaba vacía. Más que vacía, desierta. Miró consternada a su
alrededor. La cama estaba hecha. No había rastros de mapas ni papeles ni
informes, y el armario estaba abierto; no había ropa colgada allí. Ni la máquina
de escribir sobre el escritorio. Ni Blaise...
Se había ido, llevándose todo. Ridículamente abrió la puerta del Baño,
encontrando sólo toallas húmedas y el varonil aroma de la loción para después
de afeitar. De modo que no se había ido la noche anterior. Esa mañana se había

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duchado y afeitado... quizá no se había marchado aún. Tal vez estaba


desayunando, esperando para verla. Para decirle adiós, al menos.
Corrió por el pasillo, bajó la escalera de dos en dos y casi se choca con Stepton,
que volvía a la cocina.
— ¿Ha visto a Blaise? —preguntó sin aliento.
—Se fue hace una hora, señorita.
— ¿Se fue? ¿A dónde?
— No tengo ni idea. — ¿Está seguro de que se fue?
Los ojos del mayordomo expresaron algo semejante a la compasión.
— Sí, señorita. Se fue en el Ferrari.
No importándole que él se diese cuenta de su amargo desencanto, se apoyó en
la pared, exclamando:
— ¡Maldición!
— El señor Charles está desayunando. Quizá él la pueda ayudar. Su rostro se
iluminó.
— Por supuesto... ¿cómo no pensé en eso? ¡Gracias! Corrió hacia el comedor y
preguntó sin ninguna ceremonia:
— ¡Charles! ¿A dónde se ha marchado Blaise?
— No lo sé. — ¿Pero no se lo dijo?
— Mi querida niña, no se lo pregunté. Hace mucho que dejé de controlar sus
idas y venidas.
Sally se dejó caer en una de las sillas.
— Le necesito—confesó.
—Me temo que tendrás que esperar a que Blaise se digne volver por aquí —
observó Charles con frialdad.
— ¿Por qué no le preguntó dónde iba?
—Consideré que no era de mi incumbencia.
—Hace muchísimo tiempo que considera que los asuntos que conciernen a
Blaise no son de su incumbencia, ¿no es así? Desde que murió su madre, para
ser exactos.
—Tranquilízate. No tengo por qué escuchar esas cosas...

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—Sí que tiene que escucharlas. Desde que murió su madre, usted ha ignorado a
Blaise. Peor que eso, actuó como si le odiara. Todavía le odia, ¿no es cierto? No
le importa que haya sido herido en Newfoundland salvando la vida de un
hombre. Ni siquiera lo sabía, ¿no es así? Ni se molesta en preguntarle nada. Del
mismo modo que esta mañana ni se preocupó de preguntarle a dónde iba.
— Sí me importa —replicó Charles, al parecer atormentado por los
remordimientos.
— No le creo. No muestra ningún interés por su bienestar, su carrera, por nada
de lo que le rodea. Le habla como si fuese un completo extraño.
— Eso es cierto. Es un extraño para mí, y reconozco que en gran parte es por mi
culpa. Pero no me acuses de no quererle, Sally... porque eso no es cierto.
— ¿De veras le quiere?
— Sí. Pero con los años perdí la facultad de comunicarle ese amor. Ni creo que
él lo quiera ahora.
— Sí lo quiere, Charles. Pero, al igual que usted, ha tenido miedo de
demostrarlo. Miedo de que usted le rechazase nuevamente.
— Después de la muerte de Ghislaine, una parte de mí también murió. Al
principio no podía soportar tener a Blaise cerca, porque sólo me recordaba días
más felices. De modo que le alejé. Y a través de los meses y los años, eso se
transformó en un hábito... ¿Cómo sabes que aún le importo?
— Me lo dijo.
— Debe sentirse muy cerca de ti para confiarte algo tan íntimo.
— Quizá se sintió cerca en el momento de decírmelo, pero ya no. — ¿Y por eso
quieres verle? Todos en casa pensábamos que Rick y tú...
— Rick les hizo pensar eso... pero yo no le quiero.
— Amas a Blaise.
Con los ojos llenos de lágrimas, confesó en voz baja: —Sí.
— Muy bien. Averiguaré si ha vuelto a Newfoundland. ¿Y porqué no le
preguntas también a Louise? Siempre hubo una especie de compenetración
entre ellos y mi mujer podrá darte alguna idea acerca de su paradero. Si

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ninguno de los dos te pudiéramos ayudar, esta noche enviaremos un mensajero


por medio de la policía para que se ponga en contacto con nosotros.
— Se pondrá furioso.
—Tonterías. Ya es hora de que aclaremos esto. —Lamento haberle hablado con
dureza.
— Yo no siento que lo hayas hecho. Dijiste varias cosas que debían ser dichas.
No te preocupes y desayuna, todo saldrá bien.
Stepton entró con una fuente de frutas frescas. Dándose cuenta, con sorpresa,
de que tenía hambre, Sally se sirvió fruta, completando su desayuno con
tostadas y café. Eran las nueve y media, de modo que pasarían dos horas más
antes de que Louise hiciese su aparición. La chica supo que no podría esperar
hasta mediodía, un sexto sentido la empujaba, instándola a averiguar a dónde
había ido Blaise. Por lo tanto, se dirigió al dormitorio de Louise. La mujer estaba
despierta y desayunando en la cama. Cuando vio a Sally, dijo sin entusiasmo:
—Hola, te has levantado muy temprano.
— Sí. Louise...
—Algo sucede. ¿Se trata de Rick?
— No, no tiene nada que ver con Rick. Por lo menos, no directamente. Se trata
de Blaise. ¿Sabe dónde está?
— No. ¿Debería saberlo? —Se ha marchado.
—Querida, posiblemente se fue hasta la oficina de correos a enviar algunos de
los horribles trabajos que estaba haciendo.
—Se ha llevado todo.
—Bueno, quizá debía asistir a una conferencia o una reunión. Volverá.
—No lo creo, Louise. Tuvimos una terrible pelea anoche. — ¿Una pelea? ¿A
causa de qué? —De Rick.
—Ah, sí, Rick. Tengo entendido que estáis otra vez comprometidos.
Sally trató de actuar con diplomacia.

— No, no lo estamos, Louise. Ni lo estaremos. Estoy enamorada de Blaise.


— ¡Dios mío! Esto me pilla desprevenida.

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— Es que no me di cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que fue demasiado


tarde. Blaise piensa que estoy enamorada de Rick.
— Debes hacer algo. ¿Dices que Blaise se ha ido?
— Sí y no sé dónde.
— Déjame pensar — permaneció pensativa unos instantes y luego añadió—. Ya
lo sé.
— ¿Sabe dónde puede estar?
En vez de contestar, Louise preguntó:
—¿Blaise te ama?
— No lo creo. La razón por la que necesito verle es para aclarar las cosas: cree
que soy la amante de Rick.
— ¡Qué ridículo! Con sólo mirarte uno se da cuenta de que no lo eres. Parece
que está celoso. Y si lo está, podemos deducir que se ha enamorado.
—Ojalá tuviese razón —suspiró—. Pero por la forma en que se comportó
anoche, creo que me odia.
—En su pabellón de pesca —observó Louise, con calma—. Allí debe estar.
— ¿Cómo lo sabe?
— Porque cuando tiene algún problema, no es feliz, o simplemente necesita
aislarse de todo, se va allí. Es su refugio. Alcánzame una hoja de papel y te haré
un mapa. Tienes que seguir el río hasta llegar a Kipewa. El pabellón se
encuentra a la orilla del lago Kipewa, a unos cuatro kilómetros del pueblo. Lo
mejor sería esperar a la tarde, ya que Charles llega a eso de las cuatro, y luego
Sam te puede llevar. No es un viaje para hacerlo sola, —palmeó a la chica en el
hombro—. Estará allí. Estoy segura.
—Así lo espero. Gracias, Louise.
—Te voy a dar un consejo. En apariencia, Blaise es rico, guapo, inteligente.
Todo eso y más. Pero no en el fondo, creo que tiene mucho miedo de confiar en
otra persona, en especial si la ama. Porque esa persona puede marcharse. Si
sintió que le rechazaste, eligiendo a Rick, le debe haber resultado insoportable.
Si entiendes eso, Sally, y si los dos podéis luchar hasta limar las diferencias,

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entonces, tendrás un hombre maravilloso. No creas que porque quiero tanto a


Rick no veo las virtudes de Blaise.
—Nunca pensé eso, Louise, y sé que él aprecia lo que usted ha hecho por él
durante años. Gracias otra vez, Louise.
Sally fue a su habitación y se sentó en la cama para mirar el mapa que Louise le
había hecho. Tenía el carnet de conducir en la cartera. Podría llegar en cuatro o
cinco horas. En cambio, si esperaba a Sam llegaría de noche.
Llovía. El buen sentido le decía que debía esperar a Sam. Pero su instinto la
empujaba a partir de inmediato. Era como si el mismo Blaise la estuviese
llamando, pero eso era una tontería. La razón por la que se había marchado era
para huir precisamente de ella.
Por fin se decidió. Escribió una nota pidiendo disculpas y se dirigió corriendo
hacia el garaje, a través de la lluvia. Había allí dos coches. Eligió el Chevrolet y
partió. Le llevó pocos minutos familiarizarse con los cambios. Estaba en camino.

CAPÍTULO 11
LA CARRETERA estaba resbaladiza por la lluvia y le resultaba totalmente
desconocida, con numerosas curvas a lo largo de la orilla del río. Buscaba
constantemente señales y verificaba una y otra vez el plano. Hacía aire y las
gotas de lluvia caían con fuerza en el parabrisas. A medida que avanzaba el día,
Sally sintió que los ojos, cansados, comenzaban a dolerle. Pero mayor era la
angustia que la debilitaba anímicamente, ya que Louise podía haberse
equivocado. Era posible que llegara al pabellón de pesca y le encontrara
desierto y, así el largo viaje habría resultado inútil. O, peor aún, Blaise podía
estar allí, pero no querer verla, después de haber conducido durante seis horas
para alejarse de ella.
Conducía el vehículo hacia el norte, habiendo dejado atrás ciudades y pueblos.
Un pequeño pueblo con casuchas de madera, un almacén, una oficina de
correos y una gasolinera fue lo único que rompió la monotonía de kilómetros de
bosques con sus árboles mojados y azotados por el viento. Finalmente, vio un
cartel que decía: «Kipewa». Según el plano de Louise, faltaban cuatro

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kilómetros de recorrido. Redujo la velocidad al aproximarse a la calle principal


y su único semáforo. Mientras esperaba que un par de automóviles cruzaran la
calle antes que ella, pensó que le gustaría tomarse un chocolate. Miró,
descuidadamente, la hilera de coches aparcados frente a la gasolinera en la
esquina opuesta y, de pronto, olvidando su chocolate, abrió los ojos,
sorprendida. En el lugar más cercano a la esquina había una grúa con un
automóvil encadenado a su remolque: un Ferrari, del mismo color que el de los
Strathern. El parabrisas estaba deshecho y la parte del conductor
completamente abollada.
Horrorizada, Sally pensó que no podía ser el automóvil de Blaise.
No podía ser. Pero, encontrar un coche de igual color y modelo a pocos
kilómetros del pabellón... La chica aparcó su coche y cruzó corriendo la calle
hacia la gasolinera. Había un solo empleado, un hombre viejo, sentado frente a
un escritorio sobre el cual apoyaba los pies, mientras fumaba en pipa. Sin dejar
que el hombre hablara, Sally preguntó:
—Ese coche... el de la grúa, ¿de quién es?
—Bueno, entró hace una hora, más o menos —comenzó a explicar, mientras
echaba otra nube de humo al tiempo que la miraba de arriba abajo.
— Sí, pero... ¿de quién es?
—Terry lo trajo. ¡Terry!
Nerviosa por la espera, Sally se aferró con fuerza a su cartera. Un hombre, más
joven que el primero, entró con desgana, manchado de grasa.
—El Ferrari... por favor, ¿de quién es?
—Está horrible, ¿no le parece? —Dijo Terry—. Pero no fue culpa del hombre. El
viejo Abe había estado tomando whisky y lo arremetió con su camión. No sé
por qué decidió volver al pueblo tan pronto; llegó apenas esta tarde.
Mientras el hombre le hablaba con lentitud, la chica sintió que el corazón de
daba un vuelco, y preguntó: — ¿El dueño se apellida Strathern?
—Sí. ¿Cómo lo sabe? —preguntó Terry—. ¿Es amiga suya? —Sí.
Sally palideció y Terry, en una acción rápida, la sentó en la única silla que había
libre, dejando caer al suelo un montón de papeles.

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— ¿Se siente bien?


— ¿Qué le pasó... al señor Strathern?
—Lo llevaron, junto con Abe, en una ambulancia al hospital de Hotetown. Su
amigo estaba inconsciente. Había mucha sangre, pero no creo que haya pasado
nada grave. Su amigo tuvo suerte. Ese camino es muy malo y, con la lluvia de
hoy, debe estar muy resbaladizo.
Sally cerró los ojos ante la poco alentadora descripción aunque sabía que Terry
no se lo decía por maldad. Los volvió a abrir.
— Usted dijo que el señor Strathern regresaba al pueblo, pero eso no puede ser
—señaló Sally.
—Claro que sí. Uno se puede dar cuenta por las huellas de las ruedas.
Ella se preguntó el motivo por el cual Blaise habría de abandonar el pabellón
casi inmediatamente después de llegar.
— ¿En dónde queda Hopetown? —preguntó ella.
— A unos veinte kilómetros. Doble a la izquierda en Kidston y siga unos ocho
kilómetros. No puede perderse.
—Gracias por su ayuda —dijo ella, poniéndose de pie y procurando que las
rodillas no le temblaran tanto.
— ¿Se siente bien, señorita? La llevaría yo mismo, pero le prometí a Pete que le
arreglaría hoy el coche.
— Gracias, Terry. Estaré bien. Buenas tardes —replicó Sally, segura de que
Terry la habría llevado si hubiese podido. Antes de salir, le sonrió, con infinita
gratitud.
Otra vez la lluvia. Agachando la cabeza, cruzó la calle, corriendo, hasta el
Chevrolet. Le temblaban tanto las manos que tuvo que permanecer quieta un
minuto, respirando profundamente para tratar de calmarse. Sabía dónde estaba
Blaise y, dentro de quince minutos le vería. Terry había dicho que Blaise no
estaba gravemente herido... pero quizá se había cortado y había sangrado. Alejó
de su mente una serie de imágenes pesimistas y emprendió el camino que Terry
le había indicado, alejándose del pueblo.

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Las indicaciones del hombre resultaron precisas. A medida que se aproximaba a


su destino, Sally sentía más miedo. La descripción que del accidente le había
hecho Terry empezaba a adquirir en su mente proporciones de pesadilla.
Pensaba que un accidente automovilístico había privado a Blaise de su madre;
que otro le había quitado a ella la vista. Se preguntaba cuales serían las
consecuencias del tercero.
Era casi de noche cuando Sally vislumbró un grupo de luces amarillas, en un
cerro, y un cuartel, anunciando la proximidad del hospital de Hopetown. La
joven llegó hasta el aparcamiento. Abandonó el coche y caminó hacia la entrada
principal con dificultad. Al entrar en el edificio, pálida, se acercó al mostrador
de información.
—Por favor, ¿puede decirme si está aquí ingresado el señor Blaise Strathern? —
preguntó a una enfermera rubia.
—¿Strathern? Espere un momento —dijo la enfermera, mientras revisaba un
fichero—. Urgencias. Vaya hasta el final del pasillo, doble a la derecha y siga
hasta la tercera puerta a su izquierda — indicó, iniciando de inmediato una
inspección de sus uñas.
—Gracias —dijo Sally, y comenzó a avanzar con prisa, por el pasillo, siguiendo
las indicaciones de la enfermera. Al final, encontró un letrero que decía: «Para
pasar, llame al timbre». Lo hizo. Oyó que un niño lloraba. En uno de los
sillones, un anciano estaba sentado, mirando fijamente al suelo.
Oprimió otra vez el timbre, y una enfermera entró apresurada. Sally percibió
tensión e impaciencia en la mujer.
— ¿En qué puedo servirle? —preguntó la enfermera con amabilidad.
— ¿Es aquí donde está Blaise Strathern?
— Sí. Ya va a salir. ¿Ha venido a buscarle?
Sally tragó saliva y se le nubló la vista mientras susurraba:
— ¿Puedo verle?
—Claro que sí. Pase por aquí —respondió la enfermera, mirándola fijamente.

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Avanzaron por un pasillo rodeado de pequeños cuartos, en uno de los cuales


estaba el niño cuyo llanto Sally había oído. La enfermera abrió la última puerta
y, con tono alegre, anunció antes de retirarse: — Señor Strathern, tiene visita.
Sin saber con qué se encontraría, Sally se detuvo en el umbral, con los ojos bien
abiertos, y aferrada a su bolso.
Lo primero que vio fue la camisa de Blaise, manchada de sangre, sobre una
silla. Había otras manchas, grises y verdosas. Dirigió la mirada hacia la camilla.
Blaise estaba sentado en el borde, con el torso desnudo. Tenía heridas a la altura
de las costillas, y hematomas en la frente y una mejilla. Miraba a la recién
llegada fijamente.
— ¡Sally! —exclamó, y con un ágil movimiento, abandonó la camilla.
La abrazó con fuerza haciendo que se sentara en una silla. Sintiéndose mal y
con mucho frío, ella respiró hondo durante algunos minutos. Sus botas y sus
pantalones estaban salpicados de barro. Blaise estaba tan cerca de ella que le
transmitía su calor y el olor de los desinfectantes con que habían curado sus
heridas. — ¿Te sientes mejor?
— Sí —respondió Sally, levantando lentamente la cabeza—. Me alegro de que
estés bien. Estaba muy preocupada. Me dijo que había mucha sangre.
—¿Quién?
—Terry, en la gasolinera a donde remolcaron tu coche.
— Ah, entiendo. Viste el Ferrari —expresó él, riendo sin ganas—. Quedó
bastante mal, ¿no?
— Por eso me asusté tanto.
— La sangre fue producto de una hemorragia nasal. Lo único que les
preocupaba era el golpe que recibí en la cabeza, pero me hicieron radiografías y
no hay fracturas. Debo tener la cabeza más dura de lo que imaginaba. De modo
que puedo irme cuando quiera. ¿Estás segura de que te sientes bien?
—Ahora que sé que tú estás bien, me siento mejor —murmuró ella,
aproximando su mejilla a las manos entrelazadas de ambos. Blaise soltó una
mano y le acarició el pelo. — ¿Con qué coche has venido? —Con el Chevrolet.

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— Bien. Volvamos entonces a la cabaña. Allí podremos hablar —dijo él,


mientras la ayudaba a incorporarse—. Hay una cosa que te quiero decir antes
de que salgamos: nunca me alegró tanto ver a una persona como cuando te vi
entrar por esa puerta.
—Comprendo —balbuceó ella, sorprendida por tan inesperada afirmación.
— No creo que comprendas. Hay muchas cosas sobre las que debemos hablar,
Sally, pero no aquí —hizo una pausa y cogió la camisa como distraído—.
Supongo que tendré que ponerme esto. Después nos iremos.
Ella no supo qué decir. Aunque las palabras de Blaise la llenaron de
satisfacción, casi temía creerlas. Cuando salieron a la noche, aún llovía.
—Espera aquí —dijo Sally—. Traeré el coche.
—Nada de eso —la cogió del brazo y añadió—: No estoy inválido. Vámonos.
Blaise insistió en conducir. Sally se acomodó en el asiento y le pareció que
habían pasado unos pocos segundos cuando oyó que él le decía:
— Ya hemos llegado. Despierta. —No estaba dormida.
—Entonces fue una muy buena imitación —replicó él, sonriendo—. Entremos,
puedes ayudarme a encender la estufa.
Cuando entraron en la casa de madera y piedra, Blaise puso en marcha el
sistema de calefacción.
—Es muy útil en momentos como éste. La leña está en la estufa. ¿Quieres
encenderla mientras me cambio de camisa?
Sally echó una mirada a su alrededor. Blaise volvió rápidamente abrochándose
una camisa limpia. — ¿Tienes hambre? —preguntó. — Sí —contestó
sorprendida—. Supongo que sí. —Tengo algo de comida. Podemos calentar un
poco de sopa. Prepararon una cena sencilla, hablando, como de común acuerdo,
de cosas triviales. Más tarde, llevaron tazas de café a la sala, donde Sally se
sentó sobre la alfombra junto a la chimenea. Blaise hizo lo mismo.
— Deben dolerte las costillas —dijo ella, para romper el incómodo silencio en el
que se encontraban desde que habían salido de la cocina.
— Sí, pero por suerte no hay fracturas.
— Sí. Supongo que así es —afirmó ella, mirando su taza.

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—Mírame, Sally —ella obedeció involuntariamente, con una sensación de


incertidumbre—. Así está mejor —añadió Blaise, para continuar tras un
titubeo—: Cuando ocurrió el accidente, yo volvía al pueblo.
—Lo sé. Me lo dijeron en la gasolinera.
— Ah, ¿sí? ¿Te preguntaste a dónde iba? —Pensé que habrías olvidado algo en
el almacén.
—No, Sally. Volvía para buscar un teléfono, porque quería llamarte.
— ¿Por qué? —susurró ella.
— Cuanto más me alejaba de Hardwoods, más me convencía de que había sido
un tonto por escuchar a Rick; y más aún por haber creído en su palabra y no en
la tuya. Siempre me ocurren cosas desagradables en esa casa —prosiguió,
frotándose la frente—. Es una casa con demasiados recuerdos de mi madre, del
rechazo de mi padre y la constante rivalidad con Rick...
—Tu padre te quiere, Blaise. —Te costaría convencerme de eso.
— Me lo dijo esta mañana. — ¿De qué diablos estás hablando?
—Cuando bajé esta mañana, estaba dispuesta a hablar contigo —afirmó ella,
con prisa para que él no le preguntara nada—. Pero nadie sabía adonde habías
ido, ni Stepton, ni tu padre. Creo que perdí la paciencia con tu padre —dijo,
sonriendo con nerviosismo—. Le acusé de ignorarte, hasta de odiarte. ¡Dios
mío! Cuando lo pienso me pregunto cómo pude decir cosas tan terribles. De
todos modos, las dije. Su respuesta fue que él quería estar cerca de ti, pero que
temía dar el primer paso; teme, posiblemente, que tú te burles de él o que le
rechaces como tantas veces ha ocurrido. Te quiere, Blaise.
—Tengo que creerte, ¿no es así? —preguntó él, mientras la miraba con
sinceridad —. Tú no mentirías respecto a algo tan importante para mí.
—Claro que no. Es verdad.
— Me pregunto si, después de todos estos años, él y yo podremos entendernos.
Quiero pensar que sí.
— Estoy segura de que podréis —afirmó Sally, con plena seguridad.
— Si lo logramos, será gracias a ti, Sally. —Tonterías —dijo ella, nerviosa—. Yo
no he hecho nada.

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— Entonces, ¿por qué perdiste la paciencia?


— Estaba molesta—respondió. — ¿Molesta porque me había ido?
— Sí —expresó, sabiendo que no había más lugar para evasivas ni verdades a
medias.
Él asintió con la cabeza, como si ella terminara de confirmarle algo.
—Anoche me dijiste que me amabas. Pero estaba tan dominado por los celos y
las sospechas, que casi no te escuché. ¿Lo dijiste en serio, Sally?
— Sí —replicó ella, con las mejillas encendidas y sin saber hacia dónde mirar.
Sabiendo que debía hacerlo, le preguntó—: ¿Estabas celoso?
— ¡Claro que sí! Desde el momento que te vi, supe que te quería para mí. Pero
siempre estaba Rick. Tu ex -prometido, a quien nunca creí que siguieras
amando. Él me había dicho que habías hecho el amor con él. Yo no tenía ningún
motivo para no creerle.
— ¡Te dije que nunca habíamos hecho el amor!
— Sí. Es cierto. Y estaba empezando a creerte. Pero anoche, cuando te vi en la
cama con él, creí enloquecer, Sally. Todas mis esperanzas se desmoronaron y lo
único que quería era lastimarte —explicó, cogiéndole las manos—. No fue muy
agradable. Lo siento. Lo siento mucho más de lo que puedo expresar... ¿Puedes
decirme qué pasó realmente?
— Lo hizo adrede. Creo que esperó hasta ver que regresabas para ir a mi
habitación, sabiendo que tenías que vernos al pasar delante de mi puerta —
relató Sally, temblando al recordar aquella escena—. Me dijo que si él no podía
tenerme, se aseguraría de que tú tampoco me tuvieras.
— Muy típico de Rick —interrumpió Blaise, con tristeza—. Y yo creí lo que vi,
¿verdad?
—No puedo culparte —afirmó ella, procurando ser justa—. Después de todo, la
escena debió ser bastante convincente.
—Dime otra vez que me amas —sugirió Blaise.
—¿Por qué, Blaise? —preguntó ella, mientras pensaba que ya le había dicho dos
veces que le amaba y que él sólo había hablado de que la deseaba, de celos y
dolor... pero no de amor.

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—Porque cada vez que te oigo decirlo, creo un poco mas en tus palabras.
—¿Tan difícil es de creer?
— Para mí, sí respondió él, con el dolor reflejado en su rostro y su voz.
— Porque la gente a la que amaste te dejó o te rechazó. ¿Es por eso?
—Por eso, Sally —reconoció él, con pesar—. No podría soportar que tú lo
hicieras —continuó, jugando con los dedos de la chica, concentrado en lo que
hacía—. Nunca dije a ninguna mujer que la amaba. Empezaba a preguntarme si
alguna vez lo haría. Hasta que te conocí —explicó, para luego mirarla con
intensidad—. Tú cambiaste todo. Había leído sobre amores a primera vista,
aunque siempre creí que se trataba de ficción romántica y nada más, sin
embargo me ocurrió. Entré en la casa de tu madre y allí estabas. Supe que la
búsqueda, de la que no me había dado cuenta, había llegado a su fin: había
encontrado la mujer con la que quería compartir mi vida.
—Creí que me despreciabas entonces —murmuró ella.
—Estaba muy lejos de eso, querida. Pero no era ése el momento para la verdad.
No quise que vinieras a mí por necesidad o dependencia debido a tu ceguera.
Quería que lo hicieras como mujer independiente, por amor, no por temor.
— Entonces fue cuando decidiste que debía recuperar la vista. —dijo ella, con
lágrimas en los ojos.
— Y, sin darme cuenta, puse otra vez a Rick en tu camino. — ¿Sabes? A veces le
comparaba contigo, y siempre salía él perdiendo.
— Ahora te creo —afirmó él, apretándole las manos—. ¿Recuerdas que en el
hospital te dije lo que me había alegrado verte? Hoy me has demostrado algo,
Sally, al seguirme kilómetros bajo la lluvia y el viento porque era importante
para ti verme. No estoy acostumbrado a importarle tanto a alguien —subrayó
él, con un tono de humildad tal que ella sintió deseos de llorar—. ¿Entiendes lo
que estoy tratando de decirte?
— Sí. Te entiendo —respondió ella—. Te seguiría hasta el fin del mundo, Blaise.
— Y yo a ti — señaló él, deslizando sus manos hasta tocar los codos de la chica,
a quien hizo incorporar—. Porque te amo con todo mi corazón, Sally, y siempre
te amaré.

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Con suavidad, aunque con firmeza, él la besó, sellando el compromiso que


acababa de expresar con palabras. Sally siempre recordaría ese momento
mágico, el olor a madera quemada y el sonido de las gotas de lluvia al caer
sobre el tejado. Confiada plenamente, se entregó al abrazo de Blaise, los ojos
cerrados, el cuerpo invadido por una dulzura que, a medida que él estrechaba
el abrazo, comenzó a convertirse en un palpitante deseo. Ella sintió que la blusa
resbalaba por sus hombros mientras Blaise hundía el rostro en el valle
aromático de su piel; ella le acercó más, sintiendo su cabello rozarle una mejilla,
mientras repetía su nombre.
— ¡Te deseo, Sally! ¡Oh, Dios, cómo te deseo!
— Y me tienes en cuerpo y alma. Ahora y para siempre.
De pronto, Blaise se quedó inmóvil. Levantó la cabeza y la miró a los ojos.
— ¿Nunca hiciste el amor con otro hombre, Sally?
—No. Jamás.
— Pero te entregarías a mí ahora, ¿verdad?
—Sí. Lo haría, Blaise —afirmó ella, considerando que debía decir la verdad.
—Hace un rato hablé de pruebas, de cómo me habías demostrado tu amor por
mí al seguirme hasta aquí. Y ahora me ofreces otra prueba: tu cuerpo.
—Te amo, Blaise —respondió la chica, sintiendo que era lo único que podía
decir.
—Lo sé, Sally. Lo sé.... y Dios lo sabe. Quiero hacer el amor contigo —dijo él,
deslizando sus manos desde los senos hasta la cintura de la joven, haciéndola
estremecer de placer—. ¿Me creerás muy anticuado si te digo que prefiero
esperar? Podemos casarnos dentro de tres días.
—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó ella maravillada.
—Por supuesto. No descansaré hasta haber colocado un anillo de oro en tu
dedo. Y entonces —esbozó una sonrisa casi infantil—, deberás tener cuidado,
señora Strathern, porque serás tú quien no tendrá mucho descanso.
—Tampoco tú, lo prometo —afirmó ella, acariciándole el pecho y deslizando las
manos por su cuello para atraerle hacia sí y besarle. Él la acercó más,
estrechándola hasta quejarse por el dolor que sintió en las costillas.

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— Ya ves. Finalmente te tengo para mí y ni siquiera puedo abrazarte —dijo


quejándose en tono de broma, para añadir, con seriedad—: Aún no me has
dicho si te casarás conmigo, Sally. ¿Me dirás que sí?
— Sí, Blaise —respondió ella, mirándole fascinada—. Me alegra tanto poder
mirarte... —murmuró—. Pero, aunque estuviera ciega, no dudaría nunca de tu
amor. Es como... —se interrumpió, mientras buscaba las palabras adecuadas—.
Es como si mi corazón pudiera ver el interior del tuyo y leer lo que está escrito
allí
— Los dos estuvimos ciegos, Sally. Tú, físicamente. Yo, por los celos. Pero ya
no.
— ¡No! —Exclamó ella, mirándole a los ojos con la alegría de vislumbrar un
futuro a su lado—. Los dos podemos ver la verdad ahora, la verdad de un amor
que durará para siempre.

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